La Moza Judía de Herrera del Duque
En el siglo XV vivían en
Extremadura numerosas comunidades de judíos y conversos. La expulsión de los
judíos de España no extirpó por completo la tradición judía, sino que la vida
criptojudía prosiguió en diversos centros de conversos, aunque sin la dirección
de líderes y asesores espirituales judíos. Cuando la Inquisición extendió sus
redes por toda España, hubo que fundar un tribunal especial que funcionara en
Extremadura y más concretamente en Guadalupe, en Puebla de Alcocer y en
Belalcázar en 1484.
La institución de la Inquisición
fue un duro golpe para los conversos, pero de forma inesperada hallaron
consuelo y esperanza en una niña que, como surgida de las cenizas, apareció con
la promesa de la redención, proclamando que en marzo del 1.500 vendría el Mesías
para redimirlos, llevándolos como en el Éxodo a la Tierra Prometida.
Esta niña se llamaba Inés, y su
profecía se extendió mucho más allá de los límites de Extremadura, para
consuelo del corazón de los conversos que vivían al oeste de la meseta de La
Mancha, y hacia el sur, hasta la ciudad de Córdoba.
Inés, hija de Juan Esteban,
zapatero y curtidor, nació alrededor de 1.488 en Herrera del Duque. Su madre,
cuyo nombre se desconoce, murió cuando Inés era pequeña, y su padre contrajo
matrimonio con su segunda esposa, Beatriz Ramírez. Las visiones y profecías de
Inés estaban muy relacionadas con la muerte de su madre, porque la niña
afirmaba que la difunta la acompañaba en sus ascensos a los cielos y en sus
viajes por el reino celestial. Todo comenzó en el otoño de 1.499, y la niña no
fue arrestada por la Inquisición hasta abril del 1.500.
Juan de Segovia uno de sus fieles
seguidores, confesó ante el tribunal de la Inquisición que en septiembre de
1.499, cuando iba de Toledo a Herrera para comprar pieles curtidas, se encontró
con otro zapatero llamado Lope Donoso que le habló de la ascensión de Inés a
los cielos. Posteriormente Inés fue arrestada por la Inquisición, la llevaron a
Toledo y el tribunal la interrogó entre los meses de mayo y julio de 1.500.
Los documentos del juicio de Juan
de Segovia, habitante de Toledo, entre otros, proporcionan valiosa información
sobre la niña profetisa y el importante efecto que produjo en los hombres,
mujeres y niños que creyeron en la autenticidad de sus visiones y se esforzaron
por cambiar su vida siguiendo su consejo profético. Por ejemplo, un tejedor de
nombre Pero Fernández de la población vecina de Chillón, presentó un largo
testimonio sobre Inés. Según él, Inés relató que había visto a su madre muerta.
Inés le dijo a Pero Fernández que se le había aparecido una claridad, y que le
avisó de la venida de Elías por mandato divino para predicar a los conversos
que debían salir de España hacía una tierra donde encontrarían pan y fruta.
Pero Fernández no fue el único que recibió esta agradable noticia, ya que
numerosos conversos y vecinos del pueblo prestaron atención a la niña, como
Juan de Segovia.[1]
Estos testimonios de Juan de
Segovia y Pero Fernández de Chillón dan una idea aproximada de las profecías de
Inés y de sus sueños, que reflejaban no solo sus propios pensamientos y
aflicciones, sino también el ambiente imperante entre los conversos después de
la expulsión.
Estas profecías debieron de
producir un efecto tremendo en los conversos porque, con un pretexto u otro,
muchos de ellos fueron en peregrinación a Herrera para averiguar la verdad
acerca de ellas y para hablar con la profetisa en persona. Muchos de ellos,
zapateros y curtidores, fueron a Herrera con el pretexto de comprar pieles,
pero una vez allí iban a hablar con el zapatero Juan Esteban, quien los
invitaba a su casa para que conocieran a su hija. Corría el rumor de que la
niña había traído tres regalos del cielo: una espiga, una aceituna y una carta.
Era inevitable que estos
acontecimientos provocaran gran conmoción y los conversos comenzasen a ayunar y
a respetar los diez mandamientos y los preceptos de la ley de Moisés. Los
sábados se ponían sus mejores ropas y dejaban de trabajar, esperando la llegada
milagrosa del Mesías. Todas estas personas creían que muy pronto las
conducirían a la Tierra Prometida, con las mismas ropas que llevaban puestas.
