La Marca de
Caín en la Conquista
La historia de la conquista de América está llena de crónicas
positivas, pero también, de grandes episodios donde la mala actuación de
algunos españoles, se acercó más a las directrices y orientaciones del diablo,
que la misericordia y caridad que lleva como bandera el cristianismo. Partiendo
de la base que los conquistadores eran cristianos y que su misión debería haber
sido utilizar esas premisas evangélicas en pro del desarrollo y la evolución de
los nativos, la realidad en muchos casos fue totalmente opuesta y peculiar.
Cuando hablo de conquistadores, no me estoy refiriendo
solamente a los civiles que acudieron como invasores del espacio en su momento,
sino a los religiosos, que llegaban a los diferentes lugares, matando la
religión establecida tanto de mayas, aztecas o incas en pro de su verdad. Esta
realidad llevó, a qué en muchas ocasiones, personas nativas ya cristianizadas tuviesen
que sufrir a manos de frailes, sacerdotes e incluso obispos, un maltrato y una
tiranía impropia de aquellos que creían ser “seguidores del crucificado”.
Os dejo a continuación, uno de esos casos que ponen en
evidencia esta realidad que estamos introduciendo, y donde los protagonistas
van a ser los nativos de la población de Mani en Yucatán (México) y los
religiosos franciscanos encargados de evangelizarlos. Ante los malos tratos que
recibían de los seguidores de Francisco de Asís, deciden escribir una carta a Felipe
II contando los cruentos acontecimientos que desarrollaron estos “cristianos con
sotana”, en un espacio habitado donde la caridad, la misericordia o el amor al
prójimo, deberían haber sido las columnas que dieran sentido al verdadero
cristianismo, y funcionó lo contrario. Al final querido lector, saquen sus
propias conclusiones ante los acontecimientos narrados y documentación que
aporto.
Después que nos vino el bien, que fue conocer a Dios Nuestro
Señor, por solo verdadero Dios y dejando nuestra ceguedad e idolatrías; antes
que abriésemos bien los ojos al conocimiento de lo uno y de lo otro, nos vino
una persecución la mayor que se puede imaginar y fue en el año del 1562 por
parte de los religiosos de San Francisco que habíamos traído para que nos adoctrinasen.
Qué en lugar de hacerlo, nos comenzaron atormentar
colgándonos de las manos, azotándonos cruelmente y colgándonos pesas de piedras
a los pies y atormentándonos a muchos de nosotros en burros, echándonos mucha
cantidad de agua en el cuerpo de los cuales tormentos murieron y mataron muchos
de nosotros.
Estando en esta tribulación y trabajos y confiando de la
justicia de V.M. que nos oirá y nos guardará justicia, vino el doctor Diego
Quijada, que a la sazón era ayudar a los atormentadores, diciendo que éramos
idolatras y sacrificadores de hombres y otras cosas ajenas de toda verdad. Y
como nos veíamos mancos por los crueles tormentos recibidos y muchos muertos en
ellos, nos robaban nuestras haciendas, pero lo que más nos dolía era que nos
mandasen a desenterrar los huesos de nuestros muertos bautizados habiendo
muerto como cristianos. Estamos desesperados y no contentos con estos
religiosos y justicia de V.M.
Nos hicieron un auto solemne de Inquisición en Mani (Yucatán)
pueblo de S. M. en que sacaron muchas estatuas y desenterraron muchos muertos y
quemaron allí públicamente y condenaron a muchos a esclavos para servir a los
españoles por ocho o diez años, y echaron sambenitos y nos lo pusieron
quedándonos espantados por lo que estaba ocurriendo, y por no saber porque cosa
se hacía aquello ya que estábamos recién bautizados y no predicados. Y porque
volvíamos por nuestros vasallos diciendo que los oyesen y les guardasen
justicia, nos prendieron y aprisionaron y nos llevaron como a esclavos en cadenas
al monasterio de Mérida donde murieron muchos de los nuestros y allí nos decían
que nos habían de quemar sin saber nosotros porqué.
