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martes, 5 de marzo de 2019






A Dios Rogando y con el pecado Andando

Amador Merino Malaguilla, fue un obispo de Badajoz que se tuvo que enfrentarse ante una sumaria desarrollada por la Santa Inquisición de Llerena, por motivos de participación junto a otro presbítero de Zafra llamado Francisco Pacheco, donde ambos sujetos se permitían dentro del cenobio, exorcizar a las monjas haciéndoles creer que estaban endemoniadas. Francisco Pacheco era confesor en el beaterio de Zafra y hasta allí se encaminaba el obispo Malaguilla, para hacer aquello que le apetecía llegando abusar en algunos momentos de las mismísimas religiosas. La Inquisición entiende que hay que acusarles de Molinismo, pero al ser obispo, la Inquisición no tenía poder para condenarle, pero al menos, puso por escrito, los avatares libidinosos de tan díscolo e indisciplinado mitrado. El documento dice lo siguiente.


Contiene la sumaria formada en el Santo Oficio de la Inquisición de Llerena, contra el obispo de Badajoz, Amador Malaguilla, sacada de lo que resulta de las causas seguidas en este tribunal a Francisco Pacheco, presbítero y confesor carmelita en la villa de Zafra y Francisca Gabriela de Santa Teresa, monja en Zafra, por ilusionismo.

“La Ilustrísima Juana de la Cruz, prelada en dicho convento de 36 años, el 13 de mayo de 1739 ante el comisario D. Clemente Castro, delató a los dichos D. Francisco Pacheco y excelentísima Francisca Gabriela de Santa Teresa sobre varias revelaciones de la dicha Francisca Gabriela, las cuales aplaudía Pacheco y que dichas revelaciones servían de inquietud y perjuicio a toda la comunidad.

Qué en dicha ocasión la prelada le pregunto a Pacheco, qué si las cosas que le ocurrían a la rea serían caso de Inquisición, a lo que le respondió Pacheco, que no eran casos de esos, diciendo, no esas cosas no.

Que en otra ocasión oyó la testigo argüir a este reo sobre que no habiendo obrado en nada malo el alma de la Francisca Gabriela, que ni habría merecido ni habría pecado. Y que por fuerza de este argumento preguntaba la prelada, que como si aquella alma no había pecado o sido tentada, se había acusado varias veces de tentaciones impuras, a lo que respondió Pacheco, que el diablo así propio se tentaba, y que este asunto él lo entendía pero que los teólogos no lo comprenderían.

Que Pacheco aseguraba que la dicha Francisca Gabriela (después que le habían salido algunas lesiones de dermis), había quedado en el estado de la inocencia ignorando los nombres de todas las cosas. Que de todo cuanto pasaba con Pacheco y la Excelentísima Francisca Gabriela, substancialmente dio parte la testigo al señor obispo de Badajoz D. Amador Merino Malaguilla y observó, que cuando le hablaba de ello se suspendía después que trataba con Pacheco. Reconocía la testigo que venía el obispo satisfecho de las cosas del dicho Pacheco no apreciando las que la testigo le decía.

Que en una ocasión estando en el oratorio presente la comunidad dijo el obispo, que venía muy consolado de la visita de Burguillos, porque la excelentísima María del Santo Cristo religiosa de dicha villa, había tenido revelaciones de que la dicha excelentísima Francisca Gabriela estaba ciertamente espiritada, y que le había dicho el modo para sujetar al enemigo. Y que luego delante de la prelada, estando presente Pacheco, Amador Merino Malaguilla dio potestad a este reo para ir llamando a los demonios que estaban en el cuerpo de dicha Francisca Gabriela de esta forma; yo, indigno ministro, montado en este jumento, le doy potestad bajo protección del Altísimo y la Virgen Santísima para sujetar los demonios de Francisca Gabriela y expelerlos de aquel cuerpo. Y que estando Pacheco con sobrepelliz y asolas, tomó el cuello de la espiritada y le ordenó se postrara poniéndole un pie en el pescuezo, y que la entregó un Santo Cristo que Pacheco traía consigo.



De nuevo pacheco volvió a poner el pie en el pescuezo de la espiritada, la sujetó y la mandó poner de rodillas comenzando a llamar a los demonios nombrándolos; a uno Luzbel, a otro Adalid, a otro Matachias, y que entonces la espiritada hacía varios ademanes por lo que Pacheco le ponía su mano en la cabeza y en el pecho, de lo que resultaba, que la espiritada hacía algunas acciones con su cuerpo menos decentes, descubriendo sus pies y haciéndose de la cintura de dicho Pacheco.

Que el Obispo teniendo en sus manos un manual, se lo dio a la espiritada para que registrase el conjuro que más le atormentase conjurándola, quién mandó a Pacheco sujetase al enemigo y que hiciese bajar el alma, y la mandó poner de rodillas. Y mandó Pacheco a Jametillo (que era el demonio bufón), a que subiese a la lengua de la espiritada, y luego dijo Pacheco a este reo, si quería ver bajar el alma, a lo que respondió, que como era esto, y que Pacheco le dijo, que lo que vería era una cosa muy hermosa. Que entonces Pacheco con solo la acción de hablar algunas cosas en voz baja a dicha espiritada, bajaba el alma según decía el dicho Pacheco dando un tosidito la espiritada en señal de que había bajado.

Que en diferentes ocasiones en el oratorio oyó decir a Pacheco, que las virtudes de la espiritada eran iguales que las de la Virgen Santísima, y que no se diferenciaban en otra cosa qué en ser Madre de Dios, y que esto mismo lo apoyaba la rea. En otra declaración que hizo la testigo el 29 de diciembre de 1739, dijo contra el obispo, haberle oído diferentes quejas de que no creían que Pacheco fuese un santo y que pocos confesores eran maestros de perfección como él.

Que habiendo estado una tarde en el locutorio el obispo, Pacheco, la espiritada y otras dos mujeres y que una era Doña Isabel Mancera, pasado algún tiempo entró el obispo en el convento y mandó a la comunidad cantar un Te Deum Laudamus en acción de gracias, porque habían ligado al demonio en el pie de la dicha Francisca Gabriela, y se cantó, (aunque con resistencias) a instancias del obispo que no cantó la oración, (al parecer de la testigo). Que después de esto y estando la comunidad en la cocina, mandó el obispo a la madre Ascensión se sentase junto a él, cuando empezó a hablarle al oído le dijo, que ya se le habían de acabar su trabajo que padecía, que eran los demonios que la atormentaban los sentidos para que no creyese lo que pasaba con Francisca Gabriela a cuyo tiempo le ponía la mano en la cabeza y pecho, haciendo como que la conjuraba. Que luego la preguntaba si había bajado ya, y ella respondía que si no habían subido como habían de haber bajado.

Que en otra ocasión mandó el obispo llamar a la comunidad al locutorio y presentes ante el prelado, les puso precepto bajo pecado mortal ya que era voluntad del Altísimo que ninguna religiosa hablase ni comunicase cosa alguna con sus confesores perteneciente a los casos que sucedían con Francisca Gabriela, sino solamente con Pacheco y él, lo que causó a la testigo mucho ahogo y pena.

Qué habiéndole reparado en una ocasión al obispo, este la empezó a conjurar diciendo que estaba endemoniada. Qué a finales del año 1738, entró en el convento y refirió, que una niña de Badajoz que servía a las religiosas a la mesa en una cena, se quedó como suspensa y arrobada, y que habiendo reparado esto el obispo que estaba presente, la preguntó que le había sucedido, y que respondió la niña que se le había aparecido el niño Jesús y que este traía una cestita de rosquillas. Que tomo una que entregó al prelado y que este enseñó a la comunidad, la cual la traía como reliquia. Y en esta misma ocasión mostró a la comunidad, dos monedas de plata que también conservaba por reliquias de la dicha niña. Porque habiéndole dicho en una ocasión que daba limosna de lo que no era suyo, la mandó restituir, y explicando la niña no tener dinero, mandó el reo metiese la mano en la faldiquera por dos veces, y que siendo así que no tenía dinero, sacó las dichas dos monedas significando esto a la comunidad. Y que estos prodigios nacían de la mucha virtud de la dicha criatura.


Que hacía dos años que el obispo contó a la comunidad, que dicha niña estando una vez en el campo de carmelitas de Badajoz sirviendo a la comunidad y al prelado, tuvo dicha niña una suspensión y éxtasis, y que habiendo vuelto de él le preguntó el obispo que le había pasado, y que le respondió, que había venido un Ángel con un dardo y la había herido en el corazón, a cuyo tiempo mandó a una de las religiosas la registrasen, y habiéndose ejecutado repararon ser así y que el jubón tenía una rotura.

