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jueves, 1 de noviembre de 2018

Hechiceras y hechiceros del Guadiana Fronterizo.





La brujería o hechicería fue perseguida sañudamente por la Inquisición, sobre todo, porque tales prácticas, fueron consideradas diabólicas y las personas que las realizaban estaban poseídas por el demonio. Los Tribunales del Santo Oficio, estaban al acecho de estas desviaciones, pero mientras que en la vida pública un ciudadano no se apartara del camino trazado, ni mezclara cuestiones divinas o dogmas de fe, la Inquisición no solía intervenir en cuestiones que no rozaran estos conceptos. Solo lo hacía cuando alguien había invadido o traspasado el campo de la herejía,
Las personas señaladas de brujas o hechiceras, en caso de que hubieran realizado algún acto herético, hecho pacto implícito o explicito con el demonio, o el haber usado objetos sagrados y de culto en sus actuaciones, se les imponían como único castigo, algunas penas saludables, es decir, como mucho de 100 a 200 azotes por las calles más principales y frecuentadas, así como destierro por cierto tiempo de la ciudad donde solía vivir.
Para poder enjuiciar con objetividad estas conductas, hay que tener presente el estado en que se hallaba inmerso el país, en donde había pocos letrados y un elevado porcentaje de analfabetos. Épocas medievales o renacentistas, en el que las clases menos favorecidas de la sociedad luchaban cotidianamente por una mísera subsistencia; donde las mujeres no contaban para nada y estaban a merced de las imposiciones o caprichos de los hombres; un país donde la picaresca tenía asiento propio por carta de naturaleza, y donde los más osados buscaban seguro refugio para sobrevivir, arrodillándose ante el Rey cuando lo veían y, a Dios cuando se oía la campanilla que iba delante del viático de los enfermos. Era mentalidad abonada por la credulidad y la ignorancia, diferente e incomprensible en nuestros días. Es lógico pensar que estuviera en primer plano lo misterioso y se le concedieran excesivo crédito a cuanto en tal sentido pudiera decirse, por lo que afectaba a personas emotivamente dubitativas, pusilánimes, medrosas o atemorizadas los más mínimos accidentes, como el cerrarse una o varias puertas violentamente, los ladridos insistentes y a deshoras de perros, el maullido o reunión de gatos en una riña, un gallo que canta en tiempo inusual, en una palabra, cualquier causa fortuita, era motivo más que suficiente para que se estableciera la relación causa-efecto, y se le adjudicara a las brujas y hechiceras todo cuanto ocurría
La Inquisición, tan severa con los penitenciados y a la vez indulgente en esta clase de delitos, en Extremadura según los documentos observados, no se quemó a ninguna mujer por bruja o hechicera. En sus declaraciones ponían de manifiesto los sistemas y medios empleados, siendo frecuente que todo cuanto habían realizado se lo imputaban a otras personas, las más de las veces difuntas, para no involucrar o implicar a las que vivían.
En la comarca de Olivenza nos vamos a encontrar algunas brujas, varias hechiceras y algún que otro hechicero. Normalmente, estas personas intervenían la mayoría de las veces en casos de amoríos, a ellas acudían las mozas para saber del conocimiento de su pareja; de la existencia de algún amante, si la quería o detestaba; si el casamiento se había de celebrar de inmediato o, por el contrario, no se realizaría. Para que hiciera impotente –ligara- al que no se mostraba propicio a entregarse a su apasionado amor o, para que deshiciera el maleficio de impotencia –desligara-, lo que otras hechiceras hubiesen hecho a su amante o esposo. También veremos, a mujeres casadas y afligidas, que sospechaban o querían saber si era cierto que sus maridos tenían secretas relaciones amorosas o carnales con otras mujeres.


Generalmente para ligar a una persona, las hechiceras le pedían a las interesadas algún objeto de la pertenencia, trozo de su vestido o una prenda sobre la que había de recaer el hechizo, que normalmente era: en los hombres; unos pedazos de sus vestidos, cabellos de la cabeza u otras prendas; para las mujeres, si eran doncellas, surtían un gran efecto una parte de la camisa: en los amancebados y casados, si ello era factible, lo más efectivo y eficaz, o lo más frecuente, era administrarle algunos potingues bajo el aspecto de chocolate u otras bebidas, y el rezo de los conjuros los cuales veremos más adelante.
También nos vamos a encontrar en el mundillo de las hechiceras de la comarca, con los “cercos” que era uno de los ritos principales e indispensables dentro del arte de la hechicería. Todo consistía, como su nombre indica, en trazar en la tierra o en el suelo una circunferencia, unas veces visibles, al realizarlos con trozos de carbón, yeso o cal, y otros invisibles, colocándose de rodillas en el centro y dar vueltas con los cabellos sueltos o simplemente con la mano, que simbolizaba la separación de la tierra con los cielos, y para que se abrieran las puertas de los infiernos dando suelta y paso libre a los demonios para que acudieran al centro del cerco.
Recitaban el conjuro pertinente y, apremiaban a los diablos a que les respondieran a lo  preguntado, aunque en un principio se resistieran, al fin, tras mucho insistir, contestaban por medio de extraños signos externos como el rebuznar de un asno, el mugir de una vaca, el maullido de un gato, el ladrido de un perro, la caída fortuita de un objeto, o el silbido algo más fuerte que lo normal del viento que solo ellas sabían interpretar.
Conseguido su propósito, la bruja o hechicera obsequiaba y agasajaba a los demonios con perfumes, almendras, confites y otras golosinas; toda una fantástica ceremonia a la que en algunas ocasiones hacia participe a la consultante o clienta. Veremos, cómo los animales juegan un papel importante en toda esta historia; estos seres vivos eran sus familiares. A veces eran duendes u otros demonios en formas de bestezuelas que ayudaban a las brujas y hechiceras nefandas. En la fantasía de las brujas, existían infinidad de animales a los que consideraban “familiares”, entre ellos estaban, el gato negro, los sapos, las serpientes, los erizos, perros, el macho cabrío, y un largo etcétera.
Asistiremos a la forma de echar la suerte, donde las habas son las protagonistas. No podemos dejar atrás el famoso mal de ojo, u otros hechizos, de los que todavía algunas personas lo asumen actualmente como algo real y verídico. Mal, que según las hechiceras y brujas cuando lo anunciaban, lo causaban las viejas, algunas solteronas, los lisiados o deficientes físico, mujeres que no tenían la menstruación y los bizcos. Para preservar a los niños del mal de ojo, al tiempo de su nacimiento, les colgaban unos amuletos, consistían en una bolsita en la que habían introducido un huesecillo o un colmillo de jabalí.
Las medallas tal como en la actualidad se usan, en las mayorías de los casos, mas como adorno que como devoción a la imagen que representa, en tiempos pretéritos se usaban para protegerse del mal de ojo.
Ante esta realidad, la Inquisición iba a intervenir y la persecución y castigo de este tipo de comportamientos se iba a llevar a efecto. Fueron muchas las mujeres supersticiosas en toda España, que tuvieron que enfrentarse a juicio con el Santo Oficio, vamos a ocuparnos de las de la raya del Guadiana fronterizo, qué con sus hechizos, amuletos, conjuros y oraciones, tenían mediatizada a toda la comarca fronteriza. La principal habilidad de estas personas consistía en decir a sus víctimas, aquello que estaban deseosas de escuchar, convenciéndolas de que los males y achaques que padecían tenían solución, y que solo ellas podían ofrecérsela por un módico precio si lo comparamos con la utilidad de los resultados.


Una vez que se veían ante el Tribunal del Santo Oficio, a pesar de la variada casuística, todos los acusados de estos delitos presentaban algo en común: me refiero a la utilización de palabras y objetos que la religión oficial tenía el deber de salvaguardar y dedicar a otros fines más graves. Lo contrario suponía incurrir en herejía y el Tribunal inquisitorial se había creado precisamente para estos menesteres.
El hambre hacia estragos en las poblaciones del Guadiana fronterizo y campaba a sus anchas por una comarca eminentemente rural, lo mismo que las plagas y las enfermedades. Tampoco faltan noticias de desbordamientos de arroyos y otras catástrofes naturales como las pertinaces sequías, qué prolongándose más de lo acostumbrado en la torturada geografía comarcal, dejaban a sus habitantes sumidos en esa triste miseria que rebosan todas las situaciones plasmadas en las historias particulares de estos personajes.
Raro es, que entre la documentación inquisitorial extremeña referente al delito de supersticiones, encontremos la palabra “brujo”. Mas bien se hablaba de hechiceros, adivinadores, sortílegos o curanderos con tintes supersticiosos. Sus prácticas de hechicería solo eran conocidas por los más allegados, y el tribunal inquisitorial únicamente alcanzaría a tener noticias de ellas a través de la denuncia realizada por algún indiscreto que se había sentido defraudado en sus aspiraciones. En definitiva, que los hechos a contar dejan entrever los pormenores de una sociedad minada por la ignorancia y la miseria, y como dice el refrán: “A buena fe, mal engaño.”
Ante las repetidas denuncias, los inquisidores de Llerena lanzarán su temido <<Edicto de Fe>>, escrito que se leería en todas las parroquias del distrito y decía lo siguiente contra estas prácticas.

