SUPERSTICIÓN E LA RAYA DE CÁCERES
Uno de los espacios de Cáceres
donde mayor numero de personas delatadas por casos de superstición hubo
(siempre de forma documental
), fue la raya y los pueblos situados dentro
de lo que fue el Priorato de Alcántara. Una de las tradiciones más conocidas
dentro del mundo del fetichismo y las creencias de un pueblo, la vamos a
encontrar en la población de Brozas con el seguimiento de miles de personas del
famoso “Toro de San Marcos”. Tema que ha sido poco estudiado y que sin duda,
daría para el desarrollo de un interesante trabajo de investigación en la zona,
así como en otros pueblos de Extremadura, donde se producía el mismo milagro en
el mismo día de la fiesta del santo evangelista.
En este trabajo encontraremos algunos herejes
que van a ser puestos en evidencia ante la Inquisición por desmentir la
autenticidad de dicho milagro. Suceso que años después tuvo que caer por su
propio peso ante la más que evidente falsedad de dicho acontecimiento, motivo
por el que la Iglesia estaba quedando en evidencia ante muchos vecinos de la
comarca por tan adulterado y amañado milagro. Una parte de la población de
Brozas, pueblo donde se desarrollaban los hechos a narrar, así como vecinos de
otras localidades cercanas, creían que el prodigio de amansar al toro bravo y hacerlo
venir desde la dehesa hasta la ermita de San Marcos para oír misa el día del
evangelista, era obra del apóstol. Otros escépticos en cambio, creían que todo
cuanto sucedía era pura superstición, y que la venida del animal era debido al
arte o conocimiento de una hechicera de la Brozas que adormecía al toro con una
determinada planta.
El “fenómeno o
milagro” sucedía de la siguiente forma según el Fraile Antonio, natural de
Trujillo, religioso descalzo de San Francisco, que fue Ex-comisario Visitador de
la de San Pedro de Alcántara en Andalucía.
“…En el que sucede todos los años desde las
vísperas del día 24 de abril hasta el siguiente que se cuenta 25, en que
celebra la Iglesia la fiesta del glorioso San Marcos Evangelista quién con su
poder amansa a un toro. Unos lo aseguran por milagro, otros, y no de inferior
calidad, lo tienen por superstición alegando para ello las razones que daremos
después.
La víspera del Santo se preparan los
diputados y mayordomos para ir apartar el toro. La disposición es el confesarle
y comulgar, y en habiendo hecho esta tan cristiana diligencia, parten a por el
animal en su compañía de un sacerdote. Ordinariamente suelen tener prevenido el
toro a una legua del lugar o más cerca en alguna vacada. No es siempre uno, si
le hay de limosna, aquel llevan, y sino, de los que tiene el Santo, y a falta
de uno y otro le presta el que los tiene. No van a caballo ni llevan garrocha
ni otro genero de ofensa para obligarle a que venga, a pié van y en las manos
llevan unos báculos o varas. En llegando al sitio donde está el toro se hincan
todos de rodillas y rezan un Ave María y un Padre Nuestro en tanto que el
sacerdote dice la conmemoración del bendito San Marcos con su oración. Luego se
levantan y le apartan de la vacada sin decir otra cosa más que “vamos Marcos”.
Obedece el toro a esta palabra y gobernándole le ponen en el camino, le guían
por el y va como si fuera una mansa oveja sin declinar a una u otra parte hasta
llegar a la ermita del Santo. Asiste en ella a las vísperas, sube hasta el
altar mayor y a su modo lo besa y lo venera, después lo llevan por las calles y
casas de los vecinos, entra en todas y es cosa de ver y de dar Gracias a Dios
como se acomoda para entrar por la puerta aunque sea angosta, da una vuelta al
zaguán aunque sea corto, sube las escaleras de la casa, entra en la cuadra y
donde están los dueños sin que a uno ni a otros les cause recelo ni temor. Le
llevan también a nuestro convento que está distante de las Brozas, que es de
donde más puedo asegurarlo por haber sido testigo de este prodigio muchos años.
El toro sube las escaleras del convento, anda por los dormitorios y aun entrase
en las celdas si se lo permitiesen.
El siguiente día del Santo va con la
procesión delante de su imagen, asiste a la misa y sermón con tal quietud y
sosiego como si fuera racional. Suele suceder ordinariamente ser tan grande el
concurso, que está la gente junta con el toro como acostumbran a estar unos con
otros en las ocasiones de mucho concurso, y no por eso hace movimiento alguno.
Concluida la misa le dan lugar para que se vaya, volviendo a tomar el animal su
ferocidad y se va caminando al sitio donde pastaba”.
Según los testimonios de los antiguos
vecinos de Brozas y que perduran las noticias de padres a hijos, se cuenta, que
antes que se levantasen las guerras entre Castilla y Portugal, vinieron a la
fiesta de San Marcos de dicha villa entre otros, unos portugueses vecinos de la
de Rosinariñan; vieron el milagro del toro y llenos de admiración contaron en
su tierra lo que habían visto, en especial a una viuda rica que en ella había.
Oyendo esta la mansedumbre que decían llevaba el toro, incrédula dijo: “así,
pues que amanse a mi toro que es bravísimo”, comentando que no había podido
encerrarle por diligencias que había hecho, sino que más bien había
experimentado grandes daños por su ferocidad de la cual tenía fama por toda
aquella tierra. Los que la oyeron le respondieron, “mande al toro a San Marcos
y de aviso a los mayordomos del Santo para que vengan a por el animal, que yo
le aseguro que le amansarán y llevarán”. Más por tesón que por devoción salió
al partido y ofreció el toro al santo, diciendo se le diera aviso a los
mayordomos para que viniesen por el para el año siguiente.
Algunos días antes de la fiesta del Santo
partieron de Brozas dos diputados sin más prevención que unas alforjillas en
las que llevaban su comida. Llegaron a Rosmariñan, fueron en casa de la viuda
dueña del animal, dándole noticias de que venían a por el. Entendía le habrían
de llevar al modo que los encierran para lidiarlos en la plaza, y
preguntándoles ¿Qué caballos venían para llevarle? Respondieron que no traían
más prevención que la que veía, y que quién le había de amansar para llevarle
no eran ellos sino San Marcos. Los veía y aun no los creía, ni le parecía fuese
posible que ellos solos los llevasen. Fueron al sitio donde estaba la vacada y
la viuda con ellos por ver el fin del suceso; y en llegando donde estaba el
toro se hincaron de rodillas los diputados y rezaron un Ave María y un Padre
Nuestro a San Marcos. Llegaron al toro, le citaron de parte del santo con las
palabras comunes, “vamos Marcos” y como si fuera una mansa oveja le fueron
guiando y trajeron a Brozas. La señora portuguesa atónita con lo que veía, sin
volver a su casa se fue con ellos regando el camino con lagrimas de devoción y
dando gracias a Dios por las maravillas que obraba por su santo. Vio a su toro
andar las estaciones que los demás, le vio asistir en la ermita y vio también
la mansedumbre que traía. Quedó tan devota del santo, que el tiempo que vivió
dio el toro todos los años para la fiesta de San Marcos.[1]
Aunque partidarios tenía el
milagro, no era menos cierto que también tenía contrarios, pero eso sí, los que
osasen poner duda o crear incertidumbre sobre dicho suceso, serían catalogados
como herejes. Esa cruda y descarnada realidad se fraguó en la persona de un médico
natural de Alcántara, un sujeto que aparece en el documento con el
reconocimiento de Licenciado Salcedo, hombre que va a ser delatado a la Inquisición por desmentir el milagro
del toro de San Marcos. Un hombre que tuvo que sufrir la vergüenza ante los
vecinos, por haber sido evidenciada y condenada su conducta lingüística sobre
este tema.
