La procesión irreverente de Zalamea
Inés Benítez
Mujer de Antonio Merchán, natural
de la villa de Zalamea, fue testificad por veinticuatro testigos, todos
naturales de la población, los más de oídas, de que asistió y se encontró
presente con unos ejecutores que estando en la dicha villa en un mesón cerraban
la puerta de la calle a la hora de cenar y comer. Hacían por la casa una procesión
llevando en ella una mujer en cueros que hacía de imagen de Nuestra Señora, y
oras veces la mujer se alzaba las faldas hasta descubrir sus partes. Llevaban un
libro por el que cantaban y llevaban las capas revueltas al pescuezo a modo de
capillas de fraile y las mujeres fingiendo ser monjas. Antes de la procesión,
tocaban un candelero que sirvió de campanilla, y acabada la misma, uno de los
ejecutores se subía a una silla decorada como pulpito y predicaba. A la mujer
que hacía de imagen de Nuestra Señora, le ponían un plato bajo sus partes sobre
el cual ponían unas rebanadas de pan que utilizaban como hostias consagradas en
el ofertorio. Acabado el sermón, se celebraba una misa teniendo la mujer que
hacía de imagen el lienzo de una Verónica, ponían un jarro con vino y como
hostia las rebanadas finas de pan, y tocando el candelero cantaban en alto.
Cuando subían el pan, se ponían de rodilla y cuando subían el jarro con el vino
también; al salir a tomar el pan se ponían un paño blanco por la cabeza y lo
tomaban como si fuese una ostia. El que hacía de presbítero metía sus dedos en
el jarro de vino y se los metía en la boca a los asistentes, y cuando acababa
la misa echaba la bendición y descomponían el altar. Cuentan los testigos, que
Inés Benítez actuaba deshonestamente con los ejecutores, los cuales fueron
encarcelados en cárceles secretas junto a Inés Benítez y otras hermanas suyas.
El 5 de septiembre de dicho año,
declaró Inés Benítez diciendo: que era de edad de veintidós años y que la
habrían detenido por lo que sucedía en el mesón con los hombres que allí
estaban.
La Inquisición le pregunto,
¿Quiénes eran aquellos hombres?, respondiendo: que aquellos hombres eran los
ejecutores de Zalamea que posaban en la posada de Sebastián García Conde,
vecino de Zalamea. Dijo que ella había escuchado lo de la procesión, pero negó
el haber participado en la misma.
La reo fue reprendida severamente
en la sala de la audiencia el día 7 de febrero de 1643, se ordenó se
suspendiera su causa por faltas de pruebas.[1]
María
Blázquez
Soltera, hija de Sebastián García alias
(El Conde), mesonero, vecina de la villa de Zalamea, en cuya posada estuvieron
los ejecutores, fue testificada por los mismos testigos que la rea antecedente,
de que se halló presente cuando los dichos ejecutores hacían las dichas
ceremonias; y que era la que se ponía en cueros según uno de los testigos. Fue
llamada al tribunal para tomarle su declaración en razón de lo que había visto
pasar en su casa el 31 de agosto del año pasado de 1641, declaró pero hubo
muchas contradicciones. Negó haber pasado lo de la misa y de que se hubiese
puesto desnuda en el bufete como indica el testigo. El día 12 de mayo de 1942
fue votada en discordia, siendo presa el 9 de junio de dicho en año en las
cárceles secretas de la Inquisición de Llerena. El día de su declaración dijo
que era mujer soltera, de 30 años de edad y ser de casta de cristianos viejos
de raza, negando, que ella no se había encontrado presente en las misas que se
hacían en el mesón con los ejecutores; aunque dice que si oyó decir que se
habían hecho.
La inquisición ante las
declaraciones de los testigos, dictaminó que fuese reprendida y advertida para
adelante, y su causa se suspendiese por faltas de pruebas.[2]
María Rubia
Mujer de Juan García, zapatero,
vecina de Zalamea, de 34 años de edad, fue una de las mujeres que estuvieron en
el mesón al tiempo que se hicieron las procesiones y ceremonias con los
ejecutores. La misma negó todo cuanto se le preguntó y dijo: que ella no había
participado en las procesiones y ceremonias hechas en el mesón. Desde el
consejo de la Inquisición al ver el informe emitido, ordenó que la acusada
fuese detenida y se le tomase declaración. Durante su testificación dijo ser
cierto que había oído lo de las misas en el mesón que hacían los ejecutores,
negando que ella nunca estuvo presente en tales ceremonias.
Sebastián García alias (El Conde)
Mesonero, vecino y natural de la
villa de Zalamea, en cuya posada estaban los ejecutores, fue testificados por
los testigos que dicen: que le preguntaron como le iba con los huéspedes
refiriéndose a los ejecutores, y que les contestó, que bien porque éstos
tocaban la guitarra y se holgaban, y que se hacían clérigos, frailes y abades y
que sacaban las camas al corral por el fresco. Que vio que unas mujeres estaban
con ellos y que uno de los ejecutores se puso la capa por la cabeza a modo de
fraile.
Fue llamado a declarar y contó lo
mismo que uno de los testigos, negando lo de las procesiones y las misas, por
todo lo cual y ante la falta de pruebas que no pudieron demostrar los testigos,
se mandó que fuese reprendido y advertido y que su causa se suspendiese.[4]
Sebastián de la Cruz
Esclavo de Alonso Pizarro, uno de
los ejecutores, fue testificado por los mismos testigos que los tres reos
antecedentes, de que era uno de los que asistía con dichos ejecutores y hacían
las ceremonias en la posada de Sebastián García.
Fue llamado al tribunal y declaró:
que había oído que su amo y los demás ejecutores decían misas cantando, y que
se lo había oído a muchas personas; también escuchó que una mujer se subía a un
bufete, que hacían unas procesiones, que estaban borrachos y que todo lo había
escuchado públicamente.
El tribunal decidió suspender la
causa por faltas de pruebas.[5]
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