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lunes, 21 de marzo de 2022

 

El Expediente Picasso. En 2021 se cumplen cien años del llamado “Desastre de Annual”

 



En 2021 se cumplen cien años del llamado “Desastre de Annual” y de los sucesos militares ocurridos entre los meses de junio a septiembre en la Comandancia General de Melilla, que supusieron la pérdida de gran parte del ejército español en el Norte de África. El Archivo Histórico Nacional (AHN) quiere recordar estos hechos mediante esta Pieza del Mes, que se dedica a la información gubernativa encargada por el ministro de la Guerra, Luis Marichalar y Monreal, vizconde de Eza, al general de división Juan Picasso González con el fin de averiguar los antecedentes y circunstancias que ocurrieron en la citada Comandancia durante el mes de julio de 1921 y que provocaron el abandono de las posiciones del territorio de Melilla ante el ataque de los rifeños, dirigidos por Abd el Krim, de la familia de Beni Urriaguel.

Desde comienzos del mes de junio de ese año, el ejército español se había visto inmerso en una serie de actuaciones mal planificadas en la zona del Rif que dieron lugar a la pérdida del Monte Abarrán, seguida de la caída de Igueriben y Annual entre los días 17 y 22 de julio, en una cruenta batalla en la que, además, se dio por fallecido al comandante general de Melilla, Manuel Fernández Silvestre. El repliegue del ejército español se desarrollaba de manera desorganizada y con numerosas bajas personales y de material por lo que, ante tal situación, se dictó la Real Orden de 4 de agosto ordenando la instrucción de la información gubernativa. El general Picasso, juez instructor de la misma, llegaba a Melilla el 9 de agosto, acompañado del secretario y auditor de brigada, Juan Martínez de la Vega y Zegrí. Sus actuaciones comenzaron el 13 de ese mes, centrándose en la recogida de no sólo los testimonios y declaraciones de los militares que se encontraban en la Comandancia, sino también de los prisioneros que iban siendo liberados por los rifeños, quienes, antes de hablar con nadie, debían contar lo ocurrido al general Picasso por indicación del Alto Comisario en Marruecos, Dámaso Berenguer (fol.277).

Otra de las primeras acciones de Picasso al llegar a Melilla fue la solicitud a Berenguer de los planes de las operaciones ordenados por el Alto Mando en el territorio (fol.194). Sin embargo, éstos no le fueron facilitados y su campo de actuación fue limitado por la Real Orden de 24 de agosto, en la que expresamente se indicaba a Picasso que la información no debía extenderse “a los acuerdos, planes o disposiciones del Alto Mando, concretándose a los hechos realizados por los Jefes, Oficiales y tropa en las operaciones que dieron lugar a la rápida evacuación de las posiciones ocupadas por nuestras fuerzas” (fol.411)1 . Entre los meses de agosto de 1921 y enero de 1922 el juez instructor y el secretario fueron reuniendo una voluminosa documentación que reflejaba la situación de la Comandancia durante esos meses y en años anteriores: declaraciones de testigos; estados del material, fuerza y ganado; órdenes militares y partes de operaciones en esos periodos; telegramas y conferencias telegráficas; información sobre las evacuaciones; obras realizadas en la zona; planos de las posiciones y caminos; y otros documentos. A lo largo de este tiempo, Picasso y Martínez de la Vega fueron testigos de todo lo que iba ocurriendo en el territorio de la Comandancia de Melilla hasta que a finales de enero del 1922 el Juzgado de Instrucción se trasladó a Madrid para concluir la información gubernativa. Ésta terminó con el informe de Juan González Picasso, firmado el 18 de abril de 1922 y formado por un resumen de las actuaciones militares entre el mes de julio y comienzos del mes de agosto de 1921 (fols.2172-2413) y la conclusión final (fols.2413-2417), a la que se dedica un apartado especial en esta Pieza del Mes. En ella, Picasso expone las dificultades encontradas para la realización de la información, resumiendo la pérdida de ciento treinta posiciones españolas debido a la desmedida expansión del territorio y apuntando como causa la conducta del ejército de ocupación, relajado en el desempeño de sus funciones y con defectos en su preparación y moral. Es muy significativa la reflexión que realiza sobre la responsabilidad directamente relacionada con la autoridad, indicando que debía imputarse en primer término al Mando que con “inconciencia, con incapacidad, con aturdimiento o temeridad ha provocado el derrumbamiento de la artificiosa constitución del territorio”, y, en segundo lugar, “a todos aquellos según su medida y grado, que no respondieron a sus deberes militares”.