Licenciado Salcedo
“Médico asalariado en Alcántara, fue testificado de haber dicho por el
toro de Las Brozas del día de San Marcos, “ya es muerta la hechicera que hacía
venir el toro”, y diciéndole cierta persona “no diga señor eso que son milagros
de Dios”, respondió “que eran milagros infames”; y diciéndole cierta persona
“que en Las Brozas se hacía una procesión muy solemne el día de San Marcos”,
respondió el dicho médico “que era la procesión Renca” y haber dicho, “ser el
milagro infame” y lo de la hechicera;
fue también testificado un hijo de dicho médico de lo mismo. Tuvo un
testigo varón de oírselo y dio por contestes seis testigos varones que
examinados contestaron”.[2]
También fue puesto en evidencia
un morisco de Alcántara llamado Badillo, quien fue delatado al Santo Oficio por
decir según el documento inquisitorial lo siguiente.
Badillo.
“Zapatero, morisco vecino de Alcántara, fue testificado de lo mismo que
el Licenciado Salcedo, y diciéndole cierta persona “que no dijese aquello que
era milagro de Dios”, respondió, “que era milagro de Mahoma”. Tuvo tres
testigos varones de habérselo oído decir”.[3]
Ante la evidencia de que cada vez
más personas ponían en duda el milagro del Toro de San Marcos, la Iglesia, a
través de algunos de sus miembros, va a tratar de frenar la tradición de dicho
milagro prohibiendo que saquen al animal en los días de fiesta del santo
durante el año 1525. El teólogo y reverendo franciscano Fr. Juan de la
Trinidad, en sus Crónicas sobre la Provincia de San Gabriel nos cuenta lo
siguiente.
“Porque habiendo personas doctas que sospechan interviene aquí alguna
superstición o pacto ilícito, me he informado con particular cuidado con los
hombres más ancianos de las Brozas, sobre el caso de su origen y otras
circunstancias. Ninguno dice con certeza que principio tuvo. Lo que afirman es
haber oído a sus abuelos y antepasados, que cuando esta villa era aldea de la
jurisdicción de Alcántara (que ha más de ciento cincuenta años), un juez
eclesiástico mandó con graves penas que no se trajese más al toro y que se
hiciese la procesión hasta la ermita sin el animal y que se cantasen las
vísperas y la misa. Obedecieron todos al juez, pero a la hora que todos estaban
juntos para comenzar las vísperas, vieron que sin traerle nadie se entró en la
ermita el toro, y que al día siguiente también estuvo en la misa y anduvo toda
la procesión siguiendo la imagen del Santo en la forma que otras veces.
Los cofrades ni otras personas, no solo no se atrevieron a llamar
Marcos al toro como antes solían hacer, sino que temiendo incurrir en las penas
impuestas por el Juez en su mandamiento, o que hubiese achaque para declararles
incursos en ellas, mandaron a los muchachos (que como no sujetos a leyes se
gobiernan por su antojo) no hablasen palabra ni se moviesen para el toro. Pidió
la cofradía testimonio de lo sucedido y poniendo la causa en el Tribunal del
Nuncio Apostólico se sentencio: donde hecha cumplida averiguación de todo,
pronunció sentencia a favor de la cofradía dando licencia para que se trajese
el toro, mandando que ningún inferior suyo lo impidiese. Desde entonces se ha
hecho la fiesta sin interrupción continuando, y cada año presenciando los
asistentes el milagro que San Marcos siempre hizo”.[4]
A partir de este comunicado que
nos cuenta el Padre Trinidad en su obra, se va a zanjar la polémica de los que
creían que todo lo que sucedía no era milagro, sino pura superstición y engaños
creados por las hechiceras del lugar. Mujeres que habían estado dando al toro,
posiblemente, algún tipo de brebaje que le adormecía con plantas como el
Estramonio o la Rosa de Alejandría muy propias de la zona, y que suelen
provocar en animales de las características del que estamos tratando un cierto
adormecimiento y la pérdida de fiereza y bravura.
Se manifestará tras lo
dictaminado por la Iglesia, que en lo del milagro no hay superstición sino
disposición divina, por lo que se seguirá honrando al toro y al evangelista en
el día de su fiesta. Y mientras el siglo XVI va tocando a su fin, durante el
año 1598 se van a producir unos sucesos en torno a la imagen de San Marcos que
van a convulsionar, y de qué manera, a la población de las Brozas. Un sacrílego
de la población va a decapitar la imagen del santo; y en torno a este protervo,
depravado y perverso suceso, van a comenzar a hacer acto de presencia nuevos
milagros en torno a la imagen descabezada. Acontecimientos que harán que el
seguimiento de la imagen destronada por los hechos ocurridos sea aún mayor que
el que tenía, “gracias” a la siempre “cándida” e “inocente” imaginación de los
religiosos franciscanos, que dominaban y controlaban desde su convento en
Brozas el devenir y sobrevenir del incidente del canonizado e inmaculado San
Marcos.
“Otro suceso notable se vio en nuestros tiempos porque fue cerca del
año 1600. Un caballero de la misma villa de Brozas dio a la ermita una imagen del
evangelista San Marcos, y éste mandó que se pusiese en el frontal de la peana el
escudo de sus armas. Algunos que no le eran bien afectos, llevaron pesadamente
que estuviera allí el escudo, pareciéndoles que por aquel camino había de
pretender en adelante introducirse como patrono. Quitaron el escudo de forma
secreta; pero recurriendo al juez, el caballero volvió a ponerle en su sitio
habiendo por ello grandes enfados. Últimamente algunos de los que le
contradecían, quizás mal advertido, resolvió hacer una temeridad de marca mayor,
y fue, que tomando furtivamente la imagen, alguien le cortó la cabeza y la
arrojó dentro del osario de la parroquia de Santa María entre multitud de
huesos de difuntos que allí había, y el cuerpo del santo lo echaron en un pozo
que llaman de los caños y que está fuera del lugar.
Pasados algunos días y yendo un labrador al campo, se llego haber si el
pozo tenía mucha agua, descubriendo el cuerpo de la imagen flotando; dio aviso
y la sacaron. Al mismo tiempo (poco antes, o después) un muchacho mudo de
nacimiento, teniendo un pajarillo éste se le fue de las manos y se entró en el
osario. Codicioso el muchacho de su pájaro hizo diligencias para sacarle,
viendo la cabeza de la imagen en el osario y el pájaro posado sobre ella. Con
las señas y a su modo lo dio a entender, y sacándola la juntaron con el cuerpo.
En desagravio de la irreverencia que se había hecho a la imagen del santo
evangelista, se mandó la trajesen en procesión solemne por las calles sin
esperar al día de la fiesta.
No se trató de que viniese el toro a dicha procesión, pero ordenó Dios que no faltase;
porque al tiempo que había de salir de la iglesia, vieron unos muchachos un
toro cerca de la ermita de Santa Lucía (poco distantes de las casas) y movidos
por su Majestad o por su curiosidad, fueron hasta el toro; y diciéndole “ven
Marcos” como suele hacerse, lo trajeron con grandes vocerías hasta entrarle en
la Iglesia; y así fue el toro en esta procesión como en las otras.
