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domingo, 30 de octubre de 2022

 




                      La Casa Encantada de Peñafiel



A lo largo de la Historia han sido frecuentes los casos de casas que se creían encantadas o embrujadas, en las que moraban duendes o brujas, o bien el mismo diablo, siendo normal que en tales casos se acudiera a los curas párrocos u otras instancias eclesiales para tratar de remediar el asunto.

En el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid se ha conservado un curioso pleito en el que, con el fin de anular la venta de una casa en Peñafiel (Valladolid) y conseguir la devolución del dinero pagado por ella, el demandante, su familia y sus testigos alegaban la posesión de la referida casa por una presencia extraña, refiriéndose a la misma como "duende, trasgo o diablo".

El 23 de septiembre de 1589 Lorenzo López interpone una demanda ante el corregidor de Peñafiel contra Diego Martínez Bernal y su mujer Ana de Gracia, vecinos de Ayllón (Segovia), para anular la compra de la casa que le había efectuado en enero de 1588 situada en el barrio de Santa María de Mediavilla de la citada villa de Peñafiel, en precio de 500 ducados y a pagar en dos plazos. El motivo que esgrimía Lorenzo López para tal anulación era la presencia en la casa, desde hacía mucho tiempo, y siendo conocido en toda Peñafiel, de un duende o trasgo que hacía la vida imposible a su familia y criados, en forma de arrojarles diferentes objetos y monedas, hacer fuertes ruidos y alborotos, y en ocasiones golpear a algún miembro de la familia, actuando casi siempre nuestro duende a la media noche y en la parte alta de la casa y en su bodega. Todo ello había motivado en sus moradores un estado de pánico y terror tal que les había forzado a abandonar y cerrar la poseída casa y alquilar otra en la misma villa de Peñafiel, requiriendo por ello al juez la anulación del contrato de compraventa y la devolución del dinero pagado.

Por el contrario, Diego Martínez alegaba, junto a sus testigos, que no existía ningún duende o diablo en la casa y que el susodicho Lorenzo López nunca se había quejado de tan incómodo huésped hasta que no tuvo que afrontar el segundo plazo de la venta, y por el que había sufrido ejecución en sus bienes por no hacer frente al pago de los consabidos 250 ducados, llegando incluso a alquilar la casa cuando se marchó junto a su familia de la misma.

El corregidor desestima la demanda por sentencia de 9 de marzo de 1590. Ante ello, Lorenzo López apela a continuación ante la Real Chancillería de Valladolid, la cual le da la razón en una primera sentencia de vista, obligando a Diego Martínez a que le devolviera 250 ducados, y finalmente los 500 ducados totales de la venta por sentencia de 19 de diciembre de 1590, solicitando Lorenzo López a la Chancillería carta ejecutoria de la misma, la cual sería expedida el 24 de diciembre de ese mismo año.

A través de las diversas probanzas y testimonios que presentó Lorenzo López tanto en la primera instancia ante el corregidor como en la segunda ante la Chancillería, podemos hacernos una idea de las terroríficas situaciones que tuvieron que sufrir él y sus familiares, si es que damos por ciertas sus manifestaciones.

En efecto, las declaraciones de los testigos presentados por Lorenzo López, desde antiguos moradores de la casa en cuestión hasta su propia mujer, hijas y criados, presentan como denominador común los grandes ruidos y alborotos que solían salir tanto de la planta de arriba de la casa, donde se situaba la vivienda, como de la bodega, en el subsuelo de la misma; que les lanzaban objetos diversos y peligrosos como cantos, piedras, monedas, lumbres de fuego, sartenes, cuchillos por las escaleras y ventanas, revolviendo todas las estancias, y todo ello mientras dormían o incluso comían; y que en ocasiones les tiraban del brazo o les daban algún fuerte golpe en el cuerpo, dejándoles amoratados y desmelenados, llegando al punto de que Mariana López, hija del demandante, había sido fuertemente golpeada en la bodega hasta perder el conocimiento por el supuesto duende, habiendo observado también algunos declarantes un “bulto” blanco.

Antonio Ruiz, un antiguo morador de la casa, declaró que “una noche, después de media noche y estando este testigo con dos hermanos suyos en una cama acostados oyó bajar por una escalera que estaba junto al dormitorio, donde estaban, bajar haciendo ruido como de calderas o cerrojos, y al fin de la escalera paró lo que era, y oyó jadear como persona”. También “oyó y vio como por las escaleras de la dicha casa arrojaban y caían por ellas hasta el portal, piñas de casca de pinares y una barra de silla de mula o caballo, cuchillos y otras cosas”.

En relación a la mujer de Lorenzo López, declara que en una ocasión la vio “con unos cuartos (…) y echó los cuartos en el cajón donde tenían el dinero, y al tiempo que se volvió del dicho cajón sonó en el suelo como moneda, y (…) la dijo: “mire si se la ha caído algo, que parece que ha sonado a moneda”; y ella dijo: “será algún medio cuarto que se me había caído y se desvió”. Y vio que era un dedal de mujer, y la susodicha se santiguó diciendo que Marina, su hija mayor, hacía mucho tiempo que había andado buscando aquel dedal y no lo había podido hallar, y que ahora se le habían echado allí”.

