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domingo, 9 de abril de 2017

LOS JUDAIZANTES DE HORNACHOS


 El tema de los Judeoconversos resulta central en el estudio de la inquisición, dado que sirvió de argumento para la instauración de la institución en la península y constituyeron el objeto primordial de persecución en toda su historia.
Las causas que se han aducido para explicar esta animadversión hacia la minoría son diversas, aunque se pueden reducir a dos tipos: religiosas y socioeconómicas. Con todo a mi juicio, dominan las segundas sobre las primeras a juzgar por el contenido de la documentación que existe sobre el tema.
Los cristianos nuevos no constituían una comunidad jurídicamente reconocida como tal. Tras el bautismo habían dejado de pertenecer a la comunidad judía, que sí había tenido esa entidad, para integrarse oficialmente en la mayoría cristiana. Socialmente, al judeoconverso se le reconocía, sobre todo como miembro de un grupo familiar que tenia relaciones e intereses a los que estaba vinculado. No era suficiente con tener un remoto origen judío para formar parte de la comunidad, era preciso estar incluido en las redes de relaciones que la sostenían. El que tomaba la decisión de romper dichas relaciones para reemplazarlas por otras establecidas fuera del ámbito de la comunidad, por mucho que tuviera antepasados judíos y que esto le causara cualquier quebranto en algún momento de su vida, quedaba excluido de ella.
La religión prohibida solo podía practicarse bajo el amparo del secreto. Sus fieles permanentemente amenazados por la represión inquisitorial, hubieron de buscar refugio en un contraído espacio clandestino para dar testimonio de su fe. Sus vías de contactos con el judaísmo estuvieron reducidas durante mucho tiempo a la lectura del antiguo testamento, que la iglesia mantenía en su propio canon bíblico, y a los edictos publicados por los inquisidores, a través de los cuales rememoraban las prácticas rituales.
Las condiciones de aislamiento y clandestinidad en que vivieron las comunidades judeocomversas no sólo explican el nacimiento del marranismo, sino también su definición como doctrina y como práctica religiosa. Sin la predicación de los rabinos ni el apoyo de los textos la doctrina fue empobreciéndose, hasta quedar reducida a la esencia de la profesión de fe. La idea de que la salvación sólo era posible obedeciendo la ley de Moisés la subrayaban con manifestaciones reiteradas sobre la invalidez de la religión cristiana, lo cual respondía a su necesidad de preafirmación ante la doctrina religiosa dominante. El rechazo quedo en las manifestaciones verbales, como iremos observando en los distintos procesos.
 El marrano nunca pretendió elaborar una religión alternativa al judaísmo tradicional, sino comportarse como un buen observante de la ley de Moisés. Efectivamente los marranos hacían lo que podían, practicaban el judaísmo en las circunstancias en que vivían. Fueron conscientes de sus limitaciones y de la  mirada persecutoria de la inquisición y sus aliados. 
Las comunidades marránicas estaban permanentemente sometidas al impacto de la cultura dominante. Su vida cotidiana se hallaba regulada por el calendario cristiano, escuchaban la predicación realizada desde el púlpito, participaban en las celebraciones de la liturgia cristiana, estaban en contacto continuo con imágenes sagradas, rosarios y demás objetos propios de esa cultura dominante. Los marranos se encontraron en una situación difícil que amenazaba con ahogar la religión que profesaban si ésta se recluía en la intimidad personal y perdía su carácter social. El secreto con que se protegían delimitaba un espacio cerrado y marginal de sociabilidad en cuyo interior se comunicaban, dándose mutuo testimonio de su fe y reafirmándose así con ella. A ese acto lo llamaban “declararse” y con el renovaban día a día el compromiso de pertenecer a la comunidad mosaica.
 Lógicamente tomaban precauciones antes de confiarse a otros. No bastaba con saber que determinada persona era judeoconversa, además habían de asegurarse de que practicaba el judaísmo o al menos lo toleraba. En la familia entre los amigos, se hablaba de las personas conocidas en quienes se podían confiar, de manera que cuando se producía el encuentro ya estaban advertidos y sabían que podían declararse abiertamente.
 El tribunal del Santo Oficio fue fundado por el Papa Sixto IV a petición de los Reyes Católicos para acabar con los falsos conversos, aquellos que en secreto después de bautizados se mantenían fieles a la ley de Moisés y continuaban practicando los ritos judaicos. La bula de Sixto IV no se refería a la erradicación de la herejía en términos generales, se refería exclusivamente a los herejes judaizantes para justificar la necesidad del tribunal de la fe. Ese era el objetivo prioritario porque ese era el principal problema que tenia la monarquía para llevar acabo su programa político de uniformidad religiosa. Desde su fundación y a lo largo de su dilatada existencia, el tribunal siempre tuvo presente ese primer mandato, de manera que a pesar de que las circunstancias se fueron modificando y, cada tiempo impuso sus exigencias haciendo que los inquisidores se ocuparan de protestante, alumbrados o blasfemos, nunca desaparecieron los judaizantes de su punto de mira.
Efectivamente la inquisición española no puede explicarse sin sus principales victimas las que fueron su razón de ser los judíos. Los marranos vivieron bajo la amenaza permanente de verse un día ante el tribunal del Santo Oficio.