Añade el autor haberle dicho personas fidedignas, que el agua del pozo
donde apareció el cuerpo de la imagen de San Marcos, sirve para sanar a los que
la beben con fe en sus enfermedades. Lo que yo podré asegurar como testigo de
vista para gloria y honra de Dios que quiere ilustrar a su evangelista San
Marcos, ya que es lo que he adquirido y experimentado. Que quince días antes
del veinticinco de abril que es en el que la Iglesia celebra la festividad del
santo (y aun según dicen) quince días después; las aguas de este pozo muda el
color natural que tiene y se reduce a un azul claro; y que en los tales días
amasan el pan con solo el agua del dicho pozo y no con otra, sin poner levadura
en la harina: el cual sale tan sazonado como si la llevara. Se tiene por cosa
rara, y como tal se practica entre los naturales. He comido del pan así amasado
y no he encontrado ningún sabor diferente de los demás, y en pasado el tiempo
referido, vuelve el agua a su natural color y no se puede amasar con ella sin
levadura como es común”.[5]
Curiosa la historia del
decapitado San Marcos y los milagrosos acontecimientos que surgieron a raíz del
atropello cometido contra la imagen del evangelista. ¿Serían realmente las
brujas o hechiceras las encargadas de amansar o quitar la bravura al toro con
alguna planta de la zona? Desde luego, haberlas las había. El Estramonio por
ejemplo puede llegar adormecer a un toro bravo y hacerle perder su bravura, e
incluso, la misma planta conocida como la Rosa de Alejandría. Ambas con un
efecto duradero importante, pueden llegar a drogar al animal, de tal forma, que
perfectamente puede ser traído desde la vacada al grito de “milagro”. De
momento el Licenciado Salcedo, médico asalariado en Alcántara, hombre culto
para su época, dice claramente que la mansedumbre del toro la propiciaba una
hechicera del lugar; mientras que una gran parte del pueblo inculto y fácil de
llevar por los caminos de la superstición divina, va a creer que lo que sucede
en Brozas con el toro de San Marcos es un prodigio y un portento creado por las
celestiales y beatíficas manos del “glorioso y sobrehumano” evangelista.
Ermitas de San Marcos hubo y
sigue habiendo varias por toda Extremadura, razón más que suficiente para que
el milagro no solamente sucediese en el pueblo de Brozas, sino también en
aquellos otros lugares donde el evangelista tenía su venerada y adorada
capilla. Uno de los pueblos donde el milagro se fraguaba de una forma firme era
en Casa de Don Gómez, perteneciente al Obispado y jurisdicción de la ciudad de
Coria, población que tenía a las afueras, como a una legua, según dice el
documento, una ermita de San Marcos. Se celebraban las mismas ceremonias que en
Brozas en torno a la imagen del santo, y se producen con idéntico parecer los
acontecimientos del milagro del toro. En el año 1686 va a suceder en dicha villa
lo siguiente:
“Tiene este lugar una ermita de San Marcos casi a una legua de
distancia del mismo pueblo, celebran su fiesta con las mismas ceremonias que la
villa de las Brozas: van por el toro a la vacada, lo apartan llevando consigo
al cura para que le diga la conmemoración y oración del Santo. El animal asiste
a las primeras vísperas en la iglesia, entra en las casas y sale de ellas, y en
algunas ocasiones suelen llevar dos toros si se los ofrecen al santo, con la
condición de que deben de andar aquel año. Al siguiente día le llevan a la
ermita en la procesión en la misma conformidad que queda dicho de Brozas, que
es de donde todos han tomado, asistiendo el bicho a la misa y el sermón.
Llevados de lo que algunos autores han opinado que hay superstición en
esto, mandó el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Don Juan de Porras y Atienza,
Obispo de Coria en el año 1686, no se llevase el toro en la procesión. Se
obedeció el mandato y aquel año se hizo la fiesta sin el toro; pero sucedió que
el día veinticuatro de abril en la tarde, al tiempo que solían ir por el animal
para traerle a las vísperas, cuando se estaba componiendo la ermita para el día
siguiente se vino a ella el toro, se anduvo alrededor y estuvo por allí echado,
y talvez pastando como si estuviese aguardando que lo llevasen a esta función.
Fue público y yo hice de ello averiguación, y me certifiqué de la verdad que
fue como se ha referido.
Llegó a noticia del dicho señor Obispo y a su provisor, al que se le
dijo la razón por la que aquella ceremonia no se tuviese por supersticiosa, con
que mejor informado su Ilustrísima volvió a dar licencia para que la fiesta se
celebrase como se acostumbraba. La licencia fue dada en el año de 1688 con la
condición de que en la iglesia los presentes renunciasen públicamente el pacto
(si acaso le había). Así se hizo y el milagro del toro se siguió fraguando como
en los otros años anteriores”.[6]
A pesar de que el Papa Clemente
VIII había prohibido la feria del toro de San Marcos, algunos eclesiásticos,
desde su más que impuesta rebeldía, desobedecían la orden vaticana, sobre todo
porque el petitorio que se hacía por las calles durante la fiesta junto al
toro, solía ser muy suculento y atrayente, económicamente hablando, para la
Iglesia. Sin embargo, en Llerena, la Inquisición durante la festividad de San
Marcos del año 1722, va a abrir diligencias por los siguientes hechos.
“También en Llerena y en pedimento fiscal de 12 de abril de 1722, se
hizo relación de ser público en esta ciudad de Llerena de que el día de San
Marcos usan de conjuros y bendiciones algunas personas; y que habían
introducido un toro en la ermita de San Marcos y que se había predicado el
hecho de milagro. Se cuenta que el toro no hizo daño a persona alguna a pesar
de que la ermita estaba llena de gente, por todo ello se pidió comisión para la
averiguación del caso y todas sus circunstancias. El 30 de dicho mes se mando
la comisión y se dio en 2 de mayo donde se examinaron 10 testigos, y hecha la
ratificación se trajo al Tribunal el 11 de agosto de dicho año. Con fecha 21 de
dicho mes el Fiscal pidió que se sacase extracto y se calificasen los dichos y
hechos. Con fecha 22 se pidieron autos y en la misma Audiencia se mandó sacar
dicho extracto y dar el mismo a los calificadores, no consta haberse hecho otra
cosa”.[7]
La letra del Pontífice no fue
tenida muy en cuenta, al menos en la Península, donde los curas parecían
ignorarla y participaban en los festejos junto a las gentes del pueblo. Sin
embargo, la aprobación episcopal lleva implícita la no celebración del festejo
taurino, según se desprende del escrito del susodicho Lorenzo Miranda, cuando
apunta, que el vicario general del obispado de Plasencia “dio facultad para la
creación de la cofradía y aprobó las ordenanzas que le propusieron, pero ni en
sus decretos ni en las ordenanzas que hicieron los solicitantes, se advierte
una sola palabra relativa al toro”. Una cosa son las reglas aprobadas, y otra
muy distinta, lo que posteriormente haga la cofradía. En Casas del Monte se
celebró el toro de San Marcos, y los documentos reflejan una cierta tolerancia
por parte del gobierno diocesano. De todas formas, el rescripto de Clemente
VIII iba dirigido hacia unos festejos concretos, y ello no iba a suponer
jurisprudencia.[8]
Si las condenas eclesiásticas no
sirvieron de mucha fortuna en lo que se refiere a la suspensión del toro de San
Marcos, si la tendrían las corrientes de la Ilustración que cargarían sobre
manifestaciones externas de piedad tachadas de supersticiosas. Tras la firma
del Concordato de 1753, los reyes Borbones procederán a lo largo de todo el
siglo XVIII a la abolición de una serie de tradiciones seculares que a los ojos
de sus asesores estaban cargadas de cierta heterodoxia. Con el toro de San
Marcos pasan a mejor vida bastantes romerías, empalados y disciplinantes de las
procesiones de cuaresma, danzas de Corpus etc. A la cuenta de Fernando VI hay
que apuntar el mazazo al toro de San Marcos. Su orden de supresión del festejo
está fechada en Madrid el 3 de febrero de 1753. José Luís Yuste en el libro “Tradiciones
Urbanas Salmantinas”, inserta la carta enviada por el rey al obispo de
Salamanca D. José Zorrilla de San Martín, carta extensible a los responsables
de las diócesis de Extremadura. La misma no tiene desperdicio según nos cuenta
José María Domínguez Romero:
“Ilmo. Sr.
