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viernes, 8 de marzo de 2019

Los Herejes de Sierra de Gata



El presente trabajo nace de la necesidad de compartir con los vecinos de Sierra de Gata, una parte de la historia de estas villas qué durante siglos, como en todas partes, el bien y el mal formo parte de su realidad cotidiana en momentos determinados de sus anales. El objetivo y misión de esta investigación, es el dar a conocer una realidad social donde lo cruento y a veces lo encarnizado, marcó durante mucho tiempo el paso de muchas generaciones que se vieron obligadas a sucumbir ante los poderes fácticos del momento.

Crónicas reales documentas, que ponen de manifiesto, que el paso de la silueta de Caín por estos núcleos urbanos dejó su negativa impronta, impregnando con su sombra, los cuatro costados de estas urbes pacenses. Memoria que lleva insertada en su núcleo, los valores del enfrentamiento, la hostilidad y el combate entre ciudadanos de una misma población, auspiciado por uno de los mayores enemigos de la humanidad, el mundo de los ideales.

Conoceremos episodios cargados de tensiones víricas propios de la sin razón, y la irreflexión del hombre hacia su prójimo, siempre dominados e influenciados por el funesto y luctuoso criterio de lo irreal e imaginario.


En este estudio apasionante y conmovedor de la historia inquisitorial de Sierra de Gata, nos encontraremos con documentos que llevan en sus hojas la marca y el sonido del dolor y la humillación. Contar lo ocurrido con la Inquisición de Llerena en estas localidades hará presagiar, vaticinar y predecir en la mente del lector, que la sombra y silueta de Caín cubrió durante muchísimo tiempo los cuatro puntos cardinales de estas vetustas y pardas tierras. Sombra que ha dejado enarboladas durante infaustos y dramáticos momentos, las fúnebres y lúgubres banderolas del espíritu cainita de los hombres, quienes en nombre del Crucificado llegaban a vulnerar y atropellar los mandamientos de la ley de Dios.


Hombres y mujeres que sufrirán en sus vidas, un amargo y atormentado calvario que marcará en adelante el verdadero sentir religioso de un pueblo. Había que extender el catolicismo por todo el país y la mejor fórmula encontrada por el tribunal eclesiástico para tal misión iba a ser, la de destruir y arrancar la cizaña que envenenaba las espigas cristianas de la población. Una misión contundente puesta en marcha por la monarquía y la Iglesia Católica con un objetivo muy claro, enarbolar y blandir la bandera del Crucificado por toda la piel de toro.


La Inquisición de Llerena pondrá en marcha un despliegue exterior auténticamente colosal, mostrando cuales son los reos condenados por ella y lo más importante, el cumplimiento de las sentencias impuestas. Proceder que en última instancia viene determinado por la naturaleza de los delitos, en los que entiende y determina que algunos de ellos son de tremenda gravedad. Pecados que lesionan la imagen del Nazareno y que deben de ser castigados según las instrucciones del Santo Oficio del momento.


La dimensión de las penas será algo público y notorio; hay que reparar la dignidad herida del cristianismo, y para ello los autos de fe serán el momento crucial de restauración de la misma. La misión de dichos actos será la de recordar al pueblo asistente, que está prohibido y sobre todo penado, caer en los mismos errores que en ese momento se están castigando.


En Llerena, y más concretamente en la plaza de Santa María de la Granada, se desarrollarán los autos de fe de los herejes de Sierra de Gata y otras poblaciones extremeñas. En ese espacio público, el espectáculo, la violencia, el perdón, el poder, la religión, el arte y la diversión, se convertirán en algo único e inolvidable en los cerebros y pupilas de los ciudadanos asistentes. Los vecinos presentes conocedores de estos acontecimientos, darán su testimonio de militancia católica en los templos y en la misma plaza donde el auto de fe se va a desarrollar, sumándose con su presencia a los actos que rodean el espectáculo religioso.

