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martes, 5 de marzo de 2019






A Dios Rogando y con el pecado Andando

Amador Merino Malaguilla, fue un obispo de Badajoz que se tuvo que enfrentarse ante una sumaria desarrollada por la Santa Inquisición de Llerena, por motivos de participación junto a otro presbítero de Zafra llamado Francisco Pacheco, donde ambos sujetos se permitían dentro del cenobio, exorcizar a las monjas haciéndoles creer que estaban endemoniadas. Francisco Pacheco era confesor en el beaterio de Zafra y hasta allí se encaminaba el obispo Malaguilla, para hacer aquello que le apetecía llegando abusar en algunos momentos de las mismísimas religiosas. La Inquisición entiende que hay que acusarles de Molinismo, pero al ser obispo, la Inquisición no tenía poder para condenarle, pero al menos, puso por escrito, los avatares libidinosos de tan díscolo e indisciplinado mitrado. El documento dice lo siguiente.


Contiene la sumaria formada en el Santo Oficio de la Inquisición de Llerena, contra el obispo de Badajoz, Amador Malaguilla, sacada de lo que resulta de las causas seguidas en este tribunal a Francisco Pacheco, presbítero y confesor carmelita en la villa de Zafra y Francisca Gabriela de Santa Teresa, monja en Zafra, por ilusionismo.

“La Ilustrísima Juana de la Cruz, prelada en dicho convento de 36 años, el 13 de mayo de 1739 ante el comisario D. Clemente Castro, delató a los dichos D. Francisco Pacheco y excelentísima Francisca Gabriela de Santa Teresa sobre varias revelaciones de la dicha Francisca Gabriela, las cuales aplaudía Pacheco y que dichas revelaciones servían de inquietud y perjuicio a toda la comunidad.

Qué en dicha ocasión la prelada le pregunto a Pacheco, qué si las cosas que le ocurrían a la rea serían caso de Inquisición, a lo que le respondió Pacheco, que no eran casos de esos, diciendo, no esas cosas no.

Que en otra ocasión oyó la testigo argüir a este reo sobre que no habiendo obrado en nada malo el alma de la Francisca Gabriela, que ni habría merecido ni habría pecado. Y que por fuerza de este argumento preguntaba la prelada, que como si aquella alma no había pecado o sido tentada, se había acusado varias veces de tentaciones impuras, a lo que respondió Pacheco, que el diablo así propio se tentaba, y que este asunto él lo entendía pero que los teólogos no lo comprenderían.

Que Pacheco aseguraba que la dicha Francisca Gabriela (después que le habían salido algunas lesiones de dermis), había quedado en el estado de la inocencia ignorando los nombres de todas las cosas. Que de todo cuanto pasaba con Pacheco y la Excelentísima Francisca Gabriela, substancialmente dio parte la testigo al señor obispo de Badajoz D. Amador Merino Malaguilla y observó, que cuando le hablaba de ello se suspendía después que trataba con Pacheco. Reconocía la testigo que venía el obispo satisfecho de las cosas del dicho Pacheco no apreciando las que la testigo le decía.

Que en una ocasión estando en el oratorio presente la comunidad dijo el obispo, que venía muy consolado de la visita de Burguillos, porque la excelentísima María del Santo Cristo religiosa de dicha villa, había tenido revelaciones de que la dicha excelentísima Francisca Gabriela estaba ciertamente espiritada, y que le había dicho el modo para sujetar al enemigo. Y que luego delante de la prelada, estando presente Pacheco, Amador Merino Malaguilla dio potestad a este reo para ir llamando a los demonios que estaban en el cuerpo de dicha Francisca Gabriela de esta forma; yo, indigno ministro, montado en este jumento, le doy potestad bajo protección del Altísimo y la Virgen Santísima para sujetar los demonios de Francisca Gabriela y expelerlos de aquel cuerpo. Y que estando Pacheco con sobrepelliz y asolas, tomó el cuello de la espiritada y le ordenó se postrara poniéndole un pie en el pescuezo, y que la entregó un Santo Cristo que Pacheco traía consigo.



