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miércoles, 6 de noviembre de 2019


Un Cervantista Quemado por la Inquisición





Signatura: Archivo da Torre do Tombo de Lisboa (Portugal), Legajo 8027-1


Con grandísima concurrencia de público de todas las clases sociales, y con extraordinaria animación, se representaba en el teatro do Barrio alto de Lisboa, en la tarde del día 14 de octubre del año 1733, una comedia titulada Vida do grande Don Quijote y del gordo Sancho Panza.

La platea, que hoy llamamos patio, no podía contener el inmenso número de espectadores que en ella se apiñaban; los aposentos estaban llenos de damas y señores de la primera nobleza de la corte; y hasta en los llamados camarotes dos frades, se notaban, a través de las espesas celosías que los disimulaban, las venerables cabezas de los reverendos padres de todas las órdenes religiosas, sin exceptuar a los señores inquisidores, que muy de propósito y en gran número, concurrían siempre a las primeras representaciones, llenando el aposento que para ellos estaba reservado.

Importa y mucho a los lectores españoles, conocer los pormenores de aquella fiesta escénica, porque la obra era tributo de admiración al mayor ingenio de España, al desventurado é inmortal autor de El Ingenioso Hidalgo; y también porque la vida del desdichado poeta de aquella obra dramática es verdaderamente interesante, y además casi desconocida en nuestra historia literaria.

Representaba una compañía que había recibido lecciones y ejemplo del célebre español Antonio Rodríguez, que de Madrid pasó a Lisboa, donde colmado de aplausos vio correr los últimos años de su dilatada existencia, dejando muchos y buenos discípulos.
La comedia estaba discretamente escrita en lo general, graciosa y ligeramente dialogada, y sostenía el interés de los espectadores, tanto por la variedad incesante de las escenas, que conservaban mucha de la gracia del original, como por los chistes de que estaba salpicada la obra, y que, sin ser áticos ni mucho menos, llenaban las medidas del gusto del auditorio, acostumbrado a obras muy escasas de mérito y de gracia. En los bancos primeros, cercanos al proscenio, se veía á casi todos los poetas portugueses de aquel tiempo; medianos algunos, malos, detestables en su mayor número, que acudían á escuchar la nueva producción dramática de un rival favorecido, con disposiciones de ánimo poco benévolas en verdad.

Los aplausos despertaron la emulación de aquellos escritores; el entusiasmo del público la convirtió en envidia; un suceso, puramente casual, vino a trocar aquellas malas pasiones en abierta enemistad y malquerencia.

Después de una escena originalísima, en la que Don Quijote imagina que los encantadores que le persiguen han mudado a su Dulcinea, transformándola en la figura de Sancho Panza, escena que fue calurosamente aplaudida, a pesar de su equívoca moralidad y subido color, Caliope, descendiendo de una nube, arrebató en ella a Don Quijote y a Sancho para llevarlos en socorro del Numen Deifico. Se mudó el teatro en el Monte-Parnaso, y apareció el Dios Apolo rodeado de un enjambre de malos poetas, con los que reñía porfiada batalla. Y de allí fue Troya.

………………………………………………………………………………………

—Esperad, bastardos hijos, exclamaba Apolo, que presto vendrá quien sepa vengarme de vuestras injurias.

— Ya no te reconocemos por Dios de la poesía, señor Apolo, gritaban a su vez los poetas, pues cualquiera de nosotros es un Apolo, y cada idea nuestra una nueva Musa.

APOLO. — ¿Así os atrevéis á profanar el decoro que se debe  a mis apolíneos rayos?

POETAS. — Toquemos a embestir el Parnaso. (Caen de una nube Don Quijote, Sancho y Caliope.)

APOLO. — En hora buena vengas, valiente Don Quijote, que sólo tu espada puede asegurarme en el trono y conservar mis laureles. Ven, ven a vengarme de estos poetastros, que sin más armas que su presunción, quieren, no tan sólo emular mi plectro, sino despojarme del Parnaso; y como son las armas y las letras tán fidelísimas compañeras, quiero valerme de tus armas para restauración de mi ciencia; y como esta violencia que se me hace no desdice de las empresas de tus caballerías, te ruego y llamo para que me acorras.