Relata otro acontecimiento extraordinario ocurrido sobre la referida Mariana, cuando en una ocasión su madre “subió a mucha prisa alborotada dando voces llamando a la dicha Mariana su hija”, la cual finalmente aparecería “en la dicha bodega (…) en el suelo boca abajo y desgreñada, y la llamaron, y dieron muchas voces, y no respondió. Y este testigo entendió que estaba muerta. Y el dicho Juan Pérez, tundidor, tomó en brazos a la dicha Mariana y la subió por muerta sin menear pie, ni brazo, ni otra cosa de su cuerpo y su vida. Le dieron garrotes y volvió en sí.

Pedro de la Cuesta, zapatero que había vivido también en la casa varios años, relató que en una ocasión “oyó un gran ruido en un montón de hormas que había en la sala de la dicha casa, que las revolvían de arriba abajo, y las abrían y cerraban dando golpes en las cerraduras. (…) Y vio un bulto pequeño y fue tras él la escalera arriba dos o tres veces, y se le iba por una ventana de lo alto de la dicha casa”, y que él y su familia “estaban espantados, diciendo que no sabían que era aquello, si era alguna bruja u duende”.

Otro antiguo inquilino, Diego López de Marquina, declara que una vez “subió a lo alto de la dicha casa a proveerse y hacer sus necesidades, y estándolo haciendo le dieron un zurriagazo por detrás que no supo ni vio con qué porque era de noche, que le espantó y puso miedo, que casi no acertaba a bajar las escaleras, y bajándolas le tiraron un adobe que le pasó por el hombro derecho”. Como se puede apreciar, parece que nuestro "duende" no respetaba a los moradores de la casa ni en sus momentos más íntimos.

La mujer de Diego López, Catalina Rodríguez, declaró que un oficial de su marido que vivía con ellos, una noche mientras dormía “le habían tirado muchas piñas locas a la cama donde estaba, y que se había levantado de la cama y tomando una espada para ver y saber quién le tiraba; y que con la dicha espada había dado en un bulto que no sabía qué era, y que se había tornado a la cama; y que luego le habían quitado la ropa de la dicha cama y le habían dado muchos porrazos”. Así pues, está claro, que nuestro terrorífico huésped no se amedrentaba ante nadie, ni aun haciéndole frente con espada.

La notoriedad del encantamiento de la casa por la vecindad de Peñafiel es manifestada por varios de los testigos, como la anterior, al relatar que “más de diez y seis años a esta parte a oído decir en la dicha villa de Peñafiel públicamente y a muchas personas vecinas, que en la bodega de las dichas casas andaba y anda un duende.

María Sacristán, criada de Lorenzo López, declara que una noche, “subiendo a coger un poco de basura para llevar al río, estando sola la mataron el candil que tenía y la destocaron y arañaron la cabeza y la frente, y la rasgaron el tocado. Y de miedo se quedó desmayada en la escalera y estuvo desmayada sin poder volver en sí”.

La actitud revoltosa del duende no dejaba objeto por tocar. Así declaran: que “una noche, después de acabado de cenar, el dicho Lorenzo López, su amo, se fue y salió de casa, y dejó encima de la mesa en la sala un libro grande de sus cuentas, y su mujer se quedó sentada a la mesa y estaba en ella escribiendo. Y (María Sacristán) sentada sobre un arca, mirando cómo la dicha su ama escribía, vio como por detrás de la dicha su ama a raíz de la pared iba una cosa blanca, y dijo: “señora, mire, que va por la pared una cosa blanca”. Y la dicha su ama se levantó de la silla donde estaba sentada y dijo: “el libro que tenía aquí me lo han llevado”. Y se alborotó mucho. Y luego le fueron a buscar y hallaron el dicho libro que tenían sobre la mesa, dentro de un aposento debajo de la cama del dicho su amo”.

Parece que nuestro duende era un tanto glotón, ya que declara que “por muchos días en la bodega de la dicha casa ponían una mesa con manteles, y sobre ella pan, vino, queso y otras viandas, y que cuando volvían lo hallaban comido y bebido el vino", si bien no le gustaba irse sin pagar, ya que “dos veces hallaron en la dicha mesa dos cuartos”.

Las apariciones siguieron aun con los nuevos inquilinos de la casa encantada, si hemos de creer a los mismos, Francisco García y su mujer Catalina Núñez. Así, esta atestigua: que “una noche estando el dicho Francisco García, su marido, acostado en la cama, esta testigo estaba abajo en la tienda del portal de la dicha casa y se subió arriba a oscuras por no estar sola. Y subía por la escalera arriba rezando en un rosario. Y a la entrada del aposento donde estaba acostado el dicho Francisco García, su marido, a la mano izquierda le pareció que la asieron del brazo y topó con una cosa blanca. Y luego se espantó y dio un grito, y se fue a la cama, y se abrazó con el dicho Francisco García, su marido, y le despertó, que estaba durmiendo, y esta testigo llorando le dijo: “ay amigo que no sé quién me asió del brazo aquí”.