De nuevo pacheco volvió a poner el pie en el pescuezo de la espiritada, la sujetó y la mandó poner de rodillas comenzando a llamar a los demonios nombrándolos; a uno Luzbel, a otro Adalid, a otro Matachias, y que entonces la espiritada hacía varios ademanes por lo que Pacheco le ponía su mano en la cabeza y en el pecho, de lo que resultaba, que la espiritada hacía algunas acciones con su cuerpo menos decentes, descubriendo sus pies y haciéndose de la cintura de dicho Pacheco.

Que el Obispo teniendo en sus manos un manual, se lo dio a la espiritada para que registrase el conjuro que más le atormentase conjurándola, quién mandó a Pacheco sujetase al enemigo y que hiciese bajar el alma, y la mandó poner de rodillas. Y mandó Pacheco a Jametillo (que era el demonio bufón), a que subiese a la lengua de la espiritada, y luego dijo Pacheco a este reo, si quería ver bajar el alma, a lo que respondió, que como era esto, y que Pacheco le dijo, que lo que vería era una cosa muy hermosa. Que entonces Pacheco con solo la acción de hablar algunas cosas en voz baja a dicha espiritada, bajaba el alma según decía el dicho Pacheco dando un tosidito la espiritada en señal de que había bajado.

Que en diferentes ocasiones en el oratorio oyó decir a Pacheco, que las virtudes de la espiritada eran iguales que las de la Virgen Santísima, y que no se diferenciaban en otra cosa qué en ser Madre de Dios, y que esto mismo lo apoyaba la rea. En otra declaración que hizo la testigo el 29 de diciembre de 1739, dijo contra el obispo, haberle oído diferentes quejas de que no creían que Pacheco fuese un santo y que pocos confesores eran maestros de perfección como él.

Que habiendo estado una tarde en el locutorio el obispo, Pacheco, la espiritada y otras dos mujeres y que una era Doña Isabel Mancera, pasado algún tiempo entró el obispo en el convento y mandó a la comunidad cantar un Te Deum Laudamus en acción de gracias, porque habían ligado al demonio en el pie de la dicha Francisca Gabriela, y se cantó, (aunque con resistencias) a instancias del obispo que no cantó la oración, (al parecer de la testigo). Que después de esto y estando la comunidad en la cocina, mandó el obispo a la madre Ascensión se sentase junto a él, cuando empezó a hablarle al oído le dijo, que ya se le habían de acabar su trabajo que padecía, que eran los demonios que la atormentaban los sentidos para que no creyese lo que pasaba con Francisca Gabriela a cuyo tiempo le ponía la mano en la cabeza y pecho, haciendo como que la conjuraba. Que luego la preguntaba si había bajado ya, y ella respondía que si no habían subido como habían de haber bajado.

Que en otra ocasión mandó el obispo llamar a la comunidad al locutorio y presentes ante el prelado, les puso precepto bajo pecado mortal ya que era voluntad del Altísimo que ninguna religiosa hablase ni comunicase cosa alguna con sus confesores perteneciente a los casos que sucedían con Francisca Gabriela, sino solamente con Pacheco y él, lo que causó a la testigo mucho ahogo y pena.

Qué habiéndole reparado en una ocasión al obispo, este la empezó a conjurar diciendo que estaba endemoniada. Qué a finales del año 1738, entró en el convento y refirió, que una niña de Badajoz que servía a las religiosas a la mesa en una cena, se quedó como suspensa y arrobada, y que habiendo reparado esto el obispo que estaba presente, la preguntó que le había sucedido, y que respondió la niña que se le había aparecido el niño Jesús y que este traía una cestita de rosquillas. Que tomo una que entregó al prelado y que este enseñó a la comunidad, la cual la traía como reliquia. Y en esta misma ocasión mostró a la comunidad, dos monedas de plata que también conservaba por reliquias de la dicha niña. Porque habiéndole dicho en una ocasión que daba limosna de lo que no era suyo, la mandó restituir, y explicando la niña no tener dinero, mandó el reo metiese la mano en la faldiquera por dos veces, y que siendo así que no tenía dinero, sacó las dichas dos monedas significando esto a la comunidad. Y que estos prodigios nacían de la mucha virtud de la dicha criatura.


