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viernes, 8 de marzo de 2019

Los Herejes de Sierra de Gata



El presente trabajo nace de la necesidad de compartir con los vecinos de Sierra de Gata, una parte de la historia de estas villas qué durante siglos, como en todas partes, el bien y el mal formo parte de su realidad cotidiana en momentos determinados de sus anales. El objetivo y misión de esta investigación, es el dar a conocer una realidad social donde lo cruento y a veces lo encarnizado, marcó durante mucho tiempo el paso de muchas generaciones que se vieron obligadas a sucumbir ante los poderes fácticos del momento.

Crónicas reales documentas, que ponen de manifiesto, que el paso de la silueta de Caín por estos núcleos urbanos dejó su negativa impronta, impregnando con su sombra, los cuatro costados de estas urbes pacenses. Memoria que lleva insertada en su núcleo, los valores del enfrentamiento, la hostilidad y el combate entre ciudadanos de una misma población, auspiciado por uno de los mayores enemigos de la humanidad, el mundo de los ideales.

Conoceremos episodios cargados de tensiones víricas propios de la sin razón, y la irreflexión del hombre hacia su prójimo, siempre dominados e influenciados por el funesto y luctuoso criterio de lo irreal e imaginario.


En este estudio apasionante y conmovedor de la historia inquisitorial de Sierra de Gata, nos encontraremos con documentos que llevan en sus hojas la marca y el sonido del dolor y la humillación. Contar lo ocurrido con la Inquisición de Llerena en estas localidades hará presagiar, vaticinar y predecir en la mente del lector, que la sombra y silueta de Caín cubrió durante muchísimo tiempo los cuatro puntos cardinales de estas vetustas y pardas tierras. Sombra que ha dejado enarboladas durante infaustos y dramáticos momentos, las fúnebres y lúgubres banderolas del espíritu cainita de los hombres, quienes en nombre del Crucificado llegaban a vulnerar y atropellar los mandamientos de la ley de Dios.


Hombres y mujeres que sufrirán en sus vidas, un amargo y atormentado calvario que marcará en adelante el verdadero sentir religioso de un pueblo. Había que extender el catolicismo por todo el país y la mejor fórmula encontrada por el tribunal eclesiástico para tal misión iba a ser, la de destruir y arrancar la cizaña que envenenaba las espigas cristianas de la población. Una misión contundente puesta en marcha por la monarquía y la Iglesia Católica con un objetivo muy claro, enarbolar y blandir la bandera del Crucificado por toda la piel de toro.


La Inquisición de Llerena pondrá en marcha un despliegue exterior auténticamente colosal, mostrando cuales son los reos condenados por ella y lo más importante, el cumplimiento de las sentencias impuestas. Proceder que en última instancia viene determinado por la naturaleza de los delitos, en los que entiende y determina que algunos de ellos son de tremenda gravedad. Pecados que lesionan la imagen del Nazareno y que deben de ser castigados según las instrucciones del Santo Oficio del momento.


La dimensión de las penas será algo público y notorio; hay que reparar la dignidad herida del cristianismo, y para ello los autos de fe serán el momento crucial de restauración de la misma. La misión de dichos actos será la de recordar al pueblo asistente, que está prohibido y sobre todo penado, caer en los mismos errores que en ese momento se están castigando.


En Llerena, y más concretamente en la plaza de Santa María de la Granada, se desarrollarán los autos de fe de los herejes de Sierra de Gata y otras poblaciones extremeñas. En ese espacio público, el espectáculo, la violencia, el perdón, el poder, la religión, el arte y la diversión, se convertirán en algo único e inolvidable en los cerebros y pupilas de los ciudadanos asistentes. Los vecinos presentes conocedores de estos acontecimientos, darán su testimonio de militancia católica en los templos y en la misma plaza donde el auto de fe se va a desarrollar, sumándose con su presencia a los actos que rodean el espectáculo religioso.

Pero si el auto de fe pone de manifiesto los errores de los condenados, no lo van a ser menos las cárceles de la Inquisición, donde las torturas, los suicidios, la locura, y un permanente terror manifiesto, serán en dichos habitáculos los siniestros acompañantes de los hombres y mujeres detenidos por el Santo Oficio. Torturas como los garrotes en las espinillas, las vueltas de cordel en los brazos y muslos estando los reos echados sobre el potro, la famosa tortura de la toca o de los jarrillos de agua y otras por el estilo, harán que los cuerpos y mentes de muchos vecinos, queden traumatizados y estigmatizados para siempre. Toda una trágica epopeya en nombre del Dios de los cristianos, que pone de manifiesto, la falta de fe de unos hombres de Iglesia en busca de un solo Dios, una deidad llamada poder en la que existe una simbiosis de la política eclesiástica y secular por un interés común: la unidad de la fe.

Espero que esta veraz y fidedignas crónicas, ayude a desenmascarar al bíblico Caín, para que cuando sintamos cerca de nosotros la fétida y negativa presencia de su sombra, sepamos alejarnos de su camino, antes de que las penumbras y umbrías de su masa nos marquen y nos signen con su particular quijada.

Los Condenados de Sierra de Gata


Nuestros primeros protagonistas van a ser vecinos de San Martín de Trevejo, una población que se caracterizó, al menos documentalmente hablando, por tener dentro de la comunidad de vecinos, personas que abrazaban la ley mosaica, mientras que otros habitantes, se adherían y anexionaban al mundo de la superstición. Nuestro primer protagonista es Francisco Durán, vecino de San Martín de Trevejo, de 30 años de edad, fue testificado por tres testigos varones, que en el año 1584 ante el doctor Olmedilla Inquisidor que estaba visitando Ciudad Rodrigo en visita inquisitorial, se le acusa que hará unos tres años estando dando misa un clérigo y estando ayudándole el reo y habiendo dado el mismo reo la paz el sacerdote, la volvió a dar a los que estaban presentes llevando un crucifijo hacia atrás pegado a sus partes traseras a modo de risa; y que esto causó escándalo entre los parroquianos. Cuentan los tres testigos, que estando ellos junto al reo en la plaza, dijo el reo a un sobrino: sobrino, como no me des un poco de vino, y le dijo el sobrino, que no estaba obligado a dar de su vino a toda la gente del lugar, y le contestó, que como no le diese vino lo bebería del vino del cura que es tuyo.

También cuentan los testigos, que estando en una procesión y faltando el incienso que él tenía que poner y llevar, le pareció mal al mayordomo que dijese, que porque iba en la procesión el dicho cura y que por esa razón el no llevaba el perfume, qué si no fuese, que el daría un perfume para el mayordomo.

Se calificó por hecho escandaloso, irrisión y blasfemia no heretical, tanto lo del vino como lo del incienso, fue preso y llevado hasta las cárceles secretas de Llerena, siendo suelto después para ir a su tierra. En el año 1590, fue llamado de nuevo para proseguir su causa. Fue absuelto de la causa.[1]

Otro vecino de San Martín de Trevejo condenado por la Santa Inquisición de Llerena fue Antonio López, cristiano nuevo, natural de San Martín de Trevejo y vecino de Gata, de oficio boticario, de 25 años de edad, fue testificado en la ciudad de Coria ante el licenciado Juan Fernández de Vallejo nuestro colega que estaba en la visita, y fue testificado por tres testigos de que hablando en una conversación sobre el estado de los clérigos y de los casados, dijo el dicho Antonio López, que era mejor estado el de un buen casado que el de un mal clérigo, una mujer testigo le reprendió por lo que había dicho, y que contestó, que los curas que estaban amancebados no tenían poder para consagrar por estar en pecado. También había dicho, que cuando los moros morían no tenían pena ni gloria porque no sabían lo bueno ni lo malo, y que el día del juicio, perdonaría Dios al que quisiese ser bueno. Fue reprendido por la Inquisición.[2]



Nuestro tercer vecino a conocer, es una mujer qué por complacer a su suegra, bautizó a su hija dos veces, pero dejemos que sea el documento el que nos trasmita con su particular estilo de escritura, lo que aconteció con Agustina López.

Agustina López, mujer de Antonio Alonso, vecina de San Martín de Trevejo, fue delatada por el señor D. José Díaz Santos, obispo de Ciudad Rodrigo, el 31 de agosto de 1715, de qué habiendo bautizado a su hija en la parroquia de la villa, la volvió a bautizar otra vez en la parroquia de San Justo y Pastor de Salamanca el 24 de septiembre del mismo año por consejo de su suegra María Nieves. Fue condenada a que fuese gravemente reprendida y conminada por un comisario y notario y se pusiese cuatro días en la cárcel de un familiar del Santo Oficio[3].




Un grupo importante de vecinos de San Martín de Trevejo van a ser denunciados ante la Inquisición de Llerena, por seguir las sendas y caminos de la superstición, la magia y la hechicería. Ninguno de ellos sufrió un ataque directo del Santo Oficio, sino que más bien los ignoró y todo al final quedó en nada por el bien de sus honras y dignidades.

