MIS LIBROS

  • Depuración de Maestros Nacionales en la Comarca de Olivenza
  • El Chitón de los Zapata (Teatro)
  • Esperanza y Libertad las Hijas de la Rapada
  • Extremadura Tierra de Brujas
  • La Judía de Alcalá de Henares
  • Los Herejes de Badajoz
  • Los Herejes de D.Benito, Villanueva de la Serena y Medellin
  • Los Herejes de la Raya de Cáceres
  • Los Herejes de Mérida
  • Los Herejes del Guadiana Fronterizo
  • Los Milagros de la Virgen de la Luz de Moncarche
  • Los Moriscos de Hornachos Crucificados y Coronados de Espinas

miércoles, 27 de febrero de 2019




Abogados de Mérida Condenados por la Inquisición de Llerena 




Alonso Rodríguez fue un vecino nacido y criado en Mérida, que de joven se inició en el estudio de las leyes para ser un buen jurista, pero que la Inquisición de Llerena en 1571, truncó su vida a los 48 años de edad por abrazar el judaísmo. 

Conocedor del mundo del derecho de la época, este emeritense prefirió seguir la línea en pensamiento de sus antepasados, llegando a convertirse en todo un maestro de la ley judía, un rabino o dogmatizador clandestino, que mantenía con ilusión y entrega desde el sigilo y el secreto, la llama de la espiritualidad judía en la ciudad romana de Trajano. Algunos miembros clandestinos de la comunidad mosaica de la ciudad, fueron detenidos por la Inquisición de Llerena, y eso supuso para nuestro protagonista y otros muchos emeritenses que abrazaban la ley de Moisés, fuesen apresados ante las acusaciones, qué bajo tortura, hicieron algunos conversos de judíos de Mérida. Al pronunciar su nombre, el notario del Santo Oficio anotaba la identificación del acusado y el Inquisidor ordenaba a los familiares del Santo Oficio o policía al servicio de la Inquisición de la ciudad, que procediesen inmediatamente a su detención. 

Detenido nuestro jurista y puesto inicialmente en las cárceles reales de Mérida, a los pocos días se le trasladaría a Llerena para ser encarcelado en las cárceles secretas del Santo Oficio. Una vez allí y cuando la Inquisición lo considerase oportuno, se comenzaría el juicio contra el denunciado por su presunta implicación como apóstol y discípulo de la ley herética judaica. 

La Inquisición tendría todo su arsenal de preguntas preparado y su equipo presto y dispuesto para iniciar la sumaria contra Alonso Rodríguez y sus implicaciones en ritos y ceremonias sefardíes. Pero dejemos que sea el propio documento el que no lleve y nos enseñe, que fue lo que ocurrió en ese juicio contra este ciudadano emeritense cuyo único pecado cometido fue pensar de forma diferente. 

Alonso Rodríguez 

“Bachiller, jurista, vecino y natural de la ciudad de Mérida, de 48 años de edad, de generación de judíos, fue preso la primera vez por abril del año 1571 con información de cuatro testigos, los cuales dicen, haber tenido trato y comunicación con él reo. Le acusan de haber sido “dogmatista” de la dicha ley de los judíos y haber hecho con ellos obras y ceremonias de la dicha ley. Estuvo negativo, hizo defensas que no le relevaron, se le dio tormento sobre lo testificado con ocho vueltas de cordel en los brazos, cesando la diligencia porque no quería hablar ni responder y se había como muerto en él potro. Otro día se continuó con el tormento y echado en el potro, se le apretaron tres garrotes en las espinillas y se volvió hacer como el muerto no queriendo hablar ni responder como si no sintiera el tormento. Fue votado en consulta a que saliese al auto, abjurase de vehementi y desterrado de la villa de Llerena y ciudad de Mérida por seis años, y que fuese suspendido del oficio de abogado por seis meses, siendo ejecutada esta sentencia en el auto que se celebró el 14 de junio del año pasado de 1573. 

Después de esto fue preso por segunda vez por marzo de 1575 con información que le sobrevino de cuatro testigos, tres de ellos de haber tenido trato y comunicación con dicho reo de los mismos delitos. Estuvo negativo, hizo defensas que no pareció relevarle, y siendo vista la causa en consulta fue votado a que fuese relajado (quemado en la hoguera), pero que antes se le diese tormento in capud alienum, y visto por Vuestra Señoría mandó, que se le diese el tormento. Se comenzó la diligencia y habiéndosele dado una vuelta de cordel en los brazos no quiso hablar ni responder como si no lo sintiera, aunque se le dieron y apretaron otras dos vueltas más para despertarle, siempre estuvo como amortecido. 

Vista la causa en consulta, se votó a que salga al auto con sambenito sin aspas (como otras veces se hace con los que están mal testificados), donde abjure de vehementi, sirva en las galeras de su Majestad al remo y sin sueldo por seis años, sea suspendido del oficio de abogado por diez años y desterrado de todo el distrito de la Inquisición perpetuamente y en seiscientos ducados para gastos del Santo Oficio.”[1]

Tremendo los sufrimientos físicos y sicológicos que el abogado emeritense Alonso Rodríguez tuvo que sufrir a manos de la Inquisición de Llerena, como terrible sería los acontecimientos que tendría que vivir a posteriori como galeote en las galeras reales de Felipe II. Este monarca, al igual que otros reyes españoles, permutaban la pena en la hoguera por castigo en las galeras reales, cuando tenía la necesidad de remeros o forzudos para sus flotas. 


La condena a galeras era un penoso y terrible castigo. Esta represión se ejecutaba dentro del barco, lugar al que el reo era condenado a remar durante todo el tiempo de la pena impuesta. Era una pena desconocida para la Inquisición medieval, concebida para el nuevo Tribunal por el propio rey Fernando, que de ese modo halló una fuente de mano de obra barata, sin tener que recurrir a la esclavitud. Este castigo era quizás el más temido aparte de la hoguera, de todos los que imponía la Inquisición española. 

La condena a galeras comenzó a aplicarse con cierta frecuencia a partir de mediados del siglo XVI, para cubrir la creciente demanda de los buques reales. Las galeras constituían una forma económica de pena: la Inquisición se veía libre del deber de mantener a los penitentes en sus prisiones y el estado ahorraba en igual cantidad el gasto que suponía contratar remeros. 

El Tribunal de Llerena sentencia con esta pena a cientos de ciudadanos de su jurisdicción. Los reos que iban a galeras se les llamaban galeotes. Había remeros mercenarios, pero la profesión era poco apetecible y para llenar los huecos se recurría a los remeros forzosos y sin sueldo. Casi siempre reos condenados de la Inquisición o de la justicia civil. 

Una vez llegados a las galeras, los galeotes eran encadenados a sus bancos. En los mismos remaban, comían, dormían y hacían sus necesidades, ya que ni para eso se les desligaban de sus bancos. Dormían como podían, recostados en sus asientos, completamente a la intemperie, tanto en el invierno como en el verano. Comían poca carne, pan sin levadura, dos platos de habas al día y dos litros de agua, y cada quince días el barbero les rapaba el cabello y la barba. No es extraño que el ambiente por la falta de higiene de los reos en la galera fuese insoportable para los oficiales. Los mismos tenían un perfumista que rociaba continuamente el aire con aromas de esencias, pero era prácticamente imposible eliminar el hedor. 

La vida de los reos en las galeras era una de las más duras que jamás ha existido. No tenían derecho a ser respetados, y en cierta manera, se les consideraba esclavos de la corona. Ya desde la llegada a las galeras, estos tenían que soportar todo tipo de vejaciones y maltratos por parte de sus vigilantes y otros mandos completamente corruptos, que intentaban aprovecharse de la desgracia de los reos traficando con su comida, vestidos y su dinero.



La dureza en que trabajaban era tormentosa. La baja borda de la galera facilitaba la constante circulación de agua por la cubierta, por cuyo motivo los condenados tenían los pies completamente inundados. La humedad, el frío, el sol, la sal, la mala alimentación, las torturas, iban mermando la vida de los remeros, los cuales sobrevivían una media de dos años. Los fallecidos eran lanzados por la borda para evitar la peste en las galeras. 

Como nuestro anterior protagonista fueron varias las personas de Mérida que fueron como galeotes a bordo de estas cárceles flotantes donde reinaba la violencia. Fortísima tortura física y mental que sufrirían en sus carnes éstos condenados. Existía a bordo una forma de apaleamiento muy cruel para los reos que necesitaba la orden de un capitán o del mayor, todo un ritual con su verdugo y sus espectadores. Así era como se practicaba este salvaje martirio. 

Se hace despojar desnudo de la cintura para arriba al desdichado que debe recibirlo, le hacen poner el vientre sobre la crujía de la galera con las piernas colgando en su banco, y sus brazos en el banco opuesto. Le hacen sujetar las piernas por dos forzados, los brazos por otros dos y la espalda en alto al descubierto, el verdugo está detrás de él y golpea con una cuerda al forzudo, a veces los forzudos eran otros condenados, moriscos, judaizantes y bígamos, para animarlos a golpear con todas sus fuerzas con una gruesa cuerda la espalda del pobre reo. Este forzudo está también desnudo y sin camisa, y como sabe que no habría miramiento para él si tuviera o sintiera piedad por el pobre desdichado al que se castiga con tanta crueldad, aplica sus golpes con todas sus fuerzas, de manera que cada porrazo que da hace una contusión que se hincha como un pulgar. Rara vez, los que son condenados a sufrir tal suplicio, pueden soportar de diez a doce golpes sin perder la voz y el movimiento. Eso no impide que se siga golpeando este pobre cuerpo sin que grite ni se mueva, hasta el número de golpes a los que está condenado por el mayor. Veinte o treinta golpes no son más que por las menudencias, pero a veces se daban cincuenta y hasta ochenta golpes no reponiéndose el reo del castigo recibido. Inmediatamente el barbero o frater de la galera, va a frotarle la espalda con un vinagre fuerte y sal para hacer recuperar la sensibilidad al cuerpo del desdichado, sobre todo para impedir que la gangrena se produzca. Así era este apaleamiento en las galeras descrito por Jean Martelhe en su memorial de un galeote. 

