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sábado, 16 de febrero de 2019



Abusos conventuales. Monjas atormentadas




Una monja es una mujer que ha sido consagrada dentro de una orden religiosa que sigue habitualmente una vida monástica y se acoge a una serie de reglas, entre las cuales suelen estar el celibato, la obediencia, la pobreza, la castidad y, en algunos casos, aislamiento total de la vida civil, conocida como clausura. El equivalente masculino es fraile o monje.

En general los términos monja y religiosa se pueden intercambiar, pero en algunos casos, se hace la siguiente diferenciación: una hermana monja se refiere a una mujer quien posee una vida contemplativa de oración (generalmente viven en monasterios), mientras que una hermana religiosa, es una mujer que vive una vocación de oración y servicio, generalmente hacia los necesitados, enfermos y pobres (generalmente viven en conventos). Así, hay monjas que participan en la sociedad, desde esfuerzos altruistas, hasta la dirección de organizaciones sociales y caritativas o administración de universidades, aunque para este tipo de monjas de vida activa es más correcto utilizar la palabra religiosa, ya que la palabra monja es más propia de las hermanas contemplativas.

Ni Dios ni Jesucristo han fundado la vida religiosa, ni como está al presente, ni siquiera como esbozo remoto. Todo eso de noviciados, profesiones, votos, clausuras, hábitos, reglas, correas, rosarios, escapularios, no tienen el menor fundamento evangélico, ni se conocieron en la Iglesia durante muchísimos años, hasta que en el siglo III hacia el año 250, apareció San Pablo, primer ermitaño que se retiró a los desiertos de Tebaida, huyendo de la persecución del emperador Decio. A este santo siguieron luego San Antonio, San Pacomio, San Hilarión y San Macario, que dieron forma y vida a la profesión cenobítica allá en el alto Egipto. Estos monjes no se parecían a nuestros frailes actuales en nada; eran toscos e ignorantes, pero llenos de una fe religiosa acendrada. Vivían del trabajo de sus manos y se imponían grandes penitencias y austeridades.

En este apartado y según los documentos encontrados, queremos dejar constancia de ciertos comportamientos conventuales hacia miembros de la comunidad, que suelen terminar en negativas noticias por disconformidad de quién tiene que sufrir en su cuerpo un maltrato lacerante hacia su persona. Los conventos están regidos por humanos, y esto significa, que no todos los elementos que lo conforman son de la misma formación cultural, carácter o creencias.

Entregar el alma a Dios conlleva encontrar en el cenobio elegido, los valores más elementales del cristianismo, la paz, el respeto y el amor reciproco, que hace que una comunidad religiosa funcione en torno al eje fundamental de la deidad que se sigue, en este caso el amor que predicó y misionó Jesucristo. Pero esta realidad no siempre fue así. En muchos conventos españoles se vivieron a finales del XIX y principios del XX, situaciones alarmantes que sirvieron para poner en evidencia los malos tratos y tormentos que algunos de sus miembros tuvieron que sufrir. Esto supuso en muchos casos, la fuga literal del claustro de quienes sufrían estos ataques por motivos que iremos conociendo a través de la documentación a presentar.

El primer caso que trataremos sucede en Ciempozuelo (Madrid), el famoso obispo de Daulia, destituido de su cargo y enviado a España por su relajada conducta en Australia y conocido ya en territorio español con el nombre de el P. Serra, le dio por fundar un Instituto religioso cuyo fin era recoger mujeres de mala vida o chicas peligrosas. Para esta obra se asoció con una rica mujer, guapa, intima amiga suya y azafata que había sido de Isabel II. La primera casa se fundó en Ciempozuelo y sus religiosas llevan el título de Oblatas del Santísimo Redentor.

Corría el año 1873 y un día el escritor P. Ferrándiz siendo joven, se presentó al obispo de Daulía con una carta de la baronesa de Aguado para que le confirmara. Como el tren de regreso no salía hasta las cinco de la tarde, el obispo le convidó a comer. Servía a la mesa una novicia de aire triste y melancólico, inquieta, turbada, y que parecía acechar una ocasión para decir o ejercer algo. En efecto, mientras el obispo volvió la cabeza para mirar el reloj, la novicia deslizó un papel doblado en mano del joven Ferrándiz. No tuvo ocasión de leerlo mientras estuvo en el convento; pero si observó la intensa mirada de angustia que le dirigió la novicia cuando se retiró de servir a la mesa. Ya en el tren desdobló el papel y escrito con lápiz y en caracteres atropellados, halló que decía lo siguiente:

<<Caballero: ¡Por su madre de usted! ¡Por lo que más quiera en este mundo o en el otro! Haga la caridad de salvarme yendo a la portería del duque de Abrantes, calle Mayor, frente al Sacramento; el portero es mi hermano. Dígale, qué si no viene a sacarme, aquí me matan o yo me muero, porque esto es horrible, un verdadero infierno…>>

Atónito se quedó Ferrándiz ante tal escrito; pero sin vacilar un momento, apenas llegó a Madrid se fue a ver al hermano de la novicia, que casi era vecino suyo, pues vivía en la calle del Factor y le entregó el papel. El hermano se indignó y al día siguiente fue a recoger a la desdichada novicia, la cual refería de aquella casa los tormentos más horribles, largas horas de encierro en calabozos húmedos y lóbregos sin comer, palos, bofetadas, azotes, cilicios, trabajos penosos hasta hacerla caer extenuada en el suelo y haber recibido solicitaciones repugnantes del libidinoso obispo, que no respetaba a monjas ni asiladas, y ¡infeliz de la que se resistía! Su vida era un martirio.

