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domingo, 9 de abril de 2017

NIÑO EMPALADO DE ALCAZAR DE SAN JUAN


Señor.

Con noticia que tuvo en el Consejo de que en la villa de Alcazar de San Juan se había hallado un niño muerto y empalado de unos tres años. Se escribió al Tribunal de Toledo para que enviase ministros a la averiguación de los hechos, siendo el Juez Eclesiástico. Y habiéndose en su cumplimiento nombrado ministro con consultas y orden del Consejo al Secretario D. Juan de Soria Reynoso.
Luego que llegaron a dicha villa proveyeron auto para que se le notificase a la justicia seglar para que entregasen copia autorizada de los autos que habían formado; y que las personas que estuviesen  presas no las soltaran sin orden del Santo Oficio.
Y habiéndosele notificado respondieron que estaban presos Matías Clemente de oficio leñador y jornalero Alfonso Cristóbal Naranjo Quintina Mayoral, Feliciano y María Delgada.
Y en vista de los autos y respuestas pasaron al examen y declaración de los testigos.

Primeramente declara Catalina López, madre del niño en fecha 9 de agosto víspera de San Lorenzo sobre las nueve y diez de la mañana, que había mandado a un hijo suyo de cinco años a por un cuarto de berenjenas a la plaza llamado Francisco. Que el dicho niño martirizado también su hijo llamado Antonio fue en su compañía y al poco rato volvió Francisco sin Antonio. Preguntándole la testigo por él, le respondió Francisco que Antonio se había quedado en la Plaza. La testigo tomó la mantilla y habiéndole buscado por varias calles y no habiéndole encontrado le mandó pregonar, y a pesar del anuncio público no le hallaron. Que a las diez de la noche llegó a su casa un alguacil diciendo, que  el señor Alcalde la llamaba, que fue la testigo y el Alcalde le preguntó, si ella o su marido que estaba en Madrid a buscar su vida de zapatero, habían tenido con alguno enemistades, la testigo le respondió, que no; que con esto se volvió a su casa y como a las doce de la noche fueron a su casa el Alcalde y el escribano Alfonso Jiménez, el Médico y dos cirujanos con mucha gente los cuales traían al niño muerto en una cabalgadura menor. Lo pusieron sobre un bufete y se encerraron en un cuarto sacando fuera del mismo a la testigo y a las demás gentes. Jura sin saber las diligencias que ejecutaron, y que luego se lo entregaron a la testigo previniéndola no lo enterrara hasta que volvieran; que la testigo le reconoció y no le conocía por el rostro por lo desfigurado que estaba aunque si por el vestido. Que los ojos los tenía muy abiertos y grandes como redondos, y que el niño andaba sin zapatos ni medias; que reconociendo el cuerpo por la parte de los muslos y atrás a la espalda, hallo que estaba acardenalado con manchas distintas blancas y negras, y las carnes de las referidas partes landas y en los pies por las plantas tenía como de haberle dado con algunos cardos o espinas, y señales de haberle clavados las espinas, y detrás de una de las orejas tenía un agujerito que no pasaba al otro lado, como de haber metido una aguja de ensalmar.
Juan Chocano padre del niño: refirió que estaba ausente cuando el suceso, y que luego que vino lo oyó  a varios sujetos y a su mujer como queda referido, que el médico D. José le refirió, que por el orificio posterior le metieron al niño como una bayeta de escopeta, y que el testigo no había tenido enemistades con nadie ni presumía quién lo podía haber hecho.
