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miércoles, 6 de diciembre de 2017

El Último Lobisome



En Aldea da Venda (Portugal, una pequeña aldea rayana muy cercana al pueblo de Cheles (España) en la provincia de Badajoz, sucedió a finales del siglo XX (1998-1999) un hecho aterrador y desconcertante. Tres jóvenes de la pequeña localidad portuguesa fueron a divertirse hasta Alandroal, población principal a la que pertenece esta Aldea un sábado por la noche. Al regresar de nuevo a sus casas, con unas copas de más y a altas horas de la noche, en la encrucijada de dos caminos pararon el vehículo en el que viajaba ante la presencia de algo extraño. Deciden bajarse y observan un saco puesto de pie lleno de algún material.



Uno de los jóvenes, ante la curiosidad de lo que veían, decide acercase hasta el talego y abrirlo, sacando del mismo diferentes ropas de mujer. Por hacer la gracia ante los dos amigos que le observaban, se puso un vestido con el que comenzó a bailar bajo la luz de la luna y tras las risas del momento, siguieron camino hacia sus casas.

En los días de luna llena, al joven que se puso el vestido de mujer le comenzó a cambiar su carácter: salía por las noches como perro rabioso a matar gallinas a las que le partía el cuello, corderos, palomas, y como si de un lobo se tratase, aullaba sin complejos. Robaba las ropas tendidas en los corrales de las casas y, según alguna vecina que se encontró con él comentó, que parecía un animal, ya que su cuerpo lo tenía como encorvado y con una respiración muy potente como la de una bestia nerviosa.



Los amigos que le acompañaron durante el viaje de regreso al pueblo, comentaron a su madre lo que había ocurrido, contando esta lo acontecido a una curandera quién le anunció: “que quemase el vestido de mujer que se puso y la ropa que llevaba esa noche, de lo contrario, el maleficio no desaparecería de su cuerpo.”

Destruidas las ropas indicadas, el joven lusitano siguió cometiendo los mismos actos en noches de luna llena, por lo que de nuevo la curandera indicaba a la madre, que siguiera quemando la ropa que tuviese y le comprara cosas nuevas. Cuando realmente quemó de verdad el traje que se puso la noche de lo acontecido, su vida cambió.

Los vecinos de Aldea da Venda en los días de luna llena, a media tarde, se recogían en sus casas por miedo al lobisome de la población, ya que ese fue el calificativo que todos los lugareños le pusieron al joven portugués; hasta que un buen día, varios vecinos le denunciaron por los atropellos cometidos.
Tuvo su juicio y sus paisanos fueron a declarar todo cuanto habían visto y oído en la población sobre el joven maldito, siendo condenado a 5 años de prisión.




Cuando salió de la cárcel, el joven reinició su vida en otro pueblo donde nadie le conocía. Fue tratado en la prisión y aparentemente curado, hoy está casado y con hijos, pero en Aldea da Venda, sus vecinos siguen contando su historia y nombrándole, como el último lobisome ibérico en tierras portuguesas.  


El Cardenal Richelieu



"El hombre rojo". Así se llamó en el siglo XIX al cardenal de Richelieu. Con ello se hacía referencia no sólo a su púrpura de cardenal, sino también a su fama de gobernante implacable, que no dudó en hacer correr la sangre para castigar a rebeldes y conspiradores. Alexandre Dumas, en Los tres mosqueteros, lo presenta altivo y rencoroso, pensando siempre en enemigos reales o imaginarios, y dueño absoluto de la voluntad del soberano, Luis XIII.

Naturalmente, sería injusto reducir la figura de Richelieu a esta imagen. Ni sus enemigos podían negar su inteligencia y capacidad política y el aire de dignidad que ponía en todas sus acciones. Uno de estos adversarios decía en 1635, tras una audiencia con el cardenal: "Hay que reconocer la verdad, este hombre tiene grandes cualidades, un aire elevado y de gran señor, una facilidad de hablar maravillosa, una mente aguda y ágil, una conducta noble, una habilidad inconcebible para tratar los asuntos, y una gracia en todo lo que hace o dice que encandila a todo el mundo".

Su religiosidad era sincera y exigente, no una simple cobertura de su ambición. A lo largo de su gobierno, de 1624 a 1642, desarrolló una gran obra política, que abarcó múltiples aspectos: reformas judiciales y administrativas, decisivas para la centralización del Estado; desarrollo del comercio exterior; o bien el impulso de la cultura francesa, que culminó con la fundación de la Academia en 1635. Pero su fama de dureza, incluso de crueldad, no fue tampoco una invención de los autores románticos. Prisión, exilios, ejecuciones públicas, revueltas duramente reprimidas, marcaron sus años de gobierno. Para el cardenal, todo ello tenía una justificación: imponer la autoridad suprema del monarca en todo el país, hacer del rey de Francia un soberano de verdad, al que todos sus súbditos debían obedecer. Eran muchos los que en su época deseaban una política de ese tipo, que terminara con decenios de guerras civiles y revueltas crónicas y devolviera a la monarquía su prestigio internacional. Pero los métodos expeditivos de Richelieu crearon un profundo resentimiento e hicieron pensar a muchos que lo único que buscaba el primer ministro era incrementar su poder despótico y satisfacer una desmedida ambición de mando.

Ascenso en la corte

Richelieu procedía de una familia de la nobleza media de Poitou, los Duplessis. Su padre había empezado a prosperar mediante el favor de los reyes, pero murió prematuramente, dejando a su esposa en una situación apurada. Armand no olvidaría nunca las dificultades de su infancia. Su voluntad de ascender en la corte fue para él una forma de dar a su familia el prestigio y la riqueza que creía que les correspondía, igualándola con las casas nobles más encopetadas del reino. Riquezas, títulos y enlaces matrimoniales sirvieron todos a ese objetivo, coronado en 1631 con la obtención del título de "duque-par", el máximo al que podía aspirar. Muchos, claro está, no le perdonaron este ascenso meteórico y no dejaron de recordarle sus orígenes humildes.

En esta voluntad de medrar, su condición eclesiástica, lejos de ser un obstáculo, le allanó el camino. Terminadas las grandes guerras de religión del siglo XVI, en Francia se estaba imponiendo la Contrarreforma, un gran esfuerzo de relanzamiento del catolicismo en todos los órdenes: catecismo, disciplina del clero, órdenes religiosas, conversión de los protestantes... La regencia de María de Médicis, instaurada tras el asesinato de Enrique IVen 1610 y durante la minoría de edad de su hijo Luis XIII, favoreció decididamente esta política.

