NIÑO EMPALADO DE ALCAZAR DE SAN JUAN
Señor.
Con noticia que tuvo en el Consejo de que en la villa de
Alcazar de San Juan se había hallado un niño muerto y empalado de unos tres
años. Se escribió al Tribunal de Toledo para que enviase ministros a la
averiguación de los hechos, siendo el Juez Eclesiástico. Y habiéndose en su
cumplimiento nombrado ministro con consultas y orden del Consejo al Secretario
D. Juan de Soria Reynoso.
Luego que llegaron a dicha villa proveyeron auto para que se
le notificase a la justicia seglar para que entregasen copia autorizada de los
autos que habían formado; y que las personas que estuviesen presas no las soltaran sin orden del Santo
Oficio.
Y habiéndosele notificado respondieron que estaban presos
Matías Clemente de oficio leñador y jornalero Alfonso Cristóbal Naranjo
Quintina Mayoral, Feliciano y María Delgada.
Y en vista de los autos y respuestas pasaron al examen y
declaración de los testigos.
Primeramente declara Catalina López, madre del niño en fecha
9 de agosto víspera de San Lorenzo sobre las nueve y diez de la mañana, que
había mandado a un hijo suyo de cinco años a por un cuarto de berenjenas a la
plaza llamado Francisco. Que el dicho niño martirizado también su hijo llamado
Antonio fue en su compañía y al poco rato volvió Francisco sin Antonio.
Preguntándole la testigo por él, le respondió Francisco que Antonio se había quedado
en la Plaza. La
testigo tomó la mantilla y habiéndole buscado por varias calles y no habiéndole
encontrado le mandó pregonar, y a pesar del anuncio público no le hallaron. Que
a las diez de la noche llegó a su casa un alguacil diciendo, que el señor Alcalde la llamaba, que fue la
testigo y el Alcalde le preguntó, si ella o su marido que estaba en Madrid a
buscar su vida de zapatero, habían tenido con alguno enemistades, la testigo le
respondió, que no; que con esto se volvió a su casa y como a las doce de la
noche fueron a su casa el Alcalde y el escribano Alfonso Jiménez, el Médico y
dos cirujanos con mucha gente los cuales traían al niño muerto en una
cabalgadura menor. Lo pusieron sobre un bufete y se encerraron en un cuarto
sacando fuera del mismo a la testigo y a las demás gentes. Jura sin saber las
diligencias que ejecutaron, y que luego se lo entregaron a la testigo
previniéndola no lo enterrara hasta que volvieran; que la testigo le reconoció
y no le conocía por el rostro por lo desfigurado que estaba aunque si por el
vestido. Que los ojos los tenía muy abiertos y grandes como redondos, y que el
niño andaba sin zapatos ni medias; que reconociendo el cuerpo por la parte de
los muslos y atrás a la espalda, hallo que estaba acardenalado con manchas
distintas blancas y negras, y las carnes de las referidas partes landas y en
los pies por las plantas tenía como de haberle dado con algunos cardos o
espinas, y señales de haberle clavados las espinas, y detrás de una de las
orejas tenía un agujerito que no pasaba al otro lado, como de haber metido una
aguja de ensalmar.
Juan Chocano padre del niño: refirió que estaba ausente
cuando el suceso, y que luego que vino lo oyó
a varios sujetos y a su mujer como queda referido, que el médico D. José
le refirió, que por el orificio posterior le metieron al niño como una bayeta
de escopeta, y que el testigo no había tenido enemistades con nadie ni presumía
quién lo podía haber hecho.
Fr. Francisco de la
Madre de Dios Ministro del convento de la Santísima Trinidad
en dicha villa dijo: que acosa de las Aves Marías del día del suceso fueron
unas personas, y un cuarto de hora antes, Gregorio Martín Izquierdo albañil, le
dijo al testigo con admiración, congoja, afligido y llorando, que una hija de
éste llamada Quiteria y una vecina tuvieron ganas de ir a un majuelo que tenía
junto al pozo de Tello. Que yendo ambas por el camino hacia el lugar
mencionado, encontraron un niño ya difunto sin saber de quién era. Y
preguntando el testigo si el niño tenía algunas señales, le respondieron que no
lo sabían. Le dijo que llamara a dichas mujeres para saber como habían hallado
al niño, presentándose dicha Quiteria y dos vecinas suyas y preguntándole el
testigo que es lo que había sucedido, respondió una de las vecinas: que yendo al
pozo del Tello aquella tarde como a las cuatro, vieron entre el rastrojo en una
tierra del Alcalde un bulto que le pareció el de una criatura acostada. Que
fueron a reconocerlo y vieron que era una criatura con ojos y boca abierta,
estando distante del camino como a diez o doce pasos; y que pareciéndoles que
estaba difunto le dio algún miedo.