DON OUIJOTE. — Señor Apolo, yo tomo sobre mí su desagravio, y ya desde ahora puede sentarse tranquilo en su trono, que nadie será osado a tocarle.

SANCHO. — Señor Don Quijote, yo cuido que estoy soñando. Que entre Vm. en el Parnaso no es extraño, porque es algo loco y locos aquí vienen; pero que yo siendo un ignorante esté también a su lado, es lo que me admira; y de ello vengo a concluir que no hay bolonio que no se cuele hoy día en el Parnaso.

DON QUIJOTE. — Y dígame por su vida, señor Apolo, ¿cómo se llaman esos poetas que de tal manera os persiguen?

APOLO. — Pues esa es la desgracia, amigo Don Quijote, que los poetas que me afligen no son de nombre, y con todo cada uno se cree que tiene más que yo mismo.

DON QUIJOTE. — Decidme, poetas de aguachirle; decidme, ranas que graznáis en el charco de Catalina; decidme, cisnes contrahechos, que os zambullís en el lodo de Hipocrene, ¿con qué méritos contáis para competir con el Dios de la Poesía...?

…………………………………………………………………………………………

Ya desde el principio de la escena los aplausos intencionados se habían repetido con mucha frecuencia, y más de un chusco dirigía sus miradas a los bancos ocupados por los poetas; pero al llegar a este punto, al apostrofar Don Quijote a los poetas de aguachirle, los aplausos fueron generales, las risas continuas, y todos se volvían a mirar a los escritorzuelos, que sufrieron avergonzados una rechifla estrepitosa.

La ira que aquellos poetastros sentían, no podían desahogarla sobre el público, descargandola sobre el inocente autor de la comedia.

—¡Es un bufón! —decían.

— Es un judío, y obra como tal; — añadían otros.

—Bien se descubre el rabo de sus malas creencias a través de sus intencionados chistes....

— Y después de todo, esto no es más que una mala copia de un célebre escritor español; — decía un tercero en voz alta y campanuda para que llegase a los oídos de la multitud, que se apiñaba a las puertas de la botillería durante el entreacto.

Bajaban de sus aposentos los señores inquisidores, y un escritor mal intencionado, llamado Lobo Correa, se atrevió a decir:

—En efecto, asoma el rabo del judío en muchos lugares de la comedia; y es que se va olvidando el autor, de que existen en Portugal vigilantes o centinelas de la fe, que ya en otra ocasión, le obligaron a este mismo autor a la abjuración de levi, por haberse burlado de doctrinas sustentadas por autores católicos.

No lo dijo á sordos. Al día siguiente estaban sobre la mesa del Calificador del Santo Oficio todos los escritos del poeta dramático autor de la comedia sobre El Grande Don Quijote y del gordo Sancho Panza, y se comenzaba una información secreta de su vida y costumbres, que andando el tiempo produjo funestos resultados. Veamos lo que averiguó la Inquisición.



Averiguaciones de la Inquisición

Antonio de Silva, que en aquella sazón ejercía ya con crédito la profesión de abogado en la ciudad de Lisboa, era hijo de otro notable jurisconsulto, Juan Méndez de Silva, y de su legítima esposa Lorenza Coutinho.
Había nacido en Rio-Janeiro en el año 1705, y allí corrieron tranquilos los primeros años de su existencia, dando singulares muestras de felicísimo ingenio y disposiciones nada comunes para todo género de estudios.

Trasladada a Lisboa la familia, ya en el año 1726 era Antonio José bachiller en leyes por la Universidad de Coimbra, donde en la temprana edad de veinte años había llamado la atención por su claro entendimiento, su aplicación extraordinaria, y más que nada por su carácter franco, alegre, jovial y decidor, que le había granjeado muchos y buenos amigos. Estas mismas condiciones de carácter le trajeron a posteriori un grave disgusto.

