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  • Los Herejes del Guadiana Fronterizo
  • Los Milagros de la Virgen de la Luz de Moncarche
  • Los Moriscos de Hornachos Crucificados y Coronados de Espinas

lunes, 13 de mayo de 2024

 


Plano del orden de batalla de las armadas en la batalla de Lepanto.


El primero de los objetivos de la Santa Liga (1571) fue reclutar una armada de galeras para enfrentarse a la armada turca. Finalmente, se dispusieron 206 galeras y 6 galeazas (grandes galeras fuertemente artilladas) al mando de Juan de Austria, Luis de Requesens, Álvaro de Bazán, Gianandrea Doria, Agostino Barbarigo y Marcantonio Colonna. El 7 de octubre de 1571 se encontraron enfrente con algo más de 300 naves turcas en la costa de Naupactos, en el golfo de Patrás. La superioridad de la Liga le vino dada por su cañonería (los turcos preferían con mucho barrer las cubiertas con flechas) y la calidad de la infantería española embarcada. La batalla no fue sino un combate de infantería sobre barcos.

El combate se planteó por parte de la Liga en tres bloques: uno junto a la costa, con galeras venecianas comandadas por Agostino Barbarigo; uno central, comandado directamente por Juan de Austria y Marcantonio Colonna, y uno hacia mar abierto, bajo el mando de Gianandrea Doria. La reserva quedaba al mando de Álvaro de Bazán. En el choque central la nave almirante turca, la Sultana, a punto estuvo de tomar al almirante de la Liga, la Real, pero la ayuda de las galeras de Marcantonio Colonna invirtió la situación y se consiguió tomar la almiranta turca, aniquilando a toda su tripulación, incluyendo al almirante Ali Paschá.

Al final del día la Liga había hundido 50 barcos, tomado unos 140, hecho 10.000 prisioneros turcos y liberado miles de galeotes cristianos.



A pesar de la contundente victoria («la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes ni esperan ver los venideros», en palabras de Miguel de Cervantes –que combatió en la galera Marquesa– en el prólogo a su don Quijote) ni la Liga ni España ni Venecia supieron sacar provecho de ello. Dos años más tarde, la armada turca se había repuesto completamente y Venecia cedía Chipre al imperio otomano.




miércoles, 18 de enero de 2023

 Pueblo de Teotenango, en el valle de Matalcingo, en Nueva España. 1582






Representa la planta de una ciudad ubicada al pie de un cerro pedregoso y arbolado [tetéptl], cuyo perímetro queda delimitado por una muralla. Aquí se ubicó un centro ceremonial prehispánico que no queda representado. En la parte central del cerro se dibuja una iglesia con la glosa "ermita" y junto a ésta la leyenda "este es el peñol donde solía estar el pueblo".

La ciudad presenta una traza en damero o retícula ortogonal, la plaza ocupa el espacio central con la horca y la picota en su centro. Alrededor de ella se ubican sus principales construcciones.

Los edificios están representados con bastante detalle. Destacan la iglesia, dibujada con patio rodeado de muros almenados, las casas del corregidor, del clérigo y la fuente [actual manantial de San Pedro]. En un extremo de la iglesia se encuentra la casa de la comunidad y la leyenda "este pueblo de Teutenango descendió del peñol a este llano y está por sus calles trazada como México".

De la montaña surge una corriente de agua que llega a la fuente y cruza la población hasta el matadero de novillos, o carnicería, ya en las afueras.

De las esquinas de la ciudad, excepto de la inferior derecha, parten caminos. Uno de ellos sirve de comunicación con los pueblos sujetos de San Francisco [Tetetla], San Mateo [Texcalyácac] y San Miguel [Balderas], que aparecen representados mediante una retícula con iglesia o capilla en el centro.

Glosas identificativas de lugares y construcciones

Fue realizado en cumplimiento de la Real Cédula dada por el rey Felipe II, de 25 de mayo de 1577, con la "Instrucción y memoria de las relaciones que se han de hacer para la descripción de las Indias" (Relaciones geográficas de Indias).


jueves, 1 de diciembre de 2022

 



La Cueva de San Ignacio de Loyola en Manresa






En este año celebramos dos aniversarios ignacianos, se cumplen quinientos años de la conversión de Ignacio de Loyola y cuatrocientos de su canonización, que tuvo lugar en 1622. Para contribuir a la conmemoración de ambos acontecimientos hemos seleccionado un documento relacionado con este tema. Se trata de una descripción de la cueva utilizada por Ignacio de Loyola en dicha localidad para sus meditaciones, realizada a instancias del padre Luis Vidal, rector del colegio jesuita de Manresa, para enviar al padre Andrés Lucas, jesuita del colegio de Granada, para que le sirviese de ilustración en la historia que sobre la vida de San Ignacio estaba preparando. 

