LOS JUDAIZANTES DE HORNACHOS
El tema de los Judeoconversos resulta central
en el estudio de la inquisición, dado que sirvió de argumento para la
instauración de la institución en la península y constituyeron el objeto
primordial de persecución en toda su historia.
Las causas
que se han aducido para explicar esta animadversión hacia la minoría son
diversas, aunque se pueden reducir a dos tipos: religiosas y socioeconómicas.
Con todo a mi juicio, dominan las segundas sobre las primeras a juzgar por el
contenido de la documentación que existe sobre el tema.
Los
cristianos nuevos no constituían una comunidad jurídicamente reconocida como
tal. Tras el bautismo habían dejado de pertenecer a la comunidad judía, que sí
había tenido esa entidad, para integrarse oficialmente en la mayoría cristiana.
Socialmente, al judeoconverso se le reconocía, sobre todo como miembro de un
grupo familiar que tenia relaciones e intereses a los que estaba vinculado. No
era suficiente con tener un remoto origen judío para formar parte de la
comunidad, era preciso estar incluido en las redes de relaciones que la
sostenían. El que tomaba la decisión de romper dichas relaciones para
reemplazarlas por otras establecidas fuera del ámbito de la comunidad, por
mucho que tuviera antepasados judíos y que esto le causara cualquier quebranto
en algún momento de su vida, quedaba excluido de ella.
La religión
prohibida solo podía practicarse bajo el amparo del secreto. Sus fieles
permanentemente amenazados por la represión inquisitorial, hubieron de buscar
refugio en un contraído espacio clandestino para dar testimonio de su fe. Sus
vías de contactos con el judaísmo estuvieron reducidas durante mucho tiempo a
la lectura del antiguo testamento, que la iglesia mantenía en su propio canon
bíblico, y a los edictos publicados por los inquisidores, a través de los
cuales rememoraban las prácticas rituales.
Las
condiciones de aislamiento y clandestinidad en que vivieron las comunidades
judeocomversas no sólo explican el nacimiento del marranismo, sino también su
definición como doctrina y como práctica religiosa. Sin la predicación de los
rabinos ni el apoyo de los textos la doctrina fue empobreciéndose, hasta quedar
reducida a la esencia de la profesión de fe. La idea de que la salvación sólo
era posible obedeciendo la ley de Moisés la subrayaban con manifestaciones
reiteradas sobre la invalidez de la religión cristiana, lo cual respondía a su
necesidad de preafirmación ante la doctrina religiosa dominante. El rechazo
quedo en las manifestaciones verbales, como iremos observando en los distintos
procesos.
El marrano nunca pretendió elaborar una
religión alternativa al judaísmo tradicional, sino comportarse como un buen
observante de la ley de Moisés. Efectivamente los marranos hacían lo que
podían, practicaban el judaísmo en las circunstancias en que vivían. Fueron
conscientes de sus limitaciones y de la
mirada persecutoria de la inquisición y sus aliados.
Las
comunidades marránicas estaban permanentemente sometidas al impacto de la
cultura dominante. Su vida cotidiana se hallaba regulada por el calendario
cristiano, escuchaban la predicación realizada desde el púlpito, participaban
en las celebraciones de la liturgia cristiana, estaban en contacto continuo con
imágenes sagradas, rosarios y demás objetos propios de esa cultura dominante.
Los marranos se encontraron en una situación difícil que amenazaba con ahogar
la religión que profesaban si ésta se recluía en la intimidad personal y perdía
su carácter social. El secreto con que se protegían delimitaba un espacio
cerrado y marginal de sociabilidad en cuyo interior se comunicaban, dándose
mutuo testimonio de su fe y reafirmándose así con ella. A ese acto lo llamaban
“declararse” y con el renovaban día a día el compromiso de pertenecer a la
comunidad mosaica.
Lógicamente tomaban precauciones antes de
confiarse a otros. No bastaba con saber que determinada persona era
judeoconversa, además habían de asegurarse de que practicaba el judaísmo o al
menos lo toleraba. En la familia entre los amigos, se hablaba de las personas
conocidas en quienes se podían confiar, de manera que cuando se producía el
encuentro ya estaban advertidos y sabían que podían declararse abiertamente.
El tribunal del Santo Oficio fue fundado por
el Papa Sixto IV a petición de los Reyes Católicos para acabar con los falsos
conversos, aquellos que en secreto después de bautizados se mantenían fieles a
la ley de Moisés y continuaban practicando los ritos judaicos. La bula de Sixto
IV no se refería a la erradicación de la herejía en términos generales, se
refería exclusivamente a los herejes judaizantes para justificar la necesidad
del tribunal de la fe. Ese era el objetivo prioritario porque ese era el
principal problema que tenia la monarquía para llevar acabo su programa
político de uniformidad religiosa. Desde su fundación y a lo largo de su
dilatada existencia, el tribunal siempre tuvo presente ese primer mandato, de
manera que a pesar de que las circunstancias se fueron modificando y, cada
tiempo impuso sus exigencias haciendo que los inquisidores se ocuparan de
protestante, alumbrados o blasfemos, nunca desaparecieron los judaizantes de su
punto de mira.