Pero si el auto de fe pone de manifiesto los errores de los condenados, no lo van a ser menos las cárceles de la Inquisición, donde las torturas, los suicidios, la locura, y un permanente terror manifiesto, serán en dichos habitáculos los siniestros acompañantes de los hombres y mujeres detenidos por el Santo Oficio. Torturas como los garrotes en las espinillas, las vueltas de cordel en los brazos y muslos estando los reos echados sobre el potro, la famosa tortura de la toca o de los jarrillos de agua y otras por el estilo, harán que los cuerpos y mentes de muchos vecinos, queden traumatizados y estigmatizados para siempre. Toda una trágica epopeya en nombre del Dios de los cristianos, que pone de manifiesto, la falta de fe de unos hombres de Iglesia en busca de un solo Dios, una deidad llamada poder en la que existe una simbiosis de la política eclesiástica y secular por un interés común: la unidad de la fe.

Espero que esta veraz y fidedignas crónicas, ayude a desenmascarar al bíblico Caín, para que cuando sintamos cerca de nosotros la fétida y negativa presencia de su sombra, sepamos alejarnos de su camino, antes de que las penumbras y umbrías de su masa nos marquen y nos signen con su particular quijada.

Los Condenados de Sierra de Gata


Nuestros primeros protagonistas van a ser vecinos de San Martín de Trevejo, una población que se caracterizó, al menos documentalmente hablando, por tener dentro de la comunidad de vecinos, personas que abrazaban la ley mosaica, mientras que otros habitantes, se adherían y anexionaban al mundo de la superstición. Nuestro primer protagonista es Francisco Durán, vecino de San Martín de Trevejo, de 30 años de edad, fue testificado por tres testigos varones, que en el año 1584 ante el doctor Olmedilla Inquisidor que estaba visitando Ciudad Rodrigo en visita inquisitorial, se le acusa que hará unos tres años estando dando misa un clérigo y estando ayudándole el reo y habiendo dado el mismo reo la paz el sacerdote, la volvió a dar a los que estaban presentes llevando un crucifijo hacia atrás pegado a sus partes traseras a modo de risa; y que esto causó escándalo entre los parroquianos. Cuentan los tres testigos, que estando ellos junto al reo en la plaza, dijo el reo a un sobrino: sobrino, como no me des un poco de vino, y le dijo el sobrino, que no estaba obligado a dar de su vino a toda la gente del lugar, y le contestó, que como no le diese vino lo bebería del vino del cura que es tuyo.

También cuentan los testigos, que estando en una procesión y faltando el incienso que él tenía que poner y llevar, le pareció mal al mayordomo que dijese, que porque iba en la procesión el dicho cura y que por esa razón el no llevaba el perfume, qué si no fuese, que el daría un perfume para el mayordomo.

Se calificó por hecho escandaloso, irrisión y blasfemia no heretical, tanto lo del vino como lo del incienso, fue preso y llevado hasta las cárceles secretas de Llerena, siendo suelto después para ir a su tierra. En el año 1590, fue llamado de nuevo para proseguir su causa. Fue absuelto de la causa.[1]

Otro vecino de San Martín de Trevejo condenado por la Santa Inquisición de Llerena fue Antonio López, cristiano nuevo, natural de San Martín de Trevejo y vecino de Gata, de oficio boticario, de 25 años de edad, fue testificado en la ciudad de Coria ante el licenciado Juan Fernández de Vallejo nuestro colega que estaba en la visita, y fue testificado por tres testigos de que hablando en una conversación sobre el estado de los clérigos y de los casados, dijo el dicho Antonio López, que era mejor estado el de un buen casado que el de un mal clérigo, una mujer testigo le reprendió por lo que había dicho, y que contestó, que los curas que estaban amancebados no tenían poder para consagrar por estar en pecado. También había dicho, que cuando los moros morían no tenían pena ni gloria porque no sabían lo bueno ni lo malo, y que el día del juicio, perdonaría Dios al que quisiese ser bueno. Fue reprendido por la Inquisición.[2]



Nuestro tercer vecino a conocer, es una mujer qué por complacer a su suegra, bautizó a su hija dos veces, pero dejemos que sea el documento el que nos trasmita con su particular estilo de escritura, lo que aconteció con Agustina López.