Habiendo sido servido S. M. remitir al Consejo escrita representación a
fin, de que diese la providencia conveniente a que cesase enteramente y se
quitase de raíz la ceremonia supersticiosa observada en los pueblos de Extremadura, y en algunos de
la provincia de esa ciudad, en los que la víspera o día de San Marcos por las
cofradías de esta advocación, curas, religiosos y escribanos sacan un toro de la vacada, llamándole Marcos
y llevándole después a la iglesia en procesión y a las casas para lograr
mayores limosnas. Conviniendo remediar semejante abuso tan perjudicial a las
buenas costumbres, mal sonante a la veneración y decencia tan debido a las
Iglesias, además de resistirlo y estar prevenido por ley del reino que no
entren en ellas bestias algunas: Ha acordado el Consejo, que los Corregidores
de Extremadura y esa ciudad con las mas grabes penas y multas a las justicias y
cofrades de los pueblos de su distrito, y allí donde hay este pernicioso abuso,
no saquen ni lleven en manera alguna la víspera en el día de San Marcos el toro
de las vacadas ni de otra parte, que no entre en la iglesia para procesión ni
mostrarlo en manera alguna en las casas, ni enmaromado. Y se ha mandado
prevenga a V. I., que como en esta escandalosa función se mezclan clérigos y religiosos,
para que tenga en la fiesta observancia la providencia, disponga V. I. se
contengan las personas de su fuero, ya que con demasiada ignorancia no han
reflexionado los engaños que existen en estas maniobras, ni los gravísimos
perjuicios que de su concurrencia se siguen en los pueblos que tienen por
milagro lo que no es ni hay motivos de que lo sea, por ser más bien solo una
diabólica invención...”.[9]
La orden de suspensión es llevada
a Extremadura por Luís José Velázquez, quien en 1753 estuvo en la región “bajo
decreto de S. M. para que no se ejecutase la procesión del toro en el día de
San Marcos”. Obispos, corregidores y gobierno se habían puesto de acuerdo para
prohibir “semejante abuso tan perjudicial a las buenas costumbres”, sin una férrea
oposición de las cofradías, a pesar de que algunas hubieron de ser llamadas a
capítulo. Así consta que los cofrades de Casas del Monte, lo que no es novedad,
en 1753 fueron citados en Pasarón por el Corregidor de Plasencia para
intimarlos con la orden del Rey, que prohibió la supersticiosa manía del toro.
A partir del señalado año no constan en Extremadura nuevas celebraciones de San
Marcos en las que tuviera cabida el ritual con los toros. Y sin el toro, las
cofradías, las animadoras de la fiesta y casi todas ellas nacidas por causa del
festejo taurino, pierden su razón de ser y acaban autodisolviéndose. Las ruinas
de algunas ermitas de San Marcos como la de Guijo de Granadilla, hablan del
abandono a que fueron sometidas desde la segunda mitad del siglo XVIII. El
espíritu que guiaba a las cofradías de San Marcos nos lo indica Lorenzo Miranda
cuando dice, refiriéndose a la de Casas del Monte, que quienes instituyeron la
fiesta tenían “más de bufones que de beatos... De otro modo no hubieran
pretendido sus sucesores en 1763, extinguida ya la ceremonia ridícula,
desentenderse por sí y por sus descendientes del culto del santo, agregando la
cofradía a la fábrica de la Iglesia, de modo que luego que cesó la licencia de holganza
y de concurso, se acabó también la devoción y la piedad”.[10]
Dejamos atrás la supersticiosa y
nefanda fiesta del toro de San Marcos, y nos vamos a conocer a más personas que
fueron puestas en evidencia por la Inquisición de Llerena en el Priorato de
Alcántara. En el año 1589 el Santo Oficio va a visitar las poblaciones de
Alcántara y lugares comarcanos, teniendo como cabeza visible en dicha tarea al
Inquisidor D. Diego Bravo de Sotomayor. Este dominico, durante su estancia en
la zona, va a recibir testificaciones de muchos vecinos que le contarán los
nombres y hechos de algunos elementos que abrazaban lo mágico y misterioso. Estos
fueron algunos de los denunciados en dicha visita inquisitorial.
Francisca de Cárdenas.
Vecina de Alcántara, viuda, se refirió
en la visita que hizo el Inquisidor Bravo de Sotomayor en este año de 1589 a la villa de
Alcántara, de haber mirado las rayas de las manos e invocado al demonio una o
dos veces, diciendo: “ven y dame lo que te pido”, y que esto se lo enseñaron
unas mujeres en Italia en donde ella había estado. Que cuando invocaba al
demonio lo hacía sola, es de edad de sesenta y siete años, mujer honrada y que
vive de su hacienda, dijo haberlo confesado a sus confesores.[11]
Francisca Maldonado.
Vecina de las Brozas, fue testificada de que
hablando con cierta persona, ésta le dijo: “quieres que hagamos venir esta
noche a un hombre que está lejos de aquí algunas leguas”; y dice la testigo que
se subió encima de unas piedras una noche mirando las estrellas y que le dijo:
“métete dentro y empecemos a quitarnos la ropa, que antes que nos acabemos de
desnudar el hombre será aquí”, y aún no estaban acabadas de desnudar cuando el
hombre estaba allí. Se examinaron tres testigos mujeres de oídas y el original
por estar ausente no se pudo examinar.[12]
Catalina Flores Cantera.
Viuda, vecina de las Brozas, fue testificada
de hechicera. La misma hacía unos cercos con unas candelillas encendidas
llamando a tres demonios, Barrabás, Satanás y Caifás, lo hacía y los hizo para
que un marido quisiese bien a su mujer dos veces. También la testifican de que
a un gallo le sacó el corazón estando vivo y atravesándole el mismo con unas
agujas para hechizos. Tuvo un testigo mujer de vista de ambas cosas se dieron a
conocer dos testigos más, pero estaban ausentes.[13]
Ana Barba.
Doncella, vecina de Alcántara, fue testificada
que en una noche de San Juan había puesto a tres imágenes, una de Nuestra
Señora, otra del niño Jesús y otras de San Juan, una candelilla en un
recipiente encendida, diciendo: “Señor San Juan, heredero vos seáis de mi
medianero”, y que lo mismo les decía a la Virgen y al niño Jesús, también decía
otras palabras que no supieron decir los testigos. Si se acababa la candelilla
de San Juan antes se habían de casar aquel año los que pedían ser casados, y si
se apagaba primero la de Nuestra Señora, era indicación de que la mujer que
pedía mirar su destino se tendría que meter monja, si la que se apagaba primero
era la del niño Jesús, la solicitante quedaría en estado de doncella. A las
doce de la noche se paraba en una ventana y al primer hombre que pasase le
diría su nombre, y ese hombre sería con quien la solicitante se tendría que
casar. Tuvo un testigo mujer de oídas y un segundo que no se encontraba en esos
momentos en Alcántara a quien no se pudo llamar.[14]
María.
