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martes, 26 de febrero de 2019

SOR MARÍA DEL CRISTO LA MONJA SATÁNICA DE BELVÍS DE MONROY





Hay personas que conscientemente y con toda advertencia, pactan con el diablo y le entregan el alma con tal de conseguir algo en esta vida. La idea de un pacto formal con el demonio aparece por primera vez en el siglo V en los escritos de San Jerónimo. Este padre de la Iglesia cuenta, como un joven para obtener los favores de una bella mujer fue a un mago, el cual le impone como pago por sus servicios, el renunciar a Cristo con un escrito. Tenemos en el siglo VI, una segunda aparición de este tipo de pacto en la leyenda de Teófilo, quien accede a ser un servidor del diablo y firma un pacto formal. Esta leyenda se extendió por Europa en la Edad Media.


¿Quiénes eran las personas que realmente hacían pacto con el diablo? De entrada, muchos pensarán, que los únicos sujetos que pueden hacer bajo rubrica escrita una alianza con el príncipe de las tinieblas, serían todos aquellos que abrazan o se consideran apóstoles del ángel caído. En primer lugar, estarían las brujas, algunas hechiceras y casi siempre, personas del mundo civil con un nivel cultural bajísimo y que creerían en estos satánicos movimientos.


Los documentos inquisitoriales nos hablan de personas cultas, de un nivel económico alto y lo más llamativo, hombres y mujeres entregados a una vida religiosa. ¿Por qué una monja, un sacerdote o un fraile son capaces de pactar con el demonio? La respuesta es factible si nos atenemos a los textos bíblicos judeocristianos; Dios y el diablo forman parte del mismo cuerpo religioso desde hace dos mil años.


El documento que presento a continuación, es la historia real de una monja extremeña, natural de Serradilla (Cáceres), que llegó a pactar con Satanás escribiendo una estipulación y componenda. Utilizó como tinta para escribir su cedula, su propia sangre. Una historia, que si la saboreas con la magia del momento en que sucedieron los hechos, no te dejará desabrido ni displicente ante el orco del infierno.


El laberinto terrenal que se nos manifiesta en este trabajo, tiene sus tensiones, sus miedos, sus inconvenientes, ¿te atreverás a cruzarlo? Pasad, ya que la curiosidad y la indagación histórica en determinados espacios, suele ser una de las mayores aliadas del conocimiento.


Este fue el proceso de Sor María del Cristo, una religiosa franciscana que profesaba en el convento de Belvís de Monroy (Cáceres), y que mostró dentro del cenobio su enérgico desprecio a la cruz y su empatía y sintonía con la bestia del averno marcada con el 666.


Proceso de Sor María del Cristo


“Sor María del Cristo, religiosa profesa de velo blanco en el convento de S. Juan de la Penitencia de mojas Clarisa de la villa de Belvis de Monroy, fue condenada por delitos de pactos diabólicos, falsa creencia y abuso del sacramento de la penitencia y eucaristía, así como sacrilegios y ultrajes hechos al Santísimo Sacramento.


Fue delatada esta monja el 3 de enero de 1807 por Rafaela de la Santísima Trinidad, religiosa profesa en el mismo convento que la mencionada Sor María del Cristo, y que lo hacía, por desahogo de su conciencia o por providencia divina, le había comunicado haber hecho pacto con el diablo entregándole su alma y cuerpo con papel firmado de su propia sangre. Comentaba, que le había adorado como a un Dios y que había pecado con él carnalmente y qué habiendo comulgado, había echado la sagrada ostia en la lumbre. Que había negado o dudado el misterio de la pureza de María Santísima y del sacramento de la penitencia y que había salido de la clausura por arte del diablo.