La desdichada monja no sabía como agradecer la bella acción de su salvador. Si el P. Ferrándiz que ya se preparaba para el sacerdocio, hubiera sido un canalla fanático de los que abundan dentro y fuera del clero y entrega la carta de la novicia al obispo o a la superiora, no es aventurado suponer, los martirios que habría sufrido aquella desdichada. Afortunadamente tropezó con un caballero y un hombre digno.[1]


Nuestra siguiente protagonista es una monja cuyo suceso escandalizó la zona de la calle Góngora en Madrid; los hechos que se narran salen en varios periódicos quedándonos con la noticia que publicó el diario de la mañana El Cantábrico. Los acontecimientos salen publicados el 22 de noviembre de 1905. Las crónicas contaban lo siguiente de la monja fugitiva.

La monja fugada de convento de Las Góngoras en Madrid

“Con fecha 21 de noviembre de 1905, el periódico El Día de Palencia, insertaba en sus páginas el siguiente suceso que escandalizó la zona de la calle Góngora en Madrid.


A las siete de la mañana del lunes, la pareja de guardias de servicio que pasaba por la calle Góngora de Madrid, vio sobre el tejado del convento que da nombre a la calle, una mujer. Inmediatamente avisaron a la portería del convento avisando de lo que ocurría.


Se dijo que era una monja escapada que se negaba a volver a la celda. Con este motivo se pusieron en movimiento los vecinos. Uno de los guardias se despojó del capote y subió al tejado procurando disuadir a la fugada para que bajase; pero esta se negó a seguir al guardia y a regresar al convento quedándose en el límite del tejado. Numeroso gentío se aglomeró en la calle frente al convento comentando el caso, y mientras unos tomaban lo ocurrido a chacota, otros se mostraban excitadísimos contra las religiosas.


Desde la calle se unieron dos escaleras y subieron algunos hombres al tejado cogiendo a la monja y bajándola con una cuerda. Entre los grupos crecían las murmuraciones y la excitación, avivándose esta y despertándose la mayor curiosidad al descender la monja. El sacristán del convento que por curiosidad se acercó a los grupos, fue apaleado por estos creyendo que trataba de recluir a la monja nuevamente.

La religiosa fue conducida a la Delegación del Hospicio donde ante el juez señor Ortega Morejón declaró llamarse Josefa Morón Castilla, de 53 años, natural de Caravias (Asturias), y que en el claustro se llamó Sor Patrocinio de San José y hace veintisiete años que se hallaba enclaustrada.


Dijo que había huido de su cuarto y salido por el tragaluz al tejado para evitar que la metieran en una celda que sirve de cárcel y corrección, donde se coloca a las castigadas dentro de una coraza de hierro y de una piel de cerdo.


La causa del castigo ha sido, que un tío mío llamado Jenaro, canónigo de la Colegiata de Covadonga, me envía dinero con frecuencia. Se la cree loca, pues presenta grandes síntomas de enajenación mental. El médico del convento había advertido también la posibilidad de la locura, pero las monjas no tomaron ninguna medida para evitar las consecuencias de su estado mental.


Se la recluirá en el Hospital Provincial de las hermanitas de los pobres para su asistencia y observación. A los pocos días el juez volvió a interrogar a la monja y esta declaró: que se ratificaba en sus anteriores manifestaciones, insistiendo en no querer volver al convento.


Cuatro días después de lo sucedido, el juez visitó el convento inspeccionándolo todo y no encontrando la denunciada cárcel, sino un local en el que se guardan los útiles de hacer la limpieza, y en el cual, según cuentan las monjas, se metió muchas veces sor Patrocinio teniendo que sacarla las otras monjas. Estas declararon, que sor Patrocinio está loca y que también hay otra perturbada en el mismo convento”.[2]

Es muy común estos casos, que las monjas tachen de loca a la que huye, de esa forma y manera las religiosas limpian su honra de las acusaciones que la fugada pueda verter contra el convento.


Con fecha 17 de mayo de 1907, el periódico El Adelanto, diario político de Salamanca, en su numero 7020 narraba los siguientes sucesos en torno a la fuga de una monja del convento del Ángel Custodio.





Monja fugada en Bilbao

“Por las noticias recibidas de Bilbao se ha sabido, que el tema de todas las conversaciones durante el día de ayer fue: la fuga de una monja del convento del Ángel Custodio. Aprovechando la ocasión de que unos obreros dejaron la puerta abierta, salió ella precipitadamente y empezó a correr.


Una sirvienta que observó todo lo ocurrido, se precipitó tras ella y durante algunos minutos estuvieron recorriendo las calles una tras otra. Los vecinos al oír el llanto lastimero de la monja salieron a la calle y la detuvieron, pero ella llorando se negó volver al convento. En vista del escándalo que se estaba dando, la sirvienta volvió al convento y comunicó a la superiora todo lo que había ocurrido y la decisión firme de la fugada de no volver al cenobio.


A los pocos momentos volvió la sirvienta con otra ropa de artesana y en una casa cambió la fugada las ropas por los hábitos. El gentío que se reunió por aquellos alrededores fue inmenso. Las autoridades tomaron cartas en el asunto y mandaron a la monja a su pueblo natal. Se ha guardado gran reserva acerca de lo ocurrido en el convento y lo que ha motivado la fuga”.[3]


Nuestra siguiente monja fugada de un convento nos la vamos a encontrar en Bisbal municipio de Gerona, la noticia nos la trae el periódico La Voz Montañesa: periódico político, administrativo y de intereses generales en su número 1470 con fecha 4 de septiembre de 1879. El comentario expuesto para la lectura de los hechos acaecidos narra lo siguiente de la temática que nos viene interesando en este apartado o episodio acreditado.