Que escuchó al obispo en el oratorio decir, que le tenía mandado al diablo que mientras Francisca Gabriela estuviese oyendo misa de Pacheco, estuviese bajando y subiendo por una columna de fuego. Y presentó dichas cartas que le había escrito el obispo las que dicen lo siguiente.”[1]

Primera Carta

“La primera es de fecha de 6 de marzo de 1739, escrita por el obispo a la Excelentísima Francisca Gabriela, dirigida dicha carta por mano de la priora en que le dice haber recibido las suyas, y que consultado su contexto le debía en primer lugar prevenir la observancia a él prelado, y que en adelante no se había de confesar con otro sino solo con él. Y que toda la unión con la obra que le tenía expresado la estimaba este reo como obra del demonio para el logro de los intentos que maquinaba su maldad. Y qué si se desnudaba delante de Dios, de sí misma y de lo que en esta parte la tenía sugerida el demonio, vería esta verdad en su corazón con gran claridad. Que Dios quiere hacer una buena obra en ella. Que los ejercicios que tenía que practicar eran según los actos de comunidad, oración bocal y sus devociones, todos los días de fiestas vía crucis y no había de hacer ejercicio ninguno penal, ni de cruz, postraciones, ayunos, disciplinas, silicios, ni otro alguno. Y se había de emplear en oficios de comunidad, barrer, fregar y que de todo le diese parte, y que no había de escribir a otra persona alguna, ni a Pacheco, del que se tenía que olvidar como si no le hubiese conocido ni tenido noticia de él.”[2]

Segunda Carta

“La segunda carta la escribe el Obispo a la superiora Juana de la Cruz, su fecha es de 6 de febrero de 1739, en ella le dice: que para hacer mayor experiencia de las cosas que por permisión del Señor pasaban en aquel convento, se veía como precisado a retirar del todo a Pacheco de dicho convento. Y que así le escribía para que supiese que se cambiaría en los empleos de confesión y se retirase a su casa, y que dispusiese sujeto que asistiese a dicho convento, y que esta resolución la tomaba con motivo de la conveniencia de todos por el servicio de Dios y bien de las cosas.”[3]

Tercera carta
“La tercera es de fecha 3 de marzo de 1739 escrita a dicha superiora, en que la dice tener bastante cuidado con las cosas de la Excelentísima Francisca Gabriela de Santa Teresa, y que debía decírselo y recordárselo. Y por lo que dicha superiora le escribía, reconocía haber fallado en algo a lo que se mandó. Que Dios solo podía comprender esto, y que fuesen caminando con estas pruebas, que si había algún comentario sobre embustes el saldría y que eran necesarios muchos acontecimientos como persuasión.”[4]

Documentos del Fiscal del Santo Oficio
“El fiscal en cumplimiento de decreto de V. A de 31 del pasado ha visto los papeles que tocan al obispo de Badajoz D. Amador Merino Malaguilla y que resulta de las causas que se siguieron en la Inquisición de Llerena contra, D. Francisco Sánchez Pacheco por molinista e iluso, y la hermana Francisca Gabriela de Santa Teresa, carmelita descalza en el beaterio de la villa de Zafra por el año de 1740.

Que de las dos referidas causas de Pacheco y la hermana Francisca Gabriela, consta que el dicho obispo luego que entró en su gobierno, se aplicó a gobernar y dirigir espiritualmente religiosas, beatas y otras mujeres seculares cuyos espíritus y virtudes aplaudía y celebraba, refiriendo con suma y fácil credulidad varias revelaciones y milagros ridículos e impropios al juicio y prudencia de un prelado, llevándolo siempre a cabo con religiosas de su afiliación y personas que dirigía.

Que asimismo conjuraba y exorcizaba a varias mujeres que se decían eran de mucho espíritu y que estaban posesas, diciendo el dicho obispo que tenía especial gracia y virtud para expeler demonios. Que entre estas fue la hermana Francisca Gabriela a quién dirigía, confesaba y exorcizaba frecuentemente entrando para ello en la clausura del beaterio en varias horas del día.

Que aprobaba y aprobó el espíritu de esta religiosa diciendo, que era uno de los más prodigiosos y agradables a Dios. Que era cierto que estaba posesa desde la edad de 3 años por especial providencia de Dios y que así debían creer las religiosas, y que la hermana Francisca Gabriela tenía extraordinarias revelaciones.

Que para el gobierno espiritual de dicho beaterio y la asistencia particular de la dicha hermana Francisca Gabriela, nombró para capellán y confesor al referido D. Francisco Sánchez Pacheco.

Que nombrado confesor, tenían al dicho Pacheco por un oráculo de virtud y perfección, y que como ministro de espíritus conocía por los semblantes de las religiosas el estado de cada una de ellas. Cuando bajaban a confesar con él les decía qu
Que el mismo Pacheco aprobó el espíritu a la religiosa Francisca Gabriela y la posesión en que la tenían los demonios, diciendo cosas particulares acerca de estos y del modo que habría de ser exorcizados los diablos. Para dichos actos entraban en la clausura el obispo y Pacheco, allí la exorcizaban y conjuraban alternativamente en presencia de la comunidad con gran alboroto e inquietud de ésta.


Que en el día que señalaba Pacheco, habrían de salir los espíritus malignos, concurriendo ambos a exorcizar a la beata, diciendo que se había logrado la libertad de la criatura por las señales que habían pedido y dado al diablo. Dicha beata fue exorcizada durante casi 20 años.

Que por el mes de mayo de 1739 fue preso el dicho D. Francisco Sánchez Pacheco por la Inquisición de Llerena y que la hermana Francisca Gabriela fue puesta en el convento de Santa Clara de Badajoz y que se les siguió sus causas hasta la definitiva. Que después de haber sido despachados ambos por el Santo Oficio, escribió el obispo tres cartas en octubre, noviembre y diciembre de 1740 al señor D. Luís de Velasco manifestando en las mismas, el dolor y sentimiento de ver vulnerado su honor y fama por haber mandado sacar a la religiosa Francisca Gabriela del convento de Zafra para que cumpliese su penitencia en otro”.[5]

Al obispo de Badajoz se le estaba complicando la situación por sus actuaciones para con algunas monjas. La Inquisición de Llerena va a recibir declaración de un testigo clave para conocer las andanzas de dicho prelado en la villa de Zafra. El nombre es D. Clemente Nicolás Páez Calvo, ministro comisario de la villa de Zafra, quien dirá por carta al tribunal, que el patriarca visita varios conventos más de su afiliación y que son varias las monjas que han huido de dichos cenobios. La carta de dicho comisario dice lo siguiente.

“Señor.

En cumplimiento de la orden de V. S. debo informar, que en cuanto a las entradas del obispo en los conventos de su filiación, de vista puedo decir e informar, que en el único de carmelitas descalzas que tiene en esta villa, en el año 1732 que fue la primera visita que hizo a este pueblo y aun no con clausura dicho convento, entraba en el verano como a las cuatro o cinco de la tarde y salía como entre nueve y diez de la noche. Entraba solo, sin permitir persona alguna en su compañía, y que entonces se decía entre las personas que conocían dicho beaterio, que gastaba el tiempo en contar algunas llanezas que otras y sucesos de personas espirituales que dirigía. Que se acostaba o se recostaba en la falda de una u otra beata y a la que estaba afligida la oía en confesión en el coro sin rejilla, atribuyendo siempre, que su aflicción provenía del maligno. Le leía el evangelio y les ponía las manos en el pecho encima de la ropa, en el vientre y otras partes. Las entradas eran diarias por las tardes y muchas mañanas desde las 8 hasta las 12 y media y también solo, y que en invierno entraba a las 2 o 3 de la tarde hasta las ánimas. Que esto duró en los tiempos en que venía a este pueblo en visita y fuera de ella, y que solía ser muy de ordinario sus asistencias hasta la prisión de la hermana Francisca Gabriela de Santa Teresa. Después enclaustró a las monjas prosiguiendo sus entradas en dicha clausura, siempre solo, siendo común venirse a apear del coche a la puerta seglar para hacer oración de la iglesia de dicho convento, y que desde la iglesia entraba en la clausura hasta las avemarías.

Estas mismas cosas se dicen con la misma publicidad en la villa de Burguillos y demás conventos de su filiación, en visitas y fuera de ellas. En cuanto a salidas de monjas, he oído de público, las que ha hecho Doña Ana María Berciani del convento de la paz en Fregenal de la Sierra y otra religiosa de uno de sus conventos de Badajoz, la que se fue a la villa de Valverde cuatro leguas distantes de dicha ciudad. La recogió el cura que lo es Alonso Zapata comisario de este Santo Oficio al que dio parte, y que se restituyo a su convento. No he oído los fines y si salieron solas o acompañadas, más que es público lo de dichas salidas. La salida de la de Badajoz fue por el mes de noviembre del año pasado, no se los días que estuvo fuera.

En cuanto asuntos de partos, he oído decir con la misma publicidad, de una religiosa de un convento de Bancarrota, no se su nombre, pero si, que la misma, es de la filiación de dicho obispo. Que se hicieron autos sobre lo ocurrido en Bancarrota atribuyéndose lo sucedido a un médico de dicha población por cuya causa lo despidió la villa. De otra de un convento de su filiación de la ciudad de Badajoz de quién se dice, que la criatura se está criando en esta villa en el convento de Santa Catalina de religiosas dominicas de su filiación y que es una hija; contándose en el convento a expensas de los herederos del Marqués de Monreal General que fue de Extremadura, a quién se le da por padre, y que esto se dice de público sin poder decir persona cierta a quién se lo hubiere oído. Y que esta es la publicidad que hay de ello en dicho convento de Santa Catalina y personas a quién se lo ha oído, que ignoro el nombre de la religiosa y convento donde es, aunque sí que está en Badajoz y que es filiación de su Ilustrísima de donde era patrono dicho Marqués de Monreal.

Y con esta misma publicidad se dice de otras acciones deshonestas que ejecuta con las religiosas de los conventos de su filiación en las entradas de sus clausuras. A una persona de fe y crédito que no me he podido acordar quién es, le escuché contar que yendo a curarse de un brazo que se había quebrado a la villa del Almendral en casa de Alonso Méndez Flores, hombre que tiene gracia particular para ello, le oyó decir a su mujer de una hija que tienen en el convento de Fínibus de dicha villa de Almendral; que ponderando el afecto que dicho prelado la tenía, siempre que entraba en la clausura la tomaba de las barbas. Todo esto me sirve de fundamento para decir que aquí hay mucho que temer, y que más se verificaría si se examinasen las religiosas de su filiación.

Zafra 20 de febrero de 1750. Clemente Nicolás Pérez Calvo”.[6]

Amador Merino Malaguilla, obispo de Badajoz, puesto en la picota por la Inquisición como hombre díscolo y hereje que abrazaba la doctrina molinista; un personaje más de los muchos eclesiásticos extremeños condenados por el Santo Oficio de Llerena por ir por la vida con hábito y a lo loco. Un purpurado que utilizaba al diablo como excusa para sus fines voluptuosos, demostrando con estos comportamientos impropios de un tonsurado, “que el hábito no hace al monje”.





[1] AHN. Legajo. 1984, exp. 6
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] Ibid.

sábado, 2 de marzo de 2019




LOS HEREJES DE GETAFE


El presente artículo trata de dar a conocer, cuanto ocurrió en Getafe con la Inquisición y sus vecinos durante el siglo XVI y XVII. Conoceremos nombres y apellidos de personas, qué por pensar de forma diferente se van a tener que enfrentar cara a cara con los temidos hombres que conformaban el “Santo” Tribunal de la Inquisición de Toledo.