Agustina López, mujer de Antonio Alonso, vecina de San Martín de Trevejo, fue delatada por el señor D. José Díaz Santos, obispo de Ciudad Rodrigo, el 31 de agosto de 1715, de qué habiendo bautizado a su hija en la parroquia de la villa, la volvió a bautizar otra vez en la parroquia de San Justo y Pastor de Salamanca el 24 de septiembre del mismo año por consejo de su suegra María Nieves. Fue condenada a que fuese gravemente reprendida y conminada por un comisario y notario y se pusiese cuatro días en la cárcel de un familiar del Santo Oficio[3].




Un grupo importante de vecinos de San Martín de Trevejo van a ser denunciados ante la Inquisición de Llerena, por seguir las sendas y caminos de la superstición, la magia y la hechicería. Ninguno de ellos sufrió un ataque directo del Santo Oficio, sino que más bien los ignoró y todo al final quedó en nada por el bien de sus honras y dignidades.

El 13 de marzo de 1723, se recibieron dos declaraciones que remitió desde San Martín de Trevejo contra José Rodríguez Pizarro y otros vecinos de ella, por curas, supersticiones y encomendar cosas perdidas. Las que se hicieron en virtud del edicto general.[4]

Otra vecina tocada por el dedo acusador de algún vecino que la delató, fue Ana Nieves, más conocida como alias “la Migueleta”, viuda, vecina de San Martín de Trevejo, fue delatada de hechicerías por una delación que recibió el comisario de Heljas y se recibió en este tribunal el 5 de mayo de 1719. Se le dio traslado a la parte fiscal, quién el 20 del mismo pidió que se devolviese para que ratificase a la delatante.[5]

También fue acusada de lo mismo, María Caballero, mujer de Agustín Mango, vecina de San Martín de Trevejo, está delatada de hechicerías por una sumaria suelta que se hizo en 1723 sin haber en ella decreto alguno.[6]

Otras vecinas acusadas de hechiceras fueron, María y Catalina Gordillo y Juana Rodríguez, fueron delatadas de hechicería por delación que recibió el comisario de esta ciudad el 22 de agosto de 1728, y el 31 del mismo la presentó en el tribunal. Se dio traslado a la parte fiscal quién en 18 de septiembre del mismo año, pidió se volviese a examinar al delatánte preguntándole por contestes en diversos casos.[7]


Otras mujeres que siguieron la misma línea supersticiosa fueron nuestras siguientes protagonistas.


Juana de Bascones, mujer de pedro Madera, vecina de San Martín de Trevejo, fue delatada de hechicera por sumaria que remitió el comisario el 21 de octubre de 1718.[8]

María Lozana, vecina de San Martín de Trevejo, fue delatada de hechicera, el 29 de enero de 1712, se dio traslado a la parte fiscal, que en 19 de junio de dicho año en vista de la sumaria que se remitió.[9]

En 28 de febrero de 1723, el comisario de Robledillo remitió diferentes delaciones contra distintas personas sobre curativas que se habían hecho en virtud de la lectura del Edicto General.[10]

Margarita Lozana y María Rolena, vecinas de San Martín de Trevejo, fueron testificadas de hechiceras.[11]

Podemos decir con esta documentación en la mano, que San Martín de Trevejo fue un pueblo donde la magia y lo relacionado con la hechicería fue una realidad dominante y expuesta por estas aliadas de lo prohibido, y, donde al menos, estas no sufrirían el ataque directo del Santo Oficio de Llerena.



Abandonamos San Martín de Trevejo y sus herejes, y salimos a la búsqueda de nuevos convictos bajo la Inquisición en la Sierra de Gata; y para ello hacemos una pequeña parada en Acebo. Nos adentramos entre los documentos inquisitoriales del Archivo Histórico Nacional, y nos encontramos en los legajos de la Inquisición de Llerena, el caso de Sebastián Duran, clérigo presbítero vecino del Acebo y natural de Los Hoyos, de 44 años de edad, quién fue testificado con seis testigos varones mayores cuatro de oídas y dos de vista, de haberle oído decir en cierta ocasión tratando sobre los estados, que el estado de los casados era mejor que el de los clérigos porque Cristo lo había ordenado, y que el estado de los clérigos no era estado sino dignidad, y el de los casados era estado porque mandaban. Que otro testigo le oyó decir, que era mejor estado el de los casados que el de las vírgenes.