 Hacia el exterior mostraban una apariencia acorde con la de la mayoría, asistiendo a la iglesia, colgando las imágenes de los santos en sus casas, en definitiva, comportándose formalmente como cristiano.
 La más grave amenaza para el judío provenía del “Malsín”, desgraciada figura nacida dentro de las filas de los perseguidos que se ponía al servicio de los inquisidores con el fin de lograr un beneficio personal mediante la delación. Personaje que para demostrar su verdadera conversión, extremaba las muestras de adhesión a su nueva fe erigiéndose en católico militante y asumiendo como propia la tarea de extirpar todo vestigio de su antigua fe. Perseguía éste el reconocimiento público de su conversión, aun a costa de agredir a personas con las que había estado unido, incluso a las de su propia familia.  
La pequeña  comunidad judía que habitaba la villa de Hornachos, estaba formada por personas venidas de distintos lugares de la geografía española y fuera de ella, individuos, matrimonios y familias enteras se trasladaron de una villa a otra dentro de la región, con el principal objetivo de prosperar económicamente. Eran individuos bien dispuestos para cerrar una casa y volver abrirla en un lugar nuevo. De forma genérica podemos identificarlos como “hombres de negocios”, como mercaderes tuvieron una especial dedicación a los paños. Continuaban la tradición de sus antepasados que en Portugal habían tenido en sus manos ese mercado, de manera que habían acumulado una larga experiencia y lo conocían muy bien.
Pero sobre el cielo de Hornachos implacables estaban los ojos vigilantes del espíritu de la inquisición, dispuestos a comenzar su particular holocausto contra personas que, lo único que hacían era trabajar como negociantes y tener una fe diferente a la establecida. Sin duda el gran interés del Santo Oficio era conseguir engordar su economía y aquí tenían una buena beta para ello, consistente en la confiscación de bienes de estos ricos personajes. Tanto la inquisición portuguesa como la castellana ponen sus maquinas a engrasar, comenzando la gran persecución contra los marranos. Hombres, mujeres y niños serán denunciados al tribunal de la Santa Inquisición.
 La condición de enclave fronterizo merece ser destacada, pues orientó en buena parte la actividad procesal del tribunal, sobre todo en cuanto se refiere a la represión de los marranos ya que el brote del delito sé nutria principalmente de los emigrados portugueses y de los judíos fugitivos que huían del tribunal de Evora. En la villa de Hornachos fueron presos personas que seguían la ley de moisés. La noticia corría rápidamente por las villas de boca en boca y de puerta en puerta, provocando los comentarios de la mayoría de los vecinos. Todos estos presos y sus familias eran conocidos sobre todo por los bienes que tenían, derivados de sus negocios. Para nadie era un secreto que los presos conducidos a las cárceles secretas de Llerena, pesaba sobre ellos una acusación de judaísmo. Ellos y sus familias eran públicamente reconocidos como cristianos nuevos, y en los últimos meses ese atributo diferenciador de la mayoría se había convertido en el arma arrojadiza que les echaba encima la sospecha de herejía.
Los mismos, celebraban unos ritos clandestinos por los cuales iban a ser denunciados al Santo Oficio. Estos cuando les nacía un hijo celebraban la ceremonia de las “hadas”, que se celebraba la séptima noche del nacimiento. Los familiares y amigos acudían a la casa donde eran invitados a comer y beber, y hacían regalos a la familia del recién nacido. En un bacín de agua echaban oro, plata, aljófar, trigo, cebada y otras cosas, allí estaba  la criatura mientras pronunciaban ciertas palabras y le imponían el nombre. Esta ceremonia de evidente semejanza con el bautismo cristiano, se hacía tanto para niños como para niñas. Todos los ritos judíos, lo celebraban en absoluta clandestinidad  en las alcobas, o lugares alejados de la calle pública.
Otro de los ritos que realizaban los judíos de la villa de Hornachos, era la circuncisión. La circuncisión se cita en numerosas ocasiones en el Antiguo Testamento de la Biblia. Abraham y su familia fueron los primeros circuncindados, a partir de que Dios se apareciera a Abraham y le indicara las condiciones de su Alianza con el pueblo judío (Génesis, XVII) “He aquí mi pacto contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos, de los que saldrán reyes. Tú de tu parte y tu descendencia circuncidad a todo varón, circuncidad la carne de vuestro prepucio y esa será la señal de mí pacto entre mí y vosotros. A los ocho días de edad será circuncidado todo varón entre vosotros, de generación en generación, tanto el nacido en casa como el comprado con dinero a cualquier extranjero que no sea de tu linaje”. En el nuevo testamento, sólo uno de los cuatro evangelistas nombra de forma clara la circuncisión de Cristo. Se trata de Lucas (II: 21): “Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncindar al niño, le dieron el nombre de Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno”. El primero de Enero coincide con la circuncisión de Cristo.
Los marranos celebraban este rito en los rincones más escondidos de sus casas, otros se iban al campo y en la espesura de algún lugar, celebraban el rito. El padre era el responsable de preparar la ceremonia, que debe de realizarse por la mañana temprano y es precedida por una vigilia consagrada a los rezos. La circuncisión se llama en hebreo “milah”, pero la expresión completa es “brit milah”, cuya primera palabra significa alianza.