Nombrado obispo con apenas veinte años, Richelieu se ganó fama de clérigo riguroso y dedicado a sus feligreses, hasta el punto de vivir durante unos años en la pequeña diócesis de Luçon. Pero no por ello olvidó su objetivo último, el ascenso en la corte. La oportunidad le llegó en 1615, cuando pronunció el discurso de clausura de los Estados Generales (equivalente de las Cortes de Castilla o Aragón). Su claridad de ideas, su energía y su porte personal causaron impresión. Poco después la regente le ofreció un cargo en la corte.

En esa fase inicial Richelieu aparecía como un hombre de la regente, integrado en el partido que apoyaba su política de alianza con el Papado y con España. Frente a él estaba el partido agrupado en torno al soberano, Luis XIII, al que se había declarado mayor de edad en 1615, y que durante largo tiempo vio a Richelieu con mucho recelo. En los siguientes nueve años Richelieu pudo conocer a fondo los entresijos de la política cortesana, sus intrigas y sus vaivenes. Nombrado ministro en 1617 (aunque en función meramente consultiva), dos años después cayó en desgracia junto a su protectora, enfrentada al favorito de turno del joven rey. La experiencia le sirvió a Richelieu para medir las nefastas consecuencias de la lucha de facciones y lo precario del favor real.


Traición a su protectora

Una reconciliación entre el rey y la reina madre permitió su retorno a la corte. Cada vez más influyente, en 1622 fue nombrado cardenal, y dos años después entraba de nuevo en el gobierno, esta vez como ministro efectivo, aunque en un primer momento no era aún la figura dominante. Pero su inteligencia y su energía acabaron ganándole la confianza de Luis XIII, que comprendió que el cardenal era el único que podía garantizarle lo que de verdad le interesaba: la gloria de restablecer la monarquía francesa como potencia hegemónica de Europa. Así se lo demostró la actuación de Richelieu en las primeras grandes crisis internacionales que se presentaron, resueltas de forma favorable a los intereses de Francia: Valtelina, La Rochela, Mantua... 

La consagración de su dominio llegó en 1630, en un episodio muy conocido de la historia francesa: la Jornada de los Engaños. La reina madre, viendo que su antiguo servidor se mostraba cada vez más independiente, decidió hacer un último esfuerzo para recuperar la confianza del rey, su hijo. El 10 de noviembre por la mañana, tuvo una entrevista en el palacio del Luxemburgo con Luis, en la que le pidió la destitución de Richelieu. El cardenal, introduciéndose en palacio por un pasillo secreto, hizo irrupción en medio de la entrevista y, viendo el peligro que corría, no dudó en humillarse pidiendo perdón a la reina y dándole seguridades de su fidelidad. El rey, incómodo por la escena, abandonó la sala mientras la reina abrumaba al cardenal con toda clase de improperios.

Richelieu creyó que había perdido el poder y preparó incluso su retirada, que los embajadores extranjeros daban por segura. Pero unas horas después recibió un aviso del rey para que fuera a visitarlo a Versalles (entonces un simple pabellón de caza). Allí, Luis le ratificó su confianza y ordenó a su madre que se retirara de la corte. María de Médicis había perdido definitivamente la partida, y un año después marcharía al extranjero para no volver a ver a su hijo. Hasta su muerte no dejaría de denunciar la ingratitud de su antiguo protegido.

La rivalidad de María de Médicis no fue la única a la que tuvo que hacer frente Richelieu. Estaba también el hermano pequeño de Luis XIII, Gastón, que se sentía privado por el primer ministro del puesto de privilegio que, en su opinión, le correspondía por nacimiento.Y junto a Gastón estaban los otros grandes aristócratas, "príncipes de la sangre" y grandes señores. Todos ellos estaban acostumbrados a campar a sus anchas por la corte, a comportarse como soberanos en sus propios dominios, y a conspirar y rebelarse cuando les parecía oportuno. Llevaban siglos actuando así. Pero ahora se encontraban con un ministro dispuesto a impedírselo.

Para Richelieu, la indisciplina y las continuas conjuras y revueltas de la aristocracia contra la monarquía eran la causa del debilitamiento de la monarquía, dentro y fuera de sus fronteras. Había que poner coto a esa situación, recurriendo a todos los medios necesarios. El primer ministro fue lo bastante hábil como para ganarse la fidelidad de algunas de los linajes más importantes del país, como los Condé. Pero frente a los demás decidió aplicar una política de escarmientos y mano dura.

Nobles en el patíbulo

El primer ejemplo de su firmeza llegó en 1626, con el affaire Chalais, una clásica conspiración cortesana motivada por un plan de matrimonio impuesto a Gastón de Orleáns. Una vez descubierta, Richelieu, en vez de echar tierra sobre el asunto, instó a un castigo ejemplar: la ejecución pública de un gentilhombre de familia ilustre, el conde de Chalais, y la prisión de otros implicados, varios de los cuales murieron en la cárcel.

Los jueces comisionados por el cardenal empezaron a aplicar sin contemplaciones la acusación de "lesa majestad", por la que cualquier sublevación contra la autoridad del rey se consideraba como un ataque contra su persona, y por tanto se castigaba con la pena capital. Un año después otro noble de alcurnia, François de Montmorency-Bouteville, fue ejecutado en Paris por haberse batido en duelo en pleno día, desafiando la prohibición contra los duelos que Luis XIII acababa de decretar.

El momento culminante en el enfrentamiento de Richelieu con la alta aristocracia llegó en 1632, con la ejecución delduque de Montmorency. Miembro de una de las familias más antiguas de Francia –a su lado, los Duplessis eran unos advenedizos–, Enrique de Montmorency, que ejercía el cargo de gobernador de Languedoc, se dejó arrastrar en un proyecto de insurrección general contra Richelieuliderado por el hermano del rey, Gastón de Orleáns. La revuelta, apoyada con dinero español, no encontró ningún apoyo en el interior, y Montmorency fue capturado por las tropas del rey tras una escaramuza. Todas las grandes familias del reino suplicaron clemencia al rey y a Richelieu, pero ambos se mostraron inexorables, y Montmorency fue decapitado en Toulouse.