Finalmente, una criada de los susodichos, de nombre María, relata como Catalina López la llamó, junto a otros vecinos, para que contemplaran “unos castillos que decía que había hecho el duende. Y vio esta testigo como en el suelo de la dicha sala estaban hechos unos castillejos de naipes sobre una tabla muy puestos y muy concertados, y la dicha Catalina Núñez decía que los había puesto el duende y decía que no había de vivir más en la dicha casa”.

A lo largo de todo el proceso judicial y los múltiples testimonios incorporados, podemos llegar a entrever el alto grado de superstición popular existente en la Castilla del siglo XVI, utilizándose ésta muchas veces como treta para conseguir determinados intereses materiales como en este caso la anulación de la compraventa de la casa en cuestión. Además, el hecho de que ninguna autoridad eclesiástica interviniera, aparentemente, en los hechos, junto con la sentencia desestimatoria del corregidor, con un conocimiento directo y cercano al asunto del pleito, restaría credibilidad al mismo. Por otra parte, la estimación de la demanda por los oidores de la Chancillería dejaría mucho que desear, ya que se les presuponía un mayor nivel de conocimiento y profesionalidad jurídica que a los jueces inferiores.

desestimatoria del corregidor, con un conocimiento directo y cercano al asunto del pleito, restaría credibilidad al mismo. Por otra parte, la estimación de la demanda por los oidores de la Chancillería dejaría mucho que desear, ya que se les presuponía un mayor nivel de conocimiento y profesionalidad jurídica que a los jueces inferiores.

En cualquier caso, no está de más dejar un cierto margen para la parapsicología y la posibilidad de la existencia de nuestro "malvado duende", dando cobertura así y justificación a la extraña decisión de los oidores.


Signatura: Archivo Historico Nacional.  PL CIVILES,VARELA (F),CAJA 3305,5. 

lunes, 21 de marzo de 2022

 

El Expediente Picasso. En 2021 se cumplen cien años del llamado “Desastre de Annual”

 



En 2021 se cumplen cien años del llamado “Desastre de Annual” y de los sucesos militares ocurridos entre los meses de junio a septiembre en la Comandancia General de Melilla, que supusieron la pérdida de gran parte del ejército español en el Norte de África. El Archivo Histórico Nacional (AHN) quiere recordar estos hechos mediante esta Pieza del Mes, que se dedica a la información gubernativa encargada por el ministro de la Guerra, Luis Marichalar y Monreal, vizconde de Eza, al general de división Juan Picasso González con el fin de averiguar los antecedentes y circunstancias que ocurrieron en la citada Comandancia durante el mes de julio de 1921 y que provocaron el abandono de las posiciones del territorio de Melilla ante el ataque de los rifeños, dirigidos por Abd el Krim, de la familia de Beni Urriaguel.

Desde comienzos del mes de junio de ese año, el ejército español se había visto inmerso en una serie de actuaciones mal planificadas en la zona del Rif que dieron lugar a la pérdida del Monte Abarrán, seguida de la caída de Igueriben y Annual entre los días 17 y 22 de julio, en una cruenta batalla en la que, además, se dio por fallecido al comandante general de Melilla, Manuel Fernández Silvestre. El repliegue del ejército español se desarrollaba de manera desorganizada y con numerosas bajas personales y de material por lo que, ante tal situación, se dictó la Real Orden de 4 de agosto ordenando la instrucción de la información gubernativa. El general Picasso, juez instructor de la misma, llegaba a Melilla el 9 de agosto, acompañado del secretario y auditor de brigada, Juan Martínez de la Vega y Zegrí. Sus actuaciones comenzaron el 13 de ese mes, centrándose en la recogida de no sólo los testimonios y declaraciones de los militares que se encontraban en la Comandancia, sino también de los prisioneros que iban siendo liberados por los rifeños, quienes, antes de hablar con nadie, debían contar lo ocurrido al general Picasso por indicación del Alto Comisario en Marruecos, Dámaso Berenguer (fol.277).

