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domingo, 24 de febrero de 2019



La Clériga de Zafra (Badajoz)


La renuncia a los bienes materiales y a otras mundanas satisfacciones que impone la vida religiosa para quienes se consagran al cuidado de las almas, a veces no resulta fácil de sobre llevar, y determinados individuos no llegan a asumir de buen grado las frustraciones de la vida clerical.


Pero si en nuestros días es relativamente sencillo rectificar una errónea vocación de entregar la propia existencia al servicio de Dios, en el periodo dentro del cual se movía nuestro personaje, la vida de sacerdote no solía ser algo por lo que la persona optase libremente, sino que venía impuesta al hilo de los diferentes avatares del destino, y sobre todo, por constituirse en una salida honrosa para todos aquellos que no encontraban otros arbitrios con que ganarse el sustento.



Una vez puesto el hábito se hacía voto de obediencia, pobreza, y castidad, pero nuestro personaje de esta real historia, no soportaba el peso y el sacrificio inaudito del voto de castidad. Sus instintos naturales no los podía reprimir y estos manifestaban su libertad de movimiento rompiendo diferentes prejuicios mentales.



La naturaleza imponía su razón, y a partir de ahí, sálvese quien pueda. La inquisición de Llerena, ante las denuncias de los “perfectos” cristianos personajes de la calle, ponía su maquinaria en marcha. Comenzaba la persecución de “la Iglesia santa contra la Iglesia hereje”.



El personaje que nos ocupa es un sacerdote llamado Juan Díaz Donoso, este miembro de la Iglesia ejercía su ministerio en la villa de Zafra, y el único pecado que cometió este sacerdote fue, el haber nacido hermafrodita. Los hechos suceden en 1634, cuando un miembro de la Inquisición de Llerena, llamado Juan Vallejo, escribe una carta al obispo de Badajoz contándole los acontecimientos. Este documento se encuentra en el Archivo Histórico Nacional en la Sección de Inquisición, legajo 4570 caja 3. La lectura completa del manuscrito me permitió pensar y soñar en la posibilidad de escribir este artículo, pues como se verá a lo largo de sus páginas, el sumario presentaba los ingredientes suficientes en cantidad y en calidad para animar tal propósito.


Tengo que confesar, qué este personaje me cautivó, por su forma tan real de vivir su intimidad en tiempos de persecuciones por actos de sodomía, cuyo final en la mayoría de los casos solía ser la condena a galeras o a la hoguera. Juan Díaz Donoso sabía lo que se jugaba, pero su sentir natural estaba por encima de imposiciones obligadas que solo conducían a vivir amargamente su vida de ser humano. Decía lo que pensaba y vivía como sentía, pero algunos seguidores de Barrabas no iban a dejarle tranquilo. Esta es la historia de un clérigo extremeño al que la villa donde ejercía su ministerio sacerdotal, lo conocía y lo nombraban bajo el apelativo de, “La Clériga de Zafra”.


Llerena 3 de agosto de 1634. De un caso muy particular y extraordinario, que necesita de remedio. Doy cuenta a V. A. y es, que en la villa de Zafra hay un clérigo que se llama Juan Díaz Donoso el cual es hermafrodita.


Se sabe de muy cierto, que por dos veces a estado amancebado con dos hombres, habiendo solicitado a uno de ellos el casarse con este, diciendo, que dejaría los hábitos por ser mujer. Se dio cuenta de este caso al tribunal hace más de un año, teniendo el comisario detenido a un cómplice en casa de un familiar del Santo Oficio de Zafra y dando las quejas al tribunal.


Este comisario buscaba se examinase tal delito y le respondieron, que lo soltase porque no tocaba al Santo Oficio calificar este acontecimiento.


Recorriendo yo los cuadernos de comisión encontré este caso, y extrañando este decreto, hice los apuntamientos en derecho (que van con esta) mostrándolos a mis colegas para calificar. De ningún modo han querido tratar de ello, porque existe decreto del tribunal al respecto y no quieren alterar el mismo. Yo volví a escribir al comisario pidiendo me avisase de cómo estaba transcurriendo la vida de este clérigo, respondiendo, que el caso es particular.


Yo hallo que el caso en derecho debe de ser tratado por el santo oficio de Llerena, tanto más cuando el caso lo conocen muchas personas. Estas cuentan que hay gran escándalo en la villa de Zafra y que la gente del pueblo le llama la clériga.

Suplico a V. A. mande se vea mi parecer y el del padre Fonseca, para bien de su Iglesia y remedio a la profanación de los sacramentos. Llerena 3 de agosto de 1634. [1]

Con esta carta, comienza el seguimiento de Juan Díaz Donoso. La Iglesia comenzaba su investigación particular. El miembro del tribunal Juan Vallejo, esperaba respuesta a su carta, ésta llego y en la misma se contaba lo siguiente:

En la ciudad de Badajoz, a diecisiete días del mes de febrero de 1635 años, yo el licenciado D. Felipe de la Plaza, deán en la santa iglesia catedral de esta ciudad, provisor oficial y vicario general en esta y en todo su obispado sede vacante digo: que a mi noticia es venido que en la villa de Zafra está un clérigo que se llama Juan Díaz Donoso y el cual es hermafrodita. Siendo como es tal clérigo, este ha tratado con hombres y el de mujer de estos, con gran daño y perjuicio de su conciencia. Creando grandes notas de murmuraciones y escándalo de las personas que lo han sabido, oído, y entendido. Y para que la verdad se sepa y averigüe, mandaba y mando a Francisco Salguero, presbítero y notario apostólico vecino de esta ciudad, que valla a la villa de Zafra y en ella y las demás partes de este obispado, haga averiguación de la certidumbre que tiene o a tenido en este auto, con todo secreto y recato posible examinando para ello, los testigos que fueran necesarios y que supieren, hubieren oído o entendido lo dicho, para que la verdad se sepa y la fama o rumor que de lo contado hay en dicha villa de Zafra se aclare. Para todo ello me dio comisión en forma con facultad de excomulgar y absolver a los testigos que pudieren decir en esta causa y fueren rebeldes en ella. Y así lo proveyó, mando y firmo y que este auto sirva de mandamiento en forma. Don Felipe de La Plaza ante mí el notario Francisco Salguero.



Comienza por parte de la iglesia la búsqueda de testigos que puedan demostrar, que Juan Díaz Donoso es hermafrodita. Los citados, serán personas que conocen a dicho clérigo y la pregunta más repetida por el notario apostólico será, ¿si saben que dicho sacerdote es hermafrodita? Las declaraciones serán mandadas a los inquisidores de Llerena, quienes quedarán estupefactos ante tan sorprendentes testimonios.

Testimonios de los testigos del proceso a la Clériga de Zafra


Primer testigo

En la villa de Zafra a 20 de febrero de 1635.


Para averiguación, de lo contenido en el auto y cabeza de proceso. Yo Francisco Salguero, presbítero notario apostólico en virtud de la dicha comisión, recibí juramento en forma del testigo Esteban García Delgado “El Moco” y lo hizo, por una señal de cruz en que puso su mano derecha, prometió decir verdad y siendo preguntado por el tenor de dicho auto, dijo:

Que lo que sabe acerca de lo contenido con el auto, es que este testigo conoce a Juan Díaz Donoso, el cual sabe, que es hombre que ordinariamente tiene en su casa conversaciones con hombres mozos de todo género. A su casa van personas ricas como pobres, principales y villanos, seglares y clérigos, lo mismo en las noches de verano como en las de invierno, y entre días muchas veces. Sentándose a la puerta, teniendo juegos y en su casa tañen cantan y bailan toda gente moza.

Si bien este testigo ha visto, de un año a esta parte, que ha habido pocas o ninguna visita. Que ha oído decir a gente de la villa de Zafra, que Juan Díaz Donoso tiene ambos sexos de hombre y de mujer, y que estando del estómago enfermo el dicho Juan Díaz, entro una mujer de esta villa de la que no se acuerda su nombre a visitarle. Le preguntó que tenía, contestándole el clérigo, que le dolía el estómago. La mujer con malicia, por haber oído decir que no tenía natura de hombre, le paso la mano en el estómago y le preguntaba: es aquí, respondió Juan Díaz, que más abajo, la mujer con la dicha malicia llego hasta tentarle en sus partes secretas. A la mujer le pareció, según ha oído decir él testigo, que tenía natura de varón y que esto es la verdad de lo que sabe.

Para el juramento lo fechó y lo firmó, que es de edad de treinta años poco más o menos.

Esteban García Delgado ante mí Francisco Salguero.[2]

Segundo testigo


En la villa de Zafra, en el dicho día mes y año. Yo Francisco Salguero recibí juramento en forma de derecho a Don Alonso Delgado, vecino de Zafra, quién Prometió decir la verdad, preguntado este por la causa del proceso dijo:


Que este testigo conoce a Juan Díaz Donoso de vista trato y comunicación, que con él ha tenido muchos años, por haber comido y bebido juntos, y que lo que sabe de lo contenido en dicho auto es, que estando este testigo en su casa hablando con él del clérigo hace unos 8 años, que este testigo le enseñaba el oficio de sedero, preguntándole al testigo si sabía que orden tenia de vivir dicho clérigo, comentó que un día Juan Díaz le comentó, que tenía un bulero de Roma de su Santidad en que dispensaba con él para que tomase el estado que quisiese de hombre o de mujer. Que a este testigo se lo enseñó, y lo tuvo en sus manos, el cual, por no saber latín, no lo entendió. Comentó, que Juan Díaz le persuadió una noche para que se quedase en su casa, porque al día siguiente de madrugada habían de encerrar unos toros que se habían de correr en esta villa. Este testigo a persuasión suya convino aquella noche, dormir en su casa acostado sobre un banco al lado de una ventana, para cuando oyese la venida de los toros avisarle.

Juan Díaz se fue a costar más de las once de la noche, y desde su cuarto el cura llamaba a este testigo para que se levantase del banco y fuese a dormir a su cama, respondiéndole, que bien estaba allí, que desde esa posición oiría la venida de los toros y le llamaría. El sacerdote le volvió a decir y persuadir, para que se fuese a la cama con él, y el testigo no se movió del lugar en el que estuvo hasta por la mañana. El testigo dijo, que no era buena su amistad y nunca más volvió a la casa del clérigo.

Un día yendo a la casa de su hermano, le salió al encuentro Juan Díaz con una espada, y preguntando él testigo que quería, este le dijo, que porqué había dejado su casa y conversación, respondiendo él mozo, que no estaba a cuento tenerla con él, que se fuese con Dios y mirase no le apretase y le dijese alguna cosa que le sentara mal. El cura le respondió, que podía hacer, porque él era mujer. Contestándole el testigo, qué si era mujer que se fuese a hilar y no anduviese alborotando las calles y le pusiese en ocasión de que se perdiese.