Ejerciendo la abogacía con asiduidad al lado de su padre, iba adquiriendo buen concepto como jurisconsulto entre los más principales señores de la nobleza, así como entre graves y doctos magistrados; teniendo la misma admiración por sus aficiones literarias y por sus composiciones poéticas, razón por la cual, era recibido con especial agrado en todas las reuniones de la capital.

Entre los nobles que con mayor amistad le distinguían y más se gozaban en su ameno trato, figuraba el cuarto Conde de Ericeira, don Francisco Javier de Meneses. Refiere uno de los más apasionados biógrafos de Silva (Camilo de Castello-Branco), que entrando este un día en la biblioteca del Conde, que era una de las más escogidas y preciosas de Lisboa, encontró en ella a un cierto Bartolomé Lobo Correa, literato de escasa valía, y antipático además por las condiciones especiales de su carácter. Entre los libros del Conde tropezó Silva con uno, titulado Centinela contra judíos, puesta en la torre de la Iglesia de Dios, obra del extremeño Fr. Francisco de Torrejoncillo, traducida del español al portugués por el padre del Lobo Correa; y tomándolo en las manos se propuso mortificar a aquél, haciendo reír a su costa, al P. Luis Álvarez y a Francisco Javier Oliveira, que se hallaban presentes, sacando a plaza algunas de las muchas necedades que el libro contenía.

El mentado biógrafo del poeta describe con sin igual donaire y con gran fuerza cómica, la escena de la biblioteca, origen de todas las desgracias de aquél. Oigámosle.

—<< ¡Oh, Francisco Javier—dijo Antonio de Silva,— ya encontré un libro que es alhaja, traducido aquí por el padre del Sr. Bartolomé.>> ¡Centinela contra judíos...! — ¡Oh! ¡oh...! —exclamó riendo el P. Luis Álvarez; —esa es una obra que hace cosquillas en los pies a cuantos la lean.

—¿Y por qué razón...? —preguntó algo avispado y sospechoso el hijo del difunto traductor.

—¿Por qué?,—repuso el Padre; —porque es obra llena de sandeces, inmoralmente puerca y torpe.
…………………………………………………………………………………………

Silva abrió el libro y leyó en voz baja algunos renglones, y dijo:


—Díganme vuestras mercedes, si la inmortalidad no les parece mezquina y pequeña recompensa para un libro donde se leen estas cosas; ¡atención!:—"Si los hombres pusieron cuidado en señalar a los judíos para que fuesen conocidos por sus traiciones, no menos cuidó Dios de señalarlos, para confusión suya y castigo de lo que merecieron sus antepasados. En algunos no son muy patentes las señales que por su maldad pone en ellos la naturaleza; pero en otros, se ven claras y evidentes, sin que pueda su cuidado celarlas y ocultarlas a las gentes. Digo, pues, que hay muchos señalados por la mano de Dios después que crucificaron d su Divina Majestad; unos...

—¡Fíjense en esto! —exclamó Antonio José, interrumpiendo la lectura. —¡Fíjense en esto para aumento de la Historia Natural, y en honra del Lobo muerto y del Lobo vivo! — Y prosiguió leyendo:

" Unos tienen unas colillas o rabillos que le salen en su cuerpo del remate del espinazo; otros echan y derraman sangre...„

— ¡Alto ahí! —interrumpió el P. Álvarez. —Hay señoras en la habitación inmediata: el que quiera leer el resto de esa inmundicia hágalo en secreto....

— Yo lo he leído ya, —dijo Oliveira, llevándose la mano a la nariz, —y eso exhala vapores de cloaca.

— Y según esto—repuso Silva—¿está vuestra merced persuadido, Sr. Lobo, de que algunos judíos tienen rabos que les nacen del remate del espinazo?
— Lo estoy; sí señor.

— ¿Y violo tal vez con sus propios ojos, tan vivos y penetrantes? Ahora veo yo también que no es mentiroso el refrán que dice que los sabios meten la nariz en todo. ¡Cuánta investigación por lugares tan poco frecuentados ha hecho su nariz de usted, sabio D. Bartolomé!