Ignacio llegó a Manresa el 25 de marzo de 1522 procedente de Montserrat. Su idea inicial era permanecer aquí unos pocos días y seguir camino hacia Barcelona para embarcarse hacia a Roma y desde allí marchar en peregrinación a Tierra Santa. Pero cambió de planes y decidió quedarse en Manresa, alargándose su estancia durante once meses, hasta finales de 1523 que partió para Barcelona y continuó con su idea inicial. En esta ocasión sí pudo cumplir con su deseo de llegar a Tierra Santa. Manresa se convertirá, por tanto, en un punto de referencia fundamental de esta etapa de su nueva vida.

Antes de entrar en Manresa visitó el santuario de Nuestra Señora de la Guía donde se detuvo para orar y a continuación se dirigió hacia el puente viejo para acceder a la ciudad. Desde allí se podía ver un monte con una pequeña ermita en su cima dedicada a San Bartolomé, “el puig de San Bartolomé”. Debajo, en su ladera, existían una serie de cavidades naturales excavadas por el río Cardoner, una de las cuales se convertiría en el lugar elegido por Ignacio como lugar para sus largos retiros de penitencia y oración.

Una vez dentro de Manresa Ignacio se dirigió hacia la Seo y a continuación al hospital de pobres de Santa Lucía, lugar que fue su principal residencia durante su estancia en esta ciudad y que años después se convertiría en la sede del colegio de la Compañía de Jesús.

Nuestro documento se inicia situándonos en la ciudad de Manresa, dándonos su situación geográfica y algunas breves notas históricas, destacando algunos hechos que la hacían singular, y a continuación dedica unas cuantas líneas a describirnos el hospital de Santa Lucía, mencionando el Éxtasis que Ignacio experimentó allí. Nos informa también de cuáles fueron sus primeros pasos por la ciudad y a continuación nos ofrece una descripción detallada de la cueva utilizada por Ignacio, situándola en relación con Manresa, la distancia que la separa de la misma, la forma que tenía, su tamaño, forma, etc. Esta era una cavi

dad natural, de no mucha profundidad y altura, formada durante el Terciario por la erosión del río Cardoner, por encima del cual se alzaba unos 30 metros. Su entrada estaba protegida por zarzas y maleza que dificultaban el acceso a su interior y desde ella se tenía una vista privilegiada de la ciudad de Manresa e incluso de Montserrat. Pese a lo abrupto de la entrada de la cueva, el monte donde se encontraba era un lugar lleno de huertos y arboledas por lo que era conocida esta ladera como valle del paraíso. Según una tradición fue en esta cueva donde Ignacio redactó sus ejercicios espirituales dictados por la Virgen María, aunque no todos los autores que se ocupado de este tema están de acuerdo.



Una vez que Ignacio abandonó Manresa la cueva se colocó encima de la entrada una cruz en recuerdo de su estancia cerrándose con puertas para protegerla. En 1603 fue donada a los jesuitas y en este mismo año se inició la construcción de una capilla dedicada a San Ignacio en el terreno encima de la cueva para posibilitar una mayor cantidad de visitantes que la estrechez de la misma no permitía. Se llevaron a cabo también algunas obras de mejora para facilitar el acceso a ella y además se excavó para darle mayor profundidad y convertirla así en un santuario ante la gran demanda de visitantes. De los 2,5 dos metros que tenía en tiempo de Ignacio se efectuó una primera ampliación a 6,5 metros en 1606. Finalmente, en 1661, se amplió hasta alcanzar los 11,50 metros que tiene en la actualidad.