 La Inquisición consideraba la misma de tradición judía. Quizás debido al riesgo que comportaba la circuncisión, los primeros criptojudíos la sustituyeron por esta ceremonia, de la que no quedaba recuerdo algunos dos siglos después. En cambio, el paso del tiempo no logró borrar de sus mentes el recuerdo de la circuncisión, pero la desterraron completamente de sus ritos, pues el circunciso portaba en sí mismo la prueba –irrefutable para los Inquisidores- de su creencia secreta y prohibida. En un documento nos encontramos con la forma que tenían los inquisidores de Llerena, para inspeccionar a estos reos y a los moriscos de este rito “la circuncisión”. La inspección era como sigue:
Las inspecciones que se hicieren, a las personas que se nombran es para saber si están circuncindadas. Los reos no deben saber que el motivo de tal inspección es para eso, se encarga se haga con particular cuidado, mirando la parte de dentro del prepucio y la de fuera por arriba y por abajo, por un lado y por otro viendo todo el miembro viril. Que halla bastante claridad y luz, y si hubiere sol, que este no de en la misma parte donde, se ha de buscar la señal. Diciéndole al preso, que limpie con la camisa, por dentro y por fuera del miembro viril. Porque se ha de mirar desde curación hasta la  punta. Cuando el preso se limpie, que lo haga despacio, sin hacer fuerza. Será mejor que el cirujano lo haga, por más seguridad, porque algunos maliciosamente lo hacen muy recio. También estarán advertidos de que el preso, no este mirando a la parte donde se busca la señal, haciéndole alzar la cabeza y taparse los ojos por si hubiere junta. Y si alguno de los médicos y cirujanos señalare alguna señal, no lo dirá al preso. También estarán advertidos de que el preso, no este mirando a la parte donde se busca la señal, haciéndole alzar la cabeza y taparse los ojos por si hubiere junta. Y si alguno de los médicos y cirujanos señalare alguna señal, no lo dirá al preso. Todo lo cual se hará, sin decir palabra delante  del reo, sin señalar cosa alguna. Si no que cada uno de los médicos y cirujanos lo va sabiendo para sí. Después se saldrán fuera y se apartaran, comunicando lo visto. Volviendo haber al preso dos o tres veces.[1]
 Cuando un familiar moría, los marranos preparaban el cuerpo para la sepultura. Antes de amortajarlo, lo desnudaban completamente y lo lavaban. Le cortaban las uñas de los pies, las manos y le quitaban el vello de todo su cuerpo. Después, lo vestían con ropa interior sin estrenar y lo envolvían en una sabana también nueva, dejándole la cara descubierta. Todos estos ritos, lo hacían a escondidas de vecinos solo estaban la familia del fallecido.
Tras el entierro- obviamente realizado por el rito cristiano- los familiares del muerto retornaban a la casa, donde procuraban observar la tradicional semana judía del luto. Si era posible mantenían candiles permanentemente encendidos, ayunaban y se abstenían de comer carne durante siete días, las familias judías hacían unos papelitos de cuatro reales cada uno y lo enviaban a ciertas personas pobres observantes de la ley de Moisés, para que ayunasen según ceremonia de la dicha ley, por dar limosnas en lugar de misas en la ley católica. 
Los personajes que nos ocupan tenían como rito, celebrar el sábado como día de fiesta, y no el domingo como hacían los cristianos. Prácticamente la totalidad de los testimonios por los que se les acusaban del delito de judaísmo aludían al cumplimiento del precepto sabático, que se iniciaba al anochecer del viernes encendiendo los candiles limpiados previamente y con torcidas nuevas. Recibían el nuevo día vistiendo camisa limpia, ponían ropa limpia en su cama y en su mesa. El miedo a ser descubierto a veces lo impedía, de manera que el grado de cumplimiento estaba en función de las circunstancias. Los que se sentían vigilados no se atrevían a abandonar el trabajo todos los sábados, y descansaba cuando podían.
 Las bodas judías, al igual que el resto de ritos se celebraban en la más absoluta discreción. Si no existían rabinos, las familias de los novios buscaban a una persona judía que conociese la forma de practicar dicha ceremonia. Los novios se cubrían con un velo y, se intercambiaban regalos y anillos. La familia era muy importante en la comunidad judía. La dote de la mujer se establecía en un contrato. La mujer podía ser repudiada por el varón, en circunstancias especiales como el adulterio o la esterilidad. El hombre tenía prohibido el concubinato y no se le permitía la infidelidad. Una ley muy respetada por el pueblo judío fue el “Levirato”, según la cual si el varón fallecía sin haber tenido descendencia  masculina, el hermano menor del difunto, tenía obligación de casarse con la viuda de su hermano para procrear. El hijo varón del nuevo matrimonio se consideraba hijo del fallecido, llevaba su nombre y heredaba sus bienes. En el casamiento judío, el anillo representa mucho más que un símbolo. Un dato interesante es que para que el matrimonio sea legitimo, el anillo debe ser propiedad del novio. En estas ceremonias se acostumbra, que el novio rompa una copa de vino para concluir la ceremonia. Dicha costumbre tiene su origen en el Talmud. El sentido es recordar la destrucción de Jerusalén y del Templo, por otra parte, en el gran casamiento de Dios e Israel, se rompieron las primeras tablas. La ruptura de la copa conmemora esta primera tragedia.
De todas las grandes festividades propias del judaísmo, solo conservaron los marranos tres, que llamaron así: la de la reina Esther, el Día Grande y la Pascua.