Otra de las primeras acciones de Picasso al llegar a Melilla fue la solicitud a Berenguer de los planes de las operaciones ordenados por el Alto Mando en el territorio (fol.194). Sin embargo, éstos no le fueron facilitados y su campo de actuación fue limitado por la Real Orden de 24 de agosto, en la que expresamente se indicaba a Picasso que la información no debía extenderse “a los acuerdos, planes o disposiciones del Alto Mando, concretándose a los hechos realizados por los Jefes, Oficiales y tropa en las operaciones que dieron lugar a la rápida evacuación de las posiciones ocupadas por nuestras fuerzas” (fol.411)1 . Entre los meses de agosto de 1921 y enero de 1922 el juez instructor y el secretario fueron reuniendo una voluminosa documentación que reflejaba la situación de la Comandancia durante esos meses y en años anteriores: declaraciones de testigos; estados del material, fuerza y ganado; órdenes militares y partes de operaciones en esos periodos; telegramas y conferencias telegráficas; información sobre las evacuaciones; obras realizadas en la zona; planos de las posiciones y caminos; y otros documentos. A lo largo de este tiempo, Picasso y Martínez de la Vega fueron testigos de todo lo que iba ocurriendo en el territorio de la Comandancia de Melilla hasta que a finales de enero del 1922 el Juzgado de Instrucción se trasladó a Madrid para concluir la información gubernativa. Ésta terminó con el informe de Juan González Picasso, firmado el 18 de abril de 1922 y formado por un resumen de las actuaciones militares entre el mes de julio y comienzos del mes de agosto de 1921 (fols.2172-2413) y la conclusión final (fols.2413-2417), a la que se dedica un apartado especial en esta Pieza del Mes. En ella, Picasso expone las dificultades encontradas para la realización de la información, resumiendo la pérdida de ciento treinta posiciones españolas debido a la desmedida expansión del territorio y apuntando como causa la conducta del ejército de ocupación, relajado en el desempeño de sus funciones y con defectos en su preparación y moral. Es muy significativa la reflexión que realiza sobre la responsabilidad directamente relacionada con la autoridad, indicando que debía imputarse en primer término al Mando que con “inconciencia, con incapacidad, con aturdimiento o temeridad ha provocado el derrumbamiento de la artificiosa constitución del territorio”, y, en segundo lugar, “a todos aquellos según su medida y grado, que no respondieron a sus deberes militares”.

Picasso focaliza una parte de su informe en el día 22 de julio, recalcando cómo en la Comandancia de Melilla existía una fuerza oficial de 19923 hombres disponibles y un territorio extenso con numerosas posiciones dispersas, deficientemente organizadas y mal abastecidas. Incide, igualmente, en la existencia de múltiples cabilas armadas en la retaguardia y en la falta de líneas de apoyo para casos de repliegue, circunstancias que, junto con la acumulación de fuerzas en el frente y otros factores, tuvieron como consecuencia una retirada desastrosa y desordenada de las tropas españolas. Concluía su informe con estas palabras:

Y condensando en un juicio definitivo los acaecimientos del territorio, puede aducirse la aseveración del P. Alfonso Rey, religioso franciscano de la Misión de Nador, que preguntado - folio 405 vuelto - por las causas que en su concepto hubiesen provocado los sucesos, encierra su opinión en el aserto o sentencia de que los atribuya “al abandono en que estaba la vigilancia antes de declararse y al miedo después que comenzaron”

La información gubernativa, denominada también Expediente Picasso, consta de 10 piezas y 2418 folios y fue enviada al ministro de la Guerra el mismo 18 de abril. Independientemente de las repercusiones que tuvo a nivel político y social, fue utilizada como información fundamental por varias instancias judiciales y por las Cortes. En primer lugar, por Real Orden Comunicada del Ministerio de la Guerra de 21 de abril de 1922 se remitió al Consejo Supremo de Guerra y Marina para que el fiscal militar elaborara un dictamen. Éste, de 28 de junio de 1922, sirvió de base para que el citado Consejo acordara la formación de varias causas para depurar.




Archivo Histórico Nacional. FC-TRIBUNAL_SUPREMO_RESERVADO,Exp.50,N.10 El Expediente Picasso.

  

EL MORRILLO DE SEGOVIA ¿UN CASO DE “MEMORIA HISTÓRICA” DE LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES?



 


 

En la historia de las naciones y de los pueblos (de todos) suceden acontecimientos traumáticos que influyen en las vidas no solamente de las generaciones que las viven, sino también de aquellas personas que, no habiéndolas padecido directamente, sufren sus consecuencias y sus secuelas décadas o incluso siglos después. Europa no es ajena a esto, pues tenemos una amplia experiencia en guerras que, siendo ya antiguas, aún proyectan su larga sombra sobre nosotros. Es el caso de ambas Guerras Mundiales o de la Guerra Civil Española que, años después de finalizadas, han seguido teniendo consecuencias de muy diversa índole en las naciones que las padecieron.

No obstante, no debemos pensar que esto es algo que afecta sólo a estos acontecimientos relativamente recientes en nuestra Historia. Otros conflictos de nuestro pasado generaron preocupación e inquietudes en generaciones que no las vivieron incluso muchos años después, cuando sus rescoldos se creían ya apagados. Algo así es lo que sucedió en la ciudad de Segovia en relación con la Guerra de las Comunidades más de cien años después de que ésta acabara.

En el verano de 1629, durante ciertas obras en la iglesia de Santa Olalla (Santa Eulalia) de Segovia, fue encontrada una columna como del tamaño de un hombre con una pequeña argolla de hierro en lo alto de la misma. Se trataba de lo que en la ciudad había sido conocido como “el morrillo de los comuneros”, que presidía el lugar en donde éstos formaban sus juntas durante la guerra desarrollada en Castilla entre los años 1520 y 1521 y en la que tanto se significó la ciudad de Segovia.