La ejecución de Montmorency vino acompañada de una persecución general contra la nobleza conspiradora. La Bastilla se llenó de presos ilustres, a los que por otra parte se trató bastante bien. Otros nobles emigraron a los países vecinos, sobre todo Flandes e Inglaterra. Los que permanecieron en el país se dolían del clima de miedo imperante, que hacía "que apenas se atreva uno a hablar de su propia miseria en su casa y con su familia", como decía uno de ellos; lo único que se escuchaba eran los elogios oficiales a la política del cardenal. Éste mantenía una red de espías y contaba hasta con interrogadores profesionales, como el temido Laffemas.

No por ello cesaron las conjuras, aunque hacia el final del ministerio de Richelieu los que se mostraban más activos eran no tanto los príncipes y grandes nobles como los gentileshombres que vivían en París, embebidos en la ideología de la Roma clásica y que soñaban con remedar el tiranicidio de Julio Cesar. En 1636 hubo una trama para secuestrar y asesinar al cardenal en Amiens, frustrada en el último momento.

La última conjura

Para entonces Francia estaba en guerra abierta con España, una guerra que se desarrolló inicialmente de forma muy desfavorable para los franceses. Las tropas españolas se internaron en el país hasta conquistar Corbie, al norte de Paris. La capital temió por su suerte durante unas semanas, y las críticas contra la mala dirección de la guerra por Richelieu se redoblaron. En las provincias estallaron sublevaciones de enorme gravedad en protesta por el incremento de los impuestos. En Guyena, en 1637, un ejército rebelde de casi 10.000 hombres puso en jaque a las autoridades durante meses, y dos años después otra rebelión campesina en Normandia hubo de ser reprimida violentamente. Con su característico tesón y sangre fría, Richelieu logró restablecer el orden en el interior y recuperar posiciones en las fronteras.

En 1641 una nueva conspiración nobiliaria, secundada por España, estuvo a punto de lograr su objetivo. La muerte accidental de su cabecilla, el conde de Soissons, volvió a salvar a Richelieu in extremis. Y al año siguiente, apenas unas semanas antes de su muerte, el cardenal desbarató una última conspiración en su contra, tramada esta vez por un joven noble, el marqués de Cinq-Mars, que había tratado de sustituir- lo en la confianza de Luis XIII. 

Cinq-Mars y uno de sus cómplices, François de Thou, pagaron con la vida su plan. En 1630 el cardenal afirmaba: "no tengo más enemigos que los del Estado". En su opinión, los que le odiaban y tramaban contra él atentaban contra la monarquía, contra el interés supremo del Estado. La historia, en cierto modo, le dio la razón, pues su política prepararía en el interior el terreno para el triunfo del absolutismo bajo Luis XV, el hijo de Luis XIII, e inclinaría la balanza internacional a favor de Francia, frente a una debilitada España. Pero todo ello tuvo un precio, el de una antigua tradición de libertad e independencia que quedó sepultada bajo el imperio de la razón de Estado.

viernes, 1 de diciembre de 2017




Infanticidios Clericales en España.




Si nos remontamos en la historia hasta los tiempos antiguos, nos encontramos con que el delito de infanticidio estuvo muy generalizado en los pueblos paganos, debido, principalmente, a las molestias y gastos que producía la educación de los hijos y a la pretensión de las madres que no querían ajar su belleza criando a la prole. Además, existía la idea, que el nacimiento era anuncio de desventura y mala suerte, lo que justificaba el abandono o muerte de los hijos. Por lo demás, la ley autorizaba la muerte de la criatura cuando ésta nacía deforme o enfermiza. Entre los romanos era costumbre sacrificar a los niños para apaciguar la cólera e ira de los dioses. Esparta, a pesar de haber alcanzado un alto grado de civilización, cometió con mucha frecuencia y sin mayores escrúpulos este alevoso crimen. La costumbre usual era la de entregar al magistrado el cuerpo de cada recién nacido. Este señor, que era generalmente un hombre respetable y de barba blanca, decidía, después de examinar el cuerpo de aquella criatura, si debía vivir o no. En el primer caso, la criatura era bañada en vino y colocada sobre el escudo paternal, a un costado de la lanza, con el objeto de que las armas le despertasen sus primeras sensaciones. Cuando el magistrado dictaba su sentencia en el sentido de que la criatura debía vivir, ya sea por ser víctima de una enfermedad grave o bien por ser sujeto de defectos físicos, era despeñada, sin más ni más, desde las rocas del Taigeto. Esta era la usanza en la floreciente ciudad de Esparta, mirada por las demás como ejemplo de civismo y cultura.

En China, existía en tiempos muy antiguos, más o menos 300 años antes de la era cristiana, la costumbre de comerse en un banquete al primer hijo, al cual asistían los familiares y parientes más cercanos, ofrendándose a los dioses el alma del recién nacido y pidiendo para que el segundo sea fuerte y sano.

En Roma, durante los primeros tiempos, la Ley Rómulo permitía al padre desheredar y aún matar a sus hijos. Las costumbres autorizaban al padre de familia a exponer en la puerta de su casa a sus hijos que nacían defectuosos o a quienes La madre se negaba a criar. Posteriormente y a medida que la civilización fue entrando en los países, comenzó a sancionarse este horroroso delito, y así tenemos, qué en liorna, el autor de estos crímenes era encerrado junto con algunos animales feroces para que le destrozaran las entrañas.





La Iglesia se interesó desde un principio en favor de estas inocentes víctimas y procuró excitar la compasión y cariño de los cristianos, ordenando, que los fieles los recogiesen en sus casas cuando eran abandonados y se estableciéndose con ello un sinnúmero de casas-cunas, casas de expósitos y hospicios. La Iglesia sancionó con medidas enérgicas a los autores de estos delitos, y así tenemos, qué en el Concilio de Elvira, se negó la comunión aún en estado agónico a la adúltera que matase a su hijo. el Concilio de Alcira suavizó este rigor mandando que el tiempo de penitencia para ser admitido a la comunión fuese de diez años, período de tiempo que fue rebajado a siete años en el Concilio de Lérida para los clérigos y con la condición que todo el tiempo de su vida lo pasasen llorando humildemente su pecado.