 Estas solemnidades tenían una dimensión social, por lo que se celebraban colectivamente, reuniéndose las familias observantes para participar conjuntamente en las ceremonias. Como el calendario judío era demasiado complicado para conservarlo oralmente, hacían el cálculo lunar basándose en el calendario solar. Aun así sólo una minoría conocía las fechas de las festividades y daba aviso a los demás, que las ignoraban. En los círculos de marranos se sabia quién o quiénes eran los mas enterados y ellos recurrían continuamente cuando se aproximaba una fiesta para que les indicaran el día exacto.
La fiesta de “Purim” conmemoraba la salvación de los judíos en Persia gracias a Esther, que ayunó con su pueblo antes de emprender su misión con Asuero. En recuerdo de este ayuno, los judíos ayunaban la víspera de la fiesta que era una jornada de júbilo, con cierto carácter carnavalesco.[2] Sobre como celebraban esta fiesta, las familias judías, a doce días de la luna de marzo, hacían el ayuno de la reina Esther durante tres días, estando sin comer ni beber asta la cena, en la que tomaban pescado en vez de carne. Es muy significativo que la nombraran la fiesta del “ayuno de Esther”. Quizás influyera el hecho de que la fiesta caía durante la cuaresma y, por un cierto mimetismo con el entorno se concentraran en el acto penitencial.
El Día Grande, constituía para los marranos la máxima solemnidad del calendario judío, dedicada a solicitar el perdón de Dios y del prójimo. Era la culminación del ciclo de diez días de arrepentimiento que se iniciaba con el año nuevo. Este día, el ayuno era riguroso, no se trabajaba y se dedicaba al rezo. De esta festividad si conservó el marranismo la esencia de su significación tradicional, refiriéndose a ella a veces como  “día de perdón” y explicando que lo observaban para hacerse perdonar sus pecados. Todos sabían que caía por septiembre, pero solo unos pocos eran capaces de precisar la fecha. Como veremos en los autos de los vecinos de Hornachos, algunos de ellos fueron denunciados al Santo Oficio por celebrar dicha fiesta.
Esta fiesta del “Día Grande” coincidía con el décimo o undecimo  día posterior a la luna de septiembre. Entre las cuatro y las cinco de la tarde de la víspera, se lavaban todo el cuerpo, se cortaban las uñas, y se vestían camisas nuevas. Algunos estrenaban zapatos, las mujeres medias y adornos para la cabeza. Así arreglados, antes de ponerse el sol cenaban garbanzos, pescado huevos y frutas. Al día siguiente, estos se juntaban en casas de amigos judíos o familiares, donde permanecían hasta la noche sin comer y rezando las oraciones que sabían. Al anochecer, regresaban a su casa y volvían a cenar lo cocinado el día anterior[3].
En cuanto a la pascua con la expresión “Pascua del Pan Cenceño”, el pan ritual amasado sin levadura, el único que los judíos podían comer en esta celebración. Iniciaban la festividad el día 14 después de la luna nueva de marzo, pero algunos la hacían coincidir con la pascua cristiana de la resurrección. Eliminaron de su mesa el cordero; en principio seguramente por no disponer del sacrificado ritualmente pero después olvidada la causa, por creer que era de obligada observancia. Comían lechuga, huevos y pescados. Dependiendo de las circunstancias guardaban la pascua durante los ocho días, sólo el primer día o el primero y el último a lo que llamaban entrar y salir de la pascua. La víspera ayunaban cenando pescado a la noche.
El primer día cenaban tortas de pan cenceño, lechugas amargas, huevos cocidos y castañas, sin probar el pescado ni la carne. En los días siguientes, comían las tortas con pescados. El último día se reunían varias familias en unas de las casas y, por la tarde, salían al campo a ver el agua se lavaban las manos en los arroyos y, sentados a la vista del agua, merendaban las tortas de pan cenceño, las lechugas y las frutas, y así “salían de la pascua”[4]. Todo ello siempre con mucho cuidado, evitando ser visto por delatores, los marranos vivieron su Fe en la clandestinidad, sabían que cualquier mal movimiento podía ser causa de delación. La vida religiosa clandestina de estos judíos de la raya, se asentaba sobre dos bases esenciales: la simulación de cristiandad y el ocultamiento de las creencias mosaicas. Simular ser un buen cristiano no resulta difícil, si la propia conciencia lo permitía. Los marranos que nos ocupan, veían lícito enmascararse de cristiano si en su interior permanecían fieles al judaísmo. Poco importaba asistir a la misa, comulgar cuando fuera necesario o dar limosnas a la iglesia si sólo se hacía, como decían ellos, “para cumplir con las gentes”. Estos en la niñez recibían la enseñanza católica airosos, era  la primera prueba mostrando lo que habían aprendido en la niñez. Al tiempo, que de la doctrina católica aprendían a santiguarse y a rezar las oraciones. Con estos rudimentos, podían defenderse en el futuro utilizándolos para asemejarse a la mayoría.
Los que tenían la desgracia de caer en manos de los Inquisidores, sabían lo que se les venia encima.
El antisemitismo más puro se estaba fraguando y desarrollando en la villa de Hornachos, atrás quedo la persecución contra los moriscos. A este antisemitismo contribuían padres de la iglesia que lanzaban anatemas contra los judíos. Desde hacia mucho tiempo la iglesia romana había lanzado verdaderas aberraciones y grandes mentiras contra el pueblo judío. Si hacemos un pequeño recorrido por la historia de esta institución, nos encontraremos a personajes como, Juan Crisóstomo uno de los considerados padres de la iglesia, reconocido como uno de los más grandes predicadores cristiano. Su elocuencia le gano el nombre de “boca de oro”. Él fue obispo de Constantinopla y un “doctor de la Iglesia“, este obispo decía lo siguiente de los judíos:

“Como pueden los cristianos atreverse a sostener la más mínima conversación con judíos, los más miserables de todos los hombres, hombres que son... concupiscente, rapaces, avaros, bandidos pérfidos. Acaso no son ellos asesinos, destructores, hombres poseídos por el demonio a quienes la mala vida y la embriaguez han entregado a las costumbres de los cerdos y la cabra concupiscente. En verdad los judíos adoran al diablo, sus ritos son criminales e inmundos, su religión es una enfermedad. Sus sinagogas son asambleas de criminales... una cueva de ladrones... una caverna de demonios, un abismo de perdición. “Dios aborrece a los judíos y siempre aborreció a los judíos... yo también aborrezco a los judíos”.[5]

No es sorpresa que después de algunos de los sermones de Crisóstomo en 338 su  “rebaño” salió e incendio sinagogas. Pero, ¿qué fue lo que provoco su gran odio hacía los judíos? En las propias palabras de Crisóstomo:
“su odioso asesinato de Cristo... para este deicidio no existe expiación posible, ni indulgencia, ni perdón, solo venganza que no tiene fin”

Así cimentó Crisóstomo en la mente de los cristianos su propio estereotipo de un judío: “asesinos de Cristo”. Su ataque contra los judíos encendió un fuego en la iglesia cristiana, al que otros añadieron más combustible. Agustín de Hipona, un contemporáneo de Crisóstomo dijo:


“El  judaísmo desde Cristo, es una corrupción; efectivamente, judas es la imagen del pueblo judío; su entendimiento de las escrituras es carnal; ellos llevan la culpa de la muerte de3l Salvador, porque a través de sus padres ellos mataron al Cristo. Los judíos lo prendieron, los judíos lo insultaron; los judíos lo azotaron, amontonaron abusos sobre Él, lo colgaron en un madero, lo atravesaron con una lanza.”