Efectivamente
la inquisición española no puede explicarse sin sus principales victimas las
que fueron su razón de ser los judíos. Los marranos vivieron bajo la amenaza
permanente de verse un día ante el tribunal del Santo Oficio.
Hacia el exterior mostraban una apariencia
acorde con la de la mayoría, asistiendo a la iglesia, colgando las imágenes de
los santos en sus casas, en definitiva, comportándose formalmente como
cristiano.
La más grave amenaza para el judío provenía
del “Malsín”, desgraciada figura nacida dentro de las filas de los perseguidos
que se ponía al servicio de los inquisidores con el fin de lograr un beneficio
personal mediante la delación. Personaje que para demostrar su verdadera
conversión, extremaba las muestras de adhesión a su nueva fe erigiéndose en
católico militante y asumiendo como propia la tarea de extirpar todo vestigio
de su antigua fe. Perseguía éste el reconocimiento público de su conversión,
aun a costa de agredir a personas con las que había estado unido, incluso a las
de su propia familia.
La pequeña comunidad judía que habitaba la villa de
Hornachos, estaba formada por personas venidas de distintos lugares de la
geografía española y fuera de ella, individuos, matrimonios y familias enteras
se trasladaron de una villa a otra dentro de la región, con el principal
objetivo de prosperar económicamente. Eran individuos bien dispuestos para
cerrar una casa y volver abrirla en un lugar nuevo. De forma genérica podemos
identificarlos como “hombres de negocios”, como mercaderes tuvieron una
especial dedicación a los paños. Continuaban la tradición de sus antepasados
que en Portugal habían tenido en sus manos ese mercado, de manera que habían
acumulado una larga experiencia y lo conocían muy bien.
Pero sobre el
cielo de Hornachos implacables estaban los ojos vigilantes del espíritu de la
inquisición, dispuestos a comenzar su particular holocausto contra personas
que, lo único que hacían era trabajar como negociantes y tener una fe diferente
a la establecida. Sin duda el gran interés del Santo Oficio era conseguir
engordar su economía y aquí tenían una buena beta para ello, consistente en la
confiscación de bienes de estos ricos personajes. Tanto la inquisición
portuguesa como la castellana ponen sus maquinas a engrasar, comenzando la gran
persecución contra los marranos. Hombres, mujeres y niños serán denunciados al
tribunal de la
Santa Inquisición.
La condición de enclave fronterizo merece ser
destacada, pues orientó en buena parte la actividad procesal del tribunal,
sobre todo en cuanto se refiere a la represión de los marranos ya que el brote
del delito sé nutria principalmente de los emigrados portugueses y de los
judíos fugitivos que huían del tribunal de Evora. En la villa de Hornachos
fueron presos personas que seguían la ley de moisés. La noticia corría
rápidamente por las villas de boca en boca y de puerta en puerta, provocando
los comentarios de la mayoría de los vecinos. Todos estos presos y sus familias
eran conocidos sobre todo por los bienes que tenían, derivados de sus negocios.
Para nadie era un secreto que los presos conducidos a las cárceles secretas de
Llerena, pesaba sobre ellos una acusación de judaísmo. Ellos y sus familias
eran públicamente reconocidos como cristianos nuevos, y en los últimos meses
ese atributo diferenciador de la mayoría se había convertido en el arma
arrojadiza que les echaba encima la sospecha de herejía.
Los mismos,
celebraban unos ritos clandestinos por los cuales iban a ser denunciados al
Santo Oficio. Estos cuando les nacía un hijo celebraban la ceremonia de las
“hadas”, que se celebraba la séptima noche del nacimiento. Los familiares y
amigos acudían a la casa donde eran invitados a comer y beber, y hacían regalos
a la familia del recién nacido. En un bacín de agua echaban oro, plata,
aljófar, trigo, cebada y otras cosas, allí estaba la criatura mientras pronunciaban ciertas
palabras y le imponían el nombre. Esta ceremonia de evidente semejanza con el
bautismo cristiano, se hacía tanto para niños como para niñas. Todos los ritos
judíos, lo celebraban en absoluta clandestinidad en las alcobas, o lugares alejados de la
calle pública.
Otro de los
ritos que realizaban los judíos de la villa de Hornachos, era la circuncisión.