Mujer de Francisco Rodríguez,
vecina de Alcántara, fue testificada porque siendo llamada a cierta casa para
que curase a una muchacha enferma, ésta la había curado de esta manera:
“echándola en la cama vestida la cubrió con unos manteles, puso tres ramitas de
romero, una en la chimenea, otra en una esquina de una sala y la tercera en
otra esquina. Pidió una escudilla con agua y en ella puso unas gotitas de
aceite dentro, y poniendo un papel encima de la misma, dijo ciertas palabras
que no se entendieron mientras tocaba el rostro de la muchacha”. Tuvo dos
testigos de vista.[15]
Mayor Maldonado.
Vecina de Alcántara, fue testificada de haber
curado a cierta persona enferma tendiéndola en el suelo y cubriéndola con unos
manteles. Ponía nueve copos encima de los manteles en fila uno detrás del otro,
y luego tomaba un baño de agua y encendía los nueve copos uno a uno y los
echaba en el baño de agua donde los mataba. Recogía la olla del agua sacando el
copo muerto y volvía a meter el siguiente y así hasta el copo número nueve.
Tuvo tres testigos, dos varones y una mujer de habérselo visto hacer. También
se calificó de lo mismo a una mujer llamada Catalina, vecina de Alcántara y a
Doña Francisca, mujer de Francisco López. Lo mismo le ocurrió por hacer dichas
ceremonias a Doña María Villela.[16]
Isabel Barrantes.
Morisca, vecina de Alcántara, fue
testificada de haber curado un niño de mal de ojo, y para saber quién le había
hecho el daño tomaba un baño de agua y mostraba dentro del baño quién le había
hecho el mal al niño. Tuvo un testigo varón de oídas y de otra cura semejante
tuvo otro testigo. También fue testificada de haber dicho que sabía poner los
demonios en cercos para que cierta persona la fuera a ver cada y cuando
quisiese, y que invocaba a los demonios. En este caso tuvo un testigo mujer de
vista y otros de oídas. [17]
Francisco Muñoz.
Clérigo organista en el convento de los
frailes de Alcántara, fue testificado de haber mirado a cierta persona las
rayas de la mano, diciéndole que había de tener riqueza, alguna enfermedad o
larga vida. El mismo clérigo se vino a deferir de esas mismas acusaciones y de
haberle dicho, por la palma de la mano, si había de parir hijo o hija, o si había de tener trabajo; más que esto no
lo dijo de veras sino burlando, porque ni lo sabe ni lo ha leído ni lo cree.
También le acusan, de que en una conversación dijo: “que él pensaba que estaba
en el Santísimo Sacramento del altar el cuerpo distinto de la sangre”, y
reprendiéndoselo cierta persona que se lo oyó le respondió: “que así se holgaba
de oírlo y de creerlo”. Tuvo un testigo varón de oírselo y el mismo dio por
conteste a otros dos varones, que examinados contestó el uno, y el otro dijo
que no se acordaba de habérselo oído.[18]
Catalina Daca.
Vecina de Alcántara, fue
testificada de haber dicho a cierta mujer: “que contase siete estrellas y les
dijese fuesen al infierno a hablar con el barbero y que le enviase una vara, y
que con ella le diese a su desposado en el corazón y que luego tendrían paz.
Que tomase un poco de cebada y la diese a comer a un jumento mojino, y que
estándola comiendo le quitase un poco de la que mascaba y la sembrase, y de lo
que allí naciese hiciese un poco de perejil a su marido y se lo diese a comer
que le aprovecharía”. Tuvo un testigo mujer de habérselo oído.[19]
Francisco de Belvis.
Natural de Alcántara, cuyo nombre
no se supo decir, fue testificado de haber dicho faltando una cochina a una
persona: “que no tuviese pena que la cochina aparecería, que estaba en una casa
que tenía unas parras y que vendría aquella misma noche a las doce a su casa.
Que le abriese la puerta y le echase de comer y no le hiciese nada, y que la
dejase estar hasta que fuese de día”, cuenta el testigo, que así vino la
cochina y junto a ella un bulto grande hasta que entró en su casa. Tuvo un
testigo varón de oída y otro de vista. También le acusan de que cierta persona
le dijo un día, que le habían comentado, que hacía aparecer las cosas perdidas,
preguntándole el testigo ¿Qué como lo hacía? Belvis le respondió, “que se llama
Francisco, y que si lo quería saber se lo daría por escrito”; y que después que
lo escribió le dijo la persona que se lo pidió, “que aquello le parecía mal
porque en el escrito decía: Tú Diablo mayor que tienes poder, manda a la manceba
del Abad que vaya a buscar tal cosa”, y el dicho Francisco de Belvis le
respondió, “que no tuviese miedo” diciéndole, “que cuando hubiese de hacer
aquello había de hacer un cerco en cuadro a manera de cruz y meterse en medio,
y que dentro del cerco había de hacer lo que le enseñaba”. Tuvo un testigo
varón con quien pasó lo acontecido.[20]
Francisco García.
Vecino de Alcántara, fue
testificado de haber dicho a cierta persona: “que sabía hacer cerco a los
demonios y llamarlos, y que los hacía ir a donde él quería que fuesen a buscar
las cosas que faltaban, y que los demonios se les encomendaban diciéndole si
estaba lo perdido o hurtado en casa cerrada o en corral de cuatro esquinas,
donde estaba la res o la cosa que se buscase. Si los demonios no encontraban lo
mandado buscar, los mismos volvían para hablar con él, avisándole de no haber
hallado lo perdido”. Habiéndosele perdido a cierta persona un atajo de puercos,
le dijo dónde estaban y los encontró en el lugar y sitio indicado sin faltar
ninguno”. Tuvo dos testigos que le escucharon hablar lo contado.[21]
Una mujer.
Natural de la Zarza de Alcántara,
cuyo nombre no se supo decir, fue testificada de que queriendo saber cierta
persona de ciertos hijos suyos ausentes si estaban vivos o muertos, le dijo:
“que ella le diría si estaban vivos, y que esto se tenía que hacer con ciertos
demonios entre los cuales había de haber uno bautizado, haciendo después una
misa con ciertas candelillas. Tuvo un testigo de oídas quien dijo, que la mujer
que esto hizo es ya difunta.[22]
Mayor Maldonado.
Vecina de Las Brozas, fue
testificada de haber hecho aparecer ciertas cosas por el demonio y que el demonio
se llamaba Celm. Tuvo un testigo varón de haberlo visto. También la testifican
de que diciéndole cierta persona que quería ver a un hermano suyo que estaba en
Lisboa, le dijo: “que ella le haría venir, pero que lo que temía era las cruces
que había en el camino por donde tenía que pasar. Tuvo un testigo mujer de
oírselo.[23]
Mateo de Mesa.