Que hacía dos años que el obispo contó a la comunidad, que dicha niña estando una vez en el campo de carmelitas de Badajoz sirviendo a la comunidad y al prelado, tuvo dicha niña una suspensión y éxtasis, y que habiendo vuelto de él le preguntó el obispo que le había pasado, y que le respondió, que había venido un Ángel con un dardo y la había herido en el corazón, a cuyo tiempo mandó a una de las religiosas la registrasen, y habiéndose ejecutado repararon ser así y que el jubón tenía una rotura.

Que escuchó al obispo en el oratorio decir, que le tenía mandado al diablo que mientras Francisca Gabriela estuviese oyendo misa de Pacheco, estuviese bajando y subiendo por una columna de fuego. Y presentó dichas cartas que le había escrito el obispo las que dicen lo siguiente.”[1]

Primera Carta

“La primera es de fecha de 6 de marzo de 1739, escrita por el obispo a la Excelentísima Francisca Gabriela, dirigida dicha carta por mano de la priora en que le dice haber recibido las suyas, y que consultado su contexto le debía en primer lugar prevenir la observancia a él prelado, y que en adelante no se había de confesar con otro sino solo con él. Y que toda la unión con la obra que le tenía expresado la estimaba este reo como obra del demonio para el logro de los intentos que maquinaba su maldad. Y qué si se desnudaba delante de Dios, de sí misma y de lo que en esta parte la tenía sugerida el demonio, vería esta verdad en su corazón con gran claridad. Que Dios quiere hacer una buena obra en ella. Que los ejercicios que tenía que practicar eran según los actos de comunidad, oración bocal y sus devociones, todos los días de fiestas vía crucis y no había de hacer ejercicio ninguno penal, ni de cruz, postraciones, ayunos, disciplinas, silicios, ni otro alguno. Y se había de emplear en oficios de comunidad, barrer, fregar y que de todo le diese parte, y que no había de escribir a otra persona alguna, ni a Pacheco, del que se tenía que olvidar como si no le hubiese conocido ni tenido noticia de él.”[2]

Segunda Carta

“La segunda carta la escribe el Obispo a la superiora Juana de la Cruz, su fecha es de 6 de febrero de 1739, en ella le dice: que para hacer mayor experiencia de las cosas que por permisión del Señor pasaban en aquel convento, se veía como precisado a retirar del todo a Pacheco de dicho convento. Y que así le escribía para que supiese que se cambiaría en los empleos de confesión y se retirase a su casa, y que dispusiese sujeto que asistiese a dicho convento, y que esta resolución la tomaba con motivo de la conveniencia de todos por el servicio de Dios y bien de las cosas.”[3]

Tercera carta
“La tercera es de fecha 3 de marzo de 1739 escrita a dicha superiora, en que la dice tener bastante cuidado con las cosas de la Excelentísima Francisca Gabriela de Santa Teresa, y que debía decírselo y recordárselo. Y por lo que dicha superiora le escribía, reconocía haber fallado en algo a lo que se mandó. Que Dios solo podía comprender esto, y que fuesen caminando con estas pruebas, que si había algún comentario sobre embustes el saldría y que eran necesarios muchos acontecimientos como persuasión.”[4]

Documentos del Fiscal del Santo Oficio
“El fiscal en cumplimiento de decreto de V. A de 31 del pasado ha visto los papeles que tocan al obispo de Badajoz D. Amador Merino Malaguilla y que resulta de las causas que se siguieron en la Inquisición de Llerena contra, D. Francisco Sánchez Pacheco por molinista e iluso, y la hermana Francisca Gabriela de Santa Teresa, carmelita descalza en el beaterio de la villa de Zafra por el año de 1740.