Se hizo su causa con él y confesó en la primera audiencia haber dicho con ignorancia, que era mejor estado el de los casados que sirven a Dios que el de las monjas. Fue condenado a que abjurase de levi en la sala de la audiencia y en ella fuese reprendido y advertido y esté recluso en la iglesia parroquial del dicho lugar por tiempo de un mes y de tres mil maravedíes para gastos del Santo Oficio.[12]

En esta misma población nos encontramos con una historia cargada de superstición rural. El Acebo, un pueblo que se verá puesto en la picota por seguir las directrices fetichistas, marcadas y controladas por dos vecinos de dicha localidad. Pero dejemos que sea el propio documento con su particular lenguaje, el que nos trasmita que sucedió en dicha localidad con sus vecinos y la lapidaria persecución del Santo Oficio ante la más que evidente superstición hacia San Cornelio. El documento inquisitorial lleva el título de “Superstición de llevar un cuerno a San Cornelio, para curar de cuartanas”.




“Este expediente es el que remitió el tribunal de Llerena con carta de 19 de enero de este año de 1791, sobre la superstición de ofrecer cuernos yendo en romería a un San Cornelio que está en distrito de Portugal para sanar la enfermedad de cuartana.

En 20 de febrero de 1790 el comisario de Coria D. Juan Cid Salgado lo envió al tribunal diciendo, que en el lugar del Acebo y sus cercanías era cosa muy sabida de esta superstición. Se libró comisión para que se averiguase y habiendo el Señor comisario de Acebo examinado cinco testigos entre ellos el cura, sacristán y cirujano, contestan y dicen, que muchos vecinos acuden a dicho santo, bien porque ofrecen cuando están enfermos y otros, porque encontrándose con la misma enfermedad, para curarse les es preciso llevar un cuerno, y ha de ser el primero que hallaren, y en llegando al santo lo dejan junto a él, y que es grande la porción que hay junto al santo de estos elementos. Dicha imagen está sin ermita y maltratado por las inclemencias, distante ocho leguas poco más o menos del dicho lugar del Acebo. Que asimismo está creída la gente en ser remedio eficaz para curar las calenturas de cuartana. Añade el cuarto testigo, que le parecen han hecho estas romerías en buena fe y sin pensar hubiese en ello superstición.

El cura en su ratificación dice, que le parece haber oído que el cuerno ha de ser de buey o de vaca, y el cirujano dice, que en cuanto a la sanidad ha habido de todo, porque unos vuelven sanos y otros regresan del mismo modo que fueron, y que otros fueron a su romería sanos. Todos estos testigos citan a Juana Rodríguez y su hijo Ambrosio Calero de ser los que hicieron y organizaron dicha romería.

El fiscal mandó fuesen reprendidos dichos dos sujetos y apercibidos si acudían a San Cornelio. El tribunal mandó se pusiesen edictos e informes de la prohibición de dicha romería en todos los pueblos donde fuesen gente, y en el convento del Acebo, quienes dicen ser muy cierto no solo en los pueblos cercanos al Acebo, sino en todo el distrito de Ciudad Rodrigo cercanos a Portugal. Que el lugar cercano a la cueva del santo es Sabapal, en la Abadía de Quadrazán, y es tanta la abundancia de cuernos que llevan al santo, que infectan el aire de suerte, y que es preciso taparse las narices para llegar hasta San Cornelio.

El convento del Acebo dice lo mismo y que el santo estaba en la inclemencia en el cóncavo de una peña en el obispado de la Guarda. El fiscal visto los antecedentes, pidió se publicasen edictos prohibiendo con graves penas la continencia de tales supersticiones, y que los que osasen ir fuesen detenidos por la Inquisición de Evora a quiénes avisaremos por carta para que los detengan. Visto en el tribunal en 19 de enero de 1791”.[13]

Superstición o no, lo cierto es que la Iglesia poco después montará su particular negocio en torno a San Cornelio, vendiendo encorvados y torcidos cuernecitos, piezas que los seguidores del santo llevarán como colgantes, ya que las mismas les ayudarán a curarse de las tan temidas e inquietantes cuartanas del momento. Esta enfermedad era atribuida muchas veces al mítico, legendario y tradicionalmente histórico, mal de ojo.