A mediados del siglo XVIII, el Santo Oficio al igual que el Estado dejan de usar la pena de galera. 

No fue este reo el único abogado condenado por la Inquisición de Llerena por las mismas circunstancias que nuestro anterior personaje, otro jurista natural y vecino de Mérida, fue el licenciado Juan de Granada, a quién el Santo Oficio le abrirá proceso y condena por las mismas razones que su anterior colega de oficio, saliendo ambos en el mismo auto de fe. y en las mismas fechas en que fue condenado en su segunda detención Alonso Rodríguez. 






Juan de Granada. 

“Licenciado jurista, vecino y natural de la ciudad de Mérida, de generación de judíos, fue preso por el mes de junio de 1573, declarando ser de edad de 49 años. Le testificaron cuatro testigos de trato y comunicación de que guardaba la ley de Moisés, estuvo negativo, se le dio tormento sobre lo testificado habiéndosele dado seis vueltas de cordel a los brazos comenzando a confesar. Durante el tormento como fuera del mismo, dijo haber guardado aquella ley y sus ceremonias con intención y creencia de salvarse y enriquecerse en ella, declarando tiempo lugar y personas; después de lo cual y al cabo de nueve o diez meses, revocó sus confesiones y dijo haberlas hecho por temor del tormento. Se le dieron en publicación otros dos testigos que le sobrevinieron y le testificaron de los mismos delitos. El fiscal le acusó de la revocación y le acusa de que debe de ser relajado por hereje judaizante negativo revocante, con confiscación de bienes y que se le diese tormento in capud alienum. Visto el proceso por Vuestra Señoría mandó que en la causa se hiciese justicia, y estando en la cámara del tormento y antes de que se desnudase, asentó en sus confesiones y refirió de memoria lo que tenía confesado. Dijo haber revocado por haberle engañado el diablo, en lo cual se ratificó fuera del tormento, y visto en consulta se votó a que saliese al auto y fuese admitido a reconciliación, con hábito y cárcel perpetua irremisible y le fuesen confiscados sus bienes.”[2]

Como venimos observando, la confiscación de bienes es muy común y así lo será en casi todos los reos que fueron condenados por seguir la ley de Moisés, los seguidores del Corán, bígamos, brujas y otros herejes. Las haciendas de los judaizantes eran muy apetitosas para la Inquisición, ya que éstos solían tener por su buena posición social, varias casas, tierras y otros bienes interesantes para las arcas del Fisco Real y del Santo Oficio. 

Saquen sus propias conclusiones

[1] AHN, Inq, leg, 1988, exp, 12

[2] Ibid. 




martes, 26 de febrero de 2019

SOR MARÍA DEL CRISTO LA MONJA SATÁNICA DE BELVÍS DE MONROY





Hay personas que conscientemente y con toda advertencia, pactan con el diablo y le entregan el alma con tal de conseguir algo en esta vida. La idea de un pacto formal con el demonio aparece por primera vez en el siglo V en los escritos de San Jerónimo. Este padre de la Iglesia cuenta, como un joven para obtener los favores de una bella mujer fue a un mago, el cual le impone como pago por sus servicios, el renunciar a Cristo con un escrito. Tenemos en el siglo VI, una segunda aparición de este tipo de pacto en la leyenda de Teófilo, quien accede a ser un servidor del diablo y firma un pacto formal. Esta leyenda se extendió por Europa en la Edad Media.


¿Quiénes eran las personas que realmente hacían pacto con el diablo? De entrada, muchos pensarán, que los únicos sujetos que pueden hacer bajo rubrica escrita una alianza con el príncipe de las tinieblas, serían todos aquellos que abrazan o se consideran apóstoles del ángel caído. En primer lugar, estarían las brujas, algunas hechiceras y casi siempre, personas del mundo civil con un nivel cultural bajísimo y que creerían en estos satánicos movimientos.


Los documentos inquisitoriales nos hablan de personas cultas, de un nivel económico alto y lo más llamativo, hombres y mujeres entregados a una vida religiosa. ¿Por qué una monja, un sacerdote o un fraile son capaces de pactar con el demonio? La respuesta es factible si nos atenemos a los textos bíblicos judeocristianos; Dios y el diablo forman parte del mismo cuerpo religioso desde hace dos mil años.


El documento que presento a continuación, es la historia real de una monja extremeña, natural de Serradilla (Cáceres), que llegó a pactar con Satanás escribiendo una estipulación y componenda. Utilizó como tinta para escribir su cedula, su propia sangre. Una historia, que si la saboreas con la magia del momento en que sucedieron los hechos, no te dejará desabrido ni displicente ante el orco del infierno.


El laberinto terrenal que se nos manifiesta en este trabajo, tiene sus tensiones, sus miedos, sus inconvenientes, ¿te atreverás a cruzarlo? Pasad, ya que la curiosidad y la indagación histórica en determinados espacios, suele ser una de las mayores aliadas del conocimiento.


Este fue el proceso de Sor María del Cristo, una religiosa franciscana que profesaba en el convento de Belvís de Monroy (Cáceres), y que mostró dentro del cenobio su enérgico desprecio a la cruz y su empatía y sintonía con la bestia del averno marcada con el 666.


Proceso de Sor María del Cristo


“Sor María del Cristo, religiosa profesa de velo blanco en el convento de S. Juan de la Penitencia de mojas Clarisa de la villa de Belvis de Monroy, fue condenada por delitos de pactos diabólicos, falsa creencia y abuso del sacramento de la penitencia y eucaristía, así como sacrilegios y ultrajes hechos al Santísimo Sacramento.


Fue delatada esta monja el 3 de enero de 1807 por Rafaela de la Santísima Trinidad, religiosa profesa en el mismo convento que la mencionada Sor María del Cristo, y que lo hacía, por desahogo de su conciencia o por providencia divina, le había comunicado haber hecho pacto con el diablo entregándole su alma y cuerpo con papel firmado de su propia sangre. Comentaba, que le había adorado como a un Dios y que había pecado con él carnalmente y qué habiendo comulgado, había echado la sagrada ostia en la lumbre. Que había negado o dudado el misterio de la pureza de María Santísima y del sacramento de la penitencia y que había salido de la clausura por arte del diablo.


Cuenta la monja que la delata, que cuando quería lograr su torpe comercio con el demonio le invocaba, y al verle le hacía postraciones protestando en su interior y en su corazón, y que para ella no había más Dios que Satanás. Que había pecado con él muchas veces y que esto sucedía comúnmente en los días más festivos y lugares más sagrados, ignorando si para ello tomaba figura de joven gallardo, mozo del campo, figura de religioso o si era engaño de su fantasía. También le había oído la testigo, que el diablo la había hostigado para que no creyese que había sacramento en las sagradas formas, negare el misterio de la Purísima Concepción y le diese adoración al diablo. Que, por arte del demonio, había salido cinco o seis veces de la clausura sin poner mano ni pie en el muro ni puerta, y que varias veces había parido yendo a las habitaciones extra-claustrales donde moran los comensales del monasterio, y otras, a la villa de Valverde de la Vera para lograr sus carnales intentos con personas de su pasión que allí habitaban.


Se la preguntó además, si sabía que la reo había proferido o hecho alguna palabra o acción supersticiosa, contestando la testigo, que faltando un día las tocas de la reo en su cuarto refirió, que el demonio para vengarse de su persona se las había quitado y se las había llevado a un sitio que dentro de clausura llamaban el monte, en el cual estaba la reo, y que desde allí mandó al demonio que se las devolviese, y según dijo la delatora, las encontró junto a una ventana de la casa de labor. En otra ocasión, queriendo la monja lujuriar con un sujeto conocido, sin saber cómo ni cuándo, se encontró con él en su celda, y que todo esto se lo contaba con lágrimas en los ojos.


Comentaba la declarante, que lo hechos solo lo sabe ella y nadie más del convento, porque las monjas, aunque la veían como macilenta, triste, llorosa, desganada de comer y desvelada, no atribuían esto sino a que estaba padeciendo de escrúpulos, o a que estuviese arrepentida de ser religiosa. Llegó a tanto el candor de ellas, que aunque tenían en su compañía algunas viudas, y por esto experimentadas, ninguna formulo ni vio la menor sospecha de los ahogos que la aproximaron a una horrible infamia, nacido de no haber podido continuar sus excesos carnales con uno que siendo pastor se convirtió en lobo rapaz, siendo mudado del pueblo a causa de haber cumplido los años de su ministerio y obediencia: que encontrándose la reo en esta disposición y casi sin aliento para desahogar su conciencia, quiso el Señor darla valor para comunicar sus excesos sacrílegos y carnales al informante, a su padre vicario, a la delatora y algunos de los carnales a su prelado; pero que esto duró muy poco, porque sin saber cómo ni porque, la prohibió su prelado que se dirigiese o escribiere sus consultas a quién no fuese religioso de su orden, extendiendo esta orden a todas las demás religiosas; lo cual, se atribuía con sobrado fundamento, que el cómplice había revuelto este cisma temiendo ser descubierto.





Declaración de Sor María del Cristo.


