Pedro
de los Reyes. El Hansel (cazador de brujas) de Extremadura
La práctica de la magia o
la brujería en cualquiera de sus formas, fue considerada en el siglo XVI, XVII
y XVIII, un crimen horrible que atentaba contra las veredas y doctrinas del
Crucificado. El castigo prescrito para esta herejía en particular era la
purificación mediante el fuego. Acto que desarrolló no solamente la Inquisición
española en menor grado, siendo la Justicia Civil la más entregada a la causa
de la cremación de mujeres por motivos de ámbito demoniaco. En estos tiempos
confusos, los cazadores de brujas están muy ocupados, ya que cada vez más y más
hombres se convierten a las oscuras artes. Según los detectores de estas
mujeres y hombres infernales, estos depravados individuos practican la
adoración a los demonios llegando incluso a ofrecer sacrificios humanos en el
nombre de sus viles amos.
El cazador de brujas solía
ser un agitador carismático que podía convencer en poco tiempo a una multitud y
utilizarla para su propio fin, aprovechándose de ciertos ciudadanos fanáticos
que entendían, que las palabras de dicho personaje eran mensajes divinos y él
un elegido para tal fin por el Dios dominante. La caza de brujas reforzó la
autoridad de los hombres en la sociedad, ya que se solía considerar que las
brujas eran principalmente mujeres. Los cazadores de brujas creían que una de
las características de las brujas es que eran cómplices del mal en cuanto
pactaban con el diablo. En ese momento sostenían, que se formaba una liga o
comunidad maligna para socavar el Evangelio y derrocar a la Iglesia; por lo que
todo comportamiento fuera de estos preceptos, así como la negación de Dios, era
un ataque no solo a la fe sino a toda la comunidad cristiana.
Esta realidad hizo que
algunos cazadores de brujas tuviesen su pedegri dentro de la colectividad del
momento, y que muchos de sus seguidores, fuesen valiosos testigos de afirmación
y justificación del ojeador y batidor de mujeres descarriadas. Algunas de las
acusaciones vertidas por estos personajes consistían: en renegar de Dios, matar
por medio de venenos y sortilegios o algunos tan extremos como comer carne
humana y beber sangre desenterrando a los muertos, matar niños antes de que
reciban el bautismo, matar ganado e incluso, causar la esterilidad en los
campos trayendo el hambre a las poblaciones donde habitaban. Por imputaciones y
cargos como estos, fueron condenadas, en gran medida, las brujas de la
población de Zugarramurdi.
Los cazadores de brujas
solían detectar a estas mujeres nefandas a través de la famosa marca del diablo, ya que estos creían y anunciaban a sus seguidores, que los pactos con
el diablo proporcionaban marcas en los cuerpos de las brujas en forma de
verrugas, lunares e incluso, que estas no poseían la capacidad humana de
llorar. Estas marcas eran posteriormente buscadas y examinadas en los cuerpos
de las acusadas durante los exámenes previos a los juicios, si se encontraban,
el final sería terrible, si no, y serían las menos, podían quedar libres de
pecado volviendo hacer aceptadas dentro de la comunidad cristiana.
Uno de esos cazadores de
brujas era natural de Llerena (Badajoz) en Extremadura, su nombre era Pedro de
los Reyes y los documentos nos cuentan de él lo siguiente.
“Que
se ha descubierto en el señorío de Vizcaya, en el Valle de Oyarzu, dos leguas
de San Sebastián y cuatro o cinco de la dicha montaña de Navarra en este año de
1613, a un mozo de pocos años llamado Pedro de los Reyes, natural de Llerena en
Extremadura, quién decía tener gracia de santiguador y que con ella se metía
públicamente en un horno ardiendo. Se resbaló en lo que contaba y dijo: que
conocía brujas y que lo tenía por granjería y que le buscaban para esto por
todas aquellas tierras pagándoselo largamente, hasta que siendo preso en esta
Inquisición, después de visto en discordia dos veces en el consejo, fue traído
a la vergüenza y al cabo de pocos meses por haber reincidido en la misma culpa
y tierra, fue azotado. En su causa confesó de forma espontánea todos los
embustes que había dicho, y que lo hacía por lo que la gente le daba al creerle
que sabía distinguir quien era bruja y quién no. Que las conocía por cierta
señal oculta con la que ratificaba el hecho, e incluso decía, que personas muy
distinguidas estaban asistiendo a los aquelarres. Juró que todo era falso y
desde el escarmiento que llevó, nunca más se volvió a oír hablar de brujas en
el entorno ya que se callaron las bocas de quienes decían ver brujas donde no
las había”.[1]
Queda demostrado con esta
crónica, que los Hansel españoles existieron y para ejemplo los hechos
realizados por este pícaro personaje, que se ganaba la vida engañando y embaucando
con sus supersticiosos mensajes, a todos aquellos que se dejaban adoctrinar
ante su particular carisma y oratoria. Aunque no fue el único, también hubo otros que actuaban de la misma forma y manera que el extremeño, en Vitoria había por la misma fecha un sacerdote embustero que se dedicaba a la caza de brujas llamado Pedro Abad de Guevara y otro de nombre Diego López de Gamarra, mesonero y vecino de Villareal de la misma provincia de Álava los cuales fueron detenidos por la Inquisición de Logroño.