Este testigo queriendo a una mujer de la villa, vio como Juan Díaz le ofreció dinero y trigo a la mujer para que dejase a este testigo. El testigo sabe, que el Juan Díaz es clérigo presbítero, porque dicho testigo le ha ayudado muchas veces en misa, y que después decidió no oírle la misa, porque sabe, que algunos de la villa sabiendo sus cosas huyen de él, y que es la verdad para el juramento.

Que tiene fecha y lo firmó y que es de edad de treinta años poco más o menos. Alonso Delgado ante mí Francisco Salguero.[3]

Tercer testigo


En la villa de Zafra en el dicho día mes y año, yo el notario hice comparecer ante mí a Francisco Gómez, vecino de la villa. Del cual recibí juramento y prometió decir la verdad, y siendo preguntado por el tenor de la cabeza del proceso dijo: que conoce a Juan Díaz Donoso de vista trato y comunicación de casi toda su vida, porque ha sido su vecino, y que lo que sabe de él es, que a casa del dicho cura acude mucha gente moza, hombres a conversaciones, tanto de día como de noche y en las siestas de verano. Unos con otros se holgaban, cantaban, bailaban, tañían y tenían otros entretenimientos, y que no sabe otra cosa de lo que se le pregunta, y esto es la verdad para el juramento. No firmó por no saber, siendo de edad de 28 años, esto lo hizo ante mí Francisco Salguero.[4]


Cuarto testigo


En la villa de Zafra, a 19 días del mes de febrero de 1635, yo el notario, recibí juramento de Manuel Carballo vecino de esta villa, quién prometió decir la verdad y siendo preguntado por la cabeza del proceso dijo: que conocía a Juan Díaz porque lo trato y comunicó algunos días. Sabe él testigo que es clérigo presbítero, porque le ha visto decir misa varias veces. Y lo que sabe de dicho sacerdote es, que yendo hace unos cuatro años para su casa, convidaba a este testigo a menudo. Le ofrecía todo lo que tenía en su casa y que una noche, decidió quedarse a dormir en casa de Juan Díaz Donoso, porque este le dijo, que le guardara su casa mientras él iba a escribir unas cartas a unas mujeres que se lo habían pedido.


Al regresar de nuevo el clérigo sé a costo con él testigo en su cama. Después de haber pasado una hora más o menos, Juan Díaz le metió la mano debajo de la cintura y lo echo encima de sí; y que este testigo, que estaba con la malicia, le echó, las manos a sus partes genitales, no consintiéndolo el sacerdote. El testigo le decía, que si eso lo había hecho con otros porque no se lo dejaba hacer a él, contestándole Juan Díaz, que si se lo dejaba hacer, que no se alborotase y volviese a meterse en la cama con él. Y él testigo no quiso antes le dijo, que era un bellaco infame y que le abriese la puerta que se quería marchar.

El presbítero le decía que no se marchara, que le haría otra cama en otro lado de la casa por no abrir la puerta en aquellas horas, no queriendo el testigo. Saliendo a la casa delantera, el testigo le comentaba, que mirase lo que hacía, que el diablo le engañaba y que los sacerdotes no habían de dar tan mal ejemplo.

Respondiendo Juan Díaz, que el testigo era un hombre de bien, un ángel que había entrado en su casa, y que no descubra nada que yo le prometo de aquí en adelante de hacer vida nueva. Después de todo esto, estando en la puerta de la casa Juan Díaz le dijo al testigo, señor Carballo, aunque todos dicen que soy hembra, no lo soy, y le mostró teniendo los calzones blancos puestos, un bulto a modo de genital de varón. Y con esto, el testigo le dio tres o cuatro palos y le dejó, no volviendo a hablar con él.

Cuando Manuel Carballo entra en la iglesia este no quiere oír su misa. Después de esto ha oído decir a unos cuantos, que es mujer y a otros que es varón y hembra, siendo esto público y notorio en la villa de Zafra. Esta es la verdad de su juramento, firmó siendo de edad de 33 años Manuel Carballo ante mí Francisco Salguero.[5]

Quinto testigo

En la villa de Zafra en el dicho día mes y año, yo el notario recibí juramento de Francisco Hernández Navarrete, zapatero vecino de esta villa, el cual, prometió decir la verdad. Siendo preguntado por el tenor del auto del ilustrísimo Deán provisor dijo: que conoce al dicho Juan Díaz, porque ha sido su vecino mucho tiempo, sabe que es clérigo presbítero y que como tal este testigo le ha visto decir misa. De lo que dice el auto, solo sabe que él cura es una persona muy amistosa para con todos, y que este testigo tiene malas sospechas del sacerdote respecto de la amistad, que a los que van a su casa muestra. Y que esto es lo que sabe para el juramento, fechó y lo firmó, siendo de edad de treinta años. Francisco Hernández, ante mí Francisco Salguero.[6]

El notario mete una coletilla en el documento y en la que dice, que todos los testigos concuerdan con la información original.

Todo este trabajo de información dirigido por el notario, se hace a espaldas del “presunto hereje” Juan Díaz Donoso alias “La Clériga”.

Por ese entonces, un mozo portugués que trabajaba de ayudante con un zapatero de zafra, va a descargar su conciencia, contando al comisario de la villa, los hechos ocurridos cierta noche con dicho Juan Díaz en su casa. Lo que cuenta el portugués, es lo siguiente:

Domingo Rodríguez Hidalgo, de oficio zapatero, vecino de dicha villa, de edad de 26 años de edad. El cual, por descargo de su conciencia dice y denuncia, que el lunes pasado estando descansando en la casa que es su morada en la calle de Jerez, a horas de por la mañana, un mozo oficial de zapatero que se llama Juan, portugués de nación, que será de veinte años poco más o menos, estaba hablando en secreto con la mujer de éste declarante, el cual le preguntó al dicho Juan, qué era lo que hablaba en secreto.

Respondió el mozo, que no lo podía decir, y notaba al portugués como espantado, atónito, le volvió a preguntar que dijese que tenía, y si había visto al diablo, respondiendo que no. Comentaba el mozo, que me iba a comentar lo que le pasaba porque si no reventaría, diciendo lo siguiente.

Que el domingo en la noche del día veinte de este mes y año, fue el dicho Juan a casa de Juan Díaz Donoso, presbítero vecino de Zafra y que se estuvo en la lumbre calentándose para irse después a acostar a su posada, la que se encuentra en la misma calle del dicho sacerdote y una casa en medio las divide.

Él clérigo le dijo y le persuadió al dicho portugués, que se quedase sentado en la lumbre y que se quedase a dormir con él aquella noche. Juan lo hizo y se acostaron juntos en una cama y que tuvieron exceso carnal tres veces aquella noche.

Este declarante le dijo, que, si lo había engañado el diablo y si había sido por detrás, respondiendo, que por los Santos Evangelios que el dicho Juan Díaz era mujer. A la mañana siguiente amaneció lloviendo y el dicho presbítero dijo a Juan el Portugués, que también había de llover sobre él, el mozo se puso debajo de él teniendo acceso carnal con el clérigo; y que luego este declarante le dijo a su mujer, que le pusiese una ropa limpia para que el dicho Juan se fuese a confesar, así lo hizo y fue a San Francisco.

El portugués no se confesó porque no había hallado ocasión. Dice asimismo éste declarante, que el dicho Juan le dijo, que pocos días antes que sucediera lo que tiene declarado, le había comentado el clérigo Juan Díaz Donoso, que habían de venir a prender a esta villa a unos portugueses porque habían hecho unas muertes; y que como era el dicho Juan portugués, que si oía en la noche golpes en la puerta de su posada, le dijo el presbítero, que saltase a su corral que allí estaría seguro, pero sobre todo, porque aunque hay una casa en medio, no iban a ir a la casa del cura.

Dice más este declarante, que en la noche que estuvieron juntos él y el clérigo, comentaba este referido, que el clérigo tenía en su casa a un mozo sastre de Badajoz, que con él había tenido las mismas ocasiones y que lo sustentaba.

No le dijo a este declarante que tiempo estuvo en la casa del cura ni como se llama el dicho sastre. Y dice más este declarante, que lo que el dicho Juan portugués le refirió de lo que pasó con dicho clérigo, se lo contó a Benito Pérez, albañil y cuñado de este declarante vecino de Zafra. Lo mismo lo sabe la mujer del tal Benito Pérez como la mujer del declarante, por habérselo contado el dicho Juan. Y que no sabe que otra persona pueda tener noticia del hecho.

Que el dicho Juan trabajaba en la casa del declarante como su ayudante durante 24 días más o menos, y que duerme en la casa de la madre del declarante, que es la casa que está en la calle del dicho clérigo.

El dicho Juan, es natural de junto a Villaviciosa en el reino de Portugal, y no sabe el nombre del lugar más que son como caseríos, que están apartados unos de otros. Que lo que tiene dicho es la verdad y que no lo ha dicho por odio, sino por cumplir con su conciencia, y por la obligación que tiene de obedecer al Santo Oficio, y por haber oído el edicto de la fe.

Se le dijo que guardase secreto bajo censuras, y el declarante lo prometió. No firmó por no saber ante mí el notario.[7]

Mientras tanto, el clérigo de Zafra al que el pueblo llamaba “La Clériga” seguía haciendo su vida normal, ajeno a los acontecimientos que se estaban fraguando muy cerca de su domicilio. La declaración de Domingo Rodríguez es elemental para poner en funcionamiento a la Inquisición de Llerena. Lo declarado es enviado al inquisidor Don Cristóbal Serrano Osorio, quién visitará la villa de Zafra para tomar declaración a Domingo Rodríguez y a su cuñado el albañil en audiencia de la tarde.

Colegiata de Zafra

Las noticias de la clériga de Zafra, empieza a preocupar a los inquisidores de Llerena. Para verificar que la declaración de Domingo Rodríguez es fiable, el Santo Oficio va a mandar hacer una declaración a este joven lusitano. El encargado de llevarla a efecto será Alonso de Jeremías Porras, arcediano de la villa de Feria y comisario de la Inquisición en ella. El tribunal quiere comprobar que lo declarado en la primera declaración, es igual a la declaración de Juan “el portugués”.

Declaración de Juan el Portugués

En la villa de Zafra, Don Alonso de Jeremías y Porras arcediano de Feria y comisario del Santo Oficio en ella, llamo a un hombre que dijo llamarse Juan Rodríguez, de oficio zapatero. Era natural del Reino de Portugal, de edad de 23 años, quién, recibió juramento de manos del señor comisario, prometiendo decir la verdad en todo lo que supiere y guardando secreto de todo.