La Monja fugitiva de Bisbal en Gerona 


Escriben de la Bisbal: que ayer a la una de la madrugada huyó de su convento una monja de la orden del Ave María, dirigiéndose a casa de unos amigos de su familia. A primera hora de la madrugada, el dueño de la casa dio conocimiento a la alcaldía de lo sucedido, trasladándose a ella el alcalde, secretario y un alguacil. Recibieron indagatoria a la monja fugitiva, que dijo se había escapado, porque hallándose muy delicada de salud, se ve en el convento completamente abandonada, faltándole el alimento y toda clase de cuidados que su delicado estado requiere. Dijo que de ningún modo quería volver al claustro, prefiriendo verse abandonada de todos antes que volver a él. Esto consta en las diligencias que se extendieron, y por conveniencia y decoro no se creyó oportuno insertar otras declaraciones de carácter sumamente graves. Refirió a la autoridad local episodios y escenas del convento que ruborizaron a las personas que la escuchaban, sintetizando todas sus quejas en las siguientes palabras textuales: <<créanme ustedes, señores; a nosotras nos dicen que el diablo está en el mundo, y yo puedo asegurar a ustedes que está dentro>>.[4]





Con fecha 8 de marzo de 1896, en el periódico El Correo de España en su número 93, se inserta una noticia que se fraguó en su día en Villarobledo (Albacete), y que tiene que ver con la fuga de una monja propiciada por los malos tratos que sufría en el convento de monjas Bernardas de dicha población.




Monja fugada y excomulgada en Villarobledo 


“Dicen de Villarrobledo que hace algunos días ocurrió en un convento de monjas Bernardas que hay en aquella población el siguiente misterioso suceso.

Parece que una monja profesa, harta ya del claustro, logró escaparse por una ventana descolgándose con ayuda de una cuerda. Se bajó a un tejado y desde este y con mil peligros, logró saltar a otro y otro más, hasta encontrar otra ventana por la qué dando voces de socorro, entró en una casa que no era otra que la del médico señor Solares.

Allí la recogieron y se la dieron al juez y al cura, y a las repetidas preguntas de estos y a sus naturales exhortaciones, contestó: que se fugaba del convento porque la vida allí se le hacía irresistible. El asunto llegó, como es natural, a oídos del mismo arzobispo de la diócesis, quién ha excomulgado a la hermana.


Esta contesta que prefiere todas las excomuniones y males del mundo a seguir habitando dentro de las paredes de un convento. Añadió: que la vida allí dentro se le hacía imposible y que recibía con frecuencia malos tratamientos que no había podido evitar de otro modo. Una novicia que ha salido del convento después, ha dicho que la citada monja estaba loca”.[5]


De nuevo la locura hace acto de presencia para favorecer a quienes posiblemente estuviesen jugando las cartas del diablo. En siglos como los que estamos tratando y donde la Iglesia tenía tenencia de poder absoluto, simplemente con aplicar el termino locura, se desvanecían todos los comentarios en contra de la institución.

Los únicos que sacaban a la luz lo sucedido dentro del claustro eran las plumas de los periodistas o escritores, comunicadores que dejaban su crónica en papel para el servicio de los lectores del momento. Hoy en día y gracias a esa labor difusora de quienes ejercitaban y desarrollaban la redacción de los sucesos acontecidos, los investigadores podemos poner en pie temáticas como las que estamos tratando.

Otro ejemplo de malos tratos en un convento lo encontramos de nuevo en Madrid en el cenobio de monjas de la Esperanza situado en la casa número 95 de la calle ancha de San Bernardo. Una monja llamada sor Sagrario, aprovechando un momento de descuido de la portera, salió del convento a la carrera.

Apercibidas de la fuga las compañeras de claustro de sor Sagrario, salieron algunas en persecución de esta, la cual se refugió en una tienda de la calle citada. Allí la monja dijo: que se había fugado del convento y que no volvería a el porque era objeto de malos tratos. Inmenso gentío rodeo la tienda en la cual la monja se había refugiado.

Después se amotinó el público, dirigiéndose más tarde al convento de La Esperanza, haciendo manifestaciones hostiles. Las monjas dieron aviso a las autoridades de lo que ocurría, y estas enviaron inmediatamente al lugar de la manifestación fuerzas de la Guardia civil de caballería y de policía. Estas dieron varias cargas contra los manifestantes, disolviendo los grupos allí forman.

La policía que custodia a la monja dice: que esta ha declarado que huyó del convento por estar en pecado mortal por no haber oído ayer misa. Poco después la monja fue llevada de nuevo al convento, y dice la superiora que la monja fugada tiene mermadas las facultades mentales.


Sor Sagrario tiene a su familia en Monfortes. El convento de La Esperanza sigue custodiado por fuerzas de la Guardia civil y de la policía.

Del suceso corren diferentes versiones haciéndose de él los comentarios de siempre.[6]

En la misma capital del reino se va a fraguar un nuevo escándalo en el noviciado de Las Hermanas de la Caridad de la capital de España. Los hechos sucedieron en el año 1886. Sobre este caso se narraba lo siguiente.





Escándalo en el Noviciado de Las Hermanas de la Caridad de Madrid



“Gran escándalo en Madrid dado por las Hermanas de la Caridad. Tienen estas allí su noviciado para toda España en la calle de las Huertas.

Con ser tantas, tienen más demanda de personal que el que puede suministrar el noviciado, el cual para ser legal y canónico ha de durar un año. Las sores, lo entiende de otro modo, y a los dos o tres meses que cualquier fregatriz divorciada del estropajo se ha calado la toca, la envían a los hospitales y asilos con la entereza y la ilustración que es de suponer en tan breve plazo de tiempo.