“En Portugal San Cornelio es el patrón de los animales galhudos, la iglesia del santo se ve llena de los más variados tipos de cuernos como ofrendas que le presentan los fieles. Los capuchinos bajo cuya jurisdicción está la iglesia, fabrican los cuernos de todas las formas y tamaños y los venden con el nombre de “cuernos benditos o cuernecillos de San Cornelio”; y son propicios para preservar a los animales de males ruines y a las personas del mal de ojo”.[14]

Dejamos el mundo de la superstición y nos vamos a la caza de algunos judaizantes de la comarca, para ello vamos a utilizar el trabajo realizado por Carlos Fernández-Pacheco Sánchez Gil y Concepción Moya García sobre Judaizantes en la Sierra de Gata Extremeña a Mediados del Siglo XVIII, y que presentaron en las XV Jornadas de Historia de Llerena.

Entre esos conversos detenidos y enjuiciados aparecen los siguientes personajes de la zona en cuestión.


Alegación fiscal del proceso de fe de Baltasara Hernández, vecina de Perales, seguido en el Tribunal de la Inquisición de Llerena, por judaísmo, el 8 de abril de 1740. Los testigos que la implicaron como judaizante fueron 18. Al día siguiente de su detención reconoció haber realizado dos o tres ayunos, que hizo guardando las reglas que le dio Antonio Mella, pero sin ir contra la ley de Dios, reiterando lo mismo el 30 de abril.

La primera audiencia tuvo lugar el 9 de agosto, donde declaró ser natural de Coomonte de la Vega, en el norte de Zamora, y vecina de Perales del Puerto, contando con la edad de 36 años. En los siguientes interrogatorios confesó haber hecho dos ayunos, uno tres años antes, en Aldea del Palo, en compañía de su marido Francisco Rodríguez, sus suegros y su cuñada, y otro cuatro años atrás en El Arenal (Ávila), con su marido, con Francisca Núñez y su hija Beatriz, y que el resto de las acusaciones eran falsas, y las achacaba a “la mala voluntad de sus cuñados”, a los que sí En un nuevo interrogatorio reconoció algunas de las acusaciones y negó otras, para acabar diciendo que nunca creyó en la “ley de Moisés” y que si hacía unos diez años que la empezó a observar, fue por hacer lo que los demás hacían, aunque siguió creyendo que la de Jesucristo era la religión verdadera.[15]

Al mismo tiempo, se realizaron varias detenciones en la vecina población de Hoyos. El primer arrestado fue Pedro Álvarez, de 23 años, detenido el 9 de abril de 1740, tras haber sido acusado por nueve testigos de practicar los ritos y costumbres judías. El detenido era natural de Zorita (Cáceres), vecino de Hoyos, soltero y de oficio zapatero. Tras los interrogatorios y la presentación de la acusación fiscal, el reo reconoció en presencia de su curador, que desde hacía unos siete años había comenzado a ser creyente y observante de la ley de Moisés, persuadido por su madre Francisca Núñez, pero que había desechado esas creencias “de su corazón”, deseando vivir y morir siguiendo los preceptos de Nuestro Señor Jesucristo[16].

Dos días después detuvieron a su madre, tenía 48 años y era viuda de Juan Álvarez, arriero que había muerto a los 50 años. El 13 de abril pidió audiencia, para conocer los cargos que se le imputaban, indicando que no había cometido “maldad alguna” y que habría sido delatada por algún testigo que la quería mal. A los quince días, pidió nueva audiencia para reconocer que había sido instruida a los seis años por su madre Beatriz Hernández en los ritos y ceremonias judaicas, pero que no los había practicado.