La circuncisión se cita en numerosas ocasiones en el Antiguo Testamento de la Biblia. Abraham y
su familia fueron los primeros circuncindados, a partir de que Dios se
apareciera a Abraham y le indicara las condiciones de su Alianza con el pueblo
judío (Génesis, XVII) “He aquí mi pacto contigo: serás padre de una muchedumbre
de pueblos, de los que saldrán reyes. Tú de tu parte y tu descendencia
circuncidad a todo varón, circuncidad la carne de vuestro prepucio y esa será
la señal de mí pacto entre mí y vosotros. A los ocho días de edad será
circuncidado todo varón entre vosotros, de generación en generación, tanto el
nacido en casa como el comprado con dinero a cualquier extranjero que no sea de
tu linaje”. En el nuevo testamento, sólo uno de los cuatro evangelistas nombra
de forma clara la circuncisión de Cristo. Se trata de Lucas (II: 21): “Cuando
se hubieron cumplido los ocho días para circuncindar al niño, le dieron el
nombre de Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno”. El
primero de Enero coincide con la circuncisión de Cristo.
Los marranos
celebraban este rito en los rincones más escondidos de sus casas, otros se iban
al campo y en la espesura de algún lugar, celebraban el rito. El padre era el
responsable de preparar la ceremonia, que debe de realizarse por la mañana
temprano y es precedida por una vigilia consagrada a los rezos. La circuncisión
se llama en hebreo “milah”, pero la expresión completa es “brit milah”, cuya
primera palabra significa alianza.
Las
inspecciones que se hicieren, a las personas que se nombran es para saber si
están circuncindadas. Los reos no deben saber que el motivo de tal inspección
es para eso, se encarga se haga con particular cuidado, mirando la parte de
dentro del prepucio y la de fuera por arriba y por abajo, por un lado y por
otro viendo todo el miembro viril. Que halla bastante claridad y luz, y si
hubiere sol, que este no de en la misma parte donde, se ha de buscar la señal.
Diciéndole al preso, que limpie con la camisa, por dentro y por fuera del
miembro viril. Porque se ha de mirar desde curación hasta la punta. Cuando el preso se limpie, que lo haga
despacio, sin hacer fuerza. Será mejor que el cirujano lo haga, por más
seguridad, porque algunos maliciosamente lo hacen muy recio. También estarán
advertidos de que el preso, no este mirando a la parte donde se busca la señal,
haciéndole alzar la cabeza y taparse los ojos por si hubiere junta. Y si alguno
de los médicos y cirujanos señalare alguna señal, no lo dirá al preso. También
estarán advertidos de que el preso, no este mirando a la parte donde se busca
la señal, haciéndole alzar la cabeza y taparse los ojos por si hubiere junta. Y
si alguno de los médicos y cirujanos señalare alguna señal, no lo dirá al
preso. Todo lo cual se hará, sin decir palabra delante del reo, sin señalar cosa alguna. Si no que
cada uno de los médicos y cirujanos lo va sabiendo para sí. Después se saldrán
fuera y se apartaran, comunicando lo visto. Volviendo haber al preso dos o tres
veces.[1]
Cuando un familiar moría, los marranos
preparaban el cuerpo para la sepultura. Antes de amortajarlo, lo desnudaban
completamente y lo lavaban. Le cortaban las uñas de los pies, las manos y le
quitaban el vello de todo su cuerpo. Después, lo vestían con ropa interior sin
estrenar y lo envolvían en una sabana también nueva, dejándole la cara
descubierta. Todos estos ritos, lo hacían a escondidas de vecinos solo estaban
la familia del fallecido.
Tras el
entierro- obviamente realizado por el rito cristiano- los familiares del muerto
retornaban a la casa, donde procuraban observar la tradicional semana judía del
luto. Si era posible mantenían candiles permanentemente encendidos, ayunaban y
se abstenían de comer carne durante siete días, las familias judías hacían unos
papelitos de cuatro reales cada uno y lo enviaban a ciertas personas pobres
observantes de la ley de Moisés, para que ayunasen según ceremonia de la dicha
ley, por dar limosnas en lugar de misas en la ley católica.
Los
personajes que nos ocupan tenían como rito, celebrar el sábado como día de
fiesta, y no el domingo como hacían los cristianos. Prácticamente la totalidad
de los testimonios por los que se les acusaban del delito de judaísmo aludían
al cumplimiento del precepto sabático, que se iniciaba al anochecer del viernes
encendiendo los candiles limpiados previamente y con torcidas nuevas. Recibían
el nuevo día vistiendo camisa limpia, ponían ropa limpia en su cama y en su
mesa. El miedo a ser descubierto a veces lo impedía, de manera que el grado de
cumplimiento estaba en función de las circunstancias. Los que se sentían
vigilados no se atrevían a abandonar el trabajo todos los sábados, y descansaba
cuando podían.