Que de las dos referidas causas de Pacheco y la hermana Francisca Gabriela, consta que el dicho obispo luego que entró en su gobierno, se aplicó a gobernar y dirigir espiritualmente religiosas, beatas y otras mujeres seculares cuyos espíritus y virtudes aplaudía y celebraba, refiriendo con suma y fácil credulidad varias revelaciones y milagros ridículos e impropios al juicio y prudencia de un prelado, llevándolo siempre a cabo con religiosas de su afiliación y personas que dirigía.

Que asimismo conjuraba y exorcizaba a varias mujeres que se decían eran de mucho espíritu y que estaban posesas, diciendo el dicho obispo que tenía especial gracia y virtud para expeler demonios. Que entre estas fue la hermana Francisca Gabriela a quién dirigía, confesaba y exorcizaba frecuentemente entrando para ello en la clausura del beaterio en varias horas del día.

Que aprobaba y aprobó el espíritu de esta religiosa diciendo, que era uno de los más prodigiosos y agradables a Dios. Que era cierto que estaba posesa desde la edad de 3 años por especial providencia de Dios y que así debían creer las religiosas, y que la hermana Francisca Gabriela tenía extraordinarias revelaciones.

Que para el gobierno espiritual de dicho beaterio y la asistencia particular de la dicha hermana Francisca Gabriela, nombró para capellán y confesor al referido D. Francisco Sánchez Pacheco.

Que nombrado confesor, tenían al dicho Pacheco por un oráculo de virtud y perfección, y que como ministro de espíritus conocía por los semblantes de las religiosas el estado de cada una de ellas. Cuando bajaban a confesar con él les decía qu
Que el mismo Pacheco aprobó el espíritu a la religiosa Francisca Gabriela y la posesión en que la tenían los demonios, diciendo cosas particulares acerca de estos y del modo que habría de ser exorcizados los diablos. Para dichos actos entraban en la clausura el obispo y Pacheco, allí la exorcizaban y conjuraban alternativamente en presencia de la comunidad con gran alboroto e inquietud de ésta.


Que en el día que señalaba Pacheco, habrían de salir los espíritus malignos, concurriendo ambos a exorcizar a la beata, diciendo que se había logrado la libertad de la criatura por las señales que habían pedido y dado al diablo. Dicha beata fue exorcizada durante casi 20 años.

Que por el mes de mayo de 1739 fue preso el dicho D. Francisco Sánchez Pacheco por la Inquisición de Llerena y que la hermana Francisca Gabriela fue puesta en el convento de Santa Clara de Badajoz y que se les siguió sus causas hasta la definitiva. Que después de haber sido despachados ambos por el Santo Oficio, escribió el obispo tres cartas en octubre, noviembre y diciembre de 1740 al señor D. Luís de Velasco manifestando en las mismas, el dolor y sentimiento de ver vulnerado su honor y fama por haber mandado sacar a la religiosa Francisca Gabriela del convento de Zafra para que cumpliese su penitencia en otro”.[5]

Al obispo de Badajoz se le estaba complicando la situación por sus actuaciones para con algunas monjas. La Inquisición de Llerena va a recibir declaración de un testigo clave para conocer las andanzas de dicho prelado en la villa de Zafra. El nombre es D. Clemente Nicolás Páez Calvo, ministro comisario de la villa de Zafra, quien dirá por carta al tribunal, que el patriarca visita varios conventos más de su afiliación y que son varias las monjas que han huido de dichos cenobios. La carta de dicho comisario dice lo siguiente.

“Señor.