Cuenta la monja que la delata, que cuando quería lograr su torpe comercio con el demonio le invocaba, y al verle le hacía postraciones protestando en su interior y en su corazón, y que para ella no había más Dios que Satanás. Que había pecado con él muchas veces y que esto sucedía comúnmente en los días más festivos y lugares más sagrados, ignorando si para ello tomaba figura de joven gallardo, mozo del campo, figura de religioso o si era engaño de su fantasía. También le había oído la testigo, que el diablo la había hostigado para que no creyese que había sacramento en las sagradas formas, negare el misterio de la Purísima Concepción y le diese adoración al diablo. Que, por arte del demonio, había salido cinco o seis veces de la clausura sin poner mano ni pie en el muro ni puerta, y que varias veces había parido yendo a las habitaciones extra-claustrales donde moran los comensales del monasterio, y otras, a la villa de Valverde de la Vera para lograr sus carnales intentos con personas de su pasión que allí habitaban.


Se la preguntó además, si sabía que la reo había proferido o hecho alguna palabra o acción supersticiosa, contestando la testigo, que faltando un día las tocas de la reo en su cuarto refirió, que el demonio para vengarse de su persona se las había quitado y se las había llevado a un sitio que dentro de clausura llamaban el monte, en el cual estaba la reo, y que desde allí mandó al demonio que se las devolviese, y según dijo la delatora, las encontró junto a una ventana de la casa de labor. En otra ocasión, queriendo la monja lujuriar con un sujeto conocido, sin saber cómo ni cuándo, se encontró con él en su celda, y que todo esto se lo contaba con lágrimas en los ojos.


Comentaba la declarante, que lo hechos solo lo sabe ella y nadie más del convento, porque las monjas, aunque la veían como macilenta, triste, llorosa, desganada de comer y desvelada, no atribuían esto sino a que estaba padeciendo de escrúpulos, o a que estuviese arrepentida de ser religiosa. Llegó a tanto el candor de ellas, que aunque tenían en su compañía algunas viudas, y por esto experimentadas, ninguna formulo ni vio la menor sospecha de los ahogos que la aproximaron a una horrible infamia, nacido de no haber podido continuar sus excesos carnales con uno que siendo pastor se convirtió en lobo rapaz, siendo mudado del pueblo a causa de haber cumplido los años de su ministerio y obediencia: que encontrándose la reo en esta disposición y casi sin aliento para desahogar su conciencia, quiso el Señor darla valor para comunicar sus excesos sacrílegos y carnales al informante, a su padre vicario, a la delatora y algunos de los carnales a su prelado; pero que esto duró muy poco, porque sin saber cómo ni porque, la prohibió su prelado que se dirigiese o escribiere sus consultas a quién no fuese religioso de su orden, extendiendo esta orden a todas las demás religiosas; lo cual, se atribuía con sobrado fundamento, que el cómplice había revuelto este cisma temiendo ser descubierto.





Declaración de Sor María del Cristo.


Siete días después de la delación, el 7 de febrero de 1807, recurrió la detenida al tribunal pidiéndole una comisión para declarar espontáneamente como lo hizo, diciendo llamarse: Sor María del Cristo, religiosa profesa en el citado monasterio de S. Juan de la Penitencia de la villa de Belvis de Monroy y de 23 años de edad. Qué en la vigilia de navidad de 1804, como a eso de las 11 de la noche antes de tocar a Maitines, deseando lujuriar con cierta persona y no pudiendo lograrlo por medios humanos, invocó al demonio y se le apareció en forma de un gallardo joven, distinto del objeto de sus deseos, quién la dijo, que siempre que le entregare su alma para siempre, cumpliría perfectamente sus lascivos deseos. Que era necesario escribiere una cédula con su propia sangre; lo que ejecutó sacándola con la pluma que el demonio presentó del exterior de la muñeca de la mano derecha, a lo que él la ayudó con su propia mano. Que la aparición la advirtió al punto, que le invocó transportada en sus obscenidades, cerrados sus ojos, estando en el dormitorio con luz artificial y asistencias de otras religiosas enfermas, las cuales, a su parecer, aunque estaban despiertas, ni vieron tal joven, ni oyeron la conversación reciproca que tuvieron.


