María Pizarra. LA VISIONARIA DE SIRUELA
“Viuda, vecina de Siruela en Extremadura, acusada por el fiscal de los
delitos de hereje, supersticiosa, santa fingida, embustera, perjura,
excomulgada, negativa, diminuta confidente, ficta y simulada penitente, fautora
y encubridora de herejes. Sentenciada a reclusión en un hospital o convento
durante cuatro años. Años 1635-1641.
En la villa de Siruela hay una mujer que se llama María Pizarra que es
tenida por santa por la vida y acciones que hace. Hasta ella llegan gentes de
muchas partes a visitarla, y algunos que miran esto sin pasión han reparado en
que le consultan a ella el estado de las animas de sus seres queridos dándoles
a conocer, que algunas ánimas le faltan tantos años de pena y que por ello es menester,
que se digan tantas misas por su ánima, y que se les den a decir al licenciado
Francisco Camacho en cuya compañía está esta mujer.
El Santísimo lo recibe en una ermita que llaman del Calvario y que
anteriormente lo recibía en la iglesia de la villa, y que por motivos de las
grandes exclamaciones que daba y arrobos que tenía, se decidió que lo tomase en
dicha ermita donde suele estar más de cuatro horas. Allí entra en éxtasis; y
que cuando vuelve a su casa viene siempre sola con éste clérigo y que no se la
ve comer. Que al clérigo se le ha visto hacer algunos logros, sobre todo porque
que ha sido notado en la villa de como trata de santidad a la reo, y de que
tenia 600 ducados de rentas solo de
hacer ejecuciones y notificar excomuniones a quienes no pagaban las
misas, no teniendo dicho clérigo ninguna
caridad.
Que dice a todos los que le han de visitar, que la hermana Pizarra hizo
un milagro en berbería, que vino de allá y que trajo una sardina fresca y otros
casos que el clérigo luego los publica como milagros. Que cuando toma el
Santísimo, dice María Pizarra, que ve una luz grande y dentro de ella algo que
no sabe lo que es.
Se llamó al sacerdote de la villa D. Alonso de Oliver quién cuenta de
dicha reo lo siguiente: “que la mujer es una mujer de buena vida y costumbres,
llamada María Pizarra, viuda de Antón Serrano, vecino de la dicha villa, de
edad de 52 años, la cual vive en compañía de tres hijos que tiene del
licenciado Francisco Camacho cura que fue de esta villa. Que hasta la casa de
dicha mujer han venido muchas gentes en exceso de diferentes lugares, y tantos,
que algunas mujeres que vienen a verla las ha visto venir descalzas con afecto
de encontrarse con la santa; y que viendo este testigo venir algunas mujeres
cansadas por venir andado más de cinco leguas, la dicha reo les decía que se
volviesen animadas a su regreso.
Un día le pregunto el cura que en que estado estará su alma cuando
muera, diciéndole la dicha mujer, que se lo pregunten a su padre de confesión
que es el dicho Francisco Camacho. Que les dice a quienes vienen a verla, que
digan tantas misas por el ánima de sus familiares, a unos treinta, a otros
cientos y a otros doscientos por el ánima de su padre, madre, o hermano. Que el
dicho licenciado Camacho, da a decir muchas misas a otros sacerdotes porque el
solo no podría darlas de tantas que les piden los que acuden hasta dicha mujer.
Que cuando dicha María Pizarra entraba en éxtasis, quedaba encerrada con dos
llaves sola en la ermita y volviendo el licenciado Camacho después de cuatro
horas a por ella. Que lo único que come son hojas de lechuga o rábano y que
prácticamente no duerme. Y que es lo que sabe de la vida de esta mujer.”
El siguiente testigo será un
vecino de Siruela llamado Pedro García de la Rubia a quién se le pregunta lo
siguiente.
“¿Si ha oído decir o sabe que en esta villa hay una mujer santa?