Una honrada y piadosa familia tenía en aquel noviciado una joven, la que al poco tiempo de estar allí comenzó a ser maltratada de un modo espantoso. A fuerza de increíbles esfuerzos hizo llegar un aviso secreto a su familia de lo que le ocurría. Sus familiares se presentaron inmediatamente en el noviciado y solicitó ver a la novicia; la superiora se negó amparándose en el reglamento a la manifiesta petición familiar. Insistió la familia en su demanda y la superiora en sus negativas; chillaron y alborotaron los parientes; todo fue inútil, se acudió a la prensa y por último al juez, el cual se presenta en el noviciado y ordena que dejen salir a la novicia para que la vean sus deudos. Aparece la infeliz convertida en un verdadero esqueleto, con cicatrices y señales evidentes de malos tratos, qué en efecto, refiere con detalles que horrorizan. La prensa liberal madrileña de aquellos días refiere y comenta el suceso.  Inútil es decir que la desventurada joven abandonó enseguida aquel funesto noviciado”.[7]

Pocos días antes de este escándalo hubo otro mayúsculo en el convento de trinitarias de la calle de Lope de Vega, próximo al citado noviciado de las hermanas. Una monja profesa se encarama al tejado y desde allí se arroja ala calle. Acuden los vecinos, la monja grita que la atormentan, que la quieren matar; varios espectadores corren en busca de la policía, otros avisan al juez; pero las autoridades civiles se niegan a intervenir en aquel suceso, dejando a la infeliz monja indefensa.

Entre tanto las Trinitarias se apoderan de su víctima, dicen que está loca y la vuelven a introducir en el convento. Por lo visto los conventos son un platel de locos, dados los muchos frailes y monjas que se tildan de demencia. Lo más raro es que a todos les da por escaparse y casi siempre por el tejado, a pesar del peligro evidente de matarse. Otra casualidad en los casos investigados es, que casi todos sufren de manía persecutoria y se quejan de tormentos. El suceso al que nos referimos quedó en el mayor misterio a pesar de los acalorados comentarios del vecindario. Según el articulista que escribió la crónica de este suceso, de la monja fugitiva no se supo más.[8]

Nos trasladamos a la capital del Turia (Valencia) para conocer lo sucedido con sor Filomena, monja profesa en un convento de esta ciudad, y que escapó aprovechando un descuido de la hermana tornera. Cogió las llaves sin que la tornera se diese cuenta y escapa a toda prisa del convento. Ya en salvo refiere a su familia y aun dignísimo sacerdote, que se ha escapado del claustro por miedo a los malos tratos y porque querían obligarla a prostituirse con el capellán del cenobio y otros primates del clero valenciano. Todos violaban la clausura y convertían aquella casa en un foco de sacrílega lascivia. La que se negaba a ser instrumento de estas bacanales monásticas era maltratada con saña increíble. En aquel convento se practicaba el tormento de la sed, el de las cuerdas, el del calabozo y el hambre. Sor filomena era alta, guapa, algo gruesa, muy ilustrada y de modales muy finos, circunstancias que despertaron los instintos brutales de aquellos sementales con sotana. Esta valiente religiosa estaba decidida a suicidarse antes que permitir mancillasen su honor aquellos desalmados de acuerdo con las monjas.

Sus revelaciones trascendieron al público y los clericales comenzaron a perseguirla; pero ella emigró a Francia y se colocó de tenedora de libros en una importante casa comercial de los alrededores de Tarbes.[9]




Desde Valencia nos vamos a Castellón a la caza de lo sucedido en 1912 con una monja fugada del convento de Madres Agustinas cuyo cómplice en tan singular aventura va a ser su propio hermano. La noticia vino registrada en varios periódicos del momento como El Adelanto de Salamanca, con fecha 23 de febrero del año indicado y del que extraemos la siguiente crónica.

“En el periódico el Adelanto de Salamanca, con fecha 23 de febrero de 1912, cuenta lo sucedido en Castellón con una monja fugada del convento de una forma muy peculiar y teniendo cómplices fuera para poder llevar a cabo su gesta. El diario contaba lo siguiente al respecto.

Dicen de Castellón, qué del convento de madres Agustinas del pueblo de San Mateo, se fugó ayer una monja descolgándose a la calle por las tapias del jardín que mide cinco metros de altura. Se cree, qué para llegar a este fin medió entre la monja y su familia un acuerdo, pues la monja fue ayudada en su escapatoria por dos hermanos huyendo los tres en un carrito que habían dejado a corta distancia. La monja fugada lleva en el convento la friolera de dieciocho años.

Para preparar la fuga se valió de un escrito que ocultó entre un ramo de flores que regaló a la superiora del convento a la familia de la monja”.[10]

Escandalo monumental en Carcajente (Valencia). Teatro de la acción el convento de dominicas. Los hechos vienen narrados en El Cantábrico: Diario de la mañana con fecha 22 de junio de 1901.

En el convento de dominicas de Carcajente se celebraba el acto de profesar de la novicia Vicenta Gomis, cuando de pronto se oyeron en el coro voces de <<quiero decirlo todo, no ahogarme; me habéis engañado>>.