Preguntado, si sabe o presume la causa para la que ha sido traído ante el dicho señor comisario de parte del santo oficio, dijo:

Que presume será para hacer alguna declaración acerca de un negocio, sobre el cual, estuvo preso por el Santo Oficio secretamente en casa de un familiar de la inquisición de esta villa de Zafra, de la que salió sin hacer ninguna diligencia. El comisario le dijo, que contase lo que sabía del dicho negocio por el que entiende fue preso.

Dijo, qué en la cuaresma de hace dos años, estando este declarante en esta villa posando en casa de la madre de Domingo Rodríguez, maestro zapatero de este declarante en cuya casa trabajaba sita en la calle Santa Ana; llamó a su posada un clérigo, que se llamaba fulano Díaz y de cuyo nombre propio no se acuerda. Solo sé que vive por encima de la casa de este declarante, y que entre las dos casas hay una casilla en medio y los corrales de la casa donde posaba, y de la del dicho clérigo está pared en medio lindando uno con otro sin que la dicha casilla lo impida.

Habiendo llamado el dicho clérigo a la puerta de la posada de este declarante, le abrió y el cura le dijo: mira Juan que andan por aquí prendiendo a unos portugueses que mataron un hombre en Portugal, si os teméis de algo y llamaren a esta posada de noche, saltad por la pared del corral y ven a mi casa que allí estarás seguro.

Aquella misma noche y como a la mitad de ella, oyó este declarante llamar a la puerta y no quiso levantarse, y pasados dos días, fue este declarante a casa de dicho clérigo a las ocho de la noche a beber un jarro de agua. Al tiempo de querer volver este declarante a la posada, el cura le dijo, que no se fuese, sino que se sentase con él a la lumbre. Estando sentado le dijo el clérigo, que como dormía, respondiéndole, qué con poco abrigo, en una mala camilla y pasando frío.

El clérigo le dijo, que se quedase en su casa que allí dormiría y le mandaría hacer una cama al lado de la lumbre. Que el cura mandó a una mulata que lo servía, aunque ésta no dormía en su casa, para que hiciese la cama junto a la candela, terminada de hacer, la mulata se fue a dormir a su casa quedando solos el declarante y el clérigo, el cual se fue acostar a su cama, quedándose acostando este declarante. Antes de acabase de acostar, lo llamo el dicho clérigo y le dijo, que se acostase con él en su cama. El sacerdote porfió varias veces al joven para que se acostase con él, recibiendo el no por respuesta, Al final el cura, obligó al declarante a dormir con él como así lo hizo.

Una vez acostados, el clérigo comenzó acariciando el cuerpo del declarante desde el pecho hasta las partes vergonzosas, escandalizándose este declarante de semejantes acciones. Queriéndose levantar, el sacerdote le dijo, que se quedase quieto porque él era mujer. A lo cual le respondió, que como podía ser pues tenía barbas y decía misas, contestándole el clérigo, que muchos remedios había para hacer nacer la barba. Luego el cura llegando más al declarante lo puso sobre sí, y este declarante llegando con sus manos hacia las partes vergonzosas del clérigo, no hallo natura de hombre sino de mujer. Tuvo exceso carnal y cópula como con una mujer, y pasando este acto y habiéndose satisfecho, volvió a repetir el acto dos veces más, en cuanto a su natura era mujer.

Por la mañana estándose levantando le dijo el clérigo, que callase y mirase lo que decía, y, que si fuera hombre de bien y callado, lo traería más galán que el sol porque así lo había hecho con un sastrecillo de Barcarrota.

Éste declarante una vez salido de la casa del clérigo, se fue derecho al convento de la mina de esta villa que es de la orden de Santo Domingo, no hallando a la comunidad en el convento porque estaban en la iglesia mayor en un entierro, fue luego allá y sé confeso con un fraile en la iglesia mayor. Y cuando este declarante escandalizado se lo contó a su maestro Domingo Rodríguez arriba referido, el mismo lo contó al Santo Oficio para que comprendiesen lo ocurrido.

Preguntado si volvió más a la casa del dicho clérigo, o si se había vuelto a ver o hablar, dijo el declarante:

Que aquel día que sé confesó, acabado de confesar estando en la dicha iglesia mayor, el dicho clérigo llama a este declarante, y no solo no quise ir a su llamada, sino que salió por otra puerta de la iglesia, no volviendo a ir más a su casa ni verlo ni hablar con él.

Dos días más tarde, fue este declarante preso durante la noche como dicho tiene, y una vez suelto se partió de Zafra para Andalucía donde ha estado hasta ahora. Volvió a esta villa desde la del Almendral donde ahora reside, a comprar unas suelas para su maestro donde trabaja hace dos meses.

Preguntado si sabe o ha oído decir que el dicho clérigo haya tenido algunos malos tratos con otros hombres.

Dijo, que después de lo que le dijo el clérigo acerca del sastrecillo de Barcarrota referido arriba, estando este declarante cómo un mes poco más o menos en la dicha villa del Almendral trabajando en casa de su maestro que se llama Alonso García, estaban otros hombres en conversación tratando de cosas diferentes. Uno de los hombres dijo, que una monja había parecido después ser varón. Dijo un Don Luís Venegas vecino de Barcarrota que estaba en la conversación, que un mocito sastre natural de su tierra de Barcarrota, le había dicho, que estando en la villa de Zafra había tenido acceso carnal con un clérigo como con una mujer. Este declarante al escuchar le preguntó a Don Luís, que si le había dicho el sastre cuando le contó lo referido el lugar donde vivía el dicho clérigo en Zafra, a lo que no se acuerda bien la respuesta que le dio el dicho Don Luís, más de haberle oído decir cuando contó el caso que el dicho clérigo decía misa.

Preguntado, que personas estaban presentes en la dicha conversación en la villa del Almendral cuando contó el dicho Don Luís el caso.

Dijo, que Alonso Benítez, labrador que vivía en Fuente de Cantos y quiere mudarse a vivir en el Almendral, que también estaba Domingo Netos, zapatero vecino del Almendral y éste declarante. Lo que ha dicho es la verdad y lo que sabe por el juramento es, que lo declarado no lo dice por odio ni enemistad sino por juramento y por descarga de su conciencia.

Se le encargó el secreto y él lo prometió por el dicho juramento firmándolo con su nombre.[8]

En el documento se puede ver las firmas de Juan Rodríguez el mozo portugués, del arcediano de Feria, quién le hacía las preguntas llamado Alonso Jeremías Porras, y la del escribano Juan Barragán.

Esta declaración es mandada a los inquisidores de Llerena, los cuales, quedan estupefactos ante tan sorprendente testimonio. El Santo Oficio manda un auto ordenando se detenga al clérigo con muchísimo secreto y recato, y que dos médicos declaren los sexos que tiene Juan Díaz Donoso. Que certifiquen, si lo declarado de que tiene sexo femenino es cierto y que vean si está usado o no. Con lo que comenten los médicos, se llame dos comadres para que vean el sexo del presbítero y declaren para poder comenzar de nuevo la causa. Esto lo pide el inquisidor Jiménez Valverde.

La inquisición de Llerena va a coger el toro por los cuernos, no sólo va a arrestar a Juan Díaz, sino que va hacer diligencias para que el sastrecillo de Barcarrota, con quien dicen estuviera amancebado mucho tiempo, declare lo que sabe de lo sucedido.



Siguiendo la lectura del documento encontrado en el Archivo Histórico Nacional, lo siguiente es la venida del inquisidor de Llerena a esclarecer los hechos y pronunciarse en torno a la cabeza del proceso.

Desde el palacio de la inquisición en Llerena montado en el carruaje de caballos del Santo Oficio, pone rumbo a Zafra el inquisidor Osorio Serrano, su misión, cerrar definitivamente el proceso contra Juan Díaz Donoso por hermafrodita. Se le presentan las delaciones y declaraciones de los testigos, y ante la evidencian de lo declarado por él mozo portugués de que el clérigo es mujer, el inquisidor pide urgentemente el arresto del presbítero. El inquisidor quiere rápidamente que los médicos dictaminen el informe para creer la declaración del mozo portugués. Quieren saber si el sexo femenino del que hace alusión el joven lusitano, es adecuado en sus dimensiones para recibir la verga viril y si por el fluyen los menstruos; y en cuanto a las partes genitales que pertenecen al hombre, hay que examinar y ver si hay gran cantidad de pelo en el monte de Venus y alrededor del ano: igualmente hay que examinar bien, si la verga viril es bien proporcionada en grosor y longitud, si se levanta y si de ella sale semen: lo que se hará por confesión del hermafrodita. Que por este examen se podrá verdaderamente discernir y conocer si el clérigo es macho o hembra, o que sean lo uno y lo otro, si el sexo del hermafrodita tiene más de hombre que de mujer, debe llamársele hombre y lo mismo con la mujer.[9]

Los médicos del Santo Oficio de la Inquisición de Llerena, van a ser los encargados de supervisar las partes íntimas del presbítero. Éstos no saben que Juan Díaz Donoso es sacerdote, había que mantener la honra del hábito y por si acaso, la Inquisición determina que el protagonista de esta historia el día de la supervisión traiga en su cabeza una capucha.

Mientras llega ese momento, Juan Díaz sigue haciendo su vida normal, da sus misas, atiende a sus feligreses, familia y vecinos, con una tranquilidad que sorprende a la mismísima Iglesia. Una imperturbabilidad que viene dada, entre otras cosas, por la bula papal que dictamina, la opción que quiera elegir en la vida en función de las características propias de su nacimiento, cosa que desconocen los inquisidores. El Sumo Pontífice le da la posibilidad de vivir bien como hombre o como mujer, pero siempre manifestando las actitudes y cualidades de uno de ellos no de los dos, en términos de intimidad. Este hecho, fue más que suficiente para que la clériga de Zafra no sufriese ningún tipo de vejación ante miembros de la iglesia extremeña. Una vez verificada la bula del santo padre, la única orden recibida fue, la de ser trasladado a otra villa para así calmar murmuraciones en Zafra.

Saquen sus propias conclusiones.