Para esos conversos que serían conducidos a la Tierra Prometida, Dios haría
descender a la Tierra la ciudad maravillosa que había creado para ellos, donde
vivirían en gozosa abundancia. Elvira Núñez, la esposa de Ruy Sánchez, hizo la
descripción de la ciudad: veía una ciudad próspera, con las mesas dispuestas y
el pan horneado para que lo comiesen los conversos que llegarían hasta allí.
Por último, creían que tan majestuoso ágape se serviría cuando llegara el
Mesías. Aquí podemos encontrar una alusión al monstruo marino “leviatán”,
capturado por esas fechas en la costa de Portugal.[2]
El profeta Elías, que anuncia la
llegada del Mesías, figura no solo en los sueños místicos de Inés, sino también en las visiones de otra profetisa, una tal
Mari Gómez de Chillón, una aldea próxima a Herrera. Ella también decía que
había ascendido al cielo, donde había ángeles y estaba el profeta Elías
predicando. Además, el profeta llevaba de la mano a la nieta del patriarca
Jacob. Allí vio también a Inés, la hija de Juan Esteban, y a otra mujer de
Córdoba.
En el caso de la profetisa Inés,
vale la pena examinar con quiénes se paseaba por el jardín del Edén y si entre
ellos tenían algo en común.
Como es bien sabido, el profeta
Elías subió al cielo en un carro de fuego, al igual que Serach, la nieta del
patriarca de Jacob. Lo más notable del relato de esta visión es que demuestra
que el conocimiento del midrash seguía vivo en un lugar tan remoto de
Extremadura después de la expulsión de los judíos de España. Este relato es un
testimonio único de lo profundamente arraigado que estaba el conocimiento de
los principios judíos entre los conversos, como consecuencia de su educación
judía.
Los conversos creían firmemente
en su redención inmediata e imaginaban para sí mismos una vida futura de dicha
y abundancia. El caso de Fernando de Belalcázar, residente en Herrera,
demuestra lo firme que era esta convicción en el corazón de los conversos.
Parece que Fernando de Belalcázar había ido a Siruela para transmitir a los
conversos de aquella comunidad la noticia de que Inés había estado en la Tierra
Prometida y había regresado con los claveles y un manojo de alcacer.[3] El
alcacer es la parte verde de la cebada que se utiliza como forraje para el
ganado en Extremadura. Puede que la relación de esta planta en particular con
los animales domésticos, contribuyera a popularizar la imagen de Inés como
pastora que no abandonaría a su rebaño de conversos.
Los documentos del juicio de otro
converso, Rodrigo Cordón de Siruela,[4]
proporcionan la fecha de la redención esperada: se creía que tendría lugar en
marzo del 1.500. El ángel anunciador tenía que aparecer el ocho de marzo, y al
día siguiente todos estarían en camino. Esto ocurriría porque, como revelaban
los testimonios, la fecha significaba un milenio y medio milenio en el cálculo
de la venida del Mesías. Con la llegada del Mesías habría un perdón general
para este pueblo de conversos, por haber pecado cuando los obligaban a vivir
como cristianos; a pesar de sus pecados, el Mesías tendría gran compasión de
sus sufrimientos y también ellos irían a la Tierra Prometida. La palabra pueblo
tenía un significado especial para los conversos, porque los vinculaba con la
tradición del pueblo elegido.
Otra declaración que se hizo en
el juicio de Rodrigo Cordón indica que Inés les dijo a los conversos que el
propio Dios los conduciría a la Tierra Prometida y que todos tendrían que ir,
quisieran o no. Un lunes, una voz celestial anunciaría la llegada del
Mesías, y el jueves siguiente todos irían a la Tierra Prometida. Pero
tendrían que atravesar un río, en el cual deberían dejar atrás todas las joyas
que tuvieran para cruzarlo vestidos solo con prendas blancas. Este testimonio
sugiere, una vez más, un profundo conocimiento de la Biblia por parte de los
conversos, en este caso de la historia del éxodo de Egipto, que de este modo
proporciona autoridad bíblica al cruce previsto del río hacia la Tierra
Prometida. Según Rodrigo Cordón, el día anterior a la llegada del Mesías y la
partida de los conversos hacia la Tierra Prometida[5] se
producirá una pelea entre dos frailes, en la cual uno de ellos representaría a
la fe cristiana mientras que el otro, que saldría victorioso, defendería la fe
judía. Esta disputa ilusoria reflejaba con gran intensidad las esperanzas de
los judíos en España.
