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lunes, 23 de abril de 2018

Infanticidio clerical en Belchite. Mosen Baltasar Larroy y sus beatas 

Signatra: AHN. Inquisición, 3732, Exp, 352



Mosén Baltasar Larroy era presbítero de Belchite. Tenía cuarenta años y fue llevado ante la Inquisición por las sospechas de una beata que ignoraba, en realidad, la complejidad de la situación que iba a desvelar ante el tribunal. Esta beata, una tal Teresa Oreal, que contaba ya cuarenta y seis años, lo único que pudo contar al Santo Oficio fueron sus observaciones no muy bien intencionadas y los escrúpulos que probablemente le inspiraban sus celos. Según dijo, la conducta de Baltasar Larroy con las demás beatas, sus compañeras, le había dado que pensar. Cuando iba por las mañanas a confesarse había notado, que Mariana Riveres, la rectora de las beatas y otra compañera de beaterío llamada María Saldiz, iban también a confesarse con Mosén Baltasar.

Después de las confesiones, que eran muy largas y podían durar hasta tres cuartos de hora, o una entera, se ponían a charlar con él durante un rato, pasando por delante del confesonario y estando él sentado y ellas de pie. Así llegaban a estar hasta más de quince minutos. Solían también charlar en los rincones de la iglesia y había podido apreciar, que ellas le tenían en gran apego.
 
En una ocasión en que fue a la capilla del Rosario acompañada por otra beata llamada María Garcés, vieron comulgar a la rectora, y la acompañante comentó, que andaba perdida. porque incluso con la Forma en la boca. La rectora se había vuelto a ella para decirla, que fuese al confesonario de mosén Baltasar y le pidiese que se acercase a verla aquella tarde, o que se moriría. Mosén Baltasar frecuentaba la casa de las beatas, y la rectora había manifestado en algún recreo, que sentía celos de María Saldiz. La delatora contó, que incluso había visto pasear por la huerta a mosén Baltasar con la rectora, yendo ella detrás muy festiva, arrojándole piedrecitas y tirándole del manteo...
 
Hasta aquí un divertido cuadro que sirve para poner de relieve las vinculaciones que existieron entre sacerdotes y sus confesadas. Los juegos más o menos inocentes o tontos, el infantilismo y la sumisión al omnipresente varón. No faltan tampoco en la historia, los rasgos puramente eróticos y morbosos, que fueron sacados a la luz por la delación de otro sacerdote. Carlos Borromeo, quien escribió una carta al Santo Oficio para dar cuenta de que, según había oído decir a una mujer, una de las hijas de confesión de mosén Baltasar no se confesaba con otro sacerdote que no fuera él, salvo en sus ausencias, porque sabía que lo llevaría a mal. La enseñaba como padre espiritual, que para agradar a Dios la convenía mortificarse y hacer puntualmente cuanto él la decía, sin discrepar ni un ápice de sus órdenes. Así pues, mosén Baltasar tras llevarla a un cuarto, la mandó echarse sobre un arca que allí había y luego la azotó con fuerza. Esto lo había efectuado en varias ocasiones, unas veces tumbada en el suelo y otras encima del arca: y un día la mandó volver boca arriba, la levantó las faldas y la obligó a enseñarle sus partes vergonzosas.
 
A consecuencia de esta carta, el Santo Oficio llamó a declarar a la supuesta azotada. Teresa Cubiles, de diecisiete años. Teresa se confesaba con mosén Baltasar desde que tenía catorce años y como también la enseñaba a leer, iba a su casa todos los días para que le diera la lección. Así transcurrieron tres años sin que pasara nada, pero el año que tuvo lugar la declaración, se había vestido de hombre para el Carnaval, y disfrazada, había ido a visitar a su confesor. Al día siguiente la disciplinó, dándola a entender, que lo hacía en castigo por haber llevado aquel traje... A partir de aquel día la azotó con frecuencia, unas veces diciéndola, que era porque no se sabía la lección y otras sencillamente porque quería. La echaba sobre la cama o sobre sus rodillas, y aunque ella quería resistirse a los azotes, él la decía, que tenía que obedecerle en todo porque era su confesor y maestro.
   