Fr. Francisco de la Madre de Dios Ministro del convento de la Santísima Trinidad en dicha villa dijo: que acosa de las Aves Marías del día del suceso fueron unas personas, y un cuarto de hora antes, Gregorio Martín Izquierdo albañil, le dijo al testigo con admiración, congoja, afligido y llorando, que una hija de éste llamada Quiteria y una vecina tuvieron ganas de ir a un majuelo que tenía junto al pozo de Tello. Que yendo ambas por el camino hacia el lugar mencionado, encontraron un niño ya difunto sin saber de quién era. Y preguntando el testigo si el niño tenía algunas señales, le respondieron que no lo sabían. Le dijo que llamara a dichas mujeres para saber como habían hallado al niño, presentándose dicha Quiteria y dos vecinas suyas y preguntándole el testigo que es lo que había sucedido, respondió una de las vecinas: que yendo al pozo del Tello aquella tarde como a las cuatro, vieron entre el rastrojo en una tierra del Alcalde un bulto que le pareció el de una criatura acostada. Que fueron a reconocerlo y vieron que era una criatura con ojos y boca abierta, estando distante del camino como a diez o doce pasos; y que pareciéndoles que estaba difunto le dio algún miedo.
Dice este testigo que llegando hasta aquí la expresión de dicha mujer anciana, dijo la Quiteria asustada y sobresaltada, yo me atreví a llegar y reconocer lo que era y halle lo mismo que les había parecido. Y que levantando del suelo al niño empezó a llorar abrazándolo y besándole, y que discurrieron todas, que la muerte de aquella criatura había sido ocasionada del rigor del sol. Y que preguntándole el testigo si habían reconocido alguna lesión, heridas o golpes en el cuerpecito, dijeron que no, que tenía una cara como una rosa, y que al tiempo de levantarle sintió la Quiteria humedad en las manos como de haberse orinado dicho niño, y que le salió porción de ventosidad por la boca que tenía abierta; que por la humedad le reconocieron y registraron y entonces vieron ser niño. Que hallándose con dicho caso decidieron tapar el cuerpo para que no llegase hasta el ningún perro ni ave a comérselo, y hecho volvieron con el agua que había sacado del pozo del Tello. Las mujeres le dijeron al testigo que diese parte a la justicia, se la dio el testigo al Alcalde D. Juan Antonio de Maza, y que había oído decir que la justicia tenía presa a dichas mujeres. Y que el testigo no podía formar juicio de que dichas mujeres pudieran ser cómplices en el homicidio del niño.
El Médico D. José dijo: que a las nueve de la noche de dicho día le llamó el Alcalde para que fuera con él a media legua de distancia del lugar haber un hombre, y que decía estar murto para reconocerle. Y que habiendo ido el testigo con el dicho Alcalde le dijo éste que era para el niño que poco antes habían pregonado. Que con efecto fueron el testigo, el Alcalde y el escribano u Ministro llamado Ventosa, Juan Rubio y Juan Arias cirujanos, Diego del Barco y otros. Que llegaron al sitio que llaman el pozo de Tello y vieron al niño que estaba boca arriba echado en una zanjita apartada del camino, que tenía el niño los ojos abiertos y resplandecientes, que aunque era de noche se veía con la luna, que estaba cubierto con su camisa, una falda y una pañoleta, vestido sin reconocerse que hubiese sido desnudado. Que el testigo reconoció estar muerto, que el Alcalde mandó al Ministro que le tomase en las manos y montar en un pollino, y que de esta forma a las doce le llevaron a casa de los padres. Que encerrados en un cuarto el testigo, Alcalde, escribano, los dos cirujanos y Manuel de Parraga, le quitaron al niño los vestidos y puesto sobre un bufete, vieron estar todo el cuerpo lleno de cardenales como si hubiera recibido abundancia de azotes, y como si lo hubiesen hecho con ortigas; en la parte del cuello posterior tenía un gran cardenal y que subía y bajaba como de tres dedos más o menos, y que todo el cuerpo estaba así universalmente mortificado, teniendo otros azotes propios de vara o látigos teniendo en la parte del pecho algunos espacios libres que no se habían azotado. Que reconoció la parte del orificio posterior, relajada y abierta más que lo natural, y que dividiendo el testigo con los dedos las dos nalguitas que comprimen el orificio, registró con la vista casi todo el intestino recto manifestando que por aquella parte se había cometido alguna violencia de instrumento que no podía asegurar cual fuese. Y que para hacer el juicio más cabal probó con un hijo de la misma edad que el difunto, y que cuando estaba dormido boca abajo apartó sus nalguitas para ver el orificio y comprobar el tamaño del de su hijo con el del niño difunto, hallando la contraria y la imposibilidad de que en lo natural pudiese ser menor que con la violencia.  