A pesar de que puede haber sido un gran santo, el conocimiento de Agustín en cuanto a la crucifixión de Cristo parece ser tristemente vacío, sea por ignorancia o por designio, jamás lo sabremos. Pero fueron los romanos quienes “lo coronaron de espinas”, y fueron los romanos quienes lo azotaron, amontonaron abusos sobre Él, lo colgaron de un madero, y lo atravesaron con una lanza. Hoy en día muchos padres que educan a sus hijos cuando llevan a estos a presenciar una procesión, les suelen decir que al Señor lo mataron los judíos. Puro reflejo de la ignorancia histórica de los hechos, y del mensaje antisemita lanzado desde los pulpito, que fue calando y aposentándose en la ignorante y analfabeta masa de la época.
Frases como “es un perro judío”, “perros circuncindados”, y otras aran que esta comunidad tenga que ser vejada y por supuesto evitada. Este libelo o difamación, aunado al odio albergado contra el judío, justificó a los ojos de los cristianos, convertir las sinagogas en iglesias, matar y aterrar a los judíos y, confiscar sus propios bienes. S promulgaron decretos contra estos, la misma población los iba arrinconando y formando guetos. Para los cristianos, el gueto era un lugar en el cual confinaban a las más odiosas de las gentes, en condiciones que les correspondían. Para el judío el gueto, a pesar de las condiciones, se convirtió en un refugio, un asilo de reposo lejos de las violentas turbas. El judío se convirtió en el chivo expiatorio de todo viento contrario de mala fortuna que venia sobre las poblaciones. Es un hecho histórico que:
“Si la enfermedad permanecía fue porque los judíos habían envenenado los pozos; si un niño cristiano desaparecía, había sido crucificado en una ceremonia judía; si el sacristán de una iglesia se descuidaba, eran los judíos quienes habían robado el cuerpo del altar, para acuchillarlo en el tiempo de la Pascua. [6]

Como podemos observar el sufrimiento de los judíos ha sido importante a manos de la Iglesia. En Hornachos se va a vivir una persecución activa contra estos judíos también llamados marranos, los cuales tenían que ocultar su judaísmo para no ser reconocidos, temiendo las manos del Santo Tribunal de la Inquisición. Para ello dominaron el arte del disimulo, haciendo entender a los demás que eran verdaderos cristianos.
Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios pedirá cuentas del pasado. Eclesiastés. 3:15



  LOS MARRANOS DE HORNACHOS


GASPAR DE SILVERA. Portugués gobernador de Hornachos y natural de Lisboa de edad de 40 años. Fue testificado diferentemente por nueve testigos por el mes de enero de 1606. El uno dice, que el y su mujer y hermana de ordinario visten los viernes del año camisas lavadas, una por la mañana y otra por la noche y no los Domingos. Otro testifico que  entrando en su casa, vio que donde dormían éstos no tenía en ella crucifijo ni imágenes cristianas. Por el mes de junio de 1609, le oyeron decir al dicho Silvera que había venido a Hornachos huyendo de la Inquisición Portuguesa, y que iría donde no la hubiera.
Fue votado a prisión con secuestro de bienes, fue llevado a las cárceles secretas de Llerena el 9 de julio de 1609 y el 20 del mismo se tuvo con él la primera audiencia. Dijo que era cristiano viejo de padre y madre, y que había oído decir ser descendientes de judíos. Se le puso la acusación el 27 de julio regresando a las cárceles, con fecha 12 de marzo por la mañana apareció ahorcado en su celda. El mismo se enterró en los corrales de las cárceles de esta casa donde fueron enterrados otros.
Este proceso se encuentra en el legajo 1988, en la relación de causas de 1610. 