Las bodas judías, al igual que el resto de
ritos se celebraban en la más absoluta discreción. Si no existían rabinos, las
familias de los novios buscaban a una persona judía que conociese la forma de
practicar dicha ceremonia. Los novios se cubrían con un velo y, se
intercambiaban regalos y anillos. La familia era muy importante en la comunidad
judía. La dote de la mujer se establecía en un contrato. La mujer podía ser
repudiada por el varón, en circunstancias especiales como el adulterio o la
esterilidad. El hombre tenía prohibido el concubinato y no se le permitía la
infidelidad. Una ley muy respetada por el pueblo judío fue el “Levirato”, según
la cual si el varón fallecía sin haber tenido descendencia masculina, el hermano menor del difunto,
tenía obligación de casarse con la viuda de su hermano para procrear. El hijo
varón del nuevo matrimonio se consideraba hijo del fallecido, llevaba su nombre
y heredaba sus bienes. En el casamiento judío, el anillo representa mucho más
que un símbolo. Un dato interesante es que para que el matrimonio sea legitimo,
el anillo debe ser propiedad del novio. En estas ceremonias se acostumbra, que
el novio rompa una copa de vino para concluir la ceremonia. Dicha costumbre
tiene su origen en el Talmud. El sentido es recordar la destrucción de
Jerusalén y del Templo, por otra parte, en el gran casamiento de Dios e Israel,
se rompieron las primeras tablas. La ruptura de la copa conmemora esta primera
tragedia.
De todas las
grandes festividades propias del judaísmo, solo conservaron los marranos tres,
que llamaron así: la de la reina Esther, el Día Grande y la Pascua.
Estas solemnidades tenían una dimensión social,
por lo que se celebraban colectivamente, reuniéndose las familias observantes
para participar conjuntamente en las ceremonias. Como el calendario judío era
demasiado complicado para conservarlo oralmente, hacían el cálculo lunar
basándose en el calendario solar. Aun así sólo una minoría conocía las fechas
de las festividades y daba aviso a los demás, que las ignoraban. En los
círculos de marranos se sabia quién o quiénes eran los mas enterados y ellos
recurrían continuamente cuando se aproximaba una fiesta para que les indicaran
el día exacto.
La fiesta de
“Purim” conmemoraba la salvación de los judíos en Persia gracias a Esther, que
ayunó con su pueblo antes de emprender su misión con Asuero. En recuerdo de
este ayuno, los judíos ayunaban la víspera de la fiesta que era una jornada de
júbilo, con cierto carácter carnavalesco.[2] Sobre
como celebraban esta fiesta, las familias judías, a doce días de la luna de
marzo, hacían el ayuno de la reina Esther durante tres días, estando sin comer
ni beber asta la cena, en la que tomaban pescado en vez de carne. Es muy
significativo que la nombraran la fiesta del “ayuno de Esther”. Quizás
influyera el hecho de que la fiesta caía durante la cuaresma y, por un cierto
mimetismo con el entorno se concentraran en el acto penitencial.
El Día
Grande, constituía para los marranos la máxima solemnidad del calendario judío,
dedicada a solicitar el perdón de Dios y del prójimo. Era la culminación del
ciclo de diez días de arrepentimiento que se iniciaba con el año nuevo. Este
día, el ayuno era riguroso, no se trabajaba y se dedicaba al rezo. De esta
festividad si conservó el marranismo la esencia de su significación
tradicional, refiriéndose a ella a veces como
“día de perdón” y explicando que lo observaban para hacerse perdonar sus
pecados. Todos sabían que caía por septiembre, pero solo unos pocos eran
capaces de precisar la fecha. Como veremos en los autos de los vecinos de
Hornachos, algunos de ellos fueron denunciados al Santo Oficio por celebrar
dicha fiesta.
Esta fiesta
del “Día Grande” coincidía con el décimo o undecimo día posterior a la luna de septiembre. Entre
las cuatro y las cinco de la tarde de la víspera, se lavaban todo el cuerpo, se
cortaban las uñas, y se vestían camisas nuevas. Algunos estrenaban zapatos, las
mujeres medias y adornos para la cabeza. Así arreglados, antes de ponerse el
sol cenaban garbanzos, pescado huevos y frutas. Al día siguiente, estos se
juntaban en casas de amigos judíos o familiares, donde permanecían hasta la
noche sin comer y rezando las oraciones que sabían. Al anochecer, regresaban a
su casa y volvían a cenar lo cocinado el día anterior[3].