 El documento nos da noticia de un hecho extraordinario acaecido el 30 de julio de 1627, víspera de la festividad de San Ignacio durante el canto de las completas. Se trata de un crucifijo en bajo relieve grabado en un rosetón que estaba colocado en la capilla de arriba comenzó a sudar sangre a la vista de los presentes que allí estaban. Dicho rosetón procedía originariamente de la Cruz del Tort, que estaba en el camino real de Barcelona y ante la cual Ignacio se había detenido muchas veces a rezar y había tenido varias visiones. Este acontecimiento, junto con otros, como el aceite de la lámpara que ardía en la cueva o trozos de piedra que los visitantes cogían, a los cuales se atribuían propiedades curativas contribuyeron a extender la fama de la cueva a donde acudían numerosos visitantes, muchos de ellos para dar gracias por la intercesión del santo en la curación de sus males, dejando como recuerdo gran cantidad de exvotos y presentallas como testimonio de su agradecimiento, de los cuales se hace referencia igualmente en el documento.[1]




[1] Archivo histórico Nacional. CLERO-JESUITAS,269,N.19



domingo, 13 de noviembre de 2022

 

El Cura con 299 Hijos al que Perdonaron por Repoblar Trancoso

 


Algunas historias pasan a la historia, convirtiéndose en leyendas que pasan de generación en generación y que aún hoy se cuentan en algunos lugares. Uno de esos casos es el del Padre Costa de Trancoso, cuya historia aún hoy se cuenta debido a que este personaje fue padre de casi 300 niños.

Al menos en Trancoso se cree cierta la historia del cura que tuvo 299 hijos, y muchos vecinos se enorgullecen de ser descendientes de este personaje.

Lo cierto es que Francisco da Costa realmente existió, habiendo vivido en el siglo XV en Trancoso. Aunque pueden surgir dudas sobre el verdadero nombre de este sacerdote, lo que nunca se cuestiona es su capacidad reproductiva, e incluso existen algunos informes precisos que señalan su extensa lista de hijos.

La increíble historia de este sacerdote comenzó en 1487, cuando el monarca portugués le dio autorización para poblar la tierra, orden transmitida por Cédula Real fechada el 31 de agosto de ese año.

Según la leyenda, el párroco se tomó demasiado en serio el título de colono, habiendo llegado casi a la ronda de 300 niños. Para ello, fue necesario restablecer relaciones con 53 mujeres, quienes les dieron los 299 hijos históricos (214 mujeres y 85 hombres).

En cuanto a las madres de tantos niños, 29 hijos y 5 hijas fueron engendrados por siete enfermeras diferentes; y 21 hijos y 7 hijas eran de dos esclavos del Presbiterio. Entre estas 53 mujeres, había incluso familiares del párroco.

Supuestamente tuvo relaciones con 29 ahijadas (que le dieron 97 niñas y 37 niños), con 9 madrinas (que le dieron 38 niños y 18 niñas) y con su tía, Ana da Cunha (de quien tuvo tres hijas). Según la leyenda, el párroco dejó embarazadas a sus hermanas e incluso a su madre, ¡con quien tuvo dos hijos!

Se dice que Francisco da Costa fue juzgado en 1487, cuando tenía 62 años, y fue condenado a ser “desterrado de sus órdenes y arrastrado por la vía pública sobre las colas de los caballos, descuartizado su cuerpo y colocado los cuartos, la cabeza y manos en distintos distritos, por el delito que se le imputaba y que él mismo no contradecía». 

A pesar de la violenta condena, el rey D. João II lo perdonó y fue puesto en libertad el 17 de marzo de 1487 por haber ayudado a poblar la comarca de la Beira Alta, entonces muy despoblada.

Es de ahí que el sacerdote obtuvo el nombre de “gente de las Beiras”. El documento de liberación se menciona en varios escritos de diferentes autores, pero lo cierto es que, a día de hoy, nadie lo ha encontrado todavía.

Por tanto, y dada la ausencia de pruebas, no podemos dar por sentada esta historia, por fantástica que sea. Aun así, la cantidad de hijos que tuvo este hombre, a decir verdad, fue impresionante, y no es de extrañar que tal hazaña haya quedado inmortalizada en la memoria de los habitantes de Trancoso.

Y, como cualquier excusa es válida para conocer mejor la bella Trancoso, te recomendamos una visita, durante la cual podrás comprar algunos sugerentes recuerdos del Padre Costa, como el Té del Padre Costa, además de ilustraciones y tazas con la frase "Padre Costa, el poblador de las Beiras”

 

martes, 8 de noviembre de 2022

 

Primera Carta Bomba Enviada en España

 

El 29 de octubre de 1829 ocurría un hecho sin precedentes: la recepción, apertura e inmediata explosión de la primera carta bomba, usando terminología actual, de la Historia.

 Nos encontramos en los años finales de lo que la historiografía posterior ha dado en llamar la “Década Ominosa”, restauración monárquica tras el Trienio Liberal caracterizado por una persecución sin tregua a todo lo que oliese a liberal.