Con la aparición del cristianismo, que veló de una manera especial y con todo celo por el bienestar de los recién nacidos, se consiguió moderar en parte, por lo menos, el carácter sanguinario y las crueles costumbres de los ya citados pueblos, los que comenzaron a preocuparse por las vidas de estas inocentes criaturas.

En la Edad Media y Moderna continúa esta práctica, bien de forma activa o nuevamente por exposición de los niños. El infanticidio honoris causa (para preservar la honra), es un tipo de crimen que se produce especialmente en este periodo por parte de madres solteras, en caso de relaciones ilegítima y prematrimoniales o en embarazos de monjas. La deformidad del neonato era otro motivo de infanticidio debido a la superstición y moral de esta época, ya que se decía, que este tipo de infantes era fruto de relaciones ilegítimas, inmorales o consecuencia de la acción del diablo.

La pobreza es otra causa de infanticidio; en nuestros días, no es infrecuente, escuchar en los telediarios, casos de madres que abandonan a sus bebes en contenedores de basura debido a su situación económica.

La violencia de genero o venganza proporciona otro buen número de ejemplos, ya que en ocasiones el marido no se conforma con asesinar a la mujer, sino que también lo hace con los hijos. Un caso reciente tuvo lugar en febrero de 2017 en el Hospital de La Paz de Madrid, cuando un ciudadano chileno saltó desde una ventana con su bebé en brazos después de discutir con la madre y tras decirle a esta, “te voy a dar donde más te duele”, falleciendo ambos en el acto.

Los métodos más utilizados para llevar a cabo esta horrible práctica a lo largo de la historia solían ser, abandonar niños en los bosques y si el infante tenía suerte, podría ser recogido por algún vecino, de lo contrario perecería de inanición o devorado por algún animal. En la Edad Media y Moderna continua esta práctica, recurriéndose en muchas ocasiones al abandono en conventos para no tener que matar al infante.

La sofocación fue uno de los métodos de infanticidio más practicados. Se trata de asfixiar al niño por aplastamiento generalmente en la cama. El método fue muy utilizado porque permitía simular fácilmente un accidente, con lo que se llegó a recomendar a las madres, no dormir con los bebes en la misma cama. El inquisidor Juan Antonio Llorente dice en sus escritos, que muchas monjas degollaban a sus hijos recién nacidos en los conventos.




En los artículos encontrados en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, figuran métodos horribles de infanticidio producidos entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XX: infantes sofocados, estrangulados, asfixiados, degollados, arrojados por balcones o ventanas, tirados a ríos, al mar, depositados en la basura, en estercoleros, en huecos de árboles o en vías de ten, enterrados vivos, encontrados muertos en sacos de ropa sucia, en cajas, maletas, entre colchones, arrojados acequias, letrinas, alcantarillas, pozos y desagües, donde en muchas ocasiones aparecían con partes de sus miembros devorados por ratas, arrojados al fuego, muertos por fracturas de cráneo, descuartizados y arrojados a perros, cerdos o abandonados en iglesias, como por ejemplo debajo de los bancos, en los confesionarios o en los altares.

Por regla general hemos creído, que los infanticidios los acometían personas de la vida civil, sin embargo, existieron asesinatos de niños desarrollados por personas de otros ámbitos, como puede ser el eclesiástico en connivencia con el estado civil. Este entorno religioso será el que sigamos en este artículo, donde sacerdotes que conviven con ama de llaves, criadas, sobrinas y otros personajes, cometerán infanticidios, dando con ello sentido, a refranes como: “No digas de esta agua no beberé o este cura no es mi padre” o, “Ama de cura puta segura”.

Pasemos a conocer algunos crímenes clericales donde los recién nacidos fueron las víctimas inocentes y, donde monjas, amas de llaves de curas, sobrinas y criadas de estos, formarán parte de la infanticida tragedia.



Quizás el caso más surrealista de un supuesto infanticidio cometido en un convento lo encontramos nuevamente en el periódico El Motín con el título “¿La madre de la criatura?, ¿y el padre? ¿En el convento o fuera?” el artículo dice, que unas monjas de Valencia habrían sacado del convento un feto lanzándolo al solar contiguo. Las monjas se defienden diciendo, que el feto había sido arrojado previamente desde la calle a su huerta y que lo sacaron de allí temerosas de que el perro lo destrozara. Parece ser que el juez habría ordenado el reconocimiento de las monjas y, según el testimonio de los vecinos, en un determinado día habrían entrado tres médicos forenses en el convento una primera vez a las nueve de la mañana y posteriormente otra a las doce y media. Parece ser que las monjas se negaron a ser reconocidas por los médicos, obstaculizando así una orden judicial, con lo que el periódico insinúa que algo tendrían que ocultar. Lamentablemente no hemos encontrado más información sobre el caso en otros artículos de prensa. Signatura: El Motín, Madrid, 10 de agosto de 1911.

Otro infanticidio clerical fue el cometido en un pueblo de Toledo entre un cura y una joven que residía en su casa bajo el matiz de sirvienta o ama de llaves. Esto dice la noticia del periódico el Nuevo Régimen, con fecha 16 de octubre del año 1906, el número del diario era el 809.

Se informa de un infanticidio cometido en Camuñas, en el arzobispado de Toledo. Parece ser que en esta localidad fue encontrado un niño muerto en la casa del cura, metido en un cajón y envuelto en ropa de iglesia. Al ser llamado el médico para cortar una fuerte hemorragia que el ama del cura padecía, este preguntó por la criatura, ya que era evidente que la mujer acababa de dar a luz. El recién nacido fue encontrado, como hemos mencionado dentro de un cajón, y los hechos fueron denunciados por el medico al juzgado de Madridejos. El párroco de Camuñas se llamaba D, Modesto Cortés y la muchacha que dio a luz, llevaba por nombre Francisca Martínez, era una prima de una sobrina del párroco y residía en la casa de este desde hacía solo un mes. No se ofrece más información sobre el caso en este artículo, pero el autor resalta, que el sacerdote sospechoso era protegido de un tal cardenal Sancha. En diferentes fuentes hemos encontrado, que los sacerdotes que vivían en pareja, disimulaban su concubinato, camuflando sus cónyuges en formas de sirvientas, criadas o amas de llaves, como en este caso. El columnista cierra el artículo quejándose de nuevo, por el trato de favor que tuvieron los implicados al estar involucrado un cura, vuelva a afirmar, que es inverosímil que nadie en la casa se percatase de la situación, y añade, qué si los hechos se hubiesen producido en la casa de un libre pensador y no de un cura, habrían encarcelado hasta el último vecino de ella.