A través de sus procesos, descubriremos los motivos de su detención, sus ritos, ceremonias y todo cuanto sucedió con ellos en las cárceles secretas del Santo Oficio. Las torturas, los autos de fe, las humillaciones públicas, los destierros, las confiscaciones de bienes, los sambenitos, las condenas a galeras y la muerte, van a ser los trágicos protagonistas en las vidas de los herejes de Getafe.

Un amargo calvario, que marcará en adelante el verdadero sentir de un pueblo: había que extender el catolicismo por todo el país y la misión del tribunal eclesiástico consistiría: en destruir y arrancar la cizaña que podría envenenar las calles de la población. Una misión contundente puesta en marcha por la monarquía y la Iglesia católica con un objetivo muy claro, enarbolar la bandera del Crucificado por toda la piel de toro. Se violarán los mandamientos de la ley de Dios, el no mataras, no codiciaras los bienes ajenos, no tomaras el nombre de Dios en vano y tantos otros, que serán justificados en defensa de la fe y destrucción de las herejías.

La Inquisición pondrá en marcha un despliegue exterior auténticamente colosal, con ello mostrará, quienes son los reos condenados por ella y lo más importante, el cumplimiento de las sentencias impuestas. La dimensión de las penas será algo público y notorio, hay que reparar la dignidad herida del cristianismo y los autos de fe serán el momento crucial de restauración de la misma. La misión de dichos actos será: recordar al pueblo asistente, que está prohibido, vedado y sobre todo penado, caer en los mismos errores que en ese momento se están castigando.





En Toledo y más concretamente en la plaza del Zocodover, se desarrollarán los autos de fe de estos herejes de Getafe. El espectáculo, la violencia, el perdón, el poder, la religión, el arte y la diversión, se convertirán en algo único en las pupilas de los vecinos que asistirán a estos acontecimientos. La sociedad del momento, conocedora de estos movimientos inquisitoriales, dará su testimonio de militancia católica en los templos y en la misma plaza, sumándose con su presencia a los actos que rodean al auto de fe.


Pero si estos sucesos públicos ponen de manifiesto los errores de los condenados, no lo van a ser menos las cárceles secretas de la Inquisición, donde las torturas, los suicidios, la locura y un permanente terror manifiesto, serán en dichos habitáculos los siniestros acompañantes de los hombres y mujeres apresados de Getafe. Torturas como los garrotes en las espinillas, las vueltas de cordel en los brazos y muslos estando los reos echados sobre el potro, la famosa tortura de la toca o de los jarrillos de agua, que echaban por la boca del hereje con un embudo y al que previamente le habían puesto un trapo para que este no pudiese expulsar el líquido a ingerir.

Toda una trágica epopeya en nombre del Dios de los cristianos, que pone de manifiesto, la falta de fe de unos “hombres de Iglesia” en busca de una deidad llamada poder y en la que existe una simbiosis de la política eclesiástica y secular por un interés común: la unidad de la fe.

Las páginas que siguen están basadas fundamentalmente, en los fondos del Archivo Histórico Nacional, dentro de su sección Inquisición, y los documentos a presentar, pertenecen al Tribunal de la Inquisición de Toledo. Este tribunal se creó en mayo 1485 y estos fueron los hombres y mujeres de Getafe condenados por la “Santa” Inquisición.



Los Condenados Getafe


En 1669 se desarrolla un proceso contra Elena de Tordesillas Alderete, costurera, hija de María Sánchez Rosa, natural de Getafe (Madrid) y vecina de Madrid, viuda del primer matrimonio de Juan de la Parra y del segundo de Diego de Burgos, por hechicería.

Los vecinos decían de ella, que era hija de la mayor bruja que se haya conocido en estos siglos en Getafe llamada “La Rosa”, la cual está en la galera y fue castigada por el Santo Tribunal con 200 azotes.

Esta hechicera acudía a casa del cura de Getafe a pedir comida ante las necesidades que tenía y le decía al sacerdote, que sacase a su madre de la galera. El cura no accedió a la petición y por tal motivo, a los pocos días estuvo muy enfermo a punto de morir. Cuenta el sacerdote, que se le apareció un gato disforme del tamaño de un cabrito a él y su familia, y que dio el animal unos maullidos que les asombró a todos, ya que nunca habían escuchado algo tan semejante en toda su vida.

Ante la negatividad del sacerdote y aquellos que vivían con él, una de sus amas de llaves comenzó a enfermar y al ver que no curaba decidieron practicarle un exorcismo. Comenta el exorcista, que también tiene hechizada a Doña Ana de Sanz quién tiene unos hechizos muy profundos. Que se va secando poco a poco por no tener apetito en ningún momento.




Catalina Ochoa cuenta: que viniendo por un camino encontró a una mujer disforme cubierta con una mantilla blanca, comentando esta, que los que habían denunciado a su madre se lo pagaría.[1]

Otro condenado fue en 1556 Sebastián Garrido, por utilizar cosas prohibidas por la Inquisición. Estos elementos contraindicados te declaraban inhábil ante los ojos del Santo Oficio, porque en tu seno familiar habías tenido un miembro del clan que había sido en el pasado o en el presente, condenado por el tribunal eclesiástico. El haber tenido un padre, madre, abuelo abuela, hermano o hermana encausado por la Inquisición, esta te imponía las siguientes censuras: no podrías viajar a Indias, no podrías usar el color carmesí en tus vestiduras ya que era el color de la vestimenta del día de fiesta, no podrías trabajar en trabajos públicos, ni usar oro ni plata, ni llevar armas ni montar a caballo; y si esto violabas, la inquisición una vez que recibiese en sus manos denuncia por este desafuero, te detendría, interrogaría y te podría condenar a la pena que considerase. A este hombre de Getafe llamado Sebastián Garrido, lo van a condenar por ocupar oficios públicos, usar caballos y telas de seda. Los delatores y testigos fueron: Francisco de Salazar de Dueñas, vecino de Getafe (Madrid), Juan de Mendoza, vecino de Torrejón de la Calzada (Madrid), Cristóbal Díaz Zapatero, vecino de Getafe (Madrid), María de Torrijos, vecina de Pinto (Madrid), y de otros vecinos de los referidos lugares, sobre su genealogía. Simplemente fue reprendido para que no volviese utilizar cosas prohibidas por la Inquisición, y si volviese a cometer el mismo delito, el Santo Oficio actuaría con más rigor.[2]

En 1759, se abre un proceso criminal de Manuel Blas Morales, alcalde mayor de Getafe (Madrid), a instancia de Manuel Butrageño, familiar del Santo Oficio y vecino de Getafe, sobre la prisión ejecutada en Manuel Brutrageño y excesos en el modo y uso de ella.[3]

Otros condenados de Getafe fueron 

1601 / 1604-Proceso de fe de Alonso de Ribera, natural del Reino de Granada y vecino de Getafe (Madrid), de oficio curtidor, por morisco.[4]

1747-Proceso de fe de Diego de Seseña, vecino de Getafe, por injurias hacia Martín de Ocaña y Herrera, ministro del Santo Oficio de Toledo.[5]

1549-Proceso de fe de Francisco de Humara, carnicero, vecino de Getafe (Madrid), por palabras escandalosas.[6]

1795 / 1800-Proceso de fe de Ildefonso Milla de San Joaquín, sacerdote y lector en Artes en el colegio de las Escuelas Pías de Getafe (Madrid), natural de Madrigueras, en el obispado de Cuenca, por solicitante.[7]

1622-Proceso de fe de Juan Bautista de Salazar, natural de Getafe (Madrid) y vecino de la villa de Madrid, de oficio boticario, por hechicerías.[8]

1766-Proceso de fe de Leonardo de las Rivas Balbín, teniente de cura de Getafe y residente en Madrid, por solicitante.[9]




Otra condenada por la Inquisición de Toledo fue nuestra siguiente protagonista llamada Teresa Díaz, alias la “Alabardera”mujer de Mateo Franco, quién en 1748 fue condenada por hechicera. Esta mujer era natural de Getafe y según los documentos, tenía al pueblo completamente aturdido y horrorizado con sus hechicerías, ya que, ligaba a los hombres con invitación de que tomasen un vino tinto en su casa cuando iban con sus mujeres a curarse de algo. E incluso, solo con tocar con sus manos o dedos una ropa que llevase puesta la persona a dañar ya quedaba hechizado. Esto le ocurrió a Manuel Delgado, quién, dejó de tener relaciones sexuales con su mujer.

Cuenta este vendedor de carbón, que un día fue a comprar este elemento Teresa Díaz a su casa y que aprovechando un descuido, esta le toco con una de sus manos la pretina o bragueta del pantalón, este amenazó con denunciar a la Inquisición a esta hechicera, y ante esa reacción, decidió curarlo invitándole a él y su mujer a comer unas morcillas sazonadas. Al pronto quedó curado.

La Inquisición de Toledo, pidió al ministro de Getafe, que la reprenda, conmine y aperciba severamente, a fin de que no vuelva a reincidir en sus embustes, sino quiere recibir después un mayor castigo. Teresa Díaz, la “Alabardera”, abandonó Getafe y se fue a vivir con su marido a San Martín de la Vega.[10]

En 1757, hubo una delación de Manuel Fernández Martín, vecino de Getafe, contra un pasajero borracho que en una calle de esta localidad le contó su vida con proposiciones y palabras escandalosas.[11]

En 1556, nos encontramos con otra hechicera de Getafe que será condenada por la Inquisición de Toledo, el nombre de esta partera de profesión era María García, y el fiscal del rey será quién la denuncie. El documento nos cuenta lo siguiente.

“Ejecutoria del pleito litigado por María García, partera, vecina de Getafe (Madrid), con el fiscal del rey, acusando a la primera de hechicería en el ejercicio de su oficio de partera y comadre.



María García, partera y vecina de Getafe, mantuvo un pleito judicial el 9 de mayo de 1556, realizado por el licenciado Arévalo corregidor de la villa de Madrid. Hizo prisionera a María García, mujer de Pascual Tejero, acusándola de que cuando asistía a un parto, hincaba un clavo en la sangre que caía al suelo y hacía otras hechicerías, utilizaba algunas sortijas de metal para quitar los dolores de cabeza, evitar los calambres y otras enfermedades. La mujer negaba hacerlo con maldad y se defendía que no había caído en pecado mortal, solicitando su absolución, alegando que lo hacían porque era mujer y labradora rústica.