Dice este testigo que llegando hasta aquí la expresión de
dicha mujer anciana, dijo la
Quiteria asustada y sobresaltada, yo me atreví a llegar y
reconocer lo que era y halle lo mismo que les había parecido. Y que levantando
del suelo al niño empezó a llorar abrazándolo y besándole, y que discurrieron
todas, que la muerte de aquella criatura había sido ocasionada del rigor del
sol. Y que preguntándole el testigo si habían reconocido alguna lesión, heridas
o golpes en el cuerpecito, dijeron que no, que tenía una cara como una rosa, y
que al tiempo de levantarle sintió la Quiteria humedad en las manos como de haberse
orinado dicho niño, y que le salió porción de ventosidad por la boca que tenía
abierta; que por la humedad le reconocieron y registraron y entonces vieron ser
niño. Que hallándose con dicho caso decidieron tapar el cuerpo para que no
llegase hasta el ningún perro ni ave a comérselo, y hecho volvieron con el agua
que había sacado del pozo del Tello. Las mujeres le dijeron al testigo que
diese parte a la justicia, se la dio el testigo al Alcalde D. Juan Antonio de
Maza, y que había oído decir que la justicia tenía presa a dichas mujeres. Y
que el testigo no podía formar juicio de que dichas mujeres pudieran ser
cómplices en el homicidio del niño.
El Médico D. José
dijo: que a las nueve de la noche de dicho día le llamó el Alcalde para que
fuera con él a media legua de distancia del lugar haber un hombre, y que decía
estar murto para reconocerle. Y que habiendo ido el testigo con el dicho
Alcalde le dijo éste que era para el niño que poco antes habían pregonado. Que
con efecto fueron el testigo, el Alcalde y el escribano u Ministro llamado
Ventosa, Juan Rubio y Juan Arias cirujanos, Diego del Barco y otros. Que
llegaron al sitio que llaman el pozo de Tello y vieron al niño que estaba boca
arriba echado en una zanjita apartada del camino, que tenía el niño los ojos
abiertos y resplandecientes, que aunque era de noche se veía con la luna, que
estaba cubierto con su camisa, una falda y una pañoleta, vestido sin
reconocerse que hubiese sido desnudado. Que el testigo reconoció estar muerto,
que el Alcalde mandó al Ministro que le tomase en las manos y montar en un
pollino, y que de esta forma a las doce le llevaron a casa de los padres. Que
encerrados en un cuarto el testigo, Alcalde, escribano, los dos cirujanos y
Manuel de Parraga, le quitaron al niño los vestidos y puesto sobre un bufete,
vieron estar todo el cuerpo lleno de cardenales como si hubiera recibido
abundancia de azotes, y como si lo hubiesen hecho con ortigas; en la parte del
cuello posterior tenía un gran cardenal y que subía y bajaba como de tres dedos
más o menos, y que todo el cuerpo estaba así universalmente mortificado,
teniendo otros azotes propios de vara o látigos teniendo en la parte del pecho
algunos espacios libres que no se habían azotado. Que reconoció la parte del
orificio posterior, relajada y abierta más que lo natural, y que dividiendo el
testigo con los dedos las dos nalguitas que comprimen el orificio, registró con
la vista casi todo el intestino recto manifestando que por aquella parte se
había cometido alguna violencia de instrumento que no podía asegurar cual
fuese. Y que para hacer el juicio más cabal probó con un hijo de la misma edad
que el difunto, y que cuando estaba dormido boca abajo apartó sus nalguitas
para ver el orificio y comprobar el tamaño del de su hijo con el del niño
difunto, hallando la contraria y la imposibilidad de que en lo natural pudiese
ser menor que con la violencia. Y que
aunque se pudiese dudar por la disparidad que hay de un cuerpo muerto al de un
cuerpo vivo, se responde dos cosas: primera, en el cuerpo vivo estaba el sueño presente, y este impedía el ejercicio de la facultad
sensitiva, lo segundo, el orificio del niño difunto le faltaba la natural
astricción que aquella parte tiene; y prosigue éste testigo que a la mañana del
día subsiguiente pasó en compañía de Juan Rubio y Cristóbal Martín cirujanos, y
estando solos volvieron a reconocer el cuerpo del niño, y encontró más
claramente la abundancia de los cardenales que había reconocido la noche
antecedente con el color morado de la sangre coagulada en el ámbito del cuerpo.