En cuanto a
la pascua con la expresión “Pascua del Pan Cenceño”, el pan ritual amasado sin
levadura, el único que los judíos podían comer en esta celebración. Iniciaban
la festividad el día 14 después de la luna nueva de marzo, pero algunos la
hacían coincidir con la pascua cristiana de la resurrección. Eliminaron de su
mesa el cordero; en principio seguramente por no disponer del sacrificado ritualmente
pero después olvidada la causa, por creer que era de obligada observancia.
Comían lechuga, huevos y pescados. Dependiendo de las circunstancias guardaban
la pascua durante los ocho días, sólo el primer día o el primero y el último a
lo que llamaban entrar y salir de la pascua. La víspera ayunaban cenando
pescado a la noche.
El primer día
cenaban tortas de pan cenceño, lechugas amargas, huevos cocidos y castañas, sin
probar el pescado ni la carne. En los días siguientes, comían las tortas con
pescados. El último día se reunían varias familias en unas de las casas y, por
la tarde, salían al campo a ver el agua se lavaban las manos en los arroyos y,
sentados a la vista del agua, merendaban las tortas de pan cenceño, las
lechugas y las frutas, y así “salían de la pascua”[4]. Todo
ello siempre con mucho cuidado, evitando ser visto por delatores, los marranos
vivieron su Fe en la clandestinidad, sabían que cualquier mal movimiento podía
ser causa de delación. La vida religiosa clandestina de estos judíos de la
raya, se asentaba sobre dos bases esenciales: la simulación de cristiandad y el
ocultamiento de las creencias mosaicas. Simular ser un buen cristiano no
resulta difícil, si la propia conciencia lo permitía. Los marranos que nos
ocupan, veían lícito enmascararse de cristiano si en su interior permanecían
fieles al judaísmo. Poco importaba asistir a la misa, comulgar cuando fuera
necesario o dar limosnas a la iglesia si sólo se hacía, como decían ellos,
“para cumplir con las gentes”. Estos en la niñez recibían la enseñanza católica
airosos, era la primera prueba mostrando
lo que habían aprendido en la niñez. Al tiempo, que de la doctrina católica
aprendían a santiguarse y a rezar las oraciones. Con estos rudimentos, podían
defenderse en el futuro utilizándolos para asemejarse a la mayoría.
Los que
tenían la desgracia de caer en manos de los Inquisidores, sabían lo que se les
venia encima.
El
antisemitismo más puro se estaba fraguando y desarrollando en la villa de
Hornachos, atrás quedo la persecución contra los moriscos. A este antisemitismo
contribuían padres de la iglesia que lanzaban anatemas contra los judíos. Desde
hacia mucho tiempo la iglesia romana había lanzado verdaderas aberraciones y
grandes mentiras contra el pueblo judío. Si hacemos un pequeño recorrido por la
historia de esta institución, nos encontraremos a personajes como, Juan
Crisóstomo uno de los considerados padres de la iglesia, reconocido como uno de
los más grandes predicadores cristiano. Su elocuencia le gano el nombre de
“boca de oro”. Él fue obispo de Constantinopla y un “doctor de la Iglesia “, este obispo
decía lo siguiente de los judíos:
“Como
pueden los cristianos atreverse a sostener la más mínima conversación con
judíos, los más miserables de todos los hombres, hombres que son...
concupiscente, rapaces, avaros, bandidos pérfidos. Acaso no son ellos asesinos,
destructores, hombres poseídos por el demonio a quienes la mala vida y la
embriaguez han entregado a las costumbres de los cerdos y la cabra
concupiscente. En verdad los judíos adoran al diablo, sus ritos son criminales
e inmundos, su religión es una enfermedad. Sus sinagogas son asambleas de
criminales... una cueva de ladrones... una caverna de demonios, un abismo de
perdición. “Dios aborrece a los judíos y siempre aborreció a los judíos... yo
también aborrezco a los judíos”.[5]
No es
sorpresa que después de algunos de los sermones de Crisóstomo en 338 su “rebaño” salió e incendio sinagogas. Pero,
¿qué fue lo que provoco su gran odio hacía los judíos? En las propias palabras
de Crisóstomo:
“su odioso
asesinato de Cristo... para este deicidio no existe expiación posible, ni
indulgencia, ni perdón, solo venganza que no tiene fin”
Así cimentó Crisóstomo en la
mente de los cristianos su propio estereotipo de un judío: “asesinos de
Cristo”. Su ataque contra los judíos encendió un fuego en la iglesia cristiana,
al que otros añadieron más combustible. Agustín de Hipona, un contemporáneo de
Crisóstomo dijo:
“El judaísmo desde Cristo, es una corrupción;
efectivamente, judas es la imagen del pueblo judío; su entendimiento de las
escrituras es carnal; ellos llevan la culpa de la muerte de3l Salvador, porque
a través de sus padres ellos mataron al Cristo. Los judíos lo prendieron, los
judíos lo insultaron; los judíos lo azotaron, amontonaron abusos sobre Él, lo
colgaron en un madero, lo atravesaron con una lanza.”
