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domingo, 9 de abril de 2017

Expediente que remite el Tribunal de Llerena contra Don Diego Blázquez y otros Vecinos de Villanueva de la Serena por Varios Hechos Cometidos en el Entierro de un Perro.

Tubo principio por delación que hizo al tribunal el 30 de agosto anterior ad. Pedro Nazareno Nogales, diciendo que denunciaba el hecho escandaloso ocurrido el 25 del mismo en desprecio de la religión y otras santas ceremonias.
Dice el testigo: que Don Diego Blázquez, Administrador de Rentas Reales, Don Galo Díez Madroñero, Gobernador de aquel Partido y otros de quienes no se acuerda, pero si que hubo algunos oficiales del Regimiento de Mallorca, así como paisanos y sacerdotes seculares por una parte; y por la otra, Don Tomás Cortés, los SS. Bargueños y otros sujetos, quienes habiendo ido a probar un galgo de Don Diego Blázquez con otro que llevaba Don Tomás Cortés y estando preparados unos y otros para charquear al que perdiese, perdió el de Cortés. Blázquez con los de su partido en la noche del mismo día, formó un entierro en el que iban varios en dos filas a caballo con luces, y en medio, Blázquez haciendo que lloraba, y otro, levaba un palo largo y en el un paño  negro que hacía de manga o pendón. También llevaban un copón o cofre cubierto de otro paño negro con listas encarnadas, simulando que venía allí muerto el perro que había perdido, viniendo detrás tres o cuatro muchachos con camisas blancas figurando sobrepellices y llevando una especie de bonete. Los participantes cantaban unas coplas, al parecer sacadas por un oficial de dicho Regimiento, como si fueran salmos y los cantaban en el tono que usa la Iglesia en los entierros de los fieles.
Que enfrente de la casa de este delator pararon y pusieron una mesa, sobre ella colocaron el figurado ataúd, y los muchachos entonces, en tono de responso, cantaron otra canción. También hicieron, según le parece haber oído, el asperger y rociar con una escoba el ataúd del perro, y utilizaron un puchero y calabazón pendiente de unas cuerdas a modo de incensario con el que incensaron la dicha caja, y que detrás iban unas mujeres haciendo de lloronas, lo que creé se repitió en varias calles del pueblo.
Que de otras particularidades escandalosas que hubo en otras cosas, no tiene la debida noticia, pero que habiendo sido todo público, podrá averiguarlo el tribunal si lo tiene por conveniente. Que le han dicho que el Gobernador no asistió, pero que talvez fue  el que fomentó esta diversión o a lo menos la aprobó. Que el cura y los sacristanes le dijeron que intentaron llevarlos, pero que el cura les mandó se quedaran en su casa hasta tarde en la noche, diciéndoles el cura que no asistiesen.
Que este delator ha visto un papel que en su principio dicen los dos versos siguientes se digan en lugar de versículo, que después siguen otros versos en dos divisiones y en cada una principiaban con la voz de los salmos y al fin una canción o letra como responso.
Que en estos últimos años la gente común ha vestido un mono en los días de carnaval que llaman Pelele, y que antes de la cuaresma le han hecho su entierro, haciendo uno de cura estando vestido ridículamente, y que también figuraban responsos y remedaban el tono que utiliza la Iglesia en los entierro; cuya diversión pudiera tener disimulo por la clase de gentes que la hacían, pero que el hecho practicado por los principales del pueblo y tolerado por el prelado eclesiástico, será un ejemplo que estimulará a las gentes a repetir en carnaval este escándalo con nuevas circunstancias, aunque le deben el concepto la gente común, de que la ignorancia y la ociosidad y no la religión son la causa de ello.
El delator reconoció su delación añadiendo, entre otras cosas, que todo el pueblo podía deponer sobre el hecho y particularmente cuatro sujetos que nombra. (Lo ratifica).
Primer Testigo.
En su consecuencia se examinó a Don Pedro Flores, dependiente de Rentas Provinciales, de estado viudo y uno de los citados por el delator, quien dijo: “acordarse de una procesión que con otros formó Don Diego Blázquez, administrador de dichas rentas, figurando la muerte y entierro de un galgo por haber corrido menos que el otro con el objeto de charquear así a los amos. Comenta la noche en que se hizo, y señala los sujetos que iban en ella, que eran Juan Delgado el relojero, Francisco Cabezas, Alfonso Gijón, José Llanos, el hijo del Gobernador y otros muchos a caballo, y en medio Don Diego Blázquez haciendo que lloraba, que otro iban vestidos de mojigangas con una especie de incensario, y otro con un género de manga y una cruz de caña; pero que luego que lo advirtió el Don Diego Blázquez, la quitó desde el caballo por lo que se lastimó un dedo y que al día siguiente se lo manifestó. Detrás iban las mujeres llorando y se encaminaron a la casa de Don Tomás Cortés, en donde cantaron aunque no sabe el en que tono, pues con el bullicio nada se percibía.
 Preguntado si vio algunos con sobrepelliz y bonetes dijo: que cuando se estaba preparando la función, vio en medio del gran concurso al hijo de Don Alonso… (no se lee bien el apellido) al parecer de Sobrepelliz y bonete, y que al salir de la casa ya no lo llevaba; y se presume que el dicho Blázquez se lo mandó quitar, por razón de que se lo encargo éste testigo por cierto sujeto. Que le dijo a Don Diego Blázquez: “cuidado con lo que se hace en la broma, no se mezclen ceremonias que pertenezcan a la Iglesia”, a lo cual respondió, “no lo quiero yo, pondré en ello mucho cuidado”; y que observó que las luces eran cañas untadas con pez.
