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sábado, 1 de abril de 2017


Los toreros de Satán


Pocas artes encierran tantas supersticiones y manías como el toreo. Los toreros se aferran a imágenes y símbolos buscando protección y suerte. Tanto es así, que todos los diestros siguen un estricto ritual antes de enfrentarse al toro. Muchos se visten de luces en soledad o siempre acompañados de las mismas personas de confianza por temor a que alguien ajeno traiga mal fario. Todas las plazas tienen su capilla, en la que los maestros se encomiendan a Vírgenes y santos buscando protección contra las astas del animal. El fervor es tal, que desde siempre, las estampas e imágenes religiosas han acompañado al matador, incluso en el transcurso de la corrida, convirtiéndose en un instrumento más para hacer frente al toro. Debajo de la montera, cosidas al capote, bajo el traje o colgadas del cuello, las imágenes religiosas forman parte de la fiesta

 

Muchos toreros han hecho de la superstición algo fundamental en su existir; poner el vestido de torear encima de la cama es de mal augurio, ya que al tocar las sábanas se está llamando a la muerte, es por eso, que ponen su traje sobre una silla de madera para que “toque madera”. Muchos matadores piensan que alejan a la muerte al no permitir que una mujer toque los trastos de torear, que no vea al torero antes de partir a plaza y que durante la corrida no estén presentes en el callejón.

 

Cristos, Vírgenes o signos más laicos, como simples ajos o monedas, han acompañado siempre a quienes se juegan la vida en la plaza. Aun así, muchas veces, ni el más sagrado de los iconos ha podido terciar para salvar la vida del torero, y en muchas de las ocasiones que el albero se ha teñido de sangre humana, algo extraño ha precedido al momento fatal. Situación que la gente del mundillo taurino ha tachado de inexplicable, de anómalo e incluso de maldito. Mientras algunos lidiadores se aferran a lo estrictamente religioso, otros en cambio, lo hacen pactando con sangre de su propio cuerpo con el mismismo príncipe de las tinieblas. Éste es el caso de un joven aspirante a torero, natural de Segovia, llamado Ventura Rodríguez, quién firmó un documento con su propia sangre en el que decía:

 

Digo yo, Ventura Rodríguez, que hago pacto con el demonio y que lo hago con efecto para que me de licencia para saber mejor torear, que es capear, poner banderillas, estoquear y otras habilidades, tener mucho corazón y poder tener amistades con grandes de España y otros, así como saber hablar y correr.

 

Dicho pacto lo llevaba Ventura Rodríguez pegado al pecho al lado del corazón, y jugando cierto día con un grupo de conocidos, la cedula se le cayó viéndola y leyéndola todos los presentes que estaban con él en esos momentos.

 

Los que se divertían con él le afearon el pacto y le reprendieron, obligando a Ventura Rodríguez a tener que ir personalmente ante la Santa Inquisición a contar lo sucedido.

El joven aspirante a torero, era mozo casado, de 21 años de edad, y que trabajaba en el oficio de la plomería. Cuando estuvo declarando ante el Santo Oficio, negó que el pacto estuviese hecho con sangre, sino que lo había hecho con almazarrón, un oxido rojo producido por el hierro.

 

Este no fue el único caso de torero pactando con el diablo, también en el tribunal de la Inquisición de Zaragoza nos encontramos con Tomás Bartolomé, alias el torero, por sus capeas y fiestas de toros en las que participaba, decía desde la cárcel en la que estaba preso por proposiciones, que le gustaría estar mejor con el diablo que con Dios, y que cuando saliese de la prisión lo primero que haría, sería pactar con el demonio.

 

Otro torero tachado de apóstol del emperador de los infiernos, fue  Miguel Reina, matador de toros de profesión y marinero, quién comentó, que cada vez que saliese a una fiesta de toros haría pacto con el demonio.

 

Sin duda un tema apasionante y desconocido para muchos: el toro, el torero y el diablo. ¿Habrá en pleno siglo XXI, matadores de toros que sigan apostando por abrazar las veredas y los umbrales de la doctrina del anticristo? El tema está latente y subyacente, ¿quién se atreve a investigarlo? De momento, a Satanás, lo seguimos viendo, pintando y describiéndolo, con elementos cercanos a los cornúpetas y sansones que se lidian en las plazas, los siniestros y puntiagudos cuernos.      

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