[1] AHN. Sección Inquisición de Llerena. Legajo 4570. Caja 3.
[2] AHN. Sección inquisición. Legajo 4570. caja 3
[3] Ídem
[4] Idem
[5] Ídem
[6] Idem
[7] AHN. Sección inquisición. Legajo 4570.caja 3
[8] Íbem.
[9] Ídem.

martes, 19 de febrero de 2019




Con Hábito y a lo Loco. Monjas Fugadas Por Amor




Hace unos cinco años leí en un diario, como en Alba de Tormes, el amor demostró ser más fuerte que los anchos e inquebrantables muros de los conventos y así lo demostró una religiosa carmelita que hace poco más de un año abandonó la vida contemplativa por amor. Un romance silencioso que se fue forjando en las tranquilas estancias de la clausura de las carmelitas de Alba de Tormes y en sus apacibles patios.

En este escenario la religiosa, que estaba integrada en la congregación de clausura del convento de la villa ducal, se enamoró poco a poco de un trabajador que realizaba obras en un edificio ubicado junto al recinto monacal.

La joven religiosa de origen argentino, había estado antes de llegar a la villa ducal conviviendo con las hermanas de su orden en el convento murciano de Cartagena.

La monja llegó al convento albense donde compartió con las religiosas de la villa su día a día, hasta que conoció al joven del que se enamoró y tomó la firme decisión de dejar su vocación centrada en el camino de la oración y colgar sus hábitos para incorporarse a la vida civil y poder así compartir su vida con el hombre del que se había enamorado.[1]

Noticias como estas tenemos varias vividas en siglos anteriores, donde el amor con su fuerza descomunal, es capaz de llevarse por delante la robusta y hercúlea arquitectura de Dios.

Viajamos en el tiempo y tomamos tierra en 1889 en la ciudad de Manresa (Barcelona), allí también hubo noticias documentas de sucesos como los que venimos describiendo y pormenorizando en este apartado. Los relatos de lo sucedido en dicha población nos cuentan la fuga de una monja que decidió escapar por amor a un joven obrero pero apuesto galán que se acercó a pedir trabajo. La crónica nos cuenta lo siguiente.



La monja fugada de Manresa

“Se ha comentado mucho en Manresa lo ocurrido hace pocos días en el convento de Reparadoras. Un joven se presentó al encargado de las obras que en él se ejecutan, pidiendo trabajo como peón, el cual le fue concedido en vista de lo necesitado que parecía. Por este motivo tuvo ocasión de avistarse con una linda reclusa con quién sostuvo sabrosas pláticas que terminaron en atracción sentimental. El joven cuya aparente pobreza no traslucía su distinguido porte, desapareció sin cobrar siquiera el jornal devengado. La bella reclusa desapareció también del convento, ignorándose el paradero de uno y de otro”.[2]

Curioso es el caso de una monja de Talavera de la Reina (Toledo), que decide fugarse por los mismos motivos que la religiosa de Manresa en 1905, un albañil que se va a trabajar al convento de San Idelfonso y termina germinando en el cenobio una sabrosa y apetecible relación. Adiós al habito de Dios y bienvenido Cupido con sus particulares flechas del amor.

Monja fugada de Talavera de la Reina


“Telegrafían desde Talavera, que se ha fugado una monja del convento de San Idelfonso. La fugada se ha refugiado en casa de un albañil que estuvo trabajando bastante tiempo en el convento.

El domingo últimamente pasado, salió del convento de religiosas de San Idelfonso de esta ciudad la monja Sor Agustina, organista del mismo, atravesando la plaza de la Constitución y principales calles, causando su presencia gran curiosidad entre el numeroso público que lo presenció. El suceso ocurrió en las primeras horas de la mañana.

Al principio se creyó que sor Agustina salía fugada a causa de malos tratos y frecuentes disgustos que recibiera, viniéndose después en conocimiento, de que tal resolución la tenía tomada desde hacía tiempo y en connivencia con un joven albañil llamado Pepe el portugués, con quién tenía propósito de contraer matrimonio. Para que semejante salida no pudiera decirse fuera una verdadera fugada, la religiosa en cuestión expuso sus pensamientos a algunos sacerdotes y al director de los Agustinos de esta ciudad P. José R. Cabeza, quienes le aconsejaron, qué de estar decidida a realizar este acto, procurase hacerlo en la forma debida y procurando no mover el menor escándalo, siempre que fuera como ella decía, para contraer matrimonio, según tiene derecho a ello.

Esta ha sido toda la cuestión de este asunto, procurando nosotros manifestar a los lectores la verdad de lo ocurrido para satisfacer tan natural curiosidad.

La fuga es objeto de comentarios. Hay incluso quién se atrevió hacer una poesía a tan “insólito” hecho.

Leo que allá en Talavera

y cual lo cuentan lo cuento

una monja el otro día

se ha fugado de un convento

y se refugió en la casa

de un artista en cal y canto

que trabajó mucho tiempo

En aquel asilo santo.

lo menos que decir cabe,

sin duda, es que la fugada

monjita de Talavera

ha hecho una talaverada.[3]

En el convento de Jesús y María de Alcaudete (Jaén), corría el año 1911 cuando saltaba en el periódico “El Progreso” en su número 1654, una noticia que trataba de los amoríos mantenidos entre un director espiritual y una monja. Esta realidad llevó a nuestra protagonista a buscar la salida del cenobio porque su cuerpo le pedía otra clase de espiritualidad mucho más natural y evidente. La crónica contaba lo siguiente:

Monja enamorada en un convento de Alcaudete


“Del convento de Jesús y María de Alcaudete, se ha fugado una monja profesa, conocida en la vida del claustro por la madre San Rafael y de la que se hacen ausencias de maravillosa hermosura. La monja, natural del mismo Alcaudete, salió del convento en las primeras horas de la noche, causando la expectación consiguiente a las personas que hubo de encontrarse a su paso por las calles. Se explica el origen de la huida por medio de una carta interceptada por la madre abadesa, que a la monja fugada dirigía el director espiritual del convento, D. Arturo Romero Montilla, con quién mantenía relaciones amorosas.

De este P. Romero se cuentan aventuras muy peregrinas, todas de amor y todas con consecuencias a plato fijo. Es entusiasta por las mujeres y como goza de gran influencia, consigue siempre puestos análogos al que desempeña, para gozar de sus aficiones sin testigos enojosos ni censores que le denuncien.

El padre Romero, según se ha comprobado, ha sostenido en el convento amores con otras madres, y parece ser que algunas de estas despachadas, ha servido de confidente en esta nueva aventura. La fugada se halla refugiada en un cortijo situado en las inmediaciones de este pueblo. Lo admirable del caso es, que el actual capellán reemplazó al anterior por escándalos muy semejantes al presente.

El pueblo se muestra indignado por los constantes ultrajes a la moral que en el convento se realiza, por los que están más obligados a respetarla y defenderla. Se censura mucho la debilidad del obispo, qué enterado en su reciente visita de la conducta escandalosa de sus subordinados, no ha puesto correctivo a su proceder.

Se aguarda la llegada del fiscal eclesiástico, que procederá a la elaboración del necesario expediente.”[4]

En los periódicos de Madrid leemos esta noticia:

“Ayer tarde a las seis, se tuvo conocimiento en el gobierno civil, de haberse fugado una monja del convento de Nuestra Señora de Gracia situado en la calle Hortaleza. La monja se llama R.S., y el raptor, según manifestación de la superiora, es abogado y se llama Sr. O.

Buena flor mística para que El Motín la coleccione en su manojo. Y después de todo, la monjilla fugada, no ha hecho más que ser muy religiosa. Porque se ha entregado en cuerpo y alma a su abogado”.[5]

Otra monja fugada y enamorada la encontramos en Badajoz. La prensa decía lo siguiente sobre esta guapa señorita




“En un convento de hermanas de Badajoz, había una joven muy guapa, que mal avenida con los malos tratos que le daban las monjas y enamorada de un joven, se fugó con él bonitamente, el día dieciséis de febrero. Conocido el hecho, las monjas hicieron decir al Noticiero Extremeño, que la monja no se había fugado, que había ido a otra población a cumplir un encargo de la superiora, y así en efecto, lo dijo el periódico clerical, pero no le ha creído nadie. Se sabe que la joven es de familia distinguida, y que el amor se la llevó del convento.

En Badajoz hay quién tiene una carta del joven, dirigida a la entonces monja. Esta carta debió entregársela su actual poseedor, pero no pudo, y en ella constan los móviles de la fuga, felizmente realizada para la monja”.[6]

Saquen sus propias conclusiones. Con hábito y a lo loco

[1] La Gaceta de Salamanca. 6 de junio de 2014

[2] Crónica Meridional: diario liberal independiente y de intereses generales: Año XXX Número 8642 - 1889 marzo 10

[3] El criterio: semanario local, independiente y de información: año II número 41-1905-agosto-19

[4] El Progreso: diario republicano: Año VI Número 1654 - 1911 marzo.

[5] El Graduador: periódico político y de intereses materiales: Año X Número 4284 - 1884 noviembre 19

[6] El ideal: periódico republicano de Gerona: Año III Número 95 - 1905 marzo 19

sábado, 16 de febrero de 2019



Abusos conventuales. Monjas atormentadas




Una monja es una mujer que ha sido consagrada dentro de una orden religiosa que sigue habitualmente una vida monástica y se acoge a una serie de reglas, entre las cuales suelen estar el celibato, la obediencia, la pobreza, la castidad y, en algunos casos, aislamiento total de la vida civil, conocida como clausura. El equivalente masculino es fraile o monje.

En general los términos monja y religiosa se pueden intercambiar, pero en algunos casos, se hace la siguiente diferenciación: una hermana monja se refiere a una mujer quien posee una vida contemplativa de oración (generalmente viven en monasterios), mientras que una hermana religiosa, es una mujer que vive una vocación de oración y servicio, generalmente hacia los necesitados, enfermos y pobres (generalmente viven en conventos). Así, hay monjas que participan en la sociedad, desde esfuerzos altruistas, hasta la dirección de organizaciones sociales y caritativas o administración de universidades, aunque para este tipo de monjas de vida activa es más correcto utilizar la palabra religiosa, ya que la palabra monja es más propia de las hermanas contemplativas.

Ni Dios ni Jesucristo han fundado la vida religiosa, ni como está al presente, ni siquiera como esbozo remoto. Todo eso de noviciados, profesiones, votos, clausuras, hábitos, reglas, correas, rosarios, escapularios, no tienen el menor fundamento evangélico, ni se conocieron en la Iglesia durante muchísimos años, hasta que en el siglo III hacia el año 250, apareció San Pablo, primer ermitaño que se retiró a los desiertos de Tebaida, huyendo de la persecución del emperador Decio. A este santo siguieron luego San Antonio, San Pacomio, San Hilarión y San Macario, que dieron forma y vida a la profesión cenobítica allá en el alto Egipto. Estos monjes no se parecían a nuestros frailes actuales en nada; eran toscos e ignorantes, pero llenos de una fe religiosa acendrada. Vivían del trabajo de sus manos y se imponían grandes penitencias y austeridades.