Otro caso de infanticidio relacionado con un sacerdote lo encontramos en Villafamés, provincia de Castellón. En el periódico La Unión figura un artículo sobre el caso con fecha 14 de noviembre de 1878, parece ser que el cura de esta localidad convivía con una sobrina suya y que esta habría quedado embarazada. En el artículo se comenta, que los vecinos venían observando una conducta extraña del cura con su sobrina (suponemos que se refiere en un sentido afectivo) y que pronto se corrió la voz de que esta había dado luz y que se había cometido un infanticidio con la criatura. Después de los hechos, el sacerdote apareció tranquilamente en la iglesia para dar la misa, pero los vecinos se levantaron y salieron aireadamente del templo. Cuando el sacerdote conoció la intención de los vecinos de organizarse y denunciar el caso ante el ayuntamiento, este le propuso marcharse del pueblo a cambio de que el caso no trascendiese. A pesar de los esfuerzos del cura, fue difundido un pasquín entre la población denunciando el caso. El artículo informa de que el recién nacido habría aparecido muerto en el interior de una letrin

En un artículo posterior publicado también en el periódico La Unión con fecha 10 de junio de 1879, conocemos la sentencia judicial del caso:

“Ya se ha dictado sentencia por el juzgado de este partido en la causa sobre infanticidio contra el cura de Villafamés, su criado y su sobrina <<La Marieta>>, y de conformidad con la acusación, se condena a ambos a cadena perpetua, y a esta a reclusión también perpetua y demás accesorias. Signatura La Unión, Madrid, 14 de noviembre de 1878, núm. 94 (sin título)

Infanticidio en Membrilla

El infanticidio de Membrilla que menciona el periódico El Motín, es un asunto complejo tratado por diversos diarios. Vamos a analizar con más detalles este caso, que parece que terminó con la absolución del párroco después de haber sido condenado en firme por una primera resolución judicial. A continuación, damos un resumen de los hechos a través de los periódicos: El Día, El Motín y La Correspondencia de España.

En el diario El Día con fecha 2 de septiembre de 1888, encontramos una primera noticia al respecto:

“dentro de pocos días se verá en juicio oral, ante la Audiencia de Manzanares, la célebre causa que por infanticidio cometido en el pueblo de Membrilla (Ciudad Real) se sigue al ama del cura párroco y a este”. Signatura: noticias varias en El día, Madrid 2 de septiembre de 1888.

Pocas semanas después, el 27 de septiembre de 1888, El Motín proporciona los detalles de la resolución judicial:

“En la causa que se seguía al ex cura de Membrilla, su madre y la madre de ésta, por el infanticidio de que oportunamente dimos noticias, ha recaído sentencia de condenando al presbítero Esteban Galindo a quince años, seis meses y veintiún días de cadena temporal, a cuatro años de prisión correccional al ama, y a ocho y un día de prisión mayor a su madre”. Signatura: El Motín, Madrid, 27 de septiembre de 1888, núm 38 (sin título).
Tenemos la noticia que informa de la absolución del párroco de Membrilla en marzo de 1889:

“La Sala segunda del Tribunal Supremo ha casado la sentencia dictada por la Audiencia de Manzanares en causa que se siguió contra D. Esteban Galindo, cura párroco de Membrilla, por supuesto delito de infanticidio".

En el nuevo fallo pronunciado por el Tribunal Supremo, se absuelva libremente al señor Galindo.” Signatura: Noticias de tribunales en La Correspondencia de España, Madrid, 15 de marzo de 1889, núm 11.306




De nuevo en el periódico El Motín encontramos, en su edición del 26 de junio de 1897, un claro caso de infanticidio clerical que quedó impune por la absolución de un jurado popular, a pesar de que los fiscales recomendaran penas muy duras para los acusados, y en el que el cura acusado confesara ser padre de la criatura. Esto prueba la fuerte influencia social de la que el clero disfrutaba en la época. A continuación un extracto de la noticia que lleva el título “juicios por jurados”:

“El sábado 12 del actual se construyó en la Audiencia de Manzanares el Tribunal para juzgar una causa calificada de parricidio, asesinato e infanticidio. Los hechos que dieron lugar origen a esta ruidosa causa, según aparecen en los autos, son los siguientes:

Juana Olmo Munilla, joven hermosa de 18 años, vivía en el Tomelloso en compañía de su tía Juana Munilla y del presbítero D. Tomás Fernández Poblete, que vivía en dicha casa en calidad de huésped. En la noche del día 2 de octubre último, Juana Olmo se sintió enferma, dando a luz en la madrugada del día siguiente una niña de todo tiempo y viva.

En vista de la gravedad del caso fue llamada a altas horas de la noche la madre dela parturienta, Emilia Munilla, que vivía en otra casa distinta de la habilitada por el cura, la joven y la tía, y una vez reunidos los cuatro y verificado el parto, hicieron desaparecer las huellas de éste lavando la habitación y las ropas que se habían utilizado, conviniendo los cuatro, para impedir el descubrimiento de la deshonra de las personas que en él habían intervenido, hacer desaparecer la criatura bajándola a la cueva, donde ya muerta, la escondiera entre un montón de paja que allí había.

Habiéndose agravado Juana Olmo a consecuencia del parto y de cuyas resultas falleció, fue llamado para asistirla el médico titular del Tomelloso D. Manuel Ortiz, y por los síntomas de la enferma comprendió en seguida, que se trataba de las consecuencias de un parto que la familia trataba de ocultarle, y dio conocimiento al juzgado municipal de dicha población que instruyó las primeras diligencias, y que encontró el cadáver de la niña en el sitio de la cueva donde lo habían escondido.

Fueron todos presos, confesándose el presbítero padre de la criatura muerta y siendo todos enchiquerados. Terminado el proceso, el Teniente Fiscal D. Bernardo Longué sostuvo en el acto de la vista, que se verificó a puerta cerrada, sus conclusiones provisionales, por las que se solicitaba la pena de muerte para D. Tomás Fernández Poblete, cadena perpetua para Juana Munilla y nueve años para Emilia Munilla.