Siete días después de la delación, el 7 de febrero de 1807, recurrió la detenida al tribunal pidiéndole una comisión para declarar espontáneamente como lo hizo, diciendo llamarse: Sor María del Cristo, religiosa profesa en el citado monasterio de S. Juan de la Penitencia de la villa de Belvis de Monroy y de 23 años de edad. Qué en la vigilia de navidad de 1804, como a eso de las 11 de la noche antes de tocar a Maitines, deseando lujuriar con cierta persona y no pudiendo lograrlo por medios humanos, invocó al demonio y se le apareció en forma de un gallardo joven, distinto del objeto de sus deseos, quién la dijo, que siempre que le entregare su alma para siempre, cumpliría perfectamente sus lascivos deseos. Que era necesario escribiere una cédula con su propia sangre; lo que ejecutó sacándola con la pluma que el demonio presentó del exterior de la muñeca de la mano derecha, a lo que él la ayudó con su propia mano. Que la aparición la advirtió al punto, que le invocó transportada en sus obscenidades, cerrados sus ojos, estando en el dormitorio con luz artificial y asistencias de otras religiosas enfermas, las cuales, a su parecer, aunque estaban despiertas, ni vieron tal joven, ni oyeron la conversación reciproca que tuvieron.


Se le preguntó si lo llegó a ver ella misma con sus ojos corporales respondiendo, que aunque al principio estaba como adormecida, luego que sintió aquella compañía, abrió los ojos y le vio, se llevó la cedula que le hizo, desapareciendo sin saber ella por donde se fue. Que las palabras formales de dicha cedula son estas.


“Yo, Sor María del Cristo, te prometo mi alma para siempre si me proporcionas pecar con N. persona de diverso sexo”, con quién antes había consumado sus lascivos deseos naturalmente, en cuya figura se le apareció después de varias veces. Qué resistiéndose a volver a pecar por conocer que aunque venía en dicha figura no podía ser sino el demonio, la manifestaba la cédula como queriéndola obligar al comercio torpe con él, lo cual, consintió innumerables veces, aunque algunas las resistió, cuales fueron aquellas en que la quería obligar con la criatura.



Que no advirtió de donde salió la sangre con que hizo la criatura, por no haber quedado en la mano señal alguna, ni aun en el pañuelo con que se ató aquella noche la mano. Que jamás le facilitó el demonio pecar real y verdaderamente con aquella persona que deseaba, aunque se lo rogó más de veinte veces, ni jamás salió de clausura por virtud de él. Que nunca utilizó para sus lascivias de cosa alguna sagrada, ni de palabras o acciones para invocarle para ayuda de sus torpes intentos: pero habiéndola hecho el comisario varias preguntas (que no expresa), dice éste, que al declarar al llegar aquí dijo, ser falso todo lo que llevaba expuesto acerca de la escritura, aunque se ratificó en lo verbal del pacto. Continua pues la declaración espontánea diciendo, que en el mismo acto de su lujuria la rogaba el demonio con palabras, que le tuviere y adorase por Dios, a lo que ella correspondió siempre diciéndole, que no tenía otro Dios que él, y adorándole después del acto hincando ambas rodillas, de cuyo error desistía y abjuraba luego que desaparecía, pues ni entonces ni ahora creía que tuviese algo de divino.


Que no advirtió que dejase mal olor en su desaparición ni que el cuerpo que tomaba fuese demasiado frío ni caliente; y cuando se llegaba a ella siempre la decía, que se quitase corona o cruz que traía al cuello, y en efecto si no se lo quitaba no se acercaba a ella; lo cual le hacía creer firmemente el poco poder de aquel espíritu infernal.


Se le preguntó, si había lanzado la hostia consagrada al fuego, contestando, ser cierto haberla arrojado en el fuego de la cocina y brasero que suele haber en el entorno, lo cual cree que fueron más de cien veces las que lanzó dicha hostia, siendo la primera vez el día del Corpus de 1805 y la última el día de la Purificación de 1807; que además una vez la arrojó en el albañal por donde pasan las inmundicias de la cocina, otra en el estercolero donde se tira la basura, otra en el aljibe del claustro y otra en el pozo del noviciado. Que unas veces la llevaba en la mano y otras en un pañuelo blanco, y que una vez que se encontraba sola y antes de arrojarla en el fuego de la cocina, la punzó varias veces en un leño con una navaja, afín de experimentar si estaba allí o no el cuerpo y sangre de Cristo. Que las más veces fue sugerida por el demonio en forma visible, a que lo hiciere y no creyese que estaba allí J.C. dando perfecto crédito y más cuando observó, que ni salía sangre ni cosa alguna sobrenatural. Qué de diecinueve a veinte veces, le salió al encuentro el demonio cuando llevaba la forma para arrojarla al fuego, tuvo copula carnal con él unas veces en el ante coro y otras en el dormitorio.


Reconvenida en este acto se le preguntó, ¿cómo había el demonio osar llegar a ella teniendo en la mano la sagrada forma cuando acababa de declarar que nunca quiso ni pudo llegar a ella sino quitaba la corona o cruz que llevaba al cuello?, respondió, que no comprendía como pudiese ser eso, pero que creía que se acercaba a ella por el hecho de haber hurtado la hostia y hacer con ella el fin pretendido. Que una vez se confricó sus partes pudendas con los corporales que están en la cratícula del comulgatorio, pero que jamás pensó ni hizo brebaje alguno con la sagrada forma.


Que no hacía burla de sus hermanas cuando comulgaban, pero las tenía por engañadas en lo que veneraban y recibían, y aunque tal vez tuviese al tiempo de comulgar las otras delectaciones venéreas, fueron solo llevadas de la flaqueza y corrupción en que toda ella estaba convertida; más no en desprecio del sacramento ni burla de lo que hacían sus hermanas, de quién tampoco se burlaba cuando hacían sus genuflexiones al sacramento, ni ellas las dirigía al diablo cuando las hacía ni las hacía por desprecio.


Preguntada si se trató alguna vez el pacto con el demonio, si después lo revocó, con que palabras lo hizo, si hubo adoraciones y cuál fue la última vez que comerció con Satanás. Dijo: que estimulada de su conciencia la pesó algunas veces en su interior el trato hecho, y que acaso por esto mismo quiso el demonio se le renovase, como lo verificó en uno de los días de Concepción, o Purificación de Nuestra Señora, diciendo:


“A ti dueño mío te entrego mí alma para siempre, que no tengo más Dios que a ti.” A cuyas palabras acompañó el hincarse de rodillas, y después se siguió un acto carnal consumado. Que desde dichos días continuó en comercio torpe con el diablo todas las noches y, algunas veces, por el día hasta el 24 de febrero de 1807 inclusive, que fue el último. Y que desde ese día hasta el presente de esta declaración que fue el 26 de marzo, todos los demás días se le había aparecido diciéndola: no confesaras dichos errores acerca de los sacramentos porque se había de ver abandonada de todos.


Por último, concluyó su declaración, pidiendo humildemente al Santo Oficio no se escandalizare de sus enormes delitos, y que mirase por el honor el santo hábito que indignamente vestía y que no mirase por el suyo, sino que le impusiere las penitencias que gustara, pues siempre serían mucho menos de lo que merecía, y que había de vivir y morir como hija de la Iglesia Católica.


Concluida la anterior declaración, añadió, que el tercer día de navidad del año anterior y el tres de febrero de aquel mismo año de 1807, hurtó las formas que la dieron en la comunión, y aun las conservaba en un libro de la novena del Santo Cristo de los Dolores que tenía guardado en un baúl, las cuales dijo, haber visto en el día anterior a esta declaración transformadas en un niño hermoso.


Se recogieron estas formas del paraje en que se encontraban, y las sumió el notario al día siguiente purificando el libro. Se ratificó Sor María del Cristo sin variación alguna. El comisario informó de ella que había tratado en gran manera de ocultar sus descaminados excesos, parte poseída del terror a las penas que fulminaban en sus caprichos, y parte sorprendida de la vergüenza que la causaba su padre vicario Fr. Pedro Muñoz.


Que sus vicios la tenían tan encadenada, que se sentía ahogada entre insufribles amarguras, no la dejaban sus malos y envejecidos hábitos.






A instancia del fiscal se volvió a examinar a la religiosa, y sin estar presente el notario que era su padre vicario y quién la frenaba a contar los excesos carnales que hizo con él, declaró lo siguiente de dicho su confesor.


Que por haber tenido por confesor suyo tanto tiempo al cómplice de sus lascivias, éste no la decía, porque sabía que allí mismo en la confesión hablaban cosas torpes y veía que no las confesaba. Preguntada quienes habían sido los cómplices de sus excesos, respondió: que el cómplice de sus primeros excesos fue su confesor Fr. Bernardo Molina, el cual, al poco tiempo de profesa la solicitó durante la confesión y fuera de ella, y continuó comerciando con él por espacio de cuatro años, no solo en clausura sino fuera y hasta en la misma iglesia una vez, diciendo, “que quedó embarazada de dicho confesor”, dándole éste brebajes y sangrías para ocultar las resultas. Que después de ido éste religioso, al verse privada de sus amores y ardiendo en ellos, fue cuando hizo el pacto. Y que las personas que pueden dar razón de sus excesos eran, Sor Rafaela de la Trinidad a quién ella le había contado todo, la Madre Abadesa, a quién había contado los carnales, embarazos y medios para abortar, al Padre Vicario, con quién consultó alguna vez en la confesión e inmediatamente después de ella, el comisionado actual con quién también consultó algunas cosas en confesión y, el Padre Molina, su cómplice, quién la tenía dicho que no lo hiciese porque la habrían de prender; y finalmente el Padre ex provincial Fr. Juan Ramón González con quién consultó dicho Padre Vicario sin su consentimiento.


