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martes, 22 de febrero de 2022

 

LAS HIPOLITINAS DE MÁLAGA. SECTA SEXUAL DEL SIGLO XX EN LA CIUDAD DE MÁLAGA. 

FERMÍN MAYORGA


Se llamaba Hipólito Lucena Morales y era el párroco de la iglesia de Santiago. Era un buen sacerdote, muy querido por sus feligreses y buen dinamizador de su parroquia. No he conseguido localizar ningún retrato suyo, pero me lo imagino atractivo y bien plantado. Había fundado una orden, las hipolitinas, cuyas profesas, escogidas entre lo más granado de la sociedad malagueña, ofrendaban su sexualidad a Cristo, representado en la propia persona de don Hipólito, en una ceremonia íntima que tenía lugar en la iglesia de la Merced. Y estalló el escándalo.

Iglesia de la Merced de Málaga

Hipólito Lucena Morales había nacido en Coín en 1907. Era hijo de Francisco y María de la Fuensanta, padres que suponemos muy piadosos porque tuvieron otros dos hijos sacerdotes. A los diez años Hipólito, ya huérfano, ingresó en el Seminario donde terminó todos los cursos con brillantez y aprovechamiento, de manera que a los 23 años, en 1930, fue ordenado sacerdote. Al iniciarse la Guerra Civil fue detenido junto a otros 48 sacerdotes y sufrió persecución por la Justicia. La Providencia quiso que no fuese fusilado, aunque sí lo fueran sus hermanos Hilario y José, también sacerdotes.

José Manuel García Agüera, en sus Crónicas de Coín, trazó el perfil biográfico de don Hipólito. Gracias a él sabemos que fue nombrado en 1939 cura ecónomo de la parroquia de Santiago por el obispo Balbino Santos Olivera. Desde este puesto adecentó su iglesia, que había quedado bastante dañada a causa de la guerra. Colaboró en la reconstrucción de la Semana Santa, especialmente en las cofradías del Rescate y del Rico. De gran formación intelectual, don Hipólito fue profesor del Seminario e impartió las asignaturas de filosofía, teología moral, derecho e historia de la Iglesia. Ocupó los cargos de fiscal de la Curia, examinador y juez prosinodial, miembro de la Junta Catequista Diocesana, consiliario del Patronato de Protección a la Mujer, consejero de la Caja de Ahorros de Ronda, miembro de la Junta Diocesana de Enseñanza de Religión, etc. Por todos sus méritos Ángel Herrera Oria le nombró en 1949 arcipreste.

En cualquier caso, repetimos, don Hipólito fue un sacerdote muy querido y popular entre la feligresía malagueña. Fue creador e impulsor de varias asociaciones religiosas, de las que también fue su director espiritual. Entre todas ellas destaca la de las hipolitinas. Oficialmente daba cabida a señoras y señoritas de la buena sociedad malagueña que prestaban ayuda a niños pobres y abandonados y a familias necesitadas, por lo que en sus días fue muy aplaudida. Sin embargo, pronto empezaron a surgir sospechas. Había quien afirmaba que en su orfanato se recogían, además de niños abandonados, los frutos sacrílegos de las relaciones del director espiritual con sus hermanas. Se decía que don Hipólito celebraba en la iglesia de la Merced desposorios o matrimonios místicos, envueltos en éxtasis. Aclaremos para mejor comprensión del lector que la iglesia de la Merced, que dio nombre a su plaza, había sido arrasada e incendiada en los tristes sucesos de mayo de 1931. Funcionaba en los años cincuenta como anexo de la parroquia de Santiago y, a pesar de que mantenía su estructura en bastante buen estado, nunca llegó a ser reconstruida. La iglesia de la Merced se utilizaba también como cine y salón parroquial.

Las primeras denuncias procedieron, al parecer, de algún marido que no llegaba a entender las necesidades espirituales de su esposa. En 1959 se abrió una investigación por parte del Vaticano que trataba de esclarecer qué había de herejía o de psicosis en todo este asunto. Don Hipólito fue conducido en secreto a Roma y allí se le rasparon las manos, símbolo por el que se borraba el privilegio de consagrar. Fue encerrado en un monasterio de los Alpes austriacos. La iglesia de la Merced fue demolida en 1963.

Zoilo Montero, propietario de la tienda de ultramarinos que hay frente a Santiago, conoció a don Hipólito. Me cuenta que «hizo cosas buenas y que nunca la parroquia tuvo tanta vida como en los años cincuenta, lo que tiene mérito porque fueron años muy difíciles. Era muy querido y se ganó el favor de sus feligreses gracias a sus obras de caridad y de apostolado.» Rafael Aldehuela afirmaba que «don Hipólito fue siempre un buen cura, pero no por ello dejó jamás de sentirse hombre y víctima de sus pasiones».

Hipólito Lucena pasó sus últimos años de vida en Coín, dedicado a sus lecturas y oraciones. Allí se le veía pasear lentamente, abrigado con su boina y su bufanda. Falleció en 1981.

 

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