Vecino de Alcántara, fue
testificado que para saber quién había tomado cierta cosa perdida, tomó un
cedazo pendiente de unas puntas de tijeras, y teniendo los anillos él y otra
persona comenzó a decir el dicho Mateo de Mesa: “Por Dios Padre, por Dios Hijo,
por Dios Espíritu Santo, por San Pablo y todos los santos, te pido que me digas
cómo esta fulana o fulano” nombrando las personas. Y esto lo dijo tres veces, y
antes que acabase la tercera vez, ya el
cedazo andaba dando vueltas sin darlas enteras sino a un lado y a otro, de
manera que parecía que quería declarar por esto lo que se pedía, diciendo que
cierta persona había tomado las cosas perdidas. Tuvo dos testigos varones de
habérselo visto hacer.[24]
Nuestra siguiente curandera es
una mujer natural de las Brozas. Será acusada de frenar el deseo y apetito
sexual en los hombres, y de llevar a efecto ciertas curaciones donde lo
maléfico y supersticioso estará presente. Al menos eso es lo que la Inquisición
entresaca en su expediente sumarial, donde varios testigos y calificadores del
Santo Oficio la acusan de ser una execrable y perversa vecina.
María Ramos Neira, la Curandera
de las Brozas.
“El Inquisidor Fiscal de
Llerena contra María Ramos, natural y vecina de la villa de Brozas, priorato de
Alcántara, de 30 años, casada con un pastor.
Desde la villa de Arroyo el
calificador del Santo Oficio Fr. Francisco de la Purificación, religioso
franciscano, con fecha 22 de julio de 1750, escribió al Tribunal enviando al
mismo tiempo tres cartas donde se leía: que esta reo y otra llamada la Sandas
eran temidas en aquellos pueblos por las amenazas que hacían y males de
hechizos que se les atribuían. Refirió en dicha delación, varios lances de
enfermedades y curas que se decía haber causado ambas mujeres. El tribunal el
día 14 de septiembre del mismo año, dio comisión al mismo religioso para que
llamando a las dos les notificase de orden de la Inquisición se dejasen de
tales curaciones: con apercibimiento de que si no dejaban de hacer dichas
curaciones, el tribunal tomaría severas providencias contra ellas.
Tubo principio la sumaria por
una carta que escribió desde las Brozas al tribunal con fecha cuatro de mayo de
1758 el comisario D. Manuel Clemente Cid, dando parte de varias curaciones que
la reo había practicado con ciertas bebidas, emplastes, cuerda anudada y, dando
a los enfermos una bolsita mientras le decía que no rezasen mientras ella
estaba curando. Se mandó buscar y llamar a testigos quienes contaron lo
siguiente.
El catorce de septiembre del
mismo año se llamó a Juan Eugenio Domínguez, de 32 años de edad, de profesión
platero, quien dijo: que hacía dos años y medio que estaba casado con su mujer,
y que desde la primera hora se vio ligado sin poder llegar sexualmente a su
mujer, lo que le duró diez o doce días. Que en este intermedio salió dos veces de
esta villa para ejercitarse en la armería; pero permaneciendo con su mal lo
comunicó con Ignacio Castellano, quién le dijo que le llevaría allí donde le
diesen remedio. Fue llevado a la casa de esta reo quién le dijo: “que en breve
estaría bueno, y que la diese dos o tres pesetas para poder trabajar aquella
noche.
Ignacio Castellanos, herrador
ya citado, refiere de oídas al testigo antecedente lo que pasó y añade, que la
reo dijo al decente que pidiese al platero que le trajese un pañuelo que bien
merecido lo tenía, y aunque el decente no lo hizo, supo que la misma reo se lo
pidió al platero y que después volvió a enfermar. Que el decente, no sabe en
particular pero si en general, que esta mujer cura a personas y caballerías, y
que sí pudo ver que los dueños de las caballerías despreciaban las recetas de
botica y aplicaban a sus bestias los remedios de la reo.
Narciso Clemente Bravo dice,
que sabe que la reo cura a muchas personas y que la hija de ésta es la que da
los hechizos y que la madre los cura, y que por todo ello saca muchos reales.
Que sabe que fue reprendida por el calificador ya nombrado, y que ésta le
respondió, que lo único que hacía era poner en práctica lo que le había
enseñado su madre y su abuela.
Se recorrieron los registros de
los tribunales, y en el de Llerena se encontró lo que se asentó en el principio
de la sumaria. Se sacó extracto para la calificación, y visto por dos
calificadores del Santo Oficio uno dominico y otro franciscano, en lo objetivo
la dieron por ser una mujer supersticiosa de vana observancia y maléfica, y en
lo subjetivo sospechosa.
Fue puesta en prisión el 9 de
julio de 1759. En la primera audiencia que con ella se tuvo contó: “que ella no
utilizaba hechizos ni oraciones para curar a sus clientes, ya que todo lo que
utilizaba eran plantas del campo”. Pero según los testigos, ésta reo hacía
curaciones para sanar de dolor de estomago, durezas en el mismo y andancios de
vientre, y que para ello daba agua cocida con anís y perejil la que daba a
beber. Que también ponía emplastes en el estomago compuestos de verdolaga y
manteca con azar para mitigar los andancios de vientres. Que sus remedios son
naturales para los varios males que sana, y dice: que todos estos remedios que
ha usado y visto, que los mismos los practican los barberos sin mezclar en
ellos signos, rezos, bendiciones ni ninguna cosa sagrada.[25]
También tuvo la zona de la raya de Cáceres a personas que decían saber
y dominar el arte de poder encontrar cosas perdidas, una destreza mágica y
personal que solo unos cuantos dominaban y que algunos vecinos de la zona
creían como algo real. Eso es, al menos, lo que se desprende en la sumaria de
nuestra siguiente apresada vecina de Valencia de Alcántara.
Mari Flores.
“Mujer de Diego López, preceptor de
gramática, vecina de la villa de Valencia de Alcántara. Fue testificada por
tres testigos un varón y dos mujeres, de que era pública voz y fama en la dicha
villa que Mari Flores hacia aparecer las cosas perdidas. Un testigo mujer dijo,
“que deseando hallar un dinero de una viña que su marido había vendido y se lo
andaba escondiendo, llamó a la dicha Mari Flores a su casa y le dijo que
buscase aquel dinero”; y que ella le dijo, “que si el dinero estuviera en la
casa ella lo salvaría”, y que así en compañía del testigo y de otra hermana
suya que no pudo ser examinada por estar ausente en Portugal, anduvieron por
algunos aposentos de su casa; y sin mirar muchos de ellos decía no estar aquí,
hasta que llegaron a un traje que tenía un poco de paja. La dicha rea dijo,
“que si en alguna parte ha de estar el dinero ha de ser aquí”, se acercó hasta
la paja y apartó un poco sacando una cajita y dentro de la misma una bolsa con
el dinero. Dice el testigo que la dicha Mari Flores nunca había entrado en el
aposento ni comunicaba con su marido, no sabiendo como lo pudo saber. El otro
testigo mujer cuenta, que es tanta la fama que tiene de encontrar cosas
perdidas, que vienen personas de Portugal ha buscarla de ordinario para estas
cosas, y que se lo pagan. Y que fue público y notorio en la dicha villa, que
hizo aparecer un anillo perdido que era de una criada de la Condesa de Buendía,
y cuando la Condesa supo que había aparecido el anillo de aquella forma, no
consintió que su criada recibiese el anillo ni que le llevase consigo. El testigo
varón dice, que la dicha Mari Flores le dijo que sabía encomendar y que lo
hacía con una estrella del cielo y con un hombre muerto para hacer aparecer las
cosas perdidas”.[26]
También en
Valencia de Alcántara nos vamos a encontrar con otro personaje que seguía las
mismas directrices supersticiosas que nuestra anterior mujer, éste era un
morisco llamado Diego de quien se decía lo que sigue.