El comisionado informó que le parecía haber dicho la verdad. El tribunal a instancia fiscal mandó examinar los contestes dados en la declaración anterior, siendo el primer testigo la Madre Abadesa.


Declaración de la Madre Abadesa.
Mujer de 51 años de edad, quién dijo: que sabía por boca de la misma detenida, la solicitación ad turbia de su confesor el Padre Molina, su comercio torpe, intra y extra clausura, y que el resultado fue quedar embarazada dos veces, en una de los cuales, había procurado abortar y en efecto abortó un feto animado, que procuró bautizar y enterró en una huerta o monte, habiéndose sangrado primeramente a instancia del Padre Molina y tomado una bebida a instancia del mismo.


Declaración de Fr. Ramón González.

Ex Provincial citado por la reo, de edad de 60 años, quién dijo: que había sido consultado varias veces por el Padre Fr. Pedro Muñoz vicario del convento de la reo, que en la primera se le consultó sobre la obligación de informar de una religiosa de aquel convento que había hecho pacto expreso con el diablo, tenido trato con él como incubo, adorándole como a su Dios único, ultrajando la sagrada eucaristía que había quemado una vez y, haber negado la virginidad de Nuestra Santa Virgen junto a otras particulares que ya no tenía presente.


Declaración del cura de Belvis.


En este estado se pidió información al cura de Belvis comisionado de esta causa, contando lo siguiente:


Qué en la víspera de la natividad de Nuestra Señora del año anterior de 1807, había entrado el ya mencionado Fr. Bernardo Molina en el convento después de anochecido por uno de los muros de dicho recinto en donde permaneció oculto por espacio de tres días, según se lo dijo al fin de ellos la monja; con cuya noticia y por las de entonces, las dio el Padre Iglesias confesor del convento de Cantillana. Registró dicho prelado su convento con la Madre Abadesa y nada encontró, por lo que habiendo reconvenido a la detenida respondió, que se había fugado instándola a que saliese con él fuera de clausura. Que pasados algunos meses llegó a formar juicio la prelada de que aquella estaba embarazada y, registrándola, la encontró muy fajada y con algunos entumecimientos en el vientre, por lo que la preguntó por lo acaecido en principio de septiembre, y aunque al principio negó que dicho religioso hubiese llegado a su cuerpo, luego confesó que estaba embarazada. Volviéndole a preguntar por tercera vez por lo mismo, negó la copula y el embarazo, pero no la entrada del religioso. Que era sabedora de todo esto la monja Sor Rafaela de la Santísima Trinidad como también la monja vicaria a quién la convicta se lo había contado. El mismo comisionado añadió a todo lo referido, que a pocos meses después de la entrada del Padre Molina al convento, le escribió la religiosa por mano de su vicario o confesor, el Padre Fr. Francisco Iglesias, pidiéndole consuelo y consejo porque se encontraba muy despreciada y perseguida de las monjas, atribuido a los excesos anteriores. Por todo lo cual, dicho confesor le dijo, que se confesase y contase la verdad de la entrada del Fr. Bernardo Molina en su convento, contestando la sor, que lo había escondido en una pieza del noviciado y un caramanchón donde le llevaba de comer; que le pidió un breviario y no se lo llevo, y que el religioso le llevo ropa de seglar para sacarla disfrazada y no quiso asentir a ello. Que no habían tenido deshonestidades, pero conociendo el confesor su forma de mentir le dijo, que dijese la verdad o no la absolvería, diciendo la monja, que estaba embarazada de tres meses por haberla faltado otros tantos la menstruación. El informante la exhortó a que no abortase, y que para el sigilo se lo avisase a la prelada. Que abortó en el mes de abril de este año, teniendo el feto ocho meses, lo bautizó y arrojó en el pozo del monte rebujado en un paño blanco. Que al cabo de algún tiempo se asomó y viendo el paño lo sacó, pero sin el feto. Que para que no conociesen su purgación, quemó la camisa con que abortó, lo cual consiguió con solo apretarse apretadísimamente, “y es que la ceguedad del entendimiento es una de las hijas de la lascivia”.






Declaración de la religiosa ante la Inquisición


Fue presa en cárceles secretas y al día siguiente se le tomó declaración en la Inquisición de Llerena contestando la convicta lo siguiente.

Dijo llamarse María Martín, natural de Serradilla, Obispado de Plasencia, de estado religiosa en el convento de Franciscas de Santa Clara de la villa de Belvis de Monroy, de 24 años de edad, hija, nieta, sobrina y hermana de los que expresa en que nada hay que advertir, todos cristianos viejos y limpios de sangre. Que era cristiana y como tal había oído misa siempre aun en los días de trabajo, y lo mismo había confesado y comulgado habiéndolo hecho la última vez el sábado antes de su salida del convento con el Padre Vicario Fr. Alonso de Valverde. Que sabe leer y escribir y respondió bien a las preguntas que se la hicieron de doctrina cristiana.


Preguntada por la causa de su prisión dijo: que presumía fuese las velaciones que había hecho contra sí misma, en particulares, tocantes a la fe por medio del cura de Belvis, lo cual le parecía, haberlo verificado la primera vez haría unos tres años; y que también le parecía haber sido causa el haber sido delatada por sor Rafaela a quién confió sus interioridades. Respondió, que por descargo de su conciencia, las cosas que había contado antes no eran verdad sino ilusión e imaginación de la declarante, creyendo que aquello que pensaba sobre estos puntos era real y efectivo, que una vez que su cabeza estuvo mejor, conoció no ser así, sino imaginario y en particular, lo que tenía dicho sobre el pacto con el diablo, lo cual conocía que fue efecto de una vehemente tentación y deseo de renovar su trato con la persona que tenía manifestada, y por lo mismo, las adoraciones que tenía dicho haberle dado, porque aunque las manifestó, fue solo porque la preguntaban sobre ello, y así se lo proponía su imaginación en aquel acto. Que no era cierto lo de la corona y la cruz ante el diablo, que era fruto de su imaginación y de ver la figura de su cómplice como la del mismo Satanás. Que dicho cómplice le decía, que no podía absolverla de lo que pasaba entre los dos, absolviéndola a su parecer siempre que con él confesaba. Que tampoco era cierto que arrojase las formas al fuego de la cocina, brasero, estercolero, pozo, o regadera, y que no obstante el comisionado la mandó trajese las formas que tenía guardadas en el libro novenario del Santo Cristo de los Dolores, tomando dos sin consagrar y poniéndolas en dicho libro se las entregó.


En vista de todo lo referido, el Inquisidor D. Pedro María de la Cantilla dijo por auto de 10 de este mes, que fuese votada en atención a su retractación, se le dé una audiencia donde vuelva a retractarse de los hechos cometidos y pueda volver a su convento, y que sea reprendida y apercibida de tan regular procedimiento.”[1]


Queridos lectores, saquen sus propias conclusiones, ya que con diablo o sin él, cuando la naturaleza corporal hace acto de presencia en cualquier espacio de la vida del ser humano, aunque este navegue sobre una nao en forma de cruz, la libido, ese elemento genético tan necesario para la vida del hombre, abandonará el lábaro que la sostenía y se aferrará al alivio y consuelo nativo y consustancial de los cánones naturales que siempre han formado parte de las entrañas del ser humano.



[1] AHN. Inquisición. legajo 3734. N 49.

domingo, 24 de febrero de 2019



La Clériga de Zafra (Badajoz)


La renuncia a los bienes materiales y a otras mundanas satisfacciones que impone la vida religiosa para quienes se consagran al cuidado de las almas, a veces no resulta fácil de sobre llevar, y determinados individuos no llegan a asumir de buen grado las frustraciones de la vida clerical.


Pero si en nuestros días es relativamente sencillo rectificar una errónea vocación de entregar la propia existencia al servicio de Dios, en el periodo dentro del cual se movía nuestro personaje, la vida de sacerdote no solía ser algo por lo que la persona optase libremente, sino que venía impuesta al hilo de los diferentes avatares del destino, y sobre todo, por constituirse en una salida honrosa para todos aquellos que no encontraban otros arbitrios con que ganarse el sustento.



Una vez puesto el hábito se hacía voto de obediencia, pobreza, y castidad, pero nuestro personaje de esta real historia, no soportaba el peso y el sacrificio inaudito del voto de castidad. Sus instintos naturales no los podía reprimir y estos manifestaban su libertad de movimiento rompiendo diferentes prejuicios mentales.



La naturaleza imponía su razón, y a partir de ahí, sálvese quien pueda. La inquisición de Llerena, ante las denuncias de los “perfectos” cristianos personajes de la calle, ponía su maquinaria en marcha. Comenzaba la persecución de “la Iglesia santa contra la Iglesia hereje”.



El personaje que nos ocupa es un sacerdote llamado Juan Díaz Donoso, este miembro de la Iglesia ejercía su ministerio en la villa de Zafra, y el único pecado que cometió este sacerdote fue, el haber nacido hermafrodita. Los hechos suceden en 1634, cuando un miembro de la Inquisición de Llerena, llamado Juan Vallejo, escribe una carta al obispo de Badajoz contándole los acontecimientos. Este documento se encuentra en el Archivo Histórico Nacional en la Sección de Inquisición, legajo 4570 caja 3. La lectura completa del manuscrito me permitió pensar y soñar en la posibilidad de escribir este artículo, pues como se verá a lo largo de sus páginas, el sumario presentaba los ingredientes suficientes en cantidad y en calidad para animar tal propósito.