El 13 de marzo de 1723, se recibieron dos declaraciones que remitió desde San Martín de Trevejo contra José Rodríguez Pizarro y otros vecinos de ella, por curas, supersticiones y encomendar cosas perdidas. Las que se hicieron en virtud del edicto general.[4]

Otra vecina tocada por el dedo acusador de algún vecino que la delató, fue Ana Nieves, más conocida como alias “la Migueleta”, viuda, vecina de San Martín de Trevejo, fue delatada de hechicerías por una delación que recibió el comisario de Heljas y se recibió en este tribunal el 5 de mayo de 1719. Se le dio traslado a la parte fiscal, quién el 20 del mismo pidió que se devolviese para que ratificase a la delatante.[5]

También fue acusada de lo mismo, María Caballero, mujer de Agustín Mango, vecina de San Martín de Trevejo, está delatada de hechicerías por una sumaria suelta que se hizo en 1723 sin haber en ella decreto alguno.[6]

Otras vecinas acusadas de hechiceras fueron, María y Catalina Gordillo y Juana Rodríguez, fueron delatadas de hechicería por delación que recibió el comisario de esta ciudad el 22 de agosto de 1728, y el 31 del mismo la presentó en el tribunal. Se dio traslado a la parte fiscal quién en 18 de septiembre del mismo año, pidió se volviese a examinar al delatánte preguntándole por contestes en diversos casos.[7]


Otras mujeres que siguieron la misma línea supersticiosa fueron nuestras siguientes protagonistas.


Juana de Bascones, mujer de pedro Madera, vecina de San Martín de Trevejo, fue delatada de hechicera por sumaria que remitió el comisario el 21 de octubre de 1718.[8]

María Lozana, vecina de San Martín de Trevejo, fue delatada de hechicera, el 29 de enero de 1712, se dio traslado a la parte fiscal, que en 19 de junio de dicho año en vista de la sumaria que se remitió.[9]

En 28 de febrero de 1723, el comisario de Robledillo remitió diferentes delaciones contra distintas personas sobre curativas que se habían hecho en virtud de la lectura del Edicto General.[10]

Margarita Lozana y María Rolena, vecinas de San Martín de Trevejo, fueron testificadas de hechiceras.[11]

Podemos decir con esta documentación en la mano, que San Martín de Trevejo fue un pueblo donde la magia y lo relacionado con la hechicería fue una realidad dominante y expuesta por estas aliadas de lo prohibido, y, donde al menos, estas no sufrirían el ataque directo del Santo Oficio de Llerena.



Abandonamos San Martín de Trevejo y sus herejes, y salimos a la búsqueda de nuevos convictos bajo la Inquisición en la Sierra de Gata; y para ello hacemos una pequeña parada en Acebo. Nos adentramos entre los documentos inquisitoriales del Archivo Histórico Nacional, y nos encontramos en los legajos de la Inquisición de Llerena, el caso de Sebastián Duran, clérigo presbítero vecino del Acebo y natural de Los Hoyos, de 44 años de edad, quién fue testificado con seis testigos varones mayores cuatro de oídas y dos de vista, de haberle oído decir en cierta ocasión tratando sobre los estados, que el estado de los casados era mejor que el de los clérigos porque Cristo lo había ordenado, y que el estado de los clérigos no era estado sino dignidad, y el de los casados era estado porque mandaban. Que otro testigo le oyó decir, que era mejor estado el de los casados que el de las vírgenes.

Se hizo su causa con él y confesó en la primera audiencia haber dicho con ignorancia, que era mejor estado el de los casados que sirven a Dios que el de las monjas. Fue condenado a que abjurase de levi en la sala de la audiencia y en ella fuese reprendido y advertido y esté recluso en la iglesia parroquial del dicho lugar por tiempo de un mes y de tres mil maravedíes para gastos del Santo Oficio.[12]

En esta misma población nos encontramos con una historia cargada de superstición rural. El Acebo, un pueblo que se verá puesto en la picota por seguir las directrices fetichistas, marcadas y controladas por dos vecinos de dicha localidad. Pero dejemos que sea el propio documento con su particular lenguaje, el que nos trasmita que sucedió en dicha localidad con sus vecinos y la lapidaria persecución del Santo Oficio ante la más que evidente superstición hacia San Cornelio. El documento inquisitorial lleva el título de “Superstición de llevar un cuerno a San Cornelio, para curar de cuartanas”.




“Este expediente es el que remitió el tribunal de Llerena con carta de 19 de enero de este año de 1791, sobre la superstición de ofrecer cuernos yendo en romería a un San Cornelio que está en distrito de Portugal para sanar la enfermedad de cuartana.

En 20 de febrero de 1790 el comisario de Coria D. Juan Cid Salgado lo envió al tribunal diciendo, que en el lugar del Acebo y sus cercanías era cosa muy sabida de esta superstición. Se libró comisión para que se averiguase y habiendo el Señor comisario de Acebo examinado cinco testigos entre ellos el cura, sacristán y cirujano, contestan y dicen, que muchos vecinos acuden a dicho santo, bien porque ofrecen cuando están enfermos y otros, porque encontrándose con la misma enfermedad, para curarse les es preciso llevar un cuerno, y ha de ser el primero que hallaren, y en llegando al santo lo dejan junto a él, y que es grande la porción que hay junto al santo de estos elementos. Dicha imagen está sin ermita y maltratado por las inclemencias, distante ocho leguas poco más o menos del dicho lugar del Acebo. Que asimismo está creída la gente en ser remedio eficaz para curar las calenturas de cuartana. Añade el cuarto testigo, que le parecen han hecho estas romerías en buena fe y sin pensar hubiese en ello superstición.

El cura en su ratificación dice, que le parece haber oído que el cuerno ha de ser de buey o de vaca, y el cirujano dice, que en cuanto a la sanidad ha habido de todo, porque unos vuelven sanos y otros regresan del mismo modo que fueron, y que otros fueron a su romería sanos. Todos estos testigos citan a Juana Rodríguez y su hijo Ambrosio Calero de ser los que hicieron y organizaron dicha romería.

El fiscal mandó fuesen reprendidos dichos dos sujetos y apercibidos si acudían a San Cornelio. El tribunal mandó se pusiesen edictos e informes de la prohibición de dicha romería en todos los pueblos donde fuesen gente, y en el convento del Acebo, quienes dicen ser muy cierto no solo en los pueblos cercanos al Acebo, sino en todo el distrito de Ciudad Rodrigo cercanos a Portugal. Que el lugar cercano a la cueva del santo es Sabapal, en la Abadía de Quadrazán, y es tanta la abundancia de cuernos que llevan al santo, que infectan el aire de suerte, y que es preciso taparse las narices para llegar hasta San Cornelio.

El convento del Acebo dice lo mismo y que el santo estaba en la inclemencia en el cóncavo de una peña en el obispado de la Guarda. El fiscal visto los antecedentes, pidió se publicasen edictos prohibiendo con graves penas la continencia de tales supersticiones, y que los que osasen ir fuesen detenidos por la Inquisición de Evora a quiénes avisaremos por carta para que los detengan. Visto en el tribunal en 19 de enero de 1791”.[13]

Superstición o no, lo cierto es que la Iglesia poco después montará su particular negocio en torno a San Cornelio, vendiendo encorvados y torcidos cuernecitos, piezas que los seguidores del santo llevarán como colgantes, ya que las mismas les ayudarán a curarse de las tan temidas e inquietantes cuartanas del momento. Esta enfermedad era atribuida muchas veces al mítico, legendario y tradicionalmente histórico, mal de ojo.

“En Portugal San Cornelio es el patrón de los animales galhudos, la iglesia del santo se ve llena de los más variados tipos de cuernos como ofrendas que le presentan los fieles. Los capuchinos bajo cuya jurisdicción está la iglesia, fabrican los cuernos de todas las formas y tamaños y los venden con el nombre de “cuernos benditos o cuernecillos de San Cornelio”; y son propicios para preservar a los animales de males ruines y a las personas del mal de ojo”.[14]

Dejamos el mundo de la superstición y nos vamos a la caza de algunos judaizantes de la comarca, para ello vamos a utilizar el trabajo realizado por Carlos Fernández-Pacheco Sánchez Gil y Concepción Moya García sobre Judaizantes en la Sierra de Gata Extremeña a Mediados del Siglo XVIII, y que presentaron en las XV Jornadas de Historia de Llerena.

Entre esos conversos detenidos y enjuiciados aparecen los siguientes personajes de la zona en cuestión.


Alegación fiscal del proceso de fe de Baltasara Hernández, vecina de Perales, seguido en el Tribunal de la Inquisición de Llerena, por judaísmo, el 8 de abril de 1740. Los testigos que la implicaron como judaizante fueron 18. Al día siguiente de su detención reconoció haber realizado dos o tres ayunos, que hizo guardando las reglas que le dio Antonio Mella, pero sin ir contra la ley de Dios, reiterando lo mismo el 30 de abril.