 Nazario Eguía, Capitán General de Galicia. fue un destacado partidario, a la par que ejecutor, de dicha represión. El relato de lo acaecido en la mañana del 29 de octubre de 1829 fue público y referido profusamente en la época. Siguiendo el relato de Francisco Linaje, por aquella época secretario de Eguía, despachando el general con sus secretarios y oficiales el correo del día “cuando tomó S.E. uno de los pliegos (…). Una espantosa detonación y la sorpresa dejó como petrificados a los circunstantes, cuyo asombro creció al ver a su general vertiendo sangre del rostro, sacar al frente las manos derechas, y observar la levita que tenía puesta, enteramente derrotada por las boca-mangas y parte que cubría el vientre. (…) no hubo de los espectadores quien percibiese, ni remotamente sospechase, que la detonación y su sensible estrago emanase del pliego”. A consecuencia del atentado Eguía perdió la mano derecha, varios dedos de la izquierda y sufrió multitud de heridas debido a los “cuerpos extraños parecidos a tacos de fusil” que contenía la carta.

Dos años más tarde se recibe en el Ministerio de Gracia y Justicia un pliego fechado en Cádiz a 28 de junio de 1831 dirigido a Calomarde “firmado por uno que se titula el Incógnito en el que se me avisaba de tener proyectado algunos malvados de aquella ciudad realizar con mi persona y aun con la sagrada de V.M. el mismo horroroso atentado cometido con el benemérito Capitán General de Galicia D. Nazario Eguía”.

 La recepción de este tipo de escritos debía ser frecuente en la secretaría de Calomarde, y si bien no lo tomó muy en serio “creyéndolo uno de tantos anónimos”, al contener amenaza directa al rey el 10 de julio se manda Real Orden al Gobernador subdelegado de Política de Cádiz. para que se averigüe qué hay de cierto en esa delación anónima.

 Al tiempo que se resuelve esto, en la noche del 11 de julio se recibe en el Real Sitio de San Ildefonso la correspondencia de los correos de la mala de Francia y Andalucía. Según el relato del propio Calomarde:



 “Entre ellos halle uno cuyo primer sobre traía un sello encarnado que al parecer dice O R Y = Andalucía Baja, leyéndose en el segundo =Muy reservada = Al Exmo. Sr. Don. Francisco Tadeo de Calomarde, el cual abierto por mi apareció otro tercero que decía = Reservada Para su Excelencia pues asi conviene. Sin que esto me llamase la atención lo abrí como el anterior, pero viendo un cuarto sobre con la prevención de =reservadísima por depender de esta la existencia del Rey y la de V.E. y notando que tenía más peso que el regular sospeche alguna trama por lo cual y para precaver sus efectos dispuse estando presentes todos los oficiales de la Secretaría que se sumergiese el pliego en un librillo lleno de agua a fin de que se aflojase el papel y abriese allí con un fierro. Hecho de esta manera se vio que además de medio pliego de papel blanco contenía en un gueco perfectamente pegado por las orillas con cola o engrudo una porción de pedazos y polvo de vidrio, cierta materia blanquecina y otra de color verdoso demostrando ser uno de estos proyectiles infernales que la perversidad de los revolucionarios ha inventado y anunciaba el anónimo de Cádiz”.

la mañana siguiente, del 12 de julio, la princesa de Beira, Bárbara de Braganza recibió “otro pliego igual que abierto con diferentes precauciones llegó a producir la explosión” sin consecuencias personales, además del propio rey Fernando VII, cuyo sobre al parecer no se llegó a abrir.

Estos sucesos fueron considerados “demasiado graves para que dejen de tomarse al momento las providencias” necesarias. Decidiéndose, por ello, comenzar inmediatamente las averiguaciones que den con el/los responsables.

En la noche del 17 de julio José González Maldonado, secretario Mayor de la Secretaría de Gracia y Justicia, recoge los fragmentos del “pliego fulminante (que se abrió con alguna reserva) reunió los fragmentos de su carga con otros pegados al papel y para conservarlos mejor los cerró todos dentro de un sobre y que en semejante acto sucedió una explosión, tan fuerte como el tiro de un fusil siendo esta ocurrencia sobre las once de la noche del 17”. Se trataba del pliego que en la noche del 11 Calomarde había mandado abrir tras introducirlo en un lebrillo con agua. El secretario quedó herido en ambas manos, rostro y ojos como consecuencia de los fragmentos de vidrio que contenía como metralla, de los que quedaron algunos restos “dentro del pliego, según su sonido al menearle”, que son los que se han conservado en el expediente ya sin más peligros de explosión (o eso esperamos).