Acallado el motín, se volvió a reproducir dos horas después, volviendo la monja a gritar y a insultar a sus hermanas desde una celosía. A las 12 de la noche de aquel mismo día, se oyen voces desesperada de la monja que pide socorro; el vecindario se indigna y el ruido de estos sucesos se extiende por toda la provincia. El periódico El Pueblo de Valencia, envió a su redactor Bernat que averiguó todos estos líos y los hizo públicos. Desde un tejado que dominaba el jardín del convento, vio a dos monjas jugando con el hortelano con bromas y retozos nada edificantes. Al observar que los miraban se retiraron y el hortelano entró con ellas en la clausura. Una monja dijo a la alborotadora: <<chica, cuéntaselo todo al periodista. Nos importa un pito.>> La otra respondió: <<se lo diré al arzobispo o al gobernador. ¡Infames! ¡Hipócritas!>> Fue atada y encerrada en un desván y golpeada por el capellán, el sacristán y un joven amigo de las monjas. Se llamaba esta infeliz Carmen Cabrera Martí, en el claustro, Sor Imelda, tenía 25 años. Ejerció un año el cargo de Portera. Entró para cantora, sin dote. El convento estaba dividido en dos bandos; y el que mandaba, o sea el de la superiora, trataba al otro como a perros. Las declaraciones que hizo Sor Imelda de los tormentos que le daban, causaron gran sensación. Se enteró su familia y mandó a un abogado, el señor Manaut de Valencia. La monja declaró, que quería salir porque la superiora había jurado matarla; que la noche del escándalo entraron en la clausura el sacristán y un amigo suyo y la dieron una paliza y la encerraron bajo llave; que por las noches oía toser a un hombre en la celda de la priora. Las monjas alegaron que todo era falso, que estaba loca. Se la sometió a examen médico y la ciencia declaró que no había tal locura.[11]




En Reus (Barcelona) sucedió un caso curiosísimo con una monja, esta para conseguir su objetivo, fugarse del convento y poder llegar hasta Francia sin ser descubierta, se va a disfrazar de hombre siguiendo los pasos indumentarios de la monja alférez. Los malos tratos conventuales estaban presentes en esta crónica, así como otros matices salpicados de amor reciproco.

Monja fugada de Reus.
“Telegrafían de Barcelona, que después de tomar billete para Cerbere (Francia), ha sido detenida en la estación de Francia una pareja que llamó la atención de la policía por el ridículo aspecto con que uno de los dos individuos aparecía torpemente disfrazado de hombre.

Trasladados los detenidos a las oficinas del Gobierno civil, resultó que ella era una monja de San Vicente de Paul y que se fugó de Reus llegando a Barcelona acompañada de Florencio Valloste, carretero del manicomio en que dicha religiosa prestaba servicio.

Los detenidos han dicho: que se marchaban a trabajar a Francia donde pensaban ser felices. La monja es natural de Canarias y ha manifestado que era objeto de malos tratos por parte de sus hermanas en religión. Llevaba cuatro años de monja. Es joven, alta, morena y con ojos negros. Parece hablar sinceramente.[12]

Otras noticias que nos encontramos sobre esta fuga monjil y que nos dan más detalles de la monja y su acompañante, la hallamos con fecha 7 de julio de 1902 en el periódico El Liberal: órgano democrático de la isla de Menorca, periódico que nos narraba lo siguiente.

…ella es una mocetona fornida, alta, con modales y actitudes hombrunas, con taje modesto y tan mal llevado que parecía un disfraz, era sencillamente una monja a quién habían tentado los encantos de su compañero, un jovencito modestamente vestido de labrador, de semblante apocado y que era la verdadera antítesis de su compañera.

Del interrogatorio a que fueron sujetados resultó lo siguiente: la joven llamada Alejandra Magdalena, de 25 años, hija según manifestó, de una acomodada familia de Canarias. Ingresó hace cuatro años como novicia en un convento de San Vicente de Paul, de la ciudad de Cádiz. Después de un par de años de noviciado fue trasladada a Reus y destinada a cuidar de los enfermos del manicomio de dicha ciudad.

Allí fue víctima de malos tratamientos a los que no estaba acostumbrada ni esperaba en un lugar considerado sagrado, y estos fueron tales que la acarrearon una dolencia que la hacían sufrir enormemente. En vista de ello pidió a la superiora que la permitiera volver con su familia, petición que obtuvo la más rotunda negativa cantas veces fue formulada. Desesperada, escribió a los suyos, pero de ninguna de las cartas obtuvo contestación, lo que hace sospechar fueron interceptadas.

Estando en esta dolorosa situación, conoció a un joven llamado Florencio Ballester, enfermero o dependiente como ella en el manicomio, quién también tenía unas penas que le roían su corazoncito: ambos se confiaron sus pesares, se contaron sus cuitas, estableciéndose entre ellos una dulce intimidad y reciproca conmiseración.

Florencio abandonó el manicomio dirigiéndose a su pueblo llamado Sarral en Tarragona, y es de suponer, que ambos fraguaron el plan que más tarde pusieron en práctica.

Alejandra, viendo la imposibilidad de que se abrieran pacíficamente para ella las puertas de la casa donde estaba recluida, resolvió franquearlas con astucia y al efecto se proporcionó unas sayas de lana rayadas, un corpiño o matiné blanco con manchas negras, un pañuelo de seda de color para sustituir la blanca toca y ocultar la rapada cabeza y vestidas con estas prendas salió a la calle, no sin cerrar las puertas para que no la persiguieran tan fácilmente.

Se trasladó luego a Reus desde cuya ciudad escribió al Ballester dándole cuenta de su nueva situación. Apenas recibida la misiva el Ballester se trasladó a la ciudad indicada, reuniéndose con la Alejandra en la casa de huéspedes donde se había refugiado. Al siguiente día resolvieron ambos venir a Barcelona donde permanecieron dos días resolviendo marcharse a Francia, donde fueron detenidos como hemos indicado. La pareja quedó en el edificio del Gobierno civil en espera de resolución definitiva.