La primera audiencia tuvo lugar el 9 de agosto, donde declaró ser natural de Coomonte de la Vega, en el norte de Zamora, y vecina de Perales del Puerto, contando con la edad de 36 años. En los siguientes interrogatorios confesó haber hecho dos ayunos, uno tres años antes, en Aldea del Palo, en compañía de su marido Francisco Rodríguez, sus suegros y su cuñada, y otro cuatro años atrás en El Arenal (Ávila), con su marido, con Francisca Núñez y su hija Beatriz, y que el resto de las acusaciones eran falsas, y las achacaba a “la mala voluntad de sus cuñados”, a los que sí En un nuevo interrogatorio reconoció algunas de las acusaciones y negó otras, para acabar diciendo que nunca creyó en la “ley de Moisés” y que si hacía unos diez años que la empezó a observar, fue por hacer lo que los demás hacían, aunque siguió creyendo que la de Jesucristo era la religión verdadera.[15]

Al mismo tiempo, se realizaron varias detenciones en la vecina población de Hoyos. El primer arrestado fue Pedro Álvarez, de 23 años, detenido el 9 de abril de 1740, tras haber sido acusado por nueve testigos de practicar los ritos y costumbres judías. El detenido era natural de Zorita (Cáceres), vecino de Hoyos, soltero y de oficio zapatero. Tras los interrogatorios y la presentación de la acusación fiscal, el reo reconoció en presencia de su curador, que desde hacía unos siete años había comenzado a ser creyente y observante de la ley de Moisés, persuadido por su madre Francisca Núñez, pero que había desechado esas creencias “de su corazón”, deseando vivir y morir siguiendo los preceptos de Nuestro Señor Jesucristo[16].

Dos días después detuvieron a su madre, tenía 48 años y era viuda de Juan Álvarez, arriero que había muerto a los 50 años. El 13 de abril pidió audiencia, para conocer los cargos que se le imputaban, indicando que no había cometido “maldad alguna” y que habría sido delatada por algún testigo que la quería mal. A los quince días, pidió nueva audiencia para reconocer que había sido instruida a los seis años por su madre Beatriz Hernández en los ritos y ceremonias judaicas, pero que no los había practicado.


En los meses siguientes confesó haber realizado algunos ayunos, aunque no los hizo por convencimiento, sino por seguir las indicaciones de su madre, dijo no haberlos confesado desde el principio “por parecer cosas feas” y que con el tiempo los había abandonado por conocer que eran contrarias a la ley de Jesucristo. Poco después fue detenida su hija Beatriz Álvarez, de 19 años, que vivía también en Hoyos, confesando “su pecado” en audiencia del 30 de abril, al tiempo que reconocía haber realizado varios ayunos y ceremonias. La acusación fiscal fue el 22 de octubre, aceptando la rea la mayor parte de los testimonios que la acusaban, y con acuerdo de su abogado, solicitó seguir en la ley de Jesucristo, que era la verdadera[17].

Finalmente, el 8 de febrero de 1744 se votó la detención de Fernando Alonso Mella, de 22 años, marido de Beatriz Álvarez. También vivía en Hoyos, ejerciendo la profesión de zapatero, siendo encerrado en las cárceles secretas de la Inquisición, con el secuestro de sus bienes. Fue acusado por tres testigos, entre ellos, su cuñado Pedro Álvarez y su suegra Francisca Núñez, que habían sido detenidos años antes en la misma localidad. La falta de otros testimonios acusadores hizo que su detención se retrasara en el tiempo, y que pasaran casi cuatro años hasta que la Inquisición de Llerena tomó la decisión de arrestarlo. En la primera audiencia reconoció que toda su generación era de cristianos nuevos, y que en una ocasión había realizado un ayuno siguiendo la ley judía, denunciando a cinco nuevos cómplices que no habían sido citados con anterioridad. En la audiencia fiscal confesó todos los cargos de los que se le acusaba, y finalmente, el 5 de mayo de 1744, tras volver a reconocer su práctica, pidió ser reconciliado con la Santa Madre Iglesia, pues con ese fin había ido a presentarse al Santo Oficio[18]

Tras unos años sin arrestos parecía que había sido extirpado el foco judaizante en la Sierra de Gata, pero quince años después se produjo una nueva detención. El 6 de febrero de 1753, la Inquisición de Llerena votó el arresto de María Juárez, habiendo sido detenidos con anterioridad, sus tres hermanos en Extremadura: Diego en Abertura (Cáceres) y Manuel y Feliciana en Berlanga (Badajoz). El 19 de febrero se recomendó su búsqueda en Castilla y Portugal, haciendo gestiones en Lisboa y Coimbra, pero no pudo ser localizada. El 20 de mayo de 1759 fue hallada en Villamiel, en compañía de su marido Francisco Carreño, que ejercía en el pueblo desde hacía varios años la profesión de zapatero. Fue detenida y conducida a las prisiones secretas de la Inquisición, donde declaró tener 25 años, indicando que sus padres, abuelos y demás colaterales eran cristianos viejos. Reconoció que un tío suyo, llamado Rafael, había sido preso por la Inquisición de Toledo, aunque desconocía la causa.

En las declaraciones indicó que había nacido en Talavera de la Reina y siendo “niña de mantilla” la llevó su madre a Madrid, volviendo poco después a Talavera. Con tres o cuatro años se fueron a Salamanca, donde murió su madre, por lo que estuvo viviendo dos años con sus hermanos, aprendiendo el oficio de zapatera. Después fueron a Cilleros, en la Sierra de Gata, trasladándose desde allí a Peñamoral, en Portugal, cuando tenía 7 años, donde sirvió en casa de Domingo Salvador durante 13 meses, y por no hallarse a gusto, su hermano Manuel se la llevó a Coria, y desde allí se fue a Plasencia, donde sirvió otros cinco o seis meses. Más tarde se trasladó a Cáceres, sirviendo otros cuatro o cinco años, hasta que se casó con Francisco Carreño, que era donado de los Franciscanos. Tras su matrimonio se fueron a Coria, viviendo cinco años con sus hermanos, enseñando el oficio de zapatero a su marido. Después se trasladaron a Villamiel, donde vivieron siete años, hasta que se produjo su detención.

Desde el primer momento negó los cargos, pidiendo al Tribunal que se apiadase de ella, porque estaba presa injustamente. En las audiencias e interrogatorios continuó negando que practicara la ley judía, pese a que el 9 de agosto de 1759 se añadieron nuevos testimonios incriminatorios a su caso. El 17 de diciembre declaró que hacía 9 años, su prima Isabel Núñez le había dicho que un zapatero viudo de Ciudad Rodrigo, Juan Núñez, era judío observante, y que pocos días después, estando en los portales de la plaza de dicha ciudad, vendiendo el trabajo de su marido y comprando material, se le acercó para preguntarle de dónde era, a lo que le respondió que no lo sabía, no teniendo más contacto con él.

El 11 de enero de 1760 se confirmó en todo lo dicho, y que “no diría más pues no sería verdad”. Sus continuas negativas provocaron que el Tribunal votara el 23 de agosto que fuese puesta en tormento “in caput alienam”, que era el empleado cuando pese a las pruebas reunidas, el reo se negaba a declarar e informar de los hechos. El 9 de octubre realizó unas declaraciones carentes de sentido, pues dijo recordar ciertos hechos en Salamanca, en una fecha en la que todavía no había nacido. Continuó en prisión, y finalmente el 28 de agosto de 1762 “se la bajó a la cámara de tormento” donde estuvo durante 58 minutos, y a pesar de aplicarle varias torturas, “nada habló ni añadió”, por lo que se le condenó a “abjurar de vehementi”[19]

Las familias que pervivían en España, manteniendo las costumbres y tradiciones judías, se movían con cierta regularidad para huir de la persecución de la Inquisición. Cuando uno de sus familiares era detenido o corrían rumores sobre un recrudecimiento de la actuación del Santo Oficio, buscaban nuevas localidades, a ser posible aisladas, para escapar a la persecución y seguir practicando su religión a escondidas, con ciertas garantías. Beatriz Álvarez y su madre Francisca Núñez, se encontraban viviendo en 1734 en Talavera de la Reina, recibiendo a numerosos familiares y conocidos, que aprovechando la proximidad de la fiesta de Nuestra Señora del Prado (8 de septiembre), con el ayuno mayor del Yom Kippur, se reunieron en su casa para celebrarlo, contando con la presencia de Rafael, hermano de Francisca, el cual era considerado un gran conocedor de las costumbres judías, ejerciendo como una especie de rabino. La detención de Rafael por la Inquisición de Toledo, y el recrudecimiento de la represión, provocó que un año después, parte de su familia se desplazara a El Arenal (Ávila), marchando en 1737 a Salamanca, donde solo estuvieron ocho meses. La búsqueda de un lugar más tranquilo y aislado, hizo que en 1738 se establecieran en Hoyos, población de la Sierra de Gata, donde fueron arrestados dos años más tarde[20].

Saquen sus propias conclusiones.

[1] AHN. Leg. 1988, n 41. Relación de Causa año 1593.

[2] AHN. Leg. 1988, n 68. Relación de causas año 1613

[3] AHN. Leg, 1987, n 34

[4] AHN. Inq. Leg. 1987, n, 42.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Ibid.

[9] Ibid.

[10] Ibid.

[11] Ibid.

[12] AHN. Inq. Leg 1988, n 55

[13] AHN. Legajo 3728. n 285.

[14] Cabaleiro de Oliveira. Biblioteca Nacional. Lisboa 1922, Vol. 1. Pág. 224.