A pesar de que puede haber
sido un gran santo, el conocimiento de Agustín en cuanto a la crucifixión de
Cristo parece ser tristemente vacío, sea por ignorancia o por designio, jamás
lo sabremos. Pero fueron los romanos quienes “lo coronaron de espinas”, y
fueron los romanos quienes lo azotaron, amontonaron abusos sobre Él, lo
colgaron de un madero, y lo atravesaron con una lanza. Hoy en día muchos padres
que educan a sus hijos cuando llevan a estos a presenciar una procesión, les
suelen decir que al Señor lo mataron los judíos. Puro reflejo de la ignorancia
histórica de los hechos, y del mensaje antisemita lanzado desde los pulpito,
que fue calando y aposentándose en la ignorante y analfabeta masa de la época.
Frases como “es un perro
judío”, “perros circuncindados”, y otras aran que esta comunidad tenga que ser
vejada y por supuesto evitada. Este libelo o difamación, aunado al odio
albergado contra el judío, justificó a los ojos de los cristianos, convertir
las sinagogas en iglesias, matar y aterrar a los judíos y, confiscar sus
propios bienes. S promulgaron decretos contra estos, la misma población los iba
arrinconando y formando guetos. Para los cristianos, el gueto era un lugar en
el cual confinaban a las más odiosas de las gentes, en condiciones que les
correspondían. Para el judío el gueto, a pesar de las condiciones, se convirtió
en un refugio, un asilo de reposo lejos de las violentas turbas. El judío se
convirtió en el chivo expiatorio de todo viento contrario de mala fortuna que
venia sobre las poblaciones. Es un hecho histórico que:
“Si la enfermedad
permanecía fue porque los judíos habían envenenado los pozos; si un niño
cristiano desaparecía, había sido crucificado en una ceremonia judía; si el
sacristán de una iglesia se descuidaba, eran los judíos quienes habían robado
el cuerpo del altar, para acuchillarlo en el tiempo de la Pascua. [6]
Como podemos observar el
sufrimiento de los judíos ha sido importante a manos de la Iglesia. En Hornachos
se va a vivir una persecución activa contra estos judíos también llamados
marranos, los cuales tenían que ocultar su judaísmo para no ser reconocidos,
temiendo las manos del Santo Tribunal de la Inquisición. Para ello dominaron el arte del
disimulo, haciendo entender a los demás que eran verdaderos cristianos.
Aquello
que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios pedirá cuentas del pasado. Eclesiastés.
3:15
LOS MARRANOS DE HORNACHOS
GASPAR DE SILVERA. Portugués
gobernador de Hornachos y natural de Lisboa de edad de 40 años. Fue testificado
diferentemente por nueve testigos por el mes de enero de 1606. El uno dice, que
el y su mujer y hermana de ordinario visten los viernes del año camisas
lavadas, una por la mañana y otra por la noche y no los Domingos. Otro
testifico que entrando en su casa, vio
que donde dormían éstos no tenía en ella crucifijo ni imágenes cristianas. Por
el mes de junio de 1609, le oyeron decir al dicho Silvera que había venido a
Hornachos huyendo de la Inquisición
Portuguesa , y que iría donde no la hubiera.
Fue votado a prisión con
secuestro de bienes, fue llevado a las cárceles secretas de Llerena el 9 de
julio de 1609 y el 20 del mismo se tuvo con él la primera audiencia. Dijo que
era cristiano viejo de padre y madre, y que había oído decir ser descendientes
de judíos. Se le puso la acusación el 27 de julio regresando a las cárceles,
con fecha 12 de marzo por la mañana apareció ahorcado en su celda. El mismo se
enterró en los corrales de las cárceles de esta casa donde fueron enterrados
otros.
Este proceso se encuentra en el
legajo 1988, en la relación de causas de 1610.
JUAN BAUTISTA RODRIGUEZ. Natural
de Visseo (Portugal) y vecino de la villa de hornachos de 51 años de edad. Fue
testificado por un vecino de Hornachos llamado Gaspar Enríquez por seguir la
secta de Moisés. Fue preso en las cárceles secretas del Santo Oficio de Llerena
el 18 de mayo de 1719. Descubrieron en celda que estaba retajado
(circuncindado) su oficio era de escribano en la villa de Hornacho, su
sentencia es la que sigue.