Respecto al mismo asunto, <<El Diluvio> en su edición de la tarde del viernes, se expresa con respecto a este tema como sigue:

“La exmonja Alejandra Magdalena, fugada como saben nuestros lectores del manicomio de Reus, fue llevada hasta el asilo del Buen Pastor; pero la joven desengañada de lo que es la vida monacal, y conociendo ya el paño, al ver el convento se volvió atrás, negándose rotundamente a ingresar en el mismo, haciendo valer sus derechos a la libertad que le concede el ser mayor de edad. En vista de la oposición, la joven fue nuevamente conducida al Gobierno civil en donde le aguardaba su compañero”.[13]




Al menos esta monja no decidió fugarse sola del convento y decidió definitivamente emprender una nueva vida, y es que ciertas necesidades naturales del hombre, no se pueden reprimir por más que lo diga un libro escrito por los mismos seres humanos. Si encima te encuentras y vives en tus carnes, el agravio y el castigo de aquellas religiosas con las que estas obligada a convivir, no es de extrañar que encontremos noticias como las que venimos relatando.

Los finales del siglo XIX y principios del XX, fuero años de fugas conventuales por doquier. Cuando uno bucea en las hemerotecas de prensa buscando información sobre estas situaciones, uno se encuentra sucesos que vienen subrayados por este tipo de actuaciones, donde la racha de monjas prófugas es toda una constatación.

Con fecha 14 de agosto de 1908, el Diario de Alicante en su número 458, nos contaba lo siguiente:

“Telegrafían de Salamanca, que se ha fugado de su convento de monja, la joven Antonia García. El suceso produjo alarma. La fugada es una preciosa muchacha de veinte años, refiere horrores del interior del convento y dice que ha huido por el temor de que sus compañeras la asesinaran”.[14]

Otro episodio de esta peculiaridad lo encontramos en un convento de monjas clarisas en San Martín de Don Valle de Tobalina (Burgos), la crónica la ofrece El Diario de Burgos un 28 de marzo de 1905 y la pluma del escritor conto lo que se pueden imaginar.

“Del convento de monjas de San Martín de Don (Valle de Tobalina), se ha fugado una religiosa de veintidós años arrojándose de una ventana.

Cuenta la religiosa, que las demás monjas le causaron quemaduras en las manos por no entregar 4000 pts de dote.Inmediatamente, se dirigió a los baños de Sobrón donde fue atendida, proporcionándole ropas en una casa próxima al balneario. Rogaba de rodillas, que intercedieran por ella para que no volviese al convento, porque las monjas le querían quemar la cama.

Enterado del suceso el señor cura párroco de Sobrón, D. José Hieta, trabajó para disuadirla, haciéndola ver el escándalo a que pudiera dar lugar su conducta. El señor Hieta cree, por lo que ha podido observar, que la referida monja está loca. En aquella comarca se hacen muchos comentarios de este suceso. La monja fugada ha sido recluida nuevamente en el convento”.[15]

Las fugas no cesan de estos lugares consagrados a Dios. En Almería nos encontramos con uno de esos casos que ayudan a entender la realidad que se vivía intramuros de algunos conventos españoles. La fuga de una monja va a servir para aclarar las actuaciones lujuriosas de algunas monjas y otros detalles. En este caso, la mala suerte va acompañar a nuestra protagonista.

“Se arroja por una ventana del convento de Santa Clara de esta ciudad, la religiosa sor Ángeles; se rompe las piernas a consecuencia de la caída y muere de resultas de sus heridas en el hospital. Un hermano suyo hace reclamaciones y pide justicia y es desatendido por todo el mundo. La monja postrada en el lecho, delante de los jueces y de las hermanas de la caridad, declara que su convento es un antro de corrupción y que se ha escapado de allí para evitar los tormentos que la daban. Cita casos de repugnantes inmoralidades entre las monjas, las cuales también se entregaban a los curas que violaban la clausura, y a ella la quisieron obligar a lo mismo, y decían, que en eso consistía el sacrificio de la pureza y otras la invitaban a que se entregasen a los confesores P. Benigno y P- Trinidad. Empieza a citar los nombres de las monjas que tenían hijos, sor M…sor N… que tiene un hijo monaguillo, una lega llamada Carmen, sor A…, y otra llamada Pepa.

Se negó a tomar los alimentos y medicinas que pasaban por manos de las hermanas de la caridad, temiendo la envenenasen y se hizo leer la declaración antes de firmarla. ¡Vaya una loca! Su hermano fue perseguido a muerte.

Fallecimiento de la monja
A las tres de la madrugada de anteayer y cuando estaba cerrada nuestra edición del martes, dejó de existir en el Hospital Provincial la que en vida se llamó Doña Encarnación Gálvez Sáez. A la media noche ya se encontraba la enferma en un estado tal de gravedad, que inspiró cuidados serios a las personas encargadas de su asistencia.

A las dos y media pidió que la levantasen para realizar ciertas diligencias orgánica como así lo hizo, produciéndose entonces, según las noticias que nos dieron en aquel establecimiento benéfico, una hemorragia intestinal que le acarreó la muerte, pocos instantes después de hacer aquel servicio.

Inmediatamente después del fallecimiento de Sor Ángeles, avisaron al convento de las Claras algunos empleados del citado establecimiento benéfico, recibiendo aquellas monjas la triste noticia, según nos han dicho, con una serenidad que subleva el ánimo y arranca del corazón viril protesta contra las que aún tuvieron los arrestos gallardos de las hembras.