Tengo que confesar, qué este personaje me cautivó, por su forma tan real de vivir su intimidad en tiempos de persecuciones por actos de sodomía, cuyo final en la mayoría de los casos solía ser la condena a galeras o a la hoguera. Juan Díaz Donoso sabía lo que se jugaba, pero su sentir natural estaba por encima de imposiciones obligadas que solo conducían a vivir amargamente su vida de ser humano. Decía lo que pensaba y vivía como sentía, pero algunos seguidores de Barrabas no iban a dejarle tranquilo. Esta es la historia de un clérigo extremeño al que la villa donde ejercía su ministerio sacerdotal, lo conocía y lo nombraban bajo el apelativo de, “La Clériga de Zafra”.


Llerena 3 de agosto de 1634. De un caso muy particular y extraordinario, que necesita de remedio. Doy cuenta a V. A. y es, que en la villa de Zafra hay un clérigo que se llama Juan Díaz Donoso el cual es hermafrodita.


Se sabe de muy cierto, que por dos veces a estado amancebado con dos hombres, habiendo solicitado a uno de ellos el casarse con este, diciendo, que dejaría los hábitos por ser mujer. Se dio cuenta de este caso al tribunal hace más de un año, teniendo el comisario detenido a un cómplice en casa de un familiar del Santo Oficio de Zafra y dando las quejas al tribunal.


Este comisario buscaba se examinase tal delito y le respondieron, que lo soltase porque no tocaba al Santo Oficio calificar este acontecimiento.


Recorriendo yo los cuadernos de comisión encontré este caso, y extrañando este decreto, hice los apuntamientos en derecho (que van con esta) mostrándolos a mis colegas para calificar. De ningún modo han querido tratar de ello, porque existe decreto del tribunal al respecto y no quieren alterar el mismo. Yo volví a escribir al comisario pidiendo me avisase de cómo estaba transcurriendo la vida de este clérigo, respondiendo, que el caso es particular.


Yo hallo que el caso en derecho debe de ser tratado por el santo oficio de Llerena, tanto más cuando el caso lo conocen muchas personas. Estas cuentan que hay gran escándalo en la villa de Zafra y que la gente del pueblo le llama la clériga.

Suplico a V. A. mande se vea mi parecer y el del padre Fonseca, para bien de su Iglesia y remedio a la profanación de los sacramentos. Llerena 3 de agosto de 1634. [1]

Con esta carta, comienza el seguimiento de Juan Díaz Donoso. La Iglesia comenzaba su investigación particular. El miembro del tribunal Juan Vallejo, esperaba respuesta a su carta, ésta llego y en la misma se contaba lo siguiente:

En la ciudad de Badajoz, a diecisiete días del mes de febrero de 1635 años, yo el licenciado D. Felipe de la Plaza, deán en la santa iglesia catedral de esta ciudad, provisor oficial y vicario general en esta y en todo su obispado sede vacante digo: que a mi noticia es venido que en la villa de Zafra está un clérigo que se llama Juan Díaz Donoso y el cual es hermafrodita. Siendo como es tal clérigo, este ha tratado con hombres y el de mujer de estos, con gran daño y perjuicio de su conciencia. Creando grandes notas de murmuraciones y escándalo de las personas que lo han sabido, oído, y entendido. Y para que la verdad se sepa y averigüe, mandaba y mando a Francisco Salguero, presbítero y notario apostólico vecino de esta ciudad, que valla a la villa de Zafra y en ella y las demás partes de este obispado, haga averiguación de la certidumbre que tiene o a tenido en este auto, con todo secreto y recato posible examinando para ello, los testigos que fueran necesarios y que supieren, hubieren oído o entendido lo dicho, para que la verdad se sepa y la fama o rumor que de lo contado hay en dicha villa de Zafra se aclare. Para todo ello me dio comisión en forma con facultad de excomulgar y absolver a los testigos que pudieren decir en esta causa y fueren rebeldes en ella. Y así lo proveyó, mando y firmo y que este auto sirva de mandamiento en forma. Don Felipe de La Plaza ante mí el notario Francisco Salguero.



Comienza por parte de la iglesia la búsqueda de testigos que puedan demostrar, que Juan Díaz Donoso es hermafrodita. Los citados, serán personas que conocen a dicho clérigo y la pregunta más repetida por el notario apostólico será, ¿si saben que dicho sacerdote es hermafrodita? Las declaraciones serán mandadas a los inquisidores de Llerena, quienes quedarán estupefactos ante tan sorprendentes testimonios.

Testimonios de los testigos del proceso a la Clériga de Zafra


Primer testigo

En la villa de Zafra a 20 de febrero de 1635.


Para averiguación, de lo contenido en el auto y cabeza de proceso. Yo Francisco Salguero, presbítero notario apostólico en virtud de la dicha comisión, recibí juramento en forma del testigo Esteban García Delgado “El Moco” y lo hizo, por una señal de cruz en que puso su mano derecha, prometió decir verdad y siendo preguntado por el tenor de dicho auto, dijo:

Que lo que sabe acerca de lo contenido con el auto, es que este testigo conoce a Juan Díaz Donoso, el cual sabe, que es hombre que ordinariamente tiene en su casa conversaciones con hombres mozos de todo género. A su casa van personas ricas como pobres, principales y villanos, seglares y clérigos, lo mismo en las noches de verano como en las de invierno, y entre días muchas veces. Sentándose a la puerta, teniendo juegos y en su casa tañen cantan y bailan toda gente moza.

Si bien este testigo ha visto, de un año a esta parte, que ha habido pocas o ninguna visita. Que ha oído decir a gente de la villa de Zafra, que Juan Díaz Donoso tiene ambos sexos de hombre y de mujer, y que estando del estómago enfermo el dicho Juan Díaz, entro una mujer de esta villa de la que no se acuerda su nombre a visitarle. Le preguntó que tenía, contestándole el clérigo, que le dolía el estómago. La mujer con malicia, por haber oído decir que no tenía natura de hombre, le paso la mano en el estómago y le preguntaba: es aquí, respondió Juan Díaz, que más abajo, la mujer con la dicha malicia llego hasta tentarle en sus partes secretas. A la mujer le pareció, según ha oído decir él testigo, que tenía natura de varón y que esto es la verdad de lo que sabe.

Para el juramento lo fechó y lo firmó, que es de edad de treinta años poco más o menos.

Esteban García Delgado ante mí Francisco Salguero.[2]

Segundo testigo


En la villa de Zafra, en el dicho día mes y año. Yo Francisco Salguero recibí juramento en forma de derecho a Don Alonso Delgado, vecino de Zafra, quién Prometió decir la verdad, preguntado este por la causa del proceso dijo:


Que este testigo conoce a Juan Díaz Donoso de vista trato y comunicación, que con él ha tenido muchos años, por haber comido y bebido juntos, y que lo que sabe de lo contenido en dicho auto es, que estando este testigo en su casa hablando con él del clérigo hace unos 8 años, que este testigo le enseñaba el oficio de sedero, preguntándole al testigo si sabía que orden tenia de vivir dicho clérigo, comentó que un día Juan Díaz le comentó, que tenía un bulero de Roma de su Santidad en que dispensaba con él para que tomase el estado que quisiese de hombre o de mujer. Que a este testigo se lo enseñó, y lo tuvo en sus manos, el cual, por no saber latín, no lo entendió. Comentó, que Juan Díaz le persuadió una noche para que se quedase en su casa, porque al día siguiente de madrugada habían de encerrar unos toros que se habían de correr en esta villa. Este testigo a persuasión suya convino aquella noche, dormir en su casa acostado sobre un banco al lado de una ventana, para cuando oyese la venida de los toros avisarle.

Juan Díaz se fue a costar más de las once de la noche, y desde su cuarto el cura llamaba a este testigo para que se levantase del banco y fuese a dormir a su cama, respondiéndole, que bien estaba allí, que desde esa posición oiría la venida de los toros y le llamaría. El sacerdote le volvió a decir y persuadir, para que se fuese a la cama con él, y el testigo no se movió del lugar en el que estuvo hasta por la mañana. El testigo dijo, que no era buena su amistad y nunca más volvió a la casa del clérigo.

Un día yendo a la casa de su hermano, le salió al encuentro Juan Díaz con una espada, y preguntando él testigo que quería, este le dijo, que porqué había dejado su casa y conversación, respondiendo él mozo, que no estaba a cuento tenerla con él, que se fuese con Dios y mirase no le apretase y le dijese alguna cosa que le sentara mal. El cura le respondió, que podía hacer, porque él era mujer. Contestándole el testigo, qué si era mujer que se fuese a hilar y no anduviese alborotando las calles y le pusiese en ocasión de que se perdiese.

Este testigo queriendo a una mujer de la villa, vio como Juan Díaz le ofreció dinero y trigo a la mujer para que dejase a este testigo. El testigo sabe, que el Juan Díaz es clérigo presbítero, porque dicho testigo le ha ayudado muchas veces en misa, y que después decidió no oírle la misa, porque sabe, que algunos de la villa sabiendo sus cosas huyen de él, y que es la verdad para el juramento.

