La Casa Encantada de Peñafiel
A lo largo de la Historia han sido frecuentes los casos de casas que se
creían encantadas o embrujadas, en las que moraban duendes o brujas, o bien el
mismo diablo, siendo normal que en tales casos se acudiera a los curas párrocos
u otras instancias eclesiales para tratar de remediar el asunto.
En el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid se ha conservado
un curioso
pleito en el que, con el fin de
anular la venta de una casa en Peñafiel (Valladolid) y conseguir la devolución del dinero
pagado por ella, el demandante, su familia y sus testigos alegaban la posesión
de la referida casa por una presencia extraña, refiriéndose a la misma como
"duende, trasgo o diablo".
El 23 de septiembre de 1589 Lorenzo López
interpone una demanda ante el corregidor de Peñafiel contra Diego Martínez
Bernal y su mujer Ana de Gracia, vecinos de Ayllón (Segovia), para anular la
compra de la casa que le había efectuado en enero de 1588 situada en el barrio
de Santa María de Mediavilla de la citada villa de Peñafiel, en precio de 500
ducados y a pagar en dos plazos. El motivo que esgrimía Lorenzo López para tal
anulación era la presencia en la casa, desde hacía mucho tiempo, y siendo
conocido en toda Peñafiel, de un duende o trasgo que hacía la vida imposible a
su familia y criados, en forma de arrojarles diferentes objetos y monedas, hacer
fuertes ruidos y alborotos, y en ocasiones golpear a algún miembro de la
familia, actuando casi siempre nuestro duende a la media noche y en la parte
alta de la casa y en su bodega. Todo ello había motivado en sus moradores un
estado de pánico y terror tal que les había forzado a abandonar y cerrar la
poseída casa y alquilar otra en la misma villa de Peñafiel, requiriendo por
ello al juez la anulación del contrato de compraventa y la devolución del
dinero pagado.
Por el contrario, Diego Martínez alegaba,
junto a sus testigos, que no existía ningún duende o diablo en la casa y que el
susodicho Lorenzo López nunca se había quejado de tan incómodo huésped hasta
que no tuvo que afrontar el segundo plazo de la venta, y por el que había
sufrido ejecución en sus bienes por no hacer frente al pago de los consabidos
250 ducados, llegando incluso a alquilar la casa cuando se marchó junto a su
familia de la misma.
El corregidor desestima la demanda por
sentencia de 9 de marzo de 1590. Ante ello, Lorenzo López apela a continuación
ante la Real Chancillería de Valladolid, la cual le da la razón en una primera
sentencia de vista, obligando a Diego Martínez a que le devolviera 250 ducados,
y finalmente los 500 ducados totales de la venta por sentencia de 19 de
diciembre de 1590, solicitando Lorenzo López a la Chancillería carta ejecutoria
de la misma, la cual sería expedida el 24 de diciembre de ese mismo año.
A través de las diversas
probanzas y testimonios que presentó Lorenzo López tanto en la primera
instancia ante el corregidor como en la segunda ante la Chancillería, podemos
hacernos una idea de las terroríficas situaciones que tuvieron que sufrir él y
sus familiares, si es que damos por ciertas sus manifestaciones.
En efecto, las
declaraciones de los testigos presentados por Lorenzo López, desde antiguos
moradores de la casa en cuestión hasta su propia mujer, hijas y criados,
presentan como denominador común los grandes ruidos y alborotos que solían
salir tanto de la planta de arriba de la casa, donde se situaba la vivienda,
como de la bodega, en el subsuelo de la misma; que les lanzaban objetos
diversos y peligrosos como cantos, piedras, monedas, lumbres de fuego,
sartenes, cuchillos por las escaleras y ventanas, revolviendo todas las
estancias, y todo ello mientras dormían o incluso comían; y que en ocasiones
les tiraban del brazo o les daban algún fuerte golpe en el cuerpo, dejándoles
amoratados y desmelenados, llegando al punto de que Mariana López, hija del
demandante, había sido fuertemente golpeada en la bodega hasta perder el
conocimiento por el supuesto duende, habiendo observado también algunos
declarantes un “bulto” blanco.