No nos causa extrañeza la conducta de aquellas mujeres que no se informan del estado de Sor Ángeles durante su enfermedad, que saben su muerte sin inmutarse y que nada procuran, para enterrar dignamente a la que durante ocho años compartió con ella sus tareas conventuales.

La actuación de las clarisas no ha podido ser más antipática. Se necesita ser de una condición que asquea y de una naturaleza degradada para olvidar, como lo ha hecho la mencionada comunidad, aquellos deberes primordiales que debieron cumplir con Doña Encarnación Gálvez. Ya sabe pues el pueblo de Almería”.[16]



Tomamos del Liberal de Alicante la siguiente noticia sobre una monja que decidió dejar el convento teniendo la fuga como elemento ejecutor de su salida. Los hechos ocurren el 29 de enero de 1891.

“En la ciudad de Elche se fugó anteayer mañana, una monja profesa del convento de Santa Clara, haciendo su evasión por una acequia que atraviesa por el huerto del convento donde bajó con el pretexto de lavar ropa.

Con agua muy próxima a la cintura, atravesó un buen trayecto hasta llegar a una compuerta por donde salió a la calle, dirigiéndose a la estación de ferrocarril con objeto de tomar el tren para marcharse hasta Alcoy donde tiene a su familia y de donde es natural. La fugitiva monja se halla en casa del notario de aquella ciudad D. José Gómez, cuya caritativa familia le ofreció hospedaje.

Según nuestras noticias, el motivo de haber tomado la profesa semejante resolución, obedece a disgustos con la comunidad”.[17]

De nuevo en Madrid nos encontramos con un nuevo escandalo monjil que se hace público y notorio en 1899, y que algunos periódicos del momento dan detalles de lo sucedido en dicho cenobio.

Monja fugitiva Convento de la Esperanza en Madrid
“EN 1899 en la capital de España, sucedió lo siguiente: las Monjas de la Esperanza, se dedican a la asistencia de enfermos ricos, dejando los de poco pelo a las siervas de María y a las Josefinas. Tienen un gran edificio al final de la calle de San Bernardo, en la Corte.

El día 17 de diciembre, el obrero Eugenio García Delgado, pasaba por aquel sitio en compañía de su mujer cuando se fijaron que en el suelo había un papel escrito. Lo recogieron y leyeron con asombro lo siguiente:

“A la persona caritativa que encuentre este papel. Soy una infeliz mujer a la que están dando tormentos horribles y si no me socorren, pronto moriré. Estoy encerrada en este convento desde hace dos meses, sin comida, desnuda y martirizada. ¡Por Dios! Dé V. parte a la justicia.”

Los dignos obreros así lo hicieron, el escándalo en todo Madrid fue morrocotudo. Intervino la autoridad y sucedió lo de siempre. Las monjas dijeron que se trataba de una loca, que no había tales tormentos, que todo era mentira, etc., etc. Se dio la razón a las monjas y la infeliz atormentada quedó en su poder, y bien cara pagaría su tentativa de libertad.

En este mismo convento ocurrió otro caso parecido en 1908. El periódico el Adelanto de Salamanca en su número 7360, de fecha 19 de junio de 1908, exponía la siguiente crónica sobre lo sucedió.

En el convento de monjas de la Esperanza, situado en la casa número 95 de la calle Ancha de San Bernardo, de esta corte, tuvo lugar ayer un suceso del que se hicieron comentarios para todos los gustos.

Una monja llamada sor Sagrario, aprovechando un momento de descuido de la portera, salió del convento huyendo de él. Apercibidas de la fuga las compañeras de claustro de la fugada, salieron algunas en persecución de la misma, la cual se refugió en una tienda de la calle citada.

Allí la monja dijo: que se había fugado del convento y que no volvería porque era objeto de malos tratos. Inmenso gentío rodeo la tienda en la cual la monja se había refugiado.

Después se amotinó el público, dirigiéndose más tarde al convento de La Esperanza, haciendo manifestaciones hostiles. Las monjas dieron aviso de lo que ocurría a las autoridades y estas enviaron inmediatamente al lugar de la manifestación fuerzas de la Guardia civil de caballería y de policía. Estas dieron varias cargas sobre los manifestantes, disolviendo los grupos allí formados. La policía que custodia a la monja dice que ha declara sor Sagrario; que huyó del convento por estar en pecado mortal, por no haber oído ayer misa. 

Poco después fue llevada la monja al convento. La superiora dice: que la monja tiene perturbadas las facultades mentales. Sor Sagrario tiene a su familia en el pueblo de Monforte. El convento de La Esperanza sigue custodiado por la Guardia civil y fuerzas de la policía. Del suceso corren diferentes versiones, haciéndose del cenobio los comentarios de siempre”. [18]



Nos trasladamos a Segovia en busca de un caso inaudito de cremación monjil. Los hechos suceden en agosto de 1889 en un convento de monjas de la población mentada, y donde al final la solución eclesiástica para acallar los rumores sobre lo ocurrido, pasa por obsequiar al posible locutor de los hechos con algo que le sea apetecible y atrayente. Los hechos ocurridos son los siguientes.