Hizo el resumen el presidente del Tribunal, D. Pedro Escobar, y el jurado dictó veredicto de inculpabilidad para los tres procesados, que fueron puestos inmediatamente en libertad.

Ningún periódico enemigo del jurado ha condenado el fallo del de Manzanares; se trata de salvar a un cura para quién se pedía pena de muerte y no se han atrevido a dar su opinión.

Yo voy a darla y en esta forma:

<<Mientras la reacción clerical domine, el jurado en España será lo que ella quiera>> Signatura: El Motín, 26 de junio de 1897, n. 26

En la localidad de Monasterio (Guadalajara) encontramos un caso de infanticidio clerical del que se hacen eco numerosos periódicos. En la edición del 31 de agosto de 1894 de Las Dominicales del libre pensamiento se aprovecha el caso para hacer un alegato en contra del celibato como causante principal de este tipo de infanticidios:

“La criada de un cura del pueblo de Monasterio (Guadalajara), ha dado ha luz un niño, y para ocultar su deshonra ha matado a su hijo.

¿Qué quién ha sido el autor de la deshonra?


El cura, contra el cual y en tal concepto se ha dictado auto de prisión. Repetición millonésima del mismo crimen. No hubiera habido infanticidio sino hubiera habido deshonra, no hubiera habido deshonra si no hubiera habido clérigo célibe. En suma; no hubiera existido ese nefando crimen y con él, los millares que se vienen cometiendo de la misma índole, sin la existencia del celibato del clero. ¿Cuál es el verdadero criminal? El celibato del clero. Mientras no agarrote la sociedad a ese criminal, todo otro castigo será inútil”.

En la edición del 28 de agosto de 1894 de La Justicia, encontramos más información sobre los implicados en el caso:

“Se ha dictado auto de procesamiento contra el cura de Monasterio D. Antonio Gomara y su sirvienta Petra Vicente por causa de Infanticidio.

Ambos procesados se recriminaron en presencia del juez de Cogolludo, cuya actividad es digna de elogio. El sacerdote tiene sesenta y seis años de edad, la sirviente madre del niño asesinado, solo cuenta diecinueve.” Signatura: La Justicia, Madrid, 28 de agosto de 1894, núm. 2380

En un articulo publicado en la Iberia con fecha 23 de agosto de 1894, conocemos los detalles del fallecimiento de la criatura.

“El 20 del actual recibió aviso del juzgado de Cogolludo, de que en el pueblo de Monasterio se había cometido un infanticidio. Fue detenido dicho cur párroco D. Antonio Gomara Matute, el cual ingresó en la cárcel de Cogolludo a las nueve de la noche de dicho día en concepto de incomunicado.

El día 21 se constituyó de nuevo el juzgado en el pueblo de Monasterio, acompañado de dos médicos, los distinguidos Sres. Indalencio de Frías y D. Eduardo García de la Belda, los cuales practicaron la autopsia en el feto; y efectivamente, después del minucioso reconocimiento, resultó que dicho niño falleció a consecuencia de una gran comprensión por asfixia. Signatura: La Ibera, Madrid, 23 de agosto de 1894, n. 13893

De nuevo en La Justicia tenemos un artículo sobre el tema con fecha 24 de agosto de 1894 con el título “Los crímenes del clero” que, sin embargo, no aporta datos nuevos. Finalmente, también en otro artículo de La Justicia fechado ya en 1895 encontramos más información sobre el asesinato del niño y sobre la sentencia. A pesar de emitirse sentencia mediante jurado popular, esta vez los implicados no tuvieron tanta suerte y el jurado coincidió con la opinión de los fiscales:

“El día 17 de agosto de 1894, la joven Petra Vicenta Serrano, sirviente en casa del cura párroco e Monasterio, D. Antonio Gomara y Matute, dio a la luz, auxiliada por el citado cura, un niño, al cual quitaron la vida ambos aquella misma tarde, por estrangulación metiéndole en un baúl, donde lo tuvieron encerrado hasta el 19 del mismo mes y año, día en que llamado el médico para que diera el parte de defunción, notó ciertos signos exteriores de estrangulación y lo notificó al juzgado de primera instancia.

El jurado se mostró en un todo conforme con el parecer fiscal, y la Sala condenó al cura a la pena de cadena perpetua y a Petra a tres años de prisión correccional, después de negar a los defensores de ambos procesados se revisará la causa por nuevo jurado. Signatura: La Justicia, Madrid, 22 de febrero de 1895.

Queridos amigos: saquen sus propias conclusiones.





FR. TOMÁS DE TORQUEMADA

Es imposible hablar de Tomás de Torquemada sin referirse al Gran Inquisidor, sin hablar de su vínculo con la forma de represión religiosa y política que se mostró como la más eficaz de la historia; La Inquisición española. 
Torquemada reorganizó la vieja Institución que convirtió en su particular arma violenta para imponer su dictadura religiosa.
En su figura se aliaron fatalmente la virtud, la intolerancia y el fanatismo religioso para generar sufrimiento humano. Un fiel siervo a Dios, sí, a la vez que un sádico asesino de miles de seres humanos, sobre todo de judíos conversos.
Torquemada preside los primeros años de la nueva etapa de la Inquisición española, el período más sangriento de los 300 años que había de durar la Institución.
Su imagen siempre fue ambigua y oscura:
Fue tachado de arquetipo de virtudes por sus defensores mientras que sus detractores le consideran una de las figuras más sanguinarias de la historia de España.
  • Fue el primer Inquisidor general de Castilla y Aragón y confesor de la reina Isabel la Católica.
  • Instauró sádicos métodos de tortura que la Inquisición practicaría durante siglos, por los que se ganó el sobrenombre de “El Gran Inquisidor”
  • Contribuyó en gran medida  a la expulsión de los judíos y los moriscos de España, en 1492
  • Su legado ha llegado macabramente hasta el siglo XXI.