Que se acuerda haber oído, sin saber a quién, que en la casa de Don Alfonso Bargueño esperaban a los de la procesión con una calavera, velas encendidas y un letrero que decía, “Con eso al los del Haba” intentando así evadirse del chasco que se temían; lo cual no se verificó porque noticiosos los de la procesión de este preparativo echaron por otra calle. (El testigo lo ratifica).
Segundo Testigo
Lo mismo viene a decir Don Vicente Vierini, cura de dicha población, excepto que nada habla de cruz sino de pendón, y cita a uno solo de los sujetos que es el testigo anterior como asistente, y cinco más todos jóvenes como de 16 a 20 años. Que Don Juan de Amaya, uno de ellos, al pasar por la casa de éste testigo preguntó: “¿Señor cura, y quién cobra los dineros de este entierro?”. Que también tiene noticia que en la casa de Don Alfonso Bargueño esperaban a los de la procesión los del partido opuestos y preparados para hacer con ellos un atentado.
No dice el cura lo de la calavera y velas ni se le preguntó. También cuenta que dos sacristanes fueron invitados a cantar, y que habiéndoselo dicho éstos, se lo prohibió y no salieron. (Lo ratifica).
Tercer Testigo
Don Ángel María Yusta, presbítero, otro de los citados, dice por estar convaleciente de unas calenturas: “que por el mucho gentío no pudo observar lo que pasaba en dicha procesión por no poder girar mucho la vista, y que se retiró al interior de su sala; pero que si advirtió que en ella iba Blázquez y un procurador de causas llamado Miguel Cortés, que llevaban un ataúd y detrás unas mujeres haciendo de lloronas y unos muchachos con una especie de sobrepelliz y bonete, aunque no podía asegurar que fuese lo uno o lo otro. Que tiene noticias de que dicho Blázquez fue reconvenido de que no ridiculizase con una broma profana las ceremonias eclesiásticas, y que había contestado, “que nada de esto permitiría él”; y que en casa de Bargueño tenían una cosa preparada para chasquear a los de la procesión. (No dice cual era porque lo desconoce, pero lo ratifica)
Cuarto Testigo
Examinado Juan Ciudad, sacristán de aquella parroquia, de estado casado y de edad de 26 años, dijo: que no vio bien la mojiganga porque anduvo como huyendo por haberle invitado Don Diego Blázquez para que cantase unas coplas de la muerte del galgo, a lo que se remitió. Que el entierro consistía en una procesión que salió de casa de Don Diego con muchos hombres a caballo, muchas luces y mucho gentío, donde iba una especie de féretro donde se supone que iba el galgo, un paño negro puesto en un palo, dos mujeres detrás de lloronas, unos muchachos encaminados cantando las coplas y un hombre disfrazado con un puchero en lugar de incensario. Que sabe que una de las coplas principiaba lo siguiente: “Ya Don Tomás Mora no podía levantar cabeza”, que no pudo entender con el bullicio si el tono en que las cantaban era parecido al de difuntos pero que sabe, que con las coplas había una antífona para cantarla al Don Tomás. (Lo ratificó)
Informe del Comisario de Villanueva de la Serena
El Comisario informa bien del delator y testigos, comentando Don Diego Blázquez: que siempre ha sido tenido por su ingenio como un loco y que su conducta es poco escrupulosa; más en punto de religión no tiene más nota que vivacidad y poco reparo en hablar. Que los demás son jóvenes del día pero no notados en punto de religión ni de públicos extravíos, y que se persuade de que todos los autores y concursantes no tuvieron otro objeto que la diversión y la broma; pero que con todo, dicha diversión para algunos fue escandalosa y no bien vista por otros. Para el gentío los hechos ocurridos son cosa de carnaval, y que hace ya algunos años, según está informado, que el populacho en los días próximos a la cuaresma hacen otra procesión semejante y aun más viva que el entierro del Pelele; ya que hacen un hombre con mono relleno de paja y lo pasean por las calles de Villanueva hasta que terminan quemándolo. Que creé el comisario, que todo esto sea digno de remedio con las providencias que el tribunal tenga por conveniente.
A instancia fiscal se sacó extracto del hecho y sus circunstancias, siendo los calificadores Don José María Ramos y Don Lorenzo Igual de Soria.[1] (Se desconoce si hubo sentencia o no, ya que no aparece en el expediente).
Curioso el supuesto entierro del perro de Villanueva de la Serena. Un acto que consistía en humillar con evidencia sana, al grupo que quizás apostara por el perro perdedor, pero eso si, la Inquisición ante la realidad de ser los delatados personajes sujetos de gran relevancia en la población, decide archivar el caso y no poner sobre la picota a elementos de sobresaliente reputación.   
Estos han sido los blasfemos de Villanueva de la Serena que fueron condenados y no castigados, como este último caso por la Inquisición, hombres y mujeres que tuvieron que sufrir en sus carnes el ataque cruento, la humillación y la vergüenza de los hombres del Santo Oficio extremeño.



[1] AHN, Inquisición, Legajo 3723, Exp. 90.

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