Mientras todo esto sucede en el Real Sitio de San Ildefonso, en Cádiz el Gobernador Político y Militar, José Manso procede “de un modo simulado y eficaz (a) averiguar las circunstancias y cualidades” del denunciado en el anónimo como posible autor del envío: Juan de la Serna Salcedo, secretario Escribano Mayor del Real Tribunal de Comercio de Cádiz. Las primeras averiguaciones no hacen sospechar nada revolucionario en él. En el correo del 20 de julio se recibe “la noticia de haberse verificado el horroroso atentado indicado en el aviso”, decidiéndose en vista de los acontecimientos a un registro en su casa pese no haber sospechas fundadas. El registro de sus papeles y su casa se verifica en la propia noche del 20 de julio, sin encontrarse nada incriminatorio. Se continúan en los siguientes días, dando lugar a un informe fechado en 28 de julio, y al que se adjunta, en una prevención digna de la criminalística moderna, “el papel anónimo con el sobre por si su letra y demás pudiera serle útil para confrontar con otros documentos y esclarecer el autor”, y que se encuentra conservado en este mismo expediente.

 Se cursan además órdenes el 23 de julio a los subdelegados de Policía de las distintas capitales para la averiguación de los autores. Así, en otra vía de indagación, se plantean la investigación del correo que transportaba el bergantín Leopoldo, procedente de Argel y con destino a Almería por si pudiese estar en relación con el envío de estas cartas, pero poco más sabemos del desenlace de este caso por este expediente. No es esta la única documentación que conservamos en la Sección de Consejos Suprimidos del Archivo Histórico Nacional referente a las primeras cartas bomba de la historia. El expediente que hoy ofrecemos como pieza del mes puede encontrarse en una muy particular serie documental denominada Causas Modernas que contiene documentación de la Secretaría del Despacho de Gracia y Justicia y después del Ministerio de Gracia.

Signatura: Archivo Histórico Nacional. Consejos 12223. EXP 16

 La Ruta que Cambio al Mundo


Las islas Molucas poseen casi en exclusiva la producción mundial del clavo y la nuez, que en el siglo XVI valían más que el oro. Los portugueses se hacen con su comercio y trazan la ruta por el cabo de Buena Esperanza. En este comercio los españoles están en desventaja al no tener punto alguno de apoyo, llegan allí después de accidentadas navegaciones, con buques casi deshechos, reducidos los marineros por el escorbuto y los ataques, y con la perspectiva de un regreso imposible. 

La expedición de Elcano es caso único, un verdadero logro de pericia y voluntad. La primera vuelta al mundo de Magallanes y Elcano supuso una nueva concepción del mundo. Se podía regresar a Europa desde las Indias navegando siempre hacia poniente. Sin embargo, el objetivo de la expedición no era otro que encontrar una nueva ruta hacia las islas de las especias. Y antes que ellos fue Colón quien se marcó el objetivo interponiéndose en su camino todo un continente americano. 

Elcano lo vuelve a intentar con la expedición “Loaisa”, en esta expedición embarca un joven de 17 años, Andrés de Urdaneta, sin embargo, sólo una de las naos consigue llegar a las Molucas, muriendo Elcano en el intento. El tornaviaje resulto imposible. 

 Los portugueses que mantienen su ruta en secreto repatriarán a los españoles, entre los que se encuentra Urdaneta, a quien arrebatan su diario y notas. Aunque su prodigiosa memoria le permitiría poner en conocimiento del Consejo de Indias toda su experiencia mediante informes muy interesantes y apreciados. 

En 1553, Urdaneta decide ingresar en un monasterio agustino en Ciudad de México. Tiempo después, Felipe II se muestra interesado en establecerse en las Filipinas, donde los portugueses no se habían asentado, y resolver el tornaviaje, siendo Urdaneta el único que podía asegurar esa vuelta. Los preparativos de la expedición se prolongan cinco años, durante los cuales se genera correspondencia cruzada entre Urdaneta en América y Felipe II en España. Es en ese contexto en el que se sitúa nuestro documento, una memoria en la que Urdaneta informa al monarca de la conveniencia del traslado del astillero al puerto de Navidad por razones de salubridad, se queja de la falta de gente que entienda el oficio y pide que le mande de España mapas, armas y gente especializada, además de apuntar la fecha de salida de la expedición. 

