La Cueva de San Ignacio de Loyola en Manresa
En este año celebramos dos aniversarios ignacianos, se cumplen quinientos años de la conversión de Ignacio de Loyola y cuatrocientos de su canonización, que tuvo lugar en 1622. Para contribuir a la conmemoración de ambos acontecimientos hemos seleccionado un documento relacionado con este tema. Se trata de una descripción de la cueva utilizada por Ignacio de Loyola en dicha localidad para sus meditaciones, realizada a instancias del padre Luis Vidal, rector del colegio jesuita de Manresa, para enviar al padre Andrés Lucas, jesuita del colegio de Granada, para que le sirviese de ilustración en la historia que sobre la vida de San Ignacio estaba preparando.
Ignacio llegó a Manresa el 25 de marzo de 1522 procedente de
Montserrat. Su idea inicial era permanecer aquí unos pocos días y seguir camino
hacia Barcelona para embarcarse hacia a Roma y desde allí marchar en peregrinación
a Tierra Santa. Pero cambió de planes y decidió quedarse en Manresa,
alargándose su estancia durante once meses, hasta finales de 1523 que partió
para Barcelona y continuó con su idea inicial. En esta ocasión sí pudo cumplir
con su deseo de llegar a Tierra Santa. Manresa se convertirá, por tanto, en un
punto de referencia fundamental de esta etapa de su nueva vida.
Antes de entrar en Manresa visitó el santuario de Nuestra
Señora de la Guía donde se detuvo para orar y a continuación se dirigió hacia
el puente viejo para acceder a la ciudad. Desde allí se podía ver un monte con
una pequeña ermita en su cima dedicada a San Bartolomé, “el puig de San
Bartolomé”. Debajo, en su ladera, existían una serie de cavidades naturales
excavadas por el río Cardoner, una de las cuales se convertiría en el lugar
elegido por Ignacio como lugar para sus largos retiros de penitencia y oración.
Una vez dentro de Manresa Ignacio se dirigió hacia la Seo y
a continuación al hospital de pobres de Santa Lucía, lugar que fue su principal
residencia durante su estancia en esta ciudad y que años después se convertiría
en la sede del colegio de la Compañía de Jesús.
Una vez que Ignacio abandonó Manresa la cueva se colocó
encima de la entrada una cruz en recuerdo de su estancia cerrándose con puertas
para protegerla. En 1603 fue donada a los jesuitas y en este mismo año se
inició la construcción de una capilla dedicada a San Ignacio en el terreno
encima de la cueva para posibilitar una mayor cantidad de visitantes que la
estrechez de la misma no permitía. Se llevaron a cabo también algunas obras de
mejora para facilitar el acceso a ella y además se excavó para darle mayor
profundidad y convertirla así en un santuario ante la gran demanda de
visitantes. De los 2,5 dos metros que tenía en tiempo de Ignacio se efectuó una
primera ampliación a 6,5 metros en 1606. Finalmente, en 1661, se amplió hasta
alcanzar los 11,50 metros que tiene en la actualidad.
El documento nos da
noticia de un hecho extraordinario acaecido el 30 de julio de 1627, víspera de
la festividad de San Ignacio durante el canto de las completas. Se trata de un
crucifijo en bajo relieve grabado en un rosetón que estaba colocado en la
capilla de arriba comenzó a sudar sangre a la vista de los presentes que allí
estaban. Dicho rosetón procedía originariamente de la Cruz del Tort, que estaba
en el camino real de Barcelona y ante la cual Ignacio se había detenido muchas
veces a rezar y había tenido varias visiones. Este acontecimiento, junto con
otros, como el aceite de la lámpara que ardía en la cueva o trozos de piedra
que los visitantes cogían, a los cuales se atribuían propiedades curativas
contribuyeron a extender la fama de la cueva a donde acudían numerosos
visitantes, muchos de ellos para dar gracias por la intercesión del santo en la
curación de sus males, dejando como recuerdo gran cantidad de exvotos y
presentallas como testimonio de su agradecimiento, de los cuales se hace
referencia igualmente en el documento.[1]