Que tiene fecha y lo firmó y que es de edad de treinta años poco más o menos. Alonso Delgado ante mí Francisco Salguero.[3]

Tercer testigo


En la villa de Zafra en el dicho día mes y año, yo el notario hice comparecer ante mí a Francisco Gómez, vecino de la villa. Del cual recibí juramento y prometió decir la verdad, y siendo preguntado por el tenor de la cabeza del proceso dijo: que conoce a Juan Díaz Donoso de vista trato y comunicación de casi toda su vida, porque ha sido su vecino, y que lo que sabe de él es, que a casa del dicho cura acude mucha gente moza, hombres a conversaciones, tanto de día como de noche y en las siestas de verano. Unos con otros se holgaban, cantaban, bailaban, tañían y tenían otros entretenimientos, y que no sabe otra cosa de lo que se le pregunta, y esto es la verdad para el juramento. No firmó por no saber, siendo de edad de 28 años, esto lo hizo ante mí Francisco Salguero.[4]


Cuarto testigo


En la villa de Zafra, a 19 días del mes de febrero de 1635, yo el notario, recibí juramento de Manuel Carballo vecino de esta villa, quién prometió decir la verdad y siendo preguntado por la cabeza del proceso dijo: que conocía a Juan Díaz porque lo trato y comunicó algunos días. Sabe él testigo que es clérigo presbítero, porque le ha visto decir misa varias veces. Y lo que sabe de dicho sacerdote es, que yendo hace unos cuatro años para su casa, convidaba a este testigo a menudo. Le ofrecía todo lo que tenía en su casa y que una noche, decidió quedarse a dormir en casa de Juan Díaz Donoso, porque este le dijo, que le guardara su casa mientras él iba a escribir unas cartas a unas mujeres que se lo habían pedido.


Al regresar de nuevo el clérigo sé a costo con él testigo en su cama. Después de haber pasado una hora más o menos, Juan Díaz le metió la mano debajo de la cintura y lo echo encima de sí; y que este testigo, que estaba con la malicia, le echó, las manos a sus partes genitales, no consintiéndolo el sacerdote. El testigo le decía, que si eso lo había hecho con otros porque no se lo dejaba hacer a él, contestándole Juan Díaz, que si se lo dejaba hacer, que no se alborotase y volviese a meterse en la cama con él. Y él testigo no quiso antes le dijo, que era un bellaco infame y que le abriese la puerta que se quería marchar.

El presbítero le decía que no se marchara, que le haría otra cama en otro lado de la casa por no abrir la puerta en aquellas horas, no queriendo el testigo. Saliendo a la casa delantera, el testigo le comentaba, que mirase lo que hacía, que el diablo le engañaba y que los sacerdotes no habían de dar tan mal ejemplo.

Respondiendo Juan Díaz, que el testigo era un hombre de bien, un ángel que había entrado en su casa, y que no descubra nada que yo le prometo de aquí en adelante de hacer vida nueva. Después de todo esto, estando en la puerta de la casa Juan Díaz le dijo al testigo, señor Carballo, aunque todos dicen que soy hembra, no lo soy, y le mostró teniendo los calzones blancos puestos, un bulto a modo de genital de varón. Y con esto, el testigo le dio tres o cuatro palos y le dejó, no volviendo a hablar con él.

Cuando Manuel Carballo entra en la iglesia este no quiere oír su misa. Después de esto ha oído decir a unos cuantos, que es mujer y a otros que es varón y hembra, siendo esto público y notorio en la villa de Zafra. Esta es la verdad de su juramento, firmó siendo de edad de 33 años Manuel Carballo ante mí Francisco Salguero.[5]

Quinto testigo

En la villa de Zafra en el dicho día mes y año, yo el notario recibí juramento de Francisco Hernández Navarrete, zapatero vecino de esta villa, el cual, prometió decir la verdad. Siendo preguntado por el tenor del auto del ilustrísimo Deán provisor dijo: que conoce al dicho Juan Díaz, porque ha sido su vecino mucho tiempo, sabe que es clérigo presbítero y que como tal este testigo le ha visto decir misa. De lo que dice el auto, solo sabe que él cura es una persona muy amistosa para con todos, y que este testigo tiene malas sospechas del sacerdote respecto de la amistad, que a los que van a su casa muestra. Y que esto es lo que sabe para el juramento, fechó y lo firmó, siendo de edad de treinta años. Francisco Hernández, ante mí Francisco Salguero.[6]

El notario mete una coletilla en el documento y en la que dice, que todos los testigos concuerdan con la información original.

Todo este trabajo de información dirigido por el notario, se hace a espaldas del “presunto hereje” Juan Díaz Donoso alias “La Clériga”.

Por ese entonces, un mozo portugués que trabajaba de ayudante con un zapatero de zafra, va a descargar su conciencia, contando al comisario de la villa, los hechos ocurridos cierta noche con dicho Juan Díaz en su casa. Lo que cuenta el portugués, es lo siguiente:

Domingo Rodríguez Hidalgo, de oficio zapatero, vecino de dicha villa, de edad de 26 años de edad. El cual, por descargo de su conciencia dice y denuncia, que el lunes pasado estando descansando en la casa que es su morada en la calle de Jerez, a horas de por la mañana, un mozo oficial de zapatero que se llama Juan, portugués de nación, que será de veinte años poco más o menos, estaba hablando en secreto con la mujer de éste declarante, el cual le preguntó al dicho Juan, qué era lo que hablaba en secreto.

Respondió el mozo, que no lo podía decir, y notaba al portugués como espantado, atónito, le volvió a preguntar que dijese que tenía, y si había visto al diablo, respondiendo que no. Comentaba el mozo, que me iba a comentar lo que le pasaba porque si no reventaría, diciendo lo siguiente.

Que el domingo en la noche del día veinte de este mes y año, fue el dicho Juan a casa de Juan Díaz Donoso, presbítero vecino de Zafra y que se estuvo en la lumbre calentándose para irse después a acostar a su posada, la que se encuentra en la misma calle del dicho sacerdote y una casa en medio las divide.

Él clérigo le dijo y le persuadió al dicho portugués, que se quedase sentado en la lumbre y que se quedase a dormir con él aquella noche. Juan lo hizo y se acostaron juntos en una cama y que tuvieron exceso carnal tres veces aquella noche.

Este declarante le dijo, que, si lo había engañado el diablo y si había sido por detrás, respondiendo, que por los Santos Evangelios que el dicho Juan Díaz era mujer. A la mañana siguiente amaneció lloviendo y el dicho presbítero dijo a Juan el Portugués, que también había de llover sobre él, el mozo se puso debajo de él teniendo acceso carnal con el clérigo; y que luego este declarante le dijo a su mujer, que le pusiese una ropa limpia para que el dicho Juan se fuese a confesar, así lo hizo y fue a San Francisco.

El portugués no se confesó porque no había hallado ocasión. Dice asimismo éste declarante, que el dicho Juan le dijo, que pocos días antes que sucediera lo que tiene declarado, le había comentado el clérigo Juan Díaz Donoso, que habían de venir a prender a esta villa a unos portugueses porque habían hecho unas muertes; y que como era el dicho Juan portugués, que si oía en la noche golpes en la puerta de su posada, le dijo el presbítero, que saltase a su corral que allí estaría seguro, pero sobre todo, porque aunque hay una casa en medio, no iban a ir a la casa del cura.

Dice más este declarante, que en la noche que estuvieron juntos él y el clérigo, comentaba este referido, que el clérigo tenía en su casa a un mozo sastre de Badajoz, que con él había tenido las mismas ocasiones y que lo sustentaba.

No le dijo a este declarante que tiempo estuvo en la casa del cura ni como se llama el dicho sastre. Y dice más este declarante, que lo que el dicho Juan portugués le refirió de lo que pasó con dicho clérigo, se lo contó a Benito Pérez, albañil y cuñado de este declarante vecino de Zafra. Lo mismo lo sabe la mujer del tal Benito Pérez como la mujer del declarante, por habérselo contado el dicho Juan. Y que no sabe que otra persona pueda tener noticia del hecho.

Que el dicho Juan trabajaba en la casa del declarante como su ayudante durante 24 días más o menos, y que duerme en la casa de la madre del declarante, que es la casa que está en la calle del dicho clérigo.

El dicho Juan, es natural de junto a Villaviciosa en el reino de Portugal, y no sabe el nombre del lugar más que son como caseríos, que están apartados unos de otros. Que lo que tiene dicho es la verdad y que no lo ha dicho por odio, sino por cumplir con su conciencia, y por la obligación que tiene de obedecer al Santo Oficio, y por haber oído el edicto de la fe.

Se le dijo que guardase secreto bajo censuras, y el declarante lo prometió. No firmó por no saber ante mí el notario.[7]

Mientras tanto, el clérigo de Zafra al que el pueblo llamaba “La Clériga” seguía haciendo su vida normal, ajeno a los acontecimientos que se estaban fraguando muy cerca de su domicilio. La declaración de Domingo Rodríguez es elemental para poner en funcionamiento a la Inquisición de Llerena. Lo declarado es enviado al inquisidor Don Cristóbal Serrano Osorio, quién visitará la villa de Zafra para tomar declaración a Domingo Rodríguez y a su cuñado el albañil en audiencia de la tarde.

Colegiata de Zafra

Las noticias de la clériga de Zafra, empieza a preocupar a los inquisidores de Llerena. Para verificar que la declaración de Domingo Rodríguez es fiable, el Santo Oficio va a mandar hacer una declaración a este joven lusitano. El encargado de llevarla a efecto será Alonso de Jeremías Porras, arcediano de la villa de Feria y comisario de la Inquisición en ella. El tribunal quiere comprobar que lo declarado en la primera declaración, es igual a la declaración de Juan “el portugués”.

Declaración de Juan el Portugués

En la villa de Zafra, Don Alonso de Jeremías y Porras arcediano de Feria y comisario del Santo Oficio en ella, llamo a un hombre que dijo llamarse Juan Rodríguez, de oficio zapatero. Era natural del Reino de Portugal, de edad de 23 años, quién, recibió juramento de manos del señor comisario, prometiendo decir la verdad en todo lo que supiere y guardando secreto de todo.