Diego.
“Morisco de los del Reino de Granada, vecino
de Valencia de Alcántara, cuyo sobrenombre no supo decir, aunque dio señas
bastantes para ser conocido. Fue testificado por un testigo varón, de que
estando en un campo el dicho Diego le dijo, “que sabía encomendar de manera que
aunque el ganado estuviese muy lejos perdido fuera de majada, le haría venir
adonde quisiese. Y que sabía hacer un cerco para juntar los demonios y que
venían en figura de ratones, y que si el testigo los quería ver que lo haría en
su presencia”; y que el testigo le dijo que no”.[27]
Otro agorero
natural de Valencia de Alcántara que ponía de manifiesto las mismas actitudes
adivinatorias era Toribio Hernández, un trabajador que tenía como hábito la
adivinación y el saber encomendar cosas perdidas.
Toribio Hernández.
“Trabajador, vecino de San Vicente
jurisdicción de Valencia de Alcántara, fue testificado por un testigo varón, de
que estando solos el dicho Toribio Hernández le dijo “que sabía encomendar
todas las cosas perdidas y que las hacía aparecer, y que el testigo le
preguntó, “¿que como lo hacía?”, y Toribio le contestó, “que por arte del diablo”,
y dice el testigo que dijo dos frases que no entendió, más una de las que dijo
fue “levántate y suelta tus canes”. Asimismo, le dijo: “que encomendaba con dos
mujeres, la una difunta que era del lugar de Membrio y la otra de La Codosera”,
y que el testigo no se acuerda de sus nombres; y que es público y notorio que
el dicho hombre sabe encomendar las cosas perdidas”.[28]
Estos fueron algunos de los
condenados que fueron puestos en evidencia por sus comportamientos
supersticiosos en la zona del Priorato de Alcántara, seguramente hubo más, pero
al menos estos, documentalmente hablando, sí forman parte de la historia real
de la zona.
Nuestro siguiente protagonista es
un vecino de Zafra que se caracterizaba por ser un agorero más, un verdadero
buscador de tesoros ocultos.
En el ámbito de la hechicería
rural, caracterizada principalmente por el instinto de supervivencia, la
esperanza de enriquecerse de forma repentina representaba para muchos un
consuelo frente a la más que evidente pobreza. En realidad el ansia de lucro no
era exclusiva de los buscadores de tesoros, sino que constituían un rasgo común
a todos los que se dedicaban de un modo u otro a la magia profesional. Como venimos
observando en los diferentes documentos presentados en este trabajo, es cierto
que existían dos tipos básicos de magia, dependiendo del sexo de sus
practicantes: la magia lucrativa propiamente dicha, predominantemente
lucrativa, frente a la magia amorosa, fundamentalmente femenina. Ello no
implica, sin embargo, que los interesas de ambos sexos fueran esencialmente
distintos, sino más bien que los medios para conseguir el deseado bienestar
material eran a veces menos obvios.
Conozcamos el caso del buscador
de tesoros vecino de Zafra y natural de Mataró llamado Juan Bautista Ballestero.
Juan Bautista Ballestero
“ Vecino de la villa de Zafra y natural de Mataró en Cataluña, de
oficio cirujano, fue testificado por tres testigos varones, uno de los cuales
le testifica, de que habiendo sabido el reo que tenía una provisión real para sacar
tesoros, le había dicho que él sabía un secreto que le había dado una mujer con
el que se podía ver si estaban sacados los tesoros o no, para lo cual era
necesario un niño que fuese virgen y que lo viese en un espejo, porque nadie
que no lo fuese lo podía ser. Por todo lo cual se había ido en casa del
testigo, y tomado un espejo se lo dio a su hijo en las manos, que sería de edad
de doce años y que es el otro testigo. Habiéndole echo sentar y tomar en la
mano tres pajas pequeñas de centeno, le dijo que dijese la siguiente oración:
“Señor San Cebrian, por vuestra santidad y por virginidad de Nuestra Señora y
por mi virginidad, que vea yo en este espejo el tesoro que está en Roca Fria”,
y que mientras dijese lo dicho hiciese unas cruces con dichas pajas encima del
espejo. Que había dicho al testigo mayor que dijese el credo y la salve y que
la ofreciese a la virginidad de Nuestra Señora, y mientras el testigo lo rezaba
el reo decía entre si algunas palabras que no se entendía. Y que habiendo
puesto el dicho muchacho las pajas al lado del espejo, había dicho que había
dos o tres hombres en el castillo de Roca Fría, y que en el patio del mismo
había un hoyo de donde sacaban una tinaja, y que le mostraban lo que tenía
dentro. Que eran todos monedas antiguas de oro, una cadena de oro, un caldero o
una cesta llenas de otras monedas, y unas cajas con unas fuentes de oro y otras
cosas; y que decían los hombres por un rótulo que le mostraban, que bien podían
ir a sacar aquel tesoro, pues allí hallarían una palma por señal. Que lo dicho
lo había hecho otra vez en presencia de unos religiosos de la orden de San
Francisco, con quién el dicho muchacho había ido hasta Guadalajara a sacar el
dicho tesoro, de donde se habían vuelto a Madrid el dicho reo, diciendo que no había
querido pasar adelante porque había entendido que los dichos frailes se querían
alzar con el dicho tesoro.
El testigo menor añade, que la primera vez que el dicho reo había hecho
decir las dichas palabras teniendo el espejo en las manos, había visto en él un
ángel muy hermoso con una corona de flores y un Jesús de oro en la frente y
otro en el carrillo, y en el otro el nombre de María, y que estaba vestido con
unas calzas a manera que traen los criados del rey encarnadas, y unos zapatos
abiertos como sandalias de San Francisco, y que habiéndole preguntado el dicho
testigo como se llamaba el Ángel, había visto que sacaba una rotulo en el que
ponía que era el Ángel San Gabriel, y que traía puesto sobre los hombros un
manto encarnado lleno de estrellas, y en el dicho rótulo decía que aquel manto
significaba la encarnación del hijo de Dios y otras cosas de las que el testigo
no se acordaba.
Otro testigo le acusa, de haber ido a su casa a hacer la experiencia de
volver una onza de plata en oro, por decir el reo que lo sabía hacer y no
poniéndolo en ejecución por fingir estar cansado, aunque le dijo que sabía de
una persona que entendía que cantidad tenía cualquier tesoro y como se
sacaría”.[29]
Como hemos venido observando en
todo este trabajo de investigación, prácticamente el cien por cien de los
condenados por la Inquisición, o puestos en evidencia por sus actos
supersticiosos y mágicos, eran de poblaciones rurales y no de las dos grandes
ciudades extremeñas. ¿Hubo realmente adoradores de lo prohibido en Cáceres y
Badajoz? Sí que existieron personas que abrazaron el mundo de lo mágico en
estas dos ciudades, aunque inquisitorialmente hablando, fueron muy pocas y
prácticamente pasaron sin importancia por no ser sus delitos altamente
condenatorios. En Cáceres prácticamente no aparecen personas condenadas por
hechicerías en documentos inquisitoriales, aunque si en la ciudad de Badajoz.
Ejemplos de estas realidades lo
encontramos en Badajoz en dos hermanas hechiceras llamadas Dª. Josefa y Dª.
