MAGDALENA DE LA CRUZ, LA FALSA
VISIONARIA
En Córdoba, una monja del
convento de Santa Isabel de los Ángeles, de la Orden de Santa Clara, llamada
Magdalena de la Cruz, natural de la villa de Aguilar fue tenida por santa por
sus visiones y arrebatos. Su proceso ha sido publicado íntegro por Campán, y
fuera prolijo extractar aquel cúmulo de absurdos, que sólo indirectamente
pueden entrar en una historia de los heterodoxos, ya que Magdalena de la Cruz,
lo mismo que la priora de Lisboa y otras monjas milagreras, no profesaban
doctrina alguna, ni puede considerárselas como afiliadas a ninguna secta.
Magdalena de la Cruz declaró en 3
de mayo de 1546, ante los inquisidores de Córdoba y Jaén, que, siendo todavía
de edad de siete años, la indujo el demonio a fingir santidad y a simular la
Crucifixión. Un día, el mismo Satanás, se le apareció en forma de Jesús
crucificado y le estigmatizó los dedos de la mano. A los doce años hizo pacto
expreso con dos demonios íncubos, llamados Balbán y Pitonio, que se le
aparecían en diversas formas: de negro, de toro, de camello, de fraile de San
Jerónimo, de San Francisco, y le revelaban las cosas ausentes y lejanas, para
que ella se diese aires de profetisa. Como tantas otras monjas milagreras,
Magdalena de la Cruz fingía llagas en las manos, en el costado y permanecía
insensible, aunque la picasen con agujas. Durante la Comunión y en la misa,
solía caer en éxtasis o lanzar gritos y simular visiones.
Por espacio de diez o doce años,
fingió alimentarse no más que con la hostia consagrada, aunque comía y se
regalaba en secreto. Llevó sus sacrílegas invenciones hasta el absurdo extremo
de afirmar con insistencias que había dado a luz al niño Jesús y que por su
intercesión habían salido sesenta almas del purgatorio. Como buena alumbrada,
no tenía reparo en decir, que era impecable y que ni a Dios mismo debía dar
cuenta de sus actos, y que era santa desde el vientre de su madre. Solía
declarar, que no veía como los demás el Santísimo Sacramento en forma de Hostia,
sino de cruz unas veces, y otras de niño con muchos ángeles en derredor.
Aseguraba haber recibido del Salvador el don de la perpetua virginidad, y que
Él le había dicho en el coro: Filia mea tu es, et ego hodie genui te. En suma:
visión intuitiva, donde profecía, éxtasis e insensibilidad física, todos los
síntomas de los convulsionarios, andan mezclados en la peregrina historia de
esta mujer, que no fue sólo hipócrita de santidad, sino enferma de males
nerviosos y casi demente. Logró crédito grande dentro de su Orden; fue elegida
abadesa tres veces, en 1533, 1536 y 1539, y por espacio de treinta y ocho años
casi todos la tuvieron por santa, hasta el inquisidor general don Alonso
Manrique, que vino a verla desde Sevilla y que se encomendaba a sus oraciones.
La emperatriz le mandó su retrato y las mantillas con que se bautizó su hijo,
el que fue después Felipe II. Hasta en los púlpitos se la ensalzaba, y a esto
contribuía el ser afable y humilde en su trato y muy discreta y oportuna en
cuanto decía. Corrían de boca en boca sus vaticinios: se decía, que por segunda
vista había anunciado la batalla de Pavía y prisión del rey Francisco. Ella
misma escribió, por encargo de sus confesores, su vida y el relato de las
gracias espirituales de sus confesores, su vida y el relato de las gracias
espirituales que había alcanzado.
Al fin vino a descubrirse la impostura, y en 1.º de
enero de 1544, Magdalena de la Cruz fue encarcelada en el Santo Oficio de
Córdoba. Vistas sus confesiones, se la declaró vehementer suspecta de herejía;
y teniendo consideración a su vejez, a sus enfermedades, a la santa Orden en
que había profesado, a lo espontáneo de sus confesiones y a lo sincero de su
arrepentimiento, se la condenó a hacer pública abjuración de vehementi , con una
cuerda de esparto al cuello y un cirio en la mano, y a vivir reclusa
perpetuamente en un monasterio de la Orden, siendo la última de toda la
comunidad en el coro, en el capítulo y en el refectorio, sin recibir por
espacio de tres años el Sacramento de la Eucarístía, salvo en peligro de
muerte, ni poder hablar con nadie, a excepción de su Prelado, vicario y
confesores. La abjuración se verificó el 3 de mayo de 1546, con mucha
concurrencia de grandes señores y de pueblo.
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