Antonio Ruiz, un antiguo
morador de la casa, declaró que “una noche, después de media noche y
estando este testigo con dos hermanos suyos en una cama acostados oyó bajar por
una escalera que estaba junto al dormitorio, donde estaban, bajar haciendo
ruido como de calderas o cerrojos, y al fin de la escalera paró lo que era, y
oyó jadear como persona”. También “oyó y vio como por las escaleras de
la dicha casa arrojaban y caían por ellas hasta el portal, piñas de casca de
pinares y una barra de silla de mula o caballo, cuchillos y otras cosas”.
En relación a la mujer de Lorenzo López,
declara que en una ocasión la vio “con unos cuartos (…) y echó los cuartos
en el cajón donde tenían el dinero, y al tiempo que se volvió del dicho cajón
sonó en el suelo como moneda, y (…) la dijo: “mire si se la ha caído algo, que
parece que ha sonado a moneda”; y ella dijo: “será algún medio cuarto que se me
había caído y se desvió”. Y vio que era un dedal de mujer, y la susodicha se
santiguó diciendo que Marina, su hija mayor, hacía mucho tiempo que había
andado buscando aquel dedal y no lo había podido hallar, y que ahora se le
habían echado allí”.
Relata otro acontecimiento extraordinario
ocurrido sobre la referida Mariana, cuando en una ocasión su madre “subió a
mucha prisa alborotada dando voces llamando a la dicha Mariana su hija”, la
cual finalmente aparecería “en la dicha bodega (…) en el suelo boca abajo y
desgreñada, y la llamaron, y dieron muchas voces, y no respondió. Y este
testigo entendió que estaba muerta. Y el dicho Juan Pérez, tundidor, tomó en
brazos a la dicha Mariana y la subió por muerta sin menear pie, ni brazo, ni
otra cosa de su cuerpo y su vida. Le dieron garrotes y volvió en sí.
Pedro de la Cuesta, zapatero que había
vivido también en la casa varios años, relató que en una ocasión “oyó un
gran ruido en un montón de hormas que había en la sala de la dicha casa, que
las revolvían de arriba abajo, y las abrían y cerraban dando golpes en las
cerraduras. (…) Y vio un bulto pequeño y fue tras él la escalera arriba dos o
tres veces, y se le iba por una ventana de lo alto de la dicha casa”, y que él
y su familia “estaban espantados, diciendo que no sabían que era aquello, si
era alguna bruja u duende”.
Otro antiguo inquilino, Diego López de
Marquina, declara que una vez “subió a lo alto de la dicha casa a proveerse
y hacer sus necesidades, y estándolo haciendo le dieron un zurriagazo por
detrás que no supo ni vio con qué porque era de noche, que le espantó y puso
miedo, que casi no acertaba a bajar las escaleras, y bajándolas le tiraron un
adobe que le pasó por el hombro derecho”. Como se puede apreciar, parece
que nuestro "duende" no respetaba a los moradores de la casa
ni en sus momentos más íntimos.
La mujer de Diego López, Catalina
Rodríguez, declaró que un oficial de su marido que vivía con ellos, una noche
mientras dormía “le habían tirado muchas piñas locas a la cama donde
estaba, y que se había levantado de la cama y tomando una espada para ver y
saber quién le tiraba; y que con la dicha espada había dado en un bulto que no
sabía qué era, y que se había tornado a la cama; y que luego le habían quitado
la ropa de la dicha cama y le habían dado muchos porrazos”. Así pues, está
claro, que nuestro terrorífico huésped no se amedrentaba ante nadie, ni aun
haciéndole frente con espada.
La notoriedad del encantamiento de la casa
por la vecindad de Peñafiel es manifestada por varios de los testigos, como la
anterior, al relatar que “más de diez y seis años a esta parte a oído decir
en la dicha villa de Peñafiel públicamente y a muchas personas vecinas, que en
la bodega de las dichas casas andaba y anda un duende.
María Sacristán, criada de Lorenzo López,
declara que una noche, “subiendo a coger un poco de basura para llevar al
río, estando sola la mataron el candil que tenía y la destocaron y arañaron la
cabeza y la frente, y la rasgaron el tocado. Y de miedo se quedó desmayada en
la escalera y estuvo desmayada sin poder volver en sí”.