—¿Qué libro lee nuestro moderno Gil Vicente? —dijo entrando el Conde de Ericeira.
— ¡Ah!... Centinela contra judíos.... Es un libro notable, que prueba el adelanto de la Historia Natural en España. Habla ahí de unos rabinos....

—Con eso nos entreteníamos, —añadió el Prior de San Jorge. —¿Y vieron—repuso el Conde—el por qué tienen rabo los israelitas? La explicación está dos hojas adelante.
—Aquí está—dijo Silva. — Y leyó:

“Los judíos de las colillas o rabillos en el fin del espinazo, son descendientes por línea recta de aquellos que eran maestros entre ellos, a quien llamaban Rabíes, y acá llamamos Rabinos; éstos se sentaban a juzgar, y hoy se sientan a enseñar su ley, como maestros y jueces; y para pena suya, y que no puedan estar sentados sin trabajo y penalidad, les sale aquel rabillo en las asentaderas. „

Me parece que el Sr. Bartolomé está con mala sombra.... —dijo el Conde—Pero observe nuestro amigo, que su padre no incurre en nuestra crítica. A un traductor solamente se le exige fidelidad en la versión...

—Mi padre, Sr. Conde, —dijo Bartolomé, — no pide disculpa por haber hecho un servicio a la religión. A los judíos fue a los que no les hizo favor, traduciendo este religioso libro y del que estos señores se están zumbando.

Y al proferir Bartolomé las palabras a los judíos, clavó los ojos con marcada intención en Antonio José de Silva. Quince días después, el 6 de agosto de 1726, fue detenido el poeta por los familiares del Santo Oficio, y encerrado en las cárceles de la Inquisición. Como el Prior de San Jorge fue reducido a prisión en el mismo día, conocieron bien todos los amigos de ambos de dónde procedía la denuncia.

El Conde de Ericeira, Juan Méndez de Silva, el anciano contador Diego Barros y otras muchas personas de cuenta comenzaron inmediatamente a influir con los inquisidores en favor del calumniado joven, haciendo llegar a sus oídos la causa del rencor de Lobo Correa.

Mucho sirvieron al acusado las informaciones de tan poderosos amigos, y las muestras de simpatía y afecto de que era objeto Silva en todas partes, pusieron muy en su favor a los inquisidores.

Mas por desgracia, la madre del poeta, Lorenza Coutinho, era de raza judía; se sospechaba que pudiera mantener en su familia recuerdos de la antigua creencia; y aunque nada se justificó que indicase falta de ortodoxia, ni de prácticas contrarias al cristianismo en la casa de aquélla, creyeron de necesidad los señores del tribunal de la fe depurar el hecho, y sometieron a cuestión de tormento al procesado, que conservó para todo el resto de su vida las señales de los tornillos en sus desfigurados pulgares.

Fue absuelto el desventurado Silva; abjuró de levi, y con expresiva recomendación de los inquisidores para que se dedicara al estudio de la doctrina cristiana, volvió triste y meditabundo al seno de su atribulada familia. Recobrando poco a poco, la salud y la tranquilidad de ánimo, se dedicó el escritor a sus negocios del foro, guardando la más rigorosa observancia de las prácticas religiosas, y sin que su conducta ofreciera nada digno de censura, hasta la época en que el Calificador del Santo Oficio recogió estos informes secretos.

La denuncia de Lobo Correa no tuvo por entonces otros resultados; pero por ella Antonio José de Silva fue sometido a tormento, y el P. Luis Álvarez, prior de San Jorge, salió desterrado de Lisboa. En los libros de la Inquisición quedó Silva apuntado desde entonces como sospechoso de judaísmo.

Muchos meses después de haber vuelto a su casa, apenas salía de ella Antonio José de Silva, fuera por la vergüenza de haber salido al auto de fe, por temor de dar pábulo a nuevas sospechas, por un acceso de misantropía, nada extraño en hombre de su imaginación y de su carácter después de la prisión y el tormento, es cierto, que huía el trato de sus antiguos compañeros, nunca se presentaba en público, y aun dentro de su misma casa pasaba largas horas encerrado en su habitación, sin más compañía que sus libros, reducidos a pocos volúmenes de poesía y muchos de devoción, de obras ascéticas, vidas de Santos y expositores bíblicos.