[15] AHN. Leg. 3735, exp, 248. Alegación fiscal del proceso de Balthasara Hernández. Perales del Puerto

[16] Ibidem. Exp, 245. Alegación fiscal del proceso de Pedro Álvarez. Hoyos

[17] Ibid. Exp, 250. Alegación fiscal del proceso de Beatriz Álvarez y su madre Francisca Núñez Hoyos

[18] Ib., lg, 3.726, exp. 50. alegación fiscal del proceso de Fernando Alonso Mella. Hoyos.

[19] Ib., lg. 3.728, exp. 243: alegación fiscal del proceso de María Juárez.

[20] Ib., lg. 3.735, exp. 250: alegación fiscal del proceso de Beatriz Álvarez y su madre Francisca Núñez.

martes, 5 de marzo de 2019






A Dios Rogando y con el pecado Andando

Amador Merino Malaguilla, fue un obispo de Badajoz que se tuvo que enfrentarse ante una sumaria desarrollada por la Santa Inquisición de Llerena, por motivos de participación junto a otro presbítero de Zafra llamado Francisco Pacheco, donde ambos sujetos se permitían dentro del cenobio, exorcizar a las monjas haciéndoles creer que estaban endemoniadas. Francisco Pacheco era confesor en el beaterio de Zafra y hasta allí se encaminaba el obispo Malaguilla, para hacer aquello que le apetecía llegando abusar en algunos momentos de las mismísimas religiosas. La Inquisición entiende que hay que acusarles de Molinismo, pero al ser obispo, la Inquisición no tenía poder para condenarle, pero al menos, puso por escrito, los avatares libidinosos de tan díscolo e indisciplinado mitrado. El documento dice lo siguiente.


Contiene la sumaria formada en el Santo Oficio de la Inquisición de Llerena, contra el obispo de Badajoz, Amador Malaguilla, sacada de lo que resulta de las causas seguidas en este tribunal a Francisco Pacheco, presbítero y confesor carmelita en la villa de Zafra y Francisca Gabriela de Santa Teresa, monja en Zafra, por ilusionismo.

“La Ilustrísima Juana de la Cruz, prelada en dicho convento de 36 años, el 13 de mayo de 1739 ante el comisario D. Clemente Castro, delató a los dichos D. Francisco Pacheco y excelentísima Francisca Gabriela de Santa Teresa sobre varias revelaciones de la dicha Francisca Gabriela, las cuales aplaudía Pacheco y que dichas revelaciones servían de inquietud y perjuicio a toda la comunidad.

Qué en dicha ocasión la prelada le pregunto a Pacheco, qué si las cosas que le ocurrían a la rea serían caso de Inquisición, a lo que le respondió Pacheco, que no eran casos de esos, diciendo, no esas cosas no.

Que en otra ocasión oyó la testigo argüir a este reo sobre que no habiendo obrado en nada malo el alma de la Francisca Gabriela, que ni habría merecido ni habría pecado. Y que por fuerza de este argumento preguntaba la prelada, que como si aquella alma no había pecado o sido tentada, se había acusado varias veces de tentaciones impuras, a lo que respondió Pacheco, que el diablo así propio se tentaba, y que este asunto él lo entendía pero que los teólogos no lo comprenderían.

Que Pacheco aseguraba que la dicha Francisca Gabriela (después que le habían salido algunas lesiones de dermis), había quedado en el estado de la inocencia ignorando los nombres de todas las cosas. Que de todo cuanto pasaba con Pacheco y la Excelentísima Francisca Gabriela, substancialmente dio parte la testigo al señor obispo de Badajoz D. Amador Merino Malaguilla y observó, que cuando le hablaba de ello se suspendía después que trataba con Pacheco. Reconocía la testigo que venía el obispo satisfecho de las cosas del dicho Pacheco no apreciando las que la testigo le decía.

Que en una ocasión estando en el oratorio presente la comunidad dijo el obispo, que venía muy consolado de la visita de Burguillos, porque la excelentísima María del Santo Cristo religiosa de dicha villa, había tenido revelaciones de que la dicha excelentísima Francisca Gabriela estaba ciertamente espiritada, y que le había dicho el modo para sujetar al enemigo. Y que luego delante de la prelada, estando presente Pacheco, Amador Merino Malaguilla dio potestad a este reo para ir llamando a los demonios que estaban en el cuerpo de dicha Francisca Gabriela de esta forma; yo, indigno ministro, montado en este jumento, le doy potestad bajo protección del Altísimo y la Virgen Santísima para sujetar los demonios de Francisca Gabriela y expelerlos de aquel cuerpo. Y que estando Pacheco con sobrepelliz y asolas, tomó el cuello de la espiritada y le ordenó se postrara poniéndole un pie en el pescuezo, y que la entregó un Santo Cristo que Pacheco traía consigo.



De nuevo pacheco volvió a poner el pie en el pescuezo de la espiritada, la sujetó y la mandó poner de rodillas comenzando a llamar a los demonios nombrándolos; a uno Luzbel, a otro Adalid, a otro Matachias, y que entonces la espiritada hacía varios ademanes por lo que Pacheco le ponía su mano en la cabeza y en el pecho, de lo que resultaba, que la espiritada hacía algunas acciones con su cuerpo menos decentes, descubriendo sus pies y haciéndose de la cintura de dicho Pacheco.

Que el Obispo teniendo en sus manos un manual, se lo dio a la espiritada para que registrase el conjuro que más le atormentase conjurándola, quién mandó a Pacheco sujetase al enemigo y que hiciese bajar el alma, y la mandó poner de rodillas. Y mandó Pacheco a Jametillo (que era el demonio bufón), a que subiese a la lengua de la espiritada, y luego dijo Pacheco a este reo, si quería ver bajar el alma, a lo que respondió, que como era esto, y que Pacheco le dijo, que lo que vería era una cosa muy hermosa. Que entonces Pacheco con solo la acción de hablar algunas cosas en voz baja a dicha espiritada, bajaba el alma según decía el dicho Pacheco dando un tosidito la espiritada en señal de que había bajado.

Que en diferentes ocasiones en el oratorio oyó decir a Pacheco, que las virtudes de la espiritada eran iguales que las de la Virgen Santísima, y que no se diferenciaban en otra cosa qué en ser Madre de Dios, y que esto mismo lo apoyaba la rea. En otra declaración que hizo la testigo el 29 de diciembre de 1739, dijo contra el obispo, haberle oído diferentes quejas de que no creían que Pacheco fuese un santo y que pocos confesores eran maestros de perfección como él.

Que habiendo estado una tarde en el locutorio el obispo, Pacheco, la espiritada y otras dos mujeres y que una era Doña Isabel Mancera, pasado algún tiempo entró el obispo en el convento y mandó a la comunidad cantar un Te Deum Laudamus en acción de gracias, porque habían ligado al demonio en el pie de la dicha Francisca Gabriela, y se cantó, (aunque con resistencias) a instancias del obispo que no cantó la oración, (al parecer de la testigo). Que después de esto y estando la comunidad en la cocina, mandó el obispo a la madre Ascensión se sentase junto a él, cuando empezó a hablarle al oído le dijo, que ya se le habían de acabar su trabajo que padecía, que eran los demonios que la atormentaban los sentidos para que no creyese lo que pasaba con Francisca Gabriela a cuyo tiempo le ponía la mano en la cabeza y pecho, haciendo como que la conjuraba. Que luego la preguntaba si había bajado ya, y ella respondía que si no habían subido como habían de haber bajado.

Que en otra ocasión mandó el obispo llamar a la comunidad al locutorio y presentes ante el prelado, les puso precepto bajo pecado mortal ya que era voluntad del Altísimo que ninguna religiosa hablase ni comunicase cosa alguna con sus confesores perteneciente a los casos que sucedían con Francisca Gabriela, sino solamente con Pacheco y él, lo que causó a la testigo mucho ahogo y pena.

Qué habiéndole reparado en una ocasión al obispo, este la empezó a conjurar diciendo que estaba endemoniada. Qué a finales del año 1738, entró en el convento y refirió, que una niña de Badajoz que servía a las religiosas a la mesa en una cena, se quedó como suspensa y arrobada, y que habiendo reparado esto el obispo que estaba presente, la preguntó que le había sucedido, y que respondió la niña que se le había aparecido el niño Jesús y que este traía una cestita de rosquillas. Que tomo una que entregó al prelado y que este enseñó a la comunidad, la cual la traía como reliquia. Y en esta misma ocasión mostró a la comunidad, dos monedas de plata que también conservaba por reliquias de la dicha niña. Porque habiéndole dicho en una ocasión que daba limosna de lo que no era suyo, la mandó restituir, y explicando la niña no tener dinero, mandó el reo metiese la mano en la faldiquera por dos veces, y que siendo así que no tenía dinero, sacó las dichas dos monedas significando esto a la comunidad. Y que estos prodigios nacían de la mucha virtud de la dicha criatura.


Que hacía dos años que el obispo contó a la comunidad, que dicha niña estando una vez en el campo de carmelitas de Badajoz sirviendo a la comunidad y al prelado, tuvo dicha niña una suspensión y éxtasis, y que habiendo vuelto de él le preguntó el obispo que le había pasado, y que le respondió, que había venido un Ángel con un dardo y la había herido en el corazón, a cuyo tiempo mandó a una de las religiosas la registrasen, y habiéndose ejecutado repararon ser así y que el jubón tenía una rotura.