En los meses siguientes confesó haber realizado algunos ayunos, aunque no los hizo por convencimiento, sino por seguir las indicaciones de su madre, dijo no haberlos confesado desde el principio “por parecer cosas feas” y que con el tiempo los había abandonado por conocer que eran contrarias a la ley de Jesucristo. Poco después fue detenida su hija Beatriz Álvarez, de 19 años, que vivía también en Hoyos, confesando “su pecado” en audiencia del 30 de abril, al tiempo que reconocía haber realizado varios ayunos y ceremonias. La acusación fiscal fue el 22 de octubre, aceptando la rea la mayor parte de los testimonios que la acusaban, y con acuerdo de su abogado, solicitó seguir en la ley de Jesucristo, que era la verdadera[17].

Finalmente, el 8 de febrero de 1744 se votó la detención de Fernando Alonso Mella, de 22 años, marido de Beatriz Álvarez. También vivía en Hoyos, ejerciendo la profesión de zapatero, siendo encerrado en las cárceles secretas de la Inquisición, con el secuestro de sus bienes. Fue acusado por tres testigos, entre ellos, su cuñado Pedro Álvarez y su suegra Francisca Núñez, que habían sido detenidos años antes en la misma localidad. La falta de otros testimonios acusadores hizo que su detención se retrasara en el tiempo, y que pasaran casi cuatro años hasta que la Inquisición de Llerena tomó la decisión de arrestarlo. En la primera audiencia reconoció que toda su generación era de cristianos nuevos, y que en una ocasión había realizado un ayuno siguiendo la ley judía, denunciando a cinco nuevos cómplices que no habían sido citados con anterioridad. En la audiencia fiscal confesó todos los cargos de los que se le acusaba, y finalmente, el 5 de mayo de 1744, tras volver a reconocer su práctica, pidió ser reconciliado con la Santa Madre Iglesia, pues con ese fin había ido a presentarse al Santo Oficio[18]

Tras unos años sin arrestos parecía que había sido extirpado el foco judaizante en la Sierra de Gata, pero quince años después se produjo una nueva detención. El 6 de febrero de 1753, la Inquisición de Llerena votó el arresto de María Juárez, habiendo sido detenidos con anterioridad, sus tres hermanos en Extremadura: Diego en Abertura (Cáceres) y Manuel y Feliciana en Berlanga (Badajoz). El 19 de febrero se recomendó su búsqueda en Castilla y Portugal, haciendo gestiones en Lisboa y Coimbra, pero no pudo ser localizada. El 20 de mayo de 1759 fue hallada en Villamiel, en compañía de su marido Francisco Carreño, que ejercía en el pueblo desde hacía varios años la profesión de zapatero. Fue detenida y conducida a las prisiones secretas de la Inquisición, donde declaró tener 25 años, indicando que sus padres, abuelos y demás colaterales eran cristianos viejos. Reconoció que un tío suyo, llamado Rafael, había sido preso por la Inquisición de Toledo, aunque desconocía la causa.

En las declaraciones indicó que había nacido en Talavera de la Reina y siendo “niña de mantilla” la llevó su madre a Madrid, volviendo poco después a Talavera. Con tres o cuatro años se fueron a Salamanca, donde murió su madre, por lo que estuvo viviendo dos años con sus hermanos, aprendiendo el oficio de zapatera. Después fueron a Cilleros, en la Sierra de Gata, trasladándose desde allí a Peñamoral, en Portugal, cuando tenía 7 años, donde sirvió en casa de Domingo Salvador durante 13 meses, y por no hallarse a gusto, su hermano Manuel se la llevó a Coria, y desde allí se fue a Plasencia, donde sirvió otros cinco o seis meses. Más tarde se trasladó a Cáceres, sirviendo otros cuatro o cinco años, hasta que se casó con Francisco Carreño, que era donado de los Franciscanos. Tras su matrimonio se fueron a Coria, viviendo cinco años con sus hermanos, enseñando el oficio de zapatero a su marido. Después se trasladaron a Villamiel, donde vivieron siete años, hasta que se produjo su detención.