Fue condenada a ser sacada de la cabellera en un asno atada de pies y manos y conducida por las calles, y sea puesta a la vergüenza pública durante una hora, y después de la humillación, la sentencia fue el destierro con so pena de 200 azotes públicos.[12]

Moriscos de Getafe
La presencia morisca en Getafe fue una evidente realidad en su momento, ya que varios vecinos que abrazaban la religión islámica, fueron detenidos y condenados por la Inquisición de Toledo. Los más claros ejemplos de esta evidencia lo tenemos en nuestros siguientes protagonistas.

María López, de Algete, a quien se le imputaba no comer cerdo ni beber vino, acusación que se hacía extensiva a otras personas de su localidad, y a la que se acusó también de amortajar a una vecina muerta con una tela nueva, cumpliendo su última voluntad según la tradición musulmana.

Lo mismo le ocurrió a Francisca Ribera, morisca, mujer casada, vecina de Getafe (Madrid), de 24 años de edad, fue testificada por un testigo preso en esta Inquisición por cosas de moros, la acusan de haber rezado la oración del anduliley y, qué por guarda de la secta de Mahoma, había ayunado ayunos de moros.

Otra acusada morisca de Getafe fue Isabel Franco, mujer de Alonso Rivera, vecina de Getafe (Madrid), de 28 años de edad, fue testificada por dos testigos, uno de los cuales es el dicho preso que está en la cárcel, por cosas de moros. Que depone contra la dicha rea, haber rezado la oración del anduliley por observancia de la secta Mahoma y haber hecho ayunos de moros sin comer ni beber hasta la noche que salía la estrella.

Los mismo le ocurrió a Luis Franco, tendero, morisco, vecino de Getafe (Madrid), de 55 años de edad, tuvo tres testigos de los cuales el primero fue el mismo preso que delató a la anterior condenada por cosas de moros, el cual depone, que le vio rezar la oración del anduliley por observancia de la secta de Mahoma, y así mismo ayunar ayunos de moros por la dicha observancia, y que diciéndole que dejase la ley de los moros y siguiese la de Jesucristo, este le contestó, que había seguido la secta de Mahoma porque era en la que se había de salvar.

Las delaciones del morisco Alonso de Rivera que sirvieron para detener a estos últimos reos, son acusaciones sacadas bajo tortura, momento en el que el torturado ante el martirio que está pasando, delata a su mujer y a todos los conocidos de los que tiene noticias, que andan en estos asuntos relacionados, como dice la Inquisición, de la secta de Mahoma.

Estos han sido los herejes de Getafe, hombres y mujeres condenados por pensar de forma diferente y no seguir en sus vidas las veredas y caminos que enseñaba las directrices de la Iglesia católica. Historias que no hay que olvidar, porque la historia es cultura y la cultura no es enemiga de nadie.

[1] AHN. Sección Inquisición. Leg. 96, exp.14

[2] Archivo Histórico Nacional, Inq. 119, Exp.28

[3] Ibid. 55, Exp.10

[4] Ibid. 196, Exp.28

[5] Ibid. 127, Exp.7

[6] Ibid. 204, Exp.37

[7] Ibid. 230, Exp.17

[8] Ibid. 95, Exp.11

[9] Ibid. 232, Exp.2

[10] Ibid. 85, Exp.8

[11] Ibid. 207, Exp.21

[12] Real Audiencia y Chancillería de Valladolid. Registro de Ejecutorias, caja 865,15




NIÑOS HEREJES EN EXTREMADURA 



La Inquisición española se caracterizó, por ser uno de los tribunales encargados de depurar las herejías tanto en España como en América. Por sus cárceles secretas pasaron judaizantes, moriscos, hechiceras, bígamos, sodomitas y un sinfín de personajes, qué por pensar de forma diferente, tuvieron que enfrentarse cara a cara con las fauces impuras del “Santo Oficio”. 

Muchos de estos sujetos eran niños, y digo bien, menores a los que se encarcelaban e incluso azotaban en las mismísimas celdas de la Inquisición. En Extremadura, muchachos de 9, 10, 11, 12, 13, 14 y 15 años, tuvieron que tolerar y padecer este tipo de actuación tan odiosa y execrable. Estos son algunos ejemplos de esos extremeños, menores de edad, que en nombre de Dios y de la cruz, quedaron marcados y señalados de por vida. 

Nuestro primer protagonista fue un niño de once o doce años, natural de Zafra, cuyo documento inquisitorial dice lo siguiente de su increible e inaudita tragedia. 


Miguel de Palma

Morisco vecino de Zafra siendo de edad de once o doce años, fue penitenciado en este Santo Oficio el año de 1582 por testificación que contra él hicieron tres testigos. Se le acusa de haber dicho que “mejor era ser moro que cristiano”, y preguntándole si tenía la ley de los moros por buena, había dicho: “que sí, si algún ruin no le ponía tacha”. Fue reprendido por los testigos y el muchacho volvió a porfiar diciendo: “que la ley de los moros era muy buena”, fue condenado a abjurar de levi, y que sea reprendido e instruido en la fe católica, y azotado en las cárceles.[1]

El ser hijo de morisco ya te señalaba de por vida, existía la posibilidad de que mamases de la teta de una cultura prohibida, herética, y como tal, condenada y vilipendiada por la sociedad del momento. Eso fue lo que le ocurrió a Miguel Palma, un niño al que nadie se enteró de lo que le ocurrió o vivió en las cárceles de la Inquisición, porque el secreto impuesto por el Santo oficio era vital y necesario, lo contrario, equivaldría, a ser de nuevo castigado. 

Otro menor que sufrió la misma pena que el anterior, fue Lorenzo Muñoz, un adolescente de 14 años, natural de Puebla del Prior, que cayó en las redes de la Inquisición de Llerena por tomar el nombre de Dios en Vano y pecar contra natura. Esto nos cuenta su expediente inquisitorial. 

Lorenzo Muñoz

Hijo de Diego Muñoz, ciego, vecino de Puebla del Prior, de 14 años de edad, el provisor de esta provincia le remitió preso por declaración de dos testigos que le testificaron: de que juraba muchas veces en nombre de Dios en vano y de otras muchas cosas. Se le acusa de haber pecado contra natura con una pollina y de otros comportamientos de muy mala inclinación. Después de la acusación confesó el delito por el que fue preso diciendo: Que no sabía si lo que decía era pecado. Fue condenado, a que fuera reprendido y azotado como muchacho en las cárceles, y desterrado de la Puebla del Prior por tiempo de tres años, dos precisos y uno voluntario.[2]

Otros niños que sufrieron la dentellada diabólica de la Inquisición, fueron un grupo de amigos de Puebla de Alcocer, qué influenciados por sus padres en el seguimiento del judaísmo, se vieron abocados a tener que pasar el calvario y sufrimiento que dictaminaba el Santo Oficio. Este grupo de infantes eran amigos de otra niña de Herrera del Duque llamada Inés de Herrera, más conocida como la moza judía. Una niña que profetizaba la venida del mesías esperado por los judíos y que los mayores, tenían como una verdadera profeta. Estos niños de Puebla de Alcocer se ciñeron junto con sus padres a esta esperada llegada del libertador, siendo todos detenidos por la Inquisición de Toledo, ya que este espacio extremeño de la comarca de la Siberia por pertenecer al Arzobispado de Toledo, era la Inquisición de esta ciudad, la encargada de depurar las herejías.



Inés, la moza judía que presenciaba, visionaba e inducía a creer estas historias dirigidas por su padre, fue detenida y llevada hasta las cárceles secretas de la Inquisición de Toledo y allí fue sentenciada a morir quemada viva. Muerto el perro se acabó la rabia, y si encima ese can era un perro judío, más razón para que así sucediese. Muchos niños se sumaron al movimiento que ella creó con la esperanza de ser conducidos a la Tierra Prometida, su niñez no les protegió de la Inquisición y, al igual que sus mayores, niños y niñas fueron arrestados y llevados ante el tribunal de la Inquisición de Toledo para interrogarlos. Una de ellas fue Inés García Jiménez, arrestada el treinta de septiembre del 1500, aunque tuvo que esperar hasta el ocho de marzo de 1501 para que se le designara un tutor, porque sólo tenía nueve años. Esta Inés es la tercera hija de Marcos García, un herrero de Puebla de Alcocer, y de su esposa, Leonor Jiménez. Su padre fue testigo de cargo en el juicio de otro Marcos García, un tintorero de Herrera que leía libros a los conversos, probablemente la Biblia y tal vez otras obras. Esta niña ayunaba con sus hermanas y juntas esperaban la llegada del Mesías. Siguiendo las instrucciones de su tutor, Inés García confesó y el dieciséis de marzo la sentenciaron: la condenaron a hacer penitencia y a participar en un auto de fe, y después la entregaron a una familia muy cristiana para que la reeducara.[3]

Otro joven seguidor de la profetisa Inés fue Rodrigo, hijo de Juan López, cuya edad en el momento de su arresto y juicio en 1500 se desconoce. Rodrigo confesó que había ayunado porque Inés se lo ordenó. Dijo al tribunal que el zapatero López Sánchez, esposo de Elvira González, de Puerto Peña, lo había convencido de que Inés realmente había ido al cielo y que le prometieron que su difunta madre resucitaría si él ayunaba. Rodrigo obedeció la orden de Inés de que ayunara, y también se unió al grupo que buscaba en el cielo la señal del Mesías. Los jueces aceptaron la confesión del niño, pero de todos modos lo condenaron a prisión perpetua.[4]