Que escuchó al obispo en el oratorio decir, que le tenía mandado al diablo que mientras Francisca Gabriela estuviese oyendo misa de Pacheco, estuviese bajando y subiendo por una columna de fuego. Y presentó dichas cartas que le había escrito el obispo las que dicen lo siguiente.”[1]

Primera Carta

“La primera es de fecha de 6 de marzo de 1739, escrita por el obispo a la Excelentísima Francisca Gabriela, dirigida dicha carta por mano de la priora en que le dice haber recibido las suyas, y que consultado su contexto le debía en primer lugar prevenir la observancia a él prelado, y que en adelante no se había de confesar con otro sino solo con él. Y que toda la unión con la obra que le tenía expresado la estimaba este reo como obra del demonio para el logro de los intentos que maquinaba su maldad. Y qué si se desnudaba delante de Dios, de sí misma y de lo que en esta parte la tenía sugerida el demonio, vería esta verdad en su corazón con gran claridad. Que Dios quiere hacer una buena obra en ella. Que los ejercicios que tenía que practicar eran según los actos de comunidad, oración bocal y sus devociones, todos los días de fiestas vía crucis y no había de hacer ejercicio ninguno penal, ni de cruz, postraciones, ayunos, disciplinas, silicios, ni otro alguno. Y se había de emplear en oficios de comunidad, barrer, fregar y que de todo le diese parte, y que no había de escribir a otra persona alguna, ni a Pacheco, del que se tenía que olvidar como si no le hubiese conocido ni tenido noticia de él.”[2]

Segunda Carta

“La segunda carta la escribe el Obispo a la superiora Juana de la Cruz, su fecha es de 6 de febrero de 1739, en ella le dice: que para hacer mayor experiencia de las cosas que por permisión del Señor pasaban en aquel convento, se veía como precisado a retirar del todo a Pacheco de dicho convento. Y que así le escribía para que supiese que se cambiaría en los empleos de confesión y se retirase a su casa, y que dispusiese sujeto que asistiese a dicho convento, y que esta resolución la tomaba con motivo de la conveniencia de todos por el servicio de Dios y bien de las cosas.”[3]

Tercera carta
“La tercera es de fecha 3 de marzo de 1739 escrita a dicha superiora, en que la dice tener bastante cuidado con las cosas de la Excelentísima Francisca Gabriela de Santa Teresa, y que debía decírselo y recordárselo. Y por lo que dicha superiora le escribía, reconocía haber fallado en algo a lo que se mandó. Que Dios solo podía comprender esto, y que fuesen caminando con estas pruebas, que si había algún comentario sobre embustes el saldría y que eran necesarios muchos acontecimientos como persuasión.”[4]

Documentos del Fiscal del Santo Oficio
“El fiscal en cumplimiento de decreto de V. A de 31 del pasado ha visto los papeles que tocan al obispo de Badajoz D. Amador Merino Malaguilla y que resulta de las causas que se siguieron en la Inquisición de Llerena contra, D. Francisco Sánchez Pacheco por molinista e iluso, y la hermana Francisca Gabriela de Santa Teresa, carmelita descalza en el beaterio de la villa de Zafra por el año de 1740.

Que de las dos referidas causas de Pacheco y la hermana Francisca Gabriela, consta que el dicho obispo luego que entró en su gobierno, se aplicó a gobernar y dirigir espiritualmente religiosas, beatas y otras mujeres seculares cuyos espíritus y virtudes aplaudía y celebraba, refiriendo con suma y fácil credulidad varias revelaciones y milagros ridículos e impropios al juicio y prudencia de un prelado, llevándolo siempre a cabo con religiosas de su afiliación y personas que dirigía.

Que asimismo conjuraba y exorcizaba a varias mujeres que se decían eran de mucho espíritu y que estaban posesas, diciendo el dicho obispo que tenía especial gracia y virtud para expeler demonios. Que entre estas fue la hermana Francisca Gabriela a quién dirigía, confesaba y exorcizaba frecuentemente entrando para ello en la clausura del beaterio en varias horas del día.

Que aprobaba y aprobó el espíritu de esta religiosa diciendo, que era uno de los más prodigiosos y agradables a Dios. Que era cierto que estaba posesa desde la edad de 3 años por especial providencia de Dios y que así debían creer las religiosas, y que la hermana Francisca Gabriela tenía extraordinarias revelaciones.

Que para el gobierno espiritual de dicho beaterio y la asistencia particular de la dicha hermana Francisca Gabriela, nombró para capellán y confesor al referido D. Francisco Sánchez Pacheco.

Que nombrado confesor, tenían al dicho Pacheco por un oráculo de virtud y perfección, y que como ministro de espíritus conocía por los semblantes de las religiosas el estado de cada una de ellas. Cuando bajaban a confesar con él les decía qu
Que el mismo Pacheco aprobó el espíritu a la religiosa Francisca Gabriela y la posesión en que la tenían los demonios, diciendo cosas particulares acerca de estos y del modo que habría de ser exorcizados los diablos. Para dichos actos entraban en la clausura el obispo y Pacheco, allí la exorcizaban y conjuraban alternativamente en presencia de la comunidad con gran alboroto e inquietud de ésta.


Que en el día que señalaba Pacheco, habrían de salir los espíritus malignos, concurriendo ambos a exorcizar a la beata, diciendo que se había logrado la libertad de la criatura por las señales que habían pedido y dado al diablo. Dicha beata fue exorcizada durante casi 20 años.

Que por el mes de mayo de 1739 fue preso el dicho D. Francisco Sánchez Pacheco por la Inquisición de Llerena y que la hermana Francisca Gabriela fue puesta en el convento de Santa Clara de Badajoz y que se les siguió sus causas hasta la definitiva. Que después de haber sido despachados ambos por el Santo Oficio, escribió el obispo tres cartas en octubre, noviembre y diciembre de 1740 al señor D. Luís de Velasco manifestando en las mismas, el dolor y sentimiento de ver vulnerado su honor y fama por haber mandado sacar a la religiosa Francisca Gabriela del convento de Zafra para que cumpliese su penitencia en otro”.[5]

Al obispo de Badajoz se le estaba complicando la situación por sus actuaciones para con algunas monjas. La Inquisición de Llerena va a recibir declaración de un testigo clave para conocer las andanzas de dicho prelado en la villa de Zafra. El nombre es D. Clemente Nicolás Páez Calvo, ministro comisario de la villa de Zafra, quien dirá por carta al tribunal, que el patriarca visita varios conventos más de su afiliación y que son varias las monjas que han huido de dichos cenobios. La carta de dicho comisario dice lo siguiente.

“Señor.

En cumplimiento de la orden de V. S. debo informar, que en cuanto a las entradas del obispo en los conventos de su filiación, de vista puedo decir e informar, que en el único de carmelitas descalzas que tiene en esta villa, en el año 1732 que fue la primera visita que hizo a este pueblo y aun no con clausura dicho convento, entraba en el verano como a las cuatro o cinco de la tarde y salía como entre nueve y diez de la noche. Entraba solo, sin permitir persona alguna en su compañía, y que entonces se decía entre las personas que conocían dicho beaterio, que gastaba el tiempo en contar algunas llanezas que otras y sucesos de personas espirituales que dirigía. Que se acostaba o se recostaba en la falda de una u otra beata y a la que estaba afligida la oía en confesión en el coro sin rejilla, atribuyendo siempre, que su aflicción provenía del maligno. Le leía el evangelio y les ponía las manos en el pecho encima de la ropa, en el vientre y otras partes. Las entradas eran diarias por las tardes y muchas mañanas desde las 8 hasta las 12 y media y también solo, y que en invierno entraba a las 2 o 3 de la tarde hasta las ánimas. Que esto duró en los tiempos en que venía a este pueblo en visita y fuera de ella, y que solía ser muy de ordinario sus asistencias hasta la prisión de la hermana Francisca Gabriela de Santa Teresa. Después enclaustró a las monjas prosiguiendo sus entradas en dicha clausura, siempre solo, siendo común venirse a apear del coche a la puerta seglar para hacer oración de la iglesia de dicho convento, y que desde la iglesia entraba en la clausura hasta las avemarías.

Estas mismas cosas se dicen con la misma publicidad en la villa de Burguillos y demás conventos de su filiación, en visitas y fuera de ellas. En cuanto a salidas de monjas, he oído de público, las que ha hecho Doña Ana María Berciani del convento de la paz en Fregenal de la Sierra y otra religiosa de uno de sus conventos de Badajoz, la que se fue a la villa de Valverde cuatro leguas distantes de dicha ciudad. La recogió el cura que lo es Alonso Zapata comisario de este Santo Oficio al que dio parte, y que se restituyo a su convento. No he oído los fines y si salieron solas o acompañadas, más que es público lo de dichas salidas. La salida de la de Badajoz fue por el mes de noviembre del año pasado, no se los días que estuvo fuera.