En cumplimiento de la orden de V. S. debo informar, que en cuanto a las entradas del obispo en los conventos de su filiación, de vista puedo decir e informar, que en el único de carmelitas descalzas que tiene en esta villa, en el año 1732 que fue la primera visita que hizo a este pueblo y aun no con clausura dicho convento, entraba en el verano como a las cuatro o cinco de la tarde y salía como entre nueve y diez de la noche. Entraba solo, sin permitir persona alguna en su compañía, y que entonces se decía entre las personas que conocían dicho beaterio, que gastaba el tiempo en contar algunas llanezas que otras y sucesos de personas espirituales que dirigía. Que se acostaba o se recostaba en la falda de una u otra beata y a la que estaba afligida la oía en confesión en el coro sin rejilla, atribuyendo siempre, que su aflicción provenía del maligno. Le leía el evangelio y les ponía las manos en el pecho encima de la ropa, en el vientre y otras partes. Las entradas eran diarias por las tardes y muchas mañanas desde las 8 hasta las 12 y media y también solo, y que en invierno entraba a las 2 o 3 de la tarde hasta las ánimas. Que esto duró en los tiempos en que venía a este pueblo en visita y fuera de ella, y que solía ser muy de ordinario sus asistencias hasta la prisión de la hermana Francisca Gabriela de Santa Teresa. Después enclaustró a las monjas prosiguiendo sus entradas en dicha clausura, siempre solo, siendo común venirse a apear del coche a la puerta seglar para hacer oración de la iglesia de dicho convento, y que desde la iglesia entraba en la clausura hasta las avemarías.

Estas mismas cosas se dicen con la misma publicidad en la villa de Burguillos y demás conventos de su filiación, en visitas y fuera de ellas. En cuanto a salidas de monjas, he oído de público, las que ha hecho Doña Ana María Berciani del convento de la paz en Fregenal de la Sierra y otra religiosa de uno de sus conventos de Badajoz, la que se fue a la villa de Valverde cuatro leguas distantes de dicha ciudad. La recogió el cura que lo es Alonso Zapata comisario de este Santo Oficio al que dio parte, y que se restituyo a su convento. No he oído los fines y si salieron solas o acompañadas, más que es público lo de dichas salidas. La salida de la de Badajoz fue por el mes de noviembre del año pasado, no se los días que estuvo fuera.

En cuanto asuntos de partos, he oído decir con la misma publicidad, de una religiosa de un convento de Bancarrota, no se su nombre, pero si, que la misma, es de la filiación de dicho obispo. Que se hicieron autos sobre lo ocurrido en Bancarrota atribuyéndose lo sucedido a un médico de dicha población por cuya causa lo despidió la villa. De otra de un convento de su filiación de la ciudad de Badajoz de quién se dice, que la criatura se está criando en esta villa en el convento de Santa Catalina de religiosas dominicas de su filiación y que es una hija; contándose en el convento a expensas de los herederos del Marqués de Monreal General que fue de Extremadura, a quién se le da por padre, y que esto se dice de público sin poder decir persona cierta a quién se lo hubiere oído. Y que esta es la publicidad que hay de ello en dicho convento de Santa Catalina y personas a quién se lo ha oído, que ignoro el nombre de la religiosa y convento donde es, aunque sí que está en Badajoz y que es filiación de su Ilustrísima de donde era patrono dicho Marqués de Monreal.

Y con esta misma publicidad se dice de otras acciones deshonestas que ejecuta con las religiosas de los conventos de su filiación en las entradas de sus clausuras. A una persona de fe y crédito que no me he podido acordar quién es, le escuché contar que yendo a curarse de un brazo que se había quebrado a la villa del Almendral en casa de Alonso Méndez Flores, hombre que tiene gracia particular para ello, le oyó decir a su mujer de una hija que tienen en el convento de Fínibus de dicha villa de Almendral; que ponderando el afecto que dicho prelado la tenía, siempre que entraba en la clausura la tomaba de las barbas. Todo esto me sirve de fundamento para decir que aquí hay mucho que temer, y que más se verificaría si se examinasen las religiosas de su filiación.

Zafra 20 de febrero de 1750. Clemente Nicolás Pérez Calvo”.[6]

Amador Merino Malaguilla, obispo de Badajoz, puesto en la picota por la Inquisición como hombre díscolo y hereje que abrazaba la doctrina molinista; un personaje más de los muchos eclesiásticos extremeños condenados por el Santo Oficio de Llerena por ir por la vida con hábito y a lo loco. Un purpurado que utilizaba al diablo como excusa para sus fines voluptuosos, demostrando con estos comportamientos impropios de un tonsurado, “que el hábito no hace al monje”.





[1] AHN. Legajo. 1984, exp. 6
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] Ibid.

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