Otra muchacha llamada ante la Inquisición, Rafaela Cortés, de dieciocho años, también contó que mosén Baltasar la azotaba después de haberla preguntado durante unos ejercicios espirituales si sería capaz de soportar una disciplina de su mano. Unas veces, porque decía que había hecho alguna travesura, otras sin justificar la causa, e incluso, con motivo de una de estas disciplinas, la mandó volverse boca arriba, le levantó las basquiñas, la tocó con sus manos y la miró. Luego la dijo, que aquello era pecado y que no volviera más a su casa, porque de lo contrario pecaría más.

Un embarazo 

    A pesar de esta mezcla de tentación y remordimientos, el temperamento libidinoso y la represión que padecía mosén Baltasar se ponen plenamente de manifiesto en su relación con Gertrudis Marín, la principal protagonista femenina de esta historia. Cuando ya estaba mosén Baltasar en la cárcel, fue llamado a declarar el colega que le había delatado a través de la carta, quien añadió más detalles a esta historia de mujeres con veleidades erótico-místicas y hombres reprimidos.

Las beatas a quienes confesaba mosén Baltasar eran: Mariana Riveres, María Saldiz y Gertrudis Marín. Mosén Baltasar confesaba a esta Gertrudis todos los días y, según se decía en el pueblo, la había casado a toda prisa y en contra de la voluntad de sus padres, porque la había dejado embarazada. Para conseguir este matrimonio, le había dado al futuro marido 40 escudos, pero a los cuatro días de casado ya andaba diciendo, que su mujer estaba preñada. La comadre que asistió en el parto a la Gertrudis declaró: que el encausado la había llamado para que ayudase en el trance a la muchacha, y aseguró, que aunque Gertrudis había dado a luz un hijo muy sano y robusto, cuando al día siguiente fue a visitarla, encontró al niño muerto y le pareció que le había asfixiado.


   
Gertrudis reconoció el trato íntimo con su confesor, sobre el que recayó la condena del tribunal, a pesar de que nunca llegó a aceptar su culpabilidad. El Santo Oficio decidió que mosén Baltasar debía ser advertido y conminado, privado perpetuamente de confesar hombres y mujeres y desterrado durante 60 años, seis de los cuales debía pasar recluido en un monasterio, amén de otras penitencias saludables.
  
La sórdida historia de la Gertrudis no deja lugar a dudas acerca de las relaciones de mosén Baltasar con beatas, mujeres tan vinculadas a nuestro flagelante y, que según otro presbítero que también declaró ante el Santo Oficio, las llamaban en el pueblo las beatas de monseñor Baltasar. Todas se confesaban con él con mucha frecuencia y este testigo, del que ahora volveremos a hablar, observó, que cuando las tomaba la lección, siempre de una en una, las muchachas salían llorosas. Movido por la curiosidad se acercó a escuchar y oyó ruido de golpes. Cuando interrogó a estas discípulas le contaron con sencillez, que mosén Baltasar las estaba disciplinando sin ver en ello nada malo. Este cura añade, que para comprobar la inocencia de las niñas se decidió a disciplinar a una de ellas, y que esta se lo permitió como cosa natural...
 
 Efectivamente, aunque según declaró las había desengañado y las mandó confesar con unos misioneros que estaban por entonces en el pueblo, parece que la conducta de Larroy hizo prosélitos. Fray Agustín Pérez fue procesado en 1745 por flagelante y mala dirección y en la causa se dice, que era cómplice de mosén Baltasar. Se auto delató siendo ya muy anciano, a los noventa y nueve años, probablemente movido por su avanzada edad, y declaró, que había disciplinado a algunas mujeres sin que mediase para ello confesión o penitencia, sólo al efecto sensual. Después de azotarlas había tenido con ellas trato ilícito.
  
En este caso, sin embargo, no parece que la causa prosperara. Los calificadores estimaron simplemente, que fray Agustín era mal cristiano, peor religioso e indigno de ser confesor, sin que encontrasen nada censurable en su conducta, ni en lo subjetivo, ni en lo objetivo. Probablemente le movió a esta benévola conducta su longevidad.

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