Y a esta sazón llegó el obispo que V. M. nos envió, el cual,
aunque nos sacó de la cárcel y nos libró de la muerte y quitados los
sambenitos, no nos ha desagraviado de las infamias y testimonios que nos
levantaron, diciendo que somos idólatras y sacrificadores de hombres y que
habíamos matado a muchos indios.
Vino un receptor de México a inquirir esto y pensamos que
haría la audiencia para aclarar lo sucedido, y no hizo nada.
Vino después D. Luis de Céspedes, gobernador, y en lugar de
nos desagraviar, ha aumentado las tribulaciones llevándose nuestras hijas y
mujeres a servir a los españoles contra su voluntad y la nuestra; que lo
sentimos tanto que vienen a decir las gentes simples que en nuestra infidelidad
no éramos tan vejados ni acosados, porque nuestros antepasados no quitaban a
nadie sus hijos, ni a los maridos sus mujeres para servirse de ellos como lo
hace ahora la justicia de S.M aun para servir a los negros y mulatos.
Y con todas nuestras aflicciones y trabajos amamos a los
religiosos y les damos lo necesario y les hemos hechos muchos monasterios y
proveídos de ornamentos y campanas todo a nuestra costa, la de nuestros
vasallos y naturales, aunque en pago de estos servicios nos traen tan
avasallados hasta quitarnos el señorío que heredamos de nuestros antepasados,
cosa que nunca lo padecimos en nuestra gentilidad.
Obedecemos a la justicia de V.M. esperando que nos enviara
remedio para todos. Una cosa nos ha desmayado mucho y nos han alborotado mucho,
que son cartas de Fr. Diego de Landa principal autor de todos estos males y
trabajos. Escribe diciendo que V.M. ha aprobado las muertes, robos y tormentos
y otras crueldades que hicieron en nosotros, de lo cual estamos admirados que
tal cosa se diga de tan católico y recto rey como es V.M. si es que haya dicho
que nosotros sacrificamos hombres después de bautizados, ya que eso es un falso
testimonio y maldad inventada por ellos para dorar sus crueldades.
Y si ídolos se hallaron o hallamos nosotros, los sacamos de
las sepulturas de nuestros antepasados para dárselos a los religiosos que nos
los mandaban traer; diciendo que habíamos dicho en los tormentos que los teníamos,
y toda la tierra sabe cómo los íbamos a buscar 20, 30 y 100 leguas en donde
entendíamos que los tenían nuestros antepasados y nosotros habíamos dejado
porque nos habíamos bautizados, y por sana conciencia no nos tenían que haber
castigado como lo han hecho.
Y si V.M. se quiere informar de esto, envíe persona tal que
lo investigue y vea nuestra inocencia y la gran crueldad de los padres, y si el
obispo no viniera, todos fuéramos acabados, y porque, aunque queremos bien a
Fr. Diego de Landa y a los demás padres que nos atormentaron, solamente de
oírlos nombrar se nos revuelven las entrañas. Por tanto, V.M. nos envíe otros
ministros que nos doctrinen y prediquen la ley de Dios porque deseamos mucho
nuestra salvación.
Los religiosos del señor San Francisco de esta provincia, han
escrito ciertas cartas a V.M. y al general de su orden, en abono de Fr. Diego
de Landa y de otros sus compañeros que fueron los que atormentaron, mataron y
escandalizaron, y dieron ciertas cartas en la lengua de Castilla a ciertos
indios y sus familiares para que las firmasen: y así por el miedo y el temor,
la firmaron y la enviaron a S. M. entienda V.M. no ser más lo que somos señores
de estas tierras que no queremos ni debemos escribir mentiras ni falsedades ni
contradicciones. Hagan halla penitencia a Fr. Diego de Landa y sus compañeros
del mal que hicieron en nosotros, que hasta la cuarta generación se acordaron
de nuestros antepasados y la gran persecución que por ellos nos vino.
Nuestro Señor Dios guarde a V.M. largos tiempos y a su santo
servicio, así como nuestro bien y amparo. Yucatán doce de abril de 1567.
Humildes vasallos de V. M. que sus reales manos y pies
basamos.
Firman: D. Francisco de Montes gobernador de la provincia de
Mani.
Jorge Pin, gobernador de …
El gobernador de Mona
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