Que asimismo notó con los dos cirujanos referidos, como las uñas y cabezas de
los dedos de las manos del niño estaban negras al modo cuando se coge un dedo
con una puerta no estando de tan oscuro color demostrándose que en aquella zona
el niño recibió violencia. Y que también el testigo y los cirujanos
reconocieron en el prepucio del niño un manifiesto cardenal como si hubiese
sido apretado con algo, estando lo restante de aquella parte sana y sin
demostración de golpe alguno y no notando separación en carne. Pero no podía
asegurar el testigo si era circuncisión, porque no reconoció efusión de sangren
estar cortado el cabestrillo. Y que no notaron otra lesión en parte alguna del
cuerpo ni se volvió a reconocer, y no tenía noticia de quién podía ser el
agresor.
Los cirujanos declararon lo mismo que el antecedente,
diciendo Juan Rubio, que la contusión que tenía en la nuca por la parte
posterior del cuello era como de cuatro dedos inmediata al nacimiento del pelo,
manifestaba haberle atado alguna soga porque las señales le circunvalaban el
pescuezo.
Cristóbal Martín cirujano dice prácticamente lo mismo que el
resto de sus compañeros y añade, que en la parte de los riñones el niño tenía
la piel levantada de la zona como de haberle con cuatro o cinco dedos arañado y
que no sabe quien puede haber sido el agresor.
El Alcalde dice, que lo que coincide en todo lo que dicen
los cirujanos y médico, y que lo que más le sorprendió fueron las uñas de los
pies y manos acardenaladas, como si hubiesen sido comprimidas con instrumento
violento. Que no se había podido descubrir a los agresores, que se hicieron
diligencias de haber enviado hombres la noche del suceso a lugares
circunvecinos para saber si hallaban alguna noticia o rastro del agresor.
Feliciana Delgada
presa en la cárcel Real por la muerte del niño, de estado casada con Matías
Tejuelo de 35 años de edad, una de las que encontraron el niño que luego
entregaron al religioso de la Santísima
Trinidad. Refirió el suceso diciendo de haber encontrado el
niño como lo refiere el dicho religioso, y añade la testigo, que fueron a la
laguna quedando a María con la cabalgadura en la viña de Gregorio Mayoral para
dar cuenta al guarda de si sabían que buscasen a una criatura que sabían
encontrado muerta. Que el guarda respondió aconsejándola, no echasen por el
mismo camino, y sin embargo la testigo y compañeras echaron por el mismo
camino, y que habiéndo tomado el agua antes de llenar los cántaros, vieron a un
hombre como a un tiro de honda de la viña de dicho Gregorio que dista del sitio
donde encontraron el niño como tres tiros de honda; y que reconocieron la
testigo y sus dos compañeras, que estaba dicho hombre desalforjado el coleto,
dando vuelta como asustado y sin concierto alguno con un garrote. La testigo y
compañeras lo extrañaron, y dijeron si sería aquel hombre el que hubiese hecho
el daño al niño; que dicho hombre se detuvo y quedó donde se estaba, y la
testigo y las compañeras se vinieron; y viendo que venía una galera de D. Juan
Saavedra la aguardaron para ir en compañía; y los mozos que la traían eran Miguel
y otro, y la testigo y Quiteria Martín se metieron con ellos en la galera y le
contaron lo sucedido. Dicho Miguel les dijo, que no era bueno traer la
criatura, se quedaron en el pozo los mozos del convento de la Trinidad y luego que
llegaron al pueblo fueron a la casa de una tía del niño llamada María de la Cruz y se lo contaron.