Este retraimiento voluntario influyó, muy directamente, en su carrera literaria. Al paso que iba recobrando la tranquilidad de su espíritu, buscó esparcimiento en su afición por la poesía, escribiendo del todo o formulando.



Segunda Parte

Muchos meses después de haber vuelto a su casa, apenas salía de ella nuestro protagonista. Fuera por la vergüenza de haber salido al auto de fe, fuera por temor de dar pábulo a nuevas sospechas, o por un acceso de misantropía, nada extraño en hombre de su imaginación y de su carácter después de la prisión y el tormento, es lo cierto que huía el trato de sus antiguos compañeros, nunca se presentaba en público, y aun dentro de su misma casa pasaba largas horas encerrado en su habitación, sin más compañía que sus libros, reducidos a pocos volúmenes de poesía y muchos de devoción, de obras ascéticas, vidas de Santos y expositores bíblicos.

Este retraimiento voluntario influyó muy directamente en su carrera literaria. Al paso que iba recobrando la tranquilidad de su espíritu, buscó esparcimiento y solaz en su afición a la poesía, escribiendo del todo o formulando los planes de muchas obras dramáticas, que representadas en los años siguientes, contribuyeron a extender su fama de poeta por una parte, siendo por otra causantes de su total ruina y lastimosa tragedia, al decir de muchos historiadores; aunque otros sólo atribuyen su desgracia al judaísmo, antiguo en su familia y que en ella se perpetuó por el enlace de que ahora debemos dar noticia.

En su voluntaria reclusión, viviendo aislado con su familia, Antonio Jos estrechó relaciones con la del anciano contador Luis de Barros, y de ellas nacieron sus amores con la nieta del mismo, llamada Leonor, joven de singular hermosura e ingenio. Le consagró el poeta sus mejores y más sentidas composiciones; y tal vez estimulado también por aquel afecto, empezó á dar término á sus comedias para representarlas en el teatro.

Uno de los asuntos que más agradaban al escritor y causaban efecto en su familia, eran las aventuras de Don Quijote de la Mancha, relatadas por la inimitable pluma de Miguel de Cervantes. Tanto se prendaba Silva de la gracia y de la fuerza cómica del autor español, que sin cuidarse de que el personaje de Don Quijote había sido presentado ya en la escena lusitana por Ñuño Sutil, se decidió trasladarlo al teatro, y su primera obra cómica, seis años después de haber salido a la abjuración, fue la que tituló: Vida do grande Don Quijote de la Mancha e do gordo Sancho Panza.

El éxito que alcanzó la obra despertó la saña de los envidiosos, según intentamos describir al principio de esta biografía; volvió a ponerse en tela de juicio la sospecha de judaísmo de ANTONIO JOSÉ, pero su conducta en aquellos últimos años había sido ejemplar, sus costumbres muy religiosas, y la envidia tuvo que devorar en silencio la pena que le causaban los aplausos que se prodigaban al autor y su creciente fama.

Al año siguiente de este triunfo escénico, en el de 1734, vio Antonio José de Silva colmados los deseos de su corazón, contrayendo matrimonio con Leonor de Moura, hija de Jorge, y nieta de Luis Pereira de Barros, según antes dijimos. Las familias habían vivido siempre en la mayor intimidad; desde aquel punto, puede decirse que se confundieron en una sola. Mas, por desgraciada coincidencia, como ya indicábamos, Jorge Barros estaba casado con una joven huérfana, a la que había dado asilo el anciano Contador Mayor de Alfonso VI, movido a compasión al verla sola en el mundo. Los padres de aquella infeliz niña habían sido quemados por judaizantes; el Contador la recogió en la temprana edad de cinco a seis años, la hizo bautizar, y le puso en su regeneración el nombre de María, en lugar del de Sara con que la llamaron sus padres.