En cuanto asuntos de partos, he oído decir con la misma publicidad, de una religiosa de un convento de Bancarrota, no se su nombre, pero si, que la misma, es de la filiación de dicho obispo. Que se hicieron autos sobre lo ocurrido en Bancarrota atribuyéndose lo sucedido a un médico de dicha población por cuya causa lo despidió la villa. De otra de un convento de su filiación de la ciudad de Badajoz de quién se dice, que la criatura se está criando en esta villa en el convento de Santa Catalina de religiosas dominicas de su filiación y que es una hija; contándose en el convento a expensas de los herederos del Marqués de Monreal General que fue de Extremadura, a quién se le da por padre, y que esto se dice de público sin poder decir persona cierta a quién se lo hubiere oído. Y que esta es la publicidad que hay de ello en dicho convento de Santa Catalina y personas a quién se lo ha oído, que ignoro el nombre de la religiosa y convento donde es, aunque sí que está en Badajoz y que es filiación de su Ilustrísima de donde era patrono dicho Marqués de Monreal.

Y con esta misma publicidad se dice de otras acciones deshonestas que ejecuta con las religiosas de los conventos de su filiación en las entradas de sus clausuras. A una persona de fe y crédito que no me he podido acordar quién es, le escuché contar que yendo a curarse de un brazo que se había quebrado a la villa del Almendral en casa de Alonso Méndez Flores, hombre que tiene gracia particular para ello, le oyó decir a su mujer de una hija que tienen en el convento de Fínibus de dicha villa de Almendral; que ponderando el afecto que dicho prelado la tenía, siempre que entraba en la clausura la tomaba de las barbas. Todo esto me sirve de fundamento para decir que aquí hay mucho que temer, y que más se verificaría si se examinasen las religiosas de su filiación.

Zafra 20 de febrero de 1750. Clemente Nicolás Pérez Calvo”.[6]

Amador Merino Malaguilla, obispo de Badajoz, puesto en la picota por la Inquisición como hombre díscolo y hereje que abrazaba la doctrina molinista; un personaje más de los muchos eclesiásticos extremeños condenados por el Santo Oficio de Llerena por ir por la vida con hábito y a lo loco. Un purpurado que utilizaba al diablo como excusa para sus fines voluptuosos, demostrando con estos comportamientos impropios de un tonsurado, “que el hábito no hace al monje”.





[1] AHN. Legajo. 1984, exp. 6
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] Ibid.

sábado, 2 de marzo de 2019




LOS HEREJES DE GETAFE


El presente artículo trata de dar a conocer, cuanto ocurrió en Getafe con la Inquisición y sus vecinos durante el siglo XVI y XVII. Conoceremos nombres y apellidos de personas, qué por pensar de forma diferente se van a tener que enfrentar cara a cara con los temidos hombres que conformaban el “Santo” Tribunal de la Inquisición de Toledo.

A través de sus procesos, descubriremos los motivos de su detención, sus ritos, ceremonias y todo cuanto sucedió con ellos en las cárceles secretas del Santo Oficio. Las torturas, los autos de fe, las humillaciones públicas, los destierros, las confiscaciones de bienes, los sambenitos, las condenas a galeras y la muerte, van a ser los trágicos protagonistas en las vidas de los herejes de Getafe.

Un amargo calvario, que marcará en adelante el verdadero sentir de un pueblo: había que extender el catolicismo por todo el país y la misión del tribunal eclesiástico consistiría: en destruir y arrancar la cizaña que podría envenenar las calles de la población. Una misión contundente puesta en marcha por la monarquía y la Iglesia católica con un objetivo muy claro, enarbolar la bandera del Crucificado por toda la piel de toro. Se violarán los mandamientos de la ley de Dios, el no mataras, no codiciaras los bienes ajenos, no tomaras el nombre de Dios en vano y tantos otros, que serán justificados en defensa de la fe y destrucción de las herejías.

La Inquisición pondrá en marcha un despliegue exterior auténticamente colosal, con ello mostrará, quienes son los reos condenados por ella y lo más importante, el cumplimiento de las sentencias impuestas. La dimensión de las penas será algo público y notorio, hay que reparar la dignidad herida del cristianismo y los autos de fe serán el momento crucial de restauración de la misma. La misión de dichos actos será: recordar al pueblo asistente, que está prohibido, vedado y sobre todo penado, caer en los mismos errores que en ese momento se están castigando.





En Toledo y más concretamente en la plaza del Zocodover, se desarrollarán los autos de fe de estos herejes de Getafe. El espectáculo, la violencia, el perdón, el poder, la religión, el arte y la diversión, se convertirán en algo único en las pupilas de los vecinos que asistirán a estos acontecimientos. La sociedad del momento, conocedora de estos movimientos inquisitoriales, dará su testimonio de militancia católica en los templos y en la misma plaza, sumándose con su presencia a los actos que rodean al auto de fe.


Pero si estos sucesos públicos ponen de manifiesto los errores de los condenados, no lo van a ser menos las cárceles secretas de la Inquisición, donde las torturas, los suicidios, la locura y un permanente terror manifiesto, serán en dichos habitáculos los siniestros acompañantes de los hombres y mujeres apresados de Getafe. Torturas como los garrotes en las espinillas, las vueltas de cordel en los brazos y muslos estando los reos echados sobre el potro, la famosa tortura de la toca o de los jarrillos de agua, que echaban por la boca del hereje con un embudo y al que previamente le habían puesto un trapo para que este no pudiese expulsar el líquido a ingerir.

Toda una trágica epopeya en nombre del Dios de los cristianos, que pone de manifiesto, la falta de fe de unos “hombres de Iglesia” en busca de una deidad llamada poder y en la que existe una simbiosis de la política eclesiástica y secular por un interés común: la unidad de la fe.

Las páginas que siguen están basadas fundamentalmente, en los fondos del Archivo Histórico Nacional, dentro de su sección Inquisición, y los documentos a presentar, pertenecen al Tribunal de la Inquisición de Toledo. Este tribunal se creó en mayo 1485 y estos fueron los hombres y mujeres de Getafe condenados por la “Santa” Inquisición.



Los Condenados Getafe


En 1669 se desarrolla un proceso contra Elena de Tordesillas Alderete, costurera, hija de María Sánchez Rosa, natural de Getafe (Madrid) y vecina de Madrid, viuda del primer matrimonio de Juan de la Parra y del segundo de Diego de Burgos, por hechicería.

Los vecinos decían de ella, que era hija de la mayor bruja que se haya conocido en estos siglos en Getafe llamada “La Rosa”, la cual está en la galera y fue castigada por el Santo Tribunal con 200 azotes.

Esta hechicera acudía a casa del cura de Getafe a pedir comida ante las necesidades que tenía y le decía al sacerdote, que sacase a su madre de la galera. El cura no accedió a la petición y por tal motivo, a los pocos días estuvo muy enfermo a punto de morir. Cuenta el sacerdote, que se le apareció un gato disforme del tamaño de un cabrito a él y su familia, y que dio el animal unos maullidos que les asombró a todos, ya que nunca habían escuchado algo tan semejante en toda su vida.

Ante la negatividad del sacerdote y aquellos que vivían con él, una de sus amas de llaves comenzó a enfermar y al ver que no curaba decidieron practicarle un exorcismo. Comenta el exorcista, que también tiene hechizada a Doña Ana de Sanz quién tiene unos hechizos muy profundos. Que se va secando poco a poco por no tener apetito en ningún momento.




Catalina Ochoa cuenta: que viniendo por un camino encontró a una mujer disforme cubierta con una mantilla blanca, comentando esta, que los que habían denunciado a su madre se lo pagaría.[1]

Otro condenado fue en 1556 Sebastián Garrido, por utilizar cosas prohibidas por la Inquisición. Estos elementos contraindicados te declaraban inhábil ante los ojos del Santo Oficio, porque en tu seno familiar habías tenido un miembro del clan que había sido en el pasado o en el presente, condenado por el tribunal eclesiástico. El haber tenido un padre, madre, abuelo abuela, hermano o hermana encausado por la Inquisición, esta te imponía las siguientes censuras: no podrías viajar a Indias, no podrías usar el color carmesí en tus vestiduras ya que era el color de la vestimenta del día de fiesta, no podrías trabajar en trabajos públicos, ni usar oro ni plata, ni llevar armas ni montar a caballo; y si esto violabas, la inquisición una vez que recibiese en sus manos denuncia por este desafuero, te detendría, interrogaría y te podría condenar a la pena que considerase. A este hombre de Getafe llamado Sebastián Garrido, lo van a condenar por ocupar oficios públicos, usar caballos y telas de seda. Los delatores y testigos fueron: Francisco de Salazar de Dueñas, vecino de Getafe (Madrid), Juan de Mendoza, vecino de Torrejón de la Calzada (Madrid), Cristóbal Díaz Zapatero, vecino de Getafe (Madrid), María de Torrijos, vecina de Pinto (Madrid), y de otros vecinos de los referidos lugares, sobre su genealogía. Simplemente fue reprendido para que no volviese utilizar cosas prohibidas por la Inquisición, y si volviese a cometer el mismo delito, el Santo Oficio actuaría con más rigor.[2]

En 1759, se abre un proceso criminal de Manuel Blas Morales, alcalde mayor de Getafe (Madrid), a instancia de Manuel Butrageño, familiar del Santo Oficio y vecino de Getafe, sobre la prisión ejecutada en Manuel Brutrageño y excesos en el modo y uso de ella.[3]

Otros condenados de Getafe fueron 

1601 / 1604-Proceso de fe de Alonso de Ribera, natural del Reino de Granada y vecino de Getafe (Madrid), de oficio curtidor, por morisco.[4]