Se le preguntó si lo llegó a ver ella misma con sus ojos corporales respondiendo, que aunque al principio estaba como adormecida, luego que sintió aquella compañía, abrió los ojos y le vio, se llevó la cedula que le hizo, desapareciendo sin saber ella por donde se fue. Que las palabras formales de dicha cedula son estas.


“Yo, Sor María del Cristo, te prometo mi alma para siempre si me proporcionas pecar con N. persona de diverso sexo”, con quién antes había consumado sus lascivos deseos naturalmente, en cuya figura se le apareció después de varias veces. Qué resistiéndose a volver a pecar por conocer que aunque venía en dicha figura no podía ser sino el demonio, la manifestaba la cédula como queriéndola obligar al comercio torpe con él, lo cual, consintió innumerables veces, aunque algunas las resistió, cuales fueron aquellas en que la quería obligar con la criatura.



Que no advirtió de donde salió la sangre con que hizo la criatura, por no haber quedado en la mano señal alguna, ni aun en el pañuelo con que se ató aquella noche la mano. Que jamás le facilitó el demonio pecar real y verdaderamente con aquella persona que deseaba, aunque se lo rogó más de veinte veces, ni jamás salió de clausura por virtud de él. Que nunca utilizó para sus lascivias de cosa alguna sagrada, ni de palabras o acciones para invocarle para ayuda de sus torpes intentos: pero habiéndola hecho el comisario varias preguntas (que no expresa), dice éste, que al declarar al llegar aquí dijo, ser falso todo lo que llevaba expuesto acerca de la escritura, aunque se ratificó en lo verbal del pacto. Continua pues la declaración espontánea diciendo, que en el mismo acto de su lujuria la rogaba el demonio con palabras, que le tuviere y adorase por Dios, a lo que ella correspondió siempre diciéndole, que no tenía otro Dios que él, y adorándole después del acto hincando ambas rodillas, de cuyo error desistía y abjuraba luego que desaparecía, pues ni entonces ni ahora creía que tuviese algo de divino.


Que no advirtió que dejase mal olor en su desaparición ni que el cuerpo que tomaba fuese demasiado frío ni caliente; y cuando se llegaba a ella siempre la decía, que se quitase corona o cruz que traía al cuello, y en efecto si no se lo quitaba no se acercaba a ella; lo cual le hacía creer firmemente el poco poder de aquel espíritu infernal.


Se le preguntó, si había lanzado la hostia consagrada al fuego, contestando, ser cierto haberla arrojado en el fuego de la cocina y brasero que suele haber en el entorno, lo cual cree que fueron más de cien veces las que lanzó dicha hostia, siendo la primera vez el día del Corpus de 1805 y la última el día de la Purificación de 1807; que además una vez la arrojó en el albañal por donde pasan las inmundicias de la cocina, otra en el estercolero donde se tira la basura, otra en el aljibe del claustro y otra en el pozo del noviciado. Que unas veces la llevaba en la mano y otras en un pañuelo blanco, y que una vez que se encontraba sola y antes de arrojarla en el fuego de la cocina, la punzó varias veces en un leño con una navaja, afín de experimentar si estaba allí o no el cuerpo y sangre de Cristo. Que las más veces fue sugerida por el demonio en forma visible, a que lo hiciere y no creyese que estaba allí J.C. dando perfecto crédito y más cuando observó, que ni salía sangre ni cosa alguna sobrenatural. Qué de diecinueve a veinte veces, le salió al encuentro el demonio cuando llevaba la forma para arrojarla al fuego, tuvo copula carnal con él unas veces en el ante coro y otras en el dormitorio.


Reconvenida en este acto se le preguntó, ¿cómo había el demonio osar llegar a ella teniendo en la mano la sagrada forma cuando acababa de declarar que nunca quiso ni pudo llegar a ella sino quitaba la corona o cruz que llevaba al cuello?, respondió, que no comprendía como pudiese ser eso, pero que creía que se acercaba a ella por el hecho de haber hurtado la hostia y hacer con ella el fin pretendido. Que una vez se confricó sus partes pudendas con los corporales que están en la cratícula del comulgatorio, pero que jamás pensó ni hizo brebaje alguno con la sagrada forma.


