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lunes, 21 de marzo de 2022

  

EL MORRILLO DE SEGOVIA ¿UN CASO DE “MEMORIA HISTÓRICA” DE LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES?



 


 

En la historia de las naciones y de los pueblos (de todos) suceden acontecimientos traumáticos que influyen en las vidas no solamente de las generaciones que las viven, sino también de aquellas personas que, no habiéndolas padecido directamente, sufren sus consecuencias y sus secuelas décadas o incluso siglos después. Europa no es ajena a esto, pues tenemos una amplia experiencia en guerras que, siendo ya antiguas, aún proyectan su larga sombra sobre nosotros. Es el caso de ambas Guerras Mundiales o de la Guerra Civil Española que, años después de finalizadas, han seguido teniendo consecuencias de muy diversa índole en las naciones que las padecieron.

No obstante, no debemos pensar que esto es algo que afecta sólo a estos acontecimientos relativamente recientes en nuestra Historia. Otros conflictos de nuestro pasado generaron preocupación e inquietudes en generaciones que no las vivieron incluso muchos años después, cuando sus rescoldos se creían ya apagados. Algo así es lo que sucedió en la ciudad de Segovia en relación con la Guerra de las Comunidades más de cien años después de que ésta acabara.

En el verano de 1629, durante ciertas obras en la iglesia de Santa Olalla (Santa Eulalia) de Segovia, fue encontrada una columna como del tamaño de un hombre con una pequeña argolla de hierro en lo alto de la misma. Se trataba de lo que en la ciudad había sido conocido como “el morrillo de los comuneros”, que presidía el lugar en donde éstos formaban sus juntas durante la guerra desarrollada en Castilla entre los años 1520 y 1521 y en la que tanto se significó la ciudad de Segovia.

El hallazgo de la columna y la decisión del párroco de Santa Olalla de colocarla en la plaza frontera a la iglesia desató un revuelo y una inquietud que no sólo afectó a la ciudad y a sus autoridades, sino que llegó a conocimiento del rey y de su más importante brazo gubernativo, el Consejo de Castilla.

Conociendo los problemas de orden público que la exhibición en lugar tan a la vista podía crear este símbolo de agitaciones pasadas, el corregidor de la ciudad, Gonzalo Rodríguez de Monroy, mandó retirarlo bajo el pretexto de que el párroco de Santa Olalla había pretendido extender la jurisdicción eclesiástica propia de su iglesia más allá de los límites convenientes, ampliándola a una plaza pública. A las pocas horas de su retirada, el morrillo volvió a ser alzado, esta vez dentro de los terrenos afectados por la inmunidad eclesiástica, sustrayéndola por tanto de la jurisdicción civil del corregidor. Este desacato, unido a los rumores que afirmaban que, al amparo de la noche, varios desconocidos habían vuelto a juntarse en el morrillo aumentó aún más, si cabía, la preocupación de las autoridades.

Las principales sospechas recayeron sobre el párroco que, sabiendo lo que significaba la señal encontrada en su iglesia, sólo podía pretender con su exhibición pública recordar al pueblo pasadas alteraciones contra la autoridad real y tal vez alentarles a otras nuevas; o bien evocar maliciosamente antiguas infamias que afectarían al honor de algunas familias de la ciudad. Sea cual fuere la inocencia o la intención del párroco, la intervención del obispo Moscoso y Sandoval fue decisiva pues con él se concertó el corregidor para, aprovechando la discreción de la noche, sacar el morrillo de la plaza en una carreta y, llevándolo a la plazuela del Alcázar, despeñarlo por el barranco para posteriormente hacer añicos cualquier resto que quedase.

Del morrillo de los comuneros de Segovia no quedó vestigio para la posteridad y las perturbaciones sociales que, tal vez como catalizador de problemas subyacentes, había originado su redescubrimiento más de un siglo después del final de la guerra, se fueron apagando gracias a la prudencia del corregidor Rodríguez de Monroy que impidió que se abriera proceso alguno contra los ciudadanos inquietos y disuadió las reuniones levantiscas y los corrillos nocturnos. Las palabras del corregidor en toda la gestión de asunto del morrillo son más que significativas: no despertemos a los que duermen.[1]



[1]    Archivo Histórico Nacional. CONSEJOS,7146, N.59

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