Preguntado, si sabe o presume la causa para la que ha sido traído ante el dicho señor comisario de parte del santo oficio, dijo:

Que presume será para hacer alguna declaración acerca de un negocio, sobre el cual, estuvo preso por el Santo Oficio secretamente en casa de un familiar de la inquisición de esta villa de Zafra, de la que salió sin hacer ninguna diligencia. El comisario le dijo, que contase lo que sabía del dicho negocio por el que entiende fue preso.

Dijo, qué en la cuaresma de hace dos años, estando este declarante en esta villa posando en casa de la madre de Domingo Rodríguez, maestro zapatero de este declarante en cuya casa trabajaba sita en la calle Santa Ana; llamó a su posada un clérigo, que se llamaba fulano Díaz y de cuyo nombre propio no se acuerda. Solo sé que vive por encima de la casa de este declarante, y que entre las dos casas hay una casilla en medio y los corrales de la casa donde posaba, y de la del dicho clérigo está pared en medio lindando uno con otro sin que la dicha casilla lo impida.

Habiendo llamado el dicho clérigo a la puerta de la posada de este declarante, le abrió y el cura le dijo: mira Juan que andan por aquí prendiendo a unos portugueses que mataron un hombre en Portugal, si os teméis de algo y llamaren a esta posada de noche, saltad por la pared del corral y ven a mi casa que allí estarás seguro.

Aquella misma noche y como a la mitad de ella, oyó este declarante llamar a la puerta y no quiso levantarse, y pasados dos días, fue este declarante a casa de dicho clérigo a las ocho de la noche a beber un jarro de agua. Al tiempo de querer volver este declarante a la posada, el cura le dijo, que no se fuese, sino que se sentase con él a la lumbre. Estando sentado le dijo el clérigo, que como dormía, respondiéndole, qué con poco abrigo, en una mala camilla y pasando frío.

El clérigo le dijo, que se quedase en su casa que allí dormiría y le mandaría hacer una cama al lado de la lumbre. Que el cura mandó a una mulata que lo servía, aunque ésta no dormía en su casa, para que hiciese la cama junto a la candela, terminada de hacer, la mulata se fue a dormir a su casa quedando solos el declarante y el clérigo, el cual se fue acostar a su cama, quedándose acostando este declarante. Antes de acabase de acostar, lo llamo el dicho clérigo y le dijo, que se acostase con él en su cama. El sacerdote porfió varias veces al joven para que se acostase con él, recibiendo el no por respuesta, Al final el cura, obligó al declarante a dormir con él como así lo hizo.

Una vez acostados, el clérigo comenzó acariciando el cuerpo del declarante desde el pecho hasta las partes vergonzosas, escandalizándose este declarante de semejantes acciones. Queriéndose levantar, el sacerdote le dijo, que se quedase quieto porque él era mujer. A lo cual le respondió, que como podía ser pues tenía barbas y decía misas, contestándole el clérigo, que muchos remedios había para hacer nacer la barba. Luego el cura llegando más al declarante lo puso sobre sí, y este declarante llegando con sus manos hacia las partes vergonzosas del clérigo, no hallo natura de hombre sino de mujer. Tuvo exceso carnal y cópula como con una mujer, y pasando este acto y habiéndose satisfecho, volvió a repetir el acto dos veces más, en cuanto a su natura era mujer.

Por la mañana estándose levantando le dijo el clérigo, que callase y mirase lo que decía, y, que si fuera hombre de bien y callado, lo traería más galán que el sol porque así lo había hecho con un sastrecillo de Barcarrota.

Éste declarante una vez salido de la casa del clérigo, se fue derecho al convento de la mina de esta villa que es de la orden de Santo Domingo, no hallando a la comunidad en el convento porque estaban en la iglesia mayor en un entierro, fue luego allá y sé confeso con un fraile en la iglesia mayor. Y cuando este declarante escandalizado se lo contó a su maestro Domingo Rodríguez arriba referido, el mismo lo contó al Santo Oficio para que comprendiesen lo ocurrido.

Preguntado si volvió más a la casa del dicho clérigo, o si se había vuelto a ver o hablar, dijo el declarante:

Que aquel día que sé confesó, acabado de confesar estando en la dicha iglesia mayor, el dicho clérigo llama a este declarante, y no solo no quise ir a su llamada, sino que salió por otra puerta de la iglesia, no volviendo a ir más a su casa ni verlo ni hablar con él.

Dos días más tarde, fue este declarante preso durante la noche como dicho tiene, y una vez suelto se partió de Zafra para Andalucía donde ha estado hasta ahora. Volvió a esta villa desde la del Almendral donde ahora reside, a comprar unas suelas para su maestro donde trabaja hace dos meses.

Preguntado si sabe o ha oído decir que el dicho clérigo haya tenido algunos malos tratos con otros hombres.

Dijo, que después de lo que le dijo el clérigo acerca del sastrecillo de Barcarrota referido arriba, estando este declarante cómo un mes poco más o menos en la dicha villa del Almendral trabajando en casa de su maestro que se llama Alonso García, estaban otros hombres en conversación tratando de cosas diferentes. Uno de los hombres dijo, que una monja había parecido después ser varón. Dijo un Don Luís Venegas vecino de Barcarrota que estaba en la conversación, que un mocito sastre natural de su tierra de Barcarrota, le había dicho, que estando en la villa de Zafra había tenido acceso carnal con un clérigo como con una mujer. Este declarante al escuchar le preguntó a Don Luís, que si le había dicho el sastre cuando le contó lo referido el lugar donde vivía el dicho clérigo en Zafra, a lo que no se acuerda bien la respuesta que le dio el dicho Don Luís, más de haberle oído decir cuando contó el caso que el dicho clérigo decía misa.

Preguntado, que personas estaban presentes en la dicha conversación en la villa del Almendral cuando contó el dicho Don Luís el caso.

Dijo, que Alonso Benítez, labrador que vivía en Fuente de Cantos y quiere mudarse a vivir en el Almendral, que también estaba Domingo Netos, zapatero vecino del Almendral y éste declarante. Lo que ha dicho es la verdad y lo que sabe por el juramento es, que lo declarado no lo dice por odio ni enemistad sino por juramento y por descarga de su conciencia.

Se le encargó el secreto y él lo prometió por el dicho juramento firmándolo con su nombre.[8]

En el documento se puede ver las firmas de Juan Rodríguez el mozo portugués, del arcediano de Feria, quién le hacía las preguntas llamado Alonso Jeremías Porras, y la del escribano Juan Barragán.

Esta declaración es mandada a los inquisidores de Llerena, los cuales, quedan estupefactos ante tan sorprendente testimonio. El Santo Oficio manda un auto ordenando se detenga al clérigo con muchísimo secreto y recato, y que dos médicos declaren los sexos que tiene Juan Díaz Donoso. Que certifiquen, si lo declarado de que tiene sexo femenino es cierto y que vean si está usado o no. Con lo que comenten los médicos, se llame dos comadres para que vean el sexo del presbítero y declaren para poder comenzar de nuevo la causa. Esto lo pide el inquisidor Jiménez Valverde.

La inquisición de Llerena va a coger el toro por los cuernos, no sólo va a arrestar a Juan Díaz, sino que va hacer diligencias para que el sastrecillo de Barcarrota, con quien dicen estuviera amancebado mucho tiempo, declare lo que sabe de lo sucedido.



Siguiendo la lectura del documento encontrado en el Archivo Histórico Nacional, lo siguiente es la venida del inquisidor de Llerena a esclarecer los hechos y pronunciarse en torno a la cabeza del proceso.

Desde el palacio de la inquisición en Llerena montado en el carruaje de caballos del Santo Oficio, pone rumbo a Zafra el inquisidor Osorio Serrano, su misión, cerrar definitivamente el proceso contra Juan Díaz Donoso por hermafrodita. Se le presentan las delaciones y declaraciones de los testigos, y ante la evidencian de lo declarado por él mozo portugués de que el clérigo es mujer, el inquisidor pide urgentemente el arresto del presbítero. El inquisidor quiere rápidamente que los médicos dictaminen el informe para creer la declaración del mozo portugués. Quieren saber si el sexo femenino del que hace alusión el joven lusitano, es adecuado en sus dimensiones para recibir la verga viril y si por el fluyen los menstruos; y en cuanto a las partes genitales que pertenecen al hombre, hay que examinar y ver si hay gran cantidad de pelo en el monte de Venus y alrededor del ano: igualmente hay que examinar bien, si la verga viril es bien proporcionada en grosor y longitud, si se levanta y si de ella sale semen: lo que se hará por confesión del hermafrodita. Que por este examen se podrá verdaderamente discernir y conocer si el clérigo es macho o hembra, o que sean lo uno y lo otro, si el sexo del hermafrodita tiene más de hombre que de mujer, debe llamársele hombre y lo mismo con la mujer.[9]

Los médicos del Santo Oficio de la Inquisición de Llerena, van a ser los encargados de supervisar las partes íntimas del presbítero. Éstos no saben que Juan Díaz Donoso es sacerdote, había que mantener la honra del hábito y por si acaso, la Inquisición determina que el protagonista de esta historia el día de la supervisión traiga en su cabeza una capucha.

Mientras llega ese momento, Juan Díaz sigue haciendo su vida normal, da sus misas, atiende a sus feligreses, familia y vecinos, con una tranquilidad que sorprende a la mismísima Iglesia. Una imperturbabilidad que viene dada, entre otras cosas, por la bula papal que dictamina, la opción que quiera elegir en la vida en función de las características propias de su nacimiento, cosa que desconocen los inquisidores. El Sumo Pontífice le da la posibilidad de vivir bien como hombre o como mujer, pero siempre manifestando las actitudes y cualidades de uno de ellos no de los dos, en términos de intimidad. Este hecho, fue más que suficiente para que la clériga de Zafra no sufriese ningún tipo de vejación ante miembros de la iglesia extremeña. Una vez verificada la bula del santo padre, la única orden recibida fue, la de ser trasladado a otra villa para así calmar murmuraciones en Zafra.