Abundantes signos del cielo
confirmaron a los conversos la verdad de su expectativa. Rodrigo Cordón le dijo
al converso Diego García de Siruela, que un ángel luminoso en todo su esplendor
permaneció sobre una cama en casa de su vecino sin pronunciar una palabra. Allí
y en Talarrubias solían reunirse los conversos ataviados con sus mejores ropas,
para mirar el cielo en busca de señales de la llegada del Mesías. Muchos
soñaban que habían visto estrellas en el cielo durante el día. Hubo meses de
excitación y conmoción en las aldeas y los lugares de Extremadura donde
residían los conversos, ya que cada persona trataba de vivir de acuerdo con los
preceptos de la ley mosaica, en la medida de lo posible. Sin duda, sus acciones
llamaron la atención de la Inquisición y muchos de ellos fueron arrestados y
llevados a juicio, mientras que otros consiguieron huir a Portugal haciendo
añicos sus esperanzas de redención.
Pero no fueron hombres y mujeres
los únicos conversos que creyeron en las profecías de Inés. Muchos niños se
sumaron al movimiento que ella creó con la esperanza de ser conducidos a la
Tierra Prometida, donde miles de jóvenes esperaban a las doncellas conversas para
casarse. Su juventud no les protegió de la Inquisición y, al igual que sus
mayores, niños y niñas fueron arrestados y llevados ante el tribunal de la
Inquisición de Toledo para interrogarlos. Una de ellas fue Inés García Jiménez,[6]
arrestada el treinta de septiembre del 1500, aunque tuvo que esperar hasta el
ocho de marzo de 1501 para que se le designara un tutor, porque sólo tenía
nueve años. Esta Inés es la tercera hija de Marcos García, un herrero de Puebla
de Alcocer, y de su esposa, Leonor Jiménez. Su padre fue testigo de cargo en el
juicio de otro Marcos García, un tintorero de Herrera que leía libros a los
conversos, probablemente la Biblia y tal vez otras obras. Esta niña ayunaba con
sus hermanas y juntas esperaban la llegada del Mesías. Siguiendo las
instrucciones de su tutor, Inés García confesó y el dieciséis de marzo la
sentenciaron: la condenaron a hacer penitencia y a participar en un auto de fe,
y después la entregaron a una familia muy cristiana para que la reeducara.
Otro joven seguidor de la
profetisa Inés fue Rodrigo, hijo de Juan López, cuya edad en el momento de su
arresto y juicio en 1500 se desconoce. Rodrigo confesó que había ayunado porque
Inés se lo ordenó. Dijo al tribunal que el zapatero López Sánchez, esposo de
Elvira González, de Puerto Peña, lo había convencido de que Inés realmente
había ido al cielo y que le prometieron que su difunta madre resucitaría si él
ayunaba. Rodrigo obedeció la orden de Inés de que ayunara, y también se unió al
grupo que buscaba en el cielo la señal del Mesías. Los jueces aceptaron la
confesión del niño, pero de todos modos lo condenaron a prisión perpetua.[7]
El tercer niño, también de Puebla
de Alcocer, se llamaba Juan González, hijo de Juan González Crespo. Su hermano
mayor, Alvar González, lo convenció para que creyera en Inés cuando iban hacía
Herrera a comprar pieles cerca de la Navidad de 1499. Alvar González, le contó
la ascensión de Inés al cielo y le dijo que allí se había encontrado con
un ángel. Después de permanecer un tiempo en Herrera, regresó a Puebla de
Alcocer y comenzó a obedecer la mitzvah, a respetar el sábado, a ponerse una
camisa limpia ese día y a comer matzá durante la Pascua. El niño huyó después
de los primeros arrestos efectuados por la Inquisición en Herrera, pero luego
regresó y entonces lo arrestaron y juzgaron. El cuatro de marzo de 1501 lo
pusieron bajo la tutela de Diego Téllez, el famoso letrado que defendió a
numerosos conversos en Toledo. Fue él quien convenció al niño para que
confesara. La consulta de fe se reunió el doce de marzo de 1501 y decidió
volver a aceptarlo en el seno de la Iglesia, obligándolo a hacer penitencia.[8]
Mientras que estos niños se
vincularon con Inés fundamentalmente por imitar lo que hacían sus padres y los
adultos que vivían en sus casas, los de la aldea natal de la profetisa de
Herrera tuvieron una participación más inmediata en la excitación que generaron
Inés y sus visiones. Se reunían en torno a ella, a jugar, cantar y bailar.