TOMAS DE TORQUEMADA

Torquemada fue un vallisoletano místico, profundamente fanático, que ansiaba el momento de llegar al poder para imponer su  intolerante y antisemita visión de la religión católica a través del terror y la violencia.
Su ambición y fanatismo no tenían límites, Torquemada fue escalando posiciones dentro de la orden dominica.
Desde monje cocinero en un monasterio de Valladolid, hasta nada menos que confesor de la reina Isabel de Castilla.
Las circunstancias del contexto histórico ayudaron en gran medida a que fraile dominico diera alas a su fanatismo y pudiera acceder al poder.
Su gran anhelo era  limpiar al conjunto de la sociedad de la herejía de los judíos conversos.
Fray Tomás de Torquemada sólo necesitaba de un marco político favorable que le permitiera desarrollar sus métodos purificadores, extremos y violentos, para que fueran de utilidad pública. Todavía tuvo que pasar algún tiempo para que llegara ese ansiado momento.
Torquemada supo esperar y  aprovechó magistralmente el contexto político que le favorecía a sus 62 años.
A  partir de convertirse en uno de los confesores y consejeros de Isabel la Católica, es cuando su figura alcanza una dimensión pública.
CONTEXTO FAVORABLE
El proyecto político de alianza de los reinos de Castilla y Aragón desarrollado por los Reyes Católicos se consolida con un extenso territorio, una bandera y una única religión, la católica que se impone bajo la férrea mano asesina  de Torquemada verdugo que canaliza la histeria colectiva antijudía.
Sin estas circunstancias históricas casi seguro que la vida de Torquemada hubiera seguido siendo simplemente la de un religioso más. Lamentablemente, no fue así.

Fray Tomás 

Pero vayamos al principio, Tomás de Torquemada nace en 1420 en Valladolid en el seno de una familia castellana católica aunque de orígenes judios.
Ingresó muy joven en la Iglesia como miembro de la orden de los dominicos, en el convento de San Pablo, en Valladolid.
Y en las oscuras soledades de la vida de monje desarrolló su carrera eclesiástica. Mediada la década de los 70, fue nombrado prior del convento de Santa Cruz, en Segovia.Aquí comienza su carrerera de acención al poder eclesiástico.
Desde 1474 fue confesor de los Reyes Católicos.
Su intachable carrera motivará su nombramiento como Inquisidor General de Castilla (2 de agosto de 1482) y de Aragón, Cataluña y Valencia (17 de octubre de 1482).
Una carrera  cósmica  hacia el poder religioso absoluto que le llevó a instaurar una dictadura religiosa.
A instancias de la reina Isabel la Católica, logra obtener mediante bula del papa Sixto IV el cargo de primer Inquisidor General de Castilla en 1483. 
Al frente de la Inquisición, Torquemada reorganizó y burocratizó la Institución que tomará desde entonces un sesgo virulento iniciando una etapa de  feroz persecución contra judios conversos y musulmanes.
Convencido de que los no católicos y los falsos conversos eran capaces de destruir a la Iglesia y a los reinos de España, Torquemada utilizó la Inquisición durante los 11 años siguientes para investigar y castigar los llamados “marranos” (falsos conversos procedentes del judaísmo), moriscos, apóstatas en general, a una escala sin precedentes.

EL PAPEL DECISIVO DE TORQUEMADA EN LA GRAN EXPULSIÓN JUDÍA

Tomás de Torquemada, ávido de aumentar las bases de su poder, convencerá a Isabel de Castilla de que la voluntad de Dios es que tanto musulmanes como, especialmente, judíos sean expulsados de España, lo que se concretará en la gran expulsión de 1492.
La comunidad judía sufría una fuerte y constante presión de la sociedad cristiana, o cristianos viejos lo que acabo acarreando la conversión al cristianismo de casi la mitad de los 400.000 judíos que habitaban en España, la otra mitad abandonó la península.
De tal manera que el dominico convertido en el nuevo Inquisidor General nombrado por elPapa y al servicio del Estado gozaría  a partir de entonces del monopolio absoluto del poder que había esperando durante toda su vida  para perseguir sádicamente a los herejes.

LA INFLUENCIA DE TORQUEMADA EN LOS REYES CATÓLICOS


Fue Torquemada quien convenció a los Reyes Católicos de la conveniencia de que la nueva Inquisición dependiera solamente de la Corona y no del Papa.
El dominico fue uno de los más firmes defensores de la expulsión de los judíos de España, animando a los Reyes Católicos a la firma del polémico decreto (marzo de 1492) que obligaba a la marcha de la importante comunidad sefardí de la península, creando un nuevo conflicto con los conversos que se quedaron.La opinión de Torquemada fue decisiva a la hora de animar a los Reyes Católicos a decretar la expulsión de los judíos no convertidos

Porqué se restaura la vieja Inquisición en España

Se restablece  en Castilla en 1480 como respuesta al grave problema provocado por conversos, judíos y herejes, quedando bajo el directo control de la Corona, quien tenía derecho al nombramiento de inquisidores.
Ciertamente, muchos de los judíos conversos debían su nueva religión al miedo más que a la fe y su cristianismo era poco ortodoxo cuando no claramente fingido. Por otra parte, la envidia y la codicia de muchos cristianos viejos que vieron como los nuevos cristianos conversos podian ocupar sus lugares en la sociedad de cristianos viejos, les animaba a buscar cualquier defecto en los nuevos cristianos y a seguir hostigando a los judíos que aún no se habían convertido.
 La misión, pues, que los reyes encargaron a un hombre tan riguroso como Torquemada era la de definir los objetivos y organizar los métodos de la nueva Inquisición
  • Torquemada fue el encargado de la reorganización y centralización de la institución y los primeros años se cebaron contra judíos y conversos siendo los mas sanguinarios durante los 300 años de existencia de la Institución.
  • Se redactan unas normas o instrucciones, se establecían tribunales del Santo Oficioen Ciudad Real, Sevilla, Jaén y Córdoba en la zona meridional parecían estar los focos.
EL SANTO OFICIO
Auspiciados por Torquemada, que desoía las críticas que se vertían contra sus métodos, el Santo Oficio se llenó de siniestros personajes
Hay mucha documentación que evidencia que él y la Inquisición española fueron responsables  de una dictadura religiosa que causó la muerte a miles de personas, cifras que no tenemos con exactitud pero que podrian ser mas de 7000, sin contar a los encarcelados y otras personas que si bien se libraron de la muerte fueron sadicamente  torturados.