Antonia de Mendoza, vecinas de Badajoz; fueron delatadas de hechicerías ante el
comisario de la ciudad el 19 de marzo de 1718. El 22 del mismo mes se recibió
la denuncia en el tribunal y se dio noticia de ello al fiscal; no se pudo
celebrar el interrogatorio ni ratificación de testigos, porque cuando se pidió
que se hiciese, que fue el día 16 de febrero de 1739, los testigos que
delataron a las hermanas, todos estaban muertos. La causa se suspendió.[30]
Otra mujer delatada por carta al
tribunal de la Inquisición de Llerena y vecina de Badajoz, fue Francisca alias
“La Robles”, y Francisca alias “La Amortajada”, fueron testificada de un hecho
sospechoso por una sumaria que remitió el comisario y que se recibió el 8 de
marzo de 1721, se dio noticia al fiscal y la causa se encuentra parada.[31]
Juan Vicente de Mendoza Hurtado,
criado de D. Claudio de Balmaceda, teniente del Regimiento de Portugal y
residente en Badajoz, quien por el año 1731 fue delatado por el dicho su amo
por mágico. Fue amonestado ante el comisario de Badajoz el 27 de septiembre de
dicho año de 1731, dándose por ello noticias al fiscal de la Inquisición quien
ordenó se tomase declaración al delatado el día 9 de octubre de dicho año: y
que se hiciesen diligencias pues se encontraba en la cárcel real de Badajoz y
éste había intentado fugarse de la misma. Con fecha 19 de noviembre, el
comisario escribe a la Inquisición comentando que dicho reo se encuentra
enfermo y seria bueno trasladarle a un hospital, donde el reo mejoró. Con fecha
23 de noviembre de 1732 se mandó que se averiguase su parentesco, demostrándose
en los libros de limpieza de sangre de la Inquisición, que dicho detenido era
descendiente de moriscos. El 21 de dicho mes de noviembre y ante una inminente
visita de la Inquisición al hospital para tomarle declaración, el comisario
avisa al Santo Oficio de que el reo se había fugado de dicho hospital.[32]
También en Badajoz fue delatada
por su propio marido, María Arrai, vecina de Badajoz, quien fue denunciada por
hechicera por su esposo ante el comisario el día 21 de agosto de 1691,
suspendiéndose el auto porque la delatada murió antes de que el mismo se
celebrase.[33]
Con fecha 29 de julio de 1732,
fue delatado por carta del presbítero D. Juan Bautista Olea de la Compañía de
Jesús, el ermitaño Manuel de Jesús, además de una segunda delación escrita
desde Portugal por un sacerdote español quien dice: que el dicho ermitaño es
hombre fugado junto a dos mujeres por haber propiciado hipocresías y haber
simulado revelaciones y profecías; las que manifestaba públicamente en la iglesia
donde comentaba que el mismo de elevaba estáticamente y donde sufría
enajenación de sentidos. Según las cartas de los sacerdotes, éste llevaba una
vida de impurezas teniendo relación carnal con una hermana que apoyaba sus
revelaciones y éxtasis, y que por tal razón se escribiese a la Inquisición de
Portugal para que tuviesen noticias de él por ser vecino de la feligresía de
los Degollados en Portoalegre.
Con fecha 26 de mayo de dicho
año, el padre Olea escribió una carta al tribunal indicando que dicho ermitaño
había fallecido en la cárcel real de Badajoz, y que continuando el intendente
las honras que les hizo en vida, le hizo sepultar en San Francisco con
“distinción” haciendo depósito, y con fecha 24 de diciembre de 1734, llegaron
las diligencias de la Inquisición de Evora y se decretó a donde toca.[34]
En el año 1729, fue delatado un
soldado de la Compañía del Capitán D. Juan Bueno del Regimiento de Zelanda
llamado Violeta, residente en Badajoz,
quien fue delatado en carta por el comisario, la que se recibió el 29 de
abril de 1729; y en la que da cuenta de que, venido el referido a comulgar,
éste había sacado de su boca la forma y la había guardado; y que el delatado se
había abierto un poco de carne o pellejo de su cuerpo para entrarla dentro. Que
por esta razón le había puesto preso el coronel y le quería azotar por ello,
fue mandado poner en las cárceles de la Inquisición y hasta ahora se encuentra
a espera de auto.[35]
Como hemos podido comprobar en este
último reo, la razón de su denuncia equivale poco menos que a un acto de
sacrilegio, tema por el que la Inquisición de Llerena va a detener a un número
no muy elevado de personas, aunque eso sí, los documentos de éstos contrarios a
la fe cristiana demuestran que el Santo Oficio los perseguía por ser su conducta
más cercana a la de los seguidores del diablo que a la de religión católica.
Espero que esta realidad
histórica, donde lo mágico y supersticioso han sido los verdaderos
protagonistas, sirva para aportar mi particular granito de arena a la historia
de Extremadura, ya que en todo momento ese ha sido mi más claro cometido. Una
misión fraguada e investigada en el Archivo Histórico Nacional, con la única intención
de recopilar y compendiar un tema que estaba prácticamente sin trabajar, y que
en el que ahora, sobre todo los antropólogos, sociólogos y estudiantes
universitarios que estén haciendo la carrera de Historia y otros interesados en
el tema, sí podrán profundizar, indagar y reflexionar sobre el mundo de la
superstición en Extremadura.
[1] BNM. Signatura 3-54166
[2] AHN. Legajo 1988. N. 27.
Relación de las causas que hubo en la visita que hizo el Inquisidor Bravo de
Sotomayor este año de 1589 en las villas de Alcántara, Alburquerque y lugares
comarcanos.
[3] Ibíd.
[4] BNM. Signatura 3, 54166.
San Marcos defendido en el milagro que Dios obra todos los años en amansar un
toro por sus méritos el día que la Iglesia celebra su fiesta el veinticinco de
abril, desde las primeras vísperas hasta concluida la misa del Santo. Fray
Antonio, natural de Trujillo, religioso descalzo de S. Francisco.
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.
[7] AHN. Inquisición, 1987
caja 1, segunda parte.
[8] José María Domínguez
Romero. La Fiesta del Toro de San Marcos en el Oeste Peninsular. Pág. 48-58
[9] José Luís Yuste.
Tradiciones Urbanas Salmantinas. Salamanca, 1986, pág. 55-56
[10] José María Domínguez
Romero. La Fiesta del Toro de San Marcos en el Oeste Peninsular. Revista de
Folclore, Pág. 49-58.
[11] AHN. Legajo 1988. N. 27.
Relación de las causas que hubo en la visita que hizo el Inquisidor Bravo de
Sotomayor este año de 1589 en las villas de Alcántara, Alburquerque y lugares
comarcanos.
[12] Ibíd.
[13]Ibíd.
[14] Ibíd.
[15] Ibíd.
[16] Ibíd.
[17] Ibíd.
[18] Ibíd.
[19] Ibíd.
[20] Ibíd.
[21] Ibíd.
[22] Ibíd.
[23] Ibíd.
[24] Ibíd.
[25] AHN. Inquisición. 3728
Exp. 237, caja 2.
[26] AHN. Sección Inquisición.
Legajo 1988. N. 46. Relación de las personas testificadas en la visita que hizo
el licenciado Miguel Jiménez Palomino inquisidor de Llerena en principio del
año de 1595 por el distrito. Salió a la dicha visita el cuatro de febrero del
dicho año y llegó a Badajoz el siete del mismo mes donde la comenzó.
[27] Ibíd.
[28] Ibíd.
[29] AHN. Legajo 2106. 28.
[30] AHN. Legajo 1987. N. 42.
[31] Ibíd.
[32] Ibíd.
[33] Ibíd.
[34] Ibíd.
[35] Ibíd.