Que no hacía burla de sus hermanas cuando comulgaban, pero las tenía por engañadas en lo que veneraban y recibían, y aunque tal vez tuviese al tiempo de comulgar las otras delectaciones venéreas, fueron solo llevadas de la flaqueza y corrupción en que toda ella estaba convertida; más no en desprecio del sacramento ni burla de lo que hacían sus hermanas, de quién tampoco se burlaba cuando hacían sus genuflexiones al sacramento, ni ellas las dirigía al diablo cuando las hacía ni las hacía por desprecio.


Preguntada si se trató alguna vez el pacto con el demonio, si después lo revocó, con que palabras lo hizo, si hubo adoraciones y cuál fue la última vez que comerció con Satanás. Dijo: que estimulada de su conciencia la pesó algunas veces en su interior el trato hecho, y que acaso por esto mismo quiso el demonio se le renovase, como lo verificó en uno de los días de Concepción, o Purificación de Nuestra Señora, diciendo:


“A ti dueño mío te entrego mí alma para siempre, que no tengo más Dios que a ti.” A cuyas palabras acompañó el hincarse de rodillas, y después se siguió un acto carnal consumado. Que desde dichos días continuó en comercio torpe con el diablo todas las noches y, algunas veces, por el día hasta el 24 de febrero de 1807 inclusive, que fue el último. Y que desde ese día hasta el presente de esta declaración que fue el 26 de marzo, todos los demás días se le había aparecido diciéndola: no confesaras dichos errores acerca de los sacramentos porque se había de ver abandonada de todos.


Por último, concluyó su declaración, pidiendo humildemente al Santo Oficio no se escandalizare de sus enormes delitos, y que mirase por el honor el santo hábito que indignamente vestía y que no mirase por el suyo, sino que le impusiere las penitencias que gustara, pues siempre serían mucho menos de lo que merecía, y que había de vivir y morir como hija de la Iglesia Católica.


Concluida la anterior declaración, añadió, que el tercer día de navidad del año anterior y el tres de febrero de aquel mismo año de 1807, hurtó las formas que la dieron en la comunión, y aun las conservaba en un libro de la novena del Santo Cristo de los Dolores que tenía guardado en un baúl, las cuales dijo, haber visto en el día anterior a esta declaración transformadas en un niño hermoso.


Se recogieron estas formas del paraje en que se encontraban, y las sumió el notario al día siguiente purificando el libro. Se ratificó Sor María del Cristo sin variación alguna. El comisario informó de ella que había tratado en gran manera de ocultar sus descaminados excesos, parte poseída del terror a las penas que fulminaban en sus caprichos, y parte sorprendida de la vergüenza que la causaba su padre vicario Fr. Pedro Muñoz.


Que sus vicios la tenían tan encadenada, que se sentía ahogada entre insufribles amarguras, no la dejaban sus malos y envejecidos hábitos.






A instancia del fiscal se volvió a examinar a la religiosa, y sin estar presente el notario que era su padre vicario y quién la frenaba a contar los excesos carnales que hizo con él, declaró lo siguiente de dicho su confesor.


Que por haber tenido por confesor suyo tanto tiempo al cómplice de sus lascivias, éste no la decía, porque sabía que allí mismo en la confesión hablaban cosas torpes y veía que no las confesaba. Preguntada quienes habían sido los cómplices de sus excesos, respondió: que el cómplice de sus primeros excesos fue su confesor Fr. Bernardo Molina, el cual, al poco tiempo de profesa la solicitó durante la confesión y fuera de ella, y continuó comerciando con él por espacio de cuatro años, no solo en clausura sino fuera y hasta en la misma iglesia una vez, diciendo, “que quedó embarazada de dicho confesor”, dándole éste brebajes y sangrías para ocultar las resultas. Que después de ido éste religioso, al verse privada de sus amores y ardiendo en ellos, fue cuando hizo el pacto. Y que las personas que pueden dar razón de sus excesos eran, Sor Rafaela de la Trinidad a quién ella le había contado todo, la Madre Abadesa, a quién había contado los carnales, embarazos y medios para abortar, al Padre Vicario, con quién consultó alguna vez en la confesión e inmediatamente después de ella, el comisionado actual con quién también consultó algunas cosas en confesión y, el Padre Molina, su cómplice, quién la tenía dicho que no lo hiciese porque la habrían de prender; y finalmente el Padre ex provincial Fr. Juan Ramón González con quién consultó dicho Padre Vicario sin su consentimiento.