El tercer niño, también de Puebla de Alcocer, se llamaba Juan González, hijo de Juan González Crespo. Su hermano mayor, Alvar González, lo convenció para que creyera en Inés cuando iban hacía Herrera a comprar pieles cerca de la Navidad de 1499. Alvar González, le contó la ascensión de Inés al cielo y le dijo que allí se había encontrado con un ángel. Después de permanecer un tiempo en Herrera, regresó a Puebla de Alcocer y comenzó a obedecer la mitzvah, a respetar el sábado, a ponerse una camisa limpia ese día y a comer matzá durante la Pascua. El niño huyó después de los primeros arrestos efectuados por la Inquisición en Herrera, pero luego regresó y entonces lo arrestaron y juzgaron. El cuatro de marzo de 1501 lo pusieron bajo la tutela de Diego Téllez, el famoso letrado que defendió a numerosos conversos en Toledo. Fue él quien convenció al niño para que confesara. La consulta de fe se reunió el doce de marzo de 1501 y decidió volver a aceptarlo en el seno de la Iglesia, obligándolo a hacer penitencia.[5]


Mientras que estos niños se vincularon con Inés fundamentalmente por imitar lo que hacían sus padres y los adultos que vivían en sus casas, los de la aldea natal de la profetisa de Herrera tuvieron una participación más inmediata en la excitación que generaron Inés y sus visiones. Se reunían en torno a ella, a jugar, cantar y bailar. Rodrigo, que testificó de estos juegos, cantos y danzas, era hijo del herrero Fernando Sánchez y de su esposa María García; en la primera hoja de los documentos de su juicio figura la sentencia de la Inquisición: hacer un abjurar de vehementi y prisión perpetua.[6] Beatriz era huérfana, porque su madre murió siendo ella muy niña; la entregaron al secretario Luís de Toledo y su esposa Juana García para que la educaran, trabajara y viviera con ellos. Beatriz era familiar de Inés y en la época de sus profecías tenía unos quince o dieciséis años. Inés le prometió que se reuniría con su madre muerta en la Tierra Prometida. También le enseñó los principios de la ley mosaica y los ritos y preceptos judíos. Tras su arresto, Diego Téllez fue su letrado y volvieron a admitirla en la Iglesia, probablemente después de abjurar y hacer penitencia.[7]

Otras cuatro niñas de Herrera con edades comprendidas entre los diez y los trece años, fueron juzgadas por seguir los principios de la profetisa: Isabel, hija de Rodrigo de Villanueva y de Isabel de la Fuente. El caso de Isabel llama la atención porque fue su propia madre quien la denunció a la Inquisición.[8]

Lo mismo ocurrió con la otra familiar y amiga íntima de Inés, Beatriz, hija de Rodrigo de Villanueva. Es posible que las dos niñas se hicieran más amigas por compartir el sueño de encontrar un novio en la Tierra Prometida entre los jóvenes que esperaban a las novias conversas. Sin duda, casarse era un deseo que las niñas acariciaban, pero que sabía que no se cumpliría mientras estuvieran en España.[9] 

La otra Isabel no era más que una niña de apenas diez años cuando fue denunciada por una de las seguidoras de la propia Inés, Inés López, y fue arrestada el cinco de enero de 1501. Como las otras dos niñas, esta Isabel fue aceptada otra vez en la Iglesia, y tuvo más suerte que Beatriz Alonso que, con trece años, era la mayor del grupo. Tal vez, los inquisidores fueran más severos con esta Beatriz porque sus padres, que se encontraban entre los seguidores más fervientes de Inés, para salvarse habían huido a Portugal abandonando a su hija. A instancias de sus padres, Beatriz se afianzó en sus convicciones y se comprometió más con las prácticas judaizantes. La niña incluso tuvo sus propias visiones. Alegando en su defensa que la niña había sido abandonada, Diego Téllez la salvó de la hoguera, pero no de la sentencia a cárcel perpetua.[10]


Inés, la niña profetisa que consiguió infundir esperanzas en el corazón de los conversos de Herrera del Duque, su pueblo natal, y después en muchos pueblos más, aldeas y localidades; se tuvo que enfrentar a la Inquisición. Tras la expulsión de los judíos de España, lo único que les quedó a los miembros de la comunidad de conversos que permaneció en el país fue cultivar una esperanza de redención con la llegada del Mesías que los conduciría a la Tierra Prometida. Pero la niña que infundió esperanza en el corazón de los conversos no vio documentos del juicio de Juan González de fecha tres de agosto del 1500, antes de ese día, la hija de Juan Esteban, la moza profetisa de Herrera del Duque, había muerto quemada en la hoguera.[11]

Saquen sus propias conclusiones. Porque la historia es cultura y la cultura no es enemiga de nadie.


[1] AHN. Legajo 1988. N. 40. Sección Inquisición de Llerena. Relación de causas año 1592.
[2] AHN. Legajo 1988. N. 10. relación de causas año 1576.
[3] AHN. Inquisición de Toledo. Legajo 184, exp. 6
[4] Ibid. 176, exp. 12
[5] Ibid. 158, exp. 17
[6] Ibid. 176, exp. 13
[7] Ibid. 137, exp. 9
[8] Ibid. 158, exp. 6
[9] Ibíd. 137, exp. 8
[10] Ibíd. 137, exp. 9
[11] AHN. Inquisición de Toledo. Legajo 184, exp. 6


miércoles, 27 de febrero de 2019




Abogados de Mérida Condenados por la Inquisición de Llerena 




Alonso Rodríguez fue un vecino nacido y criado en Mérida, que de joven se inició en el estudio de las leyes para ser un buen jurista, pero que la Inquisición de Llerena en 1571, truncó su vida a los 48 años de edad por abrazar el judaísmo. 

Conocedor del mundo del derecho de la época, este emeritense prefirió seguir la línea en pensamiento de sus antepasados, llegando a convertirse en todo un maestro de la ley judía, un rabino o dogmatizador clandestino, que mantenía con ilusión y entrega desde el sigilo y el secreto, la llama de la espiritualidad judía en la ciudad romana de Trajano. Algunos miembros clandestinos de la comunidad mosaica de la ciudad, fueron detenidos por la Inquisición de Llerena, y eso supuso para nuestro protagonista y otros muchos emeritenses que abrazaban la ley de Moisés, fuesen apresados ante las acusaciones, qué bajo tortura, hicieron algunos conversos de judíos de Mérida. Al pronunciar su nombre, el notario del Santo Oficio anotaba la identificación del acusado y el Inquisidor ordenaba a los familiares del Santo Oficio o policía al servicio de la Inquisición de la ciudad, que procediesen inmediatamente a su detención. 

Detenido nuestro jurista y puesto inicialmente en las cárceles reales de Mérida, a los pocos días se le trasladaría a Llerena para ser encarcelado en las cárceles secretas del Santo Oficio. Una vez allí y cuando la Inquisición lo considerase oportuno, se comenzaría el juicio contra el denunciado por su presunta implicación como apóstol y discípulo de la ley herética judaica. 

La Inquisición tendría todo su arsenal de preguntas preparado y su equipo presto y dispuesto para iniciar la sumaria contra Alonso Rodríguez y sus implicaciones en ritos y ceremonias sefardíes. Pero dejemos que sea el propio documento el que no lleve y nos enseñe, que fue lo que ocurrió en ese juicio contra este ciudadano emeritense cuyo único pecado cometido fue pensar de forma diferente. 

Alonso Rodríguez 

“Bachiller, jurista, vecino y natural de la ciudad de Mérida, de 48 años de edad, de generación de judíos, fue preso la primera vez por abril del año 1571 con información de cuatro testigos, los cuales dicen, haber tenido trato y comunicación con él reo. Le acusan de haber sido “dogmatista” de la dicha ley de los judíos y haber hecho con ellos obras y ceremonias de la dicha ley. Estuvo negativo, hizo defensas que no le relevaron, se le dio tormento sobre lo testificado con ocho vueltas de cordel en los brazos, cesando la diligencia porque no quería hablar ni responder y se había como muerto en él potro. Otro día se continuó con el tormento y echado en el potro, se le apretaron tres garrotes en las espinillas y se volvió hacer como el muerto no queriendo hablar ni responder como si no sintiera el tormento. Fue votado en consulta a que saliese al auto, abjurase de vehementi y desterrado de la villa de Llerena y ciudad de Mérida por seis años, y que fuese suspendido del oficio de abogado por seis meses, siendo ejecutada esta sentencia en el auto que se celebró el 14 de junio del año pasado de 1573. 

Después de esto fue preso por segunda vez por marzo de 1575 con información que le sobrevino de cuatro testigos, tres de ellos de haber tenido trato y comunicación con dicho reo de los mismos delitos. Estuvo negativo, hizo defensas que no pareció relevarle, y siendo vista la causa en consulta fue votado a que fuese relajado (quemado en la hoguera), pero que antes se le diese tormento in capud alienum, y visto por Vuestra Señoría mandó, que se le diese el tormento. Se comenzó la diligencia y habiéndosele dado una vuelta de cordel en los brazos no quiso hablar ni responder como si no lo sintiera, aunque se le dieron y apretaron otras dos vueltas más para despertarle, siempre estuvo como amortecido. 

Vista la causa en consulta, se votó a que salga al auto con sambenito sin aspas (como otras veces se hace con los que están mal testificados), donde abjure de vehementi, sirva en las galeras de su Majestad al remo y sin sueldo por seis años, sea suspendido del oficio de abogado por diez años y desterrado de todo el distrito de la Inquisición perpetuamente y en seiscientos ducados para gastos del Santo Oficio.”[1]

Tremendo los sufrimientos físicos y sicológicos que el abogado emeritense Alonso Rodríguez tuvo que sufrir a manos de la Inquisición de Llerena, como terrible sería los acontecimientos que tendría que vivir a posteriori como galeote en las galeras reales de Felipe II. Este monarca, al igual que otros reyes españoles, permutaban la pena en la hoguera por castigo en las galeras reales, cuando tenía la necesidad de remeros o forzudos para sus flotas. 


La condena a galeras era un penoso y terrible castigo. Esta represión se ejecutaba dentro del barco, lugar al que el reo era condenado a remar durante todo el tiempo de la pena impuesta. Era una pena desconocida para la Inquisición medieval, concebida para el nuevo Tribunal por el propio rey Fernando, que de ese modo halló una fuente de mano de obra barata, sin tener que recurrir a la esclavitud. Este castigo era quizás el más temido aparte de la hoguera, de todos los que imponía la Inquisición española. 