“En agosto de 1889, en la ciudad de Segovia, en un convento de monjas un día al amanecer vieron varios vecinos que salían del convento varios frailes de tapadillo y con muchas precauciones. Eran procedentes de Filipinas y habían tomado una casa inmediata al convento, con el que hicieron comunicación. Una religiosa observante no pudo en conciencia callar aquel abuso y lo denunció al obispo. Se arma en el convento la gran escandalera y surge un incendio en el cual ¡oh casualidad! Solo se quemó y pereció la religiosa denunciadora. Las monjas se lo avisan a su hermano, que lo era D. Calixto Andrés y Tomé, empleado en la nunciatura. Marcha este a Segovia y quiere ver el cadáver de su hermana, y ¡otra rareza! El cadáver de la monja quemada no aparece por parte alguna. Se hacen públicas estas cosas, el público silba a los frailes en las calles, pone a las monjas como trapos. El obispo aterrado ante las proporciones que toma el conflicto llama al sacerdote D. Calixto, y le ruega que por el bien de la religión desista de sus pesquisas e indagaciones sobre la muerte y paradero de su hermana. Calla el clérigo y al poco tiempo vio recompensado su silencio siendo elevado a la categoría de asesor de la nunciatura o una cosa análoga”.[19]

En Trujillo (Cáceres) una monja se escapa del claustro por los malos tratos recibidos. El tormento en los conventos fue una realidad que se manifiesta en documentos como los que estamos observando y que salpica a determinados cenobios en momentos determinados de su historia.

“A primeros de enero de 1886, se escapó del convento de monjas de Trujillo una religiosa. El público de estremeció de horror al escuchar los tormentos y malos tratos que la monja refirió le había aplicado. Azotes, ayunos, encierros, pellizcos, ataduras que penetraban en las carnes, hacerle lamer el suelo, horas enteras de rodillas con los brazos extendidos en cruz, trabajar hasta caer desfallecida, sin fuerzas etc. Intervinieron las autoridades y se ocupó de este caso toda la Prensa Liberal. Los clérigos quisieron explicar y defender la cosa; pero lo hicieron débilmente. Al final se echó tierra sobre este suceso”.[20]

Muestra siguiente protagonista, es una bella dama que decide entrar en un convento, llevando sobre ella la carga de ser persona con una importante hacienda. Las monjas del cenobio que de tontas no tienen un pelo, comenzarán a indagar para que la nueva compañera comience a ir soltando bienes y posesiones en favor del claustro. La jugada no le salió muy bien a las veteranas, y ello provocó, que a la recién llegada se le quitase las ganas de seguir en aquel mundo avaro, y poner pie en polvorosa. La historia de esta monja innominada se fraguó en Miranda de Ebro (Burgos) y de ella se cuenta lo siguiente.

Monja fugada Miranda de Ebro 28 de marzo de 1905

“En Miranda de Ebro a ocurrido un suceso llamado a producir gran escándalo por las circunstancias que en él han ocurrido. Hallábase recluida en el convento de San Martín, cierta dama, de 27 años de edad, de singular hermosura y no escasa fortuna. Enteradas las monjas de que la nueva compañera era poseedora de bienes terrenales que podían mejorar la situación angustiosa en la que la comunidad vivía, decidieron hacer cuanto humanamente fuera posible para lograr aquel fin; y como nada aconseja peor que la avaricia, emplearon con la recluida todo género de medios. Comenzaron primero por la súplica, después la amenaza y por último, el castigo más cruento.

Lo que aconteció fue, que aprovechando un instante favorable la monja perseguida por sus posesiones, esta se fugó de su encierro saltando por una ventana presentándose a las autoridades con las manos heridas y extensas quemaduras producidas, según declaración, por haberse negado a entregar su dote en favor de la comunidad.

El hecho ha causado gran sensación en Miranda y las autoridades han comenzado a instruir diligencias”.[21]

Evidentemente, el maltrato en los conventos fue una realidad que se ejerció dentro de los cenobios y que venía aprobado dentro de las reglas de la misma orden conventual.

Saquen sus propias conclusiones


[1] El Tormento en los Conventos. Fray Gerundio. Pag 145-146. Barcelona Tipografía de Valls y Borras.

[2] El Dia de Palencia. Defensor de los Intereses de Castilla. Año XVI. Número 5130, 21 de noviembre de 1905.

[3] El Adelanto. Diario Político de Salamanca. Número 7020. 17 de mayo de 1907.

[4] La Voz Montañesa: periódico político, administrativo y de intereses generales: Época Tercera. Año VII Número 1470 - 4 septiembre 1879

[5] El Correo de España. Periódico ilustrado de intereses españoles. Número 93. 8 de marzo de 1896.

[6] El Adelanto: Diario político de Salamanca: Año XXIV Número 7360 - 1908 junio 19

[7] La Victoria: semanario de Béjar: Año XV Número 726 - 1908 junio 27

[8] El Tormento en los Conventos. Fray Gerundio. Pg. 148-149. Barcelona Tipografía de Valls y Borras.

[9] Ibid. Pág. 147-148

[10] El Adelanto de Salamanca. 23 de febrero de 1912.

[11] El País. Número 5082. Domingo 30 de junio de 1901.

[12] El avisador de Badajoz: periódico de intereses generales: Año II Número 68 - 1888 noviembre 29 

[13] El liberal del órgano democrático de la isla de Menorca: Año 22 Número 6303 Edición - 1902 julio 7

[14] Diario de Alicante: Año II Número 458 - 1908 agosto 14

[15] El Diario de Burgos. 28 de marzo de 1905. Número 4297.

[16] El radical: diario republicano: Año V Número 1275 - 1906 octubre 25

[17] El diario de Orihuela: periódico de noticias e intereses materiales: Año VI Número 1325 - 1891 enero 31

[18] Fr. Gerundio. El Tormento en los Conventos. Barcelona, Tipografía de Valls y Borras.

[19] Ibid. Pág. 155-156

[20] Ibid. Pág. 142-143

[21] Heraldo de Zamora: Diario de la tarde. Defensor de los intereses morales y materiales de la provincia: Año XI Siglo II Número 2411 - 1905 marzo 28

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