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lunes, 7 de enero de 2019




Fr. Miguel Fernández Leonardo. El Endemoniado de Atocha.




El religioso que presentamos a continuación, es un personaje cansado de pedir a Dios por sus intereses mujeriegos, y al ver que el Todopoderoso no le escucha ni le ayuda en la misión pedida, decide entregar su alma al diablo a cambió de que el príncipe de las tinieblas le otorgue lo que no le da el príncipe de los cielos. Para poder conseguir su objetivo, nuestro protagonista tendrá que pactar con el demonio, aún sabiendo que eso puede tener en su vida consecuencias negativas. 


Demos paso a su expediente inquisitorial y descubramos, que aveces, el mal de amores, puede llevarte por las peligrosas y pantanosas veredas del emperador de los infiernos. 




"El Inquisidor Fiscal de Cuenca, contra Fr. Miguel Fernández Leonardo, natural de esta Corte (Madrid), de 22 años de edad, Mercedario Calzado, por proposiciones y pacto expreso con el demonio.


Tubo principio esta sumaria el 19 de enero del año 1790, ante el Inquisidor Ocilla, por delación espontánea del mismo reo, qué presentando un papel firmado por sí, dijo: “Que teniendo 20 años y encontrándose en esta Corte, se aficionó el reo a una moza soltera hija de un platero y de una señora llamada Dª. María del Campo.


No pudiéndola lograr para torpezas, ni por cariño ni ofertas añadidas, sin reparar en la autoridad del delito, se valió este reo del demonio. Lo invocó repetidas veces con instancias para que le lograse su fin, ofreciéndole su alma con esta condición. Que a la tercera vez que le invocó, se le apareció el demonio en forma de un gallardo mozo y trabando conversación le dijo: “Que era el demonio y que tenía mucho más poder que Dios, y que cuanto le pidiese lo lograría”.





Que este reo le dijo: “qué si así fuese le entregaría toda su alma y su tiempo en servirle”. El reo le comentó al demonio: que sentía una gran pasión por la moza sin que la hubiese podido conseguir, y que si se la facilitaba cumpliría su promesa.

El demonio sacó un papel de media cuartilla y él mismo la escribió y se lo leyó al reo, y que aunque el encausado no se acuerda de las palabras materiales, ofrecía su alma y firmó con gusto con su propia sangre del muslo derecho que el propio demonio le sacó. 


La fisura hecha para extraer la sangre, el diablo se la cerró pasando su mano por ella. Que cogida dicha cédula, el demonio le prometió, que estaría con la moza deseada siendo ella condesciende con los gustos del reo, y que este lance pasó en Madrid en el Prado Nuevo junto a Nuestra Señora del Puerto a las diez de la noche.




Pasado un mes, el demonio se le volvió a presentar en forma de clérigo tuerto y feo, y que estando en esos momentos el reo junto a Nuestra Señora de Atocha por la tarde, le dijo este: “que ya había logrado a la moza”, a lo que respondió el demonio, “que ya lo sabía y que pidiese cuanto quisiese”.


Al enterarse el reo que la moza estaba embarazada por él, este invocó al demonio para pedirle, que nadie lo supiese en su casa y que no deseaba casar con ella, aunque ella se lo pidió, viniendo inmediatamente el diablo en figura de mancebo. También comentó el fraile: “qué ya que podía tanto, le sacase de aquel enredo”, a lo que respondió el diablo: “Que no podía ser de otra forma que quitando la vida a la moza”, y el reo le dijo: “que se la quitara”. Que esto sucedió una mañana de julio junto Atocha, y que pasando luego el demonio a la casa de la moza, este volvió al paraje donde le esperaba el reo apareciendo de la misma forma. El demonio le comentó al religioso: “que ya estaba muerta. Que le había echado unos polvos en la comida de forma invisible”.


Que por el mismo mes de julio se le apareció el demonio en figura de sacerdote en el Parque del Retiro, y que el diablo le dijo: “que se entrase en un convento” y que habiendo pedido el hábito de la merced entró como religioso. Que estando en el cenobio, el reo ni rezaba, ni comulgaba ni asistía a ningún acto de la comunidad por no faltar al pacto firmado.




Cuenta un miembro de la comunidad llamado Fr. Manuel Carpintero en su declaración ante la Inquisición: “que un día llegó hasta el convento un clérigo preguntando por el reo y que este le señaló con el dedo diciéndole aquél es. Que le llamó la atención la gran altura que tenía, que era corcovado o algo agobiado y con un ojo espantoso, pero que no sabe si era tuerto, aunque se lo pareció, su aspecto era horroroso y estaba también presente Fr. Fernando Parrilla”. A este último religioso, el reo le enseñó la señal por donde el diablo le sacó la sangre para firmar la cédula donde le entregaba su alma, apercibiendo el testigo que era como un lunar o garbanzo. Que en una ocasión que le obligaron a confesar, entre varios frailes de la comunidad le abrieron la boca y le dieron el Santísimo Sacramento, y que al momento lo escupió. El Vicario le reprendió por los hechos consumados y le preguntó: “¿porque hacía aquellas renuncias a nuestro Dios y su Santísima Madre?”, respondiendo el reo: “que estaba llevado del demonio y no tenía perdón de Dios”.




Que en otra ocasión contó: que en el convento se le volvió aparecer el demonio invitándole a que abandonase la vida religiosa que llevaba y se marchase a tierras de moros, ya que allí podría renegar libremente de Cristo, y que ese mismo día Satanás lo quiso ayudar a escapar por una ventana.


Estando en una celebración de misa se le apareció el demonio en forma de perro negro y le dijo: “que abandonase inmediatamente la iglesia”.

Los calificadores del Santo Oficio dijeron de él: “que era un hereje formal, ateo y que había hecho pacto expreso con adoración al demonio”. Fue condenado a que fuese recluido en su convento con embargo de su peculio (haciendas), y fuese gravemente reprendido dentro del recinto religioso".

Como podemos ir observando en estos procesos, la Inquisición nunca hacía escarnio público de aquellos religiosos condenados por el “santo tribunal”, es decir, el pueblo nunca se enteraba de lo que realmente ocurría dentro de los cenobios. Salvar la honra del hábito era el mayor cometido a defender, razón por la cual las reprensiones o castigos disciplinarios se hacían dentro del convento. Un religioso, dependiendo de la herejía cometida, no podía salir en un auto de fe, ya que era poner en evidencia una vocación. Con el tiempo dicho personajes se enmendaría y su preferencia o entrega a la causa de la fe, volvería a estar activa y nadie fuera del monasterio podría criticar su actuación anterior. El sigilo o secreto formaba parte de las normas inquisitoriales, y era una misteriosa y reservada forma de mantener indemne la estructura monacal sin escándalo ni ruptura dentro del cuerpo eclesiástico.

No así le sucedían aquellos civiles que pactaban con el demonio, ya que ellos sí que tendrían que sufrir la detención pública, humillación oficial, cárceles y participación en los temidos y ofensivos autos de fe.




Signatura: Archivo Histórico Nacional. Inquisición. Legajo 3728, expediente 

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