Contestando: “que lo que sabe es que hay una mujer que se llama María Pizarra
de más de cincuenta años. Que está sirviendo con el licenciado Francisco
Camacho, ella dos hijos y una hija. Que recibe el Santísimo Sacramento en la
ermita del Calvario y que hasta que no lo recibe está dando exclamaciones a
Dios, y que cuando toma el sacramento se pone de rodillas y entra en éxtasis
cesando las exclamaciones sin decir palabra hasta que acababa la misa y vuelve
en sí. Que al terminar la misa el licenciado mandaba que saliese la gente
fuera, quedando la mujer sola encerrada en la ermita, que no conoce lo que
come, y que es capaz de sacar almas del purgatorio. Que lo consigue diciendo
misas por el ánima del difunto, y que el licenciado Camacho recibe dichas
limosnas de los que les mandan dar dichas misas.
Que cuando está hincada de rodillas si alguien pasa a su lado ésta se
mueve en vaivenes de un lado al otro por el aire que deja la persona al pasar;
y que cuando la traen a su casa cuesta mucho traerla porque viene fuera de si,
aunque venía por su propio pie. También a escuchado al licenciado Camacho, que
algunas veces en su casa de tanta fuerza que hace para no hacer las exclamaciones
le revienta sangre por los ojos, y que se siente atormentada por los demonios
que la abofetean y la aporrean, sacándola muchas veces de su casa y
llevándosela a la sierra y a los montes. Que una vez que la sacaron, según me
dijo su confesor, dieron con ella en el mar en un barco de sardinas, y que ella
turbada y azozobrada tomó tres sardinas que trajo frescas a su confesor. Que
los demonios la sacaban de su casa, pero que su confesor la traía con una
llamada que le hacía, llamada que ella sentía en su interior transportándose al
momento en su casa. Que de lo de berbería sabe que en un rapto que tubo de los
demonios la llevaron hasta berbería, y que allí presenció el martirio de tres
frailes franciscos, y que Dios le decía que los animase, acercándose a ellos
para dicho fin, muriendo martirizados sin temor a la muerte recibida.
Otros testigos cuentan, que por orden de Dios la dicha Pizarra había
estado en Ginebra y en otras partes del mundo, y que los demonios la llevaban
de sierra en sierra nombrado las sierras
a donde la transportaba como son, Puerto Peña y la de San Roque, que la hacían
en pedazos muchas noches y que el Ángel de su guarda recogía los pedazos y la
sanaba trayéndola para su casa con su falda llena de zarpas y sucia. Contaba la
rea, que cuando era transportada por las sierras y ríos veía perros grandes,
lobos grandes, culebras, peces grandes y otros animales, y que dichas figuras y
animales eran ánimas que estaban en el purgatorio y que muchas le pedían que
rogase a Dios por ellas. Que si había llovido venía mojada y si había nevado
traía nieve en cima.
Una testigo cuenta, que una vez que fue a rezar el rosario con dicha
María Pizarra, la encontró en éxtasis con una soga en la garganta de ahorcado y
con las manos atadas a tras, y que fue corriendo la testigo por un cuchillo
para desatarla. Que la soga que tenía por el cuello era de lazo
escurridizo, y que cuando volvió en si
le preguntó que le había pasado, contestándole, que los demonios la querían
ahorcar como lo habían intentado otras muchas veces, pero que su Ángel siempre
mandaba a alguien para salvarla.
Otros contaban que la dicha María Pizarra desde los nueve años era
maltratada por los demonios, que los demonios a eso de las doce de la noche la
habían llevado a unos lavaderos de lanas que están a la salida de la villa de
Siruela sin que ella los viese, sino solo sentir que la llevaban por fuerza.