JUAN BAUTISTA RODRIGUEZ. Natural de Visseo (Portugal) y vecino de la villa de hornachos de 51 años de edad. Fue testificado por un vecino de Hornachos llamado Gaspar Enríquez por seguir la secta de Moisés. Fue preso en las cárceles secretas del Santo Oficio de Llerena el 18 de mayo de 1719. Descubrieron en celda que estaba retajado (circuncindado) su oficio era de escribano en la villa de Hornacho, su sentencia es la que sigue.
Fue sentenciado  a abjurar de behementi, fue condenado en perdimiento de la mitad de sus bienes; absuelto ad cautelan y desterrado de la villa de Madrid, la de Hornachos, esta ciudad de Llerena, por tiempo de seis años, ocho leguas en contorno. Fuese azotado con 200 azotes y encargado a persona docta que le instruya y fortifique en los misterios de nuestra santa fe.

ISABEL MARIA MÉNDEZ. Mujer del anterior reo de 47 años de edad fue condenada por judaizante, era  vecina de Hornachos. Fue presa en las cárceles secretas del Santo Oficio de Llerena con sus cinco hijas y su yerno el 19 de abril de 1719. Fue condenada auto de fe con sambenito de media aspa; abjuro de behementi y fue condenada en perdimiento de la mitad de su bienes, absuelta ad cautelan y desterrada de la villa de Madrid, Hornachos y esta ciudad de Llerena por seis años, ocho leguas en contorno, y en 200 azotes.

ISABEL JERÓNIMA RODRIGUEZ. Hija de los anteriores de 16 años de edad, fue condenada por prácticas de la ley de Moisés vecina de Hornachos. Fue condenada a salir a auto público de fe, con sambenito de media aspa, abjuró de behementi, fue condenada en perdimiento de la mitad de sus bienes y absuelta ad cautelan y desterrada de la villa de Madrid, Hornachos y esta ciudad de Llerena por seis años, ocho leguas en contorno.

MARIA DE LA O RODRIGUEZ. Hija de de Juan Bautista Rodríguez y viuda de Manuel de Cáceres, fue condenada por judaizante. La misma sentencia que su hermana.

FRANCISCA BERNARDA RODRIGUEZ. Hermana de la anterior vecina de Hornachos, fue condenada por judaizante. La misma sentencia que la anterior hermana.

CATALINA RODRIGUEZ. Hermana de la anterior, vecina de la villa de Hornachos condenada por judaizante. La misma sentencia que la anterior.

MARIA RODRIGUEZ. Hermana de las anteriores condenada por judaizante, vecina de Hornacho. La misma sentencia que la anterior.

JULIANA MARÍA DE LA COMCEPCIÓN (alias de Torres). Hijastra de Juan Bautista Rodríguez y mujer de Gaspar Enríquez de Figueroa, platero de Badajoz, reconciliado por esta Inquisición en 30 de noviembre de 1719. La misma sentencia que la anterior.

JUAN ANTONIO BLANDÓN DE SALVATIERRA. Vecino de Hornachos yerno de Juan Bautista Rodríguez. Entró en la cárcel el 19 de abril de de 1719. Abjuró de behementi, y fue condenado en perdimiento de la mitad de sus bienes; absuelto ad cautelan y desterrado de la villa de Madrid, la de Hornachos y la de Llerena por seis años. Ocho leguas en contorno. Se le diesen 200 azotes y encargado de persona docta que le instruya y fortifique en los misterios de nuestra Santa Fe.

JULIANA MARIA MÉNDEZ. De oficio tendera cuñada de Jun Bautista Rodríguez de 33 años de edad. Fue condenada por judaizante. Abjuró de behementi, fue suelta ad cautelan y condenada en perdimiento de la mitad de sus bienes. Siendo azotada con 200 latigazos y desterrada de la villa de Madrid, Hornachos, y Llerena por tiempo de seis años.[7]

