EL
MORRILLO DE SEGOVIA ¿UN CASO DE “MEMORIA HISTÓRICA” DE LA GUERRA DE LAS
COMUNIDADES?
En la historia de las
naciones y de los pueblos (de todos) suceden acontecimientos traumáticos que
influyen en las vidas no solamente de las generaciones que las viven, sino
también de aquellas personas que, no habiéndolas padecido directamente, sufren
sus consecuencias y sus secuelas décadas o incluso siglos después. Europa no es
ajena a esto, pues tenemos una amplia experiencia en guerras que, siendo ya
antiguas, aún proyectan su larga sombra sobre nosotros. Es el caso de ambas
Guerras Mundiales o de la Guerra Civil Española que, años después de
finalizadas, han seguido teniendo consecuencias de muy diversa índole en las
naciones que las padecieron.
No obstante, no debemos
pensar que esto es algo que afecta sólo a estos acontecimientos relativamente
recientes en nuestra Historia. Otros conflictos de nuestro pasado generaron
preocupación e inquietudes en generaciones que no las vivieron incluso muchos
años después, cuando sus rescoldos se creían ya apagados. Algo así es lo que
sucedió en la ciudad de Segovia en relación con la Guerra de las Comunidades
más de cien años después de que ésta acabara.
En el verano de 1629,
durante ciertas obras en la iglesia de Santa Olalla (Santa Eulalia) de Segovia,
fue encontrada una columna como del tamaño de un hombre con una pequeña argolla
de hierro en lo alto de la misma. Se trataba de lo que en la ciudad había sido
conocido como “el morrillo de los comuneros”, que presidía el lugar en donde
éstos formaban sus juntas durante la guerra desarrollada en Castilla entre los
años 1520 y 1521 y en la que tanto se significó la ciudad de Segovia.
El hallazgo de la columna
y la decisión del párroco de Santa Olalla de colocarla en la plaza frontera a
la iglesia desató un revuelo y una inquietud que no sólo afectó a la ciudad y a
sus autoridades, sino que llegó a conocimiento del rey y de su más importante
brazo gubernativo, el Consejo de Castilla.
Conociendo los problemas
de orden público que la exhibición en lugar tan a la vista podía crear este
símbolo de agitaciones pasadas, el corregidor de la ciudad, Gonzalo Rodríguez
de Monroy, mandó retirarlo bajo el pretexto de que el párroco de Santa Olalla
había pretendido extender la jurisdicción eclesiástica propia de su iglesia más
allá de los límites convenientes, ampliándola a una plaza pública. A las pocas
horas de su retirada, el morrillo volvió a ser alzado, esta vez dentro de los
terrenos afectados por la inmunidad eclesiástica, sustrayéndola por tanto de la
jurisdicción civil del corregidor. Este desacato, unido a los rumores que
afirmaban que, al amparo de la noche, varios desconocidos habían vuelto a
juntarse en el morrillo aumentó aún más, si cabía, la preocupación de las
autoridades.
Las principales sospechas
recayeron sobre el párroco que, sabiendo lo que significaba la señal encontrada
en su iglesia, sólo podía pretender con su exhibición pública recordar al
pueblo pasadas alteraciones contra la autoridad real y tal vez alentarles a otras
nuevas; o bien evocar maliciosamente antiguas infamias que afectarían al honor
de algunas familias de la ciudad. Sea cual fuere la inocencia o la intención
del párroco, la intervención del obispo Moscoso y Sandoval fue decisiva pues
con él se concertó el corregidor para, aprovechando la discreción de la noche,
sacar el morrillo de la plaza en una carreta y, llevándolo a la plazuela del
Alcázar, despeñarlo por el barranco para posteriormente hacer añicos cualquier
resto que quedase.
Del morrillo de los comuneros
de Segovia no quedó vestigio para la posteridad y las perturbaciones sociales
que, tal vez como catalizador de problemas subyacentes, había originado su
redescubrimiento más de un siglo después del final de la guerra, se fueron
apagando gracias a la prudencia del corregidor Rodríguez de Monroy que impidió
que se abriera proceso alguno contra los ciudadanos inquietos y disuadió las
reuniones levantiscas y los corrillos nocturnos. Las palabras del corregidor en
toda la gestión de asunto del morrillo son más que significativas: no
despertemos a los que duermen.[1]
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