El hallazgo de la columna y la decisión del párroco de Santa Olalla de colocarla en la plaza frontera a la iglesia desató un revuelo y una inquietud que no sólo afectó a la ciudad y a sus autoridades, sino que llegó a conocimiento del rey y de su más importante brazo gubernativo, el Consejo de Castilla.

Conociendo los problemas de orden público que la exhibición en lugar tan a la vista podía crear este símbolo de agitaciones pasadas, el corregidor de la ciudad, Gonzalo Rodríguez de Monroy, mandó retirarlo bajo el pretexto de que el párroco de Santa Olalla había pretendido extender la jurisdicción eclesiástica propia de su iglesia más allá de los límites convenientes, ampliándola a una plaza pública. A las pocas horas de su retirada, el morrillo volvió a ser alzado, esta vez dentro de los terrenos afectados por la inmunidad eclesiástica, sustrayéndola por tanto de la jurisdicción civil del corregidor. Este desacato, unido a los rumores que afirmaban que, al amparo de la noche, varios desconocidos habían vuelto a juntarse en el morrillo aumentó aún más, si cabía, la preocupación de las autoridades.

Las principales sospechas recayeron sobre el párroco que, sabiendo lo que significaba la señal encontrada en su iglesia, sólo podía pretender con su exhibición pública recordar al pueblo pasadas alteraciones contra la autoridad real y tal vez alentarles a otras nuevas; o bien evocar maliciosamente antiguas infamias que afectarían al honor de algunas familias de la ciudad. Sea cual fuere la inocencia o la intención del párroco, la intervención del obispo Moscoso y Sandoval fue decisiva pues con él se concertó el corregidor para, aprovechando la discreción de la noche, sacar el morrillo de la plaza en una carreta y, llevándolo a la plazuela del Alcázar, despeñarlo por el barranco para posteriormente hacer añicos cualquier resto que quedase.

Del morrillo de los comuneros de Segovia no quedó vestigio para la posteridad y las perturbaciones sociales que, tal vez como catalizador de problemas subyacentes, había originado su redescubrimiento más de un siglo después del final de la guerra, se fueron apagando gracias a la prudencia del corregidor Rodríguez de Monroy que impidió que se abriera proceso alguno contra los ciudadanos inquietos y disuadió las reuniones levantiscas y los corrillos nocturnos. Las palabras del corregidor en toda la gestión de asunto del morrillo son más que significativas: no despertemos a los que duermen.[1]



[1]    Archivo Histórico Nacional. CONSEJOS,7146, N.59

lunes, 7 de marzo de 2022

 


ABANICOS HEREJES


Fermín Mayorga 


La Inquisición española, también llamado el Santo Oficio, fue creado por los Reyes Católicos en 1478 para proteger la religión católica frente a los herejes, como los falsos conversos. Sin embargo, esas primeras atribuciones fueron aumentando con el tiempo y se convirtió en una herramienta de control para la monarquía.

Por raro que parezca, las labores inquisitoriales también pusieron sus miradas en la moda y existieron actas contra aquellos objetos que no seguían los cánones establecidos para la moral de la época. Generalmente se trataban de complementos que llevaban dibujos o adornos “demasiado indecentes”, donde había desde barajas de cartas, tabaqueras, pañuelos, relojes o incluso abanicos. Estos procesos tuvieron lugar en su mayoría durante los siglos XVIII y XIX, debido a las nuevas modas.

De entre todos estos casos nos ha llamado la atención el realizado contra el abanico, ese objeto cuyo origen se remonta al Antiguo Egipto y no fue hasta principios del siglo XIV cuando aparecen las primeras referencias en la península. Ya a finales del XVIII, el abanico español era de los que tenían mejor fama debido a su calidad. Fue tan importante la entrada de este utensilio en España, que ya en el siglo XVII existía el cargo de abaniquero real. Sin embargo. se comenzó a asimilar al abanico como parte del cortejo amoroso y por tanto como un instrumento que incitaba la seducción, más allá de su utilidad estival. Esto pudo hacer que la inquisición estuviera al loro con estos “depravados” instrumento,

Encontramos dos procesos contra este objeto tan «peligroso» para la moral y tan útil en tiempos de calor. En uno ellos, el abanico llevaba impreso una escena de Jesús con la Samaritana, donde este le pide agua para beber según el Evangelio de Juan. El problema fue que los inquisidores vieron que la mirada de Jesús era algo lasciva (o quizá mucho) motivando que el impúdico abanico fuera retirado de la circulación.

El proceso más curioso de todos fue a principios del siglo XIX, en los últimos tiempos de la Inquisición (abolida definitivamente en 1834) y en la ciudad de Valencia. Se trató del abanico que representaba “el amor es de toda edad”. En él se muestran varias escenas de parejas con un ángel y dos versos en cada una de ellas.

                                          Abanico el sexo no tiene edad

El abanico, cuyas escenas representaban para los inquisidores el amor profano, fue retenido en la Real Aduana de la capital del Turia y entregado a la Inquisición (no sabemos si con grilletes) el 30 de septiembre de 1806 y cuyo expediente se inició el 8 de octubre.