El FIN DE TORQUEMADA

Desde Roma, se pedía moderación a sus excesos de limpieza por los que acabó siendo relevado del cargo. Posteriormente, renunció a los arzobispados de Sevilla y Toledo, que los reyes católicos llegaron a ofrecerle.
Prefirió retirarse al convento de Santo Tomás de Ávila construido por su iniciativa, quizás por remordimientos de conciencia, o lo más probable, por ya su débil salud.
Murió en Ávila el 16 de septiembre de 1498.
Le sucedió en el cargo de inquisidor general fray Diego de Deza, pero la Inquisición ya estaba consolidada y el mal ya estaba hecho.
Los 18  primeros años de Inquisición le costaron de  vida a 2.000 personas que fueron quemadas en la hoguera (según las cifras más moderadas) y otras 25.000 fueron procesadas.
Tras su abolición, más de trecientos años más tarde, en el año 1834, la Inquisición marcó trágicamente la vida española con un sello de intolerancia, e introdujo en la modernidad una mentalidad, denominada inquisitorial, que habría de sobrevivirle hasta el siglo XX.
LOS MUERTOS INQUIETOS

Desde su origen, el ser humano siempre ha creído en la existencia de fantasmas, en base al miedo que tenía sobre la posibilidad de que los muertos retornasen a la Tierra con el fin de atormentar a los vivos.
Las antiguas civilizaciones como los babilonios, egipcios, asirios, etc., realizaban complejas ceremonias destinadas a asegurar el descanso eterno de las almas de los difuntos con el fin de aplacar a los espíritus, que podían presentarse adoptando, no sólo apariencia humana, sino como demonios, animales e incluso plantas.
Los antiguos griegos y romanos creyeron que las almas inquietas de los muertos, vagaban por el mundo, perseguían a los malos y aterrorizaban a las personas de buen corazón, presentándose de diversas maneras: sombras oscuras, extrañas manchas negras o incluso presencias prácticamente invisibles.
En Roma, las gentes se acostumbraron a la presencia de fantasmas e incluso, celebraban fiestas a lo largo del año para, no sólo aplacar a los espíritus, sino para tratar de mantener buenas relaciones con ellos.

Quizás, la más antigua conocida sea las Lemuralia o Lemuria, celebradas en la antigua Roma, cuya correspondencia actual la vinculamos al Día de Todos los Santos.

Esta fiesta romana se celebraba en mayo e incluía ritos para exorcizar los espíritus de los difuntos e impedir que contaminaran las casas de los vivos con su energía negativa. Se tenía la costumbre de que el pater familias de la casa, se levantara a medianoche y por el pasillo, dejara un rastro de judías pintas tras de sí, para asegurarse de que los espíritus recogieran la ofrenda, al mismo tiempo que, hacía sonar un pesado címbalo de bronce para ahuyentarlos hasta el año siguiente.

Los antiguos romanos entendían que los difuntos trataban de aferrarse a la vida, a un mundo al que ya no pertenecían, por lo que el tránsito al “Más Allá” debía realizarse de forma correcta, como marcaba la tradición, con una serie de actos ceremoniales.


El hecho de no llevar a cabo este tipo de rituales suponía que los Manes, -deidades domésticas que representaban espíritus de antepasados-se negaban a acoger al difunto porque no estaba purificado.
Pero tampoco podía volver a la vida, y se encontraba atrapado entre dos mundos.
En esta situación adoptaba una actitud de venganza contra los vivos.  Un sabio como Cicerón consideraba que;
“Existían algunos que defendían que la muerte era la separación del alma del cuerpo; otros sostenían que no se producía ninguna separación, sino que alma y cuerpo perecen juntas y que el alma se extingue con el cuerpo; entre los que sostienen la tesis de la separación del alma, unos aseguran que ésta se disipa rápidamente; otros, sin embargo, que vive eternamente”.

EL VIAJE AL MÁS ALLÁ

Bajo la lengua le colocan una pequeña moneda de plata; se trata del óbolo que el difunto tendrá que pagar a Caronte, el barquero de la laguna Estigia que transporta a la otra orilla las almas de los muertos. Con este ceremonial de origen etrusco, los romanos despedían de la vida terrenal a los allegados que expiraban su último aliento y preparaban su viaje al Más Allá.
En la otra orilla, el muerto se topará con  el can Cerbero, un perro de tres cabezas que pertenece al Padre Dis, dios del ultramundo. El can trata de ser amistoso; no lo es cuando alguien intenta salir del ultramundo sin autorización.
El Can Cerbero es el perro del infierno, utilizado ya por la mitología griega, despues por los romanos. Era el monstruo de tres cabezas y cola larga de serpientes, al cuidado de las almas del inframundo. Dante también lo menciona en su Divina Comedia.
En este largo devenir por el mundo de los muertos, el alma del romano se encontraba ante tres jueces: Minos, Radamantos y Aeacus, quienes le preguntaban sobre su vida. Tras relatársela, se le ungía con agua del río Leta, uno de los cinco que discurrían por el inframundo. El fluido le purgaba y permitía olvidar su existencia terrenal.

El Tártaro el lugar más profundo del inframundo
A continuación, el fallecido era enviado a los campos Elisios (una versión del paraiso) si había sido un buen guerrero, a la llanura de Asfodel si había sido un ciudadano ejemplar, o por el contrario al Tártaro, donde debía pagar una penitencia si había osado ofender a los dioses. Allí sería castigado hasta que su deuda con la sociedad se hubiera satisfecho.
El mundo romano no consideraba que existiera una condena eterna en el inframundo, aunque se podía permanecer mucho tiempo. El castigo dependía del crimen cometido en vida.

Caronte, el barquero y Perséfone
Se le daba a tomar el agua del olvido y se le devolvía río a través del Estigia con un obsequio para el can Cerbero. Por su parte, su homólogo masculino, Dis, eximía al dios de la muerte, Mors o Tánatos, de hacer este delicado trabajo.
Sin embargo, Dis, no era el dios de la muerte. No decidía quién vivía y quien moría. Tal compromiso final lo determinaban las tres Parcas: Nona, Décima y Morta, unas deidades de origen griego que personificaban el destino, regían la vida y los acontecimientos humanos.
Evolución:
A partir del siglo III, con la extensión del cristianismo, apareció una nueva creencia que se basaba en la existencia de una vida después de la muerte, y no ofrecía una solución individual como en el paganismo, sino una colectiva.

 Bibliografía:
  • Roma de los Césares; Juan Eslava Galán.
  • La sociedad romana; Paul Veynne.
  • Mitología romana; Francesc Cardona.