Nos los Inquisidores Apostólicos contra la herética pravedad y apostasía, en la provincia de León, Maestrazgo de Santiago y Alcántara, Obispado de Plasencia, Badajoz, Coria, y Ciudad Rodrigo, por autoridad Apostólica, etc. A todos los vecinos y moradores, estantes y residentes en todas las ciudades, villas y lugares de nuestro distrito: conviene saber, si sabéis o habéis oído decir, que alguna o algunas personas han cometido alguna herejía diciendo, que no hay paraíso o gloria para los buenos, ni infierno para los malos, y que no hay más de nacer y morir, o algunas blasfemias hereticales, como son: no creo, descreo, reniego contra Dios nuestro señor y contra la virginidad y limpieza de nuestra Señora la Virgen María, o contra los santos o santas del cielo, o que tengan o hayan invocando demonios,  hecho cercos y preguntándoles a los diablos algunas cosas y esperando respuestas de ellos. Si conocen, á personas que hayan sido brujos o brujas, o hayan tenido pacto tácito o expreso con el demonio, mezclando para esto cosas sagradas con profanas o, atribuyendo a la criatura lo que es solo del creador. Por ende y por el tenor de la presente, amonestamos, exhortamos y requerimos en virtud de santa obediencia y con pena de excomunión mayor, a todo aquel que sepa de casos conocido y oculte los mismos...[1]

En cuanto a conclusiones, por mi parte ninguna; ya se han vertido algunas opiniones y no quiero ser juez en esta causa, por lo demás, cada cual que extraiga las propias y así, todos estaremos contentos y complacidos.
Tanto en la comarca de Olivenza como en el resto de España y en las posesiones ultramarina que nos pertenecían entonces, con demasiada frecuencia se daban casos de esta naturaleza, pero concretando a lo que nos interesa, que es la Comarca de Olivenza, veamos a los supersticiosos protagonistas que actuaron en dicha zona.




En Alconchel nos encontramos con Dominga Martínez, mujer de Juan, hijo de Antonio el cerrajero, natural de Alconchel, de 22 años de edad, fue testificada de hechicera en 1639 en la visita inquisitorial que el inquisidor Serrano hizo a la zona. Dominga varios vecinos la acusan de lo siguiente: que solía hacer para que un hombre se interesara por una mujer, un cerco en el suelo con un clavo, lo clavaba a un lado y metía dentro del cerco un baño de agua y una escudilla con aceite y nueve torcidas encendidas mientras pronunciaba las palabras siguientes: “Yo te conjuro con tres libros misales, tres corporales, con tres iglesias parroquiales, con tres liebres corredoras, con tres galgos cazadores y con tres diablos de los mayores, el uno Beltrán y el otro Bellan y el otro el Consuelo (que no te dejen pasar ni reposar hasta que vengas conmigo a reposar”. Rezaba después una oración a San Antón, de quién decía: qué si hacías la dicha plegaria a este santo, ella hacía venir al hombre que se había marchado de casa a encontrarse de nuevo con la mujer.
Fue condenada a auto público de fe, con insignia de hechicera, saliendo con coroza, se le dieron 200 azotes, abjuró de levi y se le condenó a destierro de la villa de Alconchel por tres años, además de confiscarle los bienes[2].


También en Alconchel se daba el caso de otra acusada de hechicería llamada María González, de 35 años de edad, esta aliada de lo supersticioso, era mujer de Juan Moreno y fue testificada en la visita que hizo el Inquisidor Serrano Osorio a la ciudad de Jerez y su partido, fue mandada prender en cárcel secreta, en cadena de argolla, siendo presa el 4 de septiembre del mismo año. En primera audiencia declaro ser verdad los hechos que se le imputaban, no convenciendo al Inquisidor Serrano quién pedía y quería saber más de los movimientos de esta nefanda mujer. Decidido y certero, el religioso le preguntó a la hechicera si conocía la causa de su prisión, contestando y culpando María González a sus dos hermanas y contra sí no dijo nada. Una testigo declaro, que nuestra protagonista era embustera y que hacía remedios para que los hombres quisieran bien a las mujeres. Que por el mismo tiempo le había sido vista en su casa una virgencita blanca, y que decía la rea, ser su vivienda otra iglesia para orar. Para saber las voluntades ajenas, ofrecía a las personas que le pedían poder conseguir tal misión, pelos blancos para que lo echasen en las comidas, descubriendo tras comerlos, las buenas o malas pretensiones de las gentes.
La rea tenía en su casa una imagen de Santa Marta a la que llamaba la diabólica y a la que ponía velas encendidas, y cuando tenía que solventar alguna petición de alguna cliente que pedía atraer hacia sí la figura de algún hombre para sus amoríos, esta hechicera de Alconchel cogía unos naipes y, mientras barajaba, hacía la siguiente plegaria a su diabólica e idolatrada efigie.

 “Marta, Marta. ni la digna ni la santa, a la que por los aires anda, a la que se encadena y por ella nuestro padre Adán pecó y todos pecamos, del demonio del pozo al del reposo, del reposo al que suelta al preso, al que acompaña al ahorcado, al diablo cojuelo, al del rastro y al de la carnicería, que todos juntos os juntéis y en el corazón de (tal fulano) entréis, guerra a sangre y fuego le deis, que no pueda parar hasta que me venga a buscar, demonio cojuelo, tráemelo luego, demonio del peso, tráemelo presto.”



Y habiendo dicho esto, el hombre vendría tal día por la mañana a la puerta de la casa de la moza que quería novio, y si llegaba a entrar en la casa enojado, que le hiciese una cruz con los dedos de la mano derecha sin que él lo viera y pronunciando su nombre dijese.

Fulano tente en ti, pues que dios murió por ti” repitiéndolo tres veces, y después comentase, “yo te conjuro con esta cruz, con la santa Veracruz, y con la cruz de tu frente, que me quieras mostrar y decir el amor que me tienes”. Con estas palabras, al tal pretendiente se le quitaría el enojo y la amaría más que a su alma.

Otro de los procedimientos que empleaba la tal María, era encender una vela y rezar un credo a las animas del purgatorio, mientras hacía “el sortilegio de la toca”, que disimuladamente consistía en la colocación de un naipe bajo el ara de un altar y esperar a que se dijeran tres misas con sus correspondientes evangelios, misas que tenían que ser concelebradas por tres sacerdotes, y después de conseguido el objetivo, tocar con el naipe durante tres días que son: el de navidad, de san Juan y el jueves santo antes de la salida del sol, al que deseara seducir. Las palabras del conjuro eran las siguientes.

“Con dos te veo, con cinco te ato, tu sangre te bebo, el corazón té parto, con las parias del vientre de tu madre la boca te tapo, fulano que vengas a mi tan humildemente como la suela de mis zapatos”.

Para que los hombres se fijasen en las mujeres, María González traía ostias consagradas para hacer conjuros, dándolas por la cuaresma a las clientas que se las solicitaban. Cuando María cayó en manos de la justicia inquisitorial, fue sentenciada a auto público de fe, con insignia de hechicera, abjuro de levi, y fue llevada a la vergüenza pública, además de darle 200 azotes y ser desterrada por dos años de Alconchel, Jerez y su término.[3] Lo mismo le ocurrió a su hermana Leonor Díaz, mujer de Manuel Codon, vecino de Alconchel. Esta hechicera alconchelera, sufrió la misma condena que su anterior hermana, saliendo juntas en el mismo auto de fe.



En Bancarrota tenemos varias hechiceras condenadas por la Santa Inquisición de Llerena, una de esas mujeres fue Isabel Sánchez, más conocida como “la Corbacha”, mujer de Nicolás Sánchez, vecino de Barcarrota, de 50 años de edad, fue testificada por varios testigos de hechicerías y embustes, siendo presa sin secuestro de bienes. Declaró ante la Inquisición los siguientes hechizos cometidos: dijo ser hechicera y que hace unos 8 años, su cuñada le pidió un remedio para que otra mujer que no conocía su nombre y que decía que estaba embrujada y que de los hechizos había quedado ciega, pidió un remedio para curar su mal. La rea prometió hacerlo y se fue a la casa de la mujer ciega; una vez en la casa le dijo: que le conseguiría una prenda de la mujer que le había hecho el daño, y ofreció que el demonio con los cercos y un conjuro que ella hiciese, traería la dicha prenda, para lo que le pidió una vela de cera, un tizón ardiendo para encenderla y una escoba. Nuestra protagonista se encerró durante 15 minutos en una habitación de la casa y cuando salió dijo a las dos mujeres: que se le había aparecido el demonio y que le dio la prenda de la persona que le había hecho el daño. Fue un pañuelo de narices, pañuelo que la misma rea guardaba desde su casa en el pecho. Lanzaba mentiras y embustes, pagándole la dicha ciega cuatro arrobas de aceitunas con promesa que si sanaba se lo pagaría mejor. La acusada le rezo tres veces la siguiente oración para quitarle el mal de ojo que le producía la ceguera.

Los que he visto
los que he de ver,
bendígalo Dios amen.
Ángel perdido que a la
puerta fuisteis, quita este
de donde lo pusiste.
Dos te han hecho el mal
y tres lo han de quitar,
que son las personas
de la Santísima Trinidad.

La rea fue condenada a auto público de fe, con coroza e insignia de hechicera, abjurase de levi, que fuera traída a la vergüenza publica, se le diese 200 azotes y fuese desterrada de la villa de Barcarrota, Jerez y sus términos por dos años y si los quebrantaba se le diesen 200 azotes más.[4]


También en Bancarrota claudico ante el Santo Oficio, una mujer llamada Catalina y que era conocida en su pueblo como la “Candelera”, era mujer casada y fue testificada por varias personas de prácticas de hechicería. Según los testigos, la Candelera hacia conjuros y oraciones para atraer a los hombres alejados de sus amantes. Ponía una estampa de Santa Marta con dos velas encendida, haciendo un sortilegio que llamaba de las torcidas, consistente en fabricar nueve mechas con tiras de un trozo de lienzo que hubiera estado impregnado de semen masculino, exclamando al colocarlas en el candil: “yo te conjuro con tres libros misales y tres iglesias parroquiales” y rezarle un padre nuestro y un ave María a Santa Marta durante nueve noches consecutivas mientras le prendía fuego, invocando lo siguiente:

Yo te conjuro vida de la vida,
de la sangre de (fulano,)
que me ames, que me estimes,
que me regales cuanto tuvieres,
y me digas lo que supieres.
 Te conjuro (fulano) con barrabas,
qué así como estas torcidas,
arden en este candil, así me quieras.