Desde el primer momento negó los cargos, pidiendo al Tribunal que se apiadase de ella, porque estaba presa injustamente. En las audiencias e interrogatorios continuó negando que practicara la ley judía, pese a que el 9 de agosto de 1759 se añadieron nuevos testimonios incriminatorios a su caso. El 17 de diciembre declaró que hacía 9 años, su prima Isabel Núñez le había dicho que un zapatero viudo de Ciudad Rodrigo, Juan Núñez, era judío observante, y que pocos días después, estando en los portales de la plaza de dicha ciudad, vendiendo el trabajo de su marido y comprando material, se le acercó para preguntarle de dónde era, a lo que le respondió que no lo sabía, no teniendo más contacto con él.

El 11 de enero de 1760 se confirmó en todo lo dicho, y que “no diría más pues no sería verdad”. Sus continuas negativas provocaron que el Tribunal votara el 23 de agosto que fuese puesta en tormento “in caput alienam”, que era el empleado cuando pese a las pruebas reunidas, el reo se negaba a declarar e informar de los hechos. El 9 de octubre realizó unas declaraciones carentes de sentido, pues dijo recordar ciertos hechos en Salamanca, en una fecha en la que todavía no había nacido. Continuó en prisión, y finalmente el 28 de agosto de 1762 “se la bajó a la cámara de tormento” donde estuvo durante 58 minutos, y a pesar de aplicarle varias torturas, “nada habló ni añadió”, por lo que se le condenó a “abjurar de vehementi”[19]

Las familias que pervivían en España, manteniendo las costumbres y tradiciones judías, se movían con cierta regularidad para huir de la persecución de la Inquisición. Cuando uno de sus familiares era detenido o corrían rumores sobre un recrudecimiento de la actuación del Santo Oficio, buscaban nuevas localidades, a ser posible aisladas, para escapar a la persecución y seguir practicando su religión a escondidas, con ciertas garantías. Beatriz Álvarez y su madre Francisca Núñez, se encontraban viviendo en 1734 en Talavera de la Reina, recibiendo a numerosos familiares y conocidos, que aprovechando la proximidad de la fiesta de Nuestra Señora del Prado (8 de septiembre), con el ayuno mayor del Yom Kippur, se reunieron en su casa para celebrarlo, contando con la presencia de Rafael, hermano de Francisca, el cual era considerado un gran conocedor de las costumbres judías, ejerciendo como una especie de rabino. La detención de Rafael por la Inquisición de Toledo, y el recrudecimiento de la represión, provocó que un año después, parte de su familia se desplazara a El Arenal (Ávila), marchando en 1737 a Salamanca, donde solo estuvieron ocho meses. La búsqueda de un lugar más tranquilo y aislado, hizo que en 1738 se establecieran en Hoyos, población de la Sierra de Gata, donde fueron arrestados dos años más tarde[20].

Saquen sus propias conclusiones.

[1] AHN. Leg. 1988, n 41. Relación de Causa año 1593.

[2] AHN. Leg. 1988, n 68. Relación de causas año 1613

[3] AHN. Leg, 1987, n 34

[4] AHN. Inq. Leg. 1987, n, 42.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Ibid.

[9] Ibid.

[10] Ibid.

[11] Ibid.

[12] AHN. Inq. Leg 1988, n 55

[13] AHN. Legajo 3728. n 285.

[14] Cabaleiro de Oliveira. Biblioteca Nacional. Lisboa 1922, Vol. 1. Pág. 224.

[15] AHN. Leg. 3735, exp, 248. Alegación fiscal del proceso de Balthasara Hernández. Perales del Puerto

[16] Ibidem. Exp, 245. Alegación fiscal del proceso de Pedro Álvarez. Hoyos

[17] Ibid. Exp, 250. Alegación fiscal del proceso de Beatriz Álvarez y su madre Francisca Núñez Hoyos

[18] Ib., lg, 3.726, exp. 50. alegación fiscal del proceso de Fernando Alonso Mella. Hoyos.

[19] Ib., lg. 3.728, exp. 243: alegación fiscal del proceso de María Juárez.

[20] Ib., lg. 3.735, exp. 250: alegación fiscal del proceso de Beatriz Álvarez y su madre Francisca Núñez.

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