Infanticidio clerical en Belchite. Mosen
Baltasar Larroy y sus
beatas
Signatra: AHN. Inquisición, 3732, Exp, 352
Mosén Baltasar Larroy era presbítero de Belchite. Tenía cuarenta
años y fue llevado ante la Inquisición por las sospechas de una beata que
ignoraba, en realidad, la complejidad de la situación que iba a desvelar ante
el tribunal. Esta beata, una tal Teresa Oreal, que contaba ya cuarenta y seis
años, lo único que pudo contar al Santo Oficio fueron sus observaciones no muy
bien intencionadas y los escrúpulos que probablemente le inspiraban sus celos.
Según dijo, la conducta de Baltasar Larroy con las demás beatas, sus
compañeras, le había dado que pensar. Cuando iba por las mañanas a confesarse
había notado, que Mariana Riveres, la rectora de las beatas y otra compañera de
beaterío llamada María Saldiz, iban también a confesarse con Mosén Baltasar.
Después de las confesiones, que eran muy largas y podían durar hasta tres
cuartos de hora, o una entera, se ponían a charlar con él durante un rato,
pasando por delante del confesonario y estando él sentado y ellas de pie. Así
llegaban a estar hasta más de quince minutos. Solían también charlar en los
rincones de la iglesia y había podido apreciar, que ellas le tenían en gran
apego.
En una ocasión en que fue a la capilla del Rosario acompañada
por otra beata llamada María Garcés, vieron comulgar a la rectora, y la acompañante
comentó, que andaba perdida. porque incluso con la Forma en la
boca. La rectora se había vuelto a ella para decirla, que fuese al confesonario
de mosén Baltasar y le pidiese que se acercase a verla aquella tarde, o que se
moriría. Mosén Baltasar frecuentaba la casa de las beatas, y la rectora había
manifestado en algún recreo, que sentía celos de María Saldiz. La delatora
contó, que incluso había visto pasear por la huerta a mosén Baltasar con la
rectora, yendo ella detrás muy festiva, arrojándole
piedrecitas y tirándole del manteo...
Hasta aquí un divertido cuadro que sirve para poner de relieve
las vinculaciones que existieron entre sacerdotes y sus confesadas. Los juegos
más o menos inocentes o tontos, el infantilismo y la sumisión al omnipresente
varón. No faltan tampoco en la historia, los rasgos puramente eróticos y
morbosos, que fueron sacados a la luz por la delación de otro sacerdote. Carlos
Borromeo, quien escribió una carta al Santo Oficio para dar cuenta de que,
según había oído decir a una mujer, una de las hijas de confesión de mosén
Baltasar no se confesaba con otro sacerdote que no fuera él, salvo en sus
ausencias, porque sabía que lo llevaría a mal. La enseñaba como padre
espiritual, que para agradar a Dios la convenía mortificarse y hacer
puntualmente cuanto él la decía, sin discrepar ni un ápice de sus órdenes. Así
pues, mosén Baltasar tras llevarla a un cuarto, la mandó echarse sobre un arca
que allí había y luego la azotó con fuerza. Esto lo había efectuado en varias
ocasiones, unas veces tumbada en el suelo y otras encima del arca: y un día la
mandó volver boca arriba, la levantó las faldas y la obligó a enseñarle sus
partes vergonzosas.
A consecuencia de esta carta, el Santo Oficio llamó
a declarar a la supuesta azotada. Teresa Cubiles, de diecisiete años. Teresa se
confesaba con mosén Baltasar desde que tenía catorce años y como también la
enseñaba a leer, iba a su casa todos los días para que le diera la lección. Así
transcurrieron tres años sin que pasara nada, pero el año que tuvo lugar la
declaración, se había vestido de hombre para el Carnaval, y disfrazada, había
ido a visitar a su confesor. Al día siguiente la disciplinó, dándola a entender,
que lo hacía en castigo por haber llevado aquel traje... A partir de aquel día
la azotó con frecuencia, unas veces diciéndola, que era porque no se sabía la
lección y otras sencillamente porque quería. La echaba sobre la cama o sobre
sus rodillas, y aunque ella quería resistirse a los azotes, él la decía, que
tenía que obedecerle en todo porque era su confesor y maestro.