Miguel de Olivares el que llevaba la galera dijo, que las
mujeres se metieron en la galera pero que era falso que le contara cosa alguna
de niño.
Bernardo de Flores criado del convento de la Santísima Trinidad
dijo: que la tarde del suceso fueron el testigo y un zagal al pozo del Telloa
llenar una cuba de agua, y alcanzaron haber a Feliciana, a una sobrina suya y a
Quiteria Martín. Que se dieron las buenas tardes, que llenaron una carga de
agua, que en este tiempo llegó Manuel el Tendero guarda de la Laguna , bebió y se volvió.
Que al tiempo de estar llenando el testigo la cuba, pasó por el camino
corriendo un hombre llamado Cristóbal Naranjo que está preso, y que iba con un
garrote en la mano, el coleto desabrochado y caminando hacia el lugar. Que a la
mitad del camino le alcanzó el testigo con su galera y que le preguntó de donde
venía, y que le respondió que de un majuelo y subió a la galera hasta el lugar.
María Delgada sobrina de la Feliciana dice, que el hombre que vieron con el coleto
desabrochado y con un palo en la mano, daba vueltas aturdido sin montera ni
sombreo, fue a carrera abierta hacia el pozo y luego que vio gente se detuvo en
un hondo y no le volvieron haber.
En este estado se puso testificación por el secretario de
que habiendo examinado al chiquillo hermano del niño que se hallo muerto con
varias preguntas, que será de cuatro ocinco años, con su razón dio a entender
que su hermano fue con él a la plaza por un ochavo de berenjenas, que no las
había y que se había ido a la fabrica con un hombre que le llamó, no dando el
niño más explicaciones.
Cristóbal Naranjo preso en la carcel Real y a quién dicen
algunos testigos que vieron con el coleto desabrochadoy un palo en la mano
dijo: que dicho día salió del lugar después de las doce con dos cabalgaduras
menores, y llevó dos cargas de albardí a la salistrería, que a las seis de la
tarde volvió a salir de su casa en cuerpo con una montura vieja y un garrote en
la mano y el coleto desabrochado y solo, y se encaminó por el camino del pozo
de Tello a un majuelo suyo, y que en el mismo pozo estaba Manuel el Tendero con
los mozos del convento de la
Trinidad , y dicho Manuel le preguntó al testigo que donde
iba, y éste le respondió, que a su majuelo; y que habiendo llegado a su majuelo
a poco rato volvió a dicho pozo donde estaban dichos mozos de la Trinidad , y el testigo se
entró en la galera y fue con ellos al lugar.
En este estado se proveyó auto para volver a examinar a
Manuel Mendoza para que declarara el motivo que hubo para no dar cuenta
inmediatamente a la justicia de haber encontrado a dicho niño muerto, faltando
a la obligación de cristiano.
Y en su cumplimiento dijo: que su intención era ir a
confesarlo para que al confesor diera cuenta a quién le pareciera, porque el
como forastero no se atrevió por si le venía algún riesgo, y como reparó que
las mujeres habían visto la criatura lo dejó de hacer asegurándose de que las
mujeres se lo habrían llevado por no haberlo vuelto a ver.
En este estado se proveía auto para reconocer los dos sitios
donde se encontró el niño muerto y donde estaba enterrado.
Y constó que la primera vez se halló en un año tan baldío
lleno de tomillo y atochas, a la mano derecha del camino del pozo el Tello
media legua de la villa, y que desde el camino cualquier persona que pase por
el precisamente a de descubrir el pequeño bulto que hay donde se decía haber
estado el niño. Y que el sitio donde le encontró la Justicia Real , era
una zanjita que estaba diez u ocho pasos del camino, estando distante de la
villa menos de tres cuarto de leguas teniendo de un sitio al otro 550 pasos.
Y también constó estar enterrado el niño en una bóveda del
convento de San Francisco.
Estas diligencias se entregaron al Tribunal con carta que
está al principio. Los autos de la Justicia
Real no tienen cosa sustancial.[1]
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