Rodrigo, que testificó de estos juegos, cantos y danzas, era hijo del herrero
Fernando Sánchez y de su esposa María García; en la primera hoja de los
documentos de su juicio figura la sentencia de la Inquisición: hacer un abjurar
de vehementi y prisión perpetua.[9]
Beatriz era huérfana, porque su madre murió siendo ella muy niña; la entregaron
al secretario Luís de Toledo y su esposa Juana García para que la
educaran, trabajara y viviera con ellos. Beatriz era familiar de Inés y en la
época de sus profecías tenía unos quince o dieciséis años. Inés le prometió que
se reuniría con su madre muerta en la Tierra Prometida. También le enseñó los
principios de la ley mosaica y los ritos y preceptos judíos. Tras su arresto,
Diego Téllez fue su letrado y volvieron a admitirla en la Iglesia,
probablemente después de abjurar y hacer penitencia.[10]
Otras cuatro niñas de Herrera con
edades comprendidas entres los diez y los trece años, fueron juzgadas por
seguir los principios de la profetisa: Isabel, hija de Rodrigo de Villanueva y
de Isabel de la Fuente. El caso de Isabel llama la atención porque fue su
propia madre quien la denunció a la Inquisición.[11]
Lo mismo ocurrió con la otra
familiar y amiga íntima de Inés, Beatriz, hija de Rodrigo de Villanueva. Es
posible que las dos niñas se hicieran más amigas por compartir el sueño de
encontrar un novio en la Tierra Prometida entre los jóvenes que esperaban a las
novias conversas. Sin duda, casarse era un deseo que las niñas acariciaban,
pero que sabía que no se cumpliría mientras estuvieran en España.[12]
La otra Isabel no era más que una
niña de apenas diez años cuando fue denunciada por una de las seguidoras de la
propia Inés, Inés López, y fue arrestada el cinco de enero de 1501. Como las
otras dos niñas, esta Isabel fue aceptada otra vez en la Iglesia, y tuvo más
suerte que Beatriz Alonso que, con trece años, era la mayor del grupo. Tal vez,
los inquisidores fueran más severos con esta Beatriz porque sus padres, que se
encontraban entre los seguidores más fervientes de Inés, para salvarse habían
huido a Portugal abandonando a su hija. A instancias de sus padres, Beatriz se
afianzó en sus convicciones y se comprometió más con las prácticas judaizantes.
La niña incluso tuvo sus propias visiones. Alegando en su defensa que la niña
había sido abandonada, Diego Téllez la salvó de la hoguera, pero no de la
sentencia perpetua.[13]
Inés, la niña profetisa que
consiguió infundir esperanzas en el corazón de los conversos de Herrera del
Duque, su pueblo natal, y después en muchos pueblos más, aldeas y localidades;
se tuvo que enfrentar a la Inquisición. Tras la expulsión de los judíos de
España, lo único que les quedó a los miembros de la comunidad de conversos que
permaneció en el país fue cultivar una esperanza de redención con la llegada
del Mesías que los conduciría a la Tierra Prometida. Pero la niña que infundió
esperanza en el corazón de los conversos no vio documentos del juicio de Juan
González de fecha tres de agosto del 1500, antes de ese día, la hija de Juan
Esteban, la moza profetisa de Herrera, había muerto quemada en la hoguera.[14]
[1] AHN. Inquisición de
Toledo. Legajo 184, exp. 6
[2] Ibíd. 169, exp. 6
[3] Ibíd. 137, exp. 11
[4] Ibíd. 139, exp. 15
[5] Ibíd.
[6] Ibíd. 158, exp. 2
[8] Ibíd. 158, exp. 17
[9] Ibíd. 176, exp. 13
[10] Ibíd. 137, exp. 9
[11] Ibíd. 158, exp. 6
[12] Ibíd. 137, exp. 8
[13] Ibíd. 137, exp. 9
[14] AHN. Inquisición de
Toledo. Legajo 184, exp. 6
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.