La condena a galeras comenzó a aplicarse con cierta frecuencia a partir de mediados del siglo XVI, para cubrir la creciente demanda de los buques reales. Las galeras constituían una forma económica de pena: la Inquisición se veía libre del deber de mantener a los penitentes en sus prisiones y el estado ahorraba en igual cantidad el gasto que suponía contratar remeros. 

El Tribunal de Llerena sentencia con esta pena a cientos de ciudadanos de su jurisdicción. Los reos que iban a galeras se les llamaban galeotes. Había remeros mercenarios, pero la profesión era poco apetecible y para llenar los huecos se recurría a los remeros forzosos y sin sueldo. Casi siempre reos condenados de la Inquisición o de la justicia civil. 

Una vez llegados a las galeras, los galeotes eran encadenados a sus bancos. En los mismos remaban, comían, dormían y hacían sus necesidades, ya que ni para eso se les desligaban de sus bancos. Dormían como podían, recostados en sus asientos, completamente a la intemperie, tanto en el invierno como en el verano. Comían poca carne, pan sin levadura, dos platos de habas al día y dos litros de agua, y cada quince días el barbero les rapaba el cabello y la barba. No es extraño que el ambiente por la falta de higiene de los reos en la galera fuese insoportable para los oficiales. Los mismos tenían un perfumista que rociaba continuamente el aire con aromas de esencias, pero era prácticamente imposible eliminar el hedor. 

La vida de los reos en las galeras era una de las más duras que jamás ha existido. No tenían derecho a ser respetados, y en cierta manera, se les consideraba esclavos de la corona. Ya desde la llegada a las galeras, estos tenían que soportar todo tipo de vejaciones y maltratos por parte de sus vigilantes y otros mandos completamente corruptos, que intentaban aprovecharse de la desgracia de los reos traficando con su comida, vestidos y su dinero.



La dureza en que trabajaban era tormentosa. La baja borda de la galera facilitaba la constante circulación de agua por la cubierta, por cuyo motivo los condenados tenían los pies completamente inundados. La humedad, el frío, el sol, la sal, la mala alimentación, las torturas, iban mermando la vida de los remeros, los cuales sobrevivían una media de dos años. Los fallecidos eran lanzados por la borda para evitar la peste en las galeras. 

Como nuestro anterior protagonista fueron varias las personas de Mérida que fueron como galeotes a bordo de estas cárceles flotantes donde reinaba la violencia. Fortísima tortura física y mental que sufrirían en sus carnes éstos condenados. Existía a bordo una forma de apaleamiento muy cruel para los reos que necesitaba la orden de un capitán o del mayor, todo un ritual con su verdugo y sus espectadores. Así era como se practicaba este salvaje martirio. 

Se hace despojar desnudo de la cintura para arriba al desdichado que debe recibirlo, le hacen poner el vientre sobre la crujía de la galera con las piernas colgando en su banco, y sus brazos en el banco opuesto. Le hacen sujetar las piernas por dos forzados, los brazos por otros dos y la espalda en alto al descubierto, el verdugo está detrás de él y golpea con una cuerda al forzudo, a veces los forzudos eran otros condenados, moriscos, judaizantes y bígamos, para animarlos a golpear con todas sus fuerzas con una gruesa cuerda la espalda del pobre reo. Este forzudo está también desnudo y sin camisa, y como sabe que no habría miramiento para él si tuviera o sintiera piedad por el pobre desdichado al que se castiga con tanta crueldad, aplica sus golpes con todas sus fuerzas, de manera que cada porrazo que da hace una contusión que se hincha como un pulgar. Rara vez, los que son condenados a sufrir tal suplicio, pueden soportar de diez a doce golpes sin perder la voz y el movimiento. Eso no impide que se siga golpeando este pobre cuerpo sin que grite ni se mueva, hasta el número de golpes a los que está condenado por el mayor. Veinte o treinta golpes no son más que por las menudencias, pero a veces se daban cincuenta y hasta ochenta golpes no reponiéndose el reo del castigo recibido. Inmediatamente el barbero o frater de la galera, va a frotarle la espalda con un vinagre fuerte y sal para hacer recuperar la sensibilidad al cuerpo del desdichado, sobre todo para impedir que la gangrena se produzca. Así era este apaleamiento en las galeras descrito por Jean Martelhe en su memorial de un galeote. 

A mediados del siglo XVIII, el Santo Oficio al igual que el Estado dejan de usar la pena de galera. 

No fue este reo el único abogado condenado por la Inquisición de Llerena por las mismas circunstancias que nuestro anterior personaje, otro jurista natural y vecino de Mérida, fue el licenciado Juan de Granada, a quién el Santo Oficio le abrirá proceso y condena por las mismas razones que su anterior colega de oficio, saliendo ambos en el mismo auto de fe. y en las mismas fechas en que fue condenado en su segunda detención Alonso Rodríguez. 






Juan de Granada. 

“Licenciado jurista, vecino y natural de la ciudad de Mérida, de generación de judíos, fue preso por el mes de junio de 1573, declarando ser de edad de 49 años. Le testificaron cuatro testigos de trato y comunicación de que guardaba la ley de Moisés, estuvo negativo, se le dio tormento sobre lo testificado habiéndosele dado seis vueltas de cordel a los brazos comenzando a confesar. Durante el tormento como fuera del mismo, dijo haber guardado aquella ley y sus ceremonias con intención y creencia de salvarse y enriquecerse en ella, declarando tiempo lugar y personas; después de lo cual y al cabo de nueve o diez meses, revocó sus confesiones y dijo haberlas hecho por temor del tormento. Se le dieron en publicación otros dos testigos que le sobrevinieron y le testificaron de los mismos delitos. El fiscal le acusó de la revocación y le acusa de que debe de ser relajado por hereje judaizante negativo revocante, con confiscación de bienes y que se le diese tormento in capud alienum. Visto el proceso por Vuestra Señoría mandó que en la causa se hiciese justicia, y estando en la cámara del tormento y antes de que se desnudase, asentó en sus confesiones y refirió de memoria lo que tenía confesado. Dijo haber revocado por haberle engañado el diablo, en lo cual se ratificó fuera del tormento, y visto en consulta se votó a que saliese al auto y fuese admitido a reconciliación, con hábito y cárcel perpetua irremisible y le fuesen confiscados sus bienes.”[2]

Como venimos observando, la confiscación de bienes es muy común y así lo será en casi todos los reos que fueron condenados por seguir la ley de Moisés, los seguidores del Corán, bígamos, brujas y otros herejes. Las haciendas de los judaizantes eran muy apetitosas para la Inquisición, ya que éstos solían tener por su buena posición social, varias casas, tierras y otros bienes interesantes para las arcas del Fisco Real y del Santo Oficio. 

Saquen sus propias conclusiones

[1] AHN, Inq, leg, 1988, exp, 12

[2] Ibid. 




martes, 26 de febrero de 2019

SOR MARÍA DEL CRISTO LA MONJA SATÁNICA DE BELVÍS DE MONROY





Hay personas que conscientemente y con toda advertencia, pactan con el diablo y le entregan el alma con tal de conseguir algo en esta vida. La idea de un pacto formal con el demonio aparece por primera vez en el siglo V en los escritos de San Jerónimo. Este padre de la Iglesia cuenta, como un joven para obtener los favores de una bella mujer fue a un mago, el cual le impone como pago por sus servicios, el renunciar a Cristo con un escrito. Tenemos en el siglo VI, una segunda aparición de este tipo de pacto en la leyenda de Teófilo, quien accede a ser un servidor del diablo y firma un pacto formal. Esta leyenda se extendió por Europa en la Edad Media.


¿Quiénes eran las personas que realmente hacían pacto con el diablo? De entrada, muchos pensarán, que los únicos sujetos que pueden hacer bajo rubrica escrita una alianza con el príncipe de las tinieblas, serían todos aquellos que abrazan o se consideran apóstoles del ángel caído. En primer lugar, estarían las brujas, algunas hechiceras y casi siempre, personas del mundo civil con un nivel cultural bajísimo y que creerían en estos satánicos movimientos.


Los documentos inquisitoriales nos hablan de personas cultas, de un nivel económico alto y lo más llamativo, hombres y mujeres entregados a una vida religiosa. ¿Por qué una monja, un sacerdote o un fraile son capaces de pactar con el demonio? La respuesta es factible si nos atenemos a los textos bíblicos judeocristianos; Dios y el diablo forman parte del mismo cuerpo religioso desde hace dos mil años.


El documento que presento a continuación, es la historia real de una monja extremeña, natural de Serradilla (Cáceres), que llegó a pactar con Satanás escribiendo una estipulación y componenda. Utilizó como tinta para escribir su cedula, su propia sangre. Una historia, que si la saboreas con la magia del momento en que sucedieron los hechos, no te dejará desabrido ni displicente ante el orco del infierno.


El laberinto terrenal que se nos manifiesta en este trabajo, tiene sus tensiones, sus miedos, sus inconvenientes, ¿te atreverás a cruzarlo? Pasad, ya que la curiosidad y la indagación histórica en determinados espacios, suele ser una de las mayores aliadas del conocimiento.


Este fue el proceso de Sor María del Cristo, una religiosa franciscana que profesaba en el convento de Belvís de Monroy (Cáceres), y que mostró dentro del cenobio su enérgico desprecio a la cruz y su empatía y sintonía con la bestia del averno marcada con el 666.


Proceso de Sor María del Cristo


“Sor María del Cristo, religiosa profesa de velo blanco en el convento de S. Juan de la Penitencia de mojas Clarisa de la villa de Belvis de Monroy, fue condenada por delitos de pactos diabólicos, falsa creencia y abuso del sacramento de la penitencia y eucaristía, así como sacrilegios y ultrajes hechos al Santísimo Sacramento.