Tras iniciar el procedimiento, llegó a mano de los calificadores como fray Miguel Gadea, que aseguraba que el amor profano que representaba el abanico inducía a la lascivia y por tanto debía ser prohibido. Tuvo a alguno de los implicados en su defensa, como el propio fiscal del caso, pero finalmente triunfó las tesis de los que querían prohibir su venta, debido a que mostraba la vida como un “camino de deleite más propio de los animales que los humanos”.

Aunque se trató de casos muy anecdóticos, en tiempos que la inquisición se estaba extinguiendo, resulta curioso como en algunos procesos podemos hablar de la inquisición contra la moda.

Desde el inicio de la Revolución Francesa, los distintos bandos enfrentados tuvieron claro que debían apelar a las armas de la publicidad para atraerse al contrario y generar una corriente de opinión pública favorable a sus postulados.

Además, ninguno era indiferente a las alianzas internacionales que representaban un verdadero peligro diplomático y militar a la cercada Francia revolucionaria. Lo mejor era estar bien informado de lo que tramaban los países vecinos y tomar medidas. Una de esas medidas consistió en tejer una red de información desde el corazón, los ministerios parisinos y los clubs políticos, que alcanzaba a las autoridades locales, quienes protegían a espías y emigrados políticos. Desde Francia se había orquestado un complot publicitario contra la Monarquía española. Cada día salían de los tórculos franceses hojas volanderas, folletos, sátiras, pasquines, carteles, proclamas, poesías y caricaturas con el firme propósito de denostar a Carlos IV y mostrar como referente los beneficios que había traído una revolución a Francia. Así pues, el juego consistía para unos (los franceses) en ser más listos que el contrario para introducir estos materiales revoltosos y en los otros (los españoles), en estar más vigilantes para capturar al introductor, requisar la mercancía sediciosa y mover los hilos diplomáticos para averiguar quién estaba detrás de estos escritos. Es el caso de un abanico, custodiado en el Archivo Histórico Nacional, con una imagen grabada de la toma de la Bastilla, interceptado por el comisario inquisitorial de Bilbao en 1789.


Abanico Toma de la Bastilla 

La Inquisición jugó un papel determinante como policía encargada de este cordón “sanitario”. Los comisarios distribuidos por los puertos y fronteras redoblaron sus pesquisas. El trabajo era desbordante y condenado al fracaso. Era fácil introducir esta literatura revolucionaria porque tenía el formato adecuado para ocultarla (folletos de pocas hojas y tamaño pequeño, folios sueltos, etc.) en los forros de los abrigos, en el interior de los sombreros, entre comida o cereales…

Hasta la fecha fatídica del dos de mayo de 1808, Napoleón fue una figura tremendamente atractiva en España. Las comparaciones con Godoy erosionaban al español. La estrella del Príncipe de la Paz se apagaba frente a la brillantez del cónsul Bonaparte. En 1801 España estaba atrapada entre sus redes por el Tratado de Aranjuez. En 1804 Napoleón finiquitaba el Consulado y se nombraba Emperador de los franceses. El corso bien sabía el valor de estas campañas publicitarias como años atrás habían amañado los girondinos primero y luego los jacobinos. De ahí que desde 1799 su figura fuera omnipresente en la prensa, en la literatura y en imágenes. David fue el pintor oficial de la parafernalia bonapartista y uno de sus cuadros más famosos fue precisamente la coronación de Josefina como emperatriz. Como sucede con estos cuadros de aparato, la imagen pasó simplificada y modificada a multitud de grabados y dibujos, uno de los cuales es este curioso abanico, interceptado por el Tribunal de la Inquisición de Barcelona en 1805.

                                Abanico representando la coronación de Josefina como emperatriz por Napoleón

martes, 22 de febrero de 2022

 

LAS HIPOLITINAS DE MÁLAGA. SECTA SEXUAL DEL SIGLO XX EN LA CIUDAD DE MÁLAGA. 

FERMÍN MAYORGA


Se llamaba Hipólito Lucena Morales y era el párroco de la iglesia de Santiago. Era un buen sacerdote, muy querido por sus feligreses y buen dinamizador de su parroquia. No he conseguido localizar ningún retrato suyo, pero me lo imagino atractivo y bien plantado. Había fundado una orden, las hipolitinas, cuyas profesas, escogidas entre lo más granado de la sociedad malagueña, ofrendaban su sexualidad a Cristo, representado en la propia persona de don Hipólito, en una ceremonia íntima que tenía lugar en la iglesia de la Merced. Y estalló el escándalo.

Iglesia de la Merced de Málaga

Hipólito Lucena Morales había nacido en Coín en 1907. Era hijo de Francisco y María de la Fuensanta, padres que suponemos muy piadosos porque tuvieron otros dos hijos sacerdotes. A los diez años Hipólito, ya huérfano, ingresó en el Seminario donde terminó todos los cursos con brillantez y aprovechamiento, de manera que a los 23 años, en 1930, fue ordenado sacerdote. Al iniciarse la Guerra Civil fue detenido junto a otros 48 sacerdotes y sufrió persecución por la Justicia. La Providencia quiso que no fuese fusilado, aunque sí lo fueran sus hermanos Hilario y José, también sacerdotes.