Esta parte desde el puerto de Navidad el 21 de noviembre de 1564, con Miguel López de Legazpi al mando de 2 naos gruesas, un galeote, un patache y una fragata para servir de enlace entre las naos. 

Para cumplir la orden de regreso a Nueva España, el 1 de junio de 1565 Urdaneta sale de Filipinas con rumbo NE hasta alcanzar el paralelo 40 buscando vientos favorables que le lleven de Asia a América, cuyas costas alcanzaría (Acapulco) el 8 de octubre de ese año. 



Resuelto el tornaviaje, quedaría así establecida la comunicación española permanente entre América y Asia sin necesidad de volver por el Océano Índico y la costa de África. 

Durante los siguientes 250 años las naves españolas emplearon esta ruta. En particular el galeón de Manila que recorría el trayecto Acapulco-Manila-Acapulco. Se alimentó un circuito económico en el que la moneda castellana, el real de a ocho de plata, adquirió el valor de divisa internacional. Las demás potencias tardarían muchos años en adentrarse en el Pacífico.




Signatura: Diversos-Colecciones 24, N 52 y Diversos Colecciones: 14, N1158









domingo, 30 de octubre de 2022

 




                      La Casa Encantada de Peñafiel



A lo largo de la Historia han sido frecuentes los casos de casas que se creían encantadas o embrujadas, en las que moraban duendes o brujas, o bien el mismo diablo, siendo normal que en tales casos se acudiera a los curas párrocos u otras instancias eclesiales para tratar de remediar el asunto.

En el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid se ha conservado un curioso pleito en el que, con el fin de anular la venta de una casa en Peñafiel (Valladolid) y conseguir la devolución del dinero pagado por ella, el demandante, su familia y sus testigos alegaban la posesión de la referida casa por una presencia extraña, refiriéndose a la misma como "duende, trasgo o diablo".

El 23 de septiembre de 1589 Lorenzo López interpone una demanda ante el corregidor de Peñafiel contra Diego Martínez Bernal y su mujer Ana de Gracia, vecinos de Ayllón (Segovia), para anular la compra de la casa que le había efectuado en enero de 1588 situada en el barrio de Santa María de Mediavilla de la citada villa de Peñafiel, en precio de 500 ducados y a pagar en dos plazos. El motivo que esgrimía Lorenzo López para tal anulación era la presencia en la casa, desde hacía mucho tiempo, y siendo conocido en toda Peñafiel, de un duende o trasgo que hacía la vida imposible a su familia y criados, en forma de arrojarles diferentes objetos y monedas, hacer fuertes ruidos y alborotos, y en ocasiones golpear a algún miembro de la familia, actuando casi siempre nuestro duende a la media noche y en la parte alta de la casa y en su bodega. Todo ello había motivado en sus moradores un estado de pánico y terror tal que les había forzado a abandonar y cerrar la poseída casa y alquilar otra en la misma villa de Peñafiel, requiriendo por ello al juez la anulación del contrato de compraventa y la devolución del dinero pagado.

Por el contrario, Diego Martínez alegaba, junto a sus testigos, que no existía ningún duende o diablo en la casa y que el susodicho Lorenzo López nunca se había quejado de tan incómodo huésped hasta que no tuvo que afrontar el segundo plazo de la venta, y por el que había sufrido ejecución en sus bienes por no hacer frente al pago de los consabidos 250 ducados, llegando incluso a alquilar la casa cuando se marchó junto a su familia de la misma.

El corregidor desestima la demanda por sentencia de 9 de marzo de 1590. Ante ello, Lorenzo López apela a continuación ante la Real Chancillería de Valladolid, la cual le da la razón en una primera sentencia de vista, obligando a Diego Martínez a que le devolviera 250 ducados, y finalmente los 500 ducados totales de la venta por sentencia de 19 de diciembre de 1590, solicitando Lorenzo López a la Chancillería carta ejecutoria de la misma, la cual sería expedida el 24 de diciembre de ese mismo año.

A través de las diversas probanzas y testimonios que presentó Lorenzo López tanto en la primera instancia ante el corregidor como en la segunda ante la Chancillería, podemos hacernos una idea de las terroríficas situaciones que tuvieron que sufrir él y sus familiares, si es que damos por ciertas sus manifestaciones.