Picasso focaliza una parte de su informe en el día 22 de julio, recalcando cómo en la Comandancia de Melilla existía una fuerza oficial de 19923 hombres disponibles y un territorio extenso con numerosas posiciones dispersas, deficientemente organizadas y mal abastecidas. Incide, igualmente, en la existencia de múltiples cabilas armadas en la retaguardia y en la falta de líneas de apoyo para casos de repliegue, circunstancias que, junto con la acumulación de fuerzas en el frente y otros factores, tuvieron como consecuencia una retirada desastrosa y desordenada de las tropas españolas. Concluía su informe con estas palabras:

Y condensando en un juicio definitivo los acaecimientos del territorio, puede aducirse la aseveración del P. Alfonso Rey, religioso franciscano de la Misión de Nador, que preguntado - folio 405 vuelto - por las causas que en su concepto hubiesen provocado los sucesos, encierra su opinión en el aserto o sentencia de que los atribuya “al abandono en que estaba la vigilancia antes de declararse y al miedo después que comenzaron”

La información gubernativa, denominada también Expediente Picasso, consta de 10 piezas y 2418 folios y fue enviada al ministro de la Guerra el mismo 18 de abril. Independientemente de las repercusiones que tuvo a nivel político y social, fue utilizada como información fundamental por varias instancias judiciales y por las Cortes. En primer lugar, por Real Orden Comunicada del Ministerio de la Guerra de 21 de abril de 1922 se remitió al Consejo Supremo de Guerra y Marina para que el fiscal militar elaborara un dictamen. Éste, de 28 de junio de 1922, sirvió de base para que el citado Consejo acordara la formación de varias causas para depurar.




Archivo Histórico Nacional. FC-TRIBUNAL_SUPREMO_RESERVADO,Exp.50,N.10 El Expediente Picasso.

  

EL MORRILLO DE SEGOVIA ¿UN CASO DE “MEMORIA HISTÓRICA” DE LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES?



 


 

En la historia de las naciones y de los pueblos (de todos) suceden acontecimientos traumáticos que influyen en las vidas no solamente de las generaciones que las viven, sino también de aquellas personas que, no habiéndolas padecido directamente, sufren sus consecuencias y sus secuelas décadas o incluso siglos después. Europa no es ajena a esto, pues tenemos una amplia experiencia en guerras que, siendo ya antiguas, aún proyectan su larga sombra sobre nosotros. Es el caso de ambas Guerras Mundiales o de la Guerra Civil Española que, años después de finalizadas, han seguido teniendo consecuencias de muy diversa índole en las naciones que las padecieron.

No obstante, no debemos pensar que esto es algo que afecta sólo a estos acontecimientos relativamente recientes en nuestra Historia. Otros conflictos de nuestro pasado generaron preocupación e inquietudes en generaciones que no las vivieron incluso muchos años después, cuando sus rescoldos se creían ya apagados. Algo así es lo que sucedió en la ciudad de Segovia en relación con la Guerra de las Comunidades más de cien años después de que ésta acabara.

En el verano de 1629, durante ciertas obras en la iglesia de Santa Olalla (Santa Eulalia) de Segovia, fue encontrada una columna como del tamaño de un hombre con una pequeña argolla de hierro en lo alto de la misma. Se trataba de lo que en la ciudad había sido conocido como “el morrillo de los comuneros”, que presidía el lugar en donde éstos formaban sus juntas durante la guerra desarrollada en Castilla entre los años 1520 y 1521 y en la que tanto se significó la ciudad de Segovia.

El hallazgo de la columna y la decisión del párroco de Santa Olalla de colocarla en la plaza frontera a la iglesia desató un revuelo y una inquietud que no sólo afectó a la ciudad y a sus autoridades, sino que llegó a conocimiento del rey y de su más importante brazo gubernativo, el Consejo de Castilla.

