LAS HIPOLITINAS DE MÁLAGA. SECTA SEXUAL DEL SIGLO XX EN LA CIUDAD DE MÁLAGA.
Se llamaba Hipólito Lucena Morales y era el párroco de la iglesia de
Santiago. Era un buen sacerdote, muy querido por sus feligreses y buen
dinamizador de su parroquia. No he conseguido localizar ningún retrato suyo,
pero me lo imagino atractivo y bien plantado. Había fundado una orden, las
hipolitinas, cuyas profesas, escogidas entre lo más granado de la sociedad
malagueña, ofrendaban su sexualidad a Cristo, representado en la propia persona
de don Hipólito, en una ceremonia íntima que tenía lugar en la iglesia de la
Merced. Y estalló el escándalo.
Hipólito Lucena Morales había nacido en Coín en 1907. Era hijo de Francisco
y María de la Fuensanta, padres que suponemos muy piadosos porque tuvieron
otros dos hijos sacerdotes. A los diez años Hipólito, ya huérfano, ingresó
en el Seminario donde terminó todos los cursos con brillantez y
aprovechamiento, de manera que a los 23 años, en 1930, fue ordenado sacerdote.
Al iniciarse la Guerra Civil fue detenido junto a otros 48 sacerdotes y sufrió
persecución por la Justicia. La Providencia quiso que no fuese fusilado, aunque
sí lo fueran sus hermanos Hilario y José, también sacerdotes.
José Manuel García Agüera, en sus Crónicas de Coín, trazó el perfil
biográfico de don Hipólito. Gracias a él sabemos que fue nombrado en 1939 cura
ecónomo de la parroquia de Santiago por el obispo Balbino Santos Olivera. Desde
este puesto adecentó su iglesia, que había quedado bastante dañada a causa
de la guerra. Colaboró en la reconstrucción de la Semana Santa,
especialmente en las cofradías del Rescate y del Rico. De gran formación
intelectual, don Hipólito fue profesor del Seminario e impartió las asignaturas
de filosofía, teología moral, derecho e historia de la Iglesia. Ocupó los
cargos de fiscal de la Curia, examinador y juez prosinodial, miembro de la
Junta Catequista Diocesana, consiliario del Patronato de Protección a la Mujer,
consejero de la Caja de Ahorros de Ronda, miembro de la Junta Diocesana de
Enseñanza de Religión, etc. Por todos sus méritos Ángel Herrera Oria le
nombró en 1949 arcipreste.
En cualquier caso, repetimos, don Hipólito fue un sacerdote muy querido y
popular entre la feligresía malagueña. Fue creador e impulsor de varias
asociaciones religiosas, de las que también fue su director espiritual. Entre
todas ellas destaca la de las hipolitinas. Oficialmente daba cabida a señoras y
señoritas de la buena sociedad malagueña que prestaban ayuda a niños pobres y
abandonados y a familias necesitadas, por lo que en sus días fue muy aplaudida.
Sin embargo, pronto empezaron a surgir sospechas. Había quien afirmaba que en
su orfanato se recogían, además de niños abandonados, los frutos sacrílegos de
las relaciones del director espiritual con sus hermanas. Se decía que don
Hipólito celebraba en la iglesia de la Merced desposorios o matrimonios
místicos, envueltos en éxtasis. Aclaremos para mejor comprensión del lector que
la iglesia de la Merced, que dio nombre a su plaza, había sido arrasada e
incendiada en los tristes sucesos de mayo de 1931. Funcionaba en los años
cincuenta como anexo de la parroquia de Santiago y, a pesar de que mantenía su
estructura en bastante buen estado, nunca llegó a ser reconstruida. La iglesia
de la Merced se utilizaba también como cine y salón parroquial.
Las primeras denuncias procedieron, al parecer, de algún marido
que no llegaba a entender las necesidades espirituales de su esposa. En 1959 se
abrió una investigación por parte del Vaticano que trataba de esclarecer qué
había de herejía o de psicosis en todo este asunto. Don Hipólito fue conducido
en secreto a Roma y allí se le rasparon las manos, símbolo por el que se
borraba el privilegio de consagrar. Fue encerrado en un monasterio de los Alpes
austriacos. La iglesia de la Merced fue demolida en 1963.
Zoilo Montero, propietario de la tienda de ultramarinos que hay frente a
Santiago, conoció a don Hipólito. Me cuenta que «hizo cosas buenas y
que nunca la parroquia tuvo tanta vida como en los años cincuenta, lo que
tiene mérito porque fueron años muy difíciles. Era muy querido y se ganó el
favor de sus feligreses gracias a sus obras de caridad y de apostolado.» Rafael
Aldehuela afirmaba que «don Hipólito fue siempre un buen cura, pero no por ello
dejó jamás de sentirse hombre y víctima de sus pasiones».
Hipólito Lucena pasó sus últimos años de vida en Coín, dedicado a sus
lecturas y oraciones. Allí se le veía pasear lentamente, abrigado con su boina
y su bufanda. Falleció en 1981.
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