La actitud revoltosa del duende no dejaba
objeto por tocar. Así declaran: que “una noche, después de acabado de
cenar, el dicho Lorenzo López, su amo, se fue y salió de casa, y dejó encima de
la mesa en la sala un libro grande de sus cuentas, y su mujer se quedó sentada
a la mesa y estaba en ella escribiendo. Y (María Sacristán) sentada sobre un
arca, mirando cómo la dicha su ama escribía, vio como por detrás de la dicha su
ama a raíz de la pared iba una cosa blanca, y dijo: “señora, mire, que va por
la pared una cosa blanca”. Y la dicha su ama se levantó de la silla donde
estaba sentada y dijo: “el libro que tenía aquí me lo han llevado”. Y se alborotó
mucho. Y luego le fueron a buscar y hallaron el dicho libro que tenían sobre la
mesa, dentro de un aposento debajo de la cama del dicho su amo”.
Parece que nuestro duende era un tanto
glotón, ya que declara que “por muchos días en la bodega de la dicha casa
ponían una mesa con manteles, y sobre ella pan, vino, queso y otras viandas, y que
cuando volvían lo hallaban comido y bebido el vino", si bien no le gustaba
irse sin pagar, ya que “dos veces hallaron en la dicha mesa dos cuartos”.
Las apariciones siguieron aun con los
nuevos inquilinos de la casa encantada, si hemos de creer a los mismos,
Francisco García y su mujer Catalina Núñez. Así, esta atestigua: que “una
noche estando el dicho Francisco García, su marido, acostado en la cama, esta
testigo estaba abajo en la tienda del portal de la dicha casa y se subió arriba
a oscuras por no estar sola. Y subía por la escalera arriba rezando en un
rosario. Y a la entrada del aposento donde estaba acostado el dicho Francisco
García, su marido, a la mano izquierda le pareció que la asieron del brazo y
topó con una cosa blanca. Y luego se espantó y dio un grito, y se fue a la
cama, y se abrazó con el dicho Francisco García, su marido, y le despertó, que
estaba durmiendo, y esta testigo llorando le dijo: “ay amigo que no sé quién me
asió del brazo aquí”.
Finalmente, una criada de los susodichos,
de nombre María, relata como Catalina López la llamó, junto a otros vecinos,
para que contemplaran “unos castillos que decía que había hecho el
duende. Y vio esta testigo como en el suelo de la dicha sala estaban hechos
unos castillejos de naipes sobre una tabla muy puestos y muy concertados, y la
dicha Catalina Núñez decía que los había puesto el duende y decía que no había
de vivir más en la dicha casa”.
A lo largo de todo el proceso judicial y los múltiples testimonios
incorporados, podemos llegar a entrever el alto grado de superstición popular
existente en la Castilla del siglo XVI, utilizándose ésta muchas veces como
treta para conseguir determinados intereses materiales como en este caso la
anulación de la compraventa de la casa en cuestión. Además, el hecho de que
ninguna autoridad eclesiástica interviniera, aparentemente, en los hechos, junto
con la sentencia desestimatoria del corregidor, con un conocimiento directo y
cercano al asunto del pleito, restaría credibilidad al mismo. Por otra parte,
la estimación de la demanda por los oidores de la Chancillería dejaría mucho
que desear, ya que se les presuponía un mayor nivel de conocimiento y
profesionalidad jurídica que a los jueces inferiores.
desestimatoria del corregidor, con un
conocimiento directo y cercano al asunto del pleito, restaría credibilidad al
mismo. Por otra parte, la estimación de la demanda por los oidores de la
Chancillería dejaría mucho que desear, ya que se les presuponía un mayor nivel
de conocimiento y profesionalidad jurídica que a los jueces inferiores.
En
cualquier caso, no está de más dejar un cierto margen para la parapsicología y
la posibilidad de la existencia de nuestro "malvado duende",
dando cobertura así y justificación a la extraña decisión de los oidores.
Signatura: Archivo Historico Nacional. PL CIVILES,VARELA (F),CAJA 3305,5.