1747-Proceso de fe de Diego de Seseña, vecino de Getafe, por injurias hacia Martín de Ocaña y Herrera, ministro del Santo Oficio de Toledo.[5]

1549-Proceso de fe de Francisco de Humara, carnicero, vecino de Getafe (Madrid), por palabras escandalosas.[6]

1795 / 1800-Proceso de fe de Ildefonso Milla de San Joaquín, sacerdote y lector en Artes en el colegio de las Escuelas Pías de Getafe (Madrid), natural de Madrigueras, en el obispado de Cuenca, por solicitante.[7]

1622-Proceso de fe de Juan Bautista de Salazar, natural de Getafe (Madrid) y vecino de la villa de Madrid, de oficio boticario, por hechicerías.[8]

1766-Proceso de fe de Leonardo de las Rivas Balbín, teniente de cura de Getafe y residente en Madrid, por solicitante.[9]




Otra condenada por la Inquisición de Toledo fue nuestra siguiente protagonista llamada Teresa Díaz, alias la “Alabardera”mujer de Mateo Franco, quién en 1748 fue condenada por hechicera. Esta mujer era natural de Getafe y según los documentos, tenía al pueblo completamente aturdido y horrorizado con sus hechicerías, ya que, ligaba a los hombres con invitación de que tomasen un vino tinto en su casa cuando iban con sus mujeres a curarse de algo. E incluso, solo con tocar con sus manos o dedos una ropa que llevase puesta la persona a dañar ya quedaba hechizado. Esto le ocurrió a Manuel Delgado, quién, dejó de tener relaciones sexuales con su mujer.

Cuenta este vendedor de carbón, que un día fue a comprar este elemento Teresa Díaz a su casa y que aprovechando un descuido, esta le toco con una de sus manos la pretina o bragueta del pantalón, este amenazó con denunciar a la Inquisición a esta hechicera, y ante esa reacción, decidió curarlo invitándole a él y su mujer a comer unas morcillas sazonadas. Al pronto quedó curado.

La Inquisición de Toledo, pidió al ministro de Getafe, que la reprenda, conmine y aperciba severamente, a fin de que no vuelva a reincidir en sus embustes, sino quiere recibir después un mayor castigo. Teresa Díaz, la “Alabardera”, abandonó Getafe y se fue a vivir con su marido a San Martín de la Vega.[10]

En 1757, hubo una delación de Manuel Fernández Martín, vecino de Getafe, contra un pasajero borracho que en una calle de esta localidad le contó su vida con proposiciones y palabras escandalosas.[11]

En 1556, nos encontramos con otra hechicera de Getafe que será condenada por la Inquisición de Toledo, el nombre de esta partera de profesión era María García, y el fiscal del rey será quién la denuncie. El documento nos cuenta lo siguiente.

“Ejecutoria del pleito litigado por María García, partera, vecina de Getafe (Madrid), con el fiscal del rey, acusando a la primera de hechicería en el ejercicio de su oficio de partera y comadre.



María García, partera y vecina de Getafe, mantuvo un pleito judicial el 9 de mayo de 1556, realizado por el licenciado Arévalo corregidor de la villa de Madrid. Hizo prisionera a María García, mujer de Pascual Tejero, acusándola de que cuando asistía a un parto, hincaba un clavo en la sangre que caía al suelo y hacía otras hechicerías, utilizaba algunas sortijas de metal para quitar los dolores de cabeza, evitar los calambres y otras enfermedades. La mujer negaba hacerlo con maldad y se defendía que no había caído en pecado mortal, solicitando su absolución, alegando que lo hacían porque era mujer y labradora rústica.

Fue condenada a ser sacada de la cabellera en un asno atada de pies y manos y conducida por las calles, y sea puesta a la vergüenza pública durante una hora, y después de la humillación, la sentencia fue el destierro con so pena de 200 azotes públicos.[12]

Moriscos de Getafe
La presencia morisca en Getafe fue una evidente realidad en su momento, ya que varios vecinos que abrazaban la religión islámica, fueron detenidos y condenados por la Inquisición de Toledo. Los más claros ejemplos de esta evidencia lo tenemos en nuestros siguientes protagonistas.

María López, de Algete, a quien se le imputaba no comer cerdo ni beber vino, acusación que se hacía extensiva a otras personas de su localidad, y a la que se acusó también de amortajar a una vecina muerta con una tela nueva, cumpliendo su última voluntad según la tradición musulmana.

Lo mismo le ocurrió a Francisca Ribera, morisca, mujer casada, vecina de Getafe (Madrid), de 24 años de edad, fue testificada por un testigo preso en esta Inquisición por cosas de moros, la acusan de haber rezado la oración del anduliley y, qué por guarda de la secta de Mahoma, había ayunado ayunos de moros.

Otra acusada morisca de Getafe fue Isabel Franco, mujer de Alonso Rivera, vecina de Getafe (Madrid), de 28 años de edad, fue testificada por dos testigos, uno de los cuales es el dicho preso que está en la cárcel, por cosas de moros. Que depone contra la dicha rea, haber rezado la oración del anduliley por observancia de la secta Mahoma y haber hecho ayunos de moros sin comer ni beber hasta la noche que salía la estrella.

Los mismo le ocurrió a Luis Franco, tendero, morisco, vecino de Getafe (Madrid), de 55 años de edad, tuvo tres testigos de los cuales el primero fue el mismo preso que delató a la anterior condenada por cosas de moros, el cual depone, que le vio rezar la oración del anduliley por observancia de la secta de Mahoma, y así mismo ayunar ayunos de moros por la dicha observancia, y que diciéndole que dejase la ley de los moros y siguiese la de Jesucristo, este le contestó, que había seguido la secta de Mahoma porque era en la que se había de salvar.

Las delaciones del morisco Alonso de Rivera que sirvieron para detener a estos últimos reos, son acusaciones sacadas bajo tortura, momento en el que el torturado ante el martirio que está pasando, delata a su mujer y a todos los conocidos de los que tiene noticias, que andan en estos asuntos relacionados, como dice la Inquisición, de la secta de Mahoma.

Estos han sido los herejes de Getafe, hombres y mujeres condenados por pensar de forma diferente y no seguir en sus vidas las veredas y caminos que enseñaba las directrices de la Iglesia católica. Historias que no hay que olvidar, porque la historia es cultura y la cultura no es enemiga de nadie.

[1] AHN. Sección Inquisición. Leg. 96, exp.14

[2] Archivo Histórico Nacional, Inq. 119, Exp.28

[3] Ibid. 55, Exp.10

[4] Ibid. 196, Exp.28

[5] Ibid. 127, Exp.7

[6] Ibid. 204, Exp.37

[7] Ibid. 230, Exp.17

[8] Ibid. 95, Exp.11

[9] Ibid. 232, Exp.2

[10] Ibid. 85, Exp.8

[11] Ibid. 207, Exp.21

[12] Real Audiencia y Chancillería de Valladolid. Registro de Ejecutorias, caja 865,15




NIÑOS HEREJES EN EXTREMADURA 



La Inquisición española se caracterizó, por ser uno de los tribunales encargados de depurar las herejías tanto en España como en América. Por sus cárceles secretas pasaron judaizantes, moriscos, hechiceras, bígamos, sodomitas y un sinfín de personajes, qué por pensar de forma diferente, tuvieron que enfrentarse cara a cara con las fauces impuras del “Santo Oficio”. 

Muchos de estos sujetos eran niños, y digo bien, menores a los que se encarcelaban e incluso azotaban en las mismísimas celdas de la Inquisición. En Extremadura, muchachos de 9, 10, 11, 12, 13, 14 y 15 años, tuvieron que tolerar y padecer este tipo de actuación tan odiosa y execrable. Estos son algunos ejemplos de esos extremeños, menores de edad, que en nombre de Dios y de la cruz, quedaron marcados y señalados de por vida. 

Nuestro primer protagonista fue un niño de once o doce años, natural de Zafra, cuyo documento inquisitorial dice lo siguiente de su increible e inaudita tragedia. 


Miguel de Palma

Morisco vecino de Zafra siendo de edad de once o doce años, fue penitenciado en este Santo Oficio el año de 1582 por testificación que contra él hicieron tres testigos. Se le acusa de haber dicho que “mejor era ser moro que cristiano”, y preguntándole si tenía la ley de los moros por buena, había dicho: “que sí, si algún ruin no le ponía tacha”. Fue reprendido por los testigos y el muchacho volvió a porfiar diciendo: “que la ley de los moros era muy buena”, fue condenado a abjurar de levi, y que sea reprendido e instruido en la fe católica, y azotado en las cárceles.[1]

El ser hijo de morisco ya te señalaba de por vida, existía la posibilidad de que mamases de la teta de una cultura prohibida, herética, y como tal, condenada y vilipendiada por la sociedad del momento. Eso fue lo que le ocurrió a Miguel Palma, un niño al que nadie se enteró de lo que le ocurrió o vivió en las cárceles de la Inquisición, porque el secreto impuesto por el Santo oficio era vital y necesario, lo contrario, equivaldría, a ser de nuevo castigado. 