En este apartado y según los documentos encontrados, queremos dejar constancia de ciertos comportamientos conventuales hacia miembros de la comunidad, que suelen terminar en negativas noticias por disconformidad de quién tiene que sufrir en su cuerpo un maltrato lacerante hacia su persona. Los conventos están regidos por humanos, y esto significa, que no todos los elementos que lo conforman son de la misma formación cultural, carácter o creencias.

Entregar el alma a Dios conlleva encontrar en el cenobio elegido, los valores más elementales del cristianismo, la paz, el respeto y el amor reciproco, que hace que una comunidad religiosa funcione en torno al eje fundamental de la deidad que se sigue, en este caso el amor que predicó y misionó Jesucristo. Pero esta realidad no siempre fue así. En muchos conventos españoles se vivieron a finales del XIX y principios del XX, situaciones alarmantes que sirvieron para poner en evidencia los malos tratos y tormentos que algunos de sus miembros tuvieron que sufrir. Esto supuso en muchos casos, la fuga literal del claustro de quienes sufrían estos ataques por motivos que iremos conociendo a través de la documentación a presentar.

El primer caso que trataremos sucede en Ciempozuelo (Madrid), el famoso obispo de Daulia, destituido de su cargo y enviado a España por su relajada conducta en Australia y conocido ya en territorio español con el nombre de el P. Serra, le dio por fundar un Instituto religioso cuyo fin era recoger mujeres de mala vida o chicas peligrosas. Para esta obra se asoció con una rica mujer, guapa, intima amiga suya y azafata que había sido de Isabel II. La primera casa se fundó en Ciempozuelo y sus religiosas llevan el título de Oblatas del Santísimo Redentor.

Corría el año 1873 y un día el escritor P. Ferrándiz siendo joven, se presentó al obispo de Daulía con una carta de la baronesa de Aguado para que le confirmara. Como el tren de regreso no salía hasta las cinco de la tarde, el obispo le convidó a comer. Servía a la mesa una novicia de aire triste y melancólico, inquieta, turbada, y que parecía acechar una ocasión para decir o ejercer algo. En efecto, mientras el obispo volvió la cabeza para mirar el reloj, la novicia deslizó un papel doblado en mano del joven Ferrándiz. No tuvo ocasión de leerlo mientras estuvo en el convento; pero si observó la intensa mirada de angustia que le dirigió la novicia cuando se retiró de servir a la mesa. Ya en el tren desdobló el papel y escrito con lápiz y en caracteres atropellados, halló que decía lo siguiente:

<<Caballero: ¡Por su madre de usted! ¡Por lo que más quiera en este mundo o en el otro! Haga la caridad de salvarme yendo a la portería del duque de Abrantes, calle Mayor, frente al Sacramento; el portero es mi hermano. Dígale, qué si no viene a sacarme, aquí me matan o yo me muero, porque esto es horrible, un verdadero infierno…>>

Atónito se quedó Ferrándiz ante tal escrito; pero sin vacilar un momento, apenas llegó a Madrid se fue a ver al hermano de la novicia, que casi era vecino suyo, pues vivía en la calle del Factor y le entregó el papel. El hermano se indignó y al día siguiente fue a recoger a la desdichada novicia, la cual refería de aquella casa los tormentos más horribles, largas horas de encierro en calabozos húmedos y lóbregos sin comer, palos, bofetadas, azotes, cilicios, trabajos penosos hasta hacerla caer extenuada en el suelo y haber recibido solicitaciones repugnantes del libidinoso obispo, que no respetaba a monjas ni asiladas, y ¡infeliz de la que se resistía! Su vida era un martirio.

La desdichada monja no sabía como agradecer la bella acción de su salvador. Si el P. Ferrándiz que ya se preparaba para el sacerdocio, hubiera sido un canalla fanático de los que abundan dentro y fuera del clero y entrega la carta de la novicia al obispo o a la superiora, no es aventurado suponer, los martirios que habría sufrido aquella desdichada. Afortunadamente tropezó con un caballero y un hombre digno.[1]


Nuestra siguiente protagonista es una monja cuyo suceso escandalizó la zona de la calle Góngora en Madrid; los hechos que se narran salen en varios periódicos quedándonos con la noticia que publicó el diario de la mañana El Cantábrico. Los acontecimientos salen publicados el 22 de noviembre de 1905. Las crónicas contaban lo siguiente de la monja fugitiva.

La monja fugada de convento de Las Góngoras en Madrid

“Con fecha 21 de noviembre de 1905, el periódico El Día de Palencia, insertaba en sus páginas el siguiente suceso que escandalizó la zona de la calle Góngora en Madrid.


A las siete de la mañana del lunes, la pareja de guardias de servicio que pasaba por la calle Góngora de Madrid, vio sobre el tejado del convento que da nombre a la calle, una mujer. Inmediatamente avisaron a la portería del convento avisando de lo que ocurría.


Se dijo que era una monja escapada que se negaba a volver a la celda. Con este motivo se pusieron en movimiento los vecinos. Uno de los guardias se despojó del capote y subió al tejado procurando disuadir a la fugada para que bajase; pero esta se negó a seguir al guardia y a regresar al convento quedándose en el límite del tejado. Numeroso gentío se aglomeró en la calle frente al convento comentando el caso, y mientras unos tomaban lo ocurrido a chacota, otros se mostraban excitadísimos contra las religiosas.


Desde la calle se unieron dos escaleras y subieron algunos hombres al tejado cogiendo a la monja y bajándola con una cuerda. Entre los grupos crecían las murmuraciones y la excitación, avivándose esta y despertándose la mayor curiosidad al descender la monja. El sacristán del convento que por curiosidad se acercó a los grupos, fue apaleado por estos creyendo que trataba de recluir a la monja nuevamente.

La religiosa fue conducida a la Delegación del Hospicio donde ante el juez señor Ortega Morejón declaró llamarse Josefa Morón Castilla, de 53 años, natural de Caravias (Asturias), y que en el claustro se llamó Sor Patrocinio de San José y hace veintisiete años que se hallaba enclaustrada.


Dijo que había huido de su cuarto y salido por el tragaluz al tejado para evitar que la metieran en una celda que sirve de cárcel y corrección, donde se coloca a las castigadas dentro de una coraza de hierro y de una piel de cerdo.


La causa del castigo ha sido, que un tío mío llamado Jenaro, canónigo de la Colegiata de Covadonga, me envía dinero con frecuencia. Se la cree loca, pues presenta grandes síntomas de enajenación mental. El médico del convento había advertido también la posibilidad de la locura, pero las monjas no tomaron ninguna medida para evitar las consecuencias de su estado mental.


Se la recluirá en el Hospital Provincial de las hermanitas de los pobres para su asistencia y observación. A los pocos días el juez volvió a interrogar a la monja y esta declaró: que se ratificaba en sus anteriores manifestaciones, insistiendo en no querer volver al convento.


Cuatro días después de lo sucedido, el juez visitó el convento inspeccionándolo todo y no encontrando la denunciada cárcel, sino un local en el que se guardan los útiles de hacer la limpieza, y en el cual, según cuentan las monjas, se metió muchas veces sor Patrocinio teniendo que sacarla las otras monjas. Estas declararon, que sor Patrocinio está loca y que también hay otra perturbada en el mismo convento”.[2]

Es muy común estos casos, que las monjas tachen de loca a la que huye, de esa forma y manera las religiosas limpian su honra de las acusaciones que la fugada pueda verter contra el convento.


Con fecha 17 de mayo de 1907, el periódico El Adelanto, diario político de Salamanca, en su numero 7020 narraba los siguientes sucesos en torno a la fuga de una monja del convento del Ángel Custodio.





Monja fugada en Bilbao

“Por las noticias recibidas de Bilbao se ha sabido, que el tema de todas las conversaciones durante el día de ayer fue: la fuga de una monja del convento del Ángel Custodio. Aprovechando la ocasión de que unos obreros dejaron la puerta abierta, salió ella precipitadamente y empezó a correr.


Una sirvienta que observó todo lo ocurrido, se precipitó tras ella y durante algunos minutos estuvieron recorriendo las calles una tras otra. Los vecinos al oír el llanto lastimero de la monja salieron a la calle y la detuvieron, pero ella llorando se negó volver al convento. En vista del escándalo que se estaba dando, la sirvienta volvió al convento y comunicó a la superiora todo lo que había ocurrido y la decisión firme de la fugada de no volver al cenobio.


A los pocos momentos volvió la sirvienta con otra ropa de artesana y en una casa cambió la fugada las ropas por los hábitos. El gentío que se reunió por aquellos alrededores fue inmenso. Las autoridades tomaron cartas en el asunto y mandaron a la monja a su pueblo natal. Se ha guardado gran reserva acerca de lo ocurrido en el convento y lo que ha motivado la fuga”.[3]


Nuestra siguiente monja fugada de un convento nos la vamos a encontrar en Bisbal municipio de Gerona, la noticia nos la trae el periódico La Voz Montañesa: periódico político, administrativo y de intereses generales en su número 1470 con fecha 4 de septiembre de 1879. El comentario expuesto para la lectura de los hechos acaecidos narra lo siguiente de la temática que nos viene interesando en este apartado o episodio acreditado.


La Monja fugitiva de Bisbal en Gerona 


Escriben de la Bisbal: que ayer a la una de la madrugada huyó de su convento una monja de la orden del Ave María, dirigiéndose a casa de unos amigos de su familia. A primera hora de la madrugada, el dueño de la casa dio conocimiento a la alcaldía de lo sucedido, trasladándose a ella el alcalde, secretario y un alguacil. Recibieron indagatoria a la monja fugitiva, que dijo se había escapado, porque hallándose muy delicada de salud, se ve en el convento completamente abandonada, faltándole el alimento y toda clase de cuidados que su delicado estado requiere. Dijo que de ningún modo quería volver al claustro, prefiriendo verse abandonada de todos antes que volver a él. Esto consta en las diligencias que se extendieron, y por conveniencia y decoro no se creyó oportuno insertar otras declaraciones de carácter sumamente graves. Refirió a la autoridad local episodios y escenas del convento que ruborizaron a las personas que la escuchaban, sintetizando todas sus quejas en las siguientes palabras textuales: <<créanme ustedes, señores; a nosotras nos dicen que el diablo está en el mundo, y yo puedo asegurar a ustedes que está dentro>>.[4]





Con fecha 8 de marzo de 1896, en el periódico El Correo de España en su número 93, se inserta una noticia que se fraguó en su día en Villarobledo (Albacete), y que tiene que ver con la fuga de una monja propiciada por los malos tratos que sufría en el convento de monjas Bernardas de dicha población.