Y que aunque se pudiese dudar por la disparidad que hay de un cuerpo muerto al de un cuerpo vivo, se responde dos cosas: primera, en el cuerpo vivo  estaba el sueño presente, y  este impedía el ejercicio de la facultad sensitiva, lo segundo, el orificio del niño difunto le faltaba la natural astricción que aquella parte tiene; y prosigue éste testigo que a la mañana del día subsiguiente pasó en compañía de Juan Rubio y Cristóbal Martín cirujanos, y estando solos volvieron a reconocer el cuerpo del niño, y encontró más claramente la abundancia de los cardenales que había reconocido la noche antecedente con el color morado de la sangre coagulada en el ámbito del cuerpo. Que asimismo notó con los dos cirujanos referidos, como las uñas y cabezas de los dedos de las manos del niño estaban negras al modo cuando se coge un dedo con una puerta no estando de tan oscuro color demostrándose que en aquella zona el niño recibió violencia. Y que también el testigo y los cirujanos reconocieron en el prepucio del niño un manifiesto cardenal como si hubiese sido apretado con algo, estando lo restante de aquella parte sana y sin demostración de golpe alguno y no notando separación en carne. Pero no podía asegurar el testigo si era circuncisión, porque no reconoció efusión de sangren estar cortado el cabestrillo. Y que no notaron otra lesión en parte alguna del cuerpo ni se volvió a reconocer, y no tenía noticia de quién podía ser el agresor.
Los cirujanos declararon lo mismo que el antecedente, diciendo Juan Rubio, que la contusión que tenía en la nuca por la parte posterior del cuello era como de cuatro dedos inmediata al nacimiento del pelo, manifestaba haberle atado alguna soga porque las señales le circunvalaban el pescuezo.
Cristóbal Martín cirujano dice prácticamente lo mismo que el resto de sus compañeros y añade, que en la parte de los riñones el niño tenía la piel levantada de la zona como de haberle con cuatro o cinco dedos arañado y que no sabe quien puede haber sido el agresor.
El Alcalde dice, que lo que coincide en todo lo que dicen los cirujanos y médico, y que lo que más le sorprendió fueron las uñas de los pies y manos acardenaladas, como si hubiesen sido comprimidas con instrumento violento. Que no se había podido descubrir a los agresores, que se hicieron diligencias de haber enviado hombres la noche del suceso a lugares circunvecinos para saber si hallaban alguna noticia o rastro del agresor.
Feliciana Delgada presa en la cárcel Real por la muerte del niño, de estado casada con Matías Tejuelo de 35 años de edad, una de las que encontraron el niño que luego entregaron al religioso de la Santísima Trinidad. Refirió el suceso diciendo de haber encontrado el niño como lo refiere el dicho religioso, y añade la testigo, que fueron a la laguna quedando a María con la cabalgadura en la viña de Gregorio Mayoral para dar cuenta al guarda de si sabían que buscasen a una criatura que sabían encontrado muerta. Que el guarda respondió aconsejándola, no echasen por el mismo camino, y sin embargo la testigo y compañeras echaron por el mismo camino, y que habiéndo tomado el agua antes de llenar los cántaros, vieron a un hombre como a un tiro de honda de la viña de dicho Gregorio que dista del sitio donde encontraron el niño como tres tiros de honda; y que reconocieron la testigo y sus dos compañeras, que estaba dicho hombre desalforjado el coleto, dando vuelta como asustado y sin concierto alguno con un garrote. La testigo y compañeras lo extrañaron, y dijeron si sería aquel hombre el que hubiese hecho el daño al niño; que dicho hombre se detuvo y quedó donde se estaba, y la testigo y las compañeras se vinieron; y viendo que venía una galera de D. Juan Saavedra la aguardaron para ir en compañía; y los mozos que la traían eran Miguel y otro, y la testigo y Quiteria Martín se metieron con ellos en la galera y le contaron lo sucedido. Dicho Miguel les dijo, que no era bueno traer la criatura, se quedaron en el pozo los mozos del convento de la Trinidad y luego que llegaron al pueblo fueron a la casa de una tía del niño llamada María de la Cruz y se lo contaron.