El comisionado informó que le parecía haber dicho la verdad. El tribunal a instancia fiscal mandó examinar los contestes dados en la declaración anterior, siendo el primer testigo la Madre Abadesa.


Declaración de la Madre Abadesa.
Mujer de 51 años de edad, quién dijo: que sabía por boca de la misma detenida, la solicitación ad turbia de su confesor el Padre Molina, su comercio torpe, intra y extra clausura, y que el resultado fue quedar embarazada dos veces, en una de los cuales, había procurado abortar y en efecto abortó un feto animado, que procuró bautizar y enterró en una huerta o monte, habiéndose sangrado primeramente a instancia del Padre Molina y tomado una bebida a instancia del mismo.


Declaración de Fr. Ramón González.

Ex Provincial citado por la reo, de edad de 60 años, quién dijo: que había sido consultado varias veces por el Padre Fr. Pedro Muñoz vicario del convento de la reo, que en la primera se le consultó sobre la obligación de informar de una religiosa de aquel convento que había hecho pacto expreso con el diablo, tenido trato con él como incubo, adorándole como a su Dios único, ultrajando la sagrada eucaristía que había quemado una vez y, haber negado la virginidad de Nuestra Santa Virgen junto a otras particulares que ya no tenía presente.


Declaración del cura de Belvis.


En este estado se pidió información al cura de Belvis comisionado de esta causa, contando lo siguiente:


Qué en la víspera de la natividad de Nuestra Señora del año anterior de 1807, había entrado el ya mencionado Fr. Bernardo Molina en el convento después de anochecido por uno de los muros de dicho recinto en donde permaneció oculto por espacio de tres días, según se lo dijo al fin de ellos la monja; con cuya noticia y por las de entonces, las dio el Padre Iglesias confesor del convento de Cantillana. Registró dicho prelado su convento con la Madre Abadesa y nada encontró, por lo que habiendo reconvenido a la detenida respondió, que se había fugado instándola a que saliese con él fuera de clausura. Que pasados algunos meses llegó a formar juicio la prelada de que aquella estaba embarazada y, registrándola, la encontró muy fajada y con algunos entumecimientos en el vientre, por lo que la preguntó por lo acaecido en principio de septiembre, y aunque al principio negó que dicho religioso hubiese llegado a su cuerpo, luego confesó que estaba embarazada. Volviéndole a preguntar por tercera vez por lo mismo, negó la copula y el embarazo, pero no la entrada del religioso. Que era sabedora de todo esto la monja Sor Rafaela de la Santísima Trinidad como también la monja vicaria a quién la convicta se lo había contado. El mismo comisionado añadió a todo lo referido, que a pocos meses después de la entrada del Padre Molina al convento, le escribió la religiosa por mano de su vicario o confesor, el Padre Fr. Francisco Iglesias, pidiéndole consuelo y consejo porque se encontraba muy despreciada y perseguida de las monjas, atribuido a los excesos anteriores. Por todo lo cual, dicho confesor le dijo, que se confesase y contase la verdad de la entrada del Fr. Bernardo Molina en su convento, contestando la sor, que lo había escondido en una pieza del noviciado y un caramanchón donde le llevaba de comer; que le pidió un breviario y no se lo llevo, y que el religioso le llevo ropa de seglar para sacarla disfrazada y no quiso asentir a ello. Que no habían tenido deshonestidades, pero conociendo el confesor su forma de mentir le dijo, que dijese la verdad o no la absolvería, diciendo la monja, que estaba embarazada de tres meses por haberla faltado otros tantos la menstruación. El informante la exhortó a que no abortase, y que para el sigilo se lo avisase a la prelada. Que abortó en el mes de abril de este año, teniendo el feto ocho meses, lo bautizó y arrojó en el pozo del monte rebujado en un paño blanco. Que al cabo de algún tiempo se asomó y viendo el paño lo sacó, pero sin el feto. Que para que no conociesen su purgación, quemó la camisa con que abortó, lo cual consiguió con solo apretarse apretadísimamente, “y es que la ceguedad del entendimiento es una de las hijas de la lascivia”.






