Los toreros de Satán
Pocas artes encierran tantas
supersticiones y manías como el toreo. Los toreros se aferran a imágenes y
símbolos buscando protección y suerte. Tanto es así, que todos los diestros
siguen un estricto ritual antes de enfrentarse al toro. Muchos se visten de
luces en soledad o siempre acompañados de las mismas personas de confianza por
temor a que alguien ajeno traiga mal fario. Todas las plazas tienen su capilla,
en la que los maestros se encomiendan a Vírgenes y santos buscando protección
contra las astas del animal. El fervor es tal, que desde siempre, las estampas
e imágenes religiosas han acompañado al matador, incluso en el transcurso de la
corrida, convirtiéndose en un instrumento más para hacer frente al toro. Debajo
de la montera, cosidas al capote, bajo el traje o colgadas del cuello, las
imágenes religiosas forman parte de la fiesta
Muchos toreros han hecho de la
superstición algo fundamental en su existir; poner el vestido de torear encima
de la cama es de mal augurio, ya que al tocar las sábanas se está llamando a la
muerte, es por eso, que ponen su traje sobre una silla de madera para que
“toque madera”. Muchos matadores piensan que alejan a la muerte al no permitir
que una mujer toque los trastos de torear, que no vea al torero antes de partir
a plaza y que durante la corrida no estén presentes en el callejón.
Cristos, Vírgenes o signos más
laicos, como simples ajos o monedas, han acompañado siempre a quienes se juegan
la vida en la plaza. Aun así, muchas veces, ni el más sagrado de los iconos ha
podido terciar para salvar la vida del torero, y en muchas de las ocasiones que
el albero se ha teñido de sangre humana, algo extraño ha precedido al momento
fatal. Situación que la gente del mundillo taurino ha tachado de inexplicable,
de anómalo e incluso de maldito. Mientras algunos lidiadores se aferran a lo
estrictamente religioso, otros en cambio, lo hacen pactando con sangre de su
propio cuerpo con el mismismo príncipe de las tinieblas. Éste es el caso de un
joven aspirante a torero, natural de Segovia, llamado Ventura Rodríguez, quién
firmó un documento con su propia sangre en el que decía:
Digo yo, Ventura Rodríguez, que hago pacto con el demonio y que lo hago
con efecto para que me de licencia para saber mejor torear, que es capear,
poner banderillas, estoquear y otras habilidades, tener mucho corazón y poder
tener amistades con grandes de España y otros, así como saber hablar y correr.
Dicho pacto lo llevaba Ventura
Rodríguez pegado al pecho al lado del corazón, y jugando cierto día con un
grupo de conocidos, la cedula se le cayó viéndola y leyéndola todos los
presentes que estaban con él en esos momentos.
Los que se divertían con él le
afearon el pacto y le reprendieron, obligando a Ventura Rodríguez a tener que
ir personalmente ante la Santa Inquisición a contar lo sucedido.
El joven aspirante a torero, era
mozo casado, de 21 años de edad, y que trabajaba en el oficio de la plomería.
Cuando estuvo declarando ante el Santo Oficio, negó que el pacto estuviese
hecho con sangre, sino que lo había hecho con almazarrón, un oxido rojo
producido por el hierro.
Este no fue el único caso de
torero pactando con el diablo, también en el tribunal de la Inquisición de
Zaragoza nos encontramos con Tomás Bartolomé, alias el torero, por sus capeas y
fiestas de toros en las que participaba, decía desde la cárcel en la que estaba
preso por proposiciones, que le gustaría estar mejor con el diablo que con
Dios, y que cuando saliese de la prisión lo primero que haría, sería pactar con
el demonio.
Otro torero tachado de apóstol
del emperador de los infiernos, fue
Miguel Reina, matador de toros de profesión y marinero, quién comentó,
que cada vez que saliese a una fiesta de toros haría pacto con el demonio.
Sin duda un tema apasionante y
desconocido para muchos: el toro, el torero y el diablo. ¿Habrá en pleno siglo
XXI, matadores de toros que sigan apostando por abrazar las veredas y los
umbrales de la doctrina del anticristo? El tema está latente y subyacente,
¿quién se atreve a investigarlo? De momento, a Satanás, lo seguimos viendo,
pintando y describiéndolo, con elementos cercanos a los cornúpetas y sansones
que se lidian en las plazas, los siniestros y puntiagudos cuernos.
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