Creencia y fetichismo en Las Hurdes .
Lo escrito está sacado del Congreso Nacional de Hurdanófilos, celebrado en Plasencia, en los día 14 y 15 de junio del año 1908. Biblioteca Nacional de España. MS. R 758. 259
Lo escrito está sacado del Congreso Nacional de Hurdanófilos, celebrado en Plasencia, en los día 14 y 15 de junio del año 1908. Biblioteca Nacional de España. MS. R 758. 259
A poco que me extendiera;
tendría materia para un libro, pues las luces de la cultura, al ahuyentarlas de
las tierras civilizadas, parece que han ido acorralando las supersticiones en
las gargantas y salvajes hondonadas de las Hurdes, como los vientos amontonan
las nubes en los agrestes picos de sus peladas montañas.
Las supersticiones jurdanas,
aparte de mil consejas de las cuales hablaremos en otra ocasión, se reducen
principalmente, a la creencia en duendes, zánganos y brujas.
El duende jurdano no
tiene formas determinada, y tan pronto es una mano fría e invisible que en la
obscuridad de la alcoba se complace en atormentar a sus perseguidos, contándoles
los huesos de la espina dorsal. En otras ocasiones, se convertía en un caballo
alado y herrado, que en el silencio de la noche paseaba cargado de horrísonas
cadenas por las calles de la alquería. Hay quienes cuentan, que se transforma en
negrísimo y descomunal cuervo de temeroso graznido, que se posa en el campanario
y revuela noches entera sobre las chozas del caserío. En Ladrillar, hubo una
temporada en la cual este malévolo duende tenía asustados y encerrados a los
vecinos en sus casas desde el obscurecer hasta el amanecer, hasta que un señor
cura los convenció, de que el duende había muerto a sus manos. Hay quien
asegura haber visto al duende en forma humana.
Un cabrero velaba su
rebaño cierta clarísima noche de Julio en las cumbres de La Gineta, le entró ganas
de fumar un cigarro y al ir a encenderlo, se encontró sin mecha, mustio y desconsolado,
con el apagado cigarro en la boca, tendió la vista hacia el río que a los pies
de la montaña corría, y ¡oh asombró! Vio a un duende descomunal y gigantesco
que, en forma humana, vestido de levita y chistera, descendía del Arroceño y caminaba
rio abajo con un larguísimo puro encendido en la boca, y era tal la estatura
del duende, que mojándose sus pies en el agua del rio, la copa de su sombrero
repasaba los nevados picos de la Gineta y el Capallar. Mas el cabrero no se
asustó; porque, como él decía, quien viste de levita y chistera, aunque sea
duende, por necesidad ha de ser persona decente; y con la mayor naturalidad del
mundo, le pidió lumbre para el cigarro. ¡Toma! le dijo el duende, y sin
necesidad de empinarse, le tendió el puro. Lo cogió el cabrero con ambas manos,
encendió el cigarro, devolvió su puro al duende, y este siguió su camino hasta
perderse por la parte de Nuñomoral, mientras que el jurdano, se fumó el cigarro
tan campante.
Los zánganos son las
brujas del sexo masculino. Estos abundan poco, ya son muy raros los hombres
tenidos por zánganos en las Hurdes; todo lo que más abajo diré de las brujas, a
los zánganos es aplicable y por tanto empecemos con las brujas.
Estas son muy comunes y
rara es la alquería en la cual no haya una, dos y aún más mujeres tildadas de
brujas por sus convecinos. Algunas de estas brujas traspasan los límites de su
caserío y se hacen famosas en todo el concejo.
La bruja jurdana es muy
parecida a las demás brujas peninsulares; envenenan las aguas, hace mal de ojo a
los niños, embruja a los hombres y a los animales, seca los pechos de las mujeres
paridas, etc. etc. No sale por la chimenea montada en una escoba, por la
sencilla razón, de que en las Hurdes no hay chimeneas... y las escobas son muy
raras. Pero tienen sus reuniones nocturnas, en las que cantan y bailan al son
de un pandero tocado por el zángano más viejo de la comparsa. Estas pobres
mujeres pasan una vida de perros. Si los jurdanos no les niegan la sal y el
fuego es por el temor que tienen a sus maleficios; pero este temor que infunden
a sus paisanos, no las libra, en algunas ocasiones, de sendas palizas
propinadas por jurdanos animosos y valientes, que valiente ha de ser el que se
atreva con estas señoras.
No ha muchos años una
pobre mujer, bruja famosa en el concejo de Casares, tuvo que expatriarse porque
sus convecinos se ensañaron en buscarle el cuerpo y molerlo a estacazos.
Todas las desgracias que ocurrían en la comarca eran malos
quereres de la tía... no recuerdo el nombre, pero lo he oído más de una vez. Y
los perjudicados no se andaban con chiquitas; asaltaban la casucha de la pobre
viuda y le ponían el cuerpo como alheña. Hasta que optó por abandonar los
patrios lares para no morir a manos de sus convecinos.
No siempre las brujas son conocidas como tales, y por casualidad,
hay alguna alquería en la cual la opinión pública no señala a ninguna mujer
como bruja; pero en esa alquería, a un jurdano se le muere el pilo, a otro le
dan calenturas, al de más allá se le perniquiebra una cabra, etc. etc.; pues no
hay duda, alguna bruja oculta anda en el ajo; y entonces, para descubrirla
acuden un medio infalible: si el Sr. cura al terminar la misa deja, por olvido,
abierto el misal, la mujer que sea bruja y esté en la iglesia, no podrá moverse
de su sitio hasta que cierren el misal. Mas como el Sr. Cura rara vez se olvida
de cerrar el misal y no todas las mujeres van a misa, de ahí que no logren su
intento, pero el medio es infalible.
Para terminar, diré algo de los amuletos que emplean para
preservarse de los maleficios brujeriles: Poco diré, porque este artículo va
pareciendo la deuda pública según lo que crece. Los principales son: La sarta
de la leche, piedrezuela blanca que cuelgan al cuello las mujeres a las cuales,
lactando un niño, se les ha retirado la leche.
la sarta de las calenturas, piedrecita negra que tiene la virtud de cortar las calenturas. Estas sartas son un tesoro para sus poseedores, quienes las prestan a no bajo precio, y son aveces, causa de graves disgustos entre los herederos del afortunado dueño de la sarta.
la sarta de las calenturas, piedrecita negra que tiene la virtud de cortar las calenturas. Estas sartas son un tesoro para sus poseedores, quienes las prestan a no bajo precio, y son aveces, causa de graves disgustos entre los herederos del afortunado dueño de la sarta.
Pero el más famoso de todos los amuletos son los testículos de zorro. Quien lleve consigo unos testículos de zorro conveniente mente preparados y encerrados en una bolsita de lienzo, puede hacer frente a todos los duendes, zánganos y brujas del universo. Este amuleto ha llegado a venderse al precio de 10, 12 y 15 duros. Las estafas a que este y los anteriores amuletos pueden dar y han dado ocasión, no son para contadas.
Se sirven también del aceite de la lámpara del Santísimo, no robada sino cambiada, y con anuencia del Sr. Cura, que se ve obligado a transigir algo con sus feligreses en materia de brujas. También usan el agua bendita, de la que hacen un consumo inmenso, y las ropas de la iglesia. Existen noticias de sacerdotes, que se habían quejado amargamente, de los destrozos que hacen en las ropas sagradas las bárbaras tijeras de sus supersticiosas feligresas.
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