Como hemos podido comprobar en este documento toda una familia y algunas ramificaciones de la misma, fueron condenadas por judaizante. El tormento que recibían los reos en la sala de torturas de la Inquisición de Llerena,             hacía que éstos delataran a todos sus familiares. La perdida de sus bienes, la expulsión durante una temporada de la villa de Hornacho,  sus sambenitos colgados en la Iglesia de la villa, y su honorabilidad tirada por los suelos, hacia que las familias condenadas por la Inquisición no volviesen más a la villa. La corrupción en los Tribunales de la Inquisición de Llerena era evidente. Así, en mayo de 1728, Juan Bautista Rodríguez, escribano de Hornachos apresado en 1719, presento una reclamación ante el Inquisidor General. Condenado al perdimiento de la mitad de sus bienes, aporto un memorial donde constataban diferentes reparos a las cuentas elaboradas por el receptor, y en el que se acusaba a los oficiales inquisitoriales de haber vendido sus posesiones por una cantidad mayor de la que luego hacían constar en los autos. En su defensa los inquisidores de Llerena aludían a que los gastos de manutención del demandante y de su familia habían sido muy cuantiosos, así como que ni éste ni su abogado había acudido al tribunal cuando fueron convocados para revisar las diligencias efectuadas.[8]
La represión sobre todo en los pueblos era terrible, las gentes del lugar veían al hereje y a su familia como enemigo a batir, poniendo la guinda el clero de la localidad a la que pertenecía el reo. Las penitencias eran duras en extremo: obligación de llevar él “sambenito” azotes, destierro, confiscación de bienes o multas pecuniarias de acuerdo siempre con la gravedad del delito.
El sambenito era una prenda penitencial, cuando era usado como pena era amarillo con una o dos cruces de San Andrés en la espalda y en el pecho. En los primeros tiempos de la inquisición, el sambenito como símbolo de infamia debía llevarse de por vida; pero posteriormente las sentencias solían equiparar la obligatoriedad de su uso con el tiempo de reclusión, lo que era el castigo denominado “a cárcel o habito”.
En las primeras décadas del Santo Oficio, cualquiera que fuese condenado a llevar el sambenito ordinario, tenia que ponérselo cada vez que salía de casa, medida sumamente impopular, por suponer el escarnio y la burla de todos. El mero hecho de quitárselo suponía una falta muy grave. El uso de tan infamante habito no solo suponía, por la vergüenza que causaba, un castigo para el reo, sino para toda su familia e incluso para su descendencia, debido a la costumbre iniciada en los primeros años del siglo XVI, y que se generalizo por las instrucciones de 1561:

 “Todos los sambenitos de los condenados vivos y difuntos, presentes o ausentes, se ponen en las iglesias donde fueron vecinos... porque siempre aya memoria de la infamia de los herejes y de su descendencia”[9]

 Con el fin de perpetuar el castigo de que éstos fueran expuestos, primero en las catedrales y posteriormente en las respectivas parroquias, “ad perpetuam rei memoriam”, haciendo del sambenito uno de los castigos más efectivos al hacer continua la infamia. Cuando estos se deterioraban se les reemplazaba por unos paños donde figuraba el nombre, linaje, culpas y castigo del infractor. En tales circunstancias nada tenía por tanto de particular, que parientes y descendientes trataran de hacerlos desaparecer, lo que motivó, que una de las obligaciones de los inquisidores al visitar su distrito fuera, el asegurarse que éstos permaneciesen en su sitio y en buen estado... Hasta bien entrado el siglo XIX, todavía podían verse colgadas en algunas iglesias estas ignominiosas prendas.
Complemento indispensable del sambenito era la “coroza”, especie de capirote o mitra, de papel engrudado que se ponía en la cabeza de los reos como afrenta y castigo, decorada con motivos alusivos. Todos estos judíos salieron a auto publico de fe, con su sambenito y coroza, expuestos los mismos en las iglesias de sus poblaciones una vez terminado el auto, para marcar su persona y marcar su linaje. No solo los judíos, también los alumbrados, hechiceras, moriscos, blasfemos, todos, llevaban sambenitos y corozas en sus cuerpos. Estos últimos los blasfemos eran manadas, y muchos estaban en las filas judías.
La iglesia y el Rey querían venganza contra los seguidores de Moisés, precisamente porque ellos habían condenado a Jesús por blasfemo, llegándose a considerar la presencia de las comunidades judías como un desafió permanente, la expresión de una blasfemia intolerable. Sus prácticas religiosas, sus fiestas, sus ritos, constituían injurias al verdadero Dios en la persona de su hijo, el verdadero Mesías, llamándole hechicero o pecador.
Fue en nombre de la blasfemia por lo que la inquisición hizo quemar públicamente el Talmud en 1553, o por lo que durante la primera mitad del siglo XVI, fueron perseguidos los conversos en medio de un antijudaísmo generalizado. El propio Lutero entendía que los judíos confesaban una doctrina blasfema que convenía hacer desaparecer incendiando sus sinagogas. Existe un refrán que pone claramente en evidencia la realidad vivida por estas singulares personas, dice así.
“Más judíos hicieron cristianos el tocino y el jamón, que la Santa Inquisición
Opinen.



[1] A. H. N. Sección Inquisición. Legajo 1265.
[2] Y. Baer. Historia de los judíos en la España cristiana.
[3] AHN. Inquisición libro 1133
[4]ídem.
[5] Ramón Bennett. Cuando cesen el día y la noche
[6] Ramón Bennett. Cuando cesen el día y la noche.
[7] A. H. N. Sección Inquisición. Legajo 2764 N. 134.
[8] A. H. N. Sección Inquisición. Legajo 2769, N. 110
[9] A. H. N. Sección Inquisición. Legajo 3686. Instrucciones del Santo Oficio.

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