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domingo, 2 de abril de 2017


La procesión irreverente de Zalamea

 

Inés Benítez

 

Mujer de Antonio Merchán, natural de la villa de Zalamea, fue testificad por veinticuatro testigos, todos naturales de la población, los más de oídas, de que asistió y se encontró presente con unos ejecutores que estando en la dicha villa en un mesón cerraban la puerta de la calle a la hora de cenar y comer. Hacían por la casa una procesión llevando en ella una mujer en cueros que hacía de imagen de Nuestra Señora, y oras veces la mujer se alzaba las faldas hasta descubrir sus partes. Llevaban un libro por el que cantaban y llevaban las capas revueltas al pescuezo a modo de capillas de fraile y las mujeres fingiendo ser monjas. Antes de la procesión, tocaban un candelero que sirvió de campanilla, y acabada la misma, uno de los ejecutores se subía a una silla decorada como pulpito y predicaba. A la mujer que hacía de imagen de Nuestra Señora, le ponían un plato bajo sus partes sobre el cual ponían unas rebanadas de pan que utilizaban como hostias consagradas en el ofertorio. Acabado el sermón, se celebraba una misa teniendo la mujer que hacía de imagen el lienzo de una Verónica, ponían un jarro con vino y como hostia las rebanadas finas de pan, y tocando el candelero cantaban en alto. Cuando subían el pan, se ponían de rodilla y cuando subían el jarro con el vino también; al salir a tomar el pan se ponían un paño blanco por la cabeza y lo tomaban como si fuese una ostia. El que hacía de presbítero metía sus dedos en el jarro de vino y se los metía en la boca a los asistentes, y cuando acababa la misa echaba la bendición y descomponían el altar. Cuentan los testigos, que Inés Benítez actuaba deshonestamente con los ejecutores, los cuales fueron encarcelados en cárceles secretas junto a Inés Benítez y otras hermanas suyas.

El 5 de septiembre de dicho año, declaró Inés Benítez diciendo: que era de edad de veintidós años y que la habrían detenido por lo que sucedía en el mesón con los hombres que allí estaban.

La Inquisición le pregunto, ¿Quiénes eran aquellos hombres?, respondiendo: que aquellos hombres eran los ejecutores de Zalamea que posaban en la posada de Sebastián García Conde, vecino de Zalamea. Dijo que ella había escuchado lo de la procesión, pero negó el haber participado en la misma.

La reo fue reprendida severamente en la sala de la audiencia el día 7 de febrero de 1643, se ordenó se suspendiera su causa por faltas de pruebas.[1]

 

 María Blázquez

 

Soltera, hija de Sebastián García alias (El Conde), mesonero, vecina de la villa de Zalamea, en cuya posada estuvieron los ejecutores, fue testificada por los mismos testigos que la rea antecedente, de que se halló presente cuando los dichos ejecutores hacían las dichas ceremonias; y que era la que se ponía en cueros según uno de los testigos. Fue llamada al tribunal para tomarle su declaración en razón de lo que había visto pasar en su casa el 31 de agosto del año pasado de 1641, declaró pero hubo muchas contradicciones. Negó haber pasado lo de la misa y de que se hubiese puesto desnuda en el bufete como indica el testigo. El día 12 de mayo de 1942 fue votada en discordia, siendo presa el 9 de junio de dicho en año en las cárceles secretas de la Inquisición de Llerena. El día de su declaración dijo que era mujer soltera, de 30 años de edad y ser de casta de cristianos viejos de raza, negando, que ella no se había encontrado presente en las misas que se hacían en el mesón con los ejecutores; aunque dice que si oyó decir que se habían hecho.

La inquisición ante las declaraciones de los testigos, dictaminó que fuese reprendida y advertida para adelante, y su causa se suspendiese por faltas de pruebas.[2]

 

María Rubia

 

Mujer de Juan García, zapatero, vecina de Zalamea, de 34 años de edad, fue una de las mujeres que estuvieron en el mesón al tiempo que se hicieron las procesiones y ceremonias con los ejecutores. La misma negó todo cuanto se le preguntó y dijo: que ella no había participado en las procesiones y ceremonias hechas en el mesón. Desde el consejo de la Inquisición al ver el informe emitido, ordenó que la acusada fuese detenida y se le tomase declaración. Durante su testificación dijo ser cierto que había oído lo de las misas en el mesón que hacían los ejecutores, negando que ella nunca estuvo presente en tales ceremonias.

El tribunal decidió suspender el sumario por faltas de pruebas de los testigos.[3]  

 

Sebastián García alias (El Conde)

 

Mesonero, vecino y natural de la villa de Zalamea, en cuya posada estaban los ejecutores, fue testificados por los testigos que dicen: que le preguntaron como le iba con los huéspedes refiriéndose a los ejecutores, y que les contestó, que bien porque éstos tocaban la guitarra y se holgaban, y que se hacían clérigos, frailes y abades y que sacaban las camas al corral por el fresco. Que vio que unas mujeres estaban con ellos y que uno de los ejecutores se puso la capa por la cabeza a modo de fraile.

Fue llamado a declarar y contó lo mismo que uno de los testigos, negando lo de las procesiones y las misas, por todo lo cual y ante la falta de pruebas que no pudieron demostrar los testigos, se mandó que fuese reprendido y advertido y que su causa se suspendiese.[4]

 

Sebastián de la Cruz

 

Esclavo de Alonso Pizarro, uno de los ejecutores, fue testificado por los mismos testigos que los tres reos antecedentes, de que era uno de los que asistía con dichos ejecutores y hacían las ceremonias en la posada de Sebastián García.

Fue llamado al tribunal y declaró: que había oído que su amo y los demás ejecutores decían misas cantando, y que se lo había oído a muchas personas; también escuchó que una mujer se subía a un bufete, que hacían unas procesiones, que estaban borrachos y que todo lo había escuchado públicamente.

El tribunal decidió suspender la causa por faltas de pruebas.[5]



[1] AHN. INQUISICIÓN. Legajo 1987, n 32.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.

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