Fue sentenciado a abjurar de behementi, fue condenado en
perdimiento de la mitad de sus bienes; absuelto ad cautelan y desterrado de la
villa de Madrid, la de Hornachos, esta ciudad de Llerena, por tiempo de seis
años, ocho leguas en contorno. Fuese azotado con 200 azotes y encargado a
persona docta que le instruya y fortifique en los misterios de nuestra santa
fe.
ISABEL MARIA MÉNDEZ. Mujer del
anterior reo de 47 años de edad fue condenada por judaizante, era vecina de Hornachos. Fue presa en las
cárceles secretas del Santo Oficio de Llerena con sus cinco hijas y su yerno el
19 de abril de 1719. Fue condenada auto de fe con sambenito de media aspa;
abjuro de behementi y fue condenada en perdimiento de la mitad de su bienes,
absuelta ad cautelan y desterrada de la villa de Madrid, Hornachos y esta
ciudad de Llerena por seis años, ocho leguas en contorno, y en 200 azotes.
ISABEL JERÓNIMA RODRIGUEZ. Hija
de los anteriores de 16 años de edad, fue condenada por prácticas de la ley de
Moisés vecina de Hornachos. Fue condenada a salir a auto público de fe, con
sambenito de media aspa, abjuró de behementi, fue condenada en perdimiento de
la mitad de sus bienes y absuelta ad cautelan y desterrada de la villa de Madrid,
Hornachos y esta ciudad de Llerena por seis años, ocho leguas en contorno.
MARIA DE LA
O RODRIGUEZ. Hija de de Juan Bautista
Rodríguez y viuda de Manuel de Cáceres, fue condenada por judaizante. La misma
sentencia que su hermana.
FRANCISCA BERNARDA RODRIGUEZ.
Hermana de la anterior vecina de Hornachos, fue condenada por judaizante. La
misma sentencia que la anterior hermana.
CATALINA RODRIGUEZ. Hermana de la
anterior, vecina de la villa de Hornachos condenada por judaizante. La misma
sentencia que la anterior.
MARIA RODRIGUEZ. Hermana de las
anteriores condenada por judaizante, vecina de Hornacho. La misma sentencia que
la anterior.
JULIANA MARÍA DE LA COMCEPCIÓN (alias de
Torres). Hijastra de Juan Bautista Rodríguez y mujer de Gaspar Enríquez de Figueroa,
platero de Badajoz, reconciliado por esta Inquisición en 30 de noviembre de
1719. La misma sentencia que la anterior.
JUAN ANTONIO BLANDÓN DE
SALVATIERRA. Vecino de Hornachos yerno de Juan Bautista Rodríguez. Entró en la
cárcel el 19 de abril de de 1719. Abjuró de behementi, y fue condenado en
perdimiento de la mitad de sus bienes; absuelto ad cautelan y desterrado de la
villa de Madrid, la de Hornachos y la de Llerena por seis años. Ocho leguas en
contorno. Se le diesen 200 azotes y encargado de persona docta que le instruya
y fortifique en los misterios de nuestra Santa Fe.
JULIANA MARIA MÉNDEZ. De oficio
tendera cuñada de Jun Bautista Rodríguez de 33 años de edad. Fue condenada por
judaizante. Abjuró de behementi, fue suelta ad cautelan y condenada en
perdimiento de la mitad de sus bienes. Siendo azotada con 200 latigazos y
desterrada de la villa de Madrid, Hornachos, y Llerena por tiempo de seis años.[7]
Como hemos podido comprobar en
este documento toda una familia y algunas ramificaciones de la misma, fueron
condenadas por judaizante. El tormento que recibían los reos en la sala de
torturas de la Inquisición
de Llerena, hacía que éstos
delataran a todos sus familiares. La perdida de sus bienes, la expulsión
durante una temporada de la villa de Hornacho,
sus sambenitos colgados en la
Iglesia de la villa, y su honorabilidad tirada por los
suelos, hacia que las familias condenadas por la Inquisición no
volviesen más a la villa. La corrupción en los Tribunales de la Inquisición de Llerena
era evidente. Así, en mayo de 1728, Juan Bautista Rodríguez, escribano de
Hornachos apresado en 1719, presento una reclamación ante el Inquisidor
General. Condenado al perdimiento de la mitad de sus bienes, aporto un memorial
donde constataban diferentes reparos a las cuentas elaboradas por el receptor,
y en el que se acusaba a los oficiales inquisitoriales de haber vendido sus
posesiones por una cantidad mayor de la que luego hacían constar en los autos.