En efecto, las declaraciones de los testigos presentados por Lorenzo López, desde antiguos moradores de la casa en cuestión hasta su propia mujer, hijas y criados, presentan como denominador común los grandes ruidos y alborotos que solían salir tanto de la planta de arriba de la casa, donde se situaba la vivienda, como de la bodega, en el subsuelo de la misma; que les lanzaban objetos diversos y peligrosos como cantos, piedras, monedas, lumbres de fuego, sartenes, cuchillos por las escaleras y ventanas, revolviendo todas las estancias, y todo ello mientras dormían o incluso comían; y que en ocasiones les tiraban del brazo o les daban algún fuerte golpe en el cuerpo, dejándoles amoratados y desmelenados, llegando al punto de que Mariana López, hija del demandante, había sido fuertemente golpeada en la bodega hasta perder el conocimiento por el supuesto duende, habiendo observado también algunos declarantes un “bulto” blanco.

Antonio Ruiz, un antiguo morador de la casa, declaró que “una noche, después de media noche y estando este testigo con dos hermanos suyos en una cama acostados oyó bajar por una escalera que estaba junto al dormitorio, donde estaban, bajar haciendo ruido como de calderas o cerrojos, y al fin de la escalera paró lo que era, y oyó jadear como persona”. También “oyó y vio como por las escaleras de la dicha casa arrojaban y caían por ellas hasta el portal, piñas de casca de pinares y una barra de silla de mula o caballo, cuchillos y otras cosas”.

En relación a la mujer de Lorenzo López, declara que en una ocasión la vio “con unos cuartos (…) y echó los cuartos en el cajón donde tenían el dinero, y al tiempo que se volvió del dicho cajón sonó en el suelo como moneda, y (…) la dijo: “mire si se la ha caído algo, que parece que ha sonado a moneda”; y ella dijo: “será algún medio cuarto que se me había caído y se desvió”. Y vio que era un dedal de mujer, y la susodicha se santiguó diciendo que Marina, su hija mayor, hacía mucho tiempo que había andado buscando aquel dedal y no lo había podido hallar, y que ahora se le habían echado allí”.

Relata otro acontecimiento extraordinario ocurrido sobre la referida Mariana, cuando en una ocasión su madre “subió a mucha prisa alborotada dando voces llamando a la dicha Mariana su hija”, la cual finalmente aparecería “en la dicha bodega (…) en el suelo boca abajo y desgreñada, y la llamaron, y dieron muchas voces, y no respondió. Y este testigo entendió que estaba muerta. Y el dicho Juan Pérez, tundidor, tomó en brazos a la dicha Mariana y la subió por muerta sin menear pie, ni brazo, ni otra cosa de su cuerpo y su vida. Le dieron garrotes y volvió en sí.

Pedro de la Cuesta, zapatero que había vivido también en la casa varios años, relató que en una ocasión “oyó un gran ruido en un montón de hormas que había en la sala de la dicha casa, que las revolvían de arriba abajo, y las abrían y cerraban dando golpes en las cerraduras. (…) Y vio un bulto pequeño y fue tras él la escalera arriba dos o tres veces, y se le iba por una ventana de lo alto de la dicha casa”, y que él y su familia “estaban espantados, diciendo que no sabían que era aquello, si era alguna bruja u duende”.

Otro antiguo inquilino, Diego López de Marquina, declara que una vez “subió a lo alto de la dicha casa a proveerse y hacer sus necesidades, y estándolo haciendo le dieron un zurriagazo por detrás que no supo ni vio con qué porque era de noche, que le espantó y puso miedo, que casi no acertaba a bajar las escaleras, y bajándolas le tiraron un adobe que le pasó por el hombro derecho”. Como se puede apreciar, parece que nuestro "duende" no respetaba a los moradores de la casa ni en sus momentos más íntimos.

La mujer de Diego López, Catalina Rodríguez, declaró que un oficial de su marido que vivía con ellos, una noche mientras dormía “le habían tirado muchas piñas locas a la cama donde estaba, y que se había levantado de la cama y tomando una espada para ver y saber quién le tiraba; y que con la dicha espada había dado en un bulto que no sabía qué era, y que se había tornado a la cama; y que luego le habían quitado la ropa de la dicha cama y le habían dado muchos porrazos”. Así pues, está claro, que nuestro terrorífico huésped no se amedrentaba ante nadie, ni aun haciéndole frente con espada.