Fue delatada esta monja el 3 de enero de 1807 por Rafaela de la Santísima Trinidad, religiosa profesa en el mismo convento que la mencionada Sor María del Cristo, y que lo hacía, por desahogo de su conciencia o por providencia divina, le había comunicado haber hecho pacto con el diablo entregándole su alma y cuerpo con papel firmado de su propia sangre. Comentaba, que le había adorado como a un Dios y que había pecado con él carnalmente y qué habiendo comulgado, había echado la sagrada ostia en la lumbre. Que había negado o dudado el misterio de la pureza de María Santísima y del sacramento de la penitencia y que había salido de la clausura por arte del diablo.


Cuenta la monja que la delata, que cuando quería lograr su torpe comercio con el demonio le invocaba, y al verle le hacía postraciones protestando en su interior y en su corazón, y que para ella no había más Dios que Satanás. Que había pecado con él muchas veces y que esto sucedía comúnmente en los días más festivos y lugares más sagrados, ignorando si para ello tomaba figura de joven gallardo, mozo del campo, figura de religioso o si era engaño de su fantasía. También le había oído la testigo, que el diablo la había hostigado para que no creyese que había sacramento en las sagradas formas, negare el misterio de la Purísima Concepción y le diese adoración al diablo. Que, por arte del demonio, había salido cinco o seis veces de la clausura sin poner mano ni pie en el muro ni puerta, y que varias veces había parido yendo a las habitaciones extra-claustrales donde moran los comensales del monasterio, y otras, a la villa de Valverde de la Vera para lograr sus carnales intentos con personas de su pasión que allí habitaban.


Se la preguntó además, si sabía que la reo había proferido o hecho alguna palabra o acción supersticiosa, contestando la testigo, que faltando un día las tocas de la reo en su cuarto refirió, que el demonio para vengarse de su persona se las había quitado y se las había llevado a un sitio que dentro de clausura llamaban el monte, en el cual estaba la reo, y que desde allí mandó al demonio que se las devolviese, y según dijo la delatora, las encontró junto a una ventana de la casa de labor. En otra ocasión, queriendo la monja lujuriar con un sujeto conocido, sin saber cómo ni cuándo, se encontró con él en su celda, y que todo esto se lo contaba con lágrimas en los ojos.


Comentaba la declarante, que lo hechos solo lo sabe ella y nadie más del convento, porque las monjas, aunque la veían como macilenta, triste, llorosa, desganada de comer y desvelada, no atribuían esto sino a que estaba padeciendo de escrúpulos, o a que estuviese arrepentida de ser religiosa. Llegó a tanto el candor de ellas, que aunque tenían en su compañía algunas viudas, y por esto experimentadas, ninguna formulo ni vio la menor sospecha de los ahogos que la aproximaron a una horrible infamia, nacido de no haber podido continuar sus excesos carnales con uno que siendo pastor se convirtió en lobo rapaz, siendo mudado del pueblo a causa de haber cumplido los años de su ministerio y obediencia: que encontrándose la reo en esta disposición y casi sin aliento para desahogar su conciencia, quiso el Señor darla valor para comunicar sus excesos sacrílegos y carnales al informante, a su padre vicario, a la delatora y algunos de los carnales a su prelado; pero que esto duró muy poco, porque sin saber cómo ni porque, la prohibió su prelado que se dirigiese o escribiere sus consultas a quién no fuese religioso de su orden, extendiendo esta orden a todas las demás religiosas; lo cual, se atribuía con sobrado fundamento, que el cómplice había revuelto este cisma temiendo ser descubierto.





Declaración de Sor María del Cristo.


Siete días después de la delación, el 7 de febrero de 1807, recurrió la detenida al tribunal pidiéndole una comisión para declarar espontáneamente como lo hizo, diciendo llamarse: Sor María del Cristo, religiosa profesa en el citado monasterio de S. Juan de la Penitencia de la villa de Belvis de Monroy y de 23 años de edad. Qué en la vigilia de navidad de 1804, como a eso de las 11 de la noche antes de tocar a Maitines, deseando lujuriar con cierta persona y no pudiendo lograrlo por medios humanos, invocó al demonio y se le apareció en forma de un gallardo joven, distinto del objeto de sus deseos, quién la dijo, que siempre que le entregare su alma para siempre, cumpliría perfectamente sus lascivos deseos. Que era necesario escribiere una cédula con su propia sangre; lo que ejecutó sacándola con la pluma que el demonio presentó del exterior de la muñeca de la mano derecha, a lo que él la ayudó con su propia mano. Que la aparición la advirtió al punto, que le invocó transportada en sus obscenidades, cerrados sus ojos, estando en el dormitorio con luz artificial y asistencias de otras religiosas enfermas, las cuales, a su parecer, aunque estaban despiertas, ni vieron tal joven, ni oyeron la conversación reciproca que tuvieron.


Se le preguntó si lo llegó a ver ella misma con sus ojos corporales respondiendo, que aunque al principio estaba como adormecida, luego que sintió aquella compañía, abrió los ojos y le vio, se llevó la cedula que le hizo, desapareciendo sin saber ella por donde se fue. Que las palabras formales de dicha cedula son estas.


“Yo, Sor María del Cristo, te prometo mi alma para siempre si me proporcionas pecar con N. persona de diverso sexo”, con quién antes había consumado sus lascivos deseos naturalmente, en cuya figura se le apareció después de varias veces. Qué resistiéndose a volver a pecar por conocer que aunque venía en dicha figura no podía ser sino el demonio, la manifestaba la cédula como queriéndola obligar al comercio torpe con él, lo cual, consintió innumerables veces, aunque algunas las resistió, cuales fueron aquellas en que la quería obligar con la criatura.



Que no advirtió de donde salió la sangre con que hizo la criatura, por no haber quedado en la mano señal alguna, ni aun en el pañuelo con que se ató aquella noche la mano. Que jamás le facilitó el demonio pecar real y verdaderamente con aquella persona que deseaba, aunque se lo rogó más de veinte veces, ni jamás salió de clausura por virtud de él. Que nunca utilizó para sus lascivias de cosa alguna sagrada, ni de palabras o acciones para invocarle para ayuda de sus torpes intentos: pero habiéndola hecho el comisario varias preguntas (que no expresa), dice éste, que al declarar al llegar aquí dijo, ser falso todo lo que llevaba expuesto acerca de la escritura, aunque se ratificó en lo verbal del pacto. Continua pues la declaración espontánea diciendo, que en el mismo acto de su lujuria la rogaba el demonio con palabras, que le tuviere y adorase por Dios, a lo que ella correspondió siempre diciéndole, que no tenía otro Dios que él, y adorándole después del acto hincando ambas rodillas, de cuyo error desistía y abjuraba luego que desaparecía, pues ni entonces ni ahora creía que tuviese algo de divino.


Que no advirtió que dejase mal olor en su desaparición ni que el cuerpo que tomaba fuese demasiado frío ni caliente; y cuando se llegaba a ella siempre la decía, que se quitase corona o cruz que traía al cuello, y en efecto si no se lo quitaba no se acercaba a ella; lo cual le hacía creer firmemente el poco poder de aquel espíritu infernal.


Se le preguntó, si había lanzado la hostia consagrada al fuego, contestando, ser cierto haberla arrojado en el fuego de la cocina y brasero que suele haber en el entorno, lo cual cree que fueron más de cien veces las que lanzó dicha hostia, siendo la primera vez el día del Corpus de 1805 y la última el día de la Purificación de 1807; que además una vez la arrojó en el albañal por donde pasan las inmundicias de la cocina, otra en el estercolero donde se tira la basura, otra en el aljibe del claustro y otra en el pozo del noviciado. Que unas veces la llevaba en la mano y otras en un pañuelo blanco, y que una vez que se encontraba sola y antes de arrojarla en el fuego de la cocina, la punzó varias veces en un leño con una navaja, afín de experimentar si estaba allí o no el cuerpo y sangre de Cristo. Que las más veces fue sugerida por el demonio en forma visible, a que lo hiciere y no creyese que estaba allí J.C. dando perfecto crédito y más cuando observó, que ni salía sangre ni cosa alguna sobrenatural. Qué de diecinueve a veinte veces, le salió al encuentro el demonio cuando llevaba la forma para arrojarla al fuego, tuvo copula carnal con él unas veces en el ante coro y otras en el dormitorio.


Reconvenida en este acto se le preguntó, ¿cómo había el demonio osar llegar a ella teniendo en la mano la sagrada forma cuando acababa de declarar que nunca quiso ni pudo llegar a ella sino quitaba la corona o cruz que llevaba al cuello?, respondió, que no comprendía como pudiese ser eso, pero que creía que se acercaba a ella por el hecho de haber hurtado la hostia y hacer con ella el fin pretendido. Que una vez se confricó sus partes pudendas con los corporales que están en la cratícula del comulgatorio, pero que jamás pensó ni hizo brebaje alguno con la sagrada forma.


Que no hacía burla de sus hermanas cuando comulgaban, pero las tenía por engañadas en lo que veneraban y recibían, y aunque tal vez tuviese al tiempo de comulgar las otras delectaciones venéreas, fueron solo llevadas de la flaqueza y corrupción en que toda ella estaba convertida; más no en desprecio del sacramento ni burla de lo que hacían sus hermanas, de quién tampoco se burlaba cuando hacían sus genuflexiones al sacramento, ni ellas las dirigía al diablo cuando las hacía ni las hacía por desprecio.


Preguntada si se trató alguna vez el pacto con el demonio, si después lo revocó, con que palabras lo hizo, si hubo adoraciones y cuál fue la última vez que comerció con Satanás. Dijo: que estimulada de su conciencia la pesó algunas veces en su interior el trato hecho, y que acaso por esto mismo quiso el demonio se le renovase, como lo verificó en uno de los días de Concepción, o Purificación de Nuestra Señora, diciendo:


“A ti dueño mío te entrego mí alma para siempre, que no tengo más Dios que a ti.” A cuyas palabras acompañó el hincarse de rodillas, y después se siguió un acto carnal consumado. Que desde dichos días continuó en comercio torpe con el diablo todas las noches y, algunas veces, por el día hasta el 24 de febrero de 1807 inclusive, que fue el último. Y que desde ese día hasta el presente de esta declaración que fue el 26 de marzo, todos los demás días se le había aparecido diciéndola: no confesaras dichos errores acerca de los sacramentos porque se había de ver abandonada de todos.


