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martes, 9 de noviembre de 2021

 


Beato de Tábara (968-970) y Donación del Cid al Monasterio de Silos (1076)




Pocas biografías medievales habrá tan apasionantes como la de Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador. Afamado en vida, al poco de morir sus hazañas ya corrían en boca de juglares y los clérigos componían cuidados versos o redactaban historias latinas para celebrar sus victorias contra sus enemigos almorávides o los mestureros que rodeaban a Alfonso VI. En definitiva, el interés por el guerrero castellano no se achicó con el paso del tiempo sino todo lo contrario.

Sin embargo, mientras que su vida pública pasó a crónicas y textos literarios, quedaron en el olvido de los archivos eclesiásticos los documentos que mostraban la actividad cotidiana de Rodrigo Díaz como un hombre más que seguía las pautas de la sociedad medieval. Buscar estos documentos para completar la biografía cidiana fue mérito de los historiadores del Renacimiento y Barroco por lo que hay que citar con admiración los nombres egregios de Sandoval o Berganza. Así lograron completar el relato cada vez más exaltado de las grandezas del Cid con la humildad de los textos más prosaicos contenidos en los pergaminos altomedievales. En ellos Rodrigo Díaz aparece aconsejando a los reyes Sancho II y Alfonso VI en cuestiones judiciales, actuando como testigo en donaciones o en eventos de suma importancia para el reino, como la apertura del arca santa de Oviedo o la traslación de la sede episcopal a Burgos.

Los medievalistas han rescatado una sesentena de referencias documentales relativas al Cid y a su familia directa. Ahora bien, en casi todas aparece como actor secundario, como situado en una zona de penumbra. Por eso, los documentos expedidos por Rodrigo Díaz como emanación de su voluntad son muy raros. Se cuentan en este reducido grupo la donación que hizo a la Catedral de Valencia con su suscripción autógrafa junto a la de Jimena, ya viuda, ampliando los regalos de su difunto marido o la cada día más polémica carta de arras de la Catedral de Burgos.

Con la misma generosidad que había cubierto al obispo Jerónimo de Perigord en Valencia lo había atestiguado muchos años antes en el corazón de Castilla. Estando en San Pedro de Cardeña, monasterio siempre ligado a la suerte del Cid, regaló al cenobio benedictino de Silos dos villas de su propiedad. Pequeña cosa si comparamos ambas donaciones, pero es que en 1076 Rodrigo Díaz era uno más de los muchos guerreros hidalgos que rodeaban al rey. Aún no era el famoso vencedor de mil lances que le reportarían riqueza y prestigio.

La redacción material del pergamino corrió a cargo de un monje, Munio, poniendo por escrito la voluntad del matrimonio formado por Rodrigo Díaz y Jimena de obtener la protección de la Virgen y una muchedumbre de santos (los apóstoles Pedro y Pablo, los santos Andrés, Martín, Millán y Felipe). Este acto de sumisión a los designios divinos confiando en la providencia divina, pero buscando su activación mediante la entrega gratuita de bienes raíces, era muy común en la Edad Media. Son conocidas como las donaciones pro remedio animae mea.

 

La guerra submarina y sus repercusiones propagandísticas: el incidente del “Baralong”.

 


La guerra submarina y sus repercusiones propagandísticas: el incidente del “Baralong”. La guerra submarina fue una de las grandes novedades de la I Guerra Mundial. Las acciones más conocidas y de más trascendencia de cara al público fueron sin duda los ataques de los submarinos alemanes a buques mercantes. Este tipo de ataques estaba regulado por las “Reglas del crucero” (convenciones relativas al ataque de un buque mercante por un buque armado). Según la Declaración de Londres relativa a las leyes de la guerra naval de 1909 una embarcación desarmada no podría ser atacada sin previo aviso, y en caso de que se quisiera capturar el barco o destruirlo se deberían tomar las medidas adecuadas para garantizar la seguridad de la tripulación. Alemania actuó así en un primer momento, pero los submarinos quedaban muy expuestos al actuar de esta manera, además de que no disponían de espacio para alojar a las tripulaciones capturadas.

La obligación de cumplir estas normas resultó aún más peligrosa para los sumergibles alemanes a raíz de la aparición de los Q-ships, también conocidos como navíos señuelo, barcos mercantes armados con cañones y ametralladoras ocultos, cuyo fin era engañar a los submarinos haciéndoles creer que se trataban de barcos indefensos para que aquellos realizaran ataques en superficie. Esto hizo que los U-Boote recurrieran cada vez más a la política de disparar primero y preguntar después.

 



Esta guerra submarina sin restricciones llevó a uno de los episodios más dramáticos de la guerra con el hundimiento del trasatlántico Lusitania, en el que murieron 1.198 personas entre pasajeros y tripulantes. Su repercusión pública y las exigencias de Estados Unidos hicieron que Alemania diera marcha atrás y volviera a aplicar las reglas del crucero, hasta que a principios de 1917 reanudó la guerra submarina sin restricciones, incluso sabiendo que esto haría entrar en guerra a los Estados Unidos.

La guerra submarina tuvo también su reflejo en la propaganda de la época, intentando cada bando volver la opinión pública a su favor e, incluso, lograr que entraran en guerra países hasta entonces neutrales. El citado caso del Lusitania fue ampliamente difundido para poner de relieve la crueldad de los submarinos alemanes, pero los alemanes también pudieron airear algún caso para justificar su actitud y mostrar el peor lado de sus enemigos.

 


El caso más famoso y publicitado fue el incidente del Baralong, un Q -ship británico que el 19 de agosto de 1915, enarbolando la bandera estadounidense, se acercó hasta el submarino U-27, que acababa de detener al mercante Nicosian a 130 kilómetros al sur de Queenstown (Irlanda). El Baralong fingió ir a rescatar a los tripulantes del mercante, que iba a ser hundido por llevar material de guerra, y que ya estaban en los botes salvavidas, pero cuando llegó a distancia de tiro abrió fuego hundiendo el submarino. Los tripulantes alemanes que lograron salvarse a nado fueron muertos a tiros en el agua, lo mismo que el grupo de abordaje que se encontraba en el Nicosian.

Hemos traído aquí parte de los distintos documentos difundidos por los distintos gobiernos para condenar o justificar el incidente del Baralong. También presentamos otra obra de la propaganda germánica destinada a justificar su actividad como represora del contrabando de guerra.

                                                          

La propaganda siempre ha estado presente en las guerras. Aquí hemos visto cómo se adapta a las nuevas guerras