Que la tiraban al lavadero dándole el agua por los pechos y que ella como podía
salía invocando a Nuestra Señora y al Ángel de su guarda. Que sentía como el
Ángel y Nuestra Señora la ayudaban a salir, aunque no los veía. Que la azotaban
en la sierra más cercana de Siruela los demonios con varas de mimbre, y que
otras noches era sacada de su casa hasta la sierra donde sentía como los perros
le descoyuntaban los brazos y las piernas, y que invocando a la Señora, ésta la
devolvía a su casa al venir la mañana sin dolor ninguno. Que otro día los
demonios la colgaron de un peral que está en la sierra a eso de las dos de la
noche. Que en la dicha sierra dice que vio pasar a una mujer que dio un bramido
inmenso y que encontró un niño recién nacido, pensando y creyendo que la dicha
mujer lo había parido, y al quererlo coger escuchó una voz que le dijo, déjalo,
y por miedo dio tres pasos atrás y no lo cogió.
Otro día en una sierra que
llaman de Puerto Peña vio un toro que echaba fuego por la boca y por la
barriga, y que había entendido que era un alma del purgatorio. En otra ocasión
fue llevada por los demonios a una rivera cerca de Siruela donde vio un montón
de sardinas y a dos hombres que fornicaban con animales, que no supo si eran
burras o yeguas lo que había visto con sus ojos corporales, diciéndole a los
hombres que fuesen inmediatamente a confesarse. En otra ocasión fue
transportada al purgatorio donde vio muchas almas que estaban padeciendo con
muchas llamas de fuego, que no lo veía con los ojos sino intelectualmente, que
las llamas no eran muy oscuras ni muy claras, y que muchas almas eran de
difuntos de Siruela que le decían, que le dijesen a sus parientes que le hiciesen misas en la villa y en el convento.
Fue condenada por la
Inquisición de Toledo a que fuese recluida en cárceles
secretas hasta que hubiese auto de fe, y que saliese al mismo en forma de
penitente, y sino, en una iglesia se le lea su sentencia con méritos y que sea
desterrada por cuatro años. Que no la confiese su confesor actual y que no
comulgue nada más que las tres pascuas del año, y que su sentencia se le lea en
la villa de Siruela por tres ministros en la iglesia mayor de esta villa en día
festivo vestida de penitente.”[1]
María Pizarra, una ilusa según la
Inquisición toledana inducida por su confesor y director espiritual a ser
tenida en Siruela y alrededores como la santa iluminada, la mujer que volaba
transportada por los demonios a diferentes espacios y lugares del mundo. Una
mujer cuya vida centrada en la iglesia y la religión, la hacía ser respetada,
venerada y adorada por los fieles que seguían sus arrobos, milagros y visiones.
Falsas virtudes que eran engrandecidas, manifestadas y ensalzadas desde los
púlpitos por los cómplices sacerdotes de Siruela, quienes rubricaban y
consagraban sus revelaciones en loor de divina santidad.
Una mujer victima de sus
convicciones, esfuerzos y fantasías, que aceptaba el sufrimiento y el castigo
con supuesta resignación. Eran actitudes estas, en definitiva, que María
Pizarra sobrellevaba y consentía, si tomamos en cuenta, que creía encontrar en
ellas la prueba para lo que fue elegida, su presunta santidad. Y por otro lado,
los clérigos de Siruela, quienes aportaban desde sus tribunas las marcadas
directrices a los nativos feligreses de la villa, así como a los venidos de
otros lugares. El negocio empresarial montado en torno a la santa fingida era
redondo, solo había que perpetuar en nombre de las percepciones visuales de
María Pizarro sus particulares negocios de misas, para “salvar” con ellas, las
apenadas y sufridas ánimas del purgatorio en tierras de Extremadura.
Algo muy parecido practicaba y dominaba con su particular arte embaucador
nuestra siguiente iluminada natural de Valencia del Ventoso, una mujer llamada
Maria Corada que se caracterizó por ser todo un espectáculo a viva voz,
dominando con su particular sapiencia los cielos, la tierra y el purgatorio.
Movimientos que servirán de acusación para detenerla y ponerla delante del
pendón inquisitorial, donde los inquisidores con su particular enjuiciamiento
abortaran sus más que evidentes mentiras
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