La notoriedad del encantamiento de la casa por la vecindad de Peñafiel es manifestada por varios de los testigos, como la anterior, al relatar que “más de diez y seis años a esta parte a oído decir en la dicha villa de Peñafiel públicamente y a muchas personas vecinas, que en la bodega de las dichas casas andaba y anda un duende.

María Sacristán, criada de Lorenzo López, declara que una noche, “subiendo a coger un poco de basura para llevar al río, estando sola la mataron el candil que tenía y la destocaron y arañaron la cabeza y la frente, y la rasgaron el tocado. Y de miedo se quedó desmayada en la escalera y estuvo desmayada sin poder volver en sí”.

La actitud revoltosa del duende no dejaba objeto por tocar. Así declaran: que “una noche, después de acabado de cenar, el dicho Lorenzo López, su amo, se fue y salió de casa, y dejó encima de la mesa en la sala un libro grande de sus cuentas, y su mujer se quedó sentada a la mesa y estaba en ella escribiendo. Y (María Sacristán) sentada sobre un arca, mirando cómo la dicha su ama escribía, vio como por detrás de la dicha su ama a raíz de la pared iba una cosa blanca, y dijo: “señora, mire, que va por la pared una cosa blanca”. Y la dicha su ama se levantó de la silla donde estaba sentada y dijo: “el libro que tenía aquí me lo han llevado”. Y se alborotó mucho. Y luego le fueron a buscar y hallaron el dicho libro que tenían sobre la mesa, dentro de un aposento debajo de la cama del dicho su amo”.

Parece que nuestro duende era un tanto glotón, ya que declara que “por muchos días en la bodega de la dicha casa ponían una mesa con manteles, y sobre ella pan, vino, queso y otras viandas, y que cuando volvían lo hallaban comido y bebido el vino", si bien no le gustaba irse sin pagar, ya que “dos veces hallaron en la dicha mesa dos cuartos”.

Las apariciones siguieron aun con los nuevos inquilinos de la casa encantada, si hemos de creer a los mismos, Francisco García y su mujer Catalina Núñez. Así, esta atestigua: que “una noche estando el dicho Francisco García, su marido, acostado en la cama, esta testigo estaba abajo en la tienda del portal de la dicha casa y se subió arriba a oscuras por no estar sola. Y subía por la escalera arriba rezando en un rosario. Y a la entrada del aposento donde estaba acostado el dicho Francisco García, su marido, a la mano izquierda le pareció que la asieron del brazo y topó con una cosa blanca. Y luego se espantó y dio un grito, y se fue a la cama, y se abrazó con el dicho Francisco García, su marido, y le despertó, que estaba durmiendo, y esta testigo llorando le dijo: “ay amigo que no sé quién me asió del brazo aquí”.

Finalmente, una criada de los susodichos, de nombre María, relata como Catalina López la llamó, junto a otros vecinos, para que contemplaran “unos castillos que decía que había hecho el duende. Y vio esta testigo como en el suelo de la dicha sala estaban hechos unos castillejos de naipes sobre una tabla muy puestos y muy concertados, y la dicha Catalina Núñez decía que los había puesto el duende y decía que no había de vivir más en la dicha casa”.

A lo largo de todo el proceso judicial y los múltiples testimonios incorporados, podemos llegar a entrever el alto grado de superstición popular existente en la Castilla del siglo XVI, utilizándose ésta muchas veces como treta para conseguir determinados intereses materiales como en este caso la anulación de la compraventa de la casa en cuestión. Además, el hecho de que ninguna autoridad eclesiástica interviniera, aparentemente, en los hechos, junto con la sentencia desestimatoria del corregidor, con un conocimiento directo y cercano al asunto del pleito, restaría credibilidad al mismo. Por otra parte, la estimación de la demanda por los oidores de la Chancillería dejaría mucho que desear, ya que se les presuponía un mayor nivel de conocimiento y profesionalidad jurídica que a los jueces inferiores.

desestimatoria del corregidor, con un conocimiento directo y cercano al asunto del pleito, restaría credibilidad al mismo. Por otra parte, la estimación de la demanda por los oidores de la Chancillería dejaría mucho que desear, ya que se les presuponía un mayor nivel de conocimiento y profesionalidad jurídica que a los jueces inferiores.

En cualquier caso, no está de más dejar un cierto margen para la parapsicología y la posibilidad de la existencia de nuestro "malvado duende", dando cobertura así y justificación a la extraña decisión de los oidores.


Signatura: Archivo Historico Nacional.  PL CIVILES,VARELA (F),CAJA 3305,5.