Conociendo los problemas de orden público que la exhibición en lugar tan a la vista podía crear este símbolo de agitaciones pasadas, el corregidor de la ciudad, Gonzalo Rodríguez de Monroy, mandó retirarlo bajo el pretexto de que el párroco de Santa Olalla había pretendido extender la jurisdicción eclesiástica propia de su iglesia más allá de los límites convenientes, ampliándola a una plaza pública. A las pocas horas de su retirada, el morrillo volvió a ser alzado, esta vez dentro de los terrenos afectados por la inmunidad eclesiástica, sustrayéndola por tanto de la jurisdicción civil del corregidor. Este desacato, unido a los rumores que afirmaban que, al amparo de la noche, varios desconocidos habían vuelto a juntarse en el morrillo aumentó aún más, si cabía, la preocupación de las autoridades.

Las principales sospechas recayeron sobre el párroco que, sabiendo lo que significaba la señal encontrada en su iglesia, sólo podía pretender con su exhibición pública recordar al pueblo pasadas alteraciones contra la autoridad real y tal vez alentarles a otras nuevas; o bien evocar maliciosamente antiguas infamias que afectarían al honor de algunas familias de la ciudad. Sea cual fuere la inocencia o la intención del párroco, la intervención del obispo Moscoso y Sandoval fue decisiva pues con él se concertó el corregidor para, aprovechando la discreción de la noche, sacar el morrillo de la plaza en una carreta y, llevándolo a la plazuela del Alcázar, despeñarlo por el barranco para posteriormente hacer añicos cualquier resto que quedase.

Del morrillo de los comuneros de Segovia no quedó vestigio para la posteridad y las perturbaciones sociales que, tal vez como catalizador de problemas subyacentes, había originado su redescubrimiento más de un siglo después del final de la guerra, se fueron apagando gracias a la prudencia del corregidor Rodríguez de Monroy que impidió que se abriera proceso alguno contra los ciudadanos inquietos y disuadió las reuniones levantiscas y los corrillos nocturnos. Las palabras del corregidor en toda la gestión de asunto del morrillo son más que significativas: no despertemos a los que duermen.[1]



[1]    Archivo Histórico Nacional. CONSEJOS,7146, N.59

lunes, 7 de marzo de 2022

 


ABANICOS HEREJES


Fermín Mayorga 


La Inquisición española, también llamado el Santo Oficio, fue creado por los Reyes Católicos en 1478 para proteger la religión católica frente a los herejes, como los falsos conversos. Sin embargo, esas primeras atribuciones fueron aumentando con el tiempo y se convirtió en una herramienta de control para la monarquía.

Por raro que parezca, las labores inquisitoriales también pusieron sus miradas en la moda y existieron actas contra aquellos objetos que no seguían los cánones establecidos para la moral de la época. Generalmente se trataban de complementos que llevaban dibujos o adornos “demasiado indecentes”, donde había desde barajas de cartas, tabaqueras, pañuelos, relojes o incluso abanicos. Estos procesos tuvieron lugar en su mayoría durante los siglos XVIII y XIX, debido a las nuevas modas.

De entre todos estos casos nos ha llamado la atención el realizado contra el abanico, ese objeto cuyo origen se remonta al Antiguo Egipto y no fue hasta principios del siglo XIV cuando aparecen las primeras referencias en la península. Ya a finales del XVIII, el abanico español era de los que tenían mejor fama debido a su calidad. Fue tan importante la entrada de este utensilio en España, que ya en el siglo XVII existía el cargo de abaniquero real. Sin embargo. se comenzó a asimilar al abanico como parte del cortejo amoroso y por tanto como un instrumento que incitaba la seducción, más allá de su utilidad estival. Esto pudo hacer que la inquisición estuviera al loro con estos “depravados” instrumento,

Encontramos dos procesos contra este objeto tan «peligroso» para la moral y tan útil en tiempos de calor. En uno ellos, el abanico llevaba impreso una escena de Jesús con la Samaritana, donde este le pide agua para beber según el Evangelio de Juan. El problema fue que los inquisidores vieron que la mirada de Jesús era algo lasciva (o quizá mucho) motivando que el impúdico abanico fuera retirado de la circulación.