Otro menor que sufrió la misma pena que el anterior, fue Lorenzo Muñoz, un adolescente de 14 años, natural de Puebla del Prior, que cayó en las redes de la Inquisición de Llerena por tomar el nombre de Dios en Vano y pecar contra natura. Esto nos cuenta su expediente inquisitorial. 

Lorenzo Muñoz

Hijo de Diego Muñoz, ciego, vecino de Puebla del Prior, de 14 años de edad, el provisor de esta provincia le remitió preso por declaración de dos testigos que le testificaron: de que juraba muchas veces en nombre de Dios en vano y de otras muchas cosas. Se le acusa de haber pecado contra natura con una pollina y de otros comportamientos de muy mala inclinación. Después de la acusación confesó el delito por el que fue preso diciendo: Que no sabía si lo que decía era pecado. Fue condenado, a que fuera reprendido y azotado como muchacho en las cárceles, y desterrado de la Puebla del Prior por tiempo de tres años, dos precisos y uno voluntario.[2]

Otros niños que sufrieron la dentellada diabólica de la Inquisición, fueron un grupo de amigos de Puebla de Alcocer, qué influenciados por sus padres en el seguimiento del judaísmo, se vieron abocados a tener que pasar el calvario y sufrimiento que dictaminaba el Santo Oficio. Este grupo de infantes eran amigos de otra niña de Herrera del Duque llamada Inés de Herrera, más conocida como la moza judía. Una niña que profetizaba la venida del mesías esperado por los judíos y que los mayores, tenían como una verdadera profeta. Estos niños de Puebla de Alcocer se ciñeron junto con sus padres a esta esperada llegada del libertador, siendo todos detenidos por la Inquisición de Toledo, ya que este espacio extremeño de la comarca de la Siberia por pertenecer al Arzobispado de Toledo, era la Inquisición de esta ciudad, la encargada de depurar las herejías.



Inés, la moza judía que presenciaba, visionaba e inducía a creer estas historias dirigidas por su padre, fue detenida y llevada hasta las cárceles secretas de la Inquisición de Toledo y allí fue sentenciada a morir quemada viva. Muerto el perro se acabó la rabia, y si encima ese can era un perro judío, más razón para que así sucediese. Muchos niños se sumaron al movimiento que ella creó con la esperanza de ser conducidos a la Tierra Prometida, su niñez no les protegió de la Inquisición y, al igual que sus mayores, niños y niñas fueron arrestados y llevados ante el tribunal de la Inquisición de Toledo para interrogarlos. Una de ellas fue Inés García Jiménez, arrestada el treinta de septiembre del 1500, aunque tuvo que esperar hasta el ocho de marzo de 1501 para que se le designara un tutor, porque sólo tenía nueve años. Esta Inés es la tercera hija de Marcos García, un herrero de Puebla de Alcocer, y de su esposa, Leonor Jiménez. Su padre fue testigo de cargo en el juicio de otro Marcos García, un tintorero de Herrera que leía libros a los conversos, probablemente la Biblia y tal vez otras obras. Esta niña ayunaba con sus hermanas y juntas esperaban la llegada del Mesías. Siguiendo las instrucciones de su tutor, Inés García confesó y el dieciséis de marzo la sentenciaron: la condenaron a hacer penitencia y a participar en un auto de fe, y después la entregaron a una familia muy cristiana para que la reeducara.[3]

Otro joven seguidor de la profetisa Inés fue Rodrigo, hijo de Juan López, cuya edad en el momento de su arresto y juicio en 1500 se desconoce. Rodrigo confesó que había ayunado porque Inés se lo ordenó. Dijo al tribunal que el zapatero López Sánchez, esposo de Elvira González, de Puerto Peña, lo había convencido de que Inés realmente había ido al cielo y que le prometieron que su difunta madre resucitaría si él ayunaba. Rodrigo obedeció la orden de Inés de que ayunara, y también se unió al grupo que buscaba en el cielo la señal del Mesías. Los jueces aceptaron la confesión del niño, pero de todos modos lo condenaron a prisión perpetua.[4]

El tercer niño, también de Puebla de Alcocer, se llamaba Juan González, hijo de Juan González Crespo. Su hermano mayor, Alvar González, lo convenció para que creyera en Inés cuando iban hacía Herrera a comprar pieles cerca de la Navidad de 1499. Alvar González, le contó la ascensión de Inés al cielo y le dijo que allí se había encontrado con un ángel. Después de permanecer un tiempo en Herrera, regresó a Puebla de Alcocer y comenzó a obedecer la mitzvah, a respetar el sábado, a ponerse una camisa limpia ese día y a comer matzá durante la Pascua. El niño huyó después de los primeros arrestos efectuados por la Inquisición en Herrera, pero luego regresó y entonces lo arrestaron y juzgaron. El cuatro de marzo de 1501 lo pusieron bajo la tutela de Diego Téllez, el famoso letrado que defendió a numerosos conversos en Toledo. Fue él quien convenció al niño para que confesara. La consulta de fe se reunió el doce de marzo de 1501 y decidió volver a aceptarlo en el seno de la Iglesia, obligándolo a hacer penitencia.[5]


Mientras que estos niños se vincularon con Inés fundamentalmente por imitar lo que hacían sus padres y los adultos que vivían en sus casas, los de la aldea natal de la profetisa de Herrera tuvieron una participación más inmediata en la excitación que generaron Inés y sus visiones. Se reunían en torno a ella, a jugar, cantar y bailar. Rodrigo, que testificó de estos juegos, cantos y danzas, era hijo del herrero Fernando Sánchez y de su esposa María García; en la primera hoja de los documentos de su juicio figura la sentencia de la Inquisición: hacer un abjurar de vehementi y prisión perpetua.[6] Beatriz era huérfana, porque su madre murió siendo ella muy niña; la entregaron al secretario Luís de Toledo y su esposa Juana García para que la educaran, trabajara y viviera con ellos. Beatriz era familiar de Inés y en la época de sus profecías tenía unos quince o dieciséis años. Inés le prometió que se reuniría con su madre muerta en la Tierra Prometida. También le enseñó los principios de la ley mosaica y los ritos y preceptos judíos. Tras su arresto, Diego Téllez fue su letrado y volvieron a admitirla en la Iglesia, probablemente después de abjurar y hacer penitencia.[7]

Otras cuatro niñas de Herrera con edades comprendidas entre los diez y los trece años, fueron juzgadas por seguir los principios de la profetisa: Isabel, hija de Rodrigo de Villanueva y de Isabel de la Fuente. El caso de Isabel llama la atención porque fue su propia madre quien la denunció a la Inquisición.[8]

Lo mismo ocurrió con la otra familiar y amiga íntima de Inés, Beatriz, hija de Rodrigo de Villanueva. Es posible que las dos niñas se hicieran más amigas por compartir el sueño de encontrar un novio en la Tierra Prometida entre los jóvenes que esperaban a las novias conversas. Sin duda, casarse era un deseo que las niñas acariciaban, pero que sabía que no se cumpliría mientras estuvieran en España.[9] 

La otra Isabel no era más que una niña de apenas diez años cuando fue denunciada por una de las seguidoras de la propia Inés, Inés López, y fue arrestada el cinco de enero de 1501. Como las otras dos niñas, esta Isabel fue aceptada otra vez en la Iglesia, y tuvo más suerte que Beatriz Alonso que, con trece años, era la mayor del grupo. Tal vez, los inquisidores fueran más severos con esta Beatriz porque sus padres, que se encontraban entre los seguidores más fervientes de Inés, para salvarse habían huido a Portugal abandonando a su hija. A instancias de sus padres, Beatriz se afianzó en sus convicciones y se comprometió más con las prácticas judaizantes. La niña incluso tuvo sus propias visiones. Alegando en su defensa que la niña había sido abandonada, Diego Téllez la salvó de la hoguera, pero no de la sentencia a cárcel perpetua.[10]


Inés, la niña profetisa que consiguió infundir esperanzas en el corazón de los conversos de Herrera del Duque, su pueblo natal, y después en muchos pueblos más, aldeas y localidades; se tuvo que enfrentar a la Inquisición. Tras la expulsión de los judíos de España, lo único que les quedó a los miembros de la comunidad de conversos que permaneció en el país fue cultivar una esperanza de redención con la llegada del Mesías que los conduciría a la Tierra Prometida. Pero la niña que infundió esperanza en el corazón de los conversos no vio documentos del juicio de Juan González de fecha tres de agosto del 1500, antes de ese día, la hija de Juan Esteban, la moza profetisa de Herrera del Duque, había muerto quemada en la hoguera.[11]

Saquen sus propias conclusiones. Porque la historia es cultura y la cultura no es enemiga de nadie.


[1] AHN. Legajo 1988. N. 40. Sección Inquisición de Llerena. Relación de causas año 1592.
[2] AHN. Legajo 1988. N. 10. relación de causas año 1576.
[3] AHN. Inquisición de Toledo. Legajo 184, exp. 6
[4] Ibid. 176, exp. 12
[5] Ibid. 158, exp. 17
[6] Ibid. 176, exp. 13
[7] Ibid. 137, exp. 9
[8] Ibid. 158, exp. 6
[9] Ibíd. 137, exp. 8
[10] Ibíd. 137, exp. 9
[11] AHN. Inquisición de Toledo. Legajo 184, exp. 6