Monja fugada y excomulgada en Villarobledo 


“Dicen de Villarrobledo que hace algunos días ocurrió en un convento de monjas Bernardas que hay en aquella población el siguiente misterioso suceso.

Parece que una monja profesa, harta ya del claustro, logró escaparse por una ventana descolgándose con ayuda de una cuerda. Se bajó a un tejado y desde este y con mil peligros, logró saltar a otro y otro más, hasta encontrar otra ventana por la qué dando voces de socorro, entró en una casa que no era otra que la del médico señor Solares.

Allí la recogieron y se la dieron al juez y al cura, y a las repetidas preguntas de estos y a sus naturales exhortaciones, contestó: que se fugaba del convento porque la vida allí se le hacía irresistible. El asunto llegó, como es natural, a oídos del mismo arzobispo de la diócesis, quién ha excomulgado a la hermana.


Esta contesta que prefiere todas las excomuniones y males del mundo a seguir habitando dentro de las paredes de un convento. Añadió: que la vida allí dentro se le hacía imposible y que recibía con frecuencia malos tratamientos que no había podido evitar de otro modo. Una novicia que ha salido del convento después, ha dicho que la citada monja estaba loca”.[5]


De nuevo la locura hace acto de presencia para favorecer a quienes posiblemente estuviesen jugando las cartas del diablo. En siglos como los que estamos tratando y donde la Iglesia tenía tenencia de poder absoluto, simplemente con aplicar el termino locura, se desvanecían todos los comentarios en contra de la institución.

Los únicos que sacaban a la luz lo sucedido dentro del claustro eran las plumas de los periodistas o escritores, comunicadores que dejaban su crónica en papel para el servicio de los lectores del momento. Hoy en día y gracias a esa labor difusora de quienes ejercitaban y desarrollaban la redacción de los sucesos acontecidos, los investigadores podemos poner en pie temáticas como las que estamos tratando.

Otro ejemplo de malos tratos en un convento lo encontramos de nuevo en Madrid en el cenobio de monjas de la Esperanza situado en la casa número 95 de la calle ancha de San Bernardo. Una monja llamada sor Sagrario, aprovechando un momento de descuido de la portera, salió del convento a la carrera.

Apercibidas de la fuga las compañeras de claustro de sor Sagrario, salieron algunas en persecución de esta, la cual se refugió en una tienda de la calle citada. Allí la monja dijo: que se había fugado del convento y que no volvería a el porque era objeto de malos tratos. Inmenso gentío rodeo la tienda en la cual la monja se había refugiado.

Después se amotinó el público, dirigiéndose más tarde al convento de La Esperanza, haciendo manifestaciones hostiles. Las monjas dieron aviso a las autoridades de lo que ocurría, y estas enviaron inmediatamente al lugar de la manifestación fuerzas de la Guardia civil de caballería y de policía. Estas dieron varias cargas contra los manifestantes, disolviendo los grupos allí forman.

La policía que custodia a la monja dice: que esta ha declarado que huyó del convento por estar en pecado mortal por no haber oído ayer misa. Poco después la monja fue llevada de nuevo al convento, y dice la superiora que la monja fugada tiene mermadas las facultades mentales.


Sor Sagrario tiene a su familia en Monfortes. El convento de La Esperanza sigue custodiado por fuerzas de la Guardia civil y de la policía.

Del suceso corren diferentes versiones haciéndose de él los comentarios de siempre.[6]

En la misma capital del reino se va a fraguar un nuevo escándalo en el noviciado de Las Hermanas de la Caridad de la capital de España. Los hechos sucedieron en el año 1886. Sobre este caso se narraba lo siguiente.





Escándalo en el Noviciado de Las Hermanas de la Caridad de Madrid



“Gran escándalo en Madrid dado por las Hermanas de la Caridad. Tienen estas allí su noviciado para toda España en la calle de las Huertas.

Con ser tantas, tienen más demanda de personal que el que puede suministrar el noviciado, el cual para ser legal y canónico ha de durar un año. Las sores, lo entiende de otro modo, y a los dos o tres meses que cualquier fregatriz divorciada del estropajo se ha calado la toca, la envían a los hospitales y asilos con la entereza y la ilustración que es de suponer en tan breve plazo de tiempo.

Una honrada y piadosa familia tenía en aquel noviciado una joven, la que al poco tiempo de estar allí comenzó a ser maltratada de un modo espantoso. A fuerza de increíbles esfuerzos hizo llegar un aviso secreto a su familia de lo que le ocurría. Sus familiares se presentaron inmediatamente en el noviciado y solicitó ver a la novicia; la superiora se negó amparándose en el reglamento a la manifiesta petición familiar. Insistió la familia en su demanda y la superiora en sus negativas; chillaron y alborotaron los parientes; todo fue inútil, se acudió a la prensa y por último al juez, el cual se presenta en el noviciado y ordena que dejen salir a la novicia para que la vean sus deudos. Aparece la infeliz convertida en un verdadero esqueleto, con cicatrices y señales evidentes de malos tratos, qué en efecto, refiere con detalles que horrorizan. La prensa liberal madrileña de aquellos días refiere y comenta el suceso.  Inútil es decir que la desventurada joven abandonó enseguida aquel funesto noviciado”.[7]

Pocos días antes de este escándalo hubo otro mayúsculo en el convento de trinitarias de la calle de Lope de Vega, próximo al citado noviciado de las hermanas. Una monja profesa se encarama al tejado y desde allí se arroja ala calle. Acuden los vecinos, la monja grita que la atormentan, que la quieren matar; varios espectadores corren en busca de la policía, otros avisan al juez; pero las autoridades civiles se niegan a intervenir en aquel suceso, dejando a la infeliz monja indefensa.

Entre tanto las Trinitarias se apoderan de su víctima, dicen que está loca y la vuelven a introducir en el convento. Por lo visto los conventos son un platel de locos, dados los muchos frailes y monjas que se tildan de demencia. Lo más raro es que a todos les da por escaparse y casi siempre por el tejado, a pesar del peligro evidente de matarse. Otra casualidad en los casos investigados es, que casi todos sufren de manía persecutoria y se quejan de tormentos. El suceso al que nos referimos quedó en el mayor misterio a pesar de los acalorados comentarios del vecindario. Según el articulista que escribió la crónica de este suceso, de la monja fugitiva no se supo más.[8]

Nos trasladamos a la capital del Turia (Valencia) para conocer lo sucedido con sor Filomena, monja profesa en un convento de esta ciudad, y que escapó aprovechando un descuido de la hermana tornera. Cogió las llaves sin que la tornera se diese cuenta y escapa a toda prisa del convento. Ya en salvo refiere a su familia y aun dignísimo sacerdote, que se ha escapado del claustro por miedo a los malos tratos y porque querían obligarla a prostituirse con el capellán del cenobio y otros primates del clero valenciano. Todos violaban la clausura y convertían aquella casa en un foco de sacrílega lascivia. La que se negaba a ser instrumento de estas bacanales monásticas era maltratada con saña increíble. En aquel convento se practicaba el tormento de la sed, el de las cuerdas, el del calabozo y el hambre. Sor filomena era alta, guapa, algo gruesa, muy ilustrada y de modales muy finos, circunstancias que despertaron los instintos brutales de aquellos sementales con sotana. Esta valiente religiosa estaba decidida a suicidarse antes que permitir mancillasen su honor aquellos desalmados de acuerdo con las monjas.

Sus revelaciones trascendieron al público y los clericales comenzaron a perseguirla; pero ella emigró a Francia y se colocó de tenedora de libros en una importante casa comercial de los alrededores de Tarbes.[9]




Desde Valencia nos vamos a Castellón a la caza de lo sucedido en 1912 con una monja fugada del convento de Madres Agustinas cuyo cómplice en tan singular aventura va a ser su propio hermano. La noticia vino registrada en varios periódicos del momento como El Adelanto de Salamanca, con fecha 23 de febrero del año indicado y del que extraemos la siguiente crónica.

“En el periódico el Adelanto de Salamanca, con fecha 23 de febrero de 1912, cuenta lo sucedido en Castellón con una monja fugada del convento de una forma muy peculiar y teniendo cómplices fuera para poder llevar a cabo su gesta. El diario contaba lo siguiente al respecto.

Dicen de Castellón, qué del convento de madres Agustinas del pueblo de San Mateo, se fugó ayer una monja descolgándose a la calle por las tapias del jardín que mide cinco metros de altura. Se cree, qué para llegar a este fin medió entre la monja y su familia un acuerdo, pues la monja fue ayudada en su escapatoria por dos hermanos huyendo los tres en un carrito que habían dejado a corta distancia. La monja fugada lleva en el convento la friolera de dieciocho años.

Para preparar la fuga se valió de un escrito que ocultó entre un ramo de flores que regaló a la superiora del convento a la familia de la monja”.[10]

Escandalo monumental en Carcajente (Valencia). Teatro de la acción el convento de dominicas. Los hechos vienen narrados en El Cantábrico: Diario de la mañana con fecha 22 de junio de 1901.

En el convento de dominicas de Carcajente se celebraba el acto de profesar de la novicia Vicenta Gomis, cuando de pronto se oyeron en el coro voces de <<quiero decirlo todo, no ahogarme; me habéis engañado>>.

Acallado el motín, se volvió a reproducir dos horas después, volviendo la monja a gritar y a insultar a sus hermanas desde una celosía. A las 12 de la noche de aquel mismo día, se oyen voces desesperada de la monja que pide socorro; el vecindario se indigna y el ruido de estos sucesos se extiende por toda la provincia. El periódico El Pueblo de Valencia, envió a su redactor Bernat que averiguó todos estos líos y los hizo públicos. Desde un tejado que dominaba el jardín del convento, vio a dos monjas jugando con el hortelano con bromas y retozos nada edificantes. Al observar que los miraban se retiraron y el hortelano entró con ellas en la clausura. Una monja dijo a la alborotadora: <<chica, cuéntaselo todo al periodista. Nos importa un pito.>> La otra respondió: <<se lo diré al arzobispo o al gobernador. ¡Infames! ¡Hipócritas!>> Fue atada y encerrada en un desván y golpeada por el capellán, el sacristán y un joven amigo de las monjas. Se llamaba esta infeliz Carmen Cabrera Martí, en el claustro, Sor Imelda, tenía 25 años. Ejerció un año el cargo de Portera. Entró para cantora, sin dote. El convento estaba dividido en dos bandos; y el que mandaba, o sea el de la superiora, trataba al otro como a perros. Las declaraciones que hizo Sor Imelda de los tormentos que le daban, causaron gran sensación. Se enteró su familia y mandó a un abogado, el señor Manaut de Valencia. La monja declaró, que quería salir porque la superiora había jurado matarla; que la noche del escándalo entraron en la clausura el sacristán y un amigo suyo y la dieron una paliza y la encerraron bajo llave; que por las noches oía toser a un hombre en la celda de la priora. Las monjas alegaron que todo era falso, que estaba loca. Se la sometió a examen médico y la ciencia declaró que no había tal locura.[11]




En Reus (Barcelona) sucedió un caso curiosísimo con una monja, esta para conseguir su objetivo, fugarse del convento y poder llegar hasta Francia sin ser descubierta, se va a disfrazar de hombre siguiendo los pasos indumentarios de la monja alférez. Los malos tratos conventuales estaban presentes en esta crónica, así como otros matices salpicados de amor reciproco.