El proceso más curioso de todos fue a principios del siglo XIX, en los últimos tiempos de la Inquisición (abolida definitivamente en 1834) y en la ciudad de Valencia. Se trató del abanico que representaba “el amor es de toda edad”. En él se muestran varias escenas de parejas con un ángel y dos versos en cada una de ellas.

                                          Abanico el sexo no tiene edad

El abanico, cuyas escenas representaban para los inquisidores el amor profano, fue retenido en la Real Aduana de la capital del Turia y entregado a la Inquisición (no sabemos si con grilletes) el 30 de septiembre de 1806 y cuyo expediente se inició el 8 de octubre.

Tras iniciar el procedimiento, llegó a mano de los calificadores como fray Miguel Gadea, que aseguraba que el amor profano que representaba el abanico inducía a la lascivia y por tanto debía ser prohibido. Tuvo a alguno de los implicados en su defensa, como el propio fiscal del caso, pero finalmente triunfó las tesis de los que querían prohibir su venta, debido a que mostraba la vida como un “camino de deleite más propio de los animales que los humanos”.

Aunque se trató de casos muy anecdóticos, en tiempos que la inquisición se estaba extinguiendo, resulta curioso como en algunos procesos podemos hablar de la inquisición contra la moda.

Desde el inicio de la Revolución Francesa, los distintos bandos enfrentados tuvieron claro que debían apelar a las armas de la publicidad para atraerse al contrario y generar una corriente de opinión pública favorable a sus postulados.

Además, ninguno era indiferente a las alianzas internacionales que representaban un verdadero peligro diplomático y militar a la cercada Francia revolucionaria. Lo mejor era estar bien informado de lo que tramaban los países vecinos y tomar medidas. Una de esas medidas consistió en tejer una red de información desde el corazón, los ministerios parisinos y los clubs políticos, que alcanzaba a las autoridades locales, quienes protegían a espías y emigrados políticos. Desde Francia se había orquestado un complot publicitario contra la Monarquía española. Cada día salían de los tórculos franceses hojas volanderas, folletos, sátiras, pasquines, carteles, proclamas, poesías y caricaturas con el firme propósito de denostar a Carlos IV y mostrar como referente los beneficios que había traído una revolución a Francia. Así pues, el juego consistía para unos (los franceses) en ser más listos que el contrario para introducir estos materiales revoltosos y en los otros (los españoles), en estar más vigilantes para capturar al introductor, requisar la mercancía sediciosa y mover los hilos diplomáticos para averiguar quién estaba detrás de estos escritos. Es el caso de un abanico, custodiado en el Archivo Histórico Nacional, con una imagen grabada de la toma de la Bastilla, interceptado por el comisario inquisitorial de Bilbao en 1789.


Abanico Toma de la Bastilla 

La Inquisición jugó un papel determinante como policía encargada de este cordón “sanitario”. Los comisarios distribuidos por los puertos y fronteras redoblaron sus pesquisas. El trabajo era desbordante y condenado al fracaso. Era fácil introducir esta literatura revolucionaria porque tenía el formato adecuado para ocultarla (folletos de pocas hojas y tamaño pequeño, folios sueltos, etc.) en los forros de los abrigos, en el interior de los sombreros, entre comida o cereales…

Hasta la fecha fatídica del dos de mayo de 1808, Napoleón fue una figura tremendamente atractiva en España. Las comparaciones con Godoy erosionaban al español. La estrella del Príncipe de la Paz se apagaba frente a la brillantez del cónsul Bonaparte. En 1801 España estaba atrapada entre sus redes por el Tratado de Aranjuez. En 1804 Napoleón finiquitaba el Consulado y se nombraba Emperador de los franceses. El corso bien sabía el valor de estas campañas publicitarias como años atrás habían amañado los girondinos primero y luego los jacobinos. De ahí que desde 1799 su figura fuera omnipresente en la prensa, en la literatura y en imágenes. David fue el pintor oficial de la parafernalia bonapartista y uno de sus cuadros más famosos fue precisamente la coronación de Josefina como emperatriz. Como sucede con estos cuadros de aparato, la imagen pasó simplificada y modificada a multitud de grabados y dibujos, uno de los cuales es este curioso abanico, interceptado por el Tribunal de la Inquisición de Barcelona en 1805.

                                Abanico representando la coronación de Josefina como emperatriz por Napoleón