José Manuel García Agüera, en sus Crónicas de Coín, trazó el perfil biográfico de don Hipólito. Gracias a él sabemos que fue nombrado en 1939 cura ecónomo de la parroquia de Santiago por el obispo Balbino Santos Olivera. Desde este puesto adecentó su iglesia, que había quedado bastante dañada a causa de la guerra. Colaboró en la reconstrucción de la Semana Santa, especialmente en las cofradías del Rescate y del Rico. De gran formación intelectual, don Hipólito fue profesor del Seminario e impartió las asignaturas de filosofía, teología moral, derecho e historia de la Iglesia. Ocupó los cargos de fiscal de la Curia, examinador y juez prosinodial, miembro de la Junta Catequista Diocesana, consiliario del Patronato de Protección a la Mujer, consejero de la Caja de Ahorros de Ronda, miembro de la Junta Diocesana de Enseñanza de Religión, etc. Por todos sus méritos Ángel Herrera Oria le nombró en 1949 arcipreste.

En cualquier caso, repetimos, don Hipólito fue un sacerdote muy querido y popular entre la feligresía malagueña. Fue creador e impulsor de varias asociaciones religiosas, de las que también fue su director espiritual. Entre todas ellas destaca la de las hipolitinas. Oficialmente daba cabida a señoras y señoritas de la buena sociedad malagueña que prestaban ayuda a niños pobres y abandonados y a familias necesitadas, por lo que en sus días fue muy aplaudida. Sin embargo, pronto empezaron a surgir sospechas. Había quien afirmaba que en su orfanato se recogían, además de niños abandonados, los frutos sacrílegos de las relaciones del director espiritual con sus hermanas. Se decía que don Hipólito celebraba en la iglesia de la Merced desposorios o matrimonios místicos, envueltos en éxtasis. Aclaremos para mejor comprensión del lector que la iglesia de la Merced, que dio nombre a su plaza, había sido arrasada e incendiada en los tristes sucesos de mayo de 1931. Funcionaba en los años cincuenta como anexo de la parroquia de Santiago y, a pesar de que mantenía su estructura en bastante buen estado, nunca llegó a ser reconstruida. La iglesia de la Merced se utilizaba también como cine y salón parroquial.

Las primeras denuncias procedieron, al parecer, de algún marido que no llegaba a entender las necesidades espirituales de su esposa. En 1959 se abrió una investigación por parte del Vaticano que trataba de esclarecer qué había de herejía o de psicosis en todo este asunto. Don Hipólito fue conducido en secreto a Roma y allí se le rasparon las manos, símbolo por el que se borraba el privilegio de consagrar. Fue encerrado en un monasterio de los Alpes austriacos. La iglesia de la Merced fue demolida en 1963.

Zoilo Montero, propietario de la tienda de ultramarinos que hay frente a Santiago, conoció a don Hipólito. Me cuenta que «hizo cosas buenas y que nunca la parroquia tuvo tanta vida como en los años cincuenta, lo que tiene mérito porque fueron años muy difíciles. Era muy querido y se ganó el favor de sus feligreses gracias a sus obras de caridad y de apostolado.» Rafael Aldehuela afirmaba que «don Hipólito fue siempre un buen cura, pero no por ello dejó jamás de sentirse hombre y víctima de sus pasiones».

Hipólito Lucena pasó sus últimos años de vida en Coín, dedicado a sus lecturas y oraciones. Allí se le veía pasear lentamente, abrigado con su boina y su bufanda. Falleció en 1981.

 

martes, 9 de noviembre de 2021

 


Beato de Tábara (968-970) y Donación del Cid al Monasterio de Silos (1076)




Pocas biografías medievales habrá tan apasionantes como la de Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador. Afamado en vida, al poco de morir sus hazañas ya corrían en boca de juglares y los clérigos componían cuidados versos o redactaban historias latinas para celebrar sus victorias contra sus enemigos almorávides o los mestureros que rodeaban a Alfonso VI. En definitiva, el interés por el guerrero castellano no se achicó con el paso del tiempo sino todo lo contrario.

Sin embargo, mientras que su vida pública pasó a crónicas y textos literarios, quedaron en el olvido de los archivos eclesiásticos los documentos que mostraban la actividad cotidiana de Rodrigo Díaz como un hombre más que seguía las pautas de la sociedad medieval. Buscar estos documentos para completar la biografía cidiana fue mérito de los historiadores del Renacimiento y Barroco por lo que hay que citar con admiración los nombres egregios de Sandoval o Berganza. Así lograron completar el relato cada vez más exaltado de las grandezas del Cid con la humildad de los textos más prosaicos contenidos en los pergaminos altomedievales. En ellos Rodrigo Díaz aparece aconsejando a los reyes Sancho II y Alfonso VI en cuestiones judiciales, actuando como testigo en donaciones o en eventos de suma importancia para el reino, como la apertura del arca santa de Oviedo o la traslación de la sede episcopal a Burgos.