Por último, concluyó su declaración, pidiendo humildemente al Santo Oficio no se escandalizare de sus enormes delitos, y que mirase por el honor el santo hábito que indignamente vestía y que no mirase por el suyo, sino que le impusiere las penitencias que gustara, pues siempre serían mucho menos de lo que merecía, y que había de vivir y morir como hija de la Iglesia Católica.


Concluida la anterior declaración, añadió, que el tercer día de navidad del año anterior y el tres de febrero de aquel mismo año de 1807, hurtó las formas que la dieron en la comunión, y aun las conservaba en un libro de la novena del Santo Cristo de los Dolores que tenía guardado en un baúl, las cuales dijo, haber visto en el día anterior a esta declaración transformadas en un niño hermoso.


Se recogieron estas formas del paraje en que se encontraban, y las sumió el notario al día siguiente purificando el libro. Se ratificó Sor María del Cristo sin variación alguna. El comisario informó de ella que había tratado en gran manera de ocultar sus descaminados excesos, parte poseída del terror a las penas que fulminaban en sus caprichos, y parte sorprendida de la vergüenza que la causaba su padre vicario Fr. Pedro Muñoz.


Que sus vicios la tenían tan encadenada, que se sentía ahogada entre insufribles amarguras, no la dejaban sus malos y envejecidos hábitos.






A instancia del fiscal se volvió a examinar a la religiosa, y sin estar presente el notario que era su padre vicario y quién la frenaba a contar los excesos carnales que hizo con él, declaró lo siguiente de dicho su confesor.


Que por haber tenido por confesor suyo tanto tiempo al cómplice de sus lascivias, éste no la decía, porque sabía que allí mismo en la confesión hablaban cosas torpes y veía que no las confesaba. Preguntada quienes habían sido los cómplices de sus excesos, respondió: que el cómplice de sus primeros excesos fue su confesor Fr. Bernardo Molina, el cual, al poco tiempo de profesa la solicitó durante la confesión y fuera de ella, y continuó comerciando con él por espacio de cuatro años, no solo en clausura sino fuera y hasta en la misma iglesia una vez, diciendo, “que quedó embarazada de dicho confesor”, dándole éste brebajes y sangrías para ocultar las resultas. Que después de ido éste religioso, al verse privada de sus amores y ardiendo en ellos, fue cuando hizo el pacto. Y que las personas que pueden dar razón de sus excesos eran, Sor Rafaela de la Trinidad a quién ella le había contado todo, la Madre Abadesa, a quién había contado los carnales, embarazos y medios para abortar, al Padre Vicario, con quién consultó alguna vez en la confesión e inmediatamente después de ella, el comisionado actual con quién también consultó algunas cosas en confesión y, el Padre Molina, su cómplice, quién la tenía dicho que no lo hiciese porque la habrían de prender; y finalmente el Padre ex provincial Fr. Juan Ramón González con quién consultó dicho Padre Vicario sin su consentimiento.


El comisionado informó que le parecía haber dicho la verdad. El tribunal a instancia fiscal mandó examinar los contestes dados en la declaración anterior, siendo el primer testigo la Madre Abadesa.


Declaración de la Madre Abadesa.
Mujer de 51 años de edad, quién dijo: que sabía por boca de la misma detenida, la solicitación ad turbia de su confesor el Padre Molina, su comercio torpe, intra y extra clausura, y que el resultado fue quedar embarazada dos veces, en una de los cuales, había procurado abortar y en efecto abortó un feto animado, que procuró bautizar y enterró en una huerta o monte, habiéndose sangrado primeramente a instancia del Padre Molina y tomado una bebida a instancia del mismo.


Declaración de Fr. Ramón González.

Ex Provincial citado por la reo, de edad de 60 años, quién dijo: que había sido consultado varias veces por el Padre Fr. Pedro Muñoz vicario del convento de la reo, que en la primera se le consultó sobre la obligación de informar de una religiosa de aquel convento que había hecho pacto expreso con el diablo, tenido trato con él como incubo, adorándole como a su Dios único, ultrajando la sagrada eucaristía que había quemado una vez y, haber negado la virginidad de Nuestra Santa Virgen junto a otras particulares que ya no tenía presente.


Declaración del cura de Belvis.


En este estado se pidió información al cura de Belvis comisionado de esta causa, contando lo siguiente:


Qué en la víspera de la natividad de Nuestra Señora del año anterior de 1807, había entrado el ya mencionado Fr. Bernardo Molina en el convento después de anochecido por uno de los muros de dicho recinto en donde permaneció oculto por espacio de tres días, según se lo dijo al fin de ellos la monja; con cuya noticia y por las de entonces, las dio el Padre Iglesias confesor del convento de Cantillana. Registró dicho prelado su convento con la Madre Abadesa y nada encontró, por lo que habiendo reconvenido a la detenida respondió, que se había fugado instándola a que saliese con él fuera de clausura. Que pasados algunos meses llegó a formar juicio la prelada de que aquella estaba embarazada y, registrándola, la encontró muy fajada y con algunos entumecimientos en el vientre, por lo que la preguntó por lo acaecido en principio de septiembre, y aunque al principio negó que dicho religioso hubiese llegado a su cuerpo, luego confesó que estaba embarazada. Volviéndole a preguntar por tercera vez por lo mismo, negó la copula y el embarazo, pero no la entrada del religioso. Que era sabedora de todo esto la monja Sor Rafaela de la Santísima Trinidad como también la monja vicaria a quién la convicta se lo había contado. El mismo comisionado añadió a todo lo referido, que a pocos meses después de la entrada del Padre Molina al convento, le escribió la religiosa por mano de su vicario o confesor, el Padre Fr. Francisco Iglesias, pidiéndole consuelo y consejo porque se encontraba muy despreciada y perseguida de las monjas, atribuido a los excesos anteriores. Por todo lo cual, dicho confesor le dijo, que se confesase y contase la verdad de la entrada del Fr. Bernardo Molina en su convento, contestando la sor, que lo había escondido en una pieza del noviciado y un caramanchón donde le llevaba de comer; que le pidió un breviario y no se lo llevo, y que el religioso le llevo ropa de seglar para sacarla disfrazada y no quiso asentir a ello. Que no habían tenido deshonestidades, pero conociendo el confesor su forma de mentir le dijo, que dijese la verdad o no la absolvería, diciendo la monja, que estaba embarazada de tres meses por haberla faltado otros tantos la menstruación. El informante la exhortó a que no abortase, y que para el sigilo se lo avisase a la prelada. Que abortó en el mes de abril de este año, teniendo el feto ocho meses, lo bautizó y arrojó en el pozo del monte rebujado en un paño blanco. Que al cabo de algún tiempo se asomó y viendo el paño lo sacó, pero sin el feto. Que para que no conociesen su purgación, quemó la camisa con que abortó, lo cual consiguió con solo apretarse apretadísimamente, “y es que la ceguedad del entendimiento es una de las hijas de la lascivia”.






Declaración de la religiosa ante la Inquisición


Fue presa en cárceles secretas y al día siguiente se le tomó declaración en la Inquisición de Llerena contestando la convicta lo siguiente.

Dijo llamarse María Martín, natural de Serradilla, Obispado de Plasencia, de estado religiosa en el convento de Franciscas de Santa Clara de la villa de Belvis de Monroy, de 24 años de edad, hija, nieta, sobrina y hermana de los que expresa en que nada hay que advertir, todos cristianos viejos y limpios de sangre. Que era cristiana y como tal había oído misa siempre aun en los días de trabajo, y lo mismo había confesado y comulgado habiéndolo hecho la última vez el sábado antes de su salida del convento con el Padre Vicario Fr. Alonso de Valverde. Que sabe leer y escribir y respondió bien a las preguntas que se la hicieron de doctrina cristiana.


Preguntada por la causa de su prisión dijo: que presumía fuese las velaciones que había hecho contra sí misma, en particulares, tocantes a la fe por medio del cura de Belvis, lo cual le parecía, haberlo verificado la primera vez haría unos tres años; y que también le parecía haber sido causa el haber sido delatada por sor Rafaela a quién confió sus interioridades. Respondió, que por descargo de su conciencia, las cosas que había contado antes no eran verdad sino ilusión e imaginación de la declarante, creyendo que aquello que pensaba sobre estos puntos era real y efectivo, que una vez que su cabeza estuvo mejor, conoció no ser así, sino imaginario y en particular, lo que tenía dicho sobre el pacto con el diablo, lo cual conocía que fue efecto de una vehemente tentación y deseo de renovar su trato con la persona que tenía manifestada, y por lo mismo, las adoraciones que tenía dicho haberle dado, porque aunque las manifestó, fue solo porque la preguntaban sobre ello, y así se lo proponía su imaginación en aquel acto. Que no era cierto lo de la corona y la cruz ante el diablo, que era fruto de su imaginación y de ver la figura de su cómplice como la del mismo Satanás. Que dicho cómplice le decía, que no podía absolverla de lo que pasaba entre los dos, absolviéndola a su parecer siempre que con él confesaba. Que tampoco era cierto que arrojase las formas al fuego de la cocina, brasero, estercolero, pozo, o regadera, y que no obstante el comisionado la mandó trajese las formas que tenía guardadas en el libro novenario del Santo Cristo de los Dolores, tomando dos sin consagrar y poniéndolas en dicho libro se las entregó.


En vista de todo lo referido, el Inquisidor D. Pedro María de la Cantilla dijo por auto de 10 de este mes, que fuese votada en atención a su retractación, se le dé una audiencia donde vuelva a retractarse de los hechos cometidos y pueda volver a su convento, y que sea reprendida y apercibida de tan regular procedimiento.”[1]


Queridos lectores, saquen sus propias conclusiones, ya que con diablo o sin él, cuando la naturaleza corporal hace acto de presencia en cualquier espacio de la vida del ser humano, aunque este navegue sobre una nao en forma de cruz, la libido, ese elemento genético tan necesario para la vida del hombre, abandonará el lábaro que la sostenía y se aferrará al alivio y consuelo nativo y consustancial de los cánones naturales que siempre han formado parte de las entrañas del ser humano.



[1] AHN. Inquisición. legajo 3734. N 49.