Poco tiempo después del casamiento del poeta, en el mes de mayo de 1735, se representó con gran éxito la obra, pero la alegría que produjo este nuevo triunfo fue de corta duración, pues se sintió indispuesto el anciano Juan Méndez de Silva, y murió en breves días al comenzar el mes de junio siguiente.

Desde fines del año 1726 en que salió absuelto de las prisiones de la Inquisición, hasta el mes de octubre de 1737 en que volvió nuevamente a ellas, cómo veremos en seguida, dio al teatro casi todas sus producciones, se hizo aplaudir y admirar del público, y gozó de la mayor tranquilidad en su azarosa existencia.

Al salir de Rio-Janeiro para establecerse en Europa, había traído consigo Lorenza Coutinho una muchacha negra, que constantemente vivió con la familia en Lisboa, sin dar nunca sospechas de tener mala voluntad a sus señores, ni dar muestras de natural vengativo, disimulado carácter, ni genio descontentadizo.

Se ignoran en absoluto los motivos que pudieran inducirla para variar de conducta y abrigar odio en su corazón. En algún autor hemos visto indicada la noticia de que fue castigada hacia este tiempo por una pequeña falta; otros aseguran, que fue ganada por dinero y promesas de libertad por los enemigos del poeta; es lo cierto que la esclava negra, cuyo nombre parece era Francisca o Feliciana, delató a Antonio José de Silva, a su madre y su mujer, por judíos impenitentes, y que conservaban en su casa todas las ceremonias y prácticas del rito mosaico.

En uno de los primeros días del mes de octubre del dicho año 1737, se presentaron de improviso dos familiares del Santo Oficio y condujeron a las cárceles secretas á Lorenza Coutinho, Leonor Moura y Antonio José de Silva, apoderándose de todos los papeles que a éste pertenecían, sellando sus habitaciones y dejando vigilada la casa, para tener detalladas noticias de cuanto en ella pudiera suceder y de las personas que pudieran llegar a interesarse en la suerte del acusado.

Conocidos los procedimientos del Santo Oficio y su manera de sentenciar las causas, a nadie extrañará que no se volviera a saber de la persona de Antonio José de Silva durante dos años, hasta que se le vio salir al auto de fe de 18 de octubre de 1739.

Se celebró en la iglesia de Santo Domingo, ante el inquisidor general, el cardenal D. Ñuño de Acuña. Fue un acto imponente al decir de una relación contemporánea; y el numeroso público aplaudió la condenación al fuego de las estatuas de tres herejes fugitivos, y de los huesos de otros que habían muerto en la prisión o en el tormento; y escuchó las sentencias de muerte de otros varios que se hallaban presentes vestidos con sambenitos pintados de llamas, de diablos, de animales inmundos, según el delito de cada uno. A nuestro protagonista se le aplicó el agravante de judaizante convicto, negativo y relapso, fue relajado Antonio José de Silva y entregado al brazo seglar.

Pero el poeta había muerto moralmente muchos días antes. Desde el punto en que escuchó la lectura de la sentencia, viéndose perdido y sin sombra de esperanza, cayó en un abatimiento del que no volvió a salir. La postración de sus fuerzas era tan extremada, que tuvieron que llevarle casi en hombros a la iglesia de Santo Domingo. Permaneció insensible durante la ceremonia, y ni aun dio muestras de haber reconocido a su madre ni a su esposa, que con él salieron al auto, condenadas a prisión perpetua.

En aquel estado de insensibilidad, fue conducido al prado del Rocío, donde se le decapitó y se entregó su cadáver a las llamas.

El proceso de Antonio José de Silva fue desconocido hasta que en el año 1821 pasó con otros muchos papeles de la Inquisición y vino a los archivos públicos de Lisboa. Examinado entonces, pudo conocerse, que la sentencia había sido a todas luces injusta e infundada. La delación se refería a la vida del poeta en su casa y entre su familia; la esclava delatora murió arrepentida pocos días después, y las pruebas se obtuvieron por declaraciones de los carceleros.

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