Haciendo una extraña ceremonia sentada en el suelo en un circulo alrededor del candil, con la mecha encendida en la que tomaba nueve habas, tres granos de sal, tres carbones, una vela de cera normal y otras nueve habas más pequeñas, las cuales iba pasando a la solicitante. Después tomaba dos de las nueve habas, que cada una representaba un sexo distinto, las señalaba con los dientes y las lanzaba sobre el interior del cerco; si casualmente las habas se juntaban, ello significaba que la persona ausente por la que había realizado el conjuro llegaría prontamente y ardiendo en amor.
Una noche estando en compañía de otra persona oyó un golpe, se levanto a ver lo que era, y dijo que no era hombre sino perro y que se le mostró tan grande como un becerro de un año, dándole la hechicera pan y al que trató con mucha familiaridad. El perro procuró salir y se colocó en un rincón de la parte donde estaban y se salió por un agujero como la copa de un sombrero que tenía la puerta. Fue presa por el Santo Oficio, condenada a salir a auto de fe en el año 1576 con insignia de hechicera, sambenito y coroza, abjurase de levi y que en Barcarrota con las mismas insignias, se le volviese a leer la sentencia, sacándola a la vergüenza por las calles del pueblo, siendo desterrada por periodo de 6 años, dándosele además 200 azotes y se le confiscasen sus bienes. [5]



En la villa de Cheles, un tal Juan Díaz de la Rosa, fue delatado en 1735 de prácticas de hechicería, unos testigos contaron, que Juan Díaz, hacía de curandero, buscador de tesoros, junto a prácticas de conjuro con el diablo. Una de las prácticas que utilizaba como hechicero, eran “los cercos”. Primero con un cuchillo hacia las rayas en el suelo, y después, unas veces colocaba “unas candelillas encendidas” a su alrededor y otras se introducía dentro del cerco “con una candelilla y un candelero”, y desde allí, invocaba a los demonios, los cuales acudían a su llamada bien en forma de perros, gatos o cerdos, ya que solo le bastaba decir:

Ven, ven… Barrabás
con Dios y Santa María,
y con San Pedro;
ven, ven, Barrabás y Satanás,

Por medio de los conjuros sabía dónde podía hallar las cosas perdidas más inverosímiles. A las mujeres, cuando aspiraban a que las quisieran bien sus maridos o amantes, les recomendaba consiguieran romero, retama y cicuta seca, las quemasen y les rociase con los residuos los pies. Una de sus especialidades era leer la mano, adivinando lo que le había de suceder al cliente que lo pedía. Con todas estas trapacerías tenía embaucada a las gentes sencillas e ignorantes, a las que les sacaba sus buenos dineros. Los elementos de que se valía para su trabajo de hechicero eran, un cuchillo, varias “candelas, candelillas y candeleros” dos sogas, una para hacer los cercos y otra de ahorcado, utilizando como únicos ingredientes el romero, la retama y la cicuta.


Uno de los testigos le acusó de hacer pacto con el diablo para hacer daño a algunas personas. Para ello utilizaba un muñeco de cera y bajo el muñeco colocaba tres ostias consagradas pegándole fuego por la cabeza hasta reducirlo a cera y cenizas, que mezclaría con semen humano y lo introduciría en el cascaron de un huevo al que previamente vaciaban de yema y clara. Mientras tanto, tenía que rezar algunos conjuros y oraciones, y después, a mediados de mes, colocárselo a una gallina clueca que estuviera empollando 12 huevos como símbolo de los apóstoles que concurrieron a la última cena, y que de aquel cascarón había de salir el espíritu maligno tras 15 días de incubación. Para provocar el daño alguna persona, cogía un muñeco de cera pinchándole alfileres, y finalizaba atravesando el muñeco con un puñal. Según los crédulos, podía con esta práctica hacer morir a un hombre. Para buscar las cosas perdidas, hacia la siguiente oración.

“Señor San Antonio de Padua
en Padua naciste
en Padua os criaste,
escribano de Cristo fuiste,
el breviario perdiste,
al campo fuiste,
tres pasos atrás disteis.
Y como esto era verdad,
lo perdido se hallará
y lo alejado
será acercado”

Con esta información dada por sus actos de hechicería, fue preso por la Inquisición desde 1729 hasta 1735, fecha en que salió a auto de fe con sambenito, coroza e insignia de hechicero. Fue condenado a abjurar de levi, a recibir 200 azotes y a ser traído a la vergüenza pública y desterrado de Cheles por un periodo de dos años, además de confiscarle sus bienes.[6]



En Olivenza tenemos a Manuel Cordero, también conocido como Manuel Pereira, nacido y criado en esta villa de Olivenza, trabajador de campo, pastor, y según la documentación, era hombre analfabeto. En su interrogatorio no sabía su edad y no fue capaz de dar información ninguna de su persona. Se sitúa su tiempo entre 1702 y 1705 en Olivenza. Fue acusado de curandero porque curaba la rabia tanto en las personas como en los animales. Su padre era soldado de caballos, siendo su madre Isabel Madeira.
Nuestro protagonista con 33 años, inicio su andadura de curandero, él mismo decía, que tenía virtudes dadas por Dios para curar y vencer así a personas como animales que padecían el mal de la rabia. Hasta él acudían de las poblaciones portuguesas vecinas, de Boieira, Ferreira, Ramalha, Misericordia, Castaños, Churreira, gentes que habían sido mordidas por perros, lobos o cualquier otro animal que produjera la rabia. Era un curandero afamado, lo cual sirvió al Santo Oficio para ser capturado deprisa. Uno de los varios testigos declara: “qué teniendo una galga con rabia, fue curada la misma por Manuel Cordero, quién utilizaba un barreño de agua colocándolo al sol, representando el astro, la pureza imprescindible para el buen funcionamiento del tratamiento.
Movía el agua con una mano llena de sal y la soplaba, echando su aliento sobre el agua para mejor suerte. Decía: que la mezcla de la sal con los rayos del sol en el agua era curativa. Rociaba con esta agua a las personas y ganados con un ramo verde, generalmente con rama de romero o torvisco, pronunciando algunas palabras santas. También curaba las llagas del cuerpo, como fue el caso presenciado en casa de Leonor María, casada con Joao Cid, el hijo de esta familia sufría de llagas en las piernas, siendo curado con el mismo procedimiento anterior.


Para todo tipo de curaciones, utilizaba plantas vegetales como el romero, aceite, la ruda, mejorana y el ajenjo para curar las personas. Los animales eran curados de su rabia con sapos, galápagos, corujas, un crucifijo y remedios de botica, según cuentan los testigos. Con esta información fue detenido en las cárceles secretas del Santo Oficio de Evora, se le sometió a tormento, salió a auto público de fe el 19 de marzo de 1747, con sambenito y coroza llevando insignia de hechicero, y siendo desterrado de Olivenza a la ciudad de Viseu.[7]
También en Olivenza tenemos a un tal Martín, quien era portugués, fue acusado de hechicería en 1722, siendo preso de la Inquisición en cárceles de Coria. Fue sacado a auto público, con sambenito, coroza e insignia de hechicero, abjuro de levi, además de ser sacado a la vergüenza pública, se le dieron 200 azotes y se le confiscaron sus bienes en Olivenza a través del Tribunal del Santo Oficio de Evora.


Siguiendo con la relación comarcal, tenemos también una serie de casos en Villanueva del Fresno; el primero habla de una tal Francisca de Malaver, quien era mulata y vecina de esta villa, de 50 años. Fue remitida al Santo Oficio por el alcalde mayor de Villanueva del Fresno, se le acusa con 13 testigos, de haber seguido prácticas de brujas. Cuentan que la veían andar de noche como tal y haber sospechas, de haber embrujado y ahogado a una niña. También se le achacan movimientos como los de invitar a otras mujeres a realizar prácticas de brujería. Secretamente fue detenida y encerrada en las cárceles del Santo Oficio.
Esta mujer era de ascendencia morisca, los testigos que la denunciaron eran 8 hombres y 5 mujeres. Estos testigos comentaban: que andaba de noche por los campos con torteros en la cabeza. Entró en las cárceles en junio de 1584, estuvo negativa, los inquisidores la absolvieron por no encontrar pruebas reales a la acusación.[8]



Una tal Dominga Rodríguez, alias “la Novela” natural de Villanueva del Fresno y viuda de Nadal Gomes, fue acusada de bruja, hechicera y embustera por cuatro testigos en 1639 durante la visita que hizo a la villa el inquisidor Serrano. Se le acusó de hacer conjuros y remedios con los que conseguía, que los hombres quieran más a las mujeres aplicando los siguientes elementos. Daba seso de asno negro y decía ser bueno para hacer lo que se quiere de la persona a quien lo da a comer, y que en tres bocados de pan hizo venir un hombre de muy lejos. Para desligar los hombres maleficiados, busca agua bendita y gente de tres parroquias. Para separar un hombre de una mujer y destruir su amor, utilizaba ladrillos de las sepulturas de los hombres muertos del cementerio mezclando los mismos con agua bendita. Para quitar el mal de ojo hacia el conjuro de las habas negras poniéndolas en los ojos de un gato negro muerto y enterrándolo a media noche donde había de permanecer hasta que granasen nuevas habas, moliendo las mismas y lanzando estas al umbral de la persona a dañar. también se comentaba, que se transformaba en animal de cuatro patas y, que berreaba, balaba o gruñía como si de un animal se tratase. Fue presa y llevada a las cárceles secretas de Llerena, no pudiéndose celebrar el juicio condenatorio porque el duque de Braganza había tomado la villa, por lo cual fue puesta en libertad.[9]