Declaración de la religiosa ante la Inquisición


Fue presa en cárceles secretas y al día siguiente se le tomó declaración en la Inquisición de Llerena contestando la convicta lo siguiente.

Dijo llamarse María Martín, natural de Serradilla, Obispado de Plasencia, de estado religiosa en el convento de Franciscas de Santa Clara de la villa de Belvis de Monroy, de 24 años de edad, hija, nieta, sobrina y hermana de los que expresa en que nada hay que advertir, todos cristianos viejos y limpios de sangre. Que era cristiana y como tal había oído misa siempre aun en los días de trabajo, y lo mismo había confesado y comulgado habiéndolo hecho la última vez el sábado antes de su salida del convento con el Padre Vicario Fr. Alonso de Valverde. Que sabe leer y escribir y respondió bien a las preguntas que se la hicieron de doctrina cristiana.


Preguntada por la causa de su prisión dijo: que presumía fuese las velaciones que había hecho contra sí misma, en particulares, tocantes a la fe por medio del cura de Belvis, lo cual le parecía, haberlo verificado la primera vez haría unos tres años; y que también le parecía haber sido causa el haber sido delatada por sor Rafaela a quién confió sus interioridades. Respondió, que por descargo de su conciencia, las cosas que había contado antes no eran verdad sino ilusión e imaginación de la declarante, creyendo que aquello que pensaba sobre estos puntos era real y efectivo, que una vez que su cabeza estuvo mejor, conoció no ser así, sino imaginario y en particular, lo que tenía dicho sobre el pacto con el diablo, lo cual conocía que fue efecto de una vehemente tentación y deseo de renovar su trato con la persona que tenía manifestada, y por lo mismo, las adoraciones que tenía dicho haberle dado, porque aunque las manifestó, fue solo porque la preguntaban sobre ello, y así se lo proponía su imaginación en aquel acto. Que no era cierto lo de la corona y la cruz ante el diablo, que era fruto de su imaginación y de ver la figura de su cómplice como la del mismo Satanás. Que dicho cómplice le decía, que no podía absolverla de lo que pasaba entre los dos, absolviéndola a su parecer siempre que con él confesaba. Que tampoco era cierto que arrojase las formas al fuego de la cocina, brasero, estercolero, pozo, o regadera, y que no obstante el comisionado la mandó trajese las formas que tenía guardadas en el libro novenario del Santo Cristo de los Dolores, tomando dos sin consagrar y poniéndolas en dicho libro se las entregó.


En vista de todo lo referido, el Inquisidor D. Pedro María de la Cantilla dijo por auto de 10 de este mes, que fuese votada en atención a su retractación, se le dé una audiencia donde vuelva a retractarse de los hechos cometidos y pueda volver a su convento, y que sea reprendida y apercibida de tan regular procedimiento.”[1]


Queridos lectores, saquen sus propias conclusiones, ya que con diablo o sin él, cuando la naturaleza corporal hace acto de presencia en cualquier espacio de la vida del ser humano, aunque este navegue sobre una nao en forma de cruz, la libido, ese elemento genético tan necesario para la vida del hombre, abandonará el lábaro que la sostenía y se aferrará al alivio y consuelo nativo y consustancial de los cánones naturales que siempre han formado parte de las entrañas del ser humano.



[1] AHN. Inquisición. legajo 3734. N 49.

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