Monja fugada de Reus.
“Telegrafían de Barcelona, que después de tomar billete para Cerbere (Francia), ha sido detenida en la estación de Francia una pareja que llamó la atención de la policía por el ridículo aspecto con que uno de los dos individuos aparecía torpemente disfrazado de hombre.

Trasladados los detenidos a las oficinas del Gobierno civil, resultó que ella era una monja de San Vicente de Paul y que se fugó de Reus llegando a Barcelona acompañada de Florencio Valloste, carretero del manicomio en que dicha religiosa prestaba servicio.

Los detenidos han dicho: que se marchaban a trabajar a Francia donde pensaban ser felices. La monja es natural de Canarias y ha manifestado que era objeto de malos tratos por parte de sus hermanas en religión. Llevaba cuatro años de monja. Es joven, alta, morena y con ojos negros. Parece hablar sinceramente.[12]

Otras noticias que nos encontramos sobre esta fuga monjil y que nos dan más detalles de la monja y su acompañante, la hallamos con fecha 7 de julio de 1902 en el periódico El Liberal: órgano democrático de la isla de Menorca, periódico que nos narraba lo siguiente.

…ella es una mocetona fornida, alta, con modales y actitudes hombrunas, con taje modesto y tan mal llevado que parecía un disfraz, era sencillamente una monja a quién habían tentado los encantos de su compañero, un jovencito modestamente vestido de labrador, de semblante apocado y que era la verdadera antítesis de su compañera.

Del interrogatorio a que fueron sujetados resultó lo siguiente: la joven llamada Alejandra Magdalena, de 25 años, hija según manifestó, de una acomodada familia de Canarias. Ingresó hace cuatro años como novicia en un convento de San Vicente de Paul, de la ciudad de Cádiz. Después de un par de años de noviciado fue trasladada a Reus y destinada a cuidar de los enfermos del manicomio de dicha ciudad.

Allí fue víctima de malos tratamientos a los que no estaba acostumbrada ni esperaba en un lugar considerado sagrado, y estos fueron tales que la acarrearon una dolencia que la hacían sufrir enormemente. En vista de ello pidió a la superiora que la permitiera volver con su familia, petición que obtuvo la más rotunda negativa cantas veces fue formulada. Desesperada, escribió a los suyos, pero de ninguna de las cartas obtuvo contestación, lo que hace sospechar fueron interceptadas.

Estando en esta dolorosa situación, conoció a un joven llamado Florencio Ballester, enfermero o dependiente como ella en el manicomio, quién también tenía unas penas que le roían su corazoncito: ambos se confiaron sus pesares, se contaron sus cuitas, estableciéndose entre ellos una dulce intimidad y reciproca conmiseración.

Florencio abandonó el manicomio dirigiéndose a su pueblo llamado Sarral en Tarragona, y es de suponer, que ambos fraguaron el plan que más tarde pusieron en práctica.

Alejandra, viendo la imposibilidad de que se abrieran pacíficamente para ella las puertas de la casa donde estaba recluida, resolvió franquearlas con astucia y al efecto se proporcionó unas sayas de lana rayadas, un corpiño o matiné blanco con manchas negras, un pañuelo de seda de color para sustituir la blanca toca y ocultar la rapada cabeza y vestidas con estas prendas salió a la calle, no sin cerrar las puertas para que no la persiguieran tan fácilmente.

Se trasladó luego a Reus desde cuya ciudad escribió al Ballester dándole cuenta de su nueva situación. Apenas recibida la misiva el Ballester se trasladó a la ciudad indicada, reuniéndose con la Alejandra en la casa de huéspedes donde se había refugiado. Al siguiente día resolvieron ambos venir a Barcelona donde permanecieron dos días resolviendo marcharse a Francia, donde fueron detenidos como hemos indicado. La pareja quedó en el edificio del Gobierno civil en espera de resolución definitiva.

Respecto al mismo asunto, <<El Diluvio> en su edición de la tarde del viernes, se expresa con respecto a este tema como sigue:

“La exmonja Alejandra Magdalena, fugada como saben nuestros lectores del manicomio de Reus, fue llevada hasta el asilo del Buen Pastor; pero la joven desengañada de lo que es la vida monacal, y conociendo ya el paño, al ver el convento se volvió atrás, negándose rotundamente a ingresar en el mismo, haciendo valer sus derechos a la libertad que le concede el ser mayor de edad. En vista de la oposición, la joven fue nuevamente conducida al Gobierno civil en donde le aguardaba su compañero”.[13]




Al menos esta monja no decidió fugarse sola del convento y decidió definitivamente emprender una nueva vida, y es que ciertas necesidades naturales del hombre, no se pueden reprimir por más que lo diga un libro escrito por los mismos seres humanos. Si encima te encuentras y vives en tus carnes, el agravio y el castigo de aquellas religiosas con las que estas obligada a convivir, no es de extrañar que encontremos noticias como las que venimos relatando.

Los finales del siglo XIX y principios del XX, fuero años de fugas conventuales por doquier. Cuando uno bucea en las hemerotecas de prensa buscando información sobre estas situaciones, uno se encuentra sucesos que vienen subrayados por este tipo de actuaciones, donde la racha de monjas prófugas es toda una constatación.

Con fecha 14 de agosto de 1908, el Diario de Alicante en su número 458, nos contaba lo siguiente:

“Telegrafían de Salamanca, que se ha fugado de su convento de monja, la joven Antonia García. El suceso produjo alarma. La fugada es una preciosa muchacha de veinte años, refiere horrores del interior del convento y dice que ha huido por el temor de que sus compañeras la asesinaran”.[14]

Otro episodio de esta peculiaridad lo encontramos en un convento de monjas clarisas en San Martín de Don Valle de Tobalina (Burgos), la crónica la ofrece El Diario de Burgos un 28 de marzo de 1905 y la pluma del escritor conto lo que se pueden imaginar.

“Del convento de monjas de San Martín de Don (Valle de Tobalina), se ha fugado una religiosa de veintidós años arrojándose de una ventana.

Cuenta la religiosa, que las demás monjas le causaron quemaduras en las manos por no entregar 4000 pts de dote.Inmediatamente, se dirigió a los baños de Sobrón donde fue atendida, proporcionándole ropas en una casa próxima al balneario. Rogaba de rodillas, que intercedieran por ella para que no volviese al convento, porque las monjas le querían quemar la cama.

Enterado del suceso el señor cura párroco de Sobrón, D. José Hieta, trabajó para disuadirla, haciéndola ver el escándalo a que pudiera dar lugar su conducta. El señor Hieta cree, por lo que ha podido observar, que la referida monja está loca. En aquella comarca se hacen muchos comentarios de este suceso. La monja fugada ha sido recluida nuevamente en el convento”.[15]

Las fugas no cesan de estos lugares consagrados a Dios. En Almería nos encontramos con uno de esos casos que ayudan a entender la realidad que se vivía intramuros de algunos conventos españoles. La fuga de una monja va a servir para aclarar las actuaciones lujuriosas de algunas monjas y otros detalles. En este caso, la mala suerte va acompañar a nuestra protagonista.

“Se arroja por una ventana del convento de Santa Clara de esta ciudad, la religiosa sor Ángeles; se rompe las piernas a consecuencia de la caída y muere de resultas de sus heridas en el hospital. Un hermano suyo hace reclamaciones y pide justicia y es desatendido por todo el mundo. La monja postrada en el lecho, delante de los jueces y de las hermanas de la caridad, declara que su convento es un antro de corrupción y que se ha escapado de allí para evitar los tormentos que la daban. Cita casos de repugnantes inmoralidades entre las monjas, las cuales también se entregaban a los curas que violaban la clausura, y a ella la quisieron obligar a lo mismo, y decían, que en eso consistía el sacrificio de la pureza y otras la invitaban a que se entregasen a los confesores P. Benigno y P- Trinidad. Empieza a citar los nombres de las monjas que tenían hijos, sor M…sor N… que tiene un hijo monaguillo, una lega llamada Carmen, sor A…, y otra llamada Pepa.

Se negó a tomar los alimentos y medicinas que pasaban por manos de las hermanas de la caridad, temiendo la envenenasen y se hizo leer la declaración antes de firmarla. ¡Vaya una loca! Su hermano fue perseguido a muerte.

Fallecimiento de la monja
A las tres de la madrugada de anteayer y cuando estaba cerrada nuestra edición del martes, dejó de existir en el Hospital Provincial la que en vida se llamó Doña Encarnación Gálvez Sáez. A la media noche ya se encontraba la enferma en un estado tal de gravedad, que inspiró cuidados serios a las personas encargadas de su asistencia.

A las dos y media pidió que la levantasen para realizar ciertas diligencias orgánica como así lo hizo, produciéndose entonces, según las noticias que nos dieron en aquel establecimiento benéfico, una hemorragia intestinal que le acarreó la muerte, pocos instantes después de hacer aquel servicio.

Inmediatamente después del fallecimiento de Sor Ángeles, avisaron al convento de las Claras algunos empleados del citado establecimiento benéfico, recibiendo aquellas monjas la triste noticia, según nos han dicho, con una serenidad que subleva el ánimo y arranca del corazón viril protesta contra las que aún tuvieron los arrestos gallardos de las hembras.

No nos causa extrañeza la conducta de aquellas mujeres que no se informan del estado de Sor Ángeles durante su enfermedad, que saben su muerte sin inmutarse y que nada procuran, para enterrar dignamente a la que durante ocho años compartió con ella sus tareas conventuales.