Miguel de Olivares el que llevaba la galera dijo, que las mujeres se metieron en la galera pero que era falso que le contara cosa alguna de niño.
Bernardo de Flores criado del convento de la Santísima Trinidad dijo: que la tarde del suceso fueron el testigo y un zagal al pozo del Telloa llenar una cuba de agua, y alcanzaron haber a Feliciana, a una sobrina suya y a Quiteria Martín. Que se dieron las buenas tardes, que llenaron una carga de agua, que en este tiempo llegó Manuel el Tendero guarda de la Laguna, bebió y se volvió. Que al tiempo de estar llenando el testigo la cuba, pasó por el camino corriendo un hombre llamado Cristóbal Naranjo que está preso, y que iba con un garrote en la mano, el coleto desabrochado y caminando hacia el lugar. Que a la mitad del camino le alcanzó el testigo con su galera y que le preguntó de donde venía, y que le respondió que de un majuelo y subió a la galera hasta el lugar.
María Delgada sobrina de la Feliciana  dice, que el hombre que vieron con el coleto desabrochado y con un palo en la mano, daba vueltas aturdido sin montera ni sombreo, fue a carrera abierta hacia el pozo y luego que vio gente se detuvo en un hondo y no le volvieron haber.
En este estado se puso testificación por el secretario de que habiendo examinado al chiquillo hermano del niño que se hallo muerto con varias preguntas, que será de cuatro ocinco años, con su razón dio a entender que su hermano fue con él a la plaza por un ochavo de berenjenas, que no las había y que se había ido a la fabrica con un hombre que le llamó, no dando el niño más explicaciones.
Cristóbal Naranjo preso en la carcel Real y a quién dicen algunos testigos que vieron con el coleto desabrochadoy un palo en la mano dijo: que dicho día salió del lugar después de las doce con dos cabalgaduras menores, y llevó dos cargas de albardí a la salistrería, que a las seis de la tarde volvió a salir de su casa en cuerpo con una montura vieja y un garrote en la mano y el coleto desabrochado y solo, y se encaminó por el camino del pozo de Tello a un majuelo suyo, y que en el mismo pozo estaba Manuel el Tendero con los mozos del convento de la Trinidad, y dicho Manuel le preguntó al testigo que donde iba, y éste le respondió, que a su majuelo; y que habiendo llegado a su majuelo a poco rato volvió a dicho pozo donde estaban dichos mozos de la Trinidad, y el testigo se entró en la galera y fue con ellos al lugar.
En este estado se proveyó auto para volver a examinar a Manuel Mendoza para que declarara el motivo que hubo para no dar cuenta inmediatamente a la justicia de haber encontrado a dicho niño muerto, faltando a la obligación de cristiano.
Y en su cumplimiento dijo: que su intención era ir a confesarlo para que al confesor diera cuenta a quién le pareciera, porque el como forastero no se atrevió por si le venía algún riesgo, y como reparó que las mujeres habían visto la criatura lo dejó de hacer asegurándose de que las mujeres se lo habrían llevado por no haberlo vuelto a ver.
En este estado se proveía auto para reconocer los dos sitios donde se encontró el niño muerto y donde estaba enterrado.
Y constó que la primera vez se halló en un año tan baldío lleno de tomillo y atochas, a la mano derecha del camino del pozo el Tello media legua de la villa, y que desde el camino cualquier persona que pase por el precisamente a de descubrir el pequeño bulto que hay donde se decía haber estado el niño. Y que el sitio donde le encontró la Justicia Real, era una zanjita que estaba diez u ocho pasos del camino, estando distante de la villa menos de tres cuarto de leguas teniendo de un sitio al otro 550 pasos.
Y también constó estar enterrado el niño en una bóveda del convento de San Francisco.
Estas diligencias se entregaron al Tribunal con carta que está al principio. Los autos de la Justicia Real no tienen cosa sustancial.[1]



[1] AHN. Inquisición. Legajo 3722. Exp. 210

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