Otro caso de Villanueva del Fresno, fue el de un sacristán y un monaguillo, que fueron acusados de hechicería y supersticiones por colaborar con brujas y otros hechiceros de la villa, dándoles ostias consagradas y agua bendita de la iglesia parroquial. El sacristán fue acusado por varios testigos, fue preso y sufrió su auto. Él sacristán fue condenados a abjurar de levi, salir con insignia de hechicero, sambenito y coroza, además de ser azotados con 200 azotes, al menor se le leyó su sentencia en la sala de la audiencia, dándosele 24 azotes, el sacristán fue desterrado de la villa durante 6 años y se le confiscaron sus bienes.[10]
Otro caso más de esta naturaleza ocurría en la misma villa con José Marín, más conocido por “el Cojo”. Fue testificado de hechicero por el comisario de Villanueva del Fresno, quién mando la carta al Tribunal de Llerena en 1713, fue preso muriendo en las cárceles de la Inquisición y su cuerpo fue enterrado en el corral de la cárcel. Como era preceptivo, salió en estatua el día que se celebro su auto junto al resto de presos.[11]


Estas y estos han sido las hechiceras y hechiceros de la comarca, seguro que hubo muchos y muchas más, al menos estas son seguras. Se nos han descrito a estas mujeres, como personas despeinadas, andrajosas, de boca hundida y desdentada, legañosas, nariz de pico de cuervo casi besándose con la saliente barba, rostro rugoso, corcovada, de palabra melosa e insinuante y vestida de harapos. Nada de cuanto se ha dicho tiene relación con la realidad humana de estos personajes. Raro era el pueblo en que no había alguno de estos extraños seres, y familias que guardaba algún recuerdo de su nefanda intervención en algún acto de su vida social o privada. La raya extremeña fue muy especial en esta temática, ya que tenía fama de dar buenas hechiceras, existía una coplilla de la época que decía:

Tres somos de la raya,
dos de Alburquerque,
y la capitanita
de Valdefuentes.

Lo mismo que entre ellas cantaban sus coplas, el pueblo contaba historias cargadas de crédula morbosidad y acusada superstición; la ignorancia de entonces. La tradición popular, dada a la fantasía, nos ha legado una serie de curiosas historias de remedios curativos que aun podemos encontrarlos en algunos pueblos. Entre los incontables remedios que la gente daba por buenos, estaba y aún mucha gente recuerda, el procedimiento supersticioso empleado para curar las hernias de los niños mediante “el pase por el mimbre”.
“Un matrimonio llevan al niño quebrado al sitio en que vegeta el mimbrero que se ha elegido para la ceremonia, y en tanto que ella lo desnuda, él hiende de arriba abajo, uno de los tallos más gruesos de la amentácea. Con los dos ramales en que ha quedado dividido y atados por sus extremidades superiores, forma un aro o círculo y mientras dan las doce, lo pasan tres veces de un lado al otro por el aro repitiendo entre tanto este místico diálogo:

-Toma allá María
- ¿Qué me entregas Juan?
-Un niño quebrado
- ¿Quién lo sanara?
La Virgen María
y el señor San Juan.
Y las tres personas
de la Santísima Trinidad:
Padre, hijo y Espíritu Santo.
Amén



Terminada la ceremonia, mientras la María vuelve a vestir al niño, su camarada Juan torna a unir los dos ramales del tallo hendido y los liga fuertemente con una trenzadera de hilo de algodón. Si las dos partes del mimbre unidas de esta suerte se consolidan en una sola, es señal de que el niño curará de la hernia; si no se consolidan, y siempre según la creencia supersticiosa del momento, no hay que esperar a que el paciente vuelva a su estado normal, aunque se someta a la habilidad curativa de todos los especialistas del mundo.
Otro ejemplo de comentarios curiosos de brujas y hechiceras es la historia más popular que corre de boca en boca en Olivenza y sus aldeas vecinas; me estoy refiriendo a la Guruminha, esta es la bruja portuguesa más acreditada de la comarca.

La Gurumiña lusitana

Hace muchos lustros, siendo Olivenza plaza portuguesa, llegó hasta ella cierto caballero de Badajoz para ver una corrida de toros. Este caballero pertenecía a la noble y acaudalada familia de los Argüelos, estirpe que estaba emparentada con lo más granado de Extremadura. Durante su estancia en Olivenza, se prendo de una joven hermosísima, casada hacia cinco años con un propietario de la localidad del que no había tenido hijos.
El Argüelo, en cuanto tuvo ocasión, no perdió el tiempo y se lanzó a conquistar a la dama, pero sus insinuaciones fueron baldías, sus galanteos desatendidos y sus ofrecimientos despreciados. Mientras más tiempo pasaba, mayor era el estrago que hacia el fuego impuro que ardía en las entrañas del galán. Como por las buenas no conseguía nada, recurrió entonces a los buenos oficios de la tal Guruminha, qué como bruja experta, podía encontrar el hechizo para que Argüelo alcanzara sus fines.
Mas la bruja, que debía favores a la honrada dama y a su esposo, cuya casa frecuentaba, se negó a prestarle algún servicio que endemoniara la casa de aquel matrimonio que tanto habían hecho por ayudar a la “Guruminha”. Pero el galán como no se daba por vencido, siguió tentando a la bruja para conseguir sus buenos oficios. Entonces el deseoso se preguntó “¿para qué sirve el dinero?”- y vaciando sus bolsillos en los de la hechicera, concluyo por convencerla para que le ayudara a conquistar a la hermosa dama.
Buscó Guruminha la ayuda de otra desalmada de su temple, y una noche después de las doce, entre ambas comadres montadas en sus correspondientes palos de escobas, transportaron por los aires a la dama aletargada hasta la posada del que la deseaba, donde la dejaron a merced de éste por espacio de tres horas, volviéndola luego a conducir en la misma forma al lecho conyugal. Añaden, que el marido, hombre saludable como pocos, despertó aquella mañana con un dolor de cabeza inaguantable... ¡lo que no le había ocurrido nunca!, Y que al darle su esposa a los nueve meses un rollizo sucesor, recordaba el buen hombre la coincidencia de haber nacido el rorro en el mismo día que padecía su atroz cefalalgia.


Este fenómeno, como comprenderán los lectores, no tenía nada de particular. Lo que lo tuvo para las personas que presenciaron el natalicio, fue un lunar de regular tamaño que aparecía en la parte izquierda de la espalda del niño y parecía la figura de un sapo, animalejo muy preeminente y emblemático de la magia negra.
Historias como estas de conjuros, mal de ojos y otros fenómenos se han escuchado siempre en todos los pueblos manteniéndose hasta nuestros días, todavía se cura en pueblos de la comarca de Olivenza el mal de habérsele metido el sol en la cabeza alguna persona.
Hace unos meses escuché en Cheles a un señor que me contó, como su mujer había curado a un joven chelero de dicho mal. La curación fue tan admirable como admirada. Para el tal remedio, tomó su señora un vaso a medio llenar de agua, cubrió la cabeza del paciente con una servilleta y sobre esta colocó el vaso. Al poco tiempo, comenzó el líquido a hervir, diciendo la curandera: “ya va saliendo el sol y meciéndose en el agua”. Viendo el borboteo del líquido, el marido de la curandera y la madre del chico, se quedaron estupefactos durante diez minutos. Al cabo de ellos, la curandera aparta el vaso de la cabeza asolanada y exclamando: “Ya está curado”, el paciente se encontró sano y el resto boquiabierto.


Hoy todavía existen personas que siguen creyendo en estos bobalicones fenómenos. No debemos olvidar, que sobre todo en los ambientes rurales, cuando algún enfermo no se cura, o una mujer no puede parir, estos acuden a la magia de personajes que igual que antes, se ganan la vida aprovechándose de la ignorancia y desesperación de sus pacientes.




[1] B. N. M, Ms / 2440, folios. 421.
[2] A. H. N. Sección Inquisición. Legajo 1987. Relación de causas despachadas en el auto celebrado en la villa de Llerena año 1643. Expediente 32
[3] A. H. N. Sección Inquisición de Llerena. Legajo 1987, Expediente 32. Relación de causas despachadas en el año 1643 en la villa de Llerena.
[4] A. H. N. Legajo 1987. Exp. 41. Relación de causas despachadas en el auto de fe celebrado en la villa de Llerena Año 1636
[5] A. H. N. Sección Inquisición. Legajo 1988. Exp. 11
[6] A. H. N. Sección Inquisición de Llerena. Legajo 1987. Expediente 43. Relación de las causas despachadas en el auto de fe celebrado en la villa de Llerena año 1735.
[7] MARIA BENEDITA AIRES DE ARAÚJO. Un curandero oliventino en la Inquisición de Évora. Pág. 718. Actas del Congreso “Encuentros de Ayuda” Olivenza 1987.
[8] A. H. N. Sección Inquisición. Legajo 1987 Expediente 12. Relación de causas año 1584.
[9] A. H. N.  Sección Inquisición de Llerena. Legajo 1987. Relación de causas despachadas en el auto celebrado en la villa de Llerena año 1643.
[10] A. H. N. Legajo 1987. Exp. 43
[11] Íbidem.

martes, 30 de octubre de 2018


La Moza Judía de Herrera del Duque




En el siglo XV vivían en Extremadura numerosas comunidades de judíos y conversos. La expulsión de los judíos de España no extirpó por completo la tradición judía, sino que la vida criptojudía prosiguió en diversos centros de conversos, aunque sin la dirección de líderes y asesores espirituales judíos. Cuando la Inquisición extendió sus redes por toda España, hubo que fundar un tribunal especial que funcionara en Extremadura y más concretamente en Guadalupe, en Puebla de Alcocer y en Belalcázar en 1484.

La institución de la Inquisición fue un duro golpe para los conversos, pero de forma inesperada hallaron consuelo y esperanza en una niña que, como surgida de las cenizas, apareció con la promesa de la redención, proclamando que en marzo del 1.500 vendría el Mesías para redimirlos, llevándolos como en el Éxodo a la Tierra Prometida.

Esta niña se llamaba Inés, y su profecía se extendió mucho más allá de los límites de Extremadura, para consuelo del corazón de los conversos que vivían al oeste de la meseta de La Mancha, y hacia el sur, hasta la ciudad de Córdoba.

