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domingo, 2 de abril de 2017


González de Silva: “El Empalador de Mérida

 

En este país llamado España cada vez que alguien tiene que hablar de algún empalador importante, casi siempre se recurre a los terroríficos movimientos del ya mítico y longevo en el tiempo, príncipe de Valaquia , Vlad Tepes.

Nos gusta recrearnos contando las durísimas y crueles atrocidades que Vlad cometía contra el ejercito otomano a finales del siglo XV, cuando las milicias musulmanas  intentaban y deseaban apoderarse de toda la zona donde dicho personaje imponía su autoridad. Éste dignatario tan importante para la zona de mentada, quedó perpetuado en el tiempo, gracias a los miles de envaramientos y empalamientos desarrollados en su territorio con los que  salvaguardaba y protegía la demarcación que gobernaba.

Este artículo no pretende ser una repetición permanente de lo que ya sabemos de tan glorioso y reputado personaje, sino más bien todo lo contrario. Ya va siendo hora que los amantes de la historia y del misterio documentado, comencemos hablar y a dar a conocer a esos empaladores españoles, que se caracterizaron, como el príncipe de Valaquía, por sus pavorosos y apocalípticos empalamientos.

Ya sabemos que toda nación que se preste, intentará en todo momento contar sus hazañas y proezas más singulares siempre desde un punto vista axiomático y positivo, descartando y desechando todo lo que esté relacionado con la parte sucia e inmoral de sus crónicas.

España tuvo empaladores tan sanguinarios como al que siempre recurrimos, Vlad Tepes, y uno de los más sádicos y encarnizados fue Garci González de Silva: el empalador de Mérida.

El conquistador Garci González de Silva, nacía en la ciudad extremeña de Mérida hacia 1546, era hijo de don Lorenzo González y de doña Leonor de Silva. Con la protección de su tío materno, don Pedro Maraver de Silva, muy joven, llegaba por primera vez al continente americano interviniendo en la conquista.

Como su tío andaba tras El Dorado, en 1568 regresaba a España con él para la solicitud de la invasión y colonización de la "Nueva Extremadura", territorio hipotéticamente enclavado en la parte sur-oriental de la provincia de Venezuela entre los ríos Orinoco y la parte norte del Amazonas.  Este joven extremeño se caracterizó por lo siguiente:

 

“El cerro de los empalados en Venezuela, debe su nombre a las macabras hazañas llevadas a cabo en dicho lugar por el encomendero Garci González de Silva, quién se dedicó a «empalar» a los aborígenes que le ofrecían resistencia a sus intentos de esclavizarlos. La cruel práctica de empalar consistía en atravesar longitudinalmente a una persona, por el recto, vagina, costado o boca, con una estaca previamente clavada en el suelo con la punta hacia arriba, dejando a la víctima colgada para que muriera lentamente. González de Silva, el empalador de Mérida, encontró fuerte resistencia por parte de los indios Meregotos, y no encontró mejor idea, que aquellos hombres, mujeres y niños que finalmente capturaba, los mataba atravesando sus cuerpos con una afiladísima estaca y poniéndolos todos juntos en el cerro que hoy se conoce como el cerro de los empalaos.

Para el Vlad Tepes extremeño, los indios eran seres sin almas, no cristianos, y como tales, todo lo que contra ellos se hiciese para doblegarlos ante los españoles, estaba bien visto ante los ojos de Dios, ya que en un futuro pasarían a engrosar con su forzosa y compulsiva conversión, los siempre “preciados y valiosos” intereses de la monarquía y la Iglesia Católica. 

González de Silva, no solo se caracterizó por sus empalamientos, sino que además los cuerpos de los empalados se los ofrecía como comida a la gran jauría de perros lebreles que les acompañaban. Era muy normal salir a cazar indios con el solo fin de alimentar a los canes, y de eso D. Bartolomé de las Casas dejó con su acusadora pluma, un buen legado histórico de todas estas atrocidades cometidas por los conquistadores españoles.

Espero que a partir de estos momentos comencemos a contar con más frecuencia, las sangrientas y  cruentas actuaciones de algunos empaladores españoles, que están en el anonimato y que tienen tanta importancia o más que el mismísimo Vlad Tepes, sobre todo para el ámbito y la dimensión del misterio documentado.    

      

   

 

 

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