Los medievalistas han rescatado una sesentena de referencias documentales relativas al Cid y a su familia directa. Ahora bien, en casi todas aparece como actor secundario, como situado en una zona de penumbra. Por eso, los documentos expedidos por Rodrigo Díaz como emanación de su voluntad son muy raros. Se cuentan en este reducido grupo la donación que hizo a la Catedral de Valencia con su suscripción autógrafa junto a la de Jimena, ya viuda, ampliando los regalos de su difunto marido o la cada día más polémica carta de arras de la Catedral de Burgos.

Con la misma generosidad que había cubierto al obispo Jerónimo de Perigord en Valencia lo había atestiguado muchos años antes en el corazón de Castilla. Estando en San Pedro de Cardeña, monasterio siempre ligado a la suerte del Cid, regaló al cenobio benedictino de Silos dos villas de su propiedad. Pequeña cosa si comparamos ambas donaciones, pero es que en 1076 Rodrigo Díaz era uno más de los muchos guerreros hidalgos que rodeaban al rey. Aún no era el famoso vencedor de mil lances que le reportarían riqueza y prestigio.

La redacción material del pergamino corrió a cargo de un monje, Munio, poniendo por escrito la voluntad del matrimonio formado por Rodrigo Díaz y Jimena de obtener la protección de la Virgen y una muchedumbre de santos (los apóstoles Pedro y Pablo, los santos Andrés, Martín, Millán y Felipe). Este acto de sumisión a los designios divinos confiando en la providencia divina, pero buscando su activación mediante la entrega gratuita de bienes raíces, era muy común en la Edad Media. Son conocidas como las donaciones pro remedio animae mea.

 

La guerra submarina y sus repercusiones propagandísticas: el incidente del “Baralong”.

 


La guerra submarina y sus repercusiones propagandísticas: el incidente del “Baralong”. La guerra submarina fue una de las grandes novedades de la I Guerra Mundial. Las acciones más conocidas y de más trascendencia de cara al público fueron sin duda los ataques de los submarinos alemanes a buques mercantes. Este tipo de ataques estaba regulado por las “Reglas del crucero” (convenciones relativas al ataque de un buque mercante por un buque armado). Según la Declaración de Londres relativa a las leyes de la guerra naval de 1909 una embarcación desarmada no podría ser atacada sin previo aviso, y en caso de que se quisiera capturar el barco o destruirlo se deberían tomar las medidas adecuadas para garantizar la seguridad de la tripulación. Alemania actuó así en un primer momento, pero los submarinos quedaban muy expuestos al actuar de esta manera, además de que no disponían de espacio para alojar a las tripulaciones capturadas.

La obligación de cumplir estas normas resultó aún más peligrosa para los sumergibles alemanes a raíz de la aparición de los Q-ships, también conocidos como navíos señuelo, barcos mercantes armados con cañones y ametralladoras ocultos, cuyo fin era engañar a los submarinos haciéndoles creer que se trataban de barcos indefensos para que aquellos realizaran ataques en superficie. Esto hizo que los U-Boote recurrieran cada vez más a la política de disparar primero y preguntar después.

 



Esta guerra submarina sin restricciones llevó a uno de los episodios más dramáticos de la guerra con el hundimiento del trasatlántico Lusitania, en el que murieron 1.198 personas entre pasajeros y tripulantes. Su repercusión pública y las exigencias de Estados Unidos hicieron que Alemania diera marcha atrás y volviera a aplicar las reglas del crucero, hasta que a principios de 1917 reanudó la guerra submarina sin restricciones, incluso sabiendo que esto haría entrar en guerra a los Estados Unidos.

La guerra submarina tuvo también su reflejo en la propaganda de la época, intentando cada bando volver la opinión pública a su favor e, incluso, lograr que entraran en guerra países hasta entonces neutrales. El citado caso del Lusitania fue ampliamente difundido para poner de relieve la crueldad de los submarinos alemanes, pero los alemanes también pudieron airear algún caso para justificar su actitud y mostrar el peor lado de sus enemigos.

 


El caso más famoso y publicitado fue el incidente del Baralong, un Q -ship británico que el 19 de agosto de 1915, enarbolando la bandera estadounidense, se acercó hasta el submarino U-27, que acababa de detener al mercante Nicosian a 130 kilómetros al sur de Queenstown (Irlanda). El Baralong fingió ir a rescatar a los tripulantes del mercante, que iba a ser hundido por llevar material de guerra, y que ya estaban en los botes salvavidas, pero cuando llegó a distancia de tiro abrió fuego hundiendo el submarino. Los tripulantes alemanes que lograron salvarse a nado fueron muertos a tiros en el agua, lo mismo que el grupo de abordaje que se encontraba en el Nicosian.

Hemos traído aquí parte de los distintos documentos difundidos por los distintos gobiernos para condenar o justificar el incidente del Baralong. También presentamos otra obra de la propaganda germánica destinada a justificar su actividad como represora del contrabando de guerra.

                                                          

La propaganda siempre ha estado presente en las guerras. Aquí hemos visto cómo se adapta a las nuevas guerras