Inés, hija de Juan Esteban, zapatero y curtidor, nació alrededor de 1.488 en Herrera del Duque. Su madre, cuyo nombre se desconoce, murió cuando Inés era pequeña, y su padre contrajo matrimonio con su segunda esposa, Beatriz Ramírez. Las visiones y profecías de Inés estaban muy relacionadas con la muerte de su madre, porque la niña afirmaba que la difunta la acompañaba en sus ascensos a los cielos y en sus viajes por el reino celestial. Todo comenzó en el otoño de 1.499, y la niña no fue arrestada por la Inquisición hasta abril del 1.500.



Juan de Segovia uno de sus fieles seguidores, confesó ante el tribunal de la Inquisición que en septiembre de 1.499, cuando iba de Toledo a Herrera para comprar pieles curtidas, se encontró con otro zapatero llamado Lope Donoso que le habló de la ascensión de Inés a los cielos. Posteriormente Inés fue arrestada por la Inquisición, la llevaron a Toledo y el tribunal la interrogó entre los meses de mayo y julio de 1.500.

Los documentos del juicio de Juan de Segovia, habitante de Toledo, entre otros, proporcionan valiosa información sobre la niña profetisa y el importante efecto que produjo en los hombres, mujeres y niños que creyeron en la autenticidad de sus visiones y se esforzaron por cambiar su vida siguiendo su consejo profético. Por ejemplo, un tejedor de nombre Pero Fernández de la población vecina de Chillón, presentó un largo testimonio sobre Inés. Según él, Inés relató que había visto a su madre muerta. Inés le dijo a Pero Fernández que se le había aparecido una claridad, y que le avisó de la venida de Elías por mandato divino para predicar a los conversos que debían salir de España hacía una tierra donde encontrarían pan y fruta. Pero Fernández no fue el único que recibió esta agradable noticia, ya que numerosos conversos y vecinos del pueblo prestaron atención a la niña, como Juan de Segovia.[1]

Estos testimonios de Juan de Segovia y Pero Fernández de Chillón dan una idea aproximada de las profecías de Inés y de sus sueños, que reflejaban no solo sus propios pensamientos y aflicciones, sino también el ambiente imperante entre los conversos después de la expulsión.

Estas profecías debieron de producir un efecto tremendo en los conversos porque, con un pretexto u otro, muchos de ellos fueron en peregrinación a Herrera para averiguar la verdad acerca de ellas y para hablar con la profetisa en persona. Muchos de ellos, zapateros y curtidores, fueron a Herrera con el pretexto de comprar pieles, pero una vez allí iban a hablar con el zapatero Juan Esteban, quien los invitaba a su casa para que conocieran a su hija. Corría el rumor de que la niña había traído tres regalos del cielo: una espiga, una aceituna y una carta.

Era inevitable que estos acontecimientos provocaran gran conmoción y los conversos comenzasen a ayunar y a respetar los diez mandamientos y los preceptos de la ley de Moisés. Los sábados se ponían sus mejores ropas y dejaban de trabajar, esperando la llegada milagrosa del Mesías. Todas estas personas creían que muy pronto las conducirían a la Tierra Prometida, con las mismas ropas que llevaban puestas. Para esos conversos que serían conducidos a la Tierra Prometida, Dios haría descender a la Tierra la ciudad maravillosa que había creado para ellos, donde vivirían en gozosa abundancia. Elvira Núñez, la esposa de Ruy Sánchez, hizo la descripción de la ciudad: veía una ciudad próspera, con las mesas dispuestas y el pan horneado para que lo comiesen los conversos que llegarían hasta allí. Por último, creían que tan majestuoso ágape se serviría cuando llegara el Mesías. Aquí podemos encontrar una alusión al monstruo marino “leviatán”, capturado por esas fechas en la costa de Portugal.[2]



El profeta Elías, que anuncia la llegada del Mesías, figura no solo en los sueños místicos de Inés, sino también en las visiones de otra profetisa, una tal Mari Gómez de Chillón, una aldea próxima a Herrera. Ella también decía que había ascendido al cielo, donde había ángeles y estaba el profeta Elías predicando. Además, el profeta llevaba de la mano a la nieta del patriarca Jacob. Allí vio también a Inés, la hija de Juan Esteban, y a otra mujer de Córdoba.

En el caso de la profetisa Inés, vale la pena examinar con quiénes se paseaba por el jardín del Edén y si entre ellos tenían algo en común.

Como es bien sabido, el profeta Elías subió al cielo en un carro de fuego, al igual que Serach, la nieta del patriarca de Jacob. Lo más notable del relato de esta visión es que demuestra que el conocimiento del midrash seguía vivo en un lugar tan remoto de Extremadura después de la expulsión de los judíos de España. Este relato es un testimonio único de lo profundamente arraigado que estaba el conocimiento de los principios judíos entre los conversos, como consecuencia de su educación judía.

Los conversos creían firmemente en su redención inmediata e imaginaban para sí mismos una vida futura de dicha y abundancia. El caso de Fernando de Belalcázar, residente en Herrera, demuestra lo firme que era esta convicción en el corazón de los conversos. Parece que Fernando de Belalcázar había ido a Siruela para transmitir a los conversos de aquella comunidad la noticia de que Inés había estado en la Tierra Prometida y había regresado con los claveles y un manojo de alcacer.[3] El alcacer es la parte verde de la cebada que se utiliza como forraje para el ganado en Extremadura. Puede que la relación de esta planta en particular con los animales domésticos, contribuyera a popularizar la imagen de Inés como pastora que no abandonaría a su rebaño de conversos.

Los documentos del juicio de otro converso, Rodrigo Cordón de Siruela,[4] proporcionan la fecha de la redención esperada: se creía que tendría lugar en marzo del 1.500. El ángel anunciador tenía que aparecer el ocho de marzo, y al día siguiente todos estarían en camino. Esto ocurriría porque, como revelaban los testimonios, la fecha significaba un milenio y medio milenio en el cálculo de la venida del Mesías. Con la llegada del Mesías habría un perdón general para este pueblo de conversos, por haber pecado cuando los obligaban a vivir como cristianos; a pesar de sus pecados, el Mesías tendría gran compasión de sus sufrimientos y también ellos irían a la Tierra Prometida. La palabra pueblo tenía un significado especial para los conversos, porque los vinculaba con la tradición del pueblo elegido.

Otra declaración que se hizo en el juicio de Rodrigo Cordón indica que Inés les dijo a los conversos que el propio Dios los conduciría a la Tierra Prometida y que todos tendrían que ir, quisieran o no. Un lunes, una voz celestial anunciaría la llegada del Mesías, y el jueves siguiente todos irían a la Tierra Prometida. Pero tendrían que atravesar un río, en el cual deberían dejar atrás todas las joyas que tuvieran para cruzarlo vestidos solo con prendas blancas. Este testimonio sugiere, una vez más, un profundo conocimiento de la Biblia por parte de los conversos, en este caso de la historia del éxodo de Egipto, que de este modo proporciona autoridad bíblica al cruce previsto del río hacia la Tierra Prometida. Según Rodrigo Cordón, el día anterior a la llegada del Mesías y la partida de los conversos hacia la Tierra Prometida[5] se producirá una pelea entre dos frailes, en la cual uno de ellos representaría a la fe cristiana mientras que el otro, que saldría victorioso, defendería la fe judía. Esta disputa ilusoria reflejaba con gran intensidad las esperanzas de los judíos en España.

Abundantes signos del cielo confirmaron a los conversos la verdad de su expectativa. Rodrigo Cordón le dijo al converso Diego García de Siruela, que un ángel luminoso en todo su esplendor permaneció sobre una cama en casa de su vecino sin pronunciar una palabra. Allí y en Talarrubias solían reunirse los conversos ataviados con sus mejores ropas, para mirar el cielo en busca de señales de la llegada del Mesías. Muchos soñaban que habían visto estrellas en el cielo durante el día. Hubo meses de excitación y conmoción en las aldeas y los lugares de Extremadura donde residían los conversos, ya que cada persona trataba de vivir de acuerdo con los preceptos de la ley mosaica, en la medida de lo posible. Sin duda, sus acciones llamaron la atención de la Inquisición y muchos de ellos fueron arrestados y llevados a juicio, mientras que otros consiguieron huir a Portugal haciendo añicos sus esperanzas de redención.



Pero no fueron hombres y mujeres los únicos conversos que creyeron en las profecías de Inés. Muchos niños se sumaron al movimiento que ella creó con la esperanza de ser conducidos a la Tierra Prometida, donde miles de jóvenes esperaban a las doncellas conversas para casarse. Su juventud no les protegió de la Inquisición y, al igual que sus mayores, niños y niñas fueron arrestados y llevados ante el tribunal de la Inquisición de Toledo para interrogarlos. Una de ellas fue Inés García Jiménez,[6] arrestada el treinta de septiembre del 1500, aunque tuvo que esperar hasta el ocho de marzo de 1501 para que se le designara un tutor, porque sólo tenía nueve años. Esta Inés es la tercera hija de Marcos García, un herrero de Puebla de Alcocer, y de su esposa, Leonor Jiménez. Su padre fue testigo de cargo en el juicio de otro Marcos García, un tintorero de Herrera que leía libros a los conversos, probablemente la Biblia y tal vez otras obras. Esta niña ayunaba con sus hermanas y juntas esperaban la llegada del Mesías. Siguiendo las instrucciones de su tutor, Inés García confesó y el dieciséis de marzo la sentenciaron: la condenaron a hacer penitencia y a participar en un auto de fe, y después la entregaron a una familia muy cristiana para que la reeducara.