Saquen sus propias conclusiones.





[1] AHN. Sección Inquisición de Llerena. Legajo 4570. Caja 3.
[2] AHN. Sección inquisición. Legajo 4570. caja 3
[3] Ídem
[4] Idem
[5] Ídem
[6] Idem
[7] AHN. Sección inquisición. Legajo 4570.caja 3
[8] Íbem.
[9] Ídem.

martes, 19 de febrero de 2019




Con Hábito y a lo Loco. Monjas Fugadas Por Amor




Hace unos cinco años leí en un diario, como en Alba de Tormes, el amor demostró ser más fuerte que los anchos e inquebrantables muros de los conventos y así lo demostró una religiosa carmelita que hace poco más de un año abandonó la vida contemplativa por amor. Un romance silencioso que se fue forjando en las tranquilas estancias de la clausura de las carmelitas de Alba de Tormes y en sus apacibles patios.

En este escenario la religiosa, que estaba integrada en la congregación de clausura del convento de la villa ducal, se enamoró poco a poco de un trabajador que realizaba obras en un edificio ubicado junto al recinto monacal.

La joven religiosa de origen argentino, había estado antes de llegar a la villa ducal conviviendo con las hermanas de su orden en el convento murciano de Cartagena.

La monja llegó al convento albense donde compartió con las religiosas de la villa su día a día, hasta que conoció al joven del que se enamoró y tomó la firme decisión de dejar su vocación centrada en el camino de la oración y colgar sus hábitos para incorporarse a la vida civil y poder así compartir su vida con el hombre del que se había enamorado.[1]

Noticias como estas tenemos varias vividas en siglos anteriores, donde el amor con su fuerza descomunal, es capaz de llevarse por delante la robusta y hercúlea arquitectura de Dios.

Viajamos en el tiempo y tomamos tierra en 1889 en la ciudad de Manresa (Barcelona), allí también hubo noticias documentas de sucesos como los que venimos describiendo y pormenorizando en este apartado. Los relatos de lo sucedido en dicha población nos cuentan la fuga de una monja que decidió escapar por amor a un joven obrero pero apuesto galán que se acercó a pedir trabajo. La crónica nos cuenta lo siguiente.



La monja fugada de Manresa

“Se ha comentado mucho en Manresa lo ocurrido hace pocos días en el convento de Reparadoras. Un joven se presentó al encargado de las obras que en él se ejecutan, pidiendo trabajo como peón, el cual le fue concedido en vista de lo necesitado que parecía. Por este motivo tuvo ocasión de avistarse con una linda reclusa con quién sostuvo sabrosas pláticas que terminaron en atracción sentimental. El joven cuya aparente pobreza no traslucía su distinguido porte, desapareció sin cobrar siquiera el jornal devengado. La bella reclusa desapareció también del convento, ignorándose el paradero de uno y de otro”.[2]

Curioso es el caso de una monja de Talavera de la Reina (Toledo), que decide fugarse por los mismos motivos que la religiosa de Manresa en 1905, un albañil que se va a trabajar al convento de San Idelfonso y termina germinando en el cenobio una sabrosa y apetecible relación. Adiós al habito de Dios y bienvenido Cupido con sus particulares flechas del amor.

Monja fugada de Talavera de la Reina


“Telegrafían desde Talavera, que se ha fugado una monja del convento de San Idelfonso. La fugada se ha refugiado en casa de un albañil que estuvo trabajando bastante tiempo en el convento.

El domingo últimamente pasado, salió del convento de religiosas de San Idelfonso de esta ciudad la monja Sor Agustina, organista del mismo, atravesando la plaza de la Constitución y principales calles, causando su presencia gran curiosidad entre el numeroso público que lo presenció. El suceso ocurrió en las primeras horas de la mañana.

Al principio se creyó que sor Agustina salía fugada a causa de malos tratos y frecuentes disgustos que recibiera, viniéndose después en conocimiento, de que tal resolución la tenía tomada desde hacía tiempo y en connivencia con un joven albañil llamado Pepe el portugués, con quién tenía propósito de contraer matrimonio. Para que semejante salida no pudiera decirse fuera una verdadera fugada, la religiosa en cuestión expuso sus pensamientos a algunos sacerdotes y al director de los Agustinos de esta ciudad P. José R. Cabeza, quienes le aconsejaron, qué de estar decidida a realizar este acto, procurase hacerlo en la forma debida y procurando no mover el menor escándalo, siempre que fuera como ella decía, para contraer matrimonio, según tiene derecho a ello.

Esta ha sido toda la cuestión de este asunto, procurando nosotros manifestar a los lectores la verdad de lo ocurrido para satisfacer tan natural curiosidad.

La fuga es objeto de comentarios. Hay incluso quién se atrevió hacer una poesía a tan “insólito” hecho.

Leo que allá en Talavera

y cual lo cuentan lo cuento

una monja el otro día

se ha fugado de un convento

y se refugió en la casa

de un artista en cal y canto

que trabajó mucho tiempo

En aquel asilo santo.

lo menos que decir cabe,

sin duda, es que la fugada

monjita de Talavera

ha hecho una talaverada.[3]

En el convento de Jesús y María de Alcaudete (Jaén), corría el año 1911 cuando saltaba en el periódico “El Progreso” en su número 1654, una noticia que trataba de los amoríos mantenidos entre un director espiritual y una monja. Esta realidad llevó a nuestra protagonista a buscar la salida del cenobio porque su cuerpo le pedía otra clase de espiritualidad mucho más natural y evidente. La crónica contaba lo siguiente:

Monja enamorada en un convento de Alcaudete


“Del convento de Jesús y María de Alcaudete, se ha fugado una monja profesa, conocida en la vida del claustro por la madre San Rafael y de la que se hacen ausencias de maravillosa hermosura. La monja, natural del mismo Alcaudete, salió del convento en las primeras horas de la noche, causando la expectación consiguiente a las personas que hubo de encontrarse a su paso por las calles. Se explica el origen de la huida por medio de una carta interceptada por la madre abadesa, que a la monja fugada dirigía el director espiritual del convento, D. Arturo Romero Montilla, con quién mantenía relaciones amorosas.

De este P. Romero se cuentan aventuras muy peregrinas, todas de amor y todas con consecuencias a plato fijo. Es entusiasta por las mujeres y como goza de gran influencia, consigue siempre puestos análogos al que desempeña, para gozar de sus aficiones sin testigos enojosos ni censores que le denuncien.

El padre Romero, según se ha comprobado, ha sostenido en el convento amores con otras madres, y parece ser que algunas de estas despachadas, ha servido de confidente en esta nueva aventura. La fugada se halla refugiada en un cortijo situado en las inmediaciones de este pueblo. Lo admirable del caso es, que el actual capellán reemplazó al anterior por escándalos muy semejantes al presente.

El pueblo se muestra indignado por los constantes ultrajes a la moral que en el convento se realiza, por los que están más obligados a respetarla y defenderla. Se censura mucho la debilidad del obispo, qué enterado en su reciente visita de la conducta escandalosa de sus subordinados, no ha puesto correctivo a su proceder.

Se aguarda la llegada del fiscal eclesiástico, que procederá a la elaboración del necesario expediente.”[4]

En los periódicos de Madrid leemos esta noticia:

“Ayer tarde a las seis, se tuvo conocimiento en el gobierno civil, de haberse fugado una monja del convento de Nuestra Señora de Gracia situado en la calle Hortaleza. La monja se llama R.S., y el raptor, según manifestación de la superiora, es abogado y se llama Sr. O.

Buena flor mística para que El Motín la coleccione en su manojo. Y después de todo, la monjilla fugada, no ha hecho más que ser muy religiosa. Porque se ha entregado en cuerpo y alma a su abogado”.[5]

Otra monja fugada y enamorada la encontramos en Badajoz. La prensa decía lo siguiente sobre esta guapa señorita




“En un convento de hermanas de Badajoz, había una joven muy guapa, que mal avenida con los malos tratos que le daban las monjas y enamorada de un joven, se fugó con él bonitamente, el día dieciséis de febrero. Conocido el hecho, las monjas hicieron decir al Noticiero Extremeño, que la monja no se había fugado, que había ido a otra población a cumplir un encargo de la superiora, y así en efecto, lo dijo el periódico clerical, pero no le ha creído nadie. Se sabe que la joven es de familia distinguida, y que el amor se la llevó del convento.

En Badajoz hay quién tiene una carta del joven, dirigida a la entonces monja. Esta carta debió entregársela su actual poseedor, pero no pudo, y en ella constan los móviles de la fuga, felizmente realizada para la monja”.[6]

Saquen sus propias conclusiones. Con hábito y a lo loco

[1] La Gaceta de Salamanca. 6 de junio de 2014

[2] Crónica Meridional: diario liberal independiente y de intereses generales: Año XXX Número 8642 - 1889 marzo 10

[3] El criterio: semanario local, independiente y de información: año II número 41-1905-agosto-19

[4] El Progreso: diario republicano: Año VI Número 1654 - 1911 marzo.

[5] El Graduador: periódico político y de intereses materiales: Año X Número 4284 - 1884 noviembre 19

[6] El ideal: periódico republicano de Gerona: Año III Número 95 - 1905 marzo 19