La actuación de las clarisas no ha podido ser más antipática. Se necesita ser de una condición que asquea y de una naturaleza degradada para olvidar, como lo ha hecho la mencionada comunidad, aquellos deberes primordiales que debieron cumplir con Doña Encarnación Gálvez. Ya sabe pues el pueblo de Almería”.[16]



Tomamos del Liberal de Alicante la siguiente noticia sobre una monja que decidió dejar el convento teniendo la fuga como elemento ejecutor de su salida. Los hechos ocurren el 29 de enero de 1891.

“En la ciudad de Elche se fugó anteayer mañana, una monja profesa del convento de Santa Clara, haciendo su evasión por una acequia que atraviesa por el huerto del convento donde bajó con el pretexto de lavar ropa.

Con agua muy próxima a la cintura, atravesó un buen trayecto hasta llegar a una compuerta por donde salió a la calle, dirigiéndose a la estación de ferrocarril con objeto de tomar el tren para marcharse hasta Alcoy donde tiene a su familia y de donde es natural. La fugitiva monja se halla en casa del notario de aquella ciudad D. José Gómez, cuya caritativa familia le ofreció hospedaje.

Según nuestras noticias, el motivo de haber tomado la profesa semejante resolución, obedece a disgustos con la comunidad”.[17]

De nuevo en Madrid nos encontramos con un nuevo escandalo monjil que se hace público y notorio en 1899, y que algunos periódicos del momento dan detalles de lo sucedido en dicho cenobio.

Monja fugitiva Convento de la Esperanza en Madrid
“EN 1899 en la capital de España, sucedió lo siguiente: las Monjas de la Esperanza, se dedican a la asistencia de enfermos ricos, dejando los de poco pelo a las siervas de María y a las Josefinas. Tienen un gran edificio al final de la calle de San Bernardo, en la Corte.

El día 17 de diciembre, el obrero Eugenio García Delgado, pasaba por aquel sitio en compañía de su mujer cuando se fijaron que en el suelo había un papel escrito. Lo recogieron y leyeron con asombro lo siguiente:

“A la persona caritativa que encuentre este papel. Soy una infeliz mujer a la que están dando tormentos horribles y si no me socorren, pronto moriré. Estoy encerrada en este convento desde hace dos meses, sin comida, desnuda y martirizada. ¡Por Dios! Dé V. parte a la justicia.”

Los dignos obreros así lo hicieron, el escándalo en todo Madrid fue morrocotudo. Intervino la autoridad y sucedió lo de siempre. Las monjas dijeron que se trataba de una loca, que no había tales tormentos, que todo era mentira, etc., etc. Se dio la razón a las monjas y la infeliz atormentada quedó en su poder, y bien cara pagaría su tentativa de libertad.

En este mismo convento ocurrió otro caso parecido en 1908. El periódico el Adelanto de Salamanca en su número 7360, de fecha 19 de junio de 1908, exponía la siguiente crónica sobre lo sucedió.

En el convento de monjas de la Esperanza, situado en la casa número 95 de la calle Ancha de San Bernardo, de esta corte, tuvo lugar ayer un suceso del que se hicieron comentarios para todos los gustos.

Una monja llamada sor Sagrario, aprovechando un momento de descuido de la portera, salió del convento huyendo de él. Apercibidas de la fuga las compañeras de claustro de la fugada, salieron algunas en persecución de la misma, la cual se refugió en una tienda de la calle citada.

Allí la monja dijo: que se había fugado del convento y que no volvería porque era objeto de malos tratos. Inmenso gentío rodeo la tienda en la cual la monja se había refugiado.

Después se amotinó el público, dirigiéndose más tarde al convento de La Esperanza, haciendo manifestaciones hostiles. Las monjas dieron aviso de lo que ocurría a las autoridades y estas enviaron inmediatamente al lugar de la manifestación fuerzas de la Guardia civil de caballería y de policía. Estas dieron varias cargas sobre los manifestantes, disolviendo los grupos allí formados. La policía que custodia a la monja dice que ha declara sor Sagrario; que huyó del convento por estar en pecado mortal, por no haber oído ayer misa. 

Poco después fue llevada la monja al convento. La superiora dice: que la monja tiene perturbadas las facultades mentales. Sor Sagrario tiene a su familia en el pueblo de Monforte. El convento de La Esperanza sigue custodiado por la Guardia civil y fuerzas de la policía. Del suceso corren diferentes versiones, haciéndose del cenobio los comentarios de siempre”. [18]



Nos trasladamos a Segovia en busca de un caso inaudito de cremación monjil. Los hechos suceden en agosto de 1889 en un convento de monjas de la población mentada, y donde al final la solución eclesiástica para acallar los rumores sobre lo ocurrido, pasa por obsequiar al posible locutor de los hechos con algo que le sea apetecible y atrayente. Los hechos ocurridos son los siguientes.

“En agosto de 1889, en la ciudad de Segovia, en un convento de monjas un día al amanecer vieron varios vecinos que salían del convento varios frailes de tapadillo y con muchas precauciones. Eran procedentes de Filipinas y habían tomado una casa inmediata al convento, con el que hicieron comunicación. Una religiosa observante no pudo en conciencia callar aquel abuso y lo denunció al obispo. Se arma en el convento la gran escandalera y surge un incendio en el cual ¡oh casualidad! Solo se quemó y pereció la religiosa denunciadora. Las monjas se lo avisan a su hermano, que lo era D. Calixto Andrés y Tomé, empleado en la nunciatura. Marcha este a Segovia y quiere ver el cadáver de su hermana, y ¡otra rareza! El cadáver de la monja quemada no aparece por parte alguna. Se hacen públicas estas cosas, el público silba a los frailes en las calles, pone a las monjas como trapos. El obispo aterrado ante las proporciones que toma el conflicto llama al sacerdote D. Calixto, y le ruega que por el bien de la religión desista de sus pesquisas e indagaciones sobre la muerte y paradero de su hermana. Calla el clérigo y al poco tiempo vio recompensado su silencio siendo elevado a la categoría de asesor de la nunciatura o una cosa análoga”.[19]

En Trujillo (Cáceres) una monja se escapa del claustro por los malos tratos recibidos. El tormento en los conventos fue una realidad que se manifiesta en documentos como los que estamos observando y que salpica a determinados cenobios en momentos determinados de su historia.

“A primeros de enero de 1886, se escapó del convento de monjas de Trujillo una religiosa. El público de estremeció de horror al escuchar los tormentos y malos tratos que la monja refirió le había aplicado. Azotes, ayunos, encierros, pellizcos, ataduras que penetraban en las carnes, hacerle lamer el suelo, horas enteras de rodillas con los brazos extendidos en cruz, trabajar hasta caer desfallecida, sin fuerzas etc. Intervinieron las autoridades y se ocupó de este caso toda la Prensa Liberal. Los clérigos quisieron explicar y defender la cosa; pero lo hicieron débilmente. Al final se echó tierra sobre este suceso”.[20]

Muestra siguiente protagonista, es una bella dama que decide entrar en un convento, llevando sobre ella la carga de ser persona con una importante hacienda. Las monjas del cenobio que de tontas no tienen un pelo, comenzarán a indagar para que la nueva compañera comience a ir soltando bienes y posesiones en favor del claustro. La jugada no le salió muy bien a las veteranas, y ello provocó, que a la recién llegada se le quitase las ganas de seguir en aquel mundo avaro, y poner pie en polvorosa. La historia de esta monja innominada se fraguó en Miranda de Ebro (Burgos) y de ella se cuenta lo siguiente.

Monja fugada Miranda de Ebro 28 de marzo de 1905

“En Miranda de Ebro a ocurrido un suceso llamado a producir gran escándalo por las circunstancias que en él han ocurrido. Hallábase recluida en el convento de San Martín, cierta dama, de 27 años de edad, de singular hermosura y no escasa fortuna. Enteradas las monjas de que la nueva compañera era poseedora de bienes terrenales que podían mejorar la situación angustiosa en la que la comunidad vivía, decidieron hacer cuanto humanamente fuera posible para lograr aquel fin; y como nada aconseja peor que la avaricia, emplearon con la recluida todo género de medios. Comenzaron primero por la súplica, después la amenaza y por último, el castigo más cruento.

Lo que aconteció fue, que aprovechando un instante favorable la monja perseguida por sus posesiones, esta se fugó de su encierro saltando por una ventana presentándose a las autoridades con las manos heridas y extensas quemaduras producidas, según declaración, por haberse negado a entregar su dote en favor de la comunidad.

El hecho ha causado gran sensación en Miranda y las autoridades han comenzado a instruir diligencias”.[21]

Evidentemente, el maltrato en los conventos fue una realidad que se ejerció dentro de los cenobios y que venía aprobado dentro de las reglas de la misma orden conventual.

Saquen sus propias conclusiones


[1] El Tormento en los Conventos. Fray Gerundio. Pag 145-146. Barcelona Tipografía de Valls y Borras.

[2] El Dia de Palencia. Defensor de los Intereses de Castilla. Año XVI. Número 5130, 21 de noviembre de 1905.

[3] El Adelanto. Diario Político de Salamanca. Número 7020. 17 de mayo de 1907.

[4] La Voz Montañesa: periódico político, administrativo y de intereses generales: Época Tercera. Año VII Número 1470 - 4 septiembre 1879

[5] El Correo de España. Periódico ilustrado de intereses españoles. Número 93. 8 de marzo de 1896.

[6] El Adelanto: Diario político de Salamanca: Año XXIV Número 7360 - 1908 junio 19

[7] La Victoria: semanario de Béjar: Año XV Número 726 - 1908 junio 27

[8] El Tormento en los Conventos. Fray Gerundio. Pg. 148-149. Barcelona Tipografía de Valls y Borras.

[9] Ibid. Pág. 147-148

[10] El Adelanto de Salamanca. 23 de febrero de 1912.

[11] El País. Número 5082. Domingo 30 de junio de 1901.

[12] El avisador de Badajoz: periódico de intereses generales: Año II Número 68 - 1888 noviembre 29 

[13] El liberal del órgano democrático de la isla de Menorca: Año 22 Número 6303 Edición - 1902 julio 7

[14] Diario de Alicante: Año II Número 458 - 1908 agosto 14

[15] El Diario de Burgos. 28 de marzo de 1905. Número 4297.

[16] El radical: diario republicano: Año V Número 1275 - 1906 octubre 25

[17] El diario de Orihuela: periódico de noticias e intereses materiales: Año VI Número 1325 - 1891 enero 31

[18] Fr. Gerundio. El Tormento en los Conventos. Barcelona, Tipografía de Valls y Borras.

[19] Ibid. Pág. 155-156

[20] Ibid. Pág. 142-143

[21] Heraldo de Zamora: Diario de la tarde. Defensor de los intereses morales y materiales de la provincia: Año XI Siglo II Número 2411 - 1905 marzo 28