Otro joven seguidor de la profetisa Inés fue Rodrigo, hijo de Juan López, cuya edad en el momento de su arresto y juicio en 1500 se desconoce. Rodrigo confesó que había ayunado porque Inés se lo ordenó. Dijo al tribunal que el zapatero López Sánchez, esposo de Elvira González, de Puerto Peña, lo había convencido de que Inés realmente había ido al cielo y que le prometieron que su difunta madre resucitaría si él ayunaba. Rodrigo obedeció la orden de Inés de que ayunara, y también se unió al grupo que buscaba en el cielo la señal del Mesías. Los jueces aceptaron la confesión del niño, pero de todos modos lo condenaron a prisión perpetua.[7]

El tercer niño, también de Puebla de Alcocer, se llamaba Juan González, hijo de Juan González Crespo. Su hermano mayor, Alvar González, lo convenció para que creyera en Inés cuando iban hacía Herrera a comprar pieles cerca de la Navidad de 1499. Alvar González, le contó la ascensión de Inés al cielo y le dijo que allí se había encontrado con un ángel. Después de permanecer un tiempo en Herrera, regresó a Puebla de Alcocer y comenzó a obedecer la mitzvah, a respetar el sábado, a ponerse una camisa limpia ese día y a comer matzá durante la Pascua. El niño huyó después de los primeros arrestos efectuados por la Inquisición en Herrera, pero luego regresó y entonces lo arrestaron y juzgaron. El cuatro de marzo de 1501 lo pusieron bajo la tutela de Diego Téllez, el famoso letrado que defendió a numerosos conversos en Toledo. Fue él quien convenció al niño para que confesara. La consulta de fe se reunió el doce de marzo de 1501 y decidió volver a aceptarlo en el seno de la Iglesia, obligándolo a hacer penitencia.[8]

Mientras que estos niños se vincularon con Inés fundamentalmente por imitar lo que hacían sus padres y los adultos que vivían en sus casas, los de la aldea natal de la profetisa de Herrera tuvieron una participación más inmediata en la excitación que generaron Inés y sus visiones. Se reunían en torno a ella, a jugar, cantar y bailar. Rodrigo, que testificó de estos juegos, cantos y danzas, era hijo del herrero Fernando Sánchez y de su esposa María García; en la primera hoja de los documentos de su juicio figura la sentencia de la Inquisición: hacer un abjurar de vehementi y prisión perpetua.[9] Beatriz era huérfana, porque su madre murió siendo ella muy niña; la entregaron al secretario Luís de Toledo y su esposa Juana García para que la educaran, trabajara y viviera con ellos. Beatriz era familiar de Inés y en la época de sus profecías tenía unos quince o dieciséis años. Inés le prometió que se reuniría con su madre muerta en la Tierra Prometida. También le enseñó los principios de la ley mosaica y los ritos y preceptos judíos. Tras su arresto, Diego Téllez fue su letrado y volvieron a admitirla en la Iglesia, probablemente después de abjurar y hacer penitencia.[10]

Otras cuatro niñas de Herrera con edades comprendidas entres los diez y los trece años, fueron juzgadas por seguir los principios de la profetisa: Isabel, hija de Rodrigo de Villanueva y de Isabel de la Fuente. El caso de Isabel llama la atención porque fue su propia madre quien la denunció a la Inquisición.[11]



Lo mismo ocurrió con la otra familiar y amiga íntima de Inés, Beatriz, hija de Rodrigo de Villanueva. Es posible que las dos niñas se hicieran más amigas por compartir el sueño de encontrar un novio en la Tierra Prometida entre los jóvenes que esperaban a las novias conversas. Sin duda, casarse era un deseo que las niñas acariciaban, pero que sabía que no se cumpliría mientras estuvieran en España.[12]

La otra Isabel no era más que una niña de apenas diez años cuando fue denunciada por una de las seguidoras de la propia Inés, Inés López, y fue arrestada el cinco de enero de 1501. Como las otras dos niñas, esta Isabel fue aceptada otra vez en la Iglesia, y tuvo más suerte que Beatriz Alonso que, con trece años, era la mayor del grupo. Tal vez, los inquisidores fueran más severos con esta Beatriz porque sus padres, que se encontraban entre los seguidores más fervientes de Inés, para salvarse habían huido a Portugal abandonando a su hija. A instancias de sus padres, Beatriz se afianzó en sus convicciones y se comprometió más con las prácticas judaizantes. La niña incluso tuvo sus propias visiones. Alegando en su defensa que la niña había sido abandonada, Diego Téllez la salvó de la hoguera, pero no de la sentencia perpetua.[13]

Inés, la niña profetisa que consiguió infundir esperanzas en el corazón de los conversos de Herrera del Duque, su pueblo natal, y después en muchos pueblos más, aldeas y localidades; se tuvo que enfrentar a la Inquisición. Tras la expulsión de los judíos de España, lo único que les quedó a los miembros de la comunidad de conversos que permaneció en el país fue cultivar una esperanza de redención con la llegada del Mesías que los conduciría a la Tierra Prometida. Pero la niña que infundió esperanza en el corazón de los conversos no vio documentos del juicio de Juan González de fecha tres de agosto del 1500, antes de ese día, la hija de Juan Esteban, la moza profetisa de Herrera, había muerto quemada en la hoguera.[14]





[1] AHN. Inquisición de Toledo. Legajo 184, exp. 6
[2] Ibíd. 169, exp. 6
[3] Ibíd. 137, exp. 11
[4] Ibíd. 139, exp. 15
[5] Ibíd.
[6] Ibíd. 158, exp. 2
[7] Ibíd.  176, exp. 12
[8] Ibíd. 158, exp. 17
[9] Ibíd. 176, exp. 13
[10] Ibíd. 137, exp. 9
[11] Ibíd. 158, exp. 6
[12] Ibíd. 137, exp. 8
[13] Ibíd. 137, exp. 9
[14] AHN. Inquisición de Toledo. Legajo 184, exp. 6




Las Ánimas del Purgatorio en Tierras de Extremadura




A lo largo de la historia, las comitivas de almas en pena han sido motivo de terror para la mayoría de los mortales. Es de sobra conocida la leyenda que circula por las tierras gallegas acerca de una compañía de almas en pena que deambulan por las noches. Siempre se ha creído, por aquellos que daban fe de estos acontecimientos, que aquel que se encuentre con ella recibirá la muerte al poco tiempo. Se ha intentado dotar a estos relatos de un significado, ya sea religioso, ya sea superstición o, incluso, bajo nivel cultural; sin embargo, el misterio persiste y en determinadas zonas aún se cree ciegamente en la existencia de este fenómeno. Pero, ¿qué es la Santa Compaña, y por qué lo arraigado de su creencia? Aunque existen muchas formas de contar las historias acerca de este suceso, según una versión clásica de estos fenómenos, la Compaña marcha en dos hileras, los espectros van vestidos de blanco y caminan descalzos. Siempre figura al frente un vecino vivo que porta una cruz y un caldero con agua bendita entre sus manos. Existe, además de las hileras de fallecidos y del vecino vivo, la figura de un campanillero, quien suele ser una persona viva atrapada por la comitiva y que está obligado a no mirar atrás nunca. Por último, cierra la manifestación la persona que va a morir.

En las Hurdes extremeñas, la superstición extendida sobre esta creencia es que las ánimas desfilan en procesión los jueves a las doce de la noche, cubiertas hasta los pies con unos raídos sudarios blancos y llevando en la mano una vela. Siempre hacen un viaje de ida y vuelta y no se las debe molestar ni interceptar, porque eso acarrearía la muerte inmediata del que lo hiciera.


Según la tradición, las ánimas van acompañadas de espíritus maléficos que tratan de llevarse algún vivo con ellos, aunque eso queda sin efecto si al difunto se le enterró mirando a poniente. En tierras de Extremadura, la Santa Compaña o la procesión de ánimas fue una realidad que atraía a muchas personas, sobre todo cuando alguien decía haber visto a tales elementos en la noche. La Iglesia no aceptaba esa falsa realidad de los hechos que se contaba, aunque en torno a ellas tenía montado un pletórico y exuberante negocio.

El ejemplo más claro de estas visiones de espectros en procesión lo tenemos en nuestro primer visionario de ánimas, un hombre que las veía y que fue delatado por contar tal historia ante quienes iban a ser sus propias delatoras, tres mujeres mayores vecinas todas del Valle de Matamoros.

Blas Rodríguez

“Vecino de Valle de Matamoros, jurisdicción de la ciudad de Jerez de los Caballeros, fue testificado por tres testigos mujeres mayores y singulares, de que el mismo decía: “que veía las ánimas del purgatorio, y que los sábados salían a réquiem con velas en las manos, y aconsejó a una de las dichas mujeres, diese un vestido a un pobre porque con aquel mismo vestido se abrigaba el ánima de su marido y le persuadía que no llorase, porque eso le daba pena a su marido y con sus lagrimas apagaría la lumbre de la vela que llevaba”.

Se calificaron estas proposiciones por herejía sapientes propias de los errores de Lutero. Que las ánimas no se podían ver porque eran incorpóreas, y que es escandaloso y blasfemo que se de a entender y que se le revelan estas cosas. Se mando con la información recibida hacer su causa, y durante la misma dijo: “que lo decía por ignorancia y porque le tuviesen en algo. Que no había visto ánimas ni creyó nunca cosa alguna de los errores que había dicho, sobre todo, porque es cristiano católico. Concluyó su causa definitivamente, y vista en consulta con el ordinario en conformidad se votó: salga en auto público de fe en forma de penitente y abjure de levi.[1]





Otra visionaria de ánimas fue una mujer de Fregenal llamada Isabel González, más conocida en la villa como la “Tetila”. Dicha espiritada va a ser denunciada por un sacerdote, a quien la hermana de éste le transmitirá la particular visión de estos espectros a la vista de la convicta de Fregenal. Pero, eso sí, las apariciones de ánimas que verá la rea no las visionará como nuestro anterior condenado, sino que las percibirá de una forma totalmente diferente. La imaginación que desarrollará la condenada es implacable, rigurosa y firme, siempre, claro está, desde sus astutas y pensadas visiones, lo que nos demuestra, una vez más, que el atraso, la ignorancia y el oscurantismo de los ciudadanos extremeño hacían que estos fuesen personas fáciles de manejar y manipular por la más que abúlica, dinámica y resolutiva picaresca.