En su defensa los inquisidores de Llerena aludían a que los gastos de
manutención del demandante y de su familia habían sido muy cuantiosos, así como
que ni éste ni su abogado había acudido al tribunal cuando fueron convocados
para revisar las diligencias efectuadas.[8]
La represión sobre todo en los
pueblos era terrible, las gentes del lugar veían al hereje y a su familia como
enemigo a batir, poniendo la guinda el clero de la localidad a la que
pertenecía el reo. Las penitencias eran duras en extremo: obligación de llevar
él “sambenito” azotes, destierro, confiscación de bienes o multas pecuniarias
de acuerdo siempre con la gravedad del delito.
El sambenito
era una prenda penitencial, cuando era usado como pena era amarillo con una o
dos cruces de San Andrés en la espalda y en el pecho. En los primeros tiempos
de la inquisición, el sambenito como símbolo de infamia debía llevarse de por
vida; pero posteriormente las sentencias solían equiparar la obligatoriedad de
su uso con el tiempo de reclusión, lo que era el castigo denominado “a
cárcel o habito”.
En las primeras décadas del
Santo Oficio, cualquiera que fuese condenado a llevar el sambenito ordinario,
tenia que ponérselo cada vez que salía de casa, medida sumamente impopular, por
suponer el escarnio y la burla de todos. El mero hecho de quitárselo suponía
una falta muy grave. El uso de tan infamante habito no solo suponía, por la
vergüenza que causaba, un castigo para el reo, sino para toda su familia e
incluso para su descendencia, debido a la costumbre iniciada en los primeros
años del siglo XVI, y que se generalizo por las instrucciones de 1561:
“Todos los sambenitos de los condenados
vivos y difuntos, presentes o ausentes, se ponen en las iglesias donde fueron
vecinos... porque siempre aya memoria de la infamia de los herejes y de su
descendencia”[9]
Con el fin de perpetuar el castigo de que
éstos fueran expuestos, primero en las catedrales y posteriormente en las
respectivas parroquias, “ad perpetuam rei memoriam”, haciendo del
sambenito uno de los castigos más efectivos al hacer continua la infamia.
Cuando estos se deterioraban se les reemplazaba por unos paños donde figuraba
el nombre, linaje, culpas y castigo del infractor. En tales circunstancias nada
tenía por tanto de particular, que parientes y descendientes trataran de
hacerlos desaparecer, lo que motivó, que una de las obligaciones de los
inquisidores al visitar su distrito fuera, el asegurarse que éstos
permaneciesen en su sitio y en buen estado... Hasta bien entrado el siglo XIX,
todavía podían verse colgadas en algunas iglesias estas ignominiosas prendas.
Complemento
indispensable del sambenito era la “coroza”, especie de capirote o mitra, de
papel engrudado que se ponía en la cabeza de los reos como afrenta y castigo,
decorada con motivos alusivos. Todos estos judíos salieron a auto publico de
fe, con su sambenito y coroza, expuestos los mismos en las iglesias de sus
poblaciones una vez terminado el auto, para marcar su persona y marcar su
linaje. No solo los judíos, también los alumbrados, hechiceras, moriscos,
blasfemos, todos, llevaban sambenitos y corozas en sus cuerpos. Estos últimos
los blasfemos eran manadas, y muchos estaban en las filas judías.
La iglesia y
el Rey querían venganza contra los seguidores de Moisés, precisamente porque
ellos habían condenado a Jesús por blasfemo, llegándose a considerar la
presencia de las comunidades judías como un desafió permanente, la expresión de
una blasfemia intolerable. Sus prácticas religiosas, sus fiestas, sus ritos,
constituían injurias al verdadero Dios en la persona de su hijo, el verdadero
Mesías, llamándole hechicero o pecador.
Fue en nombre
de la blasfemia por lo que la inquisición hizo quemar públicamente el Talmud en
1553, o por lo que durante la primera mitad del siglo XVI, fueron perseguidos
los conversos en medio de un antijudaísmo generalizado. El propio Lutero
entendía que los judíos confesaban una doctrina blasfema que convenía hacer
desaparecer incendiando sus sinagogas. Existe un refrán que pone claramente en
evidencia la realidad vivida por estas singulares personas, dice así.
“Más judíos
hicieron cristianos el tocino y el jamón, que la Santa Inquisición ”
Opinen.
[1] A. H. N. Sección
Inquisición. Legajo 1265.
[3] AHN. Inquisición libro
1133
[4]ídem.
[5] Ramón Bennett. Cuando
cesen el día y la noche
[6] Ramón Bennett. Cuando
cesen el día y la noche.
[7] A. H. N. Sección
Inquisición. Legajo 2764 N. 134.
[8] A. H. N. Sección
Inquisición. Legajo 2769, N. 110
[9] A. H. N. Sección
Inquisición. Legajo 3686. Instrucciones del Santo Oficio.
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