Otra muchacha llamada ante la Inquisición, Rafaela
Cortés, de dieciocho años, también contó que mosén Baltasar la azotaba después
de haberla preguntado durante unos ejercicios espirituales si sería capaz de
soportar una disciplina de su mano. Unas veces, porque decía que había hecho
alguna travesura, otras sin justificar la causa, e incluso, con motivo de una
de estas disciplinas, la mandó volverse boca arriba, le levantó las basquiñas,
la tocó con sus manos y la miró. Luego la dijo, que aquello era pecado y que no
volviera más a su casa, porque de lo contrario pecaría más.
Un embarazo
A pesar de esta mezcla de tentación y remordimientos, el
temperamento libidinoso y la represión que padecía mosén Baltasar se ponen
plenamente de manifiesto en su relación con Gertrudis Marín, la principal
protagonista femenina de esta historia. Cuando ya estaba mosén Baltasar en la
cárcel, fue llamado a declarar el colega que le había delatado a través de la
carta, quien añadió más detalles a esta historia de mujeres con veleidades
erótico-místicas y hombres reprimidos.
Las beatas a quienes confesaba mosén Baltasar eran:
Mariana Riveres, María Saldiz y Gertrudis Marín. Mosén Baltasar confesaba a
esta Gertrudis todos los días y, según se decía en el pueblo, la había casado a
toda prisa y en contra de la voluntad de sus padres, porque la había dejado
embarazada. Para conseguir este matrimonio, le había dado al futuro marido 40
escudos, pero a los cuatro días de casado ya andaba diciendo, que su mujer
estaba preñada. La comadre que asistió en el parto a la Gertrudis declaró: que
el encausado la había llamado para que ayudase en el trance a la muchacha, y
aseguró, que aunque Gertrudis había dado a luz un hijo muy sano y robusto,
cuando al día siguiente fue a visitarla, encontró al niño muerto y le pareció
que le había asfixiado.
Gertrudis reconoció el trato íntimo con su confesor,
sobre el que recayó la condena del tribunal, a pesar de que nunca llegó a
aceptar su culpabilidad. El Santo Oficio decidió que mosén Baltasar debía ser
advertido y conminado, privado perpetuamente de confesar hombres y mujeres y
desterrado durante 60 años, seis de los cuales debía pasar recluido en un
monasterio, amén de otras penitencias saludables.
La sórdida historia de la Gertrudis no deja lugar a
dudas acerca de las relaciones de mosén Baltasar con beatas, mujeres tan
vinculadas a nuestro flagelante y, que según otro presbítero que también
declaró ante el Santo Oficio, las llamaban en el pueblo las beatas de
monseñor Baltasar. Todas se confesaban con él con mucha frecuencia y
este testigo, del que ahora volveremos a hablar, observó, que cuando las tomaba
la lección, siempre de una en una, las muchachas salían llorosas. Movido por la
curiosidad se acercó a escuchar y oyó ruido de golpes. Cuando interrogó a estas
discípulas le contaron con sencillez, que mosén Baltasar las estaba disciplinando
sin ver en ello nada malo. Este cura añade, que para comprobar la inocencia de
las niñas se decidió a disciplinar a una de ellas, y que esta se lo permitió
como cosa natural...
Efectivamente, aunque según declaró las había
desengañado y las mandó confesar con unos misioneros que estaban por entonces
en el pueblo, parece que la conducta de Larroy hizo prosélitos. Fray Agustín
Pérez fue procesado en 1745 por flagelante y mala dirección y en la causa se
dice, que era cómplice de mosén Baltasar. Se auto delató siendo ya muy anciano,
a los noventa y nueve años, probablemente movido por su avanzada edad, y
declaró, que había disciplinado a algunas mujeres sin que mediase para ello
confesión o penitencia, sólo al efecto sensual. Después de
azotarlas había tenido con ellas trato ilícito.
En este caso, sin embargo, no parece que la causa
prosperara. Los calificadores estimaron simplemente, que fray Agustín era mal
cristiano, peor religioso e indigno de ser confesor, sin que
encontrasen nada censurable en su conducta, ni en lo subjetivo, ni en
lo objetivo. Probablemente le movió a esta benévola conducta su
longevidad.
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