Isabel González “Alias la Titila”


“Mujer viuda vecina de la villa de Fregenal, fue denunciada por un clérigo de la dicha villa, el cual, había oído decir a una hermana suya, que ella había escuchado contar a la dicha Isabel González alias la “Titila”: “que no había purgatorio sino que las ánimas andaban entre nosotros”, y que habiéndose muerto un clérigo se le había aparecido éste diciéndole: “bien me decías que no había purgatorio”.

Examinada la hermana del clérigo que es de edad de sesenta años, dice que la dicha Isabel González le había dicho que rezaba a las almas de los difuntos por saber donde estaban, y que veía y se le aparecían las ánimas de los tales difuntos de la manera que estaban diciendo, que unas ánimas venían con una saya de hierro y otras no con tanto trabajo, nombrando las ánimas de quienes eran. Y que tratando de eso la dicha Isabel González le dijo el testigo: “que como podía ella ver las ánimas de los difuntos, porque o van al cielo, al purgatorio o al infierno, y que así no las podía ella ver”. La dicha Isabel González le respondió, “que no había purgatorio” y diciéndole el testigo que era de fe que había purgatorio, respondió la rea, “que desde los siete años rezaba a las ánimas de los difuntos para que se le apareciesen y que se le aparecían, que unas estaban en las hogueras y otras por esas calles purgando los pecados”; y dice la testigo que no le dijo lo que rezaba ni ella se lo preguntó y que no hubo persona delante para oír lo que pasó entre ellas. Que la tiene por buena cristiana y que no se trata con ella desde hace cuatro meses por cierto enojo que hubo entre ellas, aunque lo que hubo fue de poca importancia. La rea confesó su culpa y se envió al tribunal”.[2]

Dos visiones de ánimas del purgatorio que no tienen nada que ver con las leyendas gallegas de la Santa Compaña, y es que en cada región, e incluso pueblos, las visiones de estos espectros se ven de diferente manera. De todas formas, en el caso hipotético de que alguna vez nos encontrásemos con esta procesión fantasmal y según cuenta la tradición, se deberá llevar a cabo una serie de rituales para nuestra protección que consistiría en:

-Apartarse del camino de la compaña, no mirarles y hacer como que no se les ve.

-Hacer un círculo con la estrella de Salomón o una cruz dentro y entrar en él.

-Comer algo.

-Rezar y no escuchar la voz ni el sonido de la compaña.

-Tirarse boca abajo y esperar sin moverse aunque la compaña le pase por encima.

-Jamás tomar una vela que nos tienda algún difunto de la procesión, pues este gesto condena a formar parte de ella.

-En último caso, echar a correr muy rápido.

Cuenta la leyenda, que la Santa Compaña no tendrá el poder de capturar jamás el alma del mortal que se cruza con ella, si éste se halla en los peldaños de una cruz situada en los cruces de caminos, o si porta una cruz consigo y logra esgrimirla a tiempo.

Si todavía existe algún lector que piensa que las ánimas del purgatorio y su mítica procesión de espectros se le puede presentar en cualquier momento, que tome nota de lo escrito anteriormente.

El siguiente caso no tiene desperdicio. La protagonista va a ser una mujer considerada santa, natural de Siruela, una beata que tenía montado en torno a sus visiones del infierno y almas de purgatorio un auténtico negocio para los sacerdotes de dicha localidad y para un convento de la población. Dicha condenada, como ya hemos indicado, estaba considerada virtuosa y santa, algunos sacerdotes de la población apoyaban su santidad, y eso condujo a que personas de pueblos cercanos llegasen hasta Siruela a venerar a dicha beata por su presunta “perfección”. Las ánimas del purgatorio hablaban con ella, y las mismas le pedían que sus familiares le diesen treinta, cien y doscientas misas para salvar su alma de dicho penar. La misma beata, apoyada por los sacerdotes que se abastecían de las misas solicitadas, iba consiguiendo junto a su confesor importantes cantidades de dinero que éste administraba. Pero dejemos que sean los propios documentos de dicha historia los que nos vayan desgranando la fingida santidad de María Pizarro, más conocida en su momento, como “La Santa de Siruela.” Una iluminada extremeña que vio apagada su aura de santidad a manos de la Inquisición de Toledo, sobre todo y ante todo, por ser cómplice junto algunos sacerdotes de la propagación y ejecución de falsos milagros y espurias visiones.




María Pizarro La falsa santa de Siruela.


“Viuda, vecina de Siruela en Extremadura, acusada por el fiscal de los delitos de hereje, supersticiosa, santa fingida, embustera, perjura, excomulgada, negativa, diminuta confidente, ficta y simulada penitente, fautora y encubridora de herejes. Sentenciada a reclusión en un hospital o convento durante cuatro años. Años 1635-1641.




En la villa de Siruela hay una mujer que se llama María Pizarro y es tenida por santa por las acciones que hace en vida. hata ella llegan gentes de muchas partes a visitarla, y algunos que miran esto con pasión, han reparado en que le consultan a ella el estado de las ánimas de sus seres queridos, dándoles a conocer, que algunas ánimas le faltan tantos años de pena y, que por ello es menester: que se diga tantas misas por su ánima y que se las den a decir al licenciado Francisco Camacho en cuya compañía está esta mujer.

El Santísimo lo recibe en una ermita que llaman del Calvario y que anteriormente lo recibía en la iglesia de la villa, y que por motivos de las grandes exclamaciones que daba y arrobos que tenía, se decidió, que lo tomase en dicha ermita donde suele estar más de cuatro horas. Allí entra en éxtasis. Que cuando vuelve a su casa viene siempre sola con éste clérigo y que no se la ve comer. Que al clérigo se le ha visto hacer algunos logros, sobre todo, porque ha sido notado en la villa, de cómo trata de santidad a la Pizarro y de que tenía 600 ducados de rentas solo de hacer ejecuciones y notificar excomuniones a quienes no pagaban las misas, no teniendo dicho clérigo ninguna caridad. Que dice a todos los que le han de visitar, que la hermana Pizarro hizo un milagro en berbería, que vino de allá y que trajo una sardina fresca y otros casos que el clérigo luego los publica como milagros. Que cuando toma el Santísimo, dice María Pizarro, que ve una luz grande y que dentro de ella hay algo que no sabe lo que es.

Se llamó al sacerdote de la villa D. Alonso de Oliver, quién cuenta de dicha reo lo siguiente:

“que la mujer es una mujer de buena vida y costumbres, llamada María Pizarra, viuda de Antón Serrano, vecino de la dicha villa, de edad de 52 años, la cual vive en compañía de tres hijos que tiene del licenciado Francisco Camacho cura que fue de esta villa. Que hasta la casa de dicha mujer han venido muchas gentes, en exceso, de diferentes lugares, y tantos, que algunas mujeres que vienen a verla las ha visto venir descalzas con afecto de encontrarse con la santa. Que viendo este testigo venir algunas mujeres cansadas por venir andado más de cinco leguas, la reo les decía, que se volviesen animadas a su regreso.

Un día le pregunto el cura, que como estará su alma cuando muera, diciéndole la dicha mujer, que se lo pregunten a su padre de confesión que es el dicho Francisco Camacho. Que les dice a quienes vienen a verla, que digan tantas misas por el ánima de sus familiares, a unos treinta, a otros cientos y a otros doscientos por el ánima de su padre, madre, o hermano. Que el dicho licenciado Camacho, da a decir muchas misas a otros sacerdotes porque el solo no podría darlas de tantas que les piden los que acuden hasta dicha mujer. Que cuando dicha María Pizarra entraba en éxtasis, quedaba encerrada con dos llaves, sola en la ermita, y no salía del mismo hasta que el licenciado Camacho no viniese a por ella después de cuatro horas. Que lo único que come son hojas de lechuga o rábano y que prácticamente no duerme: y que es todo lo que sabe de la vida de esta mujer.”

El siguiente testigo será un vecino de Siruela llamado Pedro García de la Rubia, a quien se le pregunta lo siguiente:

“¿Si ha oído decir o sabe que en esta villa hay una mujer santa? Contestando: “que lo que sabe es que hay una mujer que se llama María Pizarra. de más de cincuenta años, que está sirviendo con el licenciado Francisco Camacho, viviendo en la misma casa junto a dos hijos y una hija. Que recibe el Santísimo Sacramento en la ermita del Calvario, y que hasta que no lo recibe, está dando exclamaciones a Dios. Que cuando toma el sacramento, se pone de rodillas y entra en éxtasis, cesando las exclamaciones sin decir palabra hasta que acababa la misa y vuelve en sí. Qué al terminar la misa, el licenciado mandaba que saliese la gente fuera, quedando la mujer sola encerrada en la ermita. Que no conoce lo que come y que es capaz de sacar almas del purgatorio. Que lo consigue diciendo misas por el ánima del difunto, y que el licenciado Camacho recibe dichas limosnas de los que les mandan dar dichas misas.

Que cuando está hincada de rodillas, si alguien pasa a su lado, esta se mueve en vaivenes de un lado al otro por el aire que deja la persona al pasar; y que cuando la traen a su casa, cuesta mucho traerla, porque viene fuera de si, aunque venía por su propio pie. También a escuchado al licenciado Camacho, que algunas veces y en su casa, de tanta fuerza que hace para no hacer las exclamaciones, le revienta sangre por los ojos, y que se siente atormentada por los demonios que la abofetean y la aporrean, sacándola muchas veces de su casa y llevándosela a la sierra y a los montes. Que una vez que la sacaron, según me dijo su confesor, dieron con ella en el mar en un barco de sardinas, y que ella turbada y azozobrada tomó tres sardinas que trajo frescas a su confesor. Que los demonios la sacaban de su casa, pero que su confesor la traía con una llamada que le hacía, llamada que ella sentía en su interior transportándose al momento en su casa. Que de lo de berbería sabe, que en un rapto que tubo de los demonios, estos la llevaron hasta dicho lugar y que allí presenció el martirio de tres frailes franciscos, y que Dios le decía que los animase, acercándose a ellos para dicho fin, muriendo martirizados sin temor a la muerte recibida.

Otros testigos cuentan, que por orden de Dios la dicha Pizarra había estado en Ginebra y en otras partes del mundo, y que los demonios la llevaban de sierra en sierra nombrado las sierras a donde la transportaba como son: Puerto Peña y la de San Roque, que la hacían en pedazos muchas noches y que el Ángel de su guarda recogía los pedazos y la sanaba acompañándola hasta su casa con su falda llena de zarpas y sucia. Contaba la rea, que cuando era transportada por las sierras y ríos, veía perros grandes, lobos grandes, culebras, peces grandes y otros animales, y que dichas figuras y animales eran ánimas que estaban en el purgatorio y que muchas le pedían que rogase a Dios por ellas. Que si había llovido venía mojada y si había nevado traía nieve en cima.

Una testigo cuenta, que una vez que fue a rezar el rosario con dicha María Pizarra, la encontró en éxtasis con una soga en la garganta de ahorcado y con las manos atadas a tras, y que fue corriendo la testigo por un cuchillo para desatar a la santa. Que la soga que tenía por el cuello era de lazo escurridizo, y que cuando volvió en si le preguntó, que le había pasado, contestándole, que los demonios la querían ahorcar como lo habían intentado otras muchas veces, pero que su Ángel siempre mandaba a alguien para salvarla.

Otros contaban, que la dicha María Pizarra desde los nueve años era maltratada por los demonios, y que estos, a eso de las doce de la noche, la habían llevado a unos lavaderos de lanas que están a la salida de la villa de Siruela sin que ella los viese, sino solo sentir que la llevaban por fuerza. Que la tiraban al lavadero dándole el agua por los pechos, y que ella como podía, salía invocando a Nuestra Señora y al Ángel de su guarda. Que sentía como el Ángel y Nuestra Señora la ayudaban a salir, aunque no los veía. Que la azotaban en la sierra más cercana de Siruela los demonios con varas de mimbre, y que otras noches era sacada de su casa hasta la sierra donde sentía como los perros le descoyuntaban los brazos y las piernas; y qué invocando a la Señora, ésta la devolvía a su casa al venir la mañana sin dolor ninguno. Que otro día los demonios la colgaron de un peral que está en la sierra a eso de las dos de la noche. Que en la dicha sierra, dice que vio pasar a una mujer que dio un bramido inmenso y que encontró un niño recién nacido, pensando y creyendo que la dicha mujer lo había parido, y al quererlo coger escuchó una voz que le dijo: déjalo, y por miedo dio tres pasos atrás y no lo cogió.


Otro día en una sierra que llaman de Puerto Peña, vio un toro que echaba fuego por la boca y por la barriga, y que había entendido que era un alma del purgatorio.


En otra ocasión fue llevada por los demonios a una rivera cerca de Siruela donde vio un montón de sardinas y a dos hombres que fornicaban con animales, que no supo si eran burras o yeguas lo que había visto con sus ojos corporales, diciéndole a los hombres que fuesen inmediatamente a confesarse. Otro día en una sierra que llaman de Puerto Peña, vio un toro que echaba fuego por la boca y por la barriga, y que había entendido que era un alma del purgatorio Fue condenada por la Inquisición de Toledo a que fuese recluida en cárceles secretas hasta que hubiese auto de fe, y que saliese al mismo en forma de penitente, y si no, que en una iglesia se le lea su sentencia con méritos y que sea desterrada por cuatro años. Que no la confiese su confesor actual y que no comulgue nada más que las tres pascuas del año, y que su sentencia se le lea en la villa de Siruela por tres ministros en la iglesia mayor de esta villa en día festivo vestida de penitente.”[3]

María Pizarra, una ilusa según la Inquisición toledana, inducida por su confesor y director espiritual a ser tenida en Siruela y alrededores como la santa iluminada, la mujer que volaba transportada por los demonios a diferentes espacios y lugares del mundo. Una mujer cuya vida centrada en la iglesia y la religión la hacía ser respetada, venerada y adorada por los fieles que seguían sus arrobos, milagros y visiones. Falsas virtudes que eran engrandecidas, manifestadas y ensalzadas desde los púlpitos por los cómplices sacerdotes de Siruela, quienes rubricaban y consagraban sus revelaciones en loor de divina santidad.

Una mujer victima de sus convicciones, esfuerzos y fantasías, que aceptaba el sufrimiento y el castigo con supuesta resignación. Eran actitudes estas que María Pizarra sobrellevaba y consentía, si tomamos en cuenta, que creía encontrar en ellas la prueba para lo que fue elegida, su presunta santidad. Y por otro lado los clérigos de Siruela, quienes aportaban desde sus tribunas las marcadas directrices a los nativos feligreses de la villa y a los venidos de otros lugares. El negocio empresarial montado en torno a la santa fingida era redondo, solo había que perpetuar en nombre de las percepciones visuales de María Pizarro sus particulares negocios de misas, para “salvar” con ellas las apenadas y sufridas ánimas del purgatorio en tierras de Extremadura.


Algo muy parecido practicaba y dominaba, con su particular arte embaucador, nuestra siguiente iluminada, natural de Valencia del Ventoso, una mujer llamada Maria Corada, que se caracterizó por ser todo un espectáculo a viva voz, dominando con su particular sapiencia los cielos, la tierra y el purgatorio. Movimientos que servirán de acusación para detenerla y ponerla delante del pendón inquisitorial, donde los inquisidores, con su particular enjuiciamiento, abortarán sus más que evidentes mentiras.




María Corada

“Vecina de Valencia del Barrial (del Ventoso), condenada por la Inquisición de Llerena por ilusa y supersticiosa.

Fue delatada por José Domínguez Delgado, vecino de dicha villa, de 75 años de edad, el 16 de julio de 1774.


Cuenta dicho José Delgado, que cuando hay algún moribundo, María Corada da golpes con un rosario en la pared y dice que habla con el diablo estando sin calzas, desnuda y diciendo, que bajo las plantas de sus pies tiene cuatro diablos. También cuenta el testigo, que se sube por los tabiques altos y puertas, y no de modo natural, y que cuando muere un moribundo, ella va volando como ángel acompañando el alma del difunto hasta el purgatorio, y que le dice al alma: “detente”, y que se pone orando por el ánima y que con su oración consigue que el ánima ponga rumbo derecha al cielo, no pasando por el purgatorio. Añade también, que dicha mujer decía ver al niño Jesús y que éste le pedía cantase una canción para poder dormir, y que ella, aunque estaba cansada, se la cantaba.

También la acusan, de qué estando su abuelo moribundo, María Corada daba golpes con el rosario por las paredes diciendo: “no te llevaras el alma de mi abuelo”, y que dicho esto cayó al suelo dando voces diciendo: “atadme y haced de mi lo que quisieseis”, y que confesó, dando a entender, estar atada de pies y manos haciendo los movimientos sin libertad. Que consiguió desatase, y que con su esfuerzo y lucha consiguió, que los ángeles que querían llevar el ama de su abuelo hasta el purgatorio, no lo consiguiesen y que el alma fue derecha al cielo.

También cuenta de la reo, Santiago Pérez, que estando enfermo de hechizos Tomás Guisando, fue la dicha mujer a visitarle, diciéndole el enfermo, “que esta no era la Maria Corada sino el mismo demonio. Que empezó a pegar golpes por el cuarto con el escapulario diciendo: que en el cuarto veía al diablo, y al poco rato dijo, que el diablo ya se había marchado y que ahora veía a María Santísima.


Catalina la Peregrina cuenta: que estando la reo en casa de María Romero por encontrarse esta moribunda, María Corada entró como en éxtasis diciendo: "sale un alma, salen dos, salen tres", y que preguntándole que era lo que decía, esta le contestó; que estaba viendo salir almas del purgatorio y que el sábado había de quedar barrido a escoba dicho lugar.

José Rincón dice, que sabe de los brincos, vuelos y caídas de dicha mujer, y que todo esto lo mismo lo hacía en la iglesia que fuera de ella, que quedaba como inmóvil y con arrobamientos. También cuenta y es público, del mucho trato que tiene con su director y confesor, tanto en casa de éste como en su casa, y que cuando está en misa, al único que obedece para dejar de dar golpes y subirse por puertas y tabiques es al cura su confesor, así como las muchas caídas que hace y que siempre las ejecuta delante del sacerdote. Que cada vez que se cae en la calle y hace sus particulares movimientos de arrobos, siempre suele hacerlo cerca de la puerta de su confesor, y que la gente que cree en ella suelen ser las personas más simples de la población, y que suele comulgar sin confesar como le aseguró el sacristán.

Los calificadores del Santo Oficio la acusan, de ser una mujer hipócrita, ilusa, blasfema y que hace pacto explícito e implícito con el diablo. El Inquisidor Fiscal en vista de las informaciones recibida, con fecha 9 de diciembre ordenó, fuese presa en cárceles secretas con embargos de bienes y que se le siguiese su causa hasta la definitiva. Se le reconoció su genealogía y es mujer que desciende de cristianos viejos de raza, sabe leer y conoce perfectamente la doctrina cristiana, era mujer que confesaba y comulgaba a menudo. El Fiscal ordenó al médico de la Inquisición que le reconociera la herida que tiene en el costado, la cual dice se la hizo Jesús como mujer elegida para el fin predispuesto; respondiendo dos cirujanos del Santo Oficio, que es una llaga cutánea hecha con instrumento cortante, y que nada tiene que no sea natural y que es fácil de curar”.[4]


Saquen sus propias conclusiones.



[1] AHN. Inquisición. Legajo 1988. N. 54


[2] AHN. Inquisición. Legajo 1988. N 40


[3] AHN. Inquisición de Toledo. Legajo 115